28
LAS CONSECUENCIAS DE SER UNA COBARDE
No pegué ojo en toda la noche. Cuando Víctor desapareció me metí en la ducha y estuve cerca de una hora allí intentando autoconvencerme de que acababa de tomar la decisión adecuada. Estaba velando al fin y al cabo por mi salud mental, por mi integridad emocional… y otras mierdas varias.
Cuando me desperté decidí que tenía que ser consecuente con todo lo que había hecho y dicho el día anterior y atar los cabos sueltos. Luego podría olvidarme de todo y entrar en coma si quería.
Lo primero era solucionar los papeles del divorcio y lo segundo, el tema de que mi madre se creyera con la potestad de opinar sobre las cosas que estaban bien o no en mi vida. Llamé al timbre de casa de mi hermana a las once de la mañana y la suerte quiso que pudiera matar dos pájaros de un tiro: mis padres habían aprovechado la mañana del sábado para ir a ver a la niña. Mi madre iba a tener que escucharme decir ciertas cosas que a lo mejor no la hacían del todo feliz, pero que tendría que aceptar sí o sí.
Me dirigí a Eduardo nada más llegar y delante de todos le pregunté si podría ayudarme a gestionar mi divorcio con rapidez.
Mi madre entró en bucle…
—No hagas tonterías, Valeria. Estás siendo una cría y…
—¡Cállate! —la interrumpí gritando. Un silencio reinó en el comedor. Todos me miraron—. Quiero hacerlo cuanto antes —le dije al marido de mi hermana.
—Necesito un papel que atestigüe vuestro estado civil. Vamos a intentar hacerlo de mutuo acuerdo. Será mucho más rápido.
—¿Y si no hay acuerdo?
—Habría que hacerlo por lo contencioso y es algo más complicado. Lo bueno es que al no tener hijos no hay que hablar de retribuciones económicas mensuales ni de custodia… Me pondré en contacto con Adrián cuanto antes —afirmó Eduardo muy serio—. Y no te preocupes, Valeria, yo me encargaré de todo.
—Te estás equivocando —volvió a decir mi madre.
—¡No juzgues cosas que no conoces! ¡Adrián se acostó con otra! ¿Qué?, ¿eso también lo tengo que callar como una buena esposa? ¡Pues no me da la puta gana! ¡Ha estado acostándose con su ayudante mientras yo me sentía una mierda en casa! ¡¡Se acabó!! Ayer vino a casa, me gritó, me llamó puta y me destrozó el teléfono. ¡No quiero volver a escuchar hablar de él!
—Pero, Valeria…
—¡No! —contesté—. Se acabó. Mi vida es mía y en ella solo mando yo.
Se escuchó el llanto de mi sobrina en una explosión y cerré los ojos.
—Joder, Rebeca, perdona. Perdona. No quería despertarla.
—No te preocupes. —Me dio un beso en la mejilla—. Soluciona eso cuanto antes y olvídate de todo lo demás.
Después volví a coger aire, me pasé las manos por el pelo y me marché. Aún tenía cosas que hacer.
Respiré profundamente frente a la puerta de Víctor. Las llaves palpitaban en mi bolsillo derecho, pero llamé al timbre. Por sorpresa, no fue él quien abrió.
—Hola, Aina —dije avergonzada.
—Oh…, vaya, Valeria. ¿Qué tal? Pasa. —El tono de su voz evidenciaba que estaba al tanto de la situación.
Me pregunté cómo me habría recibido Natalia, la hermana de Adrián…
—Solo venía a devolverle a Víctor algo… ¿Podrías dárselo tú?
—Casi preferiría que fueras tú misma la que…
—No, no, por favor, toma. —Le ofrecí las llaves en una súplica.
Aina recogió las llaves en la palma de su mano y después cerró los dedos sobre ellas. Escuché la voz de Víctor. Estaba hablando por teléfono.
—Por favor, dáselas tú, Valeria —suplicó en un susurro.
—No, no puedo.
—No le dejes —y lo dijo en un murmullo muy sentido.
—Lo siento.
Me di la vuelta para irme cuando Aina llamó a su hermano con una voz. Él acudió en dos zancadas desde el salón y ella desapareció dentro de la casa.
—Te llamo luego, ¿vale? —escuché decir a Víctor.
Me giré lentamente. Él tenía en la mano el llavero que yo le había entregado a su hermana y estaba dejando el teléfono en la pequeña balda del recibidor. Me recordó la noche en la que me acosté con él por primera vez.
—Solo venía a devolverte las llaves —dije con un hilo de voz.
—Ya veo.
Asintió. Ninguno de los dos dijo nada.
—Será mejor que me vaya —añadí al cabo de unos segundos.
—¿No vas a entrar en razón? —Frunció el ceño, pero sin rastro de enfado, sino más bien de decepción.
—No. —Negué con la cabeza—. No puedo.
