Capítulo Diez

A pesar de tener una vida social bastante activa, Ramsey Walker jamás se había despertado al lado de ninguna mujer. Era una de esas reglas tácitas que conformaban su filosofía de la vida. Algo que había que evitar a toda costa. Si se acostaba en casa de alguna mujer, se marchaba antes de que amaneciera. Y si alguna mujer se quedaba con él en su piso, procuraba insinuarle, con sutileza pero de forma tajante, que se marchase mientras aún era de noche. Así pues, cuando se despertó el lunes por la mañana y vio a Alexis Carlisle junto a él se llevó una sorpresa monumental.

¿Cómo demonios había ocurrido aquello? Notó que el pánico comenzaba a apoderarse de cada fibra de su ser. ¿Por qué no se había despertado en el transcurso de la noche, como hacía siempre que se acostaba con una mujer? Nunca, nunca, se había quedado dormido después de hacer el amor. Ni siquiera cuando él y su pareja habían realizado el acto varias veces.

Miró el reloj y comprobó que eran casi las nueve de la mañana. Había dormido toda la noche al lado de Alexis. Como si fuera lo más normal del mundo.

Esa idea era la que más aterraba a Ramsey.

—¿Ramsey?

La voz pertenecía a Alexis, pero parecía distinta. Débil y somnolienta. Su nombre así pronunciado, casi como un susurro, sonó en sus labios como la más erótica de las promesas. Pensar en poseerla nuevamente le provocó una fuerte excitación. Por un momento fugaz, deseó pasar el día entero haciéndole el amor a Alexis. Y no sólo aquel día, sino también el siguiente, y el siguiente, y el siguiente…

No obstante, se obligó a recuperar la sensatez y ordenó a su cuerpo que dejara de comportarse como el de un adolescente ávido de sexo. Aquella mañana era igual que las demás. La mujer que yacía a su lado no era distinta de las muchas otras que habían pasado por su vida. Sólo le costaría un poco más olvidarse de ella, eso era todo. De todas formas, ¿no tenía por costumbre desafiar al amor?

Sus convicciones se hicieron pedazos cuando Alexis se dio la vuelta, acercándose a su lado de la cama. Tenía la sábana justo por debajo de los senos.

Ramsey hubiera jurado que tal cosa no era posible, pero aquella mañana parecía más bella que de costumbre.

Entonces ella le dirigió una sonrisa de satisfacción y le acarició la mejilla con ternura.

—Buenos días —dijo.

Él la miró fijamente y sintió que el corazón se le paraba en el pecho. Dios mío.

Alexis había empezado a enamorarse de él. Se le notaba en los ojos, rebosantes de afecto y deseo.

No podía permitir que eso ocurriera. No quería que ella sintiera nada por él.

Una relación entre ellos jamás daría resultado. Maldición. Se suponía que debían pasarlo bien y luego dejarlo, sin más.

¿No había sido ése el plan?, se preguntó a sí mismo. Él había dejado perfectamente claro que sólo buscaba divertirse, ¿o no? Alexis sabía a que debía atenerse desde el principio. En ese caso, ¿por qué se sentía tan avergonzado? ¿Acaso porque Alexis había sido una ingenua y él se la había llevado a la cama como un donjuán incapaz de controlar su libido? ¿O quizá porque, la noche anterior, la oyó decir que lo amaba…?

—¿Ramsey?

Otra vez aquella voz. No podía soportarlo. Ignorando qué debía hacer a la larga, pero absolutamente seguro de que Alexis tenía que marcharse de la habitación enseguida, Ramsey reaccionó como una rata atrapada en una trampa. Y la palabra

«rata» se podía aplicar en más de un sentido. Tomó la mano de Alexis y se la retiró de la mejilla. Por la cara de ella, comprendió que su expresión debía de ser precisamente la que deseaba reflejar: de indiferencia y frialdad.

—¿Te lo pasaste bien anoche? —le preguntó con un tono de voz neutro, esforzándose por no revelar el torbellino de sensaciones que lo martirizaban por dentro.

Alexis no sabía qué ocurría, ni por qué Ramsey parecía de pronto tan enfadado, pero hizo un esfuerzo supremo por mantener la calma. No obstante, se cubrió con la sábana, intentando ignorar el hecho de que se sentía absolutamente vulnerable yaciendo en la cama al lado de Ramsey.

—¿Ocurre algo? —preguntó con cautela.

Ramsey se levantó de la cama y fue a recoger su ropa.

—¿Si ocurre algo? Pues no, no ocurre nada. Anoche estuviste estupenda, contrariamente a lo que yo esperaba.

Aquel comentario atravesó el corazón de Alexis como una daga de hielo, pero antes de que ella pudiera impedirlo, Ramsey siguió hablando.

