19

Cuando Miranda despertó a la mañana siguiente, se encontró entre los brazos de Fernando; él aún dormía. Ella se apoyó sobre el codo y lo observó al detalle. Era perfecto, pensó. Allí, con las facciones relajadas y sus grandes ojos cerrados, bajó la vista hacia su pecho desnudo y se mordió el labio inferior, dormido lo encontraba mucho más atractivo y seductor. Se permitió pensar que ella había gozado ese cuerpo, incluso fantaseó con hacerlo de nuevo en aquella cama.

Al pasear la mirada con detenimiento hasta su rostro nuevamente, se encontró con unos ojos color canela que la observaban con un brillo especial y una sonrisa en la boca. Miranda se sonrojó de inmediato al verse descubierta, trató de levantarse y huir de la cama con algo de recelo, pues no sabía muy bien cómo comportarse con él después de lo sucedido la noche pasada, pero Fernando fue más rápido y la atrapó con su cuerpo colocándose encima de ella.

—Dicen que cuando dos personas han estado a punto de morir juntos, la reacción natural es hacer el amor, ya es una forma de constatar que están vivos. No me gustaría a mí llevar la contraria a esas leyendas —le susurró con voz ronca muy cerca de sus labios, casi rozándoselos. Acto seguido la besó apasionadamente moviéndose sobre su cuerpo, dejándola sin aliento y jadeante al sentir como su lengua se movía dentro de su boca y la palpitante erección que se despertaba en Fernando.

Completamente entregada a lo que sentía por ese hombre, Miranda no tenía fuerzas ni ganas de deshacerse de sus besos y caricias. Estaba consumida por el deseo.

—A mí tampoco —logro decir entre apasionados besos, luego lo tomó con brusquedad por la nuca y acercó su boca a la de él, para devorarlo con un beso profundo y demoledor que llevaba implícito lo que vendría.

Segundos después, comenzó a sonar el móvil de Miranda, ninguno de los dos le prestó atención, estaban sumidos en otra cosa mucho más interesante. Sin embargo, el teléfono volvió a sonar con insistencia en una segunda llamada.

Maldiciendo entre dientes, Fernando se hizo a un lado y dejó que Miranda contestase a la llamada.

—¿Si? —dijo ella apenas sin fuerzas ni voz incorporándose en la cama.

Al otro lado de la línea estaba Ricardo, preocupado por lo ocurrido la noche anterior en casa de Miranda y a ella misma.

Este le explicó que tuvo que acudir esa mañana temprano a la comisaría y allí se enteró de lo sucedido. Miranda le agradeció su preocupación y aceptó el ofrecimiento de ayudarla para poner la denuncia y hacer la declaración. Quedó en encontrarse con él en dos horas.

Cuando colgó, minutos después, Fernando estaba sentado en su cama y la miraba serio. El hecho de saber que fueron interrumpidos por Ricardo lo puso de mal humor.

—Era Ricardo, se acaba de enterar de lo sucedido anoche y se ha prestado a ayudarnos con los trámites legales —le aclaró confusa y algo nerviosa por la situación.

Fernando solo asintió y salió de la cama, molesto.

—Se ha prestado a ayudarte a ti. Yo debo ir a la clínica. Encárgate tú del asunto del robo, anoche le conté a la policía todo lo ocurrido. —Sin más, se marchó.

Tras verlo desaparecer por la puerta como si no hubiese pasado nada entre ambos momentos antes, dejó a Miranda descolocada por completo, se dijo que ese hombre tenía el don de tratarla con la indiferencia más grande del mundo o con la pasión y dulzura jamás vista.

Salió la de cama con la misma frustración que debería sentir Fernando en esos momentos y se metió en la ducha para aplacar el sofoco que aún le calentaba el cuerpo.

Al cabo de dos horas, Miranda se encontraba en comisaría, formalizó la denuncia y declaró contra el hombre que tenían detenido, el encapuchado que Fernando dejó inconsciente en el suelo. Ricardo estuvo a su lado en todo momento.

Ese día no se dejó caer por la clínica, estuvo muy liada toda la mañana y luego pasó la tarde con su madre. Por otra parte, no tenía ánimos para trabajar y mucho menos para enfrentarse a Fernando.

Cuando Miranda apareció por casa ya estaba entrada la tarde. Vio luz dentro antes de abrir la puerta principal, y nada más entrar lo encontró en el salón, frente a la chimenea en chándal, leyendo varios papeles. Fue hasta allí y lo saludó, se dijo que era mejor continuar como si nada y llevarse de forma cordial.

