Capítulo Cuatro
El edificio que albergaba el Museo de Arte Moderno de Filadelfia tenía fachadas blancas y estaba decorado con una infinidad de cuadros abstractos y esculturas modernistas. Aunque, básicamente, sus gustos artísticos eran más bien tradicionales, Alexis adoraba el talento innovador y desinhibido de los artistas jóvenes que poco a poco se hacían un hueco en la comunidad. Le reportaba una enorme satisfacción colaborar en la promoción de dichos artistas, y Frederick Penrose era, según su opinión, uno de los mejores.
Cuando entró con Ramsey en la espaciosa galería de exposiciones, Alexis se fijó inmediatamente en un enorme mural pintado con acuarelas de tonos verdes, amarillos y grises. Tan concentrada estaba admirando los matices de la obra, que apenas se dio cuenta de que Ramsey eludía a un camarero que se había acercado a ofrecerles una copa de champán. Luego se alejó en busca de «una bebida adecuada para un hombre», según sus propias palabras.
—¡Alexis, querida, ya has llegado!
Cuando oyó la voz de la señora Edmonson a su espalda, Alexis se volvió para saludarla con una afectuosa sonrisa. Como de costumbre, la anciana llevaba una de sus peculiares túnicas blancas. Tenía unos noventa años, aunque nadie lo diría después de pasar diez segundos a su lado. Hacía gala de una juventud y unas ganas de vivir de las que muchas personas treinta años más jóvenes carecían. Alexis consideraba a la señora Edmonson un ejemplo perfecto de gracia y elegancia.
—Señora Edmonson —dijo en tono efusivo—, cuánto me alegro de que haya podido venir. ¿Qué opinión le merecen los cuadros del señor Penrose?
—Son magníficos —respondió la señora Edmonson con entusiasmo—. Has tenido mucha vista al organizar una exposición de su obra. Tiene mucho talento. Ya he comprado dos cuadros suyos para mi mansión de Palm Beach.
—Sí, creo que yo también compraré alguno —comentó Alexis—. El titulado Los orígenes del lenguaje sería perfecto para el estudio de mi padre.
La señora Edmonson hizo un gesto afirmativo y sonrió.
—Desde luego, es una obra bellísima —luego, señalando al joven que la acompañaba, añadió—: Alexis, quiero que conozcas a mi bisnieto, Malcolm Edmonson. Malcolm, te presento a la señorita Alexis Carlisle.
—Señorita Carlisle —saludó él.
—Señor Edmonson —correspondió Alexis.
—¿Con quién has venido a la inauguración, Alexis? No me dirás que no tienes acompañante…
Alexis exhaló un leve suspiro de alivio.
—Naturalmente que sí. Mi acompañante acaba de ir a… —no se atrevió a decir que había ido a buscar «una bebida adecuada para un hombre», pues a la señora Edmonson no le agradaría semejante respuesta. Alexis echó un rápido vistazo por la estancia en busca de Ramsey, y en ese preciso instante éste apareció y le hizo una señal con la mano.
—Ahí viene —dijo aliviada. La señora Edmonson no podía saber que se trataba de un acompañante al que había tenido que recurrir obligada por las circunstancias.
No obstante, Alexis pensó que no le desagradaría la idea de salir con él en otras ocasiones. Dicha sospecha se intensificó cuando Ramsey se unió al grupo luciendo una de sus deliciosas sonrisas, y la calidez que se apoderó de su voz mientras lo presentaba no fue fingida en absoluto.
—Señora Edmonson, señor Edmonson, les presento a mi acompañante, el señor Ramsey Walker.
Ramsey se quedó atónito al oír cómo Alexis mencionaba por primera vez su nombre de pila. Impulsivamente, le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Señora Edmonson, Malcolm —dijo Ramsey inclinando levemente la cabeza
—. ¿Cómo va eso?
Vio que Alexis ponía los ojos en blanco, y le sonrió con todo el encanto del que pudo hacer acopio. Que estuviera en una fiesta de ricachones no significaba que tuviera que comportarse igual que ellos. Muy al contrario, cuanto más formal era el contexto en el que se hallaba, mayor era la tendencia de Ramsey a actuar de forma indebida.
—¿Ramsey Walker? —preguntó Malcolm entusiasmado—. ¿El escritor?
