8

HUY, HUY, HUY…

Carmen entró en el portal con las piernas hechas un flan. No era del tipo de chicas que se ilusionaban con la idea de conocer a los padres de su pareja. Aún recordaba muy bien cuando el padre de su primer novio le dijo en una comida familiar que seguro que la había elegido de entre todas las demás por su par de tetas. No. No le gustaban las familias políticas. Tenía miedo y le lloriqueó a Borja apelando a la posibilidad de fingir una enfermedad, como las que Lola utilizaba para escaquearse del trabajo, pero él la dirigió hacia el ascensor sin prestar atención a su rabieta y su intentona de huida.

Borja abrió la casa y a Carmen le olió a comida casera. Se relajó y, sonriendo, pasó tímidamente.

—Ya estamos aquí —bramó Borja.

Tras unos segundos de angustia, salió a su encuentro una mujer menuda, morena, que aún retenía parte de la gracia que habría tenido de joven. No parecía tan mayor como Carmen la imaginaba. Tenía unos ojos amarillos muy vivos, como los de Borja, y la boquita igual de pequeña. Sonrió al verla, pero le hizo un escáner visual completo que la incomodó.

—Mamá, esta es Carmen.

—Hola, Carmen, soy Puri. Encantada.

Se dieron dos besos y se quedaron calladas, mirándose.

Lola se encendió un cigarrillo tirada en el suelo.

—Alcánzame la agenda, por favor.

Sergio le pasó la agenda de lomo rojo y se la dejó sobre el vientre.

Ella la abrió y contó mentalmente. Ya era la cuarta vez aquella semana que llamaba a Sergio para un revolcón…, tenía que bajar el ritmo. La cerró y lo miró. Sergio estaba apoyado en la ventana y se abrochaba el cinturón con un cigarrillo encendido en la comisura de los labios. Algo le reverberó a Lola en la boca del estómago.

—Hoy también tienes cosas que hacer, ¿verdad? —preguntó él molesto.

—Sí.

—Ya. Soy algo así como tu puto, ¿no? ¿No jugamos a eso?

Lola sonrió, con cara de bendita, y se olvidó por un momento de las mariposas de su estómago.

—Venga, Sergio, no te pongas histérico, que no te pega nada. Tú eres otro tipo de tío, no de los que juzgan este tipo de situaciones de una manera tan sórdida.

—Sí, ya. Me voy. Llámame si quieres volver a follar.

Sergio se puso la camiseta y cerró de un portazo que a Lola le sonó a música celestial. Sonrió y se sopló las uñas pensando: «Buen trabajo».

Nerea miraba el plato de comida con miedo. ¿Dónde irían a parar aquellos espaguetis? ¿A la barriga? ¿A los muslos? ¿A la lorza naciente de su riñonada?

—Dani… —le dijo con cariño.

—Dime.

—¿Estoy gorda?

Daniel se apartó el vaso de los labios y la miró fijamente antes de contestar.

—¿Estás de broma?

—No. ¿Estoy gorda? —insistió.

—Cariño, estás buenísima. Eres la mujer más…

—No, ahora no necesito adulaciones, quiero la verdad.

—Nerea, estás genial.

Esta apartó el plato y contuvo las ganas de llorar, pero no pudo evitar una lágrima que le resbaló por la cara hasta llegar al mantel, dejando una motita redonda. Dani no había apartado los ojos de ella.

—Pero ¿qué te pasa? —y al preguntarlo parecía irritado.

—Me ha salido una lorza.

—¡¿Qué dices?!

—Estoy reventona.

—Estás tonta, eso es lo que estás. —Sonrió un poco, para quitarle importancia—. Cena, haz el favor.

—Es que… no tengo hambre. Como sin hambre. La verdad es que… —miró su plato y el de Daniel— me da un poco de angustia. Huele demasiado a tomate.

Él la miró como si estuviera loca. Dejó los cubiertos ceremoniosamente sobre la mesa y le dijo muy serio:

—Nerea, tienes que ir al médico. Ya me estás preocupando.

Nerea sintió que le faltaba el aire. Dejó la servilleta sobre la mesa y se disculpó.

—Me tengo que ir. Por favor, necesito que dejes que me vaya porque… tengo que hacer una cosa.

