14

Esa misma tarde, Lorena tocó a la puerta de la habitación del hotel donde se alojaba Fernando. Debía cumplir con el encargo de su marido y cuanto antes lo hiciese mejor.

Fernando le abrió la puerta y se sorprendió por la visita, no la esperaba. La hizo pasar y tomar asiento.

—Tú dirás a qué se debe esta visita. Soy todo oído. —le dijo Fernando al tomar asiento enfrente a ella con una postura relajada.

Lorena, correcta como siempre, le dedicó una leve sonrisa.

—Mi visita es por un motivo importante —le anunció con tranquilidad.

—No voy a aceptar la herencia.

—No he venido a convencerte. Solo a que me des tus razones. Soy muy testaruda y me gusta que me den una buena explicación cuando no entiendo algo. Y este es el caso. —Lorena se reclinó en el respaldo del sofá, cruzó las piernas, relajó el semblante, se cruzó de brazos y se dispuso a la espera de una buena respuesta.

Con la miraba fija en ella Fernando le sonrió al mismo tiempo que se le tensaba el cuerpo.

—Todo lo que tengo a mis años lo he conseguido por mí mismo. Soy quién soy por mérito propio, y en lo sucesivo deseo seguir así. Mi padre era igual que yo y formó un imperio con esfuerzo y dedicación. Yo también puedo conseguirlo sin ser tachado de ser hijo de Alberto Miller y haberme encontrado el camino trazado. Quiero un futuro brillante gracias a mis esfuerzos, no deseo llegar y ocupar lo que mi padre dejó. No me importan sus millones. Vivo con un muy buen sueldo, que en años espero superar con creces, no necesito nada más —sentenció tajante—. Sabes de buena mano que nunca acepté los caros regalos que me enviaba, todos le fueron devueltos. En parte no entiendo qué haces aquí, deberías estar feliz, Miranda se va a convertir en una mujer muy rica.

—No me importa eso. Miranda no necesita tanto dinero. Lo que me importa es que se cumpla con la voluntad de tu padre, y por eso estoy aquí. —Como si de una reunión de trabajo se tratase, en la que ella debía ganar, le manifestó eso. Fernando se dio cuenta que era contrincante dura.

—Creo que tu visita ha sido inútil. —Él tampoco pensaba ceder.

—No lo creo. —Lo miró seria y con cara de satisfacción mientras se puso en pie. Él se quedó donde estaba—. Comprendo tus razones, créeme. Quieres ser alguien por ti mismo, sin embargo debemos aceptar lo que somos. Y tú debes aceptar de una vez por todas de quién eres hijo. —No le dejó lugar a réplica, levantó una mano en su dirección, hizo un gesto con la mano para que la dejase continuar sin ser interrumpida—. Dices que no aceptas la herencia de tu padre porque deseas seguir como hasta ahora. Quieres conseguir las cosas por ti mismo, ¿no es así? —él asintió—. Bien, ¿y si yo te digo que tu padre ha estado detrás de todo lo que te ha sucedido desde que llegaste a Houston a estudiar? —Fernando sonrió sin darle credibilidad a esas palabras. Lorena continuó—: Haz memoria, las prácticas en el mejor quirófano con los mejores médicos, el trabajo que te ofrecieron a tiempo parcial, totalmente compatible con tus horarios de clases y estudios durante los años de universidad. Y luego, el puesto de trabajo de tu amigo Román en España. Alberto consideró que sería más fácil ofrecerle un buen trabajo a tu amigo, y que este te mencionase en la entrevista al enterarse por casualidad que había una vacante libre de tu especialidad. Tu padre deseaba que estuvieses cerca de él, y resulta que el director de la clínica donde trabajas le debía varios favores. Él siempre quiso verte formar parte de la clínica Miller, si estabas en España le sería más fácil atraerte a Barcelona junto a él.

Conocer todo aquello hizo que Fernando sintiese un profundo odio por Alberto Miller. Todo lo que creyó que había conseguido por sí mismo en todos esos años era falso. La mano de su padre siempre estuvo presente y él lo ignoraba hasta ahora.

—¡Hijo de puta, manipulador! —pronunció con rabia. Se levantó y fue hasta la ventana. Le dio la espalda a Lorena y trató de controlarse.

Ella fue tras él y se quedó cerca.

