24
A solas en el despacho de dirección de la clínica, Diana contemplaba entre sus manos el contrato que Fernando firmó días atrás, era el acuerdo para sacar al mercado en unos meses las pastillas para adelgazar. Esta sonrió para sí alzando el contrato entre sus finos dedos, los folios quedaron a la altura de su cabeza, y dijo en voz alta para sí misma:
—Esto es una gran victoria, Diana. Por fin me voy a deshacer de ambos herederos sin necesidad de matarlos. Muy pronto seré la única que se siente en este sillón que me pertenece por derecho. Como debió de ser siempre. ¡Usurpadores!
La maravillosa luna de miel a bordo del crucero por el Mediterráneo llegó a su fin, y muy a su pesar, Miranda y Fernando tuvieron que volver a la cruda realidad, en España los esperaban demasiadas obligaciones, no podían retrasar la vuelta por más tiempo.
Directos desde el aeropuerto, Miranda y Fernando llegaron en un taxi a la mansión Miller, deseaban ver a Marta y a Lorena, antes de bajarse del mismo, en la verja de entrada de la propiedad, Fernando le dio un breve beso a su esposa en los labios.
—El último, hasta que estemos de nuevo solos —le susurró—. Yo siempre me muero de ganas por besarte y tocarte, recuérdalo. Mis esfuerzos van a ser titánicos cuando estemos ante los demás —suspiró, le sonrió y ambos se bajaron del coche, cogieron sus maletas y entraron en la gran mansión.
Como la buena madre que era, Lorena los recibió en la entrada y no le pasó desapercibida la felicidad y el brillo especial que su hija llevaba reflejado en el rostro. La encontraba diferente, nunca había visto a Miranda así, estaba incluso más guapa si cabía. Fernando también tenía una expresión diferente en la cara. Lorena los miró a ambos, pero no dijo nada, sabía que habían pasado una semana juntos en Suiza tratando de solucionar unos problemas con el laboratorio de allí. Sin embargo, entre ambos algo había cambiado, saltaba a la vista la complicidad entre ellos.
La pequeña Marta recibió a sus hermanos con una enorme alegría, le encantó el reloj que le trajeron como regalo del viaje y los convenció con mucha insistencia para que se quedasen a cenar con ella y Lorena.
—Miranda te veo diferente, tienes una luz especial en tus ojos. ¿Algo que quieras contarme, cariño? —le dijo Lorena a su hija a la mínima oportunidad que tuvo a solas con ella.
Con una inmensa felicidad que le brotaba por todos los poros de la piel, Miranda estuvo a punto de contarle que Fernando era su marido. Pero no lo hizo, no sabía la reacción de su madre y las posibles consecuencias de aquello. Decidió esperar a que se cumpliese el año estipulado en el testamento para dar la gran noticia.
—Estoy feliz mamá. El trabajo y la convivencia junto con Fernando no están siendo tan malas como pensé en un principio, nos llevamos bien. —La abrazó y le dio un beso para despedirse de ella.
Lorena sospechaba que su hija y Fernando se llevaban más que bien últimamente, pero no le dijo nada.
Tras un viaje agotador y una cena en familia, Fernando y Miranda por fin llegaron a su casa, lo que en un principio les pareció un verdadero calvario, ahora lo agradecían. Convivir juntos en ese enorme chalet, sin nadie más que ellos dos, sería una gran ventaja hasta que pudiesen gritar a los cuatro vientos que eran marido y mujer.
A la mañana siguiente, ambos desayunaban en la cocina, listos para ir a trabajar. Juntos habían preparado el desayuno entre caricias y besos, era su primera mañana en casa como marido y mujer, todo resultaba muy nuevo para ellos, disfrutaron de cada momento.
Sentados en la mesa, Miranda consultaba el móvil mientras terminaba el café. Fernando tenía el portátil abierto a su lado, repasaba el informe de la reunión que tendría en un par de horas, le sonó el teléfono y vio que era su madre.
Mientras Fernando escuchaba a través del teléfono, Miranda lo observaba tratando de averiguar qué desearía su suegra a esas horas. De repente, se paró a pensar que tenía una suegra a la que aún no conocía personalmente.
