22

Hacer el amor con Fernando siempre era una experiencia maravillosa, fuese como fuese. Sin embargo en esa ocasión resultó algo realmente mágico, después de manifestarse sus sentimientos y dejar las cosas claras entre ambos, experimentaron algo sin igual. Se amaron hasta el amanecer, los dos descubrieron lo importante que era para ambos manifestarse su amor abiertamente. Miranda siempre recordaría el instante en el que alcanzó el clímax y Fernando la obligó a abrir los ojos y mirarlo, con la voz ronca y llena de pasión, le dijo:

—Te amo, Miranda, por y para siempre.

Fue el momento más maravilloso en su vida hasta ahora vivido, por sus ojos brotaron dos lágrimas de felicidad. Fernando se las bebió y la besó llevándola a un paraíso del que jamás deseaba volver.

Cuando Miranda despertó aquella mañana, se encontró entre los brazos del hombre más maravilloso sobre la tierra. Aquella noche le había demostrado lo que es y lo que se siente verdaderamente cuando dos personas que se aman con locura y se entregan al amor sin reparos. Abrió los ojos, se encontró con la mirada de Fernando posada sobre ella y una enorme sonrisa se dibujaba en sus labios, le dio un leve beso en la boca mientras se decía que deseaba despertar el resto de la vida así.

—Buenos días, dormilona. Me encanta despertarme a tu lado y tener los recuerdos de la pasada noche.

Una sonrisa traviesa apareció en los labios de Miranda al recordar que se habían quedado dormidos cuando entraban los primeros rayos de luz por la ventana.

—¿Qué hora es? —No tenía intención de levantarse, estaba muy a gusto en la cama abrazada al hombre que amaba.

—Hora de levantarnos, darnos una ducha y comer. ¿Tienes algo aquí o salimos fuera? Estoy hambriento.

—Tengo algo de comida en la nevera. —Se revolvió entre sus brazos y le dio un suave beso en los labios—. No quiero salir a ninguna parte. Te quiero solito para mí. —Se colocó a horcajadas sobre él—. Yo también estoy hambrienta.

Encantando de que ella tomase la iniciativa, Fernando se incorporó sentándose en la cama con Miranda sobre él.

—Me gusta la idea —le sonrió con picardía mordiéndole el lóbulo de la oreja—. Quiero besarte, tocarte y hacerte el amor sin que nadie nos interrumpa. Me estoy dando cuenta que no consigo cansarme de ti. Cada vez te deseo más. ¿Qué estás haciendo conmigo, Miranda? Yo nunca había sido así.

Fernando estaba completamente duro, era el efecto que le producía siempre tener a Miranda así de entregada y preparada para él, la alzó y se deslizó muy despacio dentro de ella, sintiendo cada milímetro, saboreando cada sensación. Era maravilloso estar así con ella, dentro de ella y sentirla tan apretada alrededor de él.

Con premura, Miranda lo instó a ir más deprisa.

—Lo necesito despacio, Miranda —le dijo Fernando con los ojos entornados.

—Me estás matando, Fernando.

—Te necesito así, esto es maravilloso. Mírame a los ojos, no dejes de hacerlo, mi amor —le ordenó. Necesitaba ver y sentir cada sensación en el rostro y los ojos de su amada.

Fernando aumentó el ritmo y juntos estallaron en un brutal orgasmo.

Minutos después, aún permanecían entrelazados y sin separarse, abrazados se prodigaban mutuas caricias por todo el cuerpo en silencio, no tenían fuerzas para hablar.

Horas después, estaban tumbados en el enorme sofá situado delante de la chimenea, el café que tenían sobre una mesa cercana estaba ya casi frío. Se distrajeron haciendo el amor de nuevo. En esos momentos yacían desnudos bajo una enorme manta, abrazados.

Estaba casi oscureciendo fuera, veían nevar a través de los enormes cristales del salón mientras se acariciaban. Ambos se sentían en el paraíso en esos momentos, sin embargo Fernando lamentó tener que romper la burbuja de felicidad en la que llevaban inmersos horas. Se había jurado que su relación con Miranda se basaría en la sinceridad, y lo pensaba llevar a cabo pese a las consecuencias que esto le pudiese acarrear.