—Creí que serías un pedazo de palo en la cama. Que te negarías a hacer ciertas cosas. Pero, caramba, fuiste una auténtica fiera. Creo que te incluiré en mi lista de amantes expertas.

—Ramsey, por favor —lo interrumpió Alexis, presa de la ira y la vergüenza.

No sabía a qué juego estaba jugando. Sólo sabía que aquel hombre no tenía nada que ver con el Ramsey del que se había enamorado en el transcurso del fin de semana—. Por favor, no me hagas esto.

Ramsey notó que aquella súplica le llegaba a lo más hondo. Le repugnaba comportarse de aquella manera, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Jamás había sentido nada parecido a lo que Alexis le hacía sentir.

—¿Que no te haga qué? —le preguntó, fingiendo no comprender a qué se refería.

—No me hagas sentir como si fuera… una más.

¿Realmente era eso lo que él la consideraba?, se pregunto Alexis. ¿Una más?

¿No había sido para Ramsey más que otro trofeo, otra conquista que anotar en la libreta? De repente, se sintió mal. Había empezado a pensar que Ramsey Walker podía amarla.

—Escúchame bien, Alexis —repuso él—. No tiene sentido negar que ambos nos sentimos atraídos desde el día en que me instalé en el edificio. Es perfectamente comprensible que dos personas que no tienen nada en común se atraigan sexualmente. Suele ocurrir. Para mí representabas un aspecto de la vida con el que apenas tengo contacto: la riqueza, la opulencia, la elegancia, el estilo. Y yo representaba para ti la oportunidad de dar un paseo por el lado salvaje. Bueno, pues ya hemos aprovechado todo lo que podíamos ofrecernos. Será mejor que las cosas vuelvan a ser como eran. Por lo menos, has saciado tu curiosidad. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Lo cierto era que Alexis no entendía ni una sola palabra. Sólo sabía que Ramsey se equivocaba. Al menos, en lo que respectaba a sus sentimientos. No se había acostado con él porque le provocara curiosidad. Lo había hecho porque lo amaba.

¿Cómo podía haberse equivocado hasta tal punto? Debió ser prudente y no liarse jamás con Ramsey Walker. Al fin y al cabo, era un escritor. Un hombre con inquietudes creativas. ¿No había descubierto tiempo atrás que dichos hombres eran personas inestables e impredecibles?

—Más vale que te levantes y te vistas si quieres volver a Ardmore conmigo —

dijo Ramsey—. Quiero llegar por la tarde. Esta noche tengo una cita —mintió con tranquilidad.

Aquel comentario tuvo en Alexis el efecto que él había deseado. Se cubrió aún más con la sábana, como si así pudiera protegerse de más abusos. Ramsey estuvo a punto de derrumbarse y correr a su lado para pedirle disculpas y confesarle que no estaba diciendo la verdad. Pero ella le hizo el favor de rechazar su oferta.

—No importa —le dijo—. Tomaré un tren.

—Alexis…

—No, en serio —insistió ella con poco entusiasmo. Tenía los ojos vacíos y tristes

—. Creo que pasaré un rato en la playa. E iré de compras. Vengo pocas veces a la costa. ¿Por qué malgastar un viaje tan perfecto?

Ramsey encajó sus palabras como una bofetada en la cara. Así que Alexis podía ser sarcástica cuando se lo proponía. Naturalmente, eso ya lo sabía él. Era una de las cosas por la cuales la amaba.

No, no debía pensar en el amor. Alexis Carlisle era una mujer como las demás.

Bueno, tal vez era especial, pero no dejaba de ser una mujer, en resumidas cuentas.

Estaría mejor sin ella.

Eso mismo se repitió Ramsey una y otra vez en el trayecto hacia Ardmore: que Alexis era simplemente una mujer y que estaría mejor sin ella. Para cuando aparcó el Jeep frente a su edificio, incluso se había convencido de que era cierto.

Más tarde, ese mismo día, estuvo atento y no oyó ruido en el piso de Alexis. Se dijo que no le importaba dónde pudiera estar. Tenía millones de cosas que hacer para mantenerse ocupado. Llamadas que hacer, cartas que contestar, plazos de entrega que cumplir… Sí, millones de cosas. No obstante, siguió preguntándose dónde estaría Alexis.

—De modo que por fin has entrado en razón.

Alexis miró a su padre, quien se hallaba sentado en la silla de piel de su estudio, e intentó no perder la compostura. Tuvo la sensación de que ir de visita a casa de sus padres había sido un tremendo error. Leland Carlisle era considerado un hombre impresionante en todos los aspectos: era creador y supervisor de una de las organizaciones filantrópicas más importantes del país, la Fundación Carlisle; conferenciante en varias universidades de la ciudad; presidente del club de vela de Pensilvania… No obstante, por lo que a Alexis respectaba, en ninguna de esas facetas imponía tanto respecto como en su papel de padre.