—No mamá, me será imposible estar este año ahí por mi cumpleaños —le dijo Fernando a su madre poniendo los ojos en blanco—. Ya sé que hace casi dos meses que no nos vemos, pero ando muy liado por aquí. Podéis organizar un fin de semana y venir a visitarme, avísame con tiempo y os reservo todo. —Se hizo un silencio de nuevo en la conversación, después Fernando se despidió de ella diciéndole que se le hacía tarde para ir a trabajar.
—¡No me puedo creer que no supiese cuándo es el cumpleaños de mi marido! —le dijo Miranda con una carcajada mientras se tapaba los ojos con las manos.
—Es este viernes. El catorce de marzo —le informó Fernando como si eso no tuviese relevancia alguna.
Estaban a martes.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —lo reprendió—. ¿No te gusta cumplir años? Debo recordarte que soy tres años mayor que tú.
—No me había acordado de mi cumpleaños hasta que mi madre me lo acaba de mencionar, nunca hago nada especial.
—Este año habrá que hacer algo diferente —le propuso su esposa dándole un suave beso en los labios.
—Por supuesto, llegaremos el viernes por la noche a esta casa y no pienso salir en todo el fin de semana, voy celebrar mis veintiocho años junto a mi flamante esposa, solos —le aclaró.
Recorriéndole la mejilla con los dedos y notando la recortada barba que siempre llevaba, Miranda pensó que ya haría algo especial por el cumpleaños de su marido. Se merecía que recordase por siempre el primer cumpleaños de casado.
Ya en el ascensor de la clínica, ambos subían solos, camino del despacho de dirección. Miranda miraba con atención a su guapísimo marido con una sonrisa en los labios.
—Está usted muy sexy en traje chaqueta en el trabajo, nunca antes habías venido así.
—Hoy tengo una reunión muy importante y un almuerzo, es lo adecuado.
No le gustaba usar traje chaqueta y corbata, tan solo lo llevaba en las más estrictas ocasiones. Fernando era de ropa más informal.
—Y tú, hermanita… —le sonrió y la miró de arriba abajo con picardía— estás muy sexy con ese vestido rojo que marca cada una de tus curvas. Se me pasan unas cuantas ideas por la cabeza, no sé si podré mirarte con ojos de hermano pequeño durante el resto del día delante de los demás —le guiñó un ojo mientras la devoraba con el otro—. Desde ayer por la mañana no te hago el amor y me muero de ganas. —Se acercó más hasta ella con una maravillosa sonrisa en sus labios, la arrinconó en el ascensor y le cubrió la boca con la suya con un beso exigente que la dejó sin aliento.
Al pararse de pronto el ascensor en la planta tres y comenzar a abrirse las puertas, ambos se separaron de inmediato al tratar de guardar las formas. Las puertas se terminaron de abrir por completo y ante ellos aparecieron Román y Paloma, ataviados con sus batas blancas y unos informes en las manos.
Los cuatro se saludaron con besos y abrazos ya en el ascensor.
El día antes, Fernando los había citado en el despacho de dirección de Miller a ambos para que los pusieran al tanto de lo acontecido en su ausencia y la de su mujer.
—Cuidado parejita, se os nota en la cara lo que veníais haciendo en el ascensor —los reprendió Román con una sonrisa enorme una vez las puertas del ascensor se cerraron por completo—. Hay que ser más cuidadosos o comenzarán las habladurías —los miró sonriente y desvió la mirada a otro lado.
Paloma le dio un leve codazo a Román y Miranda se sonrojó por el comentario.
—Amor de hermanos, mal pensado —dijo Fernando robándole un beso a su mujer en presencia de ambos.
Los cuatro estallaron en sonoras carcajadas.
Cuando el ascensor se abrió, Alicia los miró extrañada, era muy temprano para esas sonoras risas. La saludaron y todos se encerraron en el despacho de dirección durante un par de horas. Había mucho que poner en orden.
A la hora del almuerzo, Fernando se despidió de Miranda y le dijo que se verían en casa esa noche. Tenía una comida de trabajo junto con Román para ver los nuevos equipos que iban a adquirir, y luego una reunión sobre el producto de adelgazamiento.
Miranda almorzó con Paloma, la puso al tanto de la maravillosa luna de miel que tuvo y le comentó que el viernes era el cumpleaños de su marido y le gustaría hacerle una reunión especial en casa, con amigos y familiares.