—He leído el informe médico que guardas en tu ordenador. —La voz de Fernando resonó en el silencioso salón en el que solo se escuchaba el crepitar del fuego. Nada más decir aquello, él notó cómo el cuerpo de Miranda se tensó. De inmediato, ella se revolvió entre sus brazos para mirarlo frente a frente, su mirada era felina y estaba cargada de reproches que no sabía cómo escupir—. Marta usó tu ordenador cuando estuvo en el despacho, lo dejó abierto, vi la carpeta y lo leí. No me pude resistir —le explicó ante aquel rostro de desconcierto que lo acusaba por lo que le acababa de desvelar.

Sin saber cómo reaccionar, a Miranda se le llenaron los ojos de lágrimas y lo encaró horrorizada, cubriéndose aún más el cuerpo desnudo con la manta.

—¡¿Cómo has podido?! —le gritó muy dolida.

—Si te lo cuento es porque quiero que entre nosotros no existan secretos, ni nada que empañe nuestra relación —le dijo Fernando paciente y sintiendo como propio el dolor que se reflejaba en el rostro de Miranda.

Como si el contacto con la piel de Fernando le quemase en esos instantes, se apartó de él y se refugió lejos, en el otro extremo del sofá, dejándolo con el torso desnudo.

—No tenías derecho, Fernando. Es mi secreto. Solo Paloma y yo lo sabemos.

—¿No crees que si soy tu pareja, tengo derecho a saberlo?

—No —contestó bajando la vista avergonzada y cayéndole más lágrimas por las mejillas.

Con un paciencia infinita Fernando se acercó a ella y le tomó el rostro entre sus manos.

—Miranda, te amo. Tú eres lo más importante en la vida para mí ahora mismo. Te juro que no supone ni supondrá nunca un problema entre ambos, el hecho de que tú no puedas tener hijos. Los hijos no me importan, me importas tú. Quiero que lo entiendas y lo tengas muy claro siempre, desde el principio de esta relación.

Sin poder mirarlo a la cara, como él le pedía con un gesto de su mano tocándole el mentón, Miranda no paraba de llorar.

—Nunca me paré a pensar si deseaba ser madre, pero desde el momento en que Paloma me confirmó que nunca podría tener hijos me siento incompleta como mujer —le confesó con un nudo en la garganta y la voz quebrada.

—Lo sé. —Fernando se acercó más a ella e intentó tomarla entre sus brazos—. Y por ello quiero que tengamos esta conversación ahora, que todo quede claro entre nosotros. No quiero que un día decidas dejarme sin explicaciones, como hiciste con Ricardo, solo porque no me puedas dar una familia.

—¿Tú cómo sabes…? —Lo miró sorprendida.

—No hace falta ser muy listo, Miranda. He atado cabos.

Ella bajó la vista hacia sus manos entrelazadas, avergonzada. Se quedó en silencio, no sabía qué decir. Ese momento a superaba, no sabía cómo abordar los sentimientos que se agolpaban en su pecho.

—A día de hoy celebro que no te casases con él por ese motivo, porque eso me ha permitido a mí estar aquí, junto a ti. —Le dio un leve beso en los labios saboreando la sal de sus lágrimas—. Pero no voy a permitir que nuestra relación siga la misma dirección. ¿Me dejarías tú si yo no pudiese tener hijos?

—¡No! —respondió de inmediato.

—Bien, no hay más que hablar del asunto. Solo quería decirte que lo sé, y que no me importa. Tenemos una hermana pequeña a la que consentir. —La abrazó recostando su cabeza en su ancho pecho—. Y si deseas hijos, adoptaremos más adelante. Será como tú quieras, mi amor. Pero eso sí, ni intentes sacarme de tu vida, Miranda Miller. Estoy en ella para quedarme de forma permanente.

Miranda le sonrió, le dio un breve beso en los labios y se abrazó a él sin dejar de llorar sintiéndose premiaba con ese maravilloso hombre que le hacía las cosas muy fáciles desde el comienzo de aquella relación.

La noche anterior se aterrorizó cuando Fernando le insinuó formar una familia, sin embargo ahora lo veía hasta posible. Se abrazó más fuerte a él y ambos permanecieron en silencio, tan solo sintiendo el rápido latir de sus corazones.

—¿Fue muy difícil para ti dejar a Ricardo, estabas muy enamorada de él? —Fernando necesitaba saberlo de sus labios.

