25

Tras un par de horas, Fernando y Miranda aún seguían en el barco, en la cama, abrazados y saciados después de haber hecho el amor dos veces.

—Nos tenemos que ir, vamos a darnos una ducha. Nos esperan los invitados —dijo Miranda con pesar, estaba tan bien y a gusto allí con su marido que no deseaba marcharse en mucho tiempo.

En un intento por levantarse, Fernando echó un ojo a todas sus ropas tiradas y arrugadas por el camarote.

—No podemos llegar así, ¿has visto nuestras ropas?

Una sonrisa traviesa apareció en los labios de Miranda al recordar que algunos botones de la camisa de su marido volaron por los aires al quitársela con demasiadas prisas.

—Seguro que hay algo por aquí que nos sirva. Vamos a ver… —Miranda abrió un armario y en él había ropa de Lorena y Alberto. Rebuscó y sacó un vestido liso en color fucsia de su madre, ese le valdría para la cena de cumpleaños, era muy adecuado. Ajustado, con un poco de manga, sin escote por delante, con un cuello redondo a la base de la garganta y la espalda al descubierto por completo, le llegaba por la rodilla, era perfecto. Miranda y Lorena tenían un cuerpo muy parecido.

—¿Qué te parece? —le preguntó a Fernando con el vestido sobrepuesto con la percha por la cabeza.

—Muy sexy, no me imagino a tu madre con eso —inquirió con un ceja levantada.

—Y a ver qué hay aquí para ti…. —Miranda se puso a rebuscar entre las ropas de hombre.

—No pienso ponerme nada de Alberto —soltó Fernando de inmediato.

Continuaba sin considerarlo como su padre, Miranda se preguntó si algún día lo escucharía referirse a él como tal, se volvió y lo miró con ojos de reproche.

—Por favor, Fernando, es ropa de tu padre. Tú mismo me has dicho que nuestras ropas están hechas un asco, no podemos llegar así. No tienes opción —le ordenó con tono mandón.

La miró con mala cara y aceptó el traje chaqueta azul oscuro que Miranda le ofrecía en una percha. Hoy no quería discutir más con ella. Le dio también una camisa rosa palo, le extendió una corbata, y el negó con la cabeza. Dejaron la ropa sobre la cama y se fueron a duchar juntos.

Cuando Miranda y Fernando llegaron a su casa, ya habían llegado todos los invitados. Antes de cruzar la puerta de entrada, Miranda le recordó a su marido con una sonrisa que una vez dentro debía comportarse como su hermano y apartar las manos de ella. Fernando resopló y ella no pudo evitar una carcajada.

—Ahora pon cara de sorpresa. Y deja de mirarme así —lo reprendió, la miraba con un inmenso deseo en sus ojos desde que le vio puesto ese ajustado vestido con toda la espalda al descubierto—. No es una mirada de hermano —le sonrió con picardía y le guiñó un ojo.

Con una última caricia antes de entrar, Fernando le recorrió la espalda desnuda. Esto hizo a Miranda estremecerse y desear que esa fiesta familiar acabase cuanto antes.

—Me muero por quitarte este vestido. Se me va hacer eterna la fiesta —le susurró Fernando al oído.

Miranda soltó una risita y se encontraron con todos los invitados que los observaban a la entrada del salón.

Al verlos llegar, los invitados alzaron las copas que tenían en las manos y felicitaron a Fernando. Se quedó sorprendido de toda la gente que había allí, no esperaba tanta, pero su sorpresa fue aún mayor cuando de entre todos los invitados, avanzaron hacia él su madre y su hermano pequeño, Pablo. Fernando no se esperaba que su familia estuviese allí.

Ana se abrazó a su hijo, feliz, después de tanto tiempo sin tenerlo cerca, lo felicitó con sonoros y cariñosos besos, su hermano pequeño también lo felicitó. Marta acudió junto a él nada más verlo para abrazarlo y felicitarlo.

Muy contenta, Ana le dijo a su hijo que Miranda se encargó de esa sorpresa, les envió los billetes de avión y el alojamiento del hotel. Fernando sonrió satisfecho, otro regalo más de su esposa por ese día.

