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APRENDIENDO…

Me apoyé en un coche enfrente de la oficina de Víctor. Eran las cuatro menos diez de la tarde y estaría a punto de salir, o al menos eso esperaba, porque no había tenido la valentía suficiente de llamarle para preguntar. Sin embargo, no tuve que esperar mucho; en un par de minutos salió, cargado con la bolsa del gimnasio. Me pregunté por qué siempre tendría que estar tan guapo y ser tan elegante y me sorprendí a mí misma sintiendo codicia. Mío. Mi tesoro.

Bien. Ahora, además de una panoli, era Golum.

Víctor sacó las llaves del coche y siguió andando calle abajo. No sabría decir por qué no grité su nombre y me acerqué a él. Simplemente le seguí. Quizá porque albergaba la oscura y maligna esperanza de pillarlo haciendo algo que me ayudara a olvidarlo y apartarlo del todo de mi vida. Ya sabía a aquellas alturas que, llegado el caso, no podría hacerlo por mí misma. No sabía hasta qué punto era sano mantener aquella relación.

Apreté el paso cuando lo vi darle al botón del mando del coche y un destello de luces le respondió. Estaba poniéndose el cinturón cuando di dos golpes educados en el cristal de su ventanilla. Miró desconcertado y al verme la bajó, con una sonrisa muy tímida en los labios.

—Dígame, agente.

—Voy a tener que multarle, caballero.

—¿Quiere usted subir? Podemos hablarlo.

—Eso es intento de soborno.

—Como le veo de paisano pensé que podría arriesgarme.

Di la vuelta al coche y me senté a su lado, con una mueca. Silencio y los dos mirando hacia otro lado. ¿Quién sería el valiente que empezaría esta vez? Bueno, puesto que él había enviado ya dos mensajes que no habían recibido respuesta por mi parte, creo que era de ley que fuera yo quien rompiera el hielo.

—Víctor…, yo… me asusté.

Jugueteó con las llaves que colgaban del contacto del coche.

—Lo entiendo. No voy a recriminártelo. A veces soy…, a veces sueno muy mal.

—Sí, a veces suenas fatal —asentí, tratando de parecer relajada—. Pero creo que… esta vez puede que no tuviera que ver solo contigo. Soy yo.

—¿Vas a romper conmigo?

—No. —Le miré sorprendida.

Sonrió aliviado.

—Parecía el comienzo de un «no eres tú, soy yo, te quiero como amigo, espero que encuentres a alguien…».

—Yo no quiero que encuentres a nadie. Creo que ya te has encontrado a suficientes en la vida…

—Me vas a volver loco, Valeria. —Se rio, moviendo la cabeza suavemente de un lado a otro.

Puso el coche en marcha, con una sonrisa torcida en la boca.

Me encendí un cigarrillo en la cama, cosa que me encantaba pero nunca hacía. Una vez soñé que me quedaba dormida con el cigarrillo en la mano y acababa quemándome viva. La experiencia onírica me sirvió de escarmiento y no volví a hacerlo. Sin embargo, ahora que Víctor estaba tumbado a mi lado, no existía demasiado peligro.

Él tenía puesta una mano bajo la cabeza y miraba a través de la ventana. La sábana le tapaba hasta un palmo por debajo del ombligo y se adivinaba que estaba desnudo. Era tan perfecto…

Hacía diez minutos que habíamos terminado de hacer el amor. Y no es que prefiera no decir «echar un polvo» por pudor. Es que habíamos hecho el amor, despacio, entre besos, abrazos y caricias. Entre palabras a media voz que aún no decían nada.

Y allí estábamos, después de haber compartido algo tan íntimo, callados. ¿Qué mejor para un momento como aquel que un clásico?

—¿En qué piensas? —le pregunté.

Sonrió. Qué frase más típica en boca de una mujer, ¿no?

—En si habrías guardado el libro que me regalaste en la mesita de noche.

—Compruébalo tú mismo.

Abrió la mesita de su lado de la cama. Había estado vacía desde la marcha de Adrián y ahora solamente contenía Lolita.

—Dijiste que traerías algunas de tus cosas. Puedes colocarlas en esos cajones, si quieres.

Cerró el cajón y susurró que iba al baño. Tragué saliva, asustada otra vez, temerosa de haberle agobiado.

—Voy a lavarme la cara y me marcho. Si me quedo un poco más me quedaré dormido y soy capaz de despertarme mañana.

—Puedes quedarte si quieres.

—Quiero, pero no puedo. Prometido.

Sonrió y preguntó si había visto su ropa interior.

—Creo que la lanzamos hacia allí. —Me reí.

—Vamos a tener que dominar esos ataques de pasión o los de la frutería de abajo terminarán vendiendo calzoncillos…

—Habló el que rompe mis bragas… —contesté.

Víctor entró en el cuarto de baño y se quedó apoyado en el lavabo mirando las fotografías de mi cuerpo en blanco y negro. Tenía que admitir que Adrián era un artista…, un verdadero patán, pero un artista al fin y al cabo. Pensó en si el hecho de ser un cretino era inherente a la existencia artística. Sonrió para sí y abrió el grifo del agua fría. Se miró en el espejo. Tenía que afeitarse o su padre acabaría diciéndoselo delante de algún cliente.

Deseó poder tumbarse en mi cama, acurrucarse a mi lado y dormir hasta la mañana siguiente sin preocuparse de la obra que tenía que visitar antes de entrar en el estudio. Estaba muerto de sueño.