Tras esta pregunta que no esperaba, Miranda se incorporó, lo miró a los ojos y decidió ser sincera. Sentía que Fernando se lo merecía, además, aquello iba a reforzar para siempre los cimientos de esa relación que recién empezaba.

—Fue difícil. —Notó cómo él tensó la mandíbula tras decir aquello—. Llevábamos algunos años juntos, nos íbamos a casar, él era el hombre perfecto a los ojos de todos, hasta de los míos —le aclaró—. Teníamos una relación cómoda. Víctor siempre me decía que eso no era amor, pero yo no le echaba cuenta. Ricardo aportaba estabilidad y orden a mi vida. Yo creía que era amor lo que había entre ambos. Hasta que te conocí a ti. —Le tocó la mandíbula tensa, se la masajeó y le sonrió—. Ocupaste mi pensamiento cada noche con tus besos. No hubo nadie más durante ese tiempo en mi vida. Una noche terminé en la cama con Ricardo. —A Fernando no le hizo gracia aquella confesión—. Y más que un error, fue la confirmación de que jamás había estado verdaderamente enamorada de él. Lo quiero, pero como puedo querer a Víctor o a Paloma. Amor es lo que siento por ti. —Puso sus manos entrelazadas en su nuca, lo acercó más a ella y lo besó suavemente—. No sabes lo que sentí cuando te volví a ver y descubrí que eras el hijo de mi padre. Te busqué después del crucero, pero no di contigo. La primera vez que hicimos el amor, a pesar de cómo pasó, fue lo más maravilloso que me ocurrió en la vida. Guardo esos recuerdos en una parte muy especial de mi corazón, porque me hiciste sentir cosas que jamás pensé percibir, y a partir de ese momento supe lo que era estar realmente enamorada y que a ti nunca sería capaz de dejarte como dejé a Ricardo. Por ello, jamás te confesé mis sentimientos. Me conformaba con nuestras noches juntos, sabía que si llegábamos a más, ambos sufriríamos, y mucho. Por eso nunca me esforcé en hablar de lo que sentíamos. —Hizo una pausa, lo miró en silencio al tratar de comprobar qué pasaba por su mente en esos instantes—. Te amo, Fernando Miller, como nunca he amado a nadie, ni como jamás llegaré a querer a nadie más. Mi corazón es tuyo. Eres la otra parte de mí que siempre he estado buscando, mi complemento perfecto, mi felicidad.

Tras aquellas palabras, Fernando sintió que era solo suya, la tomó con más fuerza entre sus brazos y la miró con el amor más grande reflejado en sus ojos, tanto que consiguió poner a mil el corazón de Miranda.

—Te amo, Miranda. Alberto Miller hizo algo por lo que siempre le estaré agradecido, y por lo que le perdono todo. Ponerte en mi camino, bueno, más bien en la habitación de al lado —le dijo esto último bromeando y besándola mientras paseaba sus manos por aquel cuerpo desnudo que amaba.

A la mañana siguiente, Miranda se despertó y Fernando ya no estaba en la cama junto a ella. Lo buscó por toda la casa y no lo encontró. A los pocos minutos, entró por la puerta cargado con unas bolsas, venía de comprar el desayuno y otras cosas que necesitaban para la casa.

Habían decidido quedarse allí hasta el próximo miércoles, de esa forma, Fernando podría conocer los laboratorios de Zúrich y de paso hacer un poco de turismo por esa ciudad que no conocía, y por qué no, disfrutar de Miranda a solas sin que nadie los molestase.

—Quedamos que iríamos juntos a comprar —le dijo ella nada más verlo aparecer.

No se pudo mostrar molesta con él, solo con la sonrisa que le dedicó nada más verla, le dieron ganas de besarlo y llevárselo de nuevo a la cama.

—Ya, pero me desperté temprano y no podía dormir. Decidí ir solo, así tenemos más tiempo para otras cosas. —Soltó las bolsas sobre la mesa de la entrada y fue hacia ella a darle el beso de los buenos días que se merecía.

—Vamos a desayunar, luego podemos salir a hacer un poco de turismo y comer fuera.

—Me parece perfecto. —Le dio otro beso y cogió una de las bolsas, y juntos fueron a la cocina a preparar el desayuno.