Sintiéndose un hombre muy feliz en esos momentos, buscó a Miranda con la mirada, la encontró cerca, ella hablaba con su madre. De inmediato, fue hasta ella y depositó un sonoro beso en su mejilla, de forma espontánea, no pudo reprimirse.

—Gracias hermanita. Ha sido una gran sorpresa tener hoy aquí a mi madre y mi hermano. No lo esperaba. —Miranda no esperaba tal gesto en público, notó cómo le recorría con disimulo la espalda con los dedos en una sensual caricia mientras le susurró con discreción—: Ahora tengo muchas más ganas de quitarte este vestido.

Sin poder permanecer por más tiempo cerca de esa mujer a la que deseaba besar como Dios manda, se marchó a saludar al resto de los invitados.

En medio de todo aquello, Lorena era muy observadora, no pudo evitar ir hasta su hija e interrogarla.

—Ese vestido que llevas… ¿estaba en el barco? Recuerdo que nunca lo llegué a estrenar. Me lo regaló tu padre y siempre me pareció muy atrevido para mí, por ello lo dejé allí —miraba a su hija con una sonrisa radiante—. A ti te queda muy bien. Y ese traje de Fernando y esa camisa… —Lorena lo observaba de lejos, Fernando se deshacía en ese preciso momento de la chaqueta.

—Mi padre siempre tuvo muy buen gusto —fue lo único que se le ocurrió decir a Miranda. Se supo descubierta por su madre.

—¿Qué le pasó a vuestras ropas para que ambos utilicéis esas? —le preguntó Lorena con diversión en los ojos. Esto consiguió que su hija se ruborizase. Seguidamente, alzó una mano y de inmediato dijo a modo de rectificación—: ¡No, mejor no quiero saberlo! —Dio media vuelta sonriendo y sintiéndose muy feliz por ellos.

Tras desaparecer su madre, Miranda necesitó otra copa de champán bien frío. Paloma la observó sola y pensativa, y decidió dejar la charla que tenía con unos compañeros de la clínica para acudir al rescate de su amiga. Cuando Miranda tenía aquella expresión en el rostro como la de esos momentos, era que algo importante pasaba por su mente.

—Estás espectacular, me encanta tu vestido —le dijo Paloma sacándola de sus pensamientos—. Ya veo que está todo arreglado con tu marido —le susurró bajito y le sonrió haciéndole saber que era conocedora del incidente de esa misma mañana con la amiga de Fernando en Miller.

Miranda le sonrió a su amiga sin darle explicaciones, estaban rodeadas de demasiada gente, luego buscó con la mirada a Román, últimamente era muy raro no verlo siempre junto a Paloma.

—¿Y Román? Es raro no verlo con Fernando o a tu lado.

—Acompañó a la amiga de Fernando a un hotel. Se iba a quedar en su apartamento, la llevó y todo allí, donde me la presentó, pero le dejé claro a Román que no te haría demasiada gracia. No sé en qué piensan a veces los tío—bufó Paloma. Le molestaba verlo con Amanda a pesar de saber que ella estaba interesada en Fernando—. Al final, le buscó un hotel. Debe de estar al llegar.

Nada más decir aquello, Román apareció por la puerta del salón, pero no venía solo. Amanda lo acompañaba.

Con unos celos que aparecieron sin querer, Miranda y Paloma fulminaron a esa mujer con la mirada. No entendían qué hacía allí sin haber sido invitada.

Apenas entrar, Amanda fue a saludar a Ana y a su hijo pequeño, los conocía desde hacía tiempo, era a los únicos que conocía de la fiesta, aparte de Fernando.

Cuando Fernando la vio saludar a su madre y luego a él, se quedó blanco de la impresión al verla allí, en su casa. De inmediato, buscó a Miranda entre el resto de los invitados. La divisó mientras se llevaba una copa de champán a los labios y lo miraba con recelo, luego tomó otra copa de champán del camarero que pasaba por su lado con una bandeja, la alzó hacia él a modo de brindis y se la bebió de golpe sin dejar de mirarlo a los ojos, le dio la espalda y desapareció ante su vista.