Fernando se levantó con ímpetu apenas verla entrar, se acercó a ella con una expresión amenazadora.

—Acaba de marcharse tu ex novio, el tal Ricardo —le manifestó molesto.

—¿Qué quería? He pasado toda la mañana con él —se sorprendió.

—Ha venido a hablar conmigo —le reveló serio, paseándose por la estancia furioso—. Ha tenido acceso a la declaración del detenido. Y ha venido a amenazarme.

—¿Amenazarte? No entiendo nada. —Lo miraba perpleja mientras él se movía como un león enjaulado y se debatía en una batalla interna que no sabía cómo comenzar a librar.

—El ladrón, que ha resultado ser un joven inmigrante de apenas diecinueve años, sin experiencia, terminó por confesar al cabo de cinco horas de duros interrogatorios. Ha declarado que el otro delincuente que huyó lo contrató para ayudarlo a matar a una persona en esta propiedad, el asesinato debía parecer un intento de robo y posteriormente la muerte por accidente de uno de nosotros. —Su mirada era fría y la taladraba con ella. Tras unos segundos de silencio le espetó con dureza—: Tu ex novio piensa que deseo matarte, para quedarme con toda tu parte de la herencia.

Con un nudo en la garganta tras escuchar aquellas palabras, ya que Miranda ignoraba esa información, se deshizo del abrigo que aún llevaba puesto, comenzaba a tener demasiado calor. Solo pensar que alguien entró en su casa con la intención de matarla a ella o a Fernando le hizo sentirse aterrada. Necesitó tomar asiento para calmar sus temblorosas piernas y no se le ocurrió quién podría quererlos muertos. En ningún momento le dio validez a los pensamientos de Ricardo, ella mejor que nadie era conocedora de que Fernando aceptó su parte de la herencia casi obligado. Lo que la dejó fuera de sí, fue el hecho que alguien quisiera matarlos a uno de los dos, ya que no alcanzaba a dilucidar el fin de esto. Ella nunca tuvo enemigos, era una persona muy corriente, llevaba y hacía vida normal.

—Y pensándolo mejor, Miranda —la voz de Fernando plantada frente a ella la sacó de sus pensamientos—, ¿no serás tú quién deseas deshacerte de mí, para quedarte con toda la herencia? Al fin y al cabo, yo soy una gran piedra en tu camino, si desaparezco, tú te conviertes en una mujer muy rica y dueña de todo, sin tener que debatir decisiones conmigo el resto de tu vida. —La miró con odio, la quería herir con aquella acusación intencionada, no soportaba el hecho que su ex novio hubiese ido a amenazarlo para proteger a su amada.

Con los ojos muy abiertos posados en él, Miranda no daba crédito a que Fernando la estuviese acusando de querer matarlo para quedarse con toda la herencia. Lo miró descolocada y fuera de sí. Se puso en pie, se quitó un jersey abierto que llevaba encima de la camisa, de malas formas, lo tiró sobre el sillón y se desató una completa tormenta con rayos y truenos.

Lo encaró con tal rabia y desprecio en su mirada, que no pudo reprimir darle una sonora bofetada con todas sus fuerzas por acusarla de algo tan grave como querer matarlo.

Tras sentir el golpe de ella, Fernando se quedó quieto, observó que le dolió más a ella la mano que a él su cara.

—¿Me crees una ambiciosa desmedida, no es así? ¿Piensas que solo me importa el dinero y ser la dueña de todo, verdad? —le escupió con una rabia desmedida y un gran dolor. Él no dijo nada, la miraba con resentimiento—. Bien, pues déjame decirte que jamás he deseado la vida que llevo —le gritó fuera de sí, revolviéndose el pelo y paseándose por la estancia. No quería tenerlo cerca y que la mirase con aquellos ojos acusadores, dolía demasiado.

—Quién lo diría, se te ve muy cómoda en tu ambiente de mujer rica y poderosa —la retó con la mirada—. Me cuesta creerlo, créeme.