—Siempre quiso lo mejor para ti, y se preocupó cada día de tu bienestar. Tú no le permitías estar cerca y Alberto solo buscó una alternativa. —Fernando se volvió hacia ella hecho una furia, pensaba responderle, pero se mordió la lengua porque respetó a Lorena en esos duros momentos por los que pasaba—. En un principio lo cuestioné —le dijo Lorena—, sin embargo me puse en su lugar. Y habría reaccionado igual, no tienes hijos y no sabes lo que se puede llegar a sentir por ellos, es un amor incondicional. Lo hizo todo por tu bien.

—¡Yo no lo necesitaba! —le espetó con un grito que reveló todo el dolor que llevaba dentro. —Lorena guardó silencio al mismo tiempo que sentía por lo que pasaba Fernando en esos momentos—. Necesito estar solo —le pidió con la mirada perdida en el paisaje que se divisaba a través de la ventana.

Como la gran señora que era, Lorena asintió, recogió el bolso y el abrigo.

—¿Ves cómo es una tremenda estupidez por tu parte renunciar a la herencia que te corresponde? —le dijo encaminándose hacia la puerta—. Alberto Miller siempre formará parte de tu vida, directa o indirectamente. Ponte al frente de la clínica Miller y de los laboratorios junto con Miranda y demuestra a todos lo que eres capaz de hacer sin tu padre presente. Él ya no estará para guiar los hilos de tu vida. De hoy en adelante todo lo que hagas será mérito o fracaso tuyo. ¿O es que en realidad tienes miedo de enfrentarte al reto de arruinar aquello que tu padre llevó hasta lo más alto? Demuestra que puedes llegar más lejos que él, o por lo menos, mantener su imperio como hasta ahora —lo retó.

Se marchó satisfecha a pesar de ser consciente de que hirió a ese hombre en lo más profundo, pero también se sintió victoriosa porque supo que le había tocado el orgullo. Fernando era mucho más parecido a su padre de lo que trataba de ocultar, y Lorena conocía muy bien a su difunto marido. Fernando cerró la puerta de un sonoro portazo tras ella salir y luego la furia se apoderó de él, destruyó de la habitación todo lo que encontró por medio. Maldijo mil veces a su padre. La rabia e impotencia que sentía le impidió llorar.

Abatido se dejó caer contra la cama y dejó salir las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Eran lágrimas de impotencia por haber sido engañado durante años. Él era una persona sumamente lista. Cuando se fue a Houston era un año más pequeño que el resto de sus compañeros, su coeficiente intelectual era demasiado alto y en el instituto le habían adelantado un año. Siempre tuvo una gran capacidad para asimilar las cosas, era muy listo en todos los ámbitos de la vida, y sin embargo jamás sospechó nada de toda la maraña urdida por Alberto Miller.

Se sentía vacío y traicionado. Todo lo que creía haber conseguido no era más que una vil mentira. Ahora no estaba seguro si realmente era bueno en su trabajo o lo hizo bueno Alberto Miller. Lo maldijo infinidad de veces más antes de quedarse dormido en un profundo sueño en el que continuó maldiciendo a su padre, deseaba que estuviese vivo para decirle a la cara cuánto lo odiaba en ese preciso instante, y lo odió durante su vida, por ello jamás aceptó nada de él. No le perdonaba que hubiese abandonado a su madre embarazada creyéndola una cualquiera.

Tras meditar mucho qué hacer con su vida y qué camino escoger, Fernando pensaba que la cabeza le iba a estallar, decidió acudir a la reunión que tenía con el abogado de Alberto Miller esa mañana. La noche anterior Carlos le dejó un mensaje de voz en el teléfono en el que le decía que su presencia era necesaria para dejar claro algunos asuntos del testamento, aunque pensase renunciar a todo. Ni tanto que los pensaba dejar claros, y de una vez por todas.

Cuando llegó al despacho del bufete de Carlos la secretaria lo hizo pasar de seguida, para su sorpresa allí se encontraba ya Miranda, ataviada en un abrigo blanco con adornos en negro. No se levantó al verlo llegar como hizo el abogado.

—Llegas tarde —le dijo Miranda con tono de reproche y le echó una mirada reprobatoria.

Fernando ignoró el comentario y no le replicó como hubiese deseado, la observó de reojo allí sentada, tan perfecta, tan guapa, tan por encima de todos.

—No perdamos más tiempo —dijo sin tan siquiera mirarla a los ojos, e instó a Carlos para comenzar con un gesto de la cabeza.

Miranda pensó que era un maleducado y apartó la vista de él para centrarse en Carlos.

Fernando no dejó de repasarla con la mirada cuando ella no era consciente de esto, pensaba a la misma vez: “Te voy a bajar esa soberbia y esos humos de niña rica que tienes, Miranda Miller”.