No podía soportar aquello. Ver a esa mujer felicitar a su marido, abrazarlo y besarlo con demasiado cariño hizo que se desataran todos los demonios, prefirió abandonar el salón antes de montar un numerito y arrepentirse más tarde.

Decidió refugiarse en el despacho de la casa, le vendría bien unos minutos de tranquilidad para calmar lo que bullía por dentro.

Con los brazos cruzados y la vista clavada en el jardín que tenía ante su vista a través de la ventada, Miranda se encontraba de espaldas a la puerta del despacho donde aún permanecía demasiado pensativa. De repente, se volvió hacia esta cuando escuchó que se abría. Al ver que era Fernando, lo encaró furiosa.

—La trajo Román —le dijo de inmediato Fernando a modo de escudo para pararla—. Cometió el error de decirle a Amanda que venía a una fiesta por mi cumpleaños. Ella es muy insistente, no pudo deshacerse de que lo acompañase. No he tenido nada que ver. —Fue hasta su mujer con paso decidido, la estrechó entre sus brazos pese a su inicial rechazo y la besó ardientemente para tratar de aplacarla—. Ella jamás provocó en mí, esto que tú provocas… —le cogió la mano y se la llevó hasta el pecho, junto a su acelerado corazón—, ni nunca lo conseguirá aunque lo intente. Con solo mirarte, me entran unas ganas locas de besarte y hacerte el amor, así. —Volvió a besar a su mujer, con brusquedad y desenfreno, la llevó hasta la mesa cercana, tiró al suelo sin miramientos todo lo que había en ella y la depositó encima de esta entre salvajes besos.

Estando inmersos como locos entre apasionados besos y caricias, apenas sin control, no escucharon que la puerta se abrió de golpe, tan solo escucharon el sonoro grito ahogado de Amanda al verlos allí, en aquella situación tan poco fraternal.

Fernando se incorporó de inmediato ante la inesperada interrupción, Miranda se recomponía el vestido y el pelo con una sonrisa triunfal, sin dejar de mirar a Amanda, no le importaba en aquellos momentos, lo más mínimo, que los hubiese descubierto.

—¡Es tu hermana! —gritó escandalizada y con ojos de horror Amanda.

Con un gesto rápido y antes de que entrase más gente en aquel lugar, Fernando cerró la puerta.

—No es mi hermana, no compartimos ni una sola gota de sangre. Ella no es hija biológica de Alberto Miller —le explicó.

—¿Es ella?, ¿ella es la mujer de la que estás perdidamente enamorado? —No salía de su asombro. Amanda señalaba a Miranda con el dedo.

Fernando asintió sin dudarlo, no pensaba negarlo.

En ese momento, entró Román junto con Paloma en el despacho. Ambos habían visto desaparecer a Amanda en la misma dirección que minutos antes tomó Fernando, lo que no imaginaban era encontrar allí a Miranda también.

Al verlo entrar, Miranda puso los ojos en blanco, ya solo le faltaba que también apareciese su madre y la de Fernando. Se lamentó mentalmente del día que llevaba.

—¿Puedes llevarme a mi hotel, por favor?, creo que en esta fiesta sobro —le rogó Amanda algo avergonzada por la situación a Román.

De inmediato Román le tendió la mano, y salieron juntos por la puerta sin decir nada más.

Una vez a solas, Fernando se paseó por el despacho revolviéndose el pelo, inquieto, mientras Miranda comenzó a recoger del suelo lo que habían tirado antes de encima de la mesa, y ambos quedaron en silencio.

Ya más calmado Fernando la observó allí de cuclillas recogiendo los bolígrafos y las carpetas. Fue hasta ella, la tomó por ambos brazos hasta colocarla a su altura y la abrazó.

—Lo que provocas en mí, esposa mía. Me haces perder por completo el norte de donde nos encontramos y las consecuencias de nuestros actos.

—Amanda nos ha descubierto —expresó Miranda con temor.

—Siempre fue una mujer muy discreta, no dirá nada. Y si lo dice, no me importa. Tan solo conseguirá escandalizar a unos cuantos, nuestro secreto sigue a salvo. Nadie sabe que estamos casados —la tranquilizó—. Y ahora, vamos ahí fuera antes de que comiencen a sospechar dónde andamos.