Adoptando una pose adecuadamente humilde, Ramsey contestó:
—Sí, el mismo.
—He leído todos sus libros —comentó Malcolm—. Me parecen estupendos.
Creo que es usted un escritor magnífico.
—Muchísimas gracias.
—En Sangre en la ventana, trató usted la figura de los abogados con un acierto magistral. Le doy las gracias en nombre de mis compañeros de promoción.
Alexis presenció la conversación de ambos hombres absolutamente asombrada.
¿Unos libros estupendos?, se dijo con cierto desagrado. En fin, tal vez para alguien como Malcolm Edmonson, que por lo visto era un machista más, los estereotipos creados por Ramsey podían resultar estupendos. Pero tales alabanzas constituían una bofetada en la cara de cualquier mujer que se preciase de serlo.
—Yo también disfruto leyendo sus libros, señor Walker —dijo la señora Edmonson. Alexis se quedó completamente estupefacta—. Mi preferido es el primero que publicó, Bala para un muerto. He de confesarle que Rex Malone me cautivó desde el principio.
De nuevo, Ramsey tuvo la decencia de mostrarse agradecido.
—Gracias. Celebro mucho que disfrute con mi obra.
Alexis comenzó a sentirse cada vez más tensa. Era evidente el interés que Ramsey despertaba en la señora Edmonson, y Alexis se dio cuenta, horrorizada, de que estaba un poco celosa. Aunque era absurdo pensar que la señora Edmonson, una dama de la alta sociedad, fuera a rebajarse insinuándose a un hombre mucho más joven que, para colmo, asistía a la fiesta como acompañante de otra mujer. Luego, se dijo que, en definitiva, ella no tenía ningún derecho sobre Ramsey Walker. Si alguna otra mujer deseaba conquistarlo, tenía vía libre, por lo que a ella respectaba.
Aquello era una locura y Alexis procuró calmarse. ¿Qué tendría Ramsey Walker que la alteraba tanto? Aprovechó la primera oportunidad que surgió para terciar en la conversación y abordar el tema de las donaciones. Mientras Ramsey y Malcolm charlaban sobre la industria de la publicidad, Alexis informó a la señora Edmonson sobre el fondo de becas para artistas locales. Al cabo de un rato, la anciana le prometió enviar un cheque a las oficinas del comité al día siguiente. Citó una cantidad que sobrepasaba las expectativas más optimistas de Alexis.
—Vaya —dijo Ramsey más tarde, mientras se mezclaban con el gentío—, pareces un gato que acabara de zamparse un canario.
—Todo se logra con paciencia y una caña —repuso ella sonriendo.
Él enarcó las cejas.
—¿De veras? Pues yo llevo mucho tiempo detrás de ti, Alexis.
Los interrumpió un nuevo admirador de Ramsey. Había reconocido a su ídolo y se acercó para intercambiar unas palabras con él. A Alexis le sorprendió el hecho de que, siempre que estaban en presencia de terceros, Ramsey se comportaba como un señor. Muchos de los invitados habían leído al menos un libro suyo y él les hablaba de su trabajo con una amabilidad exquisita. Alexis se sintió cada vez más atraída por su vecino escritor, recreándose en cada una de sus palabras, descubriendo infinidad de detalles que hasta entonces desconocía.
Por ejemplo, supo que era oriundo de Filadelfia y que tenía familia. Resultaba extraño pero, por alguna razón, Alexis se sorprendió al enterarse de la existencia de sus padres y sus dos hermanos. Ramsey Walker no parecía el tipo de persona que cultivara con especial énfasis las relaciones familiares. Ni las relaciones con los demás, en general. Ramsey Walker era… pues Ramsey Walker. Único en su especie.
Alguien aparte.
—Debe de ser agradable encontrar fans por todas partes —murmuró Alexis distraída cuando se quedaron a solas en la sala de exposición del entresuelo.
—Caramba, Alexis —le susurró Ramsey al oído—. Parece que te pone celosa tener que compartirme con mi adorado público.
Ella volvió la cabeza lentamente e intentó dirigirle una mirada asesina.
—Señor Walker, no…
—Vamos, Alexis, tutéame. Esta noche hemos estado muy juntos y no te has ensuciado, ¿verdad?