Era un hombre alto, esbelto y bien parecido, con la cabeza poblada de un espeso cabello plateado. Le gustaba ser obedecido y llevar las riendas en todo.

—Yo no lo llamaría «entrar en razón» —repuso Alexis—. Pero sí, he decidido cumplir con mi parte del acuerdo.

Leland observó a su hija con detenimiento.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó—. ¿Qué ha sido de ese tipo tan horrible, el tal Ethan?

—Evan —corrigió Alexis—. Evan Warminster.

—Qué más da. Era un imbécil falto de carácter.

—Papá…

—En fin, dejémoslo. ¿Qué ha ocurrido?

Alexis carraspeó para aclararse la garganta.

—Pues… —no podía decirle a su padre que Evan había resultado ser el mayor fiasco de todos—. Aceptó un trabajo en el oeste.

Leland asintió.

—Yo no quería marcharme de Pensilvania —continuó Alexis—. Sería alejarme demasiado de la familia —en aquellos momentos, no le pareció una perspectiva tan desagradable.

—Bueno, hemos encontrado a un hombre ideal para ti —anunció Leland, levantándose de la silla que Alexis siempre había denominado en secreto «El Trono».

—¿Ya? —preguntó ella, incapaz de disimular su asombro—. ¿Cómo sabíais que las cosas no funcionarían entre Evan y yo?

—Lo sabes perfectamente, Lexie. Bueno, el pretendiente en cuestión es Robert Brewster. Creo que lo conociste el año pasado en la fiesta navideña de la Fundación.

No es un tipo mal parecido. Y tiene tu edad, más o menos. Tiene un conocimiento perfecto de los negocios de la Fundación y es un empleado de confianza.

Que vendería a su abuela con tal de subir a los puestos más altos de la Fundación Carlisle, pensó Alexis. Sin embargo, era guapo, como había tenido ocasión de comprobar en la fiesta a la que hizo referencia su padre. Había pasado un rato charlando con él… y tratando de pararle los pies. Robert Brewster sería, sin duda, un marido atento y fiel. No porque la amara, sino porque jamás haría nada que pusiera en peligro su puesto en la Fundación.

—Robert Brewster… No sé, papá…

—Tonterías —repuso su padre—. Es un hombre muy cabal. La boda se celebrará en junio. Ya he reseñado un restaurante para el banquete.

—¿Lo sabe Robert? —preguntó Alexis secamente.

—Naturalmente que sí —contestó, su padre—. Se lo dije después de concederle un ascenso el mes pasado.

—¿Sabes, papá? Cuanto más lo pienso, más me…

—Ese ha sido siempre tu problema, Lexie, hija mía. Piensas demasiado. Bueno, ve a saludar a tu madre. No creo que te haya oído llegar.

Alexis se levantó obedientemente y se puso a recorrer la enorme casa en busca de su madre. Sabía que probablemente encontraría a Isobel Carlisle en el ala este, leyendo en el jardín. Mientras caminaba, pensó en Ramsey, en su aventura en Atlantic City. Y recordó sus palabras: «No me ames. Nunca podré corresponderte.»

—¿Madre? —llamó conforme salía al jardín.

—¡Alexis! —exclamó Isobel con visible alegría—. ¡Qué maravillosa sorpresa!

¿Cuándo has llegado? ¿Por qué no llamaste para avisamos de que venías?

Alexis sonrió y se encogió de hombros. Nunca dejaba de sorprenderle el aspecto estupendo que ofrecía su madre a pesar de haber criado a tres hijos. Alta, esbelta y peinada a la última moda, parecía más bien su hermana mayor.

—Hola, mamá. Salí de Ardmore esta mañana.

—Menudo viaje en coche —contestó Isobel mientras cruzaba el patio para abrazar a su hija—. ¿Por qué no has tomado el tren?

—Bueno, pensé que me vendría bien conducir unas cuantas horas.

Isobel la miró como si sospechara algo, y luego la condujo a un enorme sillón.

—¿Qué sucede?

Alexis respiró hondo e intentó no llorar.

—Mamá, ¿estabas enamorada de papá cuando te casaste con él?

A Isobel no pareció sorprenderle la pregunta. Miró a su hija a los ojos y la atrajo hacia sí.

—Lo amaba mucho, sí. Y lo sigo amando. A pesar de su jactanciosidad, su manía de meterse en la vida de sus hijos, y su afición al polo.