—Tienes que soplar las velas de tu tarta de cumpleaños —lo animó Miranda.

Lo tomó de la mano y juntos salieron del despacho hacia el salón, donde los invitados seguían con los aperitivos y bebidas sin haberse dado cuenta de lo sucedido.

Rodeado de muchas personas, Fernando sopló sus veintiocho velas en una gran tarta junto a sus dos hermanos pequeños y su madre, mientras que el resto de los invitados los observaban y le cantaban cumpleaños feliz. Miranda estaba enfrente de él sin dejar de admirar su bonita sonrisa y lo feliz que estaba.

Cuando apagó las velas y terminó de recibir los besos de los que tenía cerca, fijó la vista en su mujer, allí frente a él, ella le sonreía, él se moría por recibir un beso de ella en aquellos momentos. Le sonrió con esa sonrisa que a Miranda le hacía que se le paralizase el corazón y se encaminó hacia ella con decisión, ignorando a los invitados que iban hasta él.

Al llegar junto a su mujer, la tomó por la cintura sin reparos y le dio un casto beso de hermana mayor en la mejilla.

—Felicidades, espero que sea un gran año en tu vida —le dijo ella.

—Contigo junto a mí, seguro —le susurró mientras se decía que no la podía besar ni tomar como deseaba.

En la soledad de su habitación, una vez que despidieron a todos los invitados, Miranda le dio, o más bien le mostró a su marido, el último regalo de cumpleaños que le tenía preparado.

Salió del baño con un camisón corto, muy transparente, que dejaba ver claramente la fina, cara y sensual lencería que llevaba debajo. A Fernando se le cortó la respiración nada más verla ante sus ojos. Él estaba junto a la cama sentado, quitándose los zapatos, no llevaba camisa, tan solo los pantalones medio desabrochados.

Posó la vista en ella, y la admiró, lo dejó casi hipnotizado. Era perfecta, se quedó allí sentado, viendo cómo su mujer se encaminaba sensualmente hacia él, con decisión en sus pasos y un brillo especial en los ojos. Le sonreía, le hacía gracia la cara de completa sorpresa de su marido, no se la esperaba.

Llegó hasta él y se sentó encima, lo besó, lo tumbó sobre la cama y cubrió su cuerpo con el suyo, no dejó de mirarlo a los ojos en ningún instante. La magia que aquellos ojos desprendían era especial, no hacían falta palabras de amor ni profesarse los mutuos sentimientos que sentían en ese momento, sus ojos lo decían todo, y ambos habían aprendido ya a leer en los del otro.

—Ha sido un día agotador, con más imprevistos de los pensados, pero no podía dejar de darte mi último regalo por tu cumpleaños —le dijo su mujer, recorriéndole el rostro con suaves y sensuales besos húmedos, dejando huella donde lo besaba, siguió por su cuello y bajó hasta el pecho.

Fernando intentó tomar el mando de la situación, aquello lo estaba matando, no iba a durar mucho más, pero Miranda no lo permitió.

—Hoy mando yo, lo siento señor Miller —lo reprendió—. Tendrá que sufrir un poco más, valdrá la pena, se lo puedo asegurar. Será recompensado con creces.

Con descaro, continuó besando su pecho y bajando hasta la cinturilla de los pantalones, introdujo su mano dentro y pudo comprobar que estaba más que preparado, bajó la cremallera de los pantalones con expertas manos y su marido se entregó por completo al placer.

Fue una noche en la que Fernando pudo comprobar que le gustaba demasiado que su mujer tomara el completo mando en la cama y dejarse llevar ante esos juegos de seducción.

El día siguiente, Fernando lo pasó casi por completo con su hermano pequeño y su madre. Aquella mañana, al despertarse le dijo a Miranda que le gustaría que lo acompañase a pasar el día con su familia, quería que la conociesen, si bien no les podía decir que era su mujer, sí deseaba que la fuesen conociendo para cuando llegase el día de la gran noticia.