—No sé a qué se refiere, señor Walker. Si existen personas tan limitadas mentalmente como para considerarlo un buen escritor, es su problema, no el mío.
—¿Limitadas mentalmente? —balbuceó Ramsey—. Por si no te has dado cuenta, mi último libro ocupa uno de los primeros puestos en las listas de ventas del país. ¿Crees de veras que existe tanta gente limitada, Alexis? ¿Te has tomado la molestia de leer alguno de mis libros?
—Le confieso que hice un esfuerzo y los leí todos —dijo ella—. Incluso el más reciente.
Él sonrió.
—¿Y qué te ha parecido?
—¿Quiere saber mi verdadera opinión?
Ramsey descubrió, sorprendido, que realmente le interesaba la opinión de Alexis.
—Sí. Me gustaría conocer la opinión de una mujer excitante, de alta alcurnia y experta en la disciplina artística.
—De acuerdo —respondió Alexis—. Se lo diré. Me ha parecido una novela absurda. Inculta, misógina e inmadura. Su héroe es un salvaje motivado por un desprecio rebelde hacia la naturaleza humana, con una fobia innegable hacia las mujeres, que piensa que su pistola es una prolongación alegórica de su destreza sexual. Los criminales son vulgares estereotipos, el planteamiento de la historia es un tópico trillado y exento de originalidad.
Ramsey la miró durante un buen rato, tratando de recordar todo lo que le acababa de decir.
—Sí, pero, ¿qué opinas de los diálogos?
—Me parecieron poco naturales.
—Ya veo. ¿Y los pasajes descriptivos?
—Muy pobres.
—¿No te sorprendió descubrir que Lionel Hanover era el asesino?
Alexis adoptó una expresión satisfecha y tomó un sorbo de champán.
—Lo deduje en el tercer capítulo.
—Es imposible que lo dedujeras en el tercer capítulo —insistió él.
—Ramsey, en cuanto insinuaste que Lionel y la víctima habían sido amantes en la escuela secundaria, imaginé que él cometió el crimen. Me di cuenta de que odiaba a las mujeres, igual que los demás personajes masculinos del libro, y de que sería capaz de matar a su amante para que no fuese de ningún otro hombre. Es la historia más antigua del mundo, sólo que tú has inflado el tópico y lo has empeorado.
Después de tomar un gran trago de whisky, Ramsey preguntó:
—Si es un tópico, ¿por qué nadie pudo deducir la solución? ¿Por qué la novela se ha vendido tanto?
Ella miró hacia la multitud con aire distraído y respondió:
—Tal vez porque hoy en día no abunda el buen gusto.
—Ya. Sólo hay que fijarse en esta exposición.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Alexis enfadada—. Debes saber que yo soy una de las principales organizadoras del acto. Considero a Frederick Penrose uno de los artistas jóvenes más imaginativos del panorama actual.
Ramsey estuvo a punto de atragantarse con el whisky.
—No hablarás en serio. Creí que habías asistido a la exposición porque no tenías más remedio.
—Llevo meses deseando ver la colección del señor Penrose —repuso Alexis con expresión indignada.
—Pues si quieres conocer mi opinión —comenzó a decir Ramsey, adoptando un tono intencionadamente erudito—, los cuadros de Frederick Penrose son absurdos, además de incultos, misóginos e inmaduros. El autor está claramente motivado por un desprecio rebelde hacia la naturaleza humana, con una fobia innegable hacia las mujeres, y piensa que su pincel es una prolongación alegórica de su destreza sexual.
Creo que sus cuadros son meros estereotipos, pobres y poco naturales, y que el planteamiento de la exposición es un tópico trillado y exento de originalidad.
Alexis entornó los ojos y miró fijamente a Ramsey durante unos segundos, como si quisiera hacerlo desaparecer. Entonces, respiró hondo y musitó:
—Señor Walker, es usted un hombre insoportable.
—Sí, lo sé —repuso él con una sonrisa de oreja a oreja.
