27

LAS COMPLICACIONES

Nerea volvió a las diez y se apresuró en arreglar la casa y ponerse cómoda antes de que apareciera Daniel. Habían quedado para cenar.

Cuando él llegó se besaron en la puerta, con dedicación.

—Te he echado de menos —le dijo él mirándole a los ojos.

—Y yo.

Nerea sintió una punzada de remordimientos. ¿Lo diría él como ella, como un formulismo, o realmente lo sentiría?

—Me muero de ganas de que lleguen las vacaciones —siguió Daniel.

—¿Has pensado ya adónde iremos?

—Estoy en ello; de tanto pensar me entró dolor de cabeza. —Se tocó las sienes.

—Exagerado.

—No, en serio, he tenido una reunión con la plantilla y me han puesto de una mala leche…

—Y eso que ya no está Carmen.

—Buf…, llega a estar Carmen y allí acabamos a tortas. —Se rio.

—¿Quieres una aspirina?

—Gracias, cariño.

—¿Puedes cogerla tú? Está en el armario del baño. —Nerea se puso a hacer la cena. Daniel tardaba y todo estaba en silencio. ¿Qué pasaba?—. ¿Las encuentras?

—Nerea…

Ella se giró. Daniel llevaba en la mano todas las cajas de los medicamentos que había tenido que tomar los días posteriores al aborto.

—Dime. —Quiso fingir naturalidad.

—¿Qué es todo esto? ¿Estás enferma?

—Oh, no, nada. Unas tonterías que me recetó el especialista.

—Esta no parece una tontería… —Tenía el prospecto en la mano—. Aquí dice que sirve para detener hemorragias y sangrados.

—Entre otras cosas. ¿Qué te apetece cenar?

—Nerea, ¿qué pasa?

—Nada. Si pasara algo no estaría tan tranquila, ¿no crees?

—Estás fingiendo tranquilidad. ¿Qué es todo esto?

Ella se apoyó en el banco de la cocina y se humedeció los labios.

—Hace un par de semanas me sometí a una pequeña operación sin importancia y tuve que estar tomándome todas esas cosas en el posoperatorio.

—¿Qué pequeña operación?

—Muelas —dijo lo primero que se le ocurrió.

—Te vi esa semana y no fueron las muelas. —Daniel estaba empezando a sentirse aturdido.

—Dani…, no le des importancia a algo que no la tiene. —Nerea cerró los ojos, se apartó el pelo de la cara con las dos manos y luego cogió aire y lo soltó—. Daniel, aborté. Estaba embarazada de casi nueve semanas; por supuesto, de ti. Me ha dicho la ginecóloga que lo más probable es que la píldora aún no fuera efectiva cuando me quedé. O quizá falló.

Él se quedó mirándola durante unos segundos, en silencio. Nerea pensó que, tristemente, había llegado ese momento que había estado postergando. Iban a tener que hablar… Pero en ese instante Daniel abrió la boca y se encogió de hombros.

—Bueno, ¿estás bien?

Nerea palideció. De todas las reacciones que esperaba, aquella era la más extraña.

—Sí, supongo que sí.

—Pues…, esto…, ¿te ayudo con la cena?

Nerea no contestó. Su cara prefabricada de no pasa nada se había puesto en funcionamiento. Por dentro se preguntaba qué narices acababa de pasar. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Qué esperaba realmente de Daniel? ¿Por qué se sentía tan decepcionada?

Aunque era muy buena conteniendo sus emociones y reacciones, no pudo evitar pedirle a Daniel que no se quedara aquella noche. Inventó con naturalidad que al día siguiente tenía una reunión que aún no había preparado y que necesitaría estar sola para concentrarse. Cuando se besaron en la puerta, al despedirse, Nerea no sintió nada. Nada.

Y entonces se empezó a plantear algunas cosas como «¿realmente lo he sentido alguna vez?».

