Capítulo Once
Finalmente, Alexis permaneció en casa de sus padres hasta el sábado siguiente.
Su ego había recibido un duro golpe cuando, al llamar al Comité para pedir un par de días libres, le dijeron que podía tomarse toda la semana si lo deseaba. Se las arreglarían bien sin ella.
Cuando confesó a su padre que no tenía ninguna intención de casarse con Robert Brewster, Leland siguió en sus trece y se negó a cancelar las reservas del restaurante, pues estaba convencido de que su hija no tardaría en «entrar en razón».
Alexis meneó la cabeza y respondió que se llevaría un auténtico chasco cuando viera que él y Robert eran los únicos que se presentarían a la ceremonia.
Mientras su coche devoraba los kilómetros de regreso a Ardmore, por la autopista de Pensilvania, Alexis se obligó a pensar en el futuro. Hablar con su madre le había ayudado a ver las cosas con cierta perspectiva. Amaba a Ramsey. Eso era un hecho claro e indiscutible. No obstante, también estaba claro que él jamás podría corresponderle. Se sentía orgulloso de su soltería y no estaba dispuesto a ir más allá de unos cuantos escarceos sexuales con el sexo opuesto. Escarceos que dejaban de interesarle una vez que la amante de turno dejaba de ser una novedad. Por divertido que fuera acostarse con Ramsey, una mera unión física jamás sería suficiente para Alexis.
Recordó el modo en que se habían despedido en Atlantic City y comprendió que, por lo que a Ramsey respectaba, Alexis ya no ofrecía el atractivo de la novedad.
Existían pocas posibilidades de que él estuviera interesado en volver a tener una relación física con ella.
Su piso sería un lugar muy solitario. Naturalmente, podría escuchar lo que sucedía en el piso de abajo. Oiría la voz grave y profunda de Ramsey mientras dictaba sus textos o hablaba por teléfono; oiría el ruido de la máquina de escribir que, con toda seguridad, seguiría manteniéndola en vela hasta altas horas de la madrugada. Aunque eso sería preferible a dormir, pues desde hacía una semana sufría pesadillas en las que siempre figuraba Ramsey.
Pensó en comprarse un animal de compañía. Le gustaba la idea de que alguien, aunque fuese una criatura de cuatro patas, le diera la bienvenida cuando llegase a casa por las noches. Los gatos eran animales bonitos, pero no necesitaban a su amo del modo en que Alexis deseaba sentirse necesitada. Los perros, sin embargo, siempre hacían sentir a su dueño como si éste fuera el rey de su mundo. Sí, decidió que probablemente adquiriría un perro. Un peno que le hiciera compañía y escuchase su conversación sin juzgarla ni ponerle faltas.
Cuando los lugares por los que pasaba comenzaron a resultarle familiares, Alexis sonrió por primera vez desde hacía una semana. Volvía a casa. Siempre era agradable recuperar aquellas cosas que una apreciaba y quería. Se obligó a desechar la idea de que Ramsey Walker formaba parte de dichas cosas. Había dejado perfectamente claro que no deseaba formar parte de su vida. Tendría que habituarse a la idea.
Conforme abandonaba la autopista y se acercaba a su vecindario, Alexis notó una gran tensión en el estómago. La ausencia de Ramsey Walker era algo que no tendría más remedio que soportar. Sin embargo, sabía que nunca, nunca, se acostumbraría a vivir sin él.
Rex Malone volvía a estar en un aprieto. Por algún motivo, tenía problemas para relacionarse con las mujeres. Desde luego, Rex nunca se había molestado en cultivar dichas relaciones. Al fin y al cabo, eso era algo impropio de un hombre de verdad. Pero, de alguna manera, el aguerrido detective privado ya no podía ni siquiera obtener los favores de una mujer como Penélope Largo. No los deseaba.
¿Qué pensaría Raymond Chandler? Menos mal que el viejo Ray no podía ver en lo que Ramsey había convertido a un hombre hecho y derecho como Rex Malone.
Seguramente, habría sacudido la cabeza, decepcionado.
—Esto se me está yendo de las manos —dijo Ramsey en voz alta. De pronto, sintió la necesidad de tomar una copa. Se dirigió distraídamente hacia la cocina y abrió el mueble en el que guardaba su colección de marcas de whisky. Mientras vertía una generosa cantidad de licor ámbar en un vaso, sacudió la cabeza con consternación. Finalmente, Alexis Carlisle lo había impulsado a beber. En el fondo de su mente, Ramsey sabía que Alexis era la culpable del bloqueo que le impedía escribir.
