Negro. Bangkok (Tailandia)

Una vez en el aeropuerto de Bangkok y con la tarjeta que le había dado Nils del hotel donde se hospedaría el clan negro antes de salir para la isla de Él, Luna se separó del grupo formado por Lena, Daniel y los traceurs, y buscó un pequeño hotel donde poder retirarse con garantía de intimidad para ver si había recibido noticias de Jara o de Ulrich, las únicas personas que tenían su número privado.

En Koh Samui había tenido el móvil siempre desconectado porque estaba seguro de que cualquiera de los muchachos, sobre todo Gigi, que parecía haberse prendado de él, no habría dudado en leer todos sus mensajes si hubiese tenido la posibilidad.

Casi como esperaba, tenía dos SMS: uno de su hija y otro de Ulrich. Abrió primero el segundo, el de su hermano de armas, ya que suponía que el de Jara sería sólo para decirle que estaba disfrutando mucho de sus vacaciones caribeñas.

«Iré al cónclave. El tiempo se acaba. Es necesario actuar con absoluta contundencia. Vigila a Tanja».

Ulrich nunca había sido un genio de la literatura, pero aquel mensaje creaba más preguntas de las que contestaba. ¿Por qué demonios se acababa el tiempo? Tiempo era casi lo único que karah tenía en cantidades impensables. ¿Y Tanja? ¿Quién era Tanja? No le sonaba en absoluto, lo que era natural porque él había pasado más de cien años alejado de su clan y en general de la vida de los clanes. Ni siquiera sabía a cuál de ellos pertenecía esa Tanja, pero por supuesto estaría alerta en cuanto llegara a la isla. Más no podía hacer.

Le daba una pereza extraña la idea de volver a encontrarse con sus conclánidas, la idea de volver a ver al mahawk, como quiera que se llamase ahora, y más que nada la idea de ver a Viola, aquella bella mujer rapaz y devoradora de la que había salido huyendo tanto tiempo atrás, pero si pensaba acudir al cónclave, no había más remedio que reunirse de nuevo con ellos. Ahora intentaría aumentar la velocidad de envejecimiento de su aspecto porque no le apetecía nada presentarse delante de los suyos con la apariencia de un chico de veinte años. Si algo había aprendido con los siglos, era que la apariencia externa es el más poderoso condicionante de las relaciones personales. No se trata igual a una persona guapa que a una fea, a una elegante que a una vulgar, a un joven que a un viejo, a un soldado que a un florista. Tenía que decidir cómo se iba a presentar ante ellos y empezar a cambiar cuanto antes, lo que le daba una soberana pereza.

Abrió desganadamente el otro mensaje de texto, el de Jara, sabiendo lo que iba a leer y, de pronto, sintió que toda su piel se tensaba.

«¿Quién es el jefe rojo? ¿Dónde estás? ¿Por qué está Ulli aquí en la isla? Llámame, por favor. Besos».

¿Qué estaba pasando? El mensaje de Jara no sonaba como si estuviera disfrutando de unas vacaciones en el Caribe. Al parecer había en el asunto más de lo que Ulrich le había contado. ¿A qué había ido él a la isla? Y, sobre todo…, esa mención al jefe rojo… ¿se refería a un mahawk? ¿Estaba Jara preguntando por el mahawk rojo? ¿Por el Shane? ¿Cómo era posible que Jara hubiera entrado en contacto con el Shane?

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nunca debía haberse dejado convencer por Ulrich para implicar a Jara en asuntos de karah. Le daba espanto imaginar a su hija bajo la mirada de cristal rojo del Shane.

Tenía que llamarla de inmediato; ya hacía más de dos días de ese mensaje y, estando el Shane de por medio, con su hiperactividad, las cosas podían suceder con mucha rapidez, pero no podía telefonear a Jara sin haber preparado las respuestas que ella querría obtener. ¿Le convenía decirle que estaba en Bangkok y que pronto estaría ilocalizable por un tiempo indefinido? Entonces querría saber más todavía y él se negaba a implicar a su hija en otros asuntos para los cuales tendría que dar una infinidad de explicaciones. No era el temor a que ella se sintiera engañada. Jara no era tonta y, en cuanto supiera un poco más, se daría perfecta cuenta de que hay cosas que es mejor ocultar. Siempre la había educado en la creencia de que la verdad, esa verdad desnuda de la que tanta gente hablaba como lo más deseable del mundo, era una figura que, por el contrario, era conveniente presentar vestida, o al menos velada. Sólo los niños muy pequeños y los idiotas clínicos dicen la verdad desnuda, pero después de tantas películas estadounidenses, muchos jóvenes habían sido llevados a pensar que mentir era malo, siempre y en toda circunstancia.

Y eso, simplemente, no era así. Había mentiras razonables, convenientes, generosas, caritativas… Había mentiras que salvaban vidas y mentiras que salvaban el equilibrio mental.