El día del cumpleaños de Fernando llegó, y esa mañana, Miranda lo despertó temprano, recorriéndole todo su atlético cuerpo con lentos y suaves besos. Cuando llegó junto a su boca, él ya estaba completamente despierto, pero la dejaba hacer. Tenía una enorme sonrisa en los labios cuando sus ojos miraron los de su mujer. Le encantaba cuando Miranda tomaba la iniciativa en la cama.
—Feliz cumpleaños, mi amor —le dijo su mujer sentándose a horcajadas sobre él.
Presintiendo que sería un gran día, Fernando la acercó más a su boca y su lengua se fue abriendo paso entre los labios de su mujer, profundizó el beso y saboreó cada rincón de esa dulce boca por la que estaba completamente loco y le hacía sentir lo que jamás había sentido. Se colocó encima de ella con un ágil movimiento, tomando él las riendas, cuando Miranda lo besaba de aquella forma, perdía por completo el control sobre sí mismo.
—Quiero cumplir años todos los días, eres mi mejor regalo de la vida, Miranda. No pido nada más, tan solo esto. —Se movió provocativamente sobre ella—. Perderme en tu cuerpo cada mañana, cada noche, cada día y ver que te retuerces de placer.
Le hizo el amor lenta y apasionadamente, como solo Fernando sabía hacérselo, llevándola al paraíso y dejándola sin apenas fuerzas para levantarse e ir a trabajar.
Cuando ya se ducharon y se vestían para marcharse, Miranda le dio a su marido el primer regalo de cumpleaños, aunque Fernando lo consideró como un segundo, aquel despertar fue un verdadero regalo.
Intrigado por lo que contendría el sobre que Miranda le entregó, Fernando lo abrió y vio dos entradas para el concierto de Lenny Kravitz, tan solo daba uno en España este año, y era para el día siguiente. La abrazó feliz, y le dio un maravilloso beso.
—Gracias. Ir a un concierto juntos, me gusta —le guiñó un ojo—. Nuevas experiencias a su lado, señora Miller, siempre es un placer.
—Este es uno de mis regalos, a la noche tendrás más —le prometió con una sonrisa, deshaciéndose de los brazos que le rodeaban el cuerpo.
—Estoy deseándolo. Se me va hacer un día muy largo.
Volvió a atraparla, la besó y bajaron a coger el coche para ir a trabajar.
Fernando estaba solo en el despacho de dirección de Miller cuando Alicia le avisó que Román quería verlo, le indicó que lo hiciera pasar, y la sorpresa que se llevó al verlo aparecer ante él fue mayúscula.
Román no venía solo, lo acompañaba Amanda, una mujer guapa, joven, rubia, y de ojos azules. Nada más verlo, Amanda se lanzó a los brazos de Fernando, que apenas logró levantarse del sillón, lo felicitó por su cumpleaños, fecha que ella recordaba bien, y le dio un beso en los labios, sin importarle para nada la presencia de Román en esos momentos. Este tosió forzadamente cuando vio la escena delante de sus ojos.
Fernando apartó a Amanda con delicadeza.
—¿Qué haces aquí? —estaba totalmente sorprendido, era la última persona que hubiese esperado ver ese día.
—Me la acabo de encontrar en la entrada de la clínica —se apresuró a contestar Román—. Amanda viene a pedirte trabajo, su contrato en Londres finalizó —le advirtió de los planes de la mujer.
Ella lo miró con cara de pocos amigos por revelarle sus intenciones tan rápidamente.
—Me enteré por la prensa que eras el nuevo director de esta clínica, que la habías heredado. Nunca me dijiste que Alberto Miller era tu verdadero padre —lo reprendió con coquetería mientras paseaba sus dedos por la solapa de la bata blanca que llevaba puesta Fernando—. Cuando te vi en una foto con este apellido no podía creerlo. Y he descubierto tras siete meses en Londres que aquello no es para mí, odio ese clima. También te echaba de menos —le aclaró—. Por ello decidí venir a pedirte trabajo en tu clínica y estar más cerca de ti. Pero hoy es tu cumpleaños, cariño, no hablemos de trabajo, dejemos eso para otro día. Supongo que aún no tienes muchos amigos por aquí, ¿comemos juntos para celebrarlo? —se volvió hacia Román invitándolo al plan.
—No puedo Amanda, tengo mucho trabajo —se excusó serio Fernando. Le pedía a su amigo con la mirada que la sacase de allí.
Román conocía bastante a Amanda de la época en la que vivieron en Madrid.
—Esta noche entonces. Venga Fernando, no seas aburrido —trató de convencerlo—. Es tu cumpleaños y estoy aquí.