—Pues créelo —le gritó otra vez desesperada—. Cuando mi madre se casó con Alberto Miller yo tenía ocho años, iba a un colegio público, vivía en una casa más pequeña que este salón y mi ropa estaba más que usada. ¿Sabes lo que supuso para mí ir a un colegio privado con niñas ricas, vivir en la impresionante mansión de Alberto y estar rodeada de tanto lujo? Lloraba todas las noches porque no me acostumbraba a ello. Las niñas se reían de mí en el colegio porque no conocía Disneyland París o porque nunca había ido al zoo. La única que me ayudó fue Paloma. Tuve que cargar durante toda mi vida con ser la hija de Alberto Miller, la prensa fue tras mis talones todos los días más que cumplí dieciocho años, por eso me fui a estudiar a Madrid y a Londres. Por mí no hubiese vuelto jamás, pero claro, papá un día me llamó y me hizo una oferta que no pude rechazar, ya no por mí, sino por mis amigos. Alberto me ofreció la dirección de Miller junto a él, y a cambio Paloma sería la jefa del área de ginecología y Víctor el jefe de recursos humanos. ¿Cómo rechazar algo así? Yo siempre iba a tener la clínica Miller a mi disposición, pero Paloma y Víctor jamás encontrarían una oferta mejor. Acepté, pero yo estaba muy bien en fuera de esta ciudad. Compartía piso con mis dos mejores amigos y los fines de semana venía a Barcelona para estar con mi familia y mi novio. El apartamento que tengo, el coche, mis joyas, todo es regalo de papá. Me crie con ciertas necesidades hasta que Alberto Miller llegó a nuestras vidas. Yo no despilfarro ni tiro el dinero. Lo que mi padre me ha dejado en su testamento es mucho más de lo que cualquiera hubiese imaginado. No soy su hija biológica, y teniendo en cuenta que tiene dos hijos propios, ¿piensas que habría aspirado a más de la parte que me ha dejado? ¿Qué piensas de mí, Fernando? ¿Me crees un monstruo sin corazón o el verdadero monstruo eres tú por pensar que quiero asesinarte por dinero? —le espetó con un profundo dolor y le cayeron las lágrimas que trataba de reprimir, ya que no podía soportar más que él pensase algo así de horrible sobre ella.

Mientras Fernando la observaba en silencio, fue incapaz de interrumpirla mientras le espetó todo aquello, ella se dio media vuelta para que él no viese su desesperación, se limpió las lágrimas con las manos mientras recogía sus pertenencias sobre el sofá con prisas. Deseaba marcharse de allí, no soportaba estar en el mismo lugar que él.

—Me voy —le anunció con voz temblorosa sin ni siquiera mirarlo—. No puedo dormir bajo el mismo techo con alguien que me cree una asesina. Mañana puedes ir a ver a Carlos y manifestarle que he incumplido con las condiciones del testamento, no me interesa nada. Enhorabuena, vas a ser un hombre muy rico —le dijo con valentía, de frente, y Fernando sintió todo el desprecio que se reflejaba en su mirada—. Y de paso, ya no necesitarás matarme. Tu conciencia estará libre de remordimientos —le dijo para herirlo y devolverle la puñalada que él le acababa de dar, creyéndola capaz de mandar a asesinarlo.

Estas duras palabras mataron a Fernando, se dio cuenta de lo que debía estar sintiendo ella por la misma acusación que él le había hecho minutos antes, tenía un nudo en la garganta que le impedía respirar. Tensó la mandíbula y cerró los ojos al tratar de reprimir las lágrimas que se agolpaban por salir. ¿Cómo había sido capaz de pensar ni por un solo segundo aquello de Miranda? Se recriminó mentalmente. Los celos lo estaban cegando por completo.

Decidida a marcharse de aquella casa para siempre Miranda abrió la puerta de la entrada sin mirar atrás. En ese momento, Fernando tomó conciencia del daño que le estaba causando a ella y a él mismo. En dos grandes zancadas se plantó a su lado, la tomó con fuerza por el brazo para impedir que diese un paso más, y para sorpresa de ella, cerró la puerta de una patada. La estrechó con ímpetu entre sus brazos y se apoderó de su boca como si le fuese la vida en ello.

Miranda trató inútilmente de deshacerse de sus labios y su abrazo, pero Fernando la obligó a permanecer ahí. Finalmente el deseo se interpuso a su voluntad y el corazón le ganó a la razón. Dejó caer el bolso al suelo y deslizó los brazos alrededor de su cuello, atrayendo su boca mientras hacía presión en la nuca y enlazaba ambas manos en su pelo. Fernando la besó desesperadamente, ambos gimieron, la tomó en brazos y fue con ella hasta el salón.