Durante el resto de la velada, Alexis trató de mantenerse a una distancia prudente de su acompañante. Por desgracia, cada vez que se volvía, o bien se daba de bruces con el cuerpo fornido de Ramsey, o bien lo veía al otro lado de la sala, mirándola con ojos desbordados de deseo. En ambos casos, ella tenía que hacer un esfuerzo por reprimir el torbellino de excitación que le recorría el cuerpo como una descarga eléctrica. El deseo de seguir viendo a Ramsey, en lugar de darle la espalda para siempre, atormentó a Alexis durante toda la noche, hasta el preciso momento en que él la acompañó hasta la puerta de su casa.
Mientras introducía la llave en la cerradura, sin pronunciar palabra, Alexis empezó a notar cierta inquietud. Por lo general, era entonces cuando despedía a su pareja con un beso o lo invitaba a tomar una copa. Desde luego, no pensaba darle a Ramsey Walker un beso de buenas noches, pero Alexis se dijo que no había motivos que le impidieran invitarlo a una copa de coñac. A fin de cuentas, era su vecino y la había sacado del atolladero acompañándola a la inauguración.
Se volvió hacia él y le preguntó:
—¿Quieres entrar a tomar una copa o…?
No estaba en absoluto preparada para lo que sucedió a continuación. Su pregunta quedó interrumpida por la presión de los cálidos labios de Ramsey sobre los suyos, y el mundo comenzó a dar vueltas. Fue un beso magnífico, pensó Alexis algo aturdida. Nunca en la vida había experimentado algo tan maravilloso. Comenzó lentamente, pero poco a poco fue ganando calor e intensidad. Notó cómo las manos de Ramsey se le posaban en la cintura e iban subiendo con delicadeza hasta acariciarle los senos.
Lo único que pudo hacer Alexis para resistirse fue emitir un débil gemido, pero al oírlo él pareció concentrarse aún más en su intento. Mientras le masajeaba suavemente los pechos, retiró sus labios de los de ella y le permitió exhalar un único jadeo. Luego volvió a besarla y la empujó contra la puerta.
Al sentir que el cuerpo fornido de Ramsey se apretaba contra el suyo, Alexis pensó por un momento que se desmayaría. De repente, sus manos comenzaron a moverse como si tuvieran mente propia y se aferraron con fuerza a los bíceps de Ramsey. Lo atrajo hacia sí y notó el contacto de su pelvis.
Tenía el cuerpo inflamado por la pasión. Cuando sintió la lengua de Ramsey presionar sobre sus dientes, abrió del todo la boca para recibirla. Poco a poco, se dio cuenta de lo que estaban haciendo y comprendió que no podría soportarlo. Nadie había conseguido nunca excitarla como la había excitado Ramsey en cuestión de minutos. Sabía que si no ponía fin a aquello enseguida, jamás lograría volver a separarse de él.
—Basta —susurró sin aliento cuando finalmente pudo retirar sus labios de los de Ramsey—. Por favor, Ramsey. Tenemos que parar.
Aunque seguía presionándola contra la puerta, él apartó la cara y Alexis se sorprendió al ver su expresión. Respiraba trabajosamente y los ojos le brillaban, arrebatados por la pasión. Parecía haber perdido totalmente el control. Durante largos instantes, se limitó a mirarla fijamente, como si intentara decidir qué hacer.
—Sí, me parece buena idea tomar una copa —dijo por fin, exhalando un suspiro profundo y entrecortado.
Alexis le acarició el cabello por última vez, luego se alisó el vestido con la dignidad de una reina y dijo:
—De acuerdo. Creo que tengo una botella de coñac, aunque, si te apetece, podemos tomar una copa de delicioso vino francés.
Ramsey sonrió ante la rapidez con que Alexis había pasado de ser una tigresa sexual a una dama reservada.
—Me conformaré con el coñac.
Asintiendo levemente con la cabeza, Alexis entró en el piso e invitó a Ramsey a tomar asiento en la sala de estar. Luego se fue a la cocina. Allí se agarró con todas sus fuerzas a la encimera para no desplomarse.
¿Qué demonios había ocurrido en la escalera?, se preguntó aturdida. ¿Y cómo era posible que le hubiese gustado tanto?
Su conducta había sido inadecuada e imperdonable. Pero Alexis hubo de reconocer que el beso de Ramsey la había excitado hasta extremos insospechados. Se había dejado arrastrar por el tipo de emociones que tantos problemas le causaron en otros tiempos, hasta el punto de que su padre estuvo a punto de repudiarla como hija. Tal vez si le explicaba la situación a Ramsey, él lo comprendería y dejaría de molestarla.