Pasaron un día increíble, hicieron turismo por los alrededores y comieron como una pareja normal y corriente, enamorada, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

Ya entrada la tarde, regresaron a casa, estaban cansados, habían paseado bastante y la noche anterior no durmieron mucho.

Al llegar a casa, Fernando se dirigió al baño y comenzó a llenar la enorme bañera, les vendría bien un baño relajante juntos, para aliviar los doloridos pies y relajar el cuerpo del intenso frío que comenzaba a hacer.

Ambos estaban en la enorme bañera, disfrutaban entre besos y caricias de un baño de espuma. Miranda tenía la espalda recostada en el amplio pecho de Fernando y las manos entrelazadas con las suyas en su cintura, comentaban la infancia de cada uno, y lo mucho que les gustaba de pequeños los baños así.

—Cuando fui a vivir a la casa de Alberto por primera vez y descubrí el baño que tenía solo para mí, me llevé una semana alucinando. Me metía en la enorme bañera y nunca quería salir. Mi madre o Emilia tenían que venir en mi rescate.

—¿Fuiste muy feliz en tu niñez, verdad?

—Sí, y cuando tu padre apareció en mi vida aún más, no por lo material que aportó a ella, sino porque yo quería tener un padre como todo el mundo. Alberto siempre me quiso como a una verdadera hija. Me hubiese gustado tenerte como hermano. Me sentí muy sola en esa enorme casa, Marta llegó ya muy tarde.

—No creo que a Alberto le hubiese gustado esto. —Le recorrió todo el cuerpo con sus amplias manos y atrevidas caricias—. Porque estoy seguro que de haberte conocido en mi niñez, también hubiese perdido la cabeza por ti. Te encuentro irresistible, Miranda Miller, incapaz de apartar mis manos y mis ojos de tu perfecto cuerpo.

Ella sonrió al pensar en ambos así años atrás y Alberto sorprendiéndolos, eso sí que habría sido un escándalo.

—¿Nunca echaste en falta tener a un padre?

—Fui feliz con mi madre. Nunca nos faltó nada, cuando ella se volvió a casar yo ya tenía diez años, ese hombre se portó como un padre para mí.

—Alberto también lo hubiese sido. Te lo aseguro. Cuando supo de ti yo ya me marchaba a estudiar a Madrid, pero siempre que regresaba a casa podía sentir el entusiasmo y alegría por tenerte en su vida, aunque fuese en la distancia.

Sintiendo que el agua comenzaba a enfriarse, Fernando permaneció en silencio y abrazó más fuerte a Miranda junto a su cuerpo, no le gustaba demasiado hablar de sentimientos hacia su verdadero padre.

—No dudes ni por un segundo que no te quiso —le aclaró Miranda—. Para él sus tres hijos éramos iguales, siempre lo admiré por ello. Y fui testigo directo. No le guardes rencor, por favor, fue un gran padre y una gran persona —le rogó. Nada la haría más feliz que Fernando sintiese el mismo respeto y admiración por Alberto Miller que ella siempre sintió.

—Ahora mismo, teniéndote así… —le dio un suave beso en los labios— junto a mí, no puedo más que estarle agradecido.

Tomó a Miranda entre sus brazos, la colocó de cara a él, la miró a los ojos con un brillo especial en ellos y una enorme sonrisa en los labios. Y para gran sorpresa de Miranda, mientras sentía la lengua de Fernando en su boca, notó cómo él le colocó, con gran habilidad, un anillo en la mano que tenía bajo el agua.

—Cásate conmigo, Miranda. Quiero que seas mi mujer en todos los sentidos. Estoy locamente enamorado de ti.

Mirando a Fernando con ojos llorosos, Miranda no podía creer aquello, alzó la mano sorprendida y pudo observar un anillo de oro blanco y diamantes, estos eran muchos y hacían unas formas abstractas en especie de flor, era el anillo más bonito que jamás hubiese visto, no tenía palabras para expresar todos los sentimientos que se le agolpaban en el pecho.

El amor de su vida le estaba pidiendo matrimonio, allí, en la bañera, desnudos, y el anillo ya estaba colocado en su dedo, lo admiró y luego alzó la vista hacia los ojos impacientes de Fernando que esperaban una respuesta.