Compadeciendo a su amigo por cómo saldría de aquella ileso, Román se excusó ante ellos, les dijo que había olvidado algo que hacer en su consulta.
—Te veo en la cafetería en unos minutos, podemos tomar un café los tres —le propuso Fernando reprendiéndolo con la mirada por dejarlos solos.
Nada más salir Román por la puerta, Amanda se levantó del sillón que ocupaba frente a Fernando y fue hasta él con paso decidido, se sentó en sus piernas y le rodeó el cuello con los brazos.
—Llevo siete meses sin verte, hemos estado un poco distanciados últimamente, recuperemos el tiempo perdido —le propuso coqueta y seductora.
Ambos se encontraban en una actitud muy comprometedora, y justo en ese momento, entró Miranda, por supuesto ella no tenía que llamar para entrar en su despacho. Y se encontró con aquella escena tan desagradable ante sus ojos, su marido con una rubia sentada en las piernas que le rodeaba el cuello con los brazos y estaba a punto de besarlo, y todo aquello allí, en su sillón.
Se quedó paralizada al verlos, sin ser capaz de dar un paso más, no se esperaba algo como eso. Fijó la mirada en la mujer, y se dijo que no la conocía de nada, no era nadie de la clínica.
Maldiciendo mentalmente aquella situación, Fernando, nada más ver a su mujer, se levantó de inmediato apartando a Amanda de su lado.
Los ojos de Miranda ardían, una furia interior amenazaba con estallar. No podía creer aquello, lo que sus ojos acababan de presenciar. Se quedó paralizada en la mitad del despacho, sin saber qué decir ni qué hacer, no podía montar una escena de celos por muchas ganas que tuviese de gritarle y pegarle a su marido y aquella mujer. ¿Qué hacía, se marchaba y los dejaba allí solos?, ¿o la echaba a ella de su despacho con la excusa de que tenía que trabajar y ese no era lugar para manoseos?
Rezando a todos los santos que recordaba, Fernando fue hasta ella, se situó a su lado, le pasó la mano por la cintura, a modo de calmarla, estaba algo nervioso, hacía mucho tiempo que no se veía en una situación tan incómoda.
—Amanda, te presento a mi guapísima hermana, Miranda Miller, junto a ella dirijo esta clínica y compartimos este despacho.
—Hola, encantada —le dijo Amanda.
Miranda ni siquiera la escuchó, sus ojos se volvieron hacia Fernando como un rayo al oír que la presentaba como su hermana, quería matarlo allí mismo. ¿Cómo se atrevía a presentarla a aquella mujer como su hermana después de lo que acababa de presenciar entre ambos?
De malas formas, se deshizo de su abrazo de inmediato y fue hacia donde se encontraba Amanda, que aún permanecía detrás del escritorio, donde Fernando la dejó. Miranda la observó con detenimiento durante unos breves instantes, la tensión se notaba en el ambiente, y ante el breve silencio que hubo, no pudo evitar volverse hacia su marido, fulminarlo con la mirada y preguntarle muy molesta:
—¿Y la señorita es…?
—Es una amiga desde hace muchos años —respondió Fernando de inmediato. Solo le faltaba que Amanda le diese detalles a su mujer—. Ella es médica también, acaba de llegar de Londres donde ha estado siete meses ejerciendo como neurocirujana.
—Londres no es para mí, y como Fernando es dueño de esta clínica, he venido a pedirle trabajo. Tengo planeado volver a España —le comunicó con decisión a Miranda.
Esto hizo que Miranda la observase con los ojos muy abiertos mientras se enfurecía mucho más. Solo le faltaba que Fernando contratase a esa mujer.
—Yo también soy dueña de esta clínica por si no te lo han informado, juntos la dirigimos y tomamos todas las decisiones —le dejó bien claro a ella, miró a su marido y lo fulminó con la mirada. Tenía una mezcla entre rabia y decepción.
Fernando notó que la paciencia de su esposa estaba por estallar de un momento a otro, necesitaba hablar con ella, a solas, o aquello podría terminar muy mal.
—Amanda, ¿serías tan amable de esperarme fuera unos minutos? Necesito aclarar con Miranda un asunto a solas, ahora bajamos a tomar un café con Román.
Esperó a que Amanda saliese, tras despedirse brevemente de Miranda.