Si él le había ocultado, disfrazado, la verdad a su hija durante tantos años había sido para protegerla. Posiblemente ya no podría seguir siendo así, pero tampoco había por qué contarlo todo. Ella confiaba en él. Le contaría que estaba resolviendo un problema del que no convenía hablar por teléfono y que le explicaría en cuanto volvieran a verse. Eso tendría que bastar. Ya era adulta y muy madura para su edad. Una llamada corta para transmitirle un poco de seguridad sería suficiente.

Jara contestó al segundo pitido, como si tuviera el móvil siempre en la mano, y oír su voz fue un alivio.

—¡Papá! ¡Por fin! ¡Gracias a Dios!

—Jara, pequeña, ¿qué te pasa? ¿Y eso?

—No te has enterado, ¿verdad? No sabes nada de lo que ha pasado.

Luna sintió que todo su cuerpo se envaraba y, sin ser consciente de lo que hacía, se puso de pie y se llevó la mano a la inexistente espada de su flanco izquierdo en un gesto que siempre lo había tranquilizado.

—Cuéntame.

—La isla… —Jara había empezado a sollozar y, aunque intentaba controlar los hipidos, era muy difícil comprender lo que decía—. La isla de la Lux Aeterna… ha explotado. Alguien ha puesto montones de bombas por todas partes. No quedan más que ruinas. Papá…, están todos muertos…

—¿Dónde estás tú? ¿Cómo estás, hija?

—Bien, bien. —Lloró un poco más antes de inspirar hondo y contestar—: Yo me he salvado, y Kentra también, aunque está grave.

—¿Quién?

—Kentra. Bueno…, Karla, la princesa Karla.

—¿La princesa Karla?

—Sí. Es una de las iniciadas. Nos sacaron de allí los guardias que la protegen. Ahora estamos en el Hospital Real, en la unidad de vigilancia intensiva. ¿Puedes venir, papá? Dime que vas a venir…, por favor.

Luna tragó saliva.

—¿Qué te ha pasado, hija? ¿Qué tienes?

—Yo nada, papá. Sólo el shock. Kentra está toda quemada y tiene muchos huesos rotos; no saben si podrán salvarle el ojo, donde se le clavó un trozo de vidrio. ¿Dónde estás tú, papá?

—Lejos, peque, demasiado lejos para acudir rápido. ¿Te tratan bien?

—Sí, claro. Dicen que he salvado a la princesa; me tratan como si fuera una heroína.

—Pues disfruta de que te traten bien. Te llamaré lo antes posible.

—¡Papá! ¡No cuelgues! No me dejes sola, papá, tengo miedo.

—¿De qué?

—¡De todo! ¡De todo! ¿Quién es el jefe rojo, papá?

Luna cerró fuerte los ojos y guardó silencio durante unos segundos.

—No puedo explicártelo por teléfono —dijo por fin—. Pero no te preocupes, no te hará daño. Voy a verlo pronto y lo tendré vigilado.

—¿Quién es? —insistió ella.

—Un antiguo conocido. Escucha, pequeña, te prometo que lo mataré si trata de hacerte daño, pero ahora tienes que ser valiente y quedarte ahí hasta que yo pueda ir a visitarte, ¿de acuerdo?

—Papá… —La voz sonaba triste pero resuelta—. El…, el jefe rojo…, sea quien sea…, me dio recuerdos para ti, y me ha salvado la vida. Me dijo dónde debía estar cuando empezó a explotar todo. El único sitio donde no había bombas.

—Lo tendré en cuenta.

—¿No puedo ir a donde tú estás, papá?

—¡No! —Se le escapó de golpe, con violencia; luego moderó el tono—. De momento, mejor que no, cariño. Si hay posibilidad, te avisaré, ¿sí?

—No tardes, por favor. Y llámame todos los días.

—Te lo prometo.

—Eso…, eso que has dicho de matarlo… ha sido una broma, ¿verdad?

—Pues claro, tonta. —Se forzó a reír de modo convincente—. ¡Cuídate! ¡Hasta mañana!

Colgó sintiéndose furioso sin saber contra qué o contra quién. Al parecer el Shane había destruido la isla a donde Ulrich había enviado a su pequeña, pero se había tomado la molestia de salvar a Jara, y le había dado recuerdos, con lo que quedaba claro que sabía de quién era hija. Después de todo lo que él había hecho para preservar el anonimato y para que nadie pudiera acercarse a ella, ahora todo se había ido al garete. Si el Shane sabía que Jara era hija de Luna, siempre tendría un as en la manga, siempre podría extorsionarlo amenazándolo con hacer daño a su pequeña. Y eso era algo que no pensaba permitir.

De modo que, si no había otra solución, tendría que eliminar al Shane.