No podía dejar de pensar en ella. La figura de Alexis lo acompañaba constantemente, excitando sus sueños por las noches, enredando sus pensamientos durante el día. Incluso aparecía en las escenas de la novela que estaba escribiendo.
Tachaba a Rex Malone de estereotipo machista y le decía a Penélope Largo que cualquier mujer con un mínimo de integridad se alejaría de aquel hombre tan inadecuado. En definitiva, Alexis Carlisle le estaba complicando la vida.
¿Y dónde diablos había estado aquella semana?
Después de tomarse tres copitas de whisky, Ramsey empezó a sentirse un poco mejor. Tapó la botella y volvió a su despacho. La máquina de escribir lo invitaba a seguir escribiendo, pero él vaciló. Alexis había calificado a sus personajes de estereotipos y sus argumentos de predecibles. Había dicho que sus diálogos eran poco naturales y su prosa poco evocadora. Tenía que haberse sentido insultado por aquellas críticas. Sin embargo, le dieron que pensar.
¿Tendría razón Alexis?, se preguntó, odiándose a sí mismo por permitir que ella influyera en su vida de aquel modo. Si un escritor no tenía fe en lo que escribía, ¿qué le quedaba entonces? Jamás había dudado de su talento, jamás había entregado a su agente o al editor una sola página de la que no estuviera absolutamente satisfecho. Si Alexis pensaba que su obra era una basura, era problema de ella, ¿verdad? Al fin y al cabo, un millón de lectores opinaban lo contrario. ¿Por qué debían preocuparle las críticas de una mujer?
Porque le importaban, admitió por fin. Por desagradable que fuera reconocerlo, la opinión de Alexis significaba mucho para Ramsey.
De mala gana, se sentó de nuevo delante de la máquina de escribir y recogió la carpeta en la que guardaba el último capítulo que había escrito. Apuró el vaso de whisky y se puso a leer.
Era cierto que aquella novela le estaba costando más de lo habitual. Las tres primeras, al menos, las escribió con absoluta facilidad. Tal vez el problema era que Rex Malone se había vuelto demasiado infalible. Quizá necesitaba un caso que no pudiera resolver por sí mismo.
Los labios de Ramsey se curvaron, formando una sonrisa. Sí, tal vez el bueno de Rex precisaba un poco de ayuda en esta ocasión. Y la encontraría… en una compañera femenina. Ramsey se recostó en la silla y se puso a reflexionar.
Pero no pudo evitar preguntarse cuándo volvería Alexis a su casa.
De pronto, oyó el ruido de unos pasos en la escalera. ¡Alexis había regresado!
Ya iba siendo hora. Instintivamente, se levantó de la silla y fue a abrir la puerta, con la intención de preguntarle dónde demonios había pasado los últimos seis días.
Luego se obligó a mantener la calma.
No era asunto suyo. Lo que Alexis hiciera o dejara de hacer en su tiempo libre no le concernía. Por mucho que él deseara lo contrario.
Había hecho lo posible por hacerle saber que no tenían nada en común, salvo una atracción sexual que ya habían saciado. Y, por la mirada que vio en los ojos de Alexis antes de separarse de ella, resultaba evidente que se había tragado la comedia.
Ahora, el problema era que él mismo no creía ninguna de sus afirmaciones.
Escuchó atentamente los sonidos que hacía Alexis. El delicado repiqueteo de sus pasos en el rellano de la escalera, el crujido de su puerta al abrirse. Siguió el ruido de sus pasos hasta el dormitorio, escuchó el golpeteo sordo de los zapatos al caer al suelo. Después se produjo un silencio total. Se estaba desvistiendo. Maldición, ¿por qué tenía que hacerlo en esos momentos, precisamente? Ramsey pensó que le sería imposible ponerse a trabajar durante el resto del día. Lo único que tenía en la cabeza era la ropa interior de Alexis.
Tenía que salir del apartamento un rato. Pensar en Alexis lo estaba volviendo loco. Mujeres, pensó con desagrado. No, «mujeres», no. «Mujer». Nunca se había obsesionado de aquella manera con ninguna persona. Alexis Carlisle le había llegado muy hondo, y Ramsey no acertaba a explicarse por qué.
Le iría bien respirar un poco de aire fresco, retirarse a algún sitio donde no lo atormentaran los pensamientos sobre Alexis. Mientras se ponía la chaqueta, Ramsey hizo una mueca. Sabía perfectamente que no existía un solo lugar en todo el universo donde estuviera a salvo de la influencia de Alexis. Su única esperanza consistía en tratar de resistir aquel martirio.