Una vez a solas, Miranda se sentó en el sillón tras su mesa, fijó la vista en su marido y esperó una explicación a todo aquello.
—Sé que debes de estar muy cabreada por todo esto, lo siento —comenzó Fernando sin saber muy bien cómo abordar el tema—. No es lo que parece, Miranda. Siento mucho que hayas entrado y nos hayas encontrado así. Amanda se presentó sin avisar, ella es muy impulsiva, hacía mucho que no me veía… Hace meses que no contesto a sus mensajes. —Fernando estaba nervioso, se paseaba a lo largo del despacho con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, no sabía cómo aplacar la furia de su mujer ni explicar lo inexplicable.
Con los ojos clavados en él, como si lo estudiase, Miranda no le habló, lo siguió observando con un profundo dolor, tenía los ojos vidriosos y un nudo en la garganta que le impedía sacar todo lo que llevaba por dentro.
Desesperado por su silencio, su marido fue hasta ella, la levantó del sillón tomándola por ambos brazos, y la miró a los ojos.
—Por Dios, no pienses ni por un solo segundo que te soy o he sido infiel con Amanda. Ella forma parte de mi pasado. Miranda, yo te amo —le dejó claro—. No te hagas ideas raras. Para mí solo estás tú, ella nunca fue importante en mi vida.
Fue a besarla, y ella se apartó.
—¡¿Que no me haga ideas raras?! —estalló—. Si llegas a entrar tú aquí y me encuentras a mí así con otro hombre, ¿qué hubieses pensado, hermanito? —le reprochó y pronunció con un deje especial la palabra hermanito.
—Tienes razón, pero te lo estoy explicando, joder —Fernando se revolvía el pelo nervioso—. Es una vieja amiga, acaba de llegar, hacía siete meses que no nos veíamos… —Fernando no sabía cómo hacerla entrar en razón y que Miranda entendiese que Amanda no significaba nada para él.
—¡Me has presentado como tu hermana! —le recriminó con un grito, muy dolida por ello.
—Para todos eres mi hermana, Miranda. ¿Qué querías que dijese?
—¿Cómo de vieja amiga es? —lo cortó Miranda—. ¿Fuisteis pareja? Porque ella parece querer de ti algo más que un simple trabajo.
—La conozco desde el instituto —Fernando respiró hondo y trató de calmarse—. Volvimos a coincidir cuando llegué a Madrid a trabajar y mantuvimos una relación, nada serio —le aclaró al ver que Miranda lo fulminaba con los ojos—. Solo nos acostábamos de vez en cuando. Luego ella se marchó a Londres y llevo siete meses sin verla y sin apenas saber de ella. No he respondido en todo este tiempo a sus mensajes. Ella no me interesa lo más mínimo, mi amor.
Miranda no podía asimilar todo aquello, era demasiado. Llegar a su despacho, encontrarse a su marido con una ex amante encima de las rodillas abrazándolo, y que él la presentase como su hermana fue demasiado. Tenía ganas de gritar y de llorar al mismo tiempo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? Su marido estaba allí, frente a ella, confesándole que años atrás había mantenido una relación con esa mujer, y para colmo, le daba a entender que ni siquiera habían cortado del todo.
—Fernando, tu amiga te espera fuera. Déjame sola. Vete —le pidió sin mirarlo siquiera. No quería que descubriese las lágrimas que estaban por brotar de sus ojos.
—Miranda…
—He dicho que me dejes sola —le gritó sin dejar que se acercase a ella, como eran las intenciones de Fernando.
Él asintió con pesar, se deshizo de la bata de malas formas, fue a coger su chaqueta del sillón y se encaminó a la puerta del despacho en silencio. Antes de abrirla, miró a su mujer, que estaba de espaldas a él, con los brazos cruzados a la altura del pecho y mirando por los enormes cristales, sintiendo pena por la situación por la que pesaban y Miranda no se merecía, pero él tampoco.
—Siento todo esto, de verdad. No hemos terminado de hablar.
Miranda no le respondió ni se giró.
Una vez sola en su despacho, Miranda no pudo reprimir las lágrimas contenidas. Lloró allí de pie con sonoros sollozos, apoyó la frente contra el frío cristal y calmó su llanto, luego fue hasta el sofá, se tendió en él y continuó llorando.