Alexis sonrió con tristeza.

—¿Qué opinión te merece Robert Brewster? —preguntó a su madre.

Isobel reflexionó un momento. Luego respondió:

—Hace un buen trabajo en la Fundación. Aunque es un poco cobista. ¿Por qué lo preguntas?

—Papá piensa que sería un buen marido para mí.

—¿Conque de eso se trataba? —dijo Isobel con expresión de incredulidad—.

¿De ese ridículo acuerdo al que llegaste con tu padre el año pasado?

—¿Tú lo considerabas ridículo? —inquirió Alexis, sorprendida.

—Naturalmente que sí —respondió Isobel—. Le dije a tu padre que me divorciaría de él si seguía adelante con semejante disparate propio de la Edad Media.

—Pero no he encontrado ningún hombre con el que casarme —dijo Alexis—. Y

le prometí a papá que…

—Alexis, cielo, hay mucha gente que no encuentra su pareja ideal. Pero no salen corriendo a casarse con la primera persona que se lo pida. O con la persona que elija su padre —añadió Isobel.

—Sí, pero…

—¿No comprendes que serás infeliz si te casas con un hombre al que no quieres? —señaló su madre pacientemente.

Alexis no contestó. Se limitó a mirarla y a reflexionar sobre lo que acababa de decir.

—Hay muchas clases de soledad, Alexis. Estar en compañía de alguien a quien no amas es mucho peor que estar solo. No obstante, estás interesada en algún hombre, ¿a que sí?

Alexis pensó que, cuando una mujer se quedaba embarazada, liberaba una hormona que le permitía saber qué pensaban sus hijos en todo momento.

—Hace poco conocí a un hombre que me… gusta mucho —confesó.

—¿Y por qué has cruzado Pensilvania para cumplir ese ridículo acuerdo con tu padre?

Alexis agachó la cabeza y se miró las manos.

—Porque el hombre que me gusta no quiere saber nada de mí —dijo suavemente.

—Pues debe de ser un imbécil ciego y egocéntrico —repuso Isobel.

Alexis sonrió a su madre.

—Bueno, puede que sí sea un poco egocéntrico —hizo una pausa antes de seguir—. También es… escritor, mamá.

—¿Y qué?

—Bueno, ya sabes que no he tenido mucha suerte con los artistas.

—Alexis, querida, no recuerdo que hayas salido con ningún artista. Sólo con payasos, farsantes y parásitos, con menos talento artístico que una ameba.

—¡Mamá!

—¿Vas a negarlo?

En un principio, Alexis deseó rebatir las afirmaciones de su madre. Pero, finalmente, se limitó a decir:

—No, supongo que tienes razón.

Ramsey había estado en lo cierto. Siempre se había buscado los hombres más aberrantes que pudo encontrar simplemente porque sabía que así fastidiaría a su padre.

—¿Os importará que pase aquí algunos días? —preguntó de repente a su madre. Necesitaba dejar transcurrir un tiempo antes de volver a ver a Ramsey.

—No, pero quiero que me respondas a dos preguntas —dijo Isobel.

—¿Cuáles?

—El hombre al quieres, ¿sabe lo que sientes por él?

—Sí —contestó Alexis con tristeza—. Me temo que le confesé que lo amaba.

Isobel asintió. Conocía muy bien a su hija, y comprendió perfectamente la situación.

—¿Y la segunda pregunta? —inquirió Alexis.

—¿De verdad piensas casarte con Robert Brewster simplemente porque tu padre lo desee?

—No —contestó Alexis inmediatamente—. Se lo diré a papá por la mañana.

Tienes razón, mamá. Es mejor estar sola que con alguien a quien no amas. Jamás seré feliz con otro hombre que no sea Ramsey. De modo que tendré que acostumbrarme a la soledad.

—Ramsey —repitió Isobel en tono pensativo—. Un nombre bonito. Fuerte. Tal vez ese escritor te dé una sorpresa, querida.

Alexis sonrió, pero no dijo nada. Al cabo de un rato se levantó y se retiró a su antiguo cuarto. Desde luego, no se podía negar que Ramsey Walker era una caja de sorpresas. Por desgracia, Alexis no creía que cambiase de opinión en ese aspecto.

Jamás amaría a una mujer como ella. Él mismo lo había dicho. Ahora tendría que vivir cerca de él… pero lejos al mismo tiempo. Lo vería salir con unas y otras, tal vez buscando a la mujer especial que le daría la felicidad. Saber que ella jamás podría ser esa mujer especial le hacía un daño insoportable.

Tal vez cuando regresara a Ardmore buscaría otro piso lejos del de Ramsey. Si iba a pasar sola el resto de su vida, debía hacerlo en paz.