Negro. Rojo. Atlantis

En aquella maldita isla, como simplemente la llamaba Nils para sí mismo, no Atlantis, como la llamaban todos, el tiempo parecía pasar de otra manera que en el resto del mundo: mucho más lento, más espeso; las horas se estiraban incomprensiblemente como si en lugar de estar en el paraíso estuvieran en el purgatorio, por usar una terminología haito.

Estaba furioso, desesperado, harto de todo y de todos. Lo único que deseaba era que pasara de una vez el cónclave y poder marcharse de allí. Se había ocupado de varios de sus negocios por videoconferencia y luego había salido a bucear un par de horas, deseando alejarse de todo, pero no había servido de mucho.

Si no fuera porque no conseguía dejar de pensar en Lena, se habría marchado ya de allí. No le importaban en absoluto los planes que estaban forjando los clanes, no tenía ningún interés en averiguar qué pasos había que dar para establecer ese improbable contacto, no quería comunicarse con nadie de ningún otro plano de realidad. Lo único que deseaba era volver a su vida de un año atrás, antes de conocer a esa maldita muchacha, antes de verse envuelto en toda esa trama que lo llevaba por caminos que no quería recorrer.

Empezaba a comprender a Luna, a Ragiswind, a Eringard y a Jeanette, que habían cortado el contacto con su clan y con karah para limitarse a vivir a su manera. Curiosamente, casi todos ellos gentes del clan negro.

O no tan curioso. Al fin y al cabo el clan negro siempre había sido el más restrictivo, el más orgulloso, el que menos facilidades había dado a sus miembros para vivir con libertad.

Decidió pasarse a visitar a Imre. No pensaba contarle sus penas, pero quizá estuviera de humor para tomarse una copa con él y hablar de varios asuntos pendientes que, para variar, no tenían nada que ver con todo aquel ambiente semiesotérico, sino con cuestiones realmente básicas de sus intereses económicos en medio planeta. La desestabilización financiera que habían provocado unos años atrás había dado buenos frutos, pero ahora había que redirigir ciertas cosas para que la avalancha no se los llevara por delante también a ellos, como le había sucedido a tantos haito que se creían en la cima del mundo.

Al pasar junto a la ventana del bungalow, Nils vio a Imre frente a la pantalla de su ordenador estudiando unas gráficas —felizmente parecía que no se había olvidado del mundo exterior— y, por puro juego, decidió probar si su modesta habilidad de hacerse un poco invisible una vez dentro de una habitación serviría también para entrar en ella sin ser detectado. Por fortuna, la puerta estaba abierta para que corriera la brisa y no tenía que contar con que los goznes chirriaran.

Se concentró en lo que quería hacer y se coló en el cuarto sin ser advertido por Imre. Bien. Cada vez lo hacía con mayor facilidad. Miró por encima de su hombro; aunque las cifras pasaban a gran velocidad, proporcionaban un cuadro comprensible al que supiera de qué se trataba. Las cosas no iban nada mal. No había pérdidas.

Ya estaba a punto de salir del bungalow y volver de nuevo unos minutos después de manera convencional, cuando la silueta de espantapájaros del mahawk rojo se dibujó a contraluz en la entrada, de modo que Nils se retiró lentamente, hasta situarse en el rincón más alejado del cuarto, contra la pared, manteniendo la concentración que le permitía ser indetectable. O al menos eso esperaba; podría resultar muy violento que Imre se diera cuenta de que había estado espiando una conversación privada entre mahawks.

No había vuelto a ver al Shane desde Villa Lichtenberg, la tarde en la que, oculto en el armario, lo había visto preparar la cama de cuchillas para Lena. Ahora su aura seguía siendo inquietante, pero no parecía tan activamente maligno como en aquella ocasión. De todas formas, habría salido huyendo si hubiera podido, pero no se atrevía a moverse de donde estaba. Esperaba que la conversación fuera breve.

—¡Honor a tu clan, conclánida! —dijo el Shane. Iba vestido con una especie de túnica escarlata de cuello alto y mangas largas que lo hacía parecer un emperador chino.

Los hombros de Imre se tensaron ligeramente, pero no demostró su sorpresa al oscurecer la pantalla y girarse hacia el recién llegado.