La dejó con delicadeza sobre la gruesa alfombra de delante de la chimenea y cubrió su cuerpo con el suyo. En ningún momento dejó de besarla, sus manos recorrían todo su cuerpo, necesitaba sentirla suya, piel con piel. En un arrebato de pasión, le abrió la camisa rompiendo todos sus botones. La dejó expuesta en sujetador a su vista, paró de besarla, la observó y llevó su boca a sus suaves y blancos montículos.

Justo en ese momento, Miranda tomó conciencia de la realidad en la que se hallaban inmersos, trató de incorporarse y cubrirse mientras apartaba a Fernando se su lado, sus ojos aún derramaban lágrimas. El dolor no había desaparecido de su pecho, el que parecía que le fuese a explotar de tantos sentimientos encontrados.

—Piensas que quiero matarte. No puedo hacer esto —le dijo con resentimiento en sus palabras, decepción en la mirada y tratando sin éxito de apartarlo de ella.

Con una calidez y arrepentimiento infinito en su mirada, Fernando la miró a los ojos, le sonrió cariñosamente impidiendo que se incorporase y le limpió las lágrimas del rostro con sus dedos al mismo tiempo que se maldecía una y mil veces por ser el causante de estas. Miranda era una mujer para mimar y adorar, no para hacerla sufrir como lo hacía en esos momentos.

—Eres la mujer más maravillosa del mundo, lo siento —le dio un delicado beso en los labios y la miró en silencio con admiración—. Mátame, pero de placer. Aquí, ahora, y por siempre, Miranda Miller. Soy tuyo.

Miranda estuvo perdida ante sus palabras, con el corazón latiendo a mil por horas, se entregó a sus exigentes labios que no le dejaron opción a decir nada más, tan solo a entregarse al embrujo de sentirse amada por él.

Hicieron el amor frente a la chimenea, esta vez no fue como la anterior, saciaron sus cuerpos y se dedicaron infinitas caricias y palabras eróticas al oído. Estar en los brazos de Fernando era lo mejor que le había ocurrido en la vida. Le hizo el amor lenta y apasionadamente, recorrió cada milímetro de su cuerpo con mimo, esparciendo besos y caricias íntimas por todo su cuerpo, con cada beso y con cada caricia iba implícito un perdón por siquiera haber pensado que ella quería matarlo para quedarse con todo el dinero de la herencia. Llevó a Miranda hasta el cielo, la hizo tocar las estrellas y luego la retuvo entre sus brazos, acariciándola hasta que sus cuerpos dejaron de temblar.

Estaban desnudos, aún frente a la chimenea, Fernando le acariciaba el cabello reteniéndola entre sus fuertes brazos y ambos observaban el fuego en silencio.

—Jamás me voy a perdonar haber dudado de ti. Lo siento, me cegó la rabia —se disculpó Fernando.

Al escuchar sus sinceras disculpas fuera del momento de pasión, Miranda se revolvió entre sus brazos y lo encaró con el rostro serio y lleno de preocupación, posó ambas manos sobre sus mejillas mientras que Fernando divisó un miedo atroz en sus ojos.

—Si es verdad todo lo que ese hombre ha declarado, alguien quiere matarnos —Miranda no pudo evitar estremecerse tras decir aquello en voz alta. Lo abrazó presa del miedo que le acechó en esos momentos

Fernando asintió preocupado. En esos instantes le importaba más la vida y la seguridad de ella que la de él mismo.

—¿Y si lo vuelven a intentar? —preguntó ella con un nudo en la garganta.

Fernando ya había pensado en ello.

Esos hombres actuaban por mandato de alguien, nada les garantizaba que cogiesen al encapuchado que escapó y el otro permaneciese en la cárcel. Alguien deseaba a uno de los dos herederos muerto, y algo le decía que el ataque de aquella noche iba dirigido hacia su persona. Miranda no necesitaba a dos hombres como gorilas para reducirla y matarla, con uno hubiese sido más que suficiente.

—Yo te protegeré —le dijo a modo de consuelo—. Contrataremos seguridad personal hasta que todo esto pase y se aclare.

—Estoy de acuerdo en lo de la seguridad, pero para ambos. No sabemos contra quién iba dirigido el ataque.

—Puedo cuidar de los dos. ¿No me crees capaz? —le dijo con una leve sonrisa mirándola a los ojos—. No me pienso separar de ti. —La abrazó más fuerte y la besó en los labios—. Contrataremos seguridad mañana mismo, mientras yo te cuido.