No le dio oportunidad de contestar y recogió atropelladamente todas sus cosas. Salió a la calle y respiró hondo. Daniel se levantó, al tiempo que llamaba al camarero. A Nerea no le apetecía hablar sobre lo que le estaba pasando. A Nerea, la verdad, no le apetecía ver a Daniel, ni hablar con él. Se giró, paró un taxi y desapareció.

Llamó al timbre dubitativa y contesté en cuestión de segundos.

—¿Sí?

—Val…, soy Nerea.

Le abrí asustada. No era normal en ella presentarse sin avisar y mucho menos a esas horas. Miré a Víctor con el telefonillo en la oreja. Estaba tumbado en la cama, despeinado y ligero de ropa.

—¿Quién es?

—Vístete. Es Nerea.

Víctor se levantó con una mueca y se puso los pantalones. Dudé que le abrocharan con todo eso ahí rebosando vitalidad. Después alcanzó la camiseta y se la colocó.

Lo dejé atándose los cordones de las Converse y volví hacia la puerta. Abrí y Nerea llegó ahogada, debía de haber subido los escalones de tres en tres.

—¿Qué ha pasado? —pregunté preocupada.

—No, no, es solo que…

Me quedé mirándola jadear, sorprendida.

—Nerea, ¿estás bien?

—Val…, no sé qué me pasa. Estoy gorda, tengo ganas de llorar, me falta el aire…

Entró y se quedó mirando a Víctor, que se estaba peinando con las manos. Después miró de reojo la cama revuelta.

—Perdona, debería haber llamado…

—No te preocupes —dijo él—. Yo me voy y os dejo mejor que habléis solas…

Eran cosas de chicas. La situación le venía grande.

—No, no, por favor, no te vayas, me voy a sentir peor.

—Nerea, siéntate. ¿Quieres tomar algo? —La conduje hasta dentro y la dejé frente al sillón.

Se sentó mirando al infinito. Víctor pasó por mi lado y me susurró que esperaría fuera. Cuando la puerta se cerró, Nerea despertó de la ensoñación.

—¿Qué te pasa? —le dije con cariño mientras me arrodillaba delante de ella.

—No lo sé. He engordado unos kilos y no estoy bien. Me siento muy rara.

—Pero, Nerea, esos kilos ¿los has aumentado de verdad o está todo aquí? —Señalé la cabeza.

—No, no, no me cabe el pantalón.

—Yo te veo completamente igual. No es para hacerte sentir mejor, es que te veo tan estupenda como siempre.

—Lola me dijo que tenía una lorza encima de la cinturilla del vaquero.

—Lola disfruta siendo así de borde, parece que no la conozcas. A mí el otro día me dijo que tenía pinta de bailarina de estriptis retirada.

—No…, no es lo mismo. Esto es verdad.

—Bueno, Nerea, aunque hubieras engordado dos kilos, ¿qué problema hay?

—No lo sé. Hay algo que…, que no va bien.

La miré interrogante.

—¿Con Daniel? —Se encogió de hombros—. ¿En tu trabajo?

—Todo eso me da igual.

Se quedó callada mirando al suelo y no supe qué decir. Yo la conocía bien y sabía que no estaba enamorada de Daniel. Era fácil verlo. Sin embargo, lo que había que pararse a meditar es si ella podría enamorarse locamente alguna vez de alguien. Nerea era demasiado cuadriculada. Ella buscaba a un hombre muy concreto que encajara en la vida que quería tener, pero no buscaba el amor. No suponía ningún problema siempre que ella se sintiera satisfecha. Bueno, yo no terminaba de comprender cómo podía compartir su vida con alguien al que no quisiera, pero yo no era quien tenía que vivir su vida. A decir verdad, es probable que ella le quisiera; cada persona quiere como sabe y puede. Cada persona quiere como le da la gana.

Y su trabajo…, pues más de lo mismo. Se matriculó sin pasión en Empresariales porque su madre dedujo que allí encontraría un buen marido que le ahorraría tener que trabajar. No es que me parezca mal, cada uno hace lo que quiere con su vida y ordena sus prioridades según su criterio. Sin embargo, Nerea no encajaba en ese esquema y tenía demasiadas ganas de moverse aún por el mundo laboral. Lo que ya no sabía es si aquel era el trabajo que la haría feliz.