Ese día era el cumpleaños de su marido, y ella le había preparado una fiesta sorpresa en su casa con familiares y amigos. Le había pedido a la madre de Fernando, sin que él lo supiese, que estuviese allí con su hijo pequeño y el padre de este. Después de lo que acababa de ocurrir entre ellos, la fiesta organizada para esa noche le pesaba como una gran losa sobre su cabeza, ahora mismo no tenía ganas de nada, solo de llorar.
El resto de la mañana Fernando no apareció más por el despacho. Conocía bien a su mujer y prefirió tratar el tema cuando se hubiese calmado más y viese todo con otros ojos.
Cuando tenía algún problema gordo Miranda siempre acudía a Víctor o Paloma, esta última estaba en quirófano, pero Víctor acudió en su ayuda más que lo llamó. Quedaron en tomar algo ligero en la cafetería para desahogarse.
Antes de marcharse ese día, Alicia entró en el despacho de su jefa con un gran ramo de rosas rojas entre las manos. Era tan grande que Miranda apenas le vio la cara a la mujer cuando se las llevó.
—Miranda, acaban de llegar para ti —le dijo la mujer ilusionada—.Tienen una tarjeta.
A punto de marcharse, Miranda las cogió y esperó a que Alicia saliese del despacho para leer la tarjeta. Ese día no estaba de ánimos para recibir flores ni intercambiar conversaciones con ella.
Dejó el enorme ramo de flores en su mesa y leyó:
“Lo eres todo para mí. Ninguna mujer puede ni podrá reemplazarte, te amo demasiado. Te llevo tatuada en mi piel y en mi mente. Solo eres tú.
Te espero a las tres en el yate que nos dejó Alberto. No faltes.
Siento lo de hoy. Tenía planeado otra cosa para el día de mi cumpleaños, no discutir con mi mujer.
Te amo. No lo dudes nunca, por favor.
Tu marido”.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Miranda leyó la tarjeta tres veces seguidas, sintió una opresión en el pecho y una alegría inmensa por esa declaración de amor de su marido. Le gustó cómo había firmado la tarjeta.
Miró la hora y vio que eran las dos y veinte, cogió su teléfono y se disculpó rápidamente con Víctor. Le dijo que se verían esa noche en la fiesta de cumpleaños de Fernando.
Con prisas, Miranda fue hasta su coche y se dirigió al puerto deportivo, donde estaba el yate de su padre. Hacía mucho tiempo que no iba a ese lugar, no le gustaba demasiado navegar.
Cuando subió a bordo con paso tembloroso, vio a Fernando, se encontraba de espaldas a ella con ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón, llevaba la chaqueta desabrochada y miraba al horizonte perdido en sus pensamientos. Al sentir unos pasos detrás se volvió de inmediato, llevaba unas gafas de sol estilo aviador que a Miranda le quitó la respiración al verlo tan atractivo con ellas. De repente, Miranda advirtió media sonrisa tímida en los labios de Fernando junto con su pelo revuelto por la ligera brisa que corría, lo encontró más guapo y atractivo que nunca. Con el corazón latiéndole a gran velocidad, vio como Fernando dio unos pasos hacia ella sin acercarse demasiado. Miranda se paró ante él, dejando espacio entre ambos. Ella también llevaba puesta unas gafas de sol, ambos se miraron a través de estas sin decir.
Sintiéndose orgulloso de la mujer que tenía, ahí estaba la valentía de Miranda una vez más, acudió a la cita aunque él ya pensaba que no iría, la admiró una vez más, solo con verla le dio un vuelco el corazón y se le aceleró el pulso, y allí estaba ante él, con su largo pelo alborotado al viento y ataviada en un abrigo negro donde escondía sus manos en los bolsillos,
Fernando temió por cómo terminarían las cosas entre ellos. Se acercó más hasta ella, se quitó las gafas, Miranda lo imitó, y sus ojos se encontraron en silencio. Ambos tenían el corazón a mil por hora. En un acto de valentía, Fernando la tomó de la mano y le acarició con la otra la mejilla.