—Sí, sí, sí, sí, quiero. Dios, Fernando. —Lo besó de forma tierna y sin dejar de llorar por la emoción de momento—. ¿Pero tú cuando has comprado esto? —Estaba loca de felicidad.

—Lo compré esta mañana cuando salí por el desayuno —le informó embelesado en aquel rostro que lo traía loco—. Quiero que nos casemos, aquí. Mañana mismo si es posible. Que regresemos a España como marido y mujer —le dijo con la mayor ilusión del mundo.

Miranda no salía del asombro de verse ese anillo en la mano y él ahí diciéndole todo aquello. Quizás estaba completamente loca, ella era muy organizada en su vida, y le gustaba tenerlo todo planeado de antemano, pero con Fernando, esa Miranda cautelosa desaparecía por completo.

—¡Estamos locos! —expresó con un grito de inmensa alegría—. Pero sí, yo también quiero ser tu mujer, ya. —Lo besó de esa forma que solo ella sabía hacer, dejándolo completamente cautivado por tener la gran suerte de tenerla junto a él.

Ya fuera de la bañera, ambos en albornoz, Miranda con uno en color blanco y Fernando de color negro, estaban delante del espejo, secándose el pelo con unas toallas y peinándose entre besos y arrumacos.

—¿Cómo te gustaría la boda? No va a poder ser una boda junto a nuestras familias y amigos, quizás siempre soñaste algo así —deseó saber Fernando algo preocupado.

—Si te soy sincera, siempre soñé casarme con el hombre de mi vida, completa y perdidamente enamorada de él. Y ese eres tú, Fernando Miller. Te parecerá cursi, pero cuando mi madre se casó con tu padre en Italia, siempre dije que me encantaría casarme ahí. —Fernando asintió y sonrió—. ¿Sabes? Tu padre casi secuestró a mi madre, la montó en un avión, y cuando se dio cuenta estaban en Roma, le dijo que allí se iban a casar, y una semana más tarde llegué con Paloma y sus padres, le llevábamos el vestido de novia a mi madre. Fue todo tan bonito y romántico… Paloma y yo vivimos aquello como un verdadero cuento. Aún de mayores seguíamos diciendo que queríamos una boda como aquella. Así era tu padre, Fernando, un gran hombre. —Le dio un beso en la mejilla poniéndose de puntillas y luego terminó de secarse el pelo con la toalla.

Tras esta parte de la vida de su padre que desconocía, Fernando se quedó pensativo. Miranda se merecía una gran boda que recordase por el resto de sus días, como recordaba la de su madre, y él se la daría. No era un hombre que se caracterizase por detalles y sorpresas inesperadas, pero ver a Miranda feliz era una satisfacción tan enorme que no podía evitarlo.

Mientras ella se secaba el pelo con el secador, él salió hacia la habitación y cogió su móvil, se puso en contacto con su buen amigo Román y le dio unas cuantas indicaciones a seguir.

—Le he dicho a Román que regresaremos el próximo fin de semana, que han surgido unos problemas con este laboratorio y lo debemos solucionar —le comunicó a Miranda abrazados en la cama y dispuesto a dormir—. Cualquier cosa que surja en la clínica, que él, Paloma y Víctor estén al tanto, y solo nos molesten si es algo muy urgente. —La estrechó más en su abrazo y le susurró al oído—: Quiero una luna de miel tranquila con mi mujer, sin interrupciones. Ya me he encargado de todo, tú solo tienes que decir: sí, quiero. Confía en mí.

—Tengo que comprarme un vestido —le dijo algo preocupada y pensativa a la misma vez—. Mañana es domingo, el lunes iré a buscar algo adecuado y ya vemos dónde nos casamos. No voy a contraer matrimonio con el amor de mi vida de cualquier forma.

Encantado de verla así de feliz, Fernando asintió con una sonrisa. Su Cenicienta no podía casarse de cualquier manera, eso iba en contra de la propia Miranda Miller. Ella siempre iba perfecta para cualquier ocasión, hasta para estar por casa. Cuando la conoció como su hermana, le pareció una niñata pija y caprichosa, siempre perfecta. Sin embargo ahora la encontraba la mujer más sexy y deseable de la tierra.

El lunes llegó y a las diez de la mañana Miranda aún dormía. Fernando la despertó entre besos.