Pero ¿quién era yo para decirle nada?

Al fin Nerea suspiró y, saliendo de su mutismo, fingió una sonrisa comedida. Por mucho que su madre la aleccionara para que nunca nadie supiera cuándo estaba mal, nos conocíamos desde hacía casi quince años. Sus sonrisitas me tenían de vuelta y media. Chasqueé la boca tratando de que se quitase la coraza, al menos un rato más. Pero se puso de pie y dijo:

—Voy a casa a dormir. Necesito descansar.

Esperé a que dijese algo más, pero había vuelto a cerrarse en banda, así que le contesté de manera cariñosa que se levantara tarde y durmiera mucho. Ella sonrió.

—Mañana es viernes y trabajo.

—Perdona, no sé en qué día vivo. Y en realidad creo que yo también debería levantarme pronto y ponerme a echar currículos.

—Tú ya tienes trabajo. Eres escritora —dijo sonriente.

—Soy una escritora que no sé si va a llegar a fin de mes.

—Perdona por aparecer aquí sin previo aviso.

—Qué protocolaria eres, leñe. —Me reí.

—¿Víctor pasa aquí mucho tiempo?

—Unos días aquí, otros allá. —Sonreí.

—Valeria…, ¿lo tienes claro?

Me quedé mirando a Nerea algo confusa y después negué con la cabeza, hablando lo suficientemente bajo para que mis confesiones no llegaran a oídos de Víctor.

—No. No lo tengo nada claro. A veces pienso que estoy como cuando tenía quince años. Creo que lo sé todo y en realidad no sé absolutamente nada.

—¿No has visto a Adrián?

—Aún no he visto a Adrián, pero porque creo que no estoy preparada para verlo. Ninguno de los dos está preparado todavía.

—Tarde o temprano vas a tener que formalizar la situación.

—¿Nos vemos mañana para cenar y charlamos? —propuse cambiando de tema—. Aquí, por favor, que no quiero gastarme pasta.

—Sí, me apetece mucho. Traeré algo.

—No hace falta.

Nos dimos un beso. Víctor y ella se cruzaron en el quicio de la puerta y se despidieron con un beso educado en la mejilla. Nerea desapareció escaleras abajo y Víctor se acercó a mí.

—¿Nerea está embarazada?

—¿Cómo? —exclamé estupefacta—. ¿Qué dices?

—Nerea está embarazada —ya no preguntaba, solo afirmaba.

—¿Y tú cómo lo sabes?

Sonrió con suficiencia.

—Porque lo lleva escrito en la cara. Está embarazada. Anda, dame un beso, que mañana madrugo.

Estaba alucinada.

—¡No puedes decirme eso e irte!

Se echó a reír.

—Sí puedo. Mañana tengo que trabajar.

—Quédate a dormir —supliqué tirando de su brazo izquierdo hacia mí.

—No, no tengo ropa aquí.

—No te veo desnudo ahora mismo.

—¡Eso es lo que tú quieres! ¡Verme desnudo! —Me dio una palmada en el culo y siguió hablando—. Si me presento mañana en el estudio en vaqueros y zapatillas mi padre me mandará a casa a cambiarme y prefiero no pasar por eso. Dame un beso de buenas noches.

Me acerqué y nos besamos. Nos besamos un poco demasiado.

—¿Y qué es del tema que estábamos tratando antes de que llegara Nerea?

—Creo que podremos abordarlo en otra reunión —susurró provocador.

Me besó otra vez y tras coger sus cosas fue hacia la puerta. Me acaricié los labios mientras se alejaba.

—Víctor —le dije antes de que cerrara la puerta.

—Dime.

—¿Has dicho en serio lo de Nerea?

Cambió el gesto por completo.

—Totalmente. Y tengo buen ojo.

Me mordí los labios haciendo de ellos un nudo. ¿Existía esa posibilidad? Me di cuenta de que Víctor esperaba en el marco de la puerta.

—Buenas noches —le dije con una sonrisa.

—Buenas noches, cariño.

La puerta se cerró.

¿Nerea embarazada?

¿Cariño?

¡¡Pero ¿qué narices le estaba pasando al mundo?!!