—He de poner en marcha muchos asuntos —comenzó a hablar Carlos—, vuestro padre tenía un importante patrimonio y debo empezar con miles de cosas para que todo quede como él deseaba. Miranda, tú aceptas todo lo que Alberto dispuso en su testamento. —Volvió la vista hacia Fernando, sentado al lado de ella y frente a Carlos—. Y , Fernando, ¿has pensado mejor las cosas?

Fernando, sonrió con ironía y desgana.

—Acepto —pronunció rotundo y serio con actitud molesta.

Tanto Carlos como Miranda lo miraron sorprendidos. Hasta el día anterior no deseaba la herencia. Ambos se preguntaron qué le hizo cambiar de opinión.

—Entonces, ¿ambos aceptáis las condiciones del testamento? —les preguntó Carlos.

Los dos asintieron en silencio de mala gana. Se miraron de refilón y con indiferencia, a ninguno les apetecía ser sometido durante un año completo a las absurdas condiciones que Alberto los obligaba en el testamento.

—Bien, os lo dejo claro de nuevo todo —intervino el abogado—. Durante este primer año, ambos debéis vivir en el chalet que Alberto compró, vosotros dos solos y nadie más —aclaró—. Si alguno, por libre voluntad, deja esa residencia pierde todo. Y cuando digo todo, es toda la parte de la herencia al completo que os ha correspondido. Sin que os quede nada, tal y como estáis ahora mismo. Ambos debéis dirigir juntos la clínica Miller en este primer año, y poneros en común acuerdo en todas las decisiones a tomar, tanto en la clínica como en los laboratorios. Si alguno se pasa la autoridad del otro por encima y actúa sin el consentimiento del otro, pierde la herencia, todo —volvió a aclarar—. No podéis vender ningún bien de los que os han sido asignado en el testamento, tan solo disfrutarlos. Y el dinero que os corresponde a cada uno también estará congelado por este año. No podréis hacer uso de él para nada. Tan solo percibiréis las ganancias de la clínica Miller y los laboratorios. Y, obviamente, el sueldo como directores de la clínica. Los gastos de todas las propiedades, el primer año, están cubiertos con un fondo que Alberto designó. Si alguno de los dos incumple con su parte, el otro podrá iniciar acciones legales para quedarse con la totalidad de la herencia, convirtiéndose en una persona muy rica. Y, si en algún momento, se os pasa por la cabeza pactar ambos contra estas condiciones, yo mismo, como albacea, emprenderé acciones en contra de los dos, quedando Diana y Marta como herederas de todo lo vuestro. Me encargaré personalmente de que cumpláis con lo establecido en el testamento, y espero por el bien de los tres no tratar más este tema hasta pasado un año, cuando volvamos a reunirnos por expreso deseo de vuestro padre. No podéis hacer otra cosa, creedme —les advirtió con resignación—. Vuestro padre contempló muy bien todas las posibilidades para hacer cumplir hasta el final sus condiciones. Tened muy presente que vais a tener a Diana observándoos y haciendo que cumpláis todo lo estipulado por Alberto, ya que si vosotros no cumplís con sus órdenes, será ella la beneficiaria y por consiguiente una nueva heredera.

Se hizo un prolongado silencio en el despacho. Después, Fernando y Miranda firmaron los documentos que Carlos les extendió sobre la mesa.

—Os dejo solos —les dijo Carlos mientras recogía su maletín y cogía la chaqueta—, podéis quedaros a discutir vuestros asuntos en privado ya que vais a tener que poneros de acuerdo en muchas cosas. Yo tengo una reunión y llego tarde —les explicó porque se marchaba con prisas—. Mañana mismo debéis tomar posesión de la casa, de la dirección conjunta de los laboratorios y la clínica Miller. Os haré una visita para comprobar cómo va todo.

Una vez a solas, Fernando y Miranda centraron la vista en el otro. Eran conscientes de que desde ese momento eran un equipo.

—Dijiste que no querías nada. ¿Por qué has cambiado de opinión tan rápido? —le preguntó ella.

Fernando se levantó del sillón y se paseó por la estancia con aire despreocupado.

—Eso era antes de enterarme que Alberto Miller me manipuló media vida —le hizo saber con rabia—. Soy un excelente médico, y con una clínica a mi disposición puedo demostrar quién soy por mí mismo.