Comenzó a besarla y acariciarla de nuevo con manos expertas. Se disponía a hacerle el amor otra vez. Miranda le resultaba exquisita y adictiva.

Después de darse una ducha y cenar juntos en la cocina, Miranda y Fernando subieron a la planta de arriba; era tarde y debían dormir. Al llegar al pasillo donde se encontraban sus habitaciones, Fernando se paró en seco de repente, haciendo que ella retrocediese hasta él.

—¿Tu cama o la mía? —le preguntó serio y sin soltarle la mano que le agarraba.

Miranda lo observó confusa con el ceño fruncido, sin saber muy bien a qué se refería concretamente.

—No pienso dormir solo en una habitación, que resulta que está al lado de la habitación de la mujer que deseo. Por ello te doy a escoger entre tu cama o la mía, ¿cuál quieres que compartamos de ahora en adelante? —Miranda lo observaba con una profunda sonrisa de satisfacción en sus labios.

Fernando daba por hecho una cierta relación entre ellos más allá de esa noche. La vez pasada, después de hacer el amor como locos, nunca hablaron del tema. A pesar de que esta vez todo fue muy diferente entre ambos, Miranda no sabía qué esperar. Le sorprendió descubrir que Fernando pretendía seguir adelante con lo que fuese que tuviesen, ya que ella no se atrevió ni a ponerle nombre. Lo único que sabía, es que deseaba a ese hombre en su cama todas y cada una de las noches de su existencia.

—Prefiero la mía —le reveló con una seductora sonrisa, pegó su cuerpo al suyo y lo besó encantada.

—Bien. —Él se deshizo de su abrazo y la tomó de la mano tirando de ella para entrar en la habitación, estaba agotado—. Vamos a dormir, mañana nos espera un duro día de trabajo, ya que hoy, usted no ha aparecido por la clínica —le reprochó amablemente mientras se metía en la cama como si no fuese la primera vez que compartían esta.

—¿Solo vamos a dormir? —le preguntó algo decepcionada al verlo tumbado en la cama y sin intenciones de nada más.

Fernando soltó una sonora carcajada, la atrajo hacia sus brazos rodeándole la cintura, y le dio un suave beso en los labios.

—Si vuelvo a hacerte el amor, mañana no podrás levantarte de esta cama. —Le dio una palmada en el trasero y la abrazó acomodándose en la cama con ella pegada a su pecho—. Pero no te acostumbres —le advirtió antes de apagar la luz—. Prepárate para llegar todos los días al trabajo con sueño y ojeras. No te pienso dejar dormir mucho, soy muy exigente.

Con una carcajada, Miranda le dio una palmadita en el brazo a modo de reprimenda.

—¡Serás fanfarrón!

Cuando Miranda se despertó a la mañana siguiente, Fernando ya no estaba en la cama. Ella siempre se levantaba a las seis y media, nadaba media hora en la piscina cubierta, se duchaba y salía para la clínica. Le gustaba estar en su puesto de trabajo a las ocho en punto de la mañana.

Fue hasta la piscina cubierta después de ponerse un bañador negro, y allí encontró a Fernando, estaba haciendo largos sin parar, no se dio cuenta que ella lo observaba. Miranda se lanzó a la piscina y fue hasta él con decisión, Fernando no se la esperaba, se sobresaltó al encontrarla en su camino.

—Buenos días —ella le dio un beso en los labios y le rodeó el cuello con sus manos.

Él la tomó por la cintura, la pegó a su cuerpo y profundizó el beso saboreando su boca, recorriendo con su lengua cada rincón de ella.

—¿Y tu bañador? —le preguntó Miranda entre besos al notar que no lo llevaba puesto.

—He decidido prescindir de él. Me gusta nadar desnudo, y ya sé que mi desnudez no va a escandalizar a mi dulce hermanita si pasa por aquí. —Le rozó los labios con los suyos, mordisqueándoselos.

Miranda sonrió con picardía, le gustaba ese Fernando atrevido y juguetón.

—Vamos a la ducha, son casi las siete y hay mucho trabajo en la clínica —la apremió tras consultar su reloj acuático—. Tenemos una reunión con los del laboratorio a las ocho y media, y antes debemos ponernos de acuerdo sobre varios asuntos.

La ayudó a salir de la piscina ajeno a su desnudez, ella no se cortó en contemplarlo y le pareció magnífico.