—Pensé que ya no vendrías —le confesó con la voz ronca. Eran las tres y media, a Miranda le fue imposible llegar antes. Ella solo asintió y respiró hondo, no le salían las palabras—. Nunca en mi vida había sentido un miedo más grande —le confesó, y en un impulso, estrechó a su mujer en un abrazo desesperado junto a su cuerpo. Luego, ambos se fundieron en un largo y apasionado beso. Allí, en la proa del yate, a la luz del día, con la brisa rozando sus cuerpos y sin importarles quién pudiese verlos. Solo eran ellos dos—. Le he dejado muy claro a Amanda que entre nosotros ya no puede haber nada, mi corazón pertenece a otra mujer, de la que estoy locamente enamorado, tú. Nunca tuvimos una relación seria, Amanda no tiene derecho a exigirme ni reprocharme nada. Estoy completamente seguro que en todos estos meses ella ha hecho su vida en Londres sin acordarse demasiado de mí —le acarició la mejilla de nuevo con la mano.
Sintiendo su suave tacto, Miranda cerró los ojos y se limitó a respirar el aire fresco.
—¿Aún sigues enfadada? —le susurró ante su silencio.
—Hoy ha sido un día terrible, pero creo que ya te he perdonado —le dijo finalmente tras un suspiro—. Hagamos que termine bien, es tu cumpleaños —lo besó con ternura. Y se volvieron a fundir en un largo abrazo, solo sintiendo aquellas respiraciones agitadas—. ¿Por qué me has citado aquí? —le preguntó de repente extrañada por el lugar.
—Hacía recuento de bienes —bromeó con una amplia sonrisa—. La verdad —le costó decirle aquello, al parecer ese día no daba ni una—, es que fui a casa, pero al parecer allí estaban montando una fiesta. —Hizo un leve encogimiento de hombros a modo de disculpa—. Necesitaba estar a solas con mi mujer, y no se me ocurrió otro lugar mejor.
Miranda cerró los ojos, se mordió el labio inferior y finalmente le dedicó una sonrisa tímida que calmó a Fernando.
—Iba a ser una fiesta sorpresa, invité a nuestras familias, amigos y algunos compañeros de la clínica. Quería que fuese la primera reunión familiar en nuestra casa, y qué mejor ocasión que tu cumpleaños. Ya no será una sorpresa. —Estaba un poco decepcionada porque lo hubiese descubierto.
—Gracias por todo. Prometo poner cara de sorpresa al llegar —bromeó sin dejarla escapar de sus brazos. Esta vez le dio un beso voraz, exigente y posesivo, necesitaba sentirla suya, que todo entre ellos estuviese como antes.
Tras comer algo que Fernando se molestó en traer, ninguno de los dos había almorzado, se recostaron sobre un sofá dentro del yate.
—¿A qué hora debemos aparecer por mi fiesta sorpresa de cumpleaños? —le preguntó Fernando consultando su caro reloj.
—Les dije a los invitados que llegasen sobre las nueve, nosotros podemos llegar un poco más tarde.
Fernando comprobó que eran las cinco. Sonrió.
—Bueno, tengo toda la tarde libre para disfrutar a solas de mi mujer en este maravilloso barco. No pienso dejar que vayas a ninguna parte. —La abrazó más fuerte, besándole el cuello y mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
—Abajo hay varios camarotes con amplias camas, vamos —Miranda tiró de la mano de su marido dirigiéndose al camarote principal. Él la siguió con una sonrisa triunfal.
A entrar en el camarote, Fernando lo admiró, era muy amplio y lo presidía una enorme cama, que fue en lo que realmente se fijó.
—Nunca he hecho el amor en este barco —le confesó Miranda antes de que volviese a besarla.
—Será toda una experiencia, señora Miller —le dijo sonriente, era el mejor regalo que le podía hacer en el día de su cumpleaños—. Me encanta que la primera vez aquí sea con su marido —le recorrió el cuerpo con las manos, pegándola al suyo.
—No lo dudo, con usted siempre es toda una experiencia, señor Miller. Sea donde sea y cómo sea. Es un estupendo amante, estar entre sus brazos es tocar el cielo y no querer regresar a la tierra nunca más.
Con maestría y rapidez, Fernando se deshizo de la blusa de su mujer mientras ella le iba quitando los botones de la camisa con suaves y torturantes caricias en el pecho. Él se deshizo del sujetador, dejándola desnuda de cintura para arriba, la tumbó en la cama y la besó recorriéndole los pechos, el abdomen, hasta llegar a la cinturilla de los pantalones, luego se los quitó de un tirón junto con la ropa interior y la dejó completamente desnuda ante él. La admiró durante unos segundos, allí expuesta para él, se agachó junto a ella y retomó sus besos justo en el lugar donde los había dejado, descendió más abajo, y una vez más, hizo que su mujer tocase el cielo.