Miranda rechazó la invitación, se excusó con el cansancio que la embargaba del día anterior y lo convenció de que ellos necesitaban un día en familia, a solas. Fernando le dio las gracias por este gesto tan noble de su parte y le propuso ir al día siguiente con sus hermanos pequeños a pasar la tarde al cine y a merendar.

Luego, se despidió de su mujer hasta el concierto que irían aquella noche.

Miranda llegó a casa de su madre para el almuerzo, Marta estaba en casa de una amiga, madre e hija comieron a solas. Lorena estaba dispuesta a que Miranda le dijese de sus propios labios qué había entre ella y Fernando. Porque era obvio y saltaba a la vista que entre ambos había algo. Ella mejor que nadie captó la complicidad tan especial que existía entre ellos cuando estaban juntos.

—Miranda, ¿me vas a contar de una vez por todas, qué hay entre Fernando y tú? Porque es obvio que os acostáis juntos —le preguntó sin rodeos.

—¡Mamá! —exclamó con un tono más fuerte de lo normal, no se esperaba aquello. Lorena nunca era tan directa, siempre fue una madre muy discreta.

—Cariño, me he cansado de esperar a que me lo cuentes —se excusó exasperada—. Veo vuestras miradas, y anoche cuando llegasteis juntos con esas ropas que estaban en el barco… Fue muy obvio para mí. Te veo feliz Miranda, y tu felicidad es la mía, hija. Llevas dos años sin pareja, y me alegraría mucho que por fin hayas encontrado al hombre adecuado en Fernando. Es un buen chico, y se parece tanto a Alberto… que no dudo que te haga tan feliz como él me hizo a mí.

—Hay algo entre nosotros, nos atraemos demasiado. Nos estamos conociendo, mamá. Miranda no pudo mentirle a su madre, aunque tampoco le iba a contar todo—. No queremos decirlo aún, no sabemos si saldrá bien.

Por fin Lorena se relajó y se sintió feliz por completo. Le gustaba que Fernando y Miranda estuviesen juntos.

—¿Qué pensaría papá de esto si estuviese vivo? Tú lo conocías mejor que nadie —quiso averiguar la opinión de su madre. Ella conocía a Alberto mejor que nadie.

—Alberto os adoraba a los dos, creo que le hubiese gustado veros juntos. Al fin y al cabo, no sois hermanos. Sois dos personas jóvenes, sin compromisos y con mucho en común.

Miranda sonrió, ella también lo pensaba.

Su padre siempre se preocupó porque escogiese a un buen hombre, y sin duda Fernando lo era, y su padre lo sabía.

Cuando Fernando llegó aquella noche a su casa, después de pasar un estupendo día junto a su familia, Miranda lo esperaba en el salón, lista para ir al concierto.

Hablaba por teléfono cuando su marido entró en la estancia.

La observó allí de pie junto a la chimenea, con unos pantalones negros de cuero, botas planas negras, camisa blanca y una cazadora también en cuero, llevaba su larga melena lisa y los labios pintados de rojo, estaba espectacular.

Fue hasta ella, le dio un breve beso en los labios a modo de saludo y le indicó con un gesto que subía a cambiarse de ropa.

Cuando bajó, Miranda lo esperaba donde él mismo estaba cuando llegó, lo observó vestido con unos vaqueros oscuros, una camiseta gris clara y una cazadora de cuero negra. Olía muy bien, se había dado una ducha rápida, aún tenía el pelo un poco mojado.

—¿Con quién hablabas? —le preguntó Fernando mientras se dirigían al coche. Iban justos de tiempo.

—Con Marta, hoy cuando fui a comer con mi madre no estaba, pasaba el día en casa de una amiga. Le dije a mi madre que me llamase para contarle que mañana vamos a ir los cuatro al cine y a merendar juntos con tu hermano pequeño, le ha hecho mucha ilusión. Por cierto, mi madre sospecha lo nuestro —le dijo cambiando de tema.

Al abrocharse en cinturón él la miró con una sonrisa y una ceja alzada.