Durante los siguientes seis días, Ramsey y Alexis hicieron lo posible por evitarse. Y lo consiguieron, salvo en una ocasión. El miércoles por la mañana, ella se había levantado tarde y salía a toda prisa para llegar a tiempo al trabajo. Bajando las escaleras, justo en la planta de Ramsey, notó que un liguero se le soltaba, seguramente porque se lo había colocado mal debido a las prisas. Dejó escapar un gruñido de frustración y se agachó para subirse la falda con el objeto de ponerse bien el liguero.
En esto, Ramsey abrió la puerta de su piso y salió para recoger el periódico.
Sólo llevaba puestos unos pantalones cortos.
Cuando vio a Alexis en aquella situación, con la falda levantada e intentando ponerse el liguero de lacitos rosa, Ramsey casi se ruborizó.
Las miradas de ambos se encontraron por un fugaz instante, y de repente pareció que el edificio hubiese estallado en llamas. Antes de que ella tuvieran ocasión de decir nada, él se dio media vuelta susurrando:
—Dios mío, ya no puedo seguir soportándolo.
Por algún motivo, aquel comentario hizo sonreír a Alexis.
El viernes por la noche, Ramsey volvía a estar solo en su piso. Había estado solo todas las noches desde que volviera de Atlantic City. Como de costumbre, se había puesto a revisar el trabajo realizado durante el día, en concreto un capítulo que contenía una escena primordial, pues en ella se presentaba a un nuevo personaje. La pareja ideal de Rex Malone. Una detective atractiva, inteligente y locuaz llamada Cassandra Carson.
Era, sin duda alguna, el mejor personaje creado por Ramsey hasta la fecha.
Entre Rex y Cassandra existía una tensión sexual lo bastante significativa como para conferir interés a los diálogos. Ramsey pensó que la pareja tenía un gran futuro literario por delante. Incluso a Alexis le agradaría la nueva novela.
Sintió el impulso de subir a su piso para leerle el capítulo y conocer su opinión.
Jamás había tenido necesidad de hacer algo semejante. Ramsey Walker era un escritor solitario que jamás permitía que nadie, aparte de Theo y Mack, leyeran sus obras antes de que apareciesen en las librerías.
Pero deseaba compartir su obra con Alexis. De repente, deseó que ella formase parte de todo aquello que tuviera importancia para él. No dejaba de pensar en lo mucho que la echaba de menos.
En aquellos momentos, Alexis estaba en su piso. Ramsey la había oído subir hacía escasamente quince minutos. No existía ninguna ley que le impidiera subir a charlar un poco con ella, ¿verdad? Quizá podían incluso salir a cenar o a tomar un café. Luego darían un hermoso paseo por el parque. El tiempo aún era bueno y, seguramente, el aire fresco les aclararía la mente. Aunque, de repente, Ramsey Walker vio las cosas con más claridad que nunca en su vida.
Se puso unos pantalones marrones y un jersey color avena, se peinó concienzudamente y… oyó un ruido en el cuarto de baño de arriba.
Alexis estaba otra vez en la bañera. Pero no se encontraba sola.
Ramsey trató de calmar su corazón desbocado, intentó convencerse de que lo que había oído no era a Alexis pasándoselo bien en la bañera con otra persona.
Por desgracia, los gemidos de placer y el chapoteo que oyó a continuación le obligaron a pensar lo contrario. Maldición, ¿cómo podía haberse metido en la bañera con otra persona? ¿Tan poco significaba para ella lo que habían experimentado juntos? ¿Acaso Ramsey no había sido más que otra conquista para Alexis…?
No pudo soportarlo. Había llegado la hora de aclarar las cosas con ella. En primer lugar, le confesaría que la amaba y que no podía vivir sin ella. En segundo lugar, dejaría perfectamente claro que no estaba dispuesto a marcharse de su piso hasta que ella sintiera lo mismo por él.
Subió con furia los escalones y se plantó delante de la puerta de Alexis. Luego la llamó a voces. Por un momento, temió que ella no le contestara.
—¡Alexis! ¡Abre la maldita puerta!
De repente, la puerta se abrió y Alexis apareció frente a él. Estaba empapada, pero vestida. Llevaba puestos unos pantalones vaqueros desgastados y una camiseta roja manchada de pintura. Ramsey pensó que semejante ropa no era la más adecuada para una cita romántica. Aun así, Alexis le pareció más hermosa que nunca.
Iba sin maquillar y tenía el cabello recogido en una trenza que le caía por el hombro. Impulsivamente, le colocó una mano en la nuca y la atrajo hacía sí para darle un beso.