Se lavó la cara y pensó en lo pequeño que era mi piso. Mientras se secaba se planteaba cómo podría sacarle partido a un estudio de treinta metros cuadrados con un par de cambios. Dobló la toalla con la que se había secado la cara y deparó en una cajita que había sobre el mármol del baño. La miró…, una prueba de embarazo.

—¡Hostias! —se le escapó como en un alarido.

—¿Qué pasa? —dije alarmada desde fuera.

—Ah…, nada, nada, el agua…, que está muy fría.

Yo miré al infinito y levanté la ceja izquierda. Ya no se escuchaba correr el agua.

Cogió la caja y por uno de sus extremos se resbaló el cacharrito, envuelto en el prospecto. Lo consultó. Tuvo que sentarse sobre la taza del váter para no caerse de bruces por la impresión mientras susurraba:

—Dios, Dios, Dios…

Dudó un momento, mirando hacia todas partes. ¿Era posible? Pero si yo le había dicho que no tenía por qué preocuparse…, que tomaba la píldora. ¿Me habría entendido mal? ¿Y si yo no era la persona que él pensaba y le había tendido una trampa en la que había caído? No, negó físicamente con la cabeza. No tenía sentido. ¿Para qué? Se le encendió de pronto otra luz en la cabeza… ¿Y si no debía preocuparse porque yo ya sabía que estaba embarazada de Adrián? Tuvo ganas de salir corriendo de allí, pero tragó saliva, cogió la cajita y salió al dormitorio, donde yo seguía echada.

Me enseñó la prueba con cara de resignación y, con el ceño fruncido, me preguntó si tenía algo que contarle. Sonreí y por poco no me eché a reír a carcajadas de él y de su cara.

—No —le dije.

—¿No?

—No. Esa prueba es de Nerea.

Se sentó en el borde de la cama y suspiró profundamente, como si se quitara un peso de encima. Los hombros cedieron hacia delante por la presión.

—Vale. Joder. Vale. —Respiró hondo otra vez.

—Vaya, no esperaba una reacción como esta.

Me miró de reojo. Yo sonreía.

—No es un tema con el que frivolizar —me dijo—. Pensé que era tuyo.

—¿Pensaste que intentaba cazarte quedándome embarazada? —Pestañeé un par de veces, indignada.

—Durante unos segundos sí, pero también pensé en un malentendido entre nosotros, en un fallo de los anticonceptivos, en que fuera de Adrián…

Asentí.

—No tienes por qué preocuparte, pero si vas a estar más tranquilo podemos…

No me dejó terminar. Me puso una mano sobre el antebrazo y cerró los ojos mientras negaba.

—No, no quise ofenderte, nena. Confío en ti y si haciendo las cosas como las hacemos pasara, es porque tenía que pasar. Ya nos preocuparíamos llegado el caso.

—¿Siempre has sido así de comprensivo? «No te preocupes, nena» —terminé la frase imitándolo.

Me miró de reojo.

—¡Ni de coña! —Se carcajeó—. Si me oyeran hablar algunas de mis ex creerían que me han abducido. Pero de esas cosas no se alardea. —Miró hacia otra parte—. No me siento orgulloso de ello, como si fuera el chulo putas de un bar cualquiera.

—No es como si se lo contases con una copa en la mano a toda tu pandilla de amigos…

—Ya, pero prefiero que no estés al tanto del tipo de hombre que puedo llegar a ser. Eso me da una oportunidad de hacer las cosas bien, ¿no?

Sonreí.

—Te las tirabas de dos en dos y luego a la puta calle, ¿eh?

Lanzó una sonora carcajada.

—No confesaré más cosas sin la presencia de mi abogado. Pero cabe decir que creo que el interés era recíproco en la mayoría de los casos.

—Eras un rompecorazones. —Sonreí.

—No, era un calientacamas. Pasaba un rato con la chica, disfrutábamos y luego adiós. Si me gustaba la volvía a llamar y repetíamos, pero ni cine ni cena ni tonterías de esas. Una copa y a la cama. ¿Para qué más? —Se encogió de hombros.

—¿Nunca te supo mal?

—No. Pero la verdad es que no estaba interesado en tener una relación fija y monógama con nadie, así que…

Nos miramos durante unos segundos y me contagié de su sonrisa. Vi un resquicio por el que colarme y quise tirar un poco más del hilo.

—¿Hablas en pasado? —pregunté.

—Sí, bueno… —Se rio revolviéndose el pelo, como hacía cada vez que estaba muerto de sueño.

—¿Qué ocurrió para que cambiaras? ¿Vino el fantasma de tus relaciones pasadas o algo por el estilo?

—No, vino una niña casada a desordenarme la vida. —Se echó a mi lado con la caja de la prueba de embarazo en la mano.

—Está caducada. —Esta vez fui yo la que cambió de tema, no quería ahondar en la posibilidad de haberle desordenado demasiado la vida.

—¿Sí? Pero dio positivo.

—Nerea no lo creyó. Tengo que llamarla. No quiero que se le haga demasiado tarde y tenga que eliminar opciones por ello.

Me robó el cigarro de la mano y le dio una calada.

—Me voy.

—Oye, Víctor.

—Dime. —Echó el humo fuera de sus pulmones.

—¿Adónde te irás de vacaciones?

—Adonde estés tú…

Tras decir esto, sonrió y se fue.