—Entonces ¿esto es definitivo? ¿Estás rompiendo conmigo de verdad?
—Sí.
Víctor se apoyó en el marco de la puerta y dejó caer la cabeza sobre la madera. Estuve a punto de flaquear.
—Me da igual lo que diga Adrián. Yo sé lo que siento por ti —y lo confesó en una voz muy baja como si le avergonzara tener que decirlo.
—¿Que te hago envejecer? —dije.
—No me hagas caso cuando me pongo así. Digo tonterías… —Se pasó la mano por los ojos y se los frotó.
—Víctor, no son tonterías… Es lo que piensas.
—Entra —me pidió.
—No. —Negué enérgicamente la cabeza—. No voy a entrar.
—Entra, por favor. Al menos vamos a hablarlo como personas adultas.
—¿Es lo que somos?
Víctor hizo chasquear la lengua contra el paladar. Después dijo:
—Te quiero.
—No. —Y aguanté estoicamente las ganas de llorar—. No me quieres, Víctor. No lo haces…
—Sé por qué estás haciendo esto. —Levantó las cejas.
—No, no creo que te hagas a la idea.
—Me hago cargo. —Sonrió entre dientes—. Es más fácil así, ¿no?
—Esto tampoco es fácil para mí. Deberías saberlo. Pero tú no…, no puedes… —Cerré los ojos y después, recuperando la compostura, añadí—: Me voy.
—Así no haces más que darme la razón y de paso a él una alegría.
—Déjalo estar, Víctor.
—¿Te vas? ¿De verdad me dejas y te vas?
—Sí.
—¿No me quieres? —Bajé la mirada al suelo. No contesté—. Si te vas, me destrozas, Valeria… —susurró.
—No puedo…
—No lo hagas.
—No puedo quedarme. —Le miré.
—Si te vas voy a tener que pedirte que no vuelvas.
La voz de Víctor sonaba serena.
—No pensaba hacerlo.
—Te lo dije ayer. No quiero terminar odiándote. Prefiero quedarme con el recuerdo de que yo sí lo intenté. Has sido tú quien ha tirado la toalla. —Miré al suelo avergonzada. Como no añadí nada más Víctor terminó—: Bien. Si es lo que quieres, al menos hagámoslo bien.
Me di la vuelta y antes de alcanzar el primer escalón ya escuché la puerta cerrarse, suavemente, detrás de mí.
Víctor iba a rehacer su vida. Víctor saldría aquella noche y si quería podía incluso volver acompañado a casa. Podría follarse a otra sin más y olvidarme pronto. Volver a llamar a las chicas de su agenda un día sí, otro también. Víctor volvería a enamorarse un día, de pronto. Ese día sonreiría al pensar que en realidad nunca me quiso y que todo había sido un espejismo.
Bajé a la calle con la cara empapada por las lágrimas. No me reconocía. Con lo dura que había sido siempre con los lloriqueos. Últimamente parecía una cría en plena edad del pavo, sin dejar de llorar.
Quise respirar hondo, controlarme, pero por más que lo intenté, no pude. Era como si hubiera ido llenando un vaso y se estuviera desbordando.
Me metí en un taxi desconsolada y muerta de vergüenza. No podía dejar de pensar que Víctor se recuperaría de esto en cuestión de días, que él me olvidaría y que yo me quedaría sola. Pensé que en aquel preciso momento probablemente ya se había dado cuenta de su error.
Llamé a la puerta de Lola hecha un mar de lágrimas. No podía parar de llorar. Lola al abrirme se asustó tanto que cuando nos sirvió una copa a las dos le temblaban las manos. Me costó que entendiera por qué no iba a volver a ver a Víctor jamás, porque aquella ruptura sí era definitiva. Le costó mucho menos entender que la semana siguiente ya estarían en trámite los papeles de mi separación.
En este tipo de ocasiones Lola no es muy amiga de las palabras. Tiene la sabia idea de que cuando no hay nada que tú puedas hacer para mejorar una situación, el silencio es la mejor salida. Así que al principio, fiel a su costumbre, no comentó nada. Me acomodó en su sofá, mientras yo lloraba. Aquel silencio me reconfortó. Lola me acariciaba el brazo, sentada en el suelo junto a mí, mientras se fumaba un cigarrillo, pero más pronto que tarde decidió hablar.
—Esto no es normal, Valeria. Tú nunca lloras. Tú eres de las mías. Ni siquiera a Adrián le lloraste tanto y eran un divorcio y diez años juntos… ¿Crees de verdad que es mejor alejar a Víctor?
Asentí.
—¿Por qué?
—Mejor ahora que dentro de un tiempo.
—Sabes que eso no tiene por qué pasar. Él no es…, él nunca fue como contigo.
—Pero si deja de quererme me muero —sollocé.
Lola suspiró y se sumergió en un sabio silencio.