¿A quién pretendía engañar? Ramsey no dejaría de perseguirla jamás, se dijo mientras buscaba la botella de coñac y dos copas pequeñas. Aquel hombre ya había invadido sus sueños y sus pensamientos. No obstante, Alexis había llegado a un acuerdo con su padre hacía algún tiempo y, ahora que Evan Warminster había huido del mundo real, ella debía cumplir su parte del pacto, por poco que le sedujera la idea.
En la sala de estar, Ramsey se hallaba sentado con expresión meditabunda, contemplando los pálidos tonos azules de la habitación y preguntándose por qué diablos se había lanzado sobre Alexis aquella noche. Nunca había perdido el control de esa manera. Pero había pasado la velada casi hipnotizado por la espalda desnuda de Alexis, cubierta tan sólo por una fina gasa, y cuando la vio allí de pie, tan cerca, abriendo la puerta con aquellos ademanes tan femeninos, no pudo resistirse. Cerró los ojos, intentando apartar de su mente el tacto suave de sus senos.
—Ya vienen las copas —oyó decir a la mujer de sus sueños. Alexis le dio una copita de cristal fino que había llenado con una generosa cantidad de líquido ámbar.
Ramsey se llevó la copa a los labios, observando cómo ella se sentaba en una silla de damasco azul situada en el extremo opuesto de la habitación. Respiró hondo e intentó pensar qué decir. El silencio se prolongó durante unos cuantos minutos, tomándose cada vez más incómodo.
—Ramsey —dijo por fin Alexis con voz trémula y vacilante—. Creo que… hay algo que deberías saber sobre mí.
Él pareció temeroso y, al mismo tiempo, ansioso por oír lo que ella tenía que decirle.
—¿De qué se trata? —preguntó con serenidad. Su voz, por lo general áspera, parecía haberse suavizado con el whisky. Alexis bajó la mirada y la clavó en su copa.
Luego dijo en tono cauteloso:
—Tal vez hayas notado que soy un poco anticuada, y que incluso me ciño demasiado a ciertas reglas protocolarias…
—No —repuso él con un tono dulce y ligeramente sorprendido—. ¿Anticuada?
¿Tú? No lo creo en absoluto.
—En cualquier caso —prosiguió ella, sin prestar atención a la respuesta de Ramsey—, dichas cualidades no son tan apreciadas por los hombres como lo fueron en otros tiempos…
—Pues no me explico por qué.
—En consecuencia —concluyó ella rápidamente, con la mirada fija en uno de los cuadros de la pared—, mi… vida social no me ha permitido seguir una conducta desenfrenada y liberal.
Ramsey no respondió nada, y Alexis lo miró, descubriendo en su rostro una expresión de curiosidad. Creyó notar que la mandíbula le temblaba ligeramente.
—¿Estás intentando decirme que nunca has…? —se pasó la mano por el cabello, con nerviosismo—. ¿Insinúas que eres… que eres…?
Alexis comprendió que Ramsey la había entendido mal y se apresuró a corregirlo.
—Oh, no —replicó atropelladamente—. Por supuesto que he… Es decir, estuve prácticamente comprometida con un compañero de la universidad. Era músico.
Violonchelista, concretamente. También salí algunos meses con un pintor. Aunque supongo que él no cuenta, porque nunca nos… Quiero decir que… Oh, Dios mío —se interrumpió, consciente de que se estaba haciendo un verdadero lío. Respiró hondo y trató de ordenar las ideas—. Quería decir que no he tenido tantas experiencias como tú en el terreno sexual. Que no estoy a tu nivel, como se suele decir.
—Alexis…
—Pero no es eso lo que deseaba decirte —explicó antes de que él tuviera ocasión de cambiar el rumbo de la conversación—. Se trata de algo relacionado con mí… padre.
—¿Con tu padre? —Ramsey no entendía nada.
Ella hizo un gesto afirmativo.
—Hace algún tiempo, llegué a un acuerdo con él.
—¿Qué clase de acuerdo?