Durante un momento el Shane se quedó parado en la puerta, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, como olisqueando el aire. Pareció detectar algo, sus ojos pasaron por donde Nils se apoyaba contra la pared, cabeceó apenas y volvió su atención al mahawk negro que acababa de ponerse de pie y le tendía la mano.

—¡Honor a karah, mahawk! ¡Sé bienvenido! ¿Cómo puedo ayudarte?

El Shane se echó a reír, cruzó el bungalow casi a paso de danza ignorando la mano tendida y se detuvo en el centro de la alfombra azul que delimitaba la zona de sofás frente a la veranda con vistas al mar.

—¡Qué bien educado, distinguido conclánida! La gente del clan negro no habéis dejado nunca de ser aristócratas, a pesar de que tuvisteis que salir corriendo de Europa cuando la Revolución. Nosotros preferimos, ya entonces, aburguesarnos.

Imre esbozó una sonrisa pálida y, poniéndose de pie, se acercó a él. Llevaba pantalones negros y una camiseta negra de manga corta que marcaba, sin enfatizarlo, su cuerpo elegantemente musculoso. La diferencia entre los dos no podía ser más grande.

—Tú dirás.

—Comprendo que tienes miles de asuntos de los que ocuparte, Presidente, pero he empezado a dar cobijo a la sospecha de que has olvidado nuestro trato y venía a recordarte que el tiempo se acaba.

—¿Tú crees? ¿Piensas que vamos a llegar tan de prisa a una decisión común y favorable a nuestros proyectos? ¿Tan seguro estás de que tu clan hará lo que les digas?

Volvió a sonar una carcajada.

—Mi clan hace tiempo que dejó de pensar, querido. Harán lo que yo les diga. Como los tuyos.

Nils tuvo que hacer un esfuerzo para quedarse quieto y callado.

—No creas, Shane. No es tan fácil.

—¿Qué es lo que no resulta fácil, Imre? ¿Cumplir tu palabra o dirigir a los tuyos? —El mahawk rojo había inclinado la cabeza hacia un lado y miraba al negro con fijeza de pájaro maligno.

—Ninguno de ellos tiene auténtico interés en establecer ese contacto. Por fortuna tampoco se oponen, con lo cual, te doy la razón, no tendré graves dificultades para que hagan lo que yo deseo. De todas formas, ahora han aparecido dos conclánidas con los que no contaba: Luna y Jeanette. Y otras personas de su entorno que, por lo que parece, han conseguido reunir una gran cantidad de información que todos necesitaremos. Estoy esperando su llegada. Ni siquiera lo sabe aún la gente de mi clan. Con todos ellos hay que llevar un cuidado especial, como puedes comprender. Hace demasiado tiempo que no nos relacionamos. Para mí, Nils y Alix son…, ¿cómo expresarlo?…, son familia. Llevamos siglos juntos, nos entendemos, incluso cuando no conseguimos ponernos de acuerdo. Pero los otros… Necesitaré más tiempo, aunque no dudo del resultado.

—Pero, querido Imre —su voz se dulcificó hasta la caricatura—, resulta que no tenemos tiempo. Si esta noche decidimos que vamos a intentar abrir esa maldita puerta, hay que poner las cartas sobre la mesa, aportar todo lo que tengamos, sin tratar de engañarnos unos a otros como hemos hecho durante los últimos cuatro o cinco siglos y, al margen de todos ellos, tú y yo tenemos que poner en marcha nuestro plan. Ya. ¿Comprendes? Ya mismo. —Dejó unos segundos de silencio para que Imre captara la urgencia de la situación—. Yo ya lo tengo todo dispuesto, estimado conclánida. Mi gloriosa obra de destrucción podría empezar mañana si fuera necesario. En cualquier momento, ya que ha sido dividida en fragmentos tan pequeños que ninguno de los haito que involuntariamente va a colaborar en ella podría darse cuenta de lo que está haciendo. —Soltó una carcajada tan alegre que Imre sintió auténtica grima—. Aunque, ¿para qué voy a negártelo?, me encantaría poner yo, personalmente, el toque final. No me negarás que hay algo extraordinariamente atractivo en la idea de ser el artífice de la destrucción total de la humanidad. ¡Ojalá sea posible! Todo depende de dónde resulte estar el epicentro de la acción.