Antes estas últimas palabras a Miranda se le tensó el cuerpo. No sabía nada de él, ni de su familia, se preguntó su si estaba casado, si tenía novia…

—¿Estás casado, tienes pareja…? —Le observó el rostro de asombro por la pregunta. Ella necesitaba saber más de él—. Lo digo más que nada por las condiciones del testamento. Lo de convivir juntos y solos en el chalet por un año.

—Tranquila, me las arreglaré —se mostró indiferente—. ¿Y tú?

—¿Yo? —le preguntó Miranda confusa por la escueta respuesta anterior.

—Si tú tienes problemas, digo, un novio, marido… no sé…

—No tengo problemas. Vivo sola en mi apartamento. Me gustaría seguir ahí, pero es imposible. Así pues, por un año, lo dejaré.

Una alegría inesperada se manifestó en el interior de Fernando que la miró intrigado. Vivía sola. No se esperaba aquello.

—Me voy, tengo que arreglar un montón de cosas —le dijo Fernando de repente a modo de despedida mientras se dirigía a la puerta y la dejaba allí sentada.

—Te espero mañana en la clínica Miller temprano —puntualizó con tono de jefa, molesta por la actitud prepotente que él mostraba desde que llegó—. Tengo que enseñarte un montón de cosas que harán que retrase mi trabajo. Espero que sea cierto eso de que eres muy inteligente, o superdotado, ¿no? Mi padre siempre estaba presumiendo de eso, espero no tardes en coger la dinámica de la clínica y demuestres lo listo que eres.

Con la puerta medio abierta y antes de salir, Fernando le dirigió una mirada seria y con mala gana por darle órdenes y creerse superior a él.

—Allí estaré, Cenicienta —le dijo con tono burlón antes de cerrar la puerta.

Aquello iba a ser una guerra, pensó Miranda. Recogió sus cosas y se marchó con paso decidido.

Miranda pasó toda la tarde en casa de su madre, junto con ella y Marta. Le contó a Lorena lo sucedido en el despacho de Carlos, esta sonrió para sus adentros y se sintió triunfadora preguntándose qué más secretos les tenía deparados Alberto para ese año. Si bien su marido le reveló parte de sus intenciones, hubo cosas que Lorena siguió preguntándose por qué las hacía. Lo que más le intrigaba era lo que Alberto tuviese preparado para un año después, ya que las condiciones del testamento para Miranda y Fernando estaban sujetas a un montón de cláusulas por cumplir, y por supuesto, que ella desconocía. Su marido tan solo le pidió ayuda en determinados casos que pudiesen surgir. Lorena confiaba plenamente en él y eso Alberto lo sabía, por eso se permitió el lujo de contar con la ayuda de su esposa en los posibles inconvenientes que pudiese encontrar a la hora de llevar a cabo el plan que trazó antes de morir, por supuesto, sin hacerla cómplice de aquella locura, que de salir mal, sus hijos lo odiarían por el resto de sus vidas.

Miranda se despidió de Lorena y Marta y regresó aquella noche a su apartamento. Debía volver a la vida normal, además, a partir del día siguiente tendría que hacer la mudanza al chalet que su padre la obligaba a compartir junto con Fernando. Eso era otra cosa, de las tantas del testamento de su padre, que no llegaba a entender. ¿Por qué obligarlos a convivir juntos y solos? Si Alberto quería que su familia estuviese unida en el primer año después de su muerte, debido a lo inesperada y dura de esta, ¿por qué no dispuso que todos viviesen juntos en la mansión Miller? Miranda no entendía ese punto.

Estaba acostumbrada a vivir sola, en un cómodo apartamento, con Paloma y Víctor como vecinos. Le iba a costar la misma vida compartir casa con Fernando, al fin y al cabo, un completo extraño para ella teniendo en cuenta que sabía muy poco de él y al que jamás vio como hermano hasta la lectura del testamento. Y para colmo, él era el hombre del crucero, un hombre en el que había pensado bastante en ese último año y medio desde que lo conoció.

Al llegar a su apartamento, recibió la visita de sus dos mejores amigos, Paloma y Víctor; la estaban esperando. Les reveló a ambos que Fernando Miller, su hermano, era el hombre misterioso que conoció en el crucero año y medio atrás, y todo lo demás sucedido desde la muerte de Alberto.

Sus amigos se mostraron muy afligidos por la noticia de la rápida mudanza y totalmente sorprendidos por el hecho que el hombre misterioso del crucero fuese el hijo de Alberto.