Alexis no tuvo tiempo de pensar en nada. Se limitó a devolverle el beso y a dejarse abrazar.
—Te he echado de menos —susurró Ramsey por fin.
—Y yo a ti —repuso ella, sin aliento.
Él entró y cerró la puerta. Al principio, Alexis no comprendió por qué Ramsey tenía aquella expresión de sospecha en el rostro.
—¿Dónele está? —exigió saber Ramsey.
—¿Dónde está quién? —preguntó Alexis enarcando las cejas.
—Sabes perfectamente de lo que hablo. ¿Dónde tienes escondido al cretino que he oído revolcarse en la bañera contigo? Voy a hacerlo papilla. No me gusta que ningún hombre busque nada contigo después de lo que tú y yo… En fin, ya sabes.
Alexis arrugó la frente. Conque era eso. La había oído en la bañera y había pensado que otro hombre invadía su territorio. Muy bien. Si el señor Walker pensaba que ella le pertenecía por el hecho de haberse acostado con él una vez, estaba muy equivocado.
—¿Cómo te atreves? —le preguntó en tono desafiante—. Que hayamos pasado una noche juntos note da derecho a venir aquí con la intención de echar a mis posibles amantes.
—¿Ah, no? —respondió él con los ojos entornados—. Sí tengo derecho. ¿Sabes por qué? Por te quiero.
Antes de que Alexis tuviera tiempo para reaccionar, Ramsey le colocó las manos firmemente sobre los hombros y la apartó a un lado. Luego se dirigió hacia el cuarto de baño dando grandes zancadas. Alexis estaba a punto de prorrumpir en carcajadas, imaginando cómo reaccionaría Ramsey cuando encontrase al «hombre»
que había en la bañera.
Ramsey abrió de un tirón la puerta del cuarto de baño y se quedó boquiabierto.
Acurrucado en un rincón había un cachorrito de perro, envuelto en una toalla.
—Oh, Ramsey, has asustado a la pobre criaturita —susurró Alexis a su espalda.
Luego entró en el cuarto de baño y tomó al perro en los brazos—. Pobre Pagliacci —
susurró al animal—. ¿Te ha asustado papá Ramsey? Tranquilo. Yo te protegeré.
Ramsey estaba totalmente estupefacto.
—¿Le has puesto de nombre Pagliacci? ¿Qué quieres, que cuando sea mayor le zurren todos los perros del barrio?
— Pagliacci es un nombre perfecto —contestó Alexis—. Es el nombre de un personaje de una de mis óperas preferidas. ¿Qué nombre sugiere usted, señor Walker?
Ramsey le sonrió y dio un paso hacia ella. Alexis retrocedió hasta la pared, y tragó saliva cuando él se apretó contra ella y la rodeó con los brazos. Luego miró al cachorrito que sostenía entre los brazos.
—¿Crees que nuestro amiguito podrá pasar solo un rato? —preguntó con voz serena.
Alexis tardó un momento en contestar. Respiró hondo y dijo con voz temblorosa:
—Sí. Podrá quedarse solo… un rato.
—Muy bien. Venga, Rex, vete a jugar —dijo Ramsey al perrito.
—¿ Rex? —protestó Alexis—. ¿No pensarás en serio llamarlo Rex? Es el nombre de ese horrible detecti…
Se interrumpió al notar que él la miraba fijamente a los ojos. Ramsey se inclinó sobre Alexis y le dio un beso dulce y tierno. Ella le correspondió, clavándole los dedos en el pecho y colocándole luego las manos en las caderas.
—Oh, Ramsey, cuánto te he echado de menos —susurró Alexis entre jadeos—.
Lo que dijiste antes… ¿iba en serio?
—Sí, muy en serio. Nunca me había enamorado con anterioridad, Alexis, pero estoy loco por ti. Te quiero, Alexis.
Después de besarlo, ella lo tomó de la mano y lo condujo al dormitorio.
—Antes de que… bueno, ya sabes…
—¿Sí? —preguntó Ramsey, sonriendo ante su repentina limitación en materia de vocabulario.
—Antes de que lo hagamos, quiero confesarte algo.
—¿De veras?
—Sí —contestó ella con voz vacilante—. ¿Recuerdas que te dije que los diálogos de tus primeras novelas eran poco fluidos y que tu prosa era poco evocadora?
—¿Cómo se me iba a olvidar? —respondió él con ironía.
—He vuelto a leer tus novelas en estos días…
—¿En serio?
—Sí. Y me he dado cuenta de que me gusta tu prosa. Además, creo que tus diálogos tienen mucho gancho.
—¿Estás siendo sincera?
Alexis asintió con la cabeza.