—Era lógico, después de vernos ayer vestidos de Lorena y Alberto… —bromeó—. Si recordó dónde estaba esa ropa…

—Le he tenido que decir que nos acostamos juntos, para que se quede tranquila y baje la guardia —le aclaró algo incómoda.

Fernando arrancó el coche, la miró con una sonrisa en sus labios y asintió sin importarle demasiado. Con las miradas que le echaba a su esposa, era lógico que su suegra sospechase que entre ambos había algo más que una simple convivencia y trabajo.

El concierto de Lenny Kravitz fue espectacular, disfrutaron de la música y compartieron la zona vip con amigos: Román, Paloma y Víctor.

Durante todo el concierto bailaron y rieron, Fernando y Miranda no dejaron de darse mutuas muestras de amor, si bien, se abstuvieron de los besos en la boca porque había prensa y no deseaban darles de qué hablar. Pero fueron inevitables los bailes, miradas, caricias e incluso uno que otro casto beso en el cuello, la mejilla o detrás de la oreja.

El domingo por la tarde, Miranda y Fernando fueron a merendar y al cine con sus hermanos pequeños. Pablo y Marta hicieron amistad muy pronto, ambos tenían casi la misma edad.

Durante la película para niños, Fernando estaba un poco aburrido, comenzaba a pesarle llevar allí más de una hora sentado.

Cuando se cansó de estar en la misma posición durante hora y media, y Miranda le susurró que aún le quedaba media hora más allí, decidió centrarse en ella, estaba sentada a su lado y tampoco mostraba mucho interés por lo que se proyectaba en la pantalla, al contrario que los niños. Fernando comenzó a susurrarle al oído todas las cosas que le pensaba hacer al llegar a casa y la besó de forma fugaz sin que sus hermanos se diesen cuenta, como lo había estado hecho a lo largo de toda la tarde cuando veía que los niños no los miraban.

Con una intensa Miranda lo reprendió por sus constantes arrumacos, pero fue inútil, su marido no paró, ella era su mejor distracción. Siempre la encontraba deseable, no había ni un solo segundo al día no que no soñase con besarla y abrazarla.

Al final de la tarde, cuando Pablo se despedía de Marta, este regresaba al día siguiente a Andalucía, donde vivían los padres de Fernando, el niño le hizo una pregunta a su hermano mayor:

—¿Puedo darle a Marta un beso como los que tú le das a Miranda? —le soltó ilusionado.

Con los ojos muy abiertos, Fernando lo miró con sorpresa sin saber qué contestar, no se esperaba esa pregunta. Estaba claro, que lo habría visto besar a Miranda en el cine, en la cola de este, o en la merienda.

Su hermano solo tenía once años, y su hermana nueve. Casi se horrorizó.

—Si Miranda no es tu hermana, Marta tampoco lo es mía, ¿verdad? —siguió argumentando Pablo.

—Sois muy pequeños aún para daros besos así —le soltó casi con brusquedad tirando de él.

Miranda iba unos pasos atrás con su hermana de la mano, sonreía porque había escuchado la conversación entre su marido y su hermano.

—¿Y se los puedo dar cuando sea mayor?

Pablo era incansable, pensó Fernando.

—Supongo que sí —casi bufó para que dejase el tema que tanto le incomodaba—. Si ella te deja… —le soltó algo crispado.

Miró a ambos críos y luego a su esposa, que lo observaba con una enorme sonrisa en la cara, al parecer aquello le hacía mucha gracia.

Para su sorpresa, Fernando estaba molesto, los comentarios de su pequeño hermano lo hicieron reaccionar como un padre con Marta.

—Mira que si se repite la historia… Pablo y Marta… como tú y yo… dentro de unos años… —le dijo en voz baja Miranda a Fernando mientras guardaban unas compras en el maletero. Los niños ya estaban montados en el coche.

—Por favor, Miranda, deja de decir eso. Me imagino a esos dos haciendo todo lo que yo te hago a ti y se me pone el cuerpo malo. ¡Son unos niños! —Estaba realmente escandalizado.

Se dirigió a la puerta del conductor y Miranda a la suya, tras soltar una sonora carcajada. La actitud de su marido le hizo mucha gracia, no se lo hubiese imaginado así, tan protector.