—Víctor, por favor, convoca una reunión mañana —le ordenó Miranda—. Hay que presentar al nuevo dueño de Miller. Algo informal, la próxima semana haremos una reunión, fijaremos algunos puntos y daremos nuevas órdenes. Pero primero tengo que ponerme de acuerdo con mi hermanito en algunos aspectos.

Miranda estaba acostumbrada a tomar decisiones en la clínica sin ser cuestionadas por nadie, al fin y al cabo, Alberto siempre la apoyaba en todo. Le iba a costar la misma vida compartir aquello con Fernando. Él se veía un hombre con carácter y decisión.

—Por fin lo has encontrado, nena. Ahora todo puede surgir entre vosotros. Tu continúas soltera —la animó Víctor.

—Tiene mis zapatos de Prada, por eso trataba de encontrarlo, no tengo otro interés en él —se excusó Miranda.

—Sí… ¿solo eso, nena? ¿Tanto interés por unos zapatos? Tú te puedes permitir veinte pares como ese. Y estoy seguro que es un hombre que reúne todos los atributos como para que tú te fijes en él —dijo Víctor.

—Fueron un regalo de mi padre —se excusó ante ellos—. Y con respecto a mi hermanito, dejaré que lo juzgues mañana cuando os lo presente. Y ahora, dejadme sola, que tengo que hacer las maletas y me estáis entreteniendo.

—¿Nos vas a dejar sin decirnos nada más? —se quejó Paloma—. ¿No habéis hablado sobre vosotros? —Miranda negó con un gesto—. ¿Me vas a decir que solo habéis hablado del testamento de Alberto? ¿Nada sobre vuestro encuentro tiempo atrás?

—Ajá —le contestó Miranda—. Hasta mañana. Espero que me ayudéis con la mudanza al chalet. Adiós. —Los empujó a ambos de la puerta para fuera, cerró con una sonrisa al pensar la cara que pondría Víctor al ver a Fernando Miller por primera vez, le iba a gustar, estaba completamente segura.

Fernando hizo una llamada a su buen amigo Román, tenía algo que proponerle. Este le cogió el teléfono al cuarto tono.

—Te iba a llamar en un rato. Me acabo de enterar de que has renunciado a tu trabajo. ¿Cómo es eso, Fernando? ¿Sabes lo que estás haciendo?

—Lo sé —le respondió serio y sin más explicaciones—. Y tú también vas a renunciar —le ordenó serio y tajante—. Te quiero en mi nuevo equipo. Te espero en Barcelona en unos días.

—¡¿Qué?! —preguntó Román sorprendido.

Fernando le contó que ahora era un hombre rico y director de la clínica más prestigiosa de España, junto con los motivos que le llevaron a aceptar todo aquello.

Román no daba crédito a lo que escuchaba. Aceptó la propuesta de su amigo sin pensarlo tan siquiera, él también se sintió manipulado después que Fernando le contase que trabajaban en aquella clínica de Madrid por pura estrategia de Alberto Miller.

Aquella mañana sería intensa en la clínica, Miranda se levantó temprano y mientras escogía el sencillo vestido en color crema, con un fino cinturón ajustado a su estrecha cintura, combinado con unas tupidas medias negras, zapatos de tacón alto y abrigo tres cuarto en negro, se miró al espejo y deseó que ese día pasase rápido. Demasiados cambios se avecinaban en su vida.

Miranda llevaba una hora delante del ordenador en el despacho de dirección, cuando su secretaria le anunció que un señor llamado Fernando Villén decía tener una cita con ella en esa mañana.

Alicia le insistió al señor que no figuraba en la agenda, sin embargo Fernando le solicitó, perdiendo la paciencia, que avisase a Miranda de que estaba allí. La secretaria lo hizo pasar a duras penas al intuir que el señor no tenía intención de marcharse, todo lo contrario, la amenazó sutilmente que de no avisar a la señorita Miller de su presencia, él mismo pasaría sin previa autorización.

A Miranda se le pasó por alto decirle a Alicia que Fernando vendría a lo largo de la mañana.

Cuando su hermano entró en el despacho y la secretaria cerró la puerta tras un gracias por parte de Miranda, Fernando tomó asiento sin ser invitado.

—¿Es tu secretaria o tu guardaespaldas? —preguntó con la mirada fija en la puerta cerradas, con gesto malhumorado.

Alicia era una huraña señora de unos cincuenta años que había ejercido de secretaria en la clínica Miller desde los veinticinco años. Era inaccesible a todos lo demás, sin embargo con Alberto y Miranda era un encanto. Los quería y los protegía de indeseadas visitas y llamadas.