—¿Una ducha rápida, juntos? —le propuso Fernando para calmar sus deseos.

—Acepto.

Ella le vio el brillo en los maravillosos ojos y su pícara sonrisa, asintió con otra sonrisa en sus labios y ambos se dirigieron a la ducha del baño de Miranda.

Eran las siete y media de la mañana cuando el timbre del apartamento de Paloma sonó, consultó su reloj y pensó que aún era muy temprano para que Víctor subiese. Normalmente acudían juntos a trabajar.

Paloma estaba a punto de servirse un café, fue a abrir y se encontró con Román; este llevaba en las manos una bolsa de croissant recién hechos y lucía una sonrisa en sus labios.

—Buenos días, doctora. Como siempre andas muy ocupada, he pensado que podríamos desayunar juntos. ¿Te gustan los croissants?

—¡Por supuesto! Pasa —lo invitó Paloma.

Román tenía treinta y seis años, era un buen médico y un mujeriego incorregible. Tuvo algunas relaciones de pareja duraderas, pero nunca las tomó demasiado en serio. Siempre pensó que enamorarse era para otros, él no creía en el amor, adoraba a las mujeres, sobre todo a las vecinas rubias y de ojos verdes con buen cuerpo, como la que tenía justo delante.

Román contaba a su favor con una personalidad arrolladora, era encantador, extremadamente amable y zalamero. Por todos los hospitales que había pasado tan solo tuvo un rival, Fernando Miller.

Paloma invitó a Román a sentarse y le sirvió un café. Desde que lo conoció, tres años atrás, ese hombre le dejó huella, pero su relación nunca pasó a más.

Román llevaba casi dos semanas trabajando en la clínica Miller y como su vecino de enfrente, y tan solo se veían de pasada. Paloma siempre andaba muy ocupada. Tres tardes a la semana daba clases en una universidad privada como profesora. De ahí que no tuviese tiempo para su vida personal. Hacía algunos años que no tenía una relación estable y duradera con nadie.

Llamaron al timbre de nuevo, Román que estaba cerca de la puerta, se ofreció a abrir. Era Víctor, al verlo en el apartamento de Paloma tan temprano, se pensó que habían pasado la noche juntos.

Al saludar con un beso a su amiga le susurró:

—¿Ya se ha mudado aquí? Qué rápido vais, nena.

Paloma lo reprendió con la mirada y este sonrió.

A las ocho en punto de la mañana Miranda y Fernando ya estaban en el despacho. Él la puso al día sobre los problemas que concernían en esos momentos a uno de los laboratorios de los que eran dueños. Miranda lo escuchó con atención y admiración, cada día ese hombre causaba nuevos sentimientos en ella, sin duda, aquello era amor.

Con gran profesionalidad, Fernando le explicó detenidamente que habían recibido una oferta de un nuevo medicamento para adelgazar, con más ventajas para los pacientes, muy eficaz y seguro. Querían que uno de sus laboratorios lo pusiera en marcha y lo distribuyese. Le explicó minuciosamente las ventajas de este nuevo medicamento y ella lo aprobó igual que él. Si todo era como se detallaba en el informe que tenían delante, se harían muy ricos al patentar y distribuir el nuevo producto, que podría estar en el mercado en cuestión de meses.

Luego, Miranda y Fernando acudieron a la sala de juntas, allí transcurrió la reunión. Ambos se informaron sobre el nuevo medicamento de adelgazar, lo principal era que no causase ningún daño en la salud de las personas, ni mientras lo consumían ni posteriormente. Una vez confirmaron aquello, revisaron estudios y muestras realizadas a personas que se ofrecieron como voluntarios, Miranda y Fernando decidieron dar el visto bueno al medicamento.

En cuestión de meses, Rextomp, que era el nombre de uno de los laboratorios de Miranda y Fernando, el más fuerte y con un gran prestigio a sus espaldas, distribuiría el producto de adelgazamiento más eficaz hasta ahora en el mercado, y sobre todo, seguro para la salud de sus consumidores. Si bien, este medicamento se le había ofrecido dos años atrás a Alberto Miller, y a este no le pareció adecuado tras un minucioso estudio, tras esos años transcurridos, había sido mejorado y probado.

En unos días, firmarían los derechos de la cesión de la fórmula y Rextomp comenzaría a elaborar el medicamento de adelgazamiento. En cuestión de meses, las pastillas podrían ponerse a la venta del público.