Mientras el Shane hablaba, Imre miraba el horizonte, impasible en apariencia.

—¿Y tú? —continuó el mahawk rojo—. ¿Puedo saber qué has hecho tú para cumplir tu parte del trato?

Imre se volvió hacia él, ceñudo.

—No. No puedes saberlo, Shane. Baste con que sepas que cumpliré. Te he dado mi palabra.

—Ssssí, querido —susurró, acercándose al clánida negro para frotarse como un gato contra él—. ¡Lástima que mis deseos actuales hayan cambiado tanto! Aún eres un hombre muy atractivo. En fin…, sé que honrarás tu palabra. Porque… ¿sabes?, aunque me disgustaría mucho tener que hacerlo, si no cumples tu promesa, ella morirá definitivamente.

—¿Ella? —Imre enarcó una ceja, displicente—. Si destruyes al nexo, no hay paso posible.

—Ella, querido, tú me entiendes. La bella durmiente.

No era fácil sorprender al mahawk negro, pero el Shane acababa de conseguirlo, y la expresión de su rostro lo decía con toda claridad.

—¡Ahhh, qué placer verte así, conclánida! Me trae recuerdos de tiempos más felices, cuando tú eras Leonardo Malatesta y yo Virginia della Rovere.

Un segundo después, Imre tenía al Shane agarrado por el cuello mientras este sonreía negando lentamente con la cabeza.

—¡Qué delicia de virilidad! ¡Cuánta testosterona! Pero si me matas ahora, querido, nadie, nadie sobrevivirá. Lo tengo todo calculado. Me conoces. Ya no me queda más placer que el cálculo y la intriga. Tenemos un trato, querido mío. Ella y tú en esa puerta a cambio de la destrucción de karah.

Imre dejó caer las manos y apartó la vista del mahawk rojo.

—¡Márchate, Shane! ¡Déjame solo!

Aún no se había extinguido la risa del mahawk rojo cuando Nils, apartándose con mucho cuidado del rincón desde donde había sido testigo de la conversación, cruzó la puerta con el corazón martilleándole en el pecho.

Imre se había sentado en un sillón y se sujetaba la cabeza con las dos manos, con la expresión más sombría que Nils le hubiera visto jamás.

¿Qué era eso de la destrucción de karah? ¿Cuál era el trato que Imre había cerrado con el Shane? ¿Quién era esa «ella» por la que, al parecer, el mahawk negro estaba dispuesto a todo, incluso a traicionar y destruir a los suyos? Preguntas sin respuesta que no podía compartir con nadie.

Por obvias razones, era evidente que nadie sabría nada, ni en su clan ni en ninguno de los otros. ¿Tendría Lena alguna idea de lo que estaba sucediendo? ¿Sería ella parte del plan? No. Seguro que no.

El Shane era de esas personas que consideran, con razón, que secreto de dos ya no es secreto. Por tanto, si lo estaba compartiendo con Imre, ya era arriesgarse mucho; nadie más sabría del asunto.

¿Y ahora? ¿Qué podía hacer él? ¿Comunicar a los otros clanes lo que sabía, que no era casi nada? ¿Poner en evidencia a su mahawk delante de todo el mundo con prácticamente ninguna información sobre el asunto? ¿Hablar con Imre? Y con eso, ¿qué conseguiría? Si le preguntaba abiertamente y él lo negaba, no podía hacer nada más. Y si no lo negaba, quedaban dos opciones: o Imre le ofrecería participar en el plan y salvarse también, o intentaría matarlo para cerrarle la boca.

Le costaba aceptar la idea de que Imre, que además de ser su mahawk siempre había sido una especie de figura paterna para él, pudiera haber caído tan bajo, pero lo que acababa de oír no se prestaba a muchas interpretaciones.

Se dio cuenta con un sobresalto de que estaba a punto de ponerse el sol. Al cabo de unos minutos cada clan se reuniría con los suyos para tomar la decisión definitiva antes del cónclave. Tenía que prepararse.