Con buena disposición Miranda le sonrió a Fernando tratando de aplacar el mal humor que le vio reflejado en la cara. Ella permaneció tras el escritorio, sentada y relajada en su asiento de directora.

—Cuando la conozcas mejor verás que es muy buena en su trabajo.

—No lo dudo. Creo que si llego a entrar sin avisar me parte la impresora en la cabeza.

—Cuando se entere de quién eres realmente se le va a caer la cara de vergüenza frente a ti. ¿Por qué te has presentado como Fernando Villén?

—Es mi nombre —se excusó con un leve encogimiento de hombro e indiferencia.

—Sabes que no. Tu nombre es Fernando Miller. Mi padre te reconoció hace años.

—Nunca utilizo ese apellido. Tan solo aparece en mi DNI. Prefiero utilizar mi segundo apellido. Villén es más normal —dijo al fijar los ojos en ella.

—A partir de hoy, aquí serás Fernando Miller. Creo que es mejor que todos te conozcan así y te identifiques como tal. Más que nada, para evitar situaciones como la de hace un momento con Alicia.

—Como quieras —pronunció con indiferencia—. ¿Por dónde empezamos?

Tenía ganas de trabajar, era un hombre muy activo que siempre necesitaba estar ocupado en algo.

—Por un café —propuso Miranda, levantó el teléfono y se lo pidió a Alicia—. Y luego, por conocer las instalaciones y el personal más sobresaliente de la clínica. Así cuando te hable de instalaciones, proyectos o personas ya tendrás una leve idea en tu mente. ¿Te parece bien?

—Bien —asintió serio.

Se puso en pie y fue hasta el lateral del despacho, había una enorme cristalera con una vista espectacular de la ciudad, se encontraban en la última planta de un edificio de quince plantas.

Miranda lo observó allí de espaldas a ella, alto y fornido, llevaba las manos en ambos bolsillos del chaquetón del que aún no se había deshecho, admiraba las vistas sin decir nada. Le sorprendió no verlo vestido con traje de chaqueta para mañana llena de importantes reuniones. Miranda admitió que su hermano tenía un atractivo innato. Iba a causar una gran revolución entre el personal femenino de la clínica Miller. Si su padre levantó pasiones años atrás, inclusive las levantaba poco antes de morir, Fernando superaría con creces a Alberto, era un digno hijo de él. Ella misma fue la primera en caer en los encantos de su hermano un año y medio antes, y tenía que admitir que había ganado con el tiempo transcurrido.

—Bonitas vistas —dijo Fernando volviéndose hacia su hermana, sacándola de los pensamientos que la tenían presa,mientras se deshacía de la bufanda y el chaquetón.

—Sí —admitió y se puso en pie cuando la puerta se abrió.

Alicia entró con decisión hasta la mesa de Miranda, depositó los cafés y miró al hombre que la observaba en silencio desde cierta distancia.

—¿Algo más, Miranda?

—Sí, Alicia. Te presento a Fernando Miller, mi hermano. Creo que no lo conoces aún —le aclaró al ver la cara de la mujer.

Fernando fue hacia ella con una sonrisa, mostrando unos perfectos dientes blancos y le extendió la mano.

—Encantado, Alicia. Espero que la próxima vez pueda entrar a ver a mi hermanita sin rogarte tanto.

La mujer no supo cómo reaccionar.

Miranda la observó titubear sin saber cómo salir de aquello.

—Nunca se presenta con el apellido Miller. En la clínica donde trabajaba lo conocían como doctor Villén, la costumbre supongo. Por eso se ha presentado con el segundo apellido. Ya lo conoces Alicia, te doy permiso para que lo dejes pasar a mi despacho sin cita.

—Encantada señor Villén, digo, Miller. Disculpe —dijo con cierto nerviosismo.

—Llámame Fernando —le ordenó serio.

La mujer asintió y se dispuso a marcharse al ver que Miranda no requería más nada de ella.

—Alicia, por favor, llama a Víctor y Paloma, diles que vengan, que los estoy esperando en mi despacho —le dijo Miranda. La mujer asintió y se marchó tras cerrar la puerta.

A Fernando le sonó el teléfono y lo atendió delante de Miranda. Percibió la atenta mirada que le dirigió cuando descolgó diciendo; ya te echaba de menos. Su madre tenía la costumbre de llamarlo a diario, y desde que estaba en Barcelona lo llamaba todas las mañanas mientras él desayunaba, pero esa mañana no lo había hecho.