Borja y Carmen se miraron en la mesa. Estaban cenando en casa de los padres de él, en teoría, para anunciarles que habían alquilado un piso y pronto se mudarían. Pero nada, el reloj seguía con su tic tac, tic tac y Borja no se decidía. Él y su padre seguían charlando sobre los buenos resultados de una campaña en la que había trabajado y su madre le explicaba a Carmen cómo hacer un buen guiso. Por favor, una soga…

Por mucho que quisiera fingir ella no era así, no le gustaba verse dentro de aquel museo de ganchillo y porcelana. Se ahogaba. Ni siquiera podía resistir más de dos horas seguidas en casa de sus padres. Todas las casas excepto la suya se le caían encima después de un ratito.

Allí esa sensación se multiplicaba a la enésima potencia. En la casa de los padres de Borja lo que en casa de su madre le hacía reír aquí se convertía en una experiencia aterradora. Llevaba toda la cena mirando angustiada un payaso sonriente en la rueda de una bicicleta, todo de cerámica. Si se hubiera despertado con eso a los pies de su cama habría entrado en un coma irreversible.

Le miró de reojo a él, que tenía toda su concentración puesta en cortar en pequeños trozos toda la comida del plato. Era evidente que tampoco se sentía cómodo, que para él era una obligación, pero siempre cedía al chantaje emocional de su madre. Carmen recordó cuando él decía que las relaciones eran de dos personas y de nadie más. Tuvo ganas de coger un megáfono y gritárselo allí mismo.

La señora Puri seguía hablando sobre cuánto tiempo tenía que estar el hueso de jamón en la olla. Dios…, las agujas del reloj parecían no avanzar. Borja levantó la mirada del plato, miró a Carmen y puso los ojos en blanco sin saber que mentalmente ella le maldecía por no arrancarse a hablar sobre lo que habían venido a hablar. Nosotras, que la conocíamos bien y desde hacía muchos años, sabíamos la facilidad que tenía para retroalimentarse en situaciones de tensión, pero Borja no adivinó el momento en que Carmen decidió que estaba harta. Iba a hacerlo por su cuenta y riesgo.

Cruzó las piernas, se acomodó en la silla y con la ceja izquierda levantada se aclaró la voz y dijo:

—Bueno, Borja…, ¿les has puesto al día ya?

Un silencio en la mesa contestó por él que no. Borja la miró de reojo mientras soltaba el tenedor y buscaba su paquete de tabaco en los bolsillos de su pantalón.

—No vi el momento —contestó seco, lanzándole una mirada.

—¿Estás embarazada? —preguntó su madre alarmada.

—No, lo que estoy es estupenda —respondió ella en tono condescendiente.

El padre de Borja se pasó la servilleta por la boca para disimular una carcajada.

—¡Qué susto! ¡Qué disgusto me iba a llevar! —siguió Puri.

—La verdad es que… —Borja se mordió los labios—. Hemos decidido irnos a vivir juntos.

La madre de Borja dejó caer la cuchara sonoramente sobre el plato.

—Pero, hombre, no os precipitéis. Aún os estáis conociendo —dijo con la voz tomada.

—Bueno, está más que decidido. Ya tenemos piso —informó Carmen.

El padre de Borja les dio la enhorabuena. Preguntó si no habría boda de por medio, pero sin darle mucha importancia. Sonrió a Carmen y empezó a contarle, con ternura, lo duro que es el primer año de convivencia.

—Aunque os enfadéis, no os vayáis nunca a dormir sin daros un beso —les recomendó.

Para una persona normal aquello no era más que ley de vida. Un paso más. Ya está. Para una madre dominante aquello era una patada en el hígado. Su suegra se levantó de la mesa sin decir nada, recogió los platos y fue hacia la cocina. Aún se preguntaba cómo podía ser que Borja fuera un hombre completamente normal, desenvuelto y decidido, y se convirtiera en el hijo obediente temeroso de su mamá en cuanto traspasaba el umbral de la puerta de aquella casa. Sobre todo cuando su padre era tan afable y…

—Estarás contenta —susurró Borja entre dientes interrumpiendo sus pensamientos.

—Pues sí —le contestó de peor humor aún.

Cuando la cena terminó e inmersos en un ambiente en el que se podía cortar la tensión Carmen anunció que se iba. Después se apartó en un rincón con Borja y le dijo que no quería que la acompañase a casa.

—Cogeré un taxi. Ahora mismo no eres buena compañía.