—No obstante, pienso que necesitas trabajarte más algunos de los personajes femeninos.
—Es curioso que lo menciones. Acabo de escribir un nuevo capítulo y me gustaría saber qué te parece.
—¿Sí? —preguntó Alexis, entusiasmada por el hecho de que Ramsey deseara compartir su trabajo con ella.
—Sí —asintió él. Luego introdujo los dedos en las presillas de los pantalones de Alexis y la atrajo hacia sí—. Pero lo dejaremos para más tarde. Para mucho más tarde.
Comenzó a besarle el cuello, el torso, el vientre, hasta que sus labios se toparon con el obstáculo de la medias. Decidió que Alexis llevaba puesta demasiada ropa.
—Quítate la camisa —murmuró mientras le pasaba los labios y las mejillas por el abdomen.
—Ahora quítate tú el jersey —le pidió ella—. Y los pantalones, y los zapatos, y los calcetines…
—Siempre deseé acariciar tu ropa interior —dijo Ramsey— mientras la llevabas puesta. Prométeme que, de ahora en adelante, yo seré el único que podré quitártela.
—Te lo prometo —dijo Alexis con una sonrisa.
—Y prométeme que, la próxima vez que hagamos el amor, llevarás puesto el liguero con lacitos rosa.
—¡Ramsey! —exclamó ella. Luego asintió—. Está bien. Pero, ¿quién va a explicarle todo eso al hombre que se case conmigo?
Ramsey se echó encima de Alexis y dijo:
—Se supone que ese hombre soy yo.
Ella notó que el corazón le rebosaba de alegría al oír aquello.
—Ya. Pero, verás, la semana pasada fui a Pittsburgh a visitar a mis padres, y…
—Ahí era donde te habías metido —interrumpió él al tiempo que le besaba el cuello.
—Sí —aseguró Alexis casi sin aliento—. Y parece que mi padre ha reseñado un yate y un restaurante para el banquete de boda, que se celebrará en junio. Él cree que… Oh, Ramsey, cómo me gusta eso.
—¿Sí? —murmuró él con la cabeza hundida entre los senos de Alexis—. ¿Qué cree tu padre?
—Cree que me casaré con uno de sus empleados en junio.
—Pues es raro —dijo Ramsey—. Porque para entonces nosotros llevaremos varios meses casados. Puede que incluso esperemos un pequeño Walker. Y me temo que mis padres insistirán en que nos casemos al más puro estilo del sur de Filadelfia.
Alexis se echó a reír.
—Será maravilloso —dijo—. No me imagino a mi padre bailando al son del acordeón.
—Eh, a mí me gusta la música de acordeón —repuso él.
—Tendrás que llamar a mi padre para comunicarle la noticia. Así sabrá desde un principio que no me caso con un imbécil falto de carácter.
Ramsey arrugó la frente, confundido.
—Creo que tendrás que hablarme un poco más de tu padre, Alexis —miró su cuerpo desnudo y esbozó una sonrisa lasciva—. Pero más tarde. Mucho, mucho más tarde.
—Y una cosa más —murmuró Ramsey suavemente esa misma noche, mientras permanecían abrazados en la cama haciendo planes de futuro.
—¿Sí? —preguntó Alexis con voz lánguida. Se sentía más satisfecha que nunca en su vida.
—¿Te das cuenta de lo grande que se pondrá Rex? —dijo Ramsey, mirando al cachorrillo negro, que se hallaba echado a los pies de la cama—. ¿Te has fijado en el tamaño de sus patas?
—Tienes razón.
—Ese perro se pondrá más grande que el sofá de tu sala de estar, cariño.
—Pero Pagliacci tendrá espacio de sobra en el piso.
—No, tesoro. Créeme. Tendremos que comprarnos una casa más grande. Mira, he estado buscando alguna en Bucks County.
—Bucks County —murmuró ella—. Me encanta ese sitio. Siempre huele a manzanas recién caídas del árbol.
Ramsey permaneció callado unos instantes, y luego se echó a reír.
—No puedo creerlo —dijo con voz serena.
—¿El qué?
—Que estemos de acuerdo. Parece que sí hay algo en el mundo que nos guste a los dos.
—Naturalmente que lo hay, Ramsey —le dijo con sonrisa picara—. Pero no hace falta pensar en Bucks County para que te des cuenta.
Ramsey la contempló a la luz de la luna. Por su expresión, supo qué era lo que deseaba en aquellos momentos. Alexis le acarició el vello del pecho y luego le dio un beso. Era totalmente cierto. Alexis y él tenían mucho en común. De hecho, formaban una pareja ideal.