—Miranda, cariño, despierta. Vístete, nos tenemos que ir. Se nos hace tarde —le dijo entre susurros.

—¿Qué pasa, Fernando? ¿Es Marta? No me asustes —le dijo sobresaltada y nerviosa, sentándose de golpe en la cama, con el rostro desencajado al verlo completamente vestido.

Con una sonrisa que logró tranquilizarla de que algo malo pasase, Fernando se sentó junto a ella y le acarició la mejilla con mimo y devoción.

—Marta está bien. Acabo de hablar con ella. No te asustes, todo está bien. —Le dio un ligero beso en los labios. Se puso de pie, y antes de salir de la habitación con una gran sonrisa, le dijo—: Vístete, te espero. Nos vamos en quince minutos, y sin preguntas. Es una sorpresa.

Con prisas y terminando de componerse la ropa, Miranda apareció en el salón con el abrigo en la mano. Llevaba unos pantalones negros, botas altas negras y un jersey blanco y negro; iba colocándose la gran bufanda para protegerse del frío de aquella época, buscaba sus pertenencias, no sabía dónde había dejado el bolso, los guantes y el teléfono la noche anterior.

—Aquí está todo —le indicó Fernando—. Vamos, llegamos tarde. —Le extendió la mano para agarrar la de Miranda y salir juntos de la casa.

Cuando llegaron abajo, los esperaba un taxi en la puerta. Fernando la hizo subir con prisas y sin explicaciones.

—Al aeropuerto, por favor —le dijo al conductor.

Miranda lo observó en silencio con cierta preocupación, desconocía porqué iban al aeropuerto, pero la cara de Fernando le decía que no pensaba soltar palabra.

—Es una sorpresa, mi primer regalo de bodas. —Fue todo lo que consiguió sacarle.

Cuando Fernando le dijo que era su primer regalo de bodas, Miranda pensó que ella aún no le había regalado nada a Fernando por su precipitada boda. Ella ya lucía en su dedo un espectacular anillo que le había regalado dos días atrás y ahora iban en camino de la segunda sorpresa por su boda. Debería pensar qué regalarle a ese hombre que la hacía tan feliz. Pero, ¿qué le podía regalar? Fernando era un hombre que no le daba importancia a los lujos, ni a los objetos de valor. ¿Qué regalarle por su boda que le hiciera ilusión, conservase para siempre, y además fuese significativo? De repente, una idea se le vino a la cabeza, sonrió, lo miró a ese rostro perfecto y tan sexy, que no pudo resistirse a lanzarse entre sus brazos y besarlo apasionadamente, sin importarle la presencia del taxista que los llevaba.

Cuando bajaron en el aeropuerto, se dirigieron a una zona privada. Un hombre alto y fornido llegó, saludó a Fernando dándole la mano y le dijo:

—Señor Miller, está todo listo, acompáñeme.

Llevando a Miranda cogida de la mano en todo momento, Fernando lo siguió.

Cuando Miranda se dio cuenta, se hallaba delante de un avión privado que tenía la escalerilla bajada, listo para abordar.

—Buen viaje, señor. Puede subir a bordo con la dama —le dijo el hombre que los acompañó hasta allí antes de marcharse.

Fernando pronunció un escueto gracias, junto con un asentimiento de cabeza y tomó a Miranda más fuerte de la mano dirigiéndose hacia las escaleras del avión privado. Miranda no se atrevía a preguntar de qué se trataba todo aquello, estaba tan sorprendida que no le salían las palabras.

Feliz y con el corazón latiéndole a mil por horas, Fernando la miró risueño mientras la guiaba hacia el interior del avión.

—Te gustará —le reveló mientras se llevaba su mano hasta los labios y depositaba un suave beso en ella.

Cuando Miranda entró dentro del avión, Fernando le soltó la mano y rodeó su cintura con ambas, ella no dio crédito a lo que sus ojos vieron allí. Eso sí que era una verdadera sorpresa que jamás hubiera imaginado. Miró a Fernando preguntándole en silencio, ya que no se atrevía a pronunciar palabra. Simplemente estas no le salían.

Fernando le tomó el rostro entre sus manos y depositó un leve y ligero beso en los labios de Miranda, luego le mostró la mejor de sus sonrisas. Estaba pletórico de felicidad.