Borja estaba enfadado, tenía los labios apretados, y Carmen estaba segura de que meterse en el coche con él no era buena idea. Él añadió que la acompañaría abajo. Así que ya estaba decidido… se iba a armar parda de todas formas. Borja no era de esos que se dejaban cosas en el tintero y menos en aquellas condiciones de ánimo.

Bajaron en el ascensor callados y se miraron en la oscuridad del portal. Carmen esperaba que él empezara. Iba armada hasta los dientes de argumentos lógicos y adultos, pero no sabía por dónde le iba a salir Borja y eso le generaba cierto temor.

Este se aclaró la voz y empezó:

—¿Por qué te empeñas siempre en hacer las cosas a tu manera? ¿No entiendes que a veces no es la adecuada? No es tu madre. No es tan fácil. ¡Déjame a mí, joder!

—¡Si espero a que tú te arranques puedo cumplir los cuarenta!

—¡¡Es mi madre, joder!! Deja que lo haga a mi ritmo. Acabas de cagarla ahí arriba y parece que incluso te sientes orgullosa. Diría que… incluso… ¡lo has hecho a propósito!

—Borja, faltan dos semanas para que firmemos el contrato y demos de alta la luz, el agua, el gas… ¿No te parece que ya has tenido suficiente tiempo? Además, ¡ya viste a tu padre! ¡Se alegró!

—Déjalo, Carmen, no lo entiendes.

Borja se fue hacia el ascensor otra vez.

—No, Borja, el que no lo entiendes eres tú. No soporto esto. No lo aguanto y si lo hago es por ti. —Carmen captó su atención.

—¿Qué no aguantas? —Y Borja retrocedió a grandes zancadas.

—Pero ¡si no aguanto mis propias comidas familiares!

—Pero ¿a ti qué te pasa? ¿De dónde has salido? —contestó él sorprendido.

—¡Lo que me faltaba! ¡¡El problema no soy yo, Borja!! Cada uno tiene sus límites y yo lo tengo muy corto con las cuestiones familiares, no hay más. El problema es tu actitud para con tu madre. Si no dejas de darle alas, siempre la tendrás detrás.

—Ella solo se preocupa por mí, es completamente normal. Lo que no es normal es que tú tengas este tipo de actitud, porque, Carmen, te guste o no esta es mi familia y si esto sigue adelante terminarán siendo parte de la tuya. ¿Adónde vamos a parar si no?

—Una cosa es preocuparse por su hijo y otra muy distinta entrometerse. Y nunca serán mi familia. Son la tuya y soy consciente de que siempre tendré que ser amable y estar dispuesta a estar metida en el museo del ganchillo con tu madre de vez en cuando, pero no es mi madre. ¡No es mi madre, no tengo por qué tragar ciertas cosas! Si a esto me vas a contestar de malas maneras, cojo la puerta y me voy, porque ante todo, por mucho que sea tu madre, tienes que ser imparcial y darme la razón en algo tan evidente.

—Hacer las cosas así no mejora nada, Carmen.

—Pero ¡alguna vez tendríamos que decírselo! ¡Vas a mudarte! ¿Sabes qué? Fue un error venir. Fue un error conocer a tus padres. ¡Yo quiero vivir contigo, no con tus padres!

—Pues lo siento, Carmen, pero las cosas no funcionan así y lo sabes.

—¡A ti tampoco te gusta tenerla detrás! —dijo ella exasperada

—Pues ¡claro que no me gusta, por Dios, Carmen! ¿Crees que no querría poder hacer lo que me saliera de las pelotas?

—Pues ¡hazlo! ¡¡Tienes treinta años!!

—¡Carmen, no lo entiendes!

—Borja, no soy madre, pero mi opinión es que cuando una trae al mundo una criatura se hace cargo de que un día querrá tener vida propia. —Borja salió a la calle y se encendió un cigarrillo—. Discutir por esto es una pérdida de tiempo si no intentas ni siquiera darte cuenta de la realidad —contestó Carmen tranquila.

—Discutir por esto es una pérdida de tiempo porque tendrías que haberte quedado callada ahí arriba.

Carmen localizó la luz verde de un taxi y salió a la calzada para hacerle una seña. El coche paró justo delante de ella.

—No me llames hasta que lo entiendas. Si no lo haces nunca, yo no quiero vivir contigo.