—Él me… —Alexis hizo una pausa. ¿Cómo podía explicárselo sin que pareciera algo propio de la Edad Media?—. Él escogerá al hombre con el que debo casarme.
Ramsey no estaba seguro de haber oído bien.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—No es algo tan raro, ¿sabes? —alegó Alexis en su defensa—. Sobre todo en las familias acaudaladas. Hoy en día se siguen dando con frecuencia los matrimonios concertados, por infinidad de motivos.
—Alexis, ésa es la tradición más arcaica del mundo, independientemente de la posición social que uno ocupe. Nadie, ya sea hombre o mujer, debería someterse a semejante disparate. Ser anticuado es una cosa, y dejarse manipular otra muy distinta.
—No lo comprendes, Ramsey —dijo ella.
—Es cierto. No logro comprenderlo.
Alexis respiró hondo e intentó abordar el tema de nuevo.
—Tal vez debería empezar a contártelo por el principio.
—Sí, tal vez.
—Hace un momento te hablé de un músico de la universidad con el que estuve casi comprometida.
—El violonchelista.
—Sí. En realidad, Reynaldo prefería que se le considerara un violonchelista «de vanguardia».
—¿«De vanguardia»? —preguntó Ramsey con recelo—. ¿Y se puede saber por qué?
—Tocaba un violonchelo con dos cuerdas solamente.
—Entiendo. ¿Y no le resultaba difícil?
—Todo lo contrario. En cualquier caso, recibió una oferta para participar en una representación itinerante de Peter y el Lobo, y jamás volví a verlo.
—Vaya. Lo siento mucho —dijo Ramsey.
—Después, empecé a salir con un pintor al que admiraba mucho.
—¿Y cómo terminó vuestra relación?
—Me propuso pintarme envuelta en celofán, cosa que me ofendió bastante —
explicó Alexis—. Después de licenciarme, salí con un bailarín, pero fichó por el Teatro Experimental de Jazz de Abu Dhabi. Yo no quería suponer un obstáculo en su carrera, y…
—Y te quedaste al margen para permitir que alcanzara su sueño.
—Sí.
Ramsey tuvo que morderse el labio para no reírse a carcajadas. Ignoraba por qué Alexis se había relacionado con semejantes inútiles, pero al menos había comprendido su error.
—¿Y cómo encaja tu padre en todo eso?
—Huelga decir que nunca estuvo muy satisfecho con aquellas relaciones.
Siempre pensó que yo me casaría y le daría nietos. Pero quería para mí un hombre de su posición. Alguien inteligente y culto, con los pies bien plantados en la tierra. Ya me entiendes.
Sí, se dijo Ramsey. Un estilo de hombre que nada tenía que ver con él. Notó un nudo en el estómago.
—Cuando me mudé a Filadelfia —continuó Alexis—, mi padre me dijo que me daba una última oportunidad para que encontrase un marido adecuado. Si no, él me lo buscaría. Yo estaba convencida de que encontraría a alguien que me gustase y, al mismo tiempo, fuera de su agrado, de modo que acepté la propuesta.
—Alexis…
—Pero Evan se ha ido a las minas de Arizona, y…
—Eh, espera un momento —la interrumpió Ramsey—. ¿Qué hizo Evan?
—Es una historia muy larga.
—En definitiva, quieres decir que tu padre empezó a inmiscuirse en tu vida desde el principio y, para rebelarte, buscaste a los artistas más raros y aberrantes.
Querías fastidiarlo, ¿es eso?
—Desde luego que no —aseguró Alexis—. En absoluto.
—¿Estás segura?
—Completamente —insistió ella con voz temblorosa. Pero, en el fondo, empezó a tener ciertas dudas. ¿Había querido realmente a aquellos chicos, o se había relacionado con ellos para contrariar a su padre?—. Ramsey, creo que es hora de que lo dejemos —dijo frotándose la frente e intentado aplacar el dolor de cabeza que sintió de pronto.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de afrontar la verdad?
—No. Simplemente, esta conversación ha llegado a su fin.
Ramsey sabía que le había tocado la fibra sensible, pero no quiso presionarla.
Ya tendrían tiempo para explorar aquella cuestión. Por fin había conseguido entrar en la vida de Alexis. Mejor aún, ella le debía un pequeño favor. Un favor que tendría que devolverle pronto.