CAPÍTULO 7:
Porque hubo buenos momentos, pero también estuvieron los malos.
-¿Por qué me avisaste Allerdale, cuando una vez me echaste de aquí? - Jane trató de hablar sin demasiada emoción, porque las lágrimas pendían de nuevo de sus ojos sin que pudiese apenas evitarlo.
Nueve años antes…
Él se había casado. En la siguiente temporada, tras romper su compromiso. Con una mujer de su edad, más experimentada, y pobre…
Los rumores habían llegado a Derbyshire, cuando ella todavía no se había recuperado del dolor que Ilya le había causado. Y él ya estaba casado.
Fue entonces cuando Jane se había inventado a la siempre correcta Lady Avery. Sólo gracias a ese personaje ficticio, y a la ayuda de Lady Ariadne había sobrevivido a verle con ella.
Lady Meyer Lodge, la Duquesa de Allerdale, además, no tenía tacha alguna. Era la hija de un comerciante de la ciudad, guapa sin excederse y agradable.
Aunque debido a su título había ascendido en la escala social, Lady Avery sólo se cruzó con ella en unas pocas ocasiones, y sólo en una iba acompañada de su marido, el Duque.
Y Jane recordaba muy bien aquel momento.
Nunca la amaría. Hasta ese día en Hyde Park misteriosamente soleado, Ilya no lo comprendió. Fue cuando la culpabilidad le absorbió por completo y se dio cuenta por primera vez de lo que había hecho.
Ver a las dos mujeres juntas, compartiendo unos saludos formales le llenó de una culpa de la que ya no conseguiría liberarse. En cambio, esta iría en aumento con el paso de los años y de los acontecimientos que estaban por venir.
-Allerdale… -Connor fue el primero en saludar, aunque él sabía que lo hacía con reticencia. También había perdido su amistad.
-Ayr… -Ya no se llamaban por su nombre. -Lady Avery. -dijo mirando a Jane.
Ella le hizo una perfecta genuflexión.
-Permitidme que os presente a mi esposa, Amanda Meyer Lodge, la Duquesa.
Y cuando las dos mujeres se saludaron lo supo. Se había casado con Amanda sólo para demostrarle a Jane que no había sido el dinero lo que él buscaba, sino la lealtad. Llevaba ya un año trabajando como espía para Su Majestad, y viajaba al continente tan a menudo, siguiendo tantas misiones, que había perdido algo que ni siquiera sabía que existiese ya en su interior. Su integridad.
No amaba a Amanda, no amaba a su esposa, una mujer sencilla, bonita y tranquila, que nunca le hacía un reproche, y nunca la amaría. Amaba a la impredecible Jane, a la siempre incorrecta y alegre Jane. Pero al parecer, esta también había desaparecido bajo el nombre de Lady Avery.
-Encantada. -dijo la susodicha, sin mostrar ni un atisbo de pena, envidia o rabia.
Y él la odió un poco más por aquella frialdad. ¿Acaso nunca le había amado?
Después de aquella rara conversación volvió a verla en otras muchas ocasiones, ya tras la muerte de su esposa, pero para entonces él ya había perdido toda esperanza en sí mismo, y se odiaba tanto que verla sólo le provocaba más odio. Y ahora cargaba además con la muerte de una esposa de la que se sentía muy culpable, no físicamente pues Amanda había muerto de neumonía, sino a nivel moral. Nunca la había amado.
Y como ya sabía que no amaría a nadie más, se dedicó a sus amantes.
Jane le había visto con su esposa, y después, cuando esta murió, oyó los rumores sobre sus múltiples amantes, desde Londres a París, y había resistido con su corazón roto, ahora lo sabía.
-Tuviste amantes… -le recordó, de vuelta en el presente, recriminándole todo su dolor.
Ilya la miró con seriedad, sus ojos centrados en los de ella. Jane pensaba que él no le contestaría, pero entonces lo hizo.
Con un simple asentimiento forzado de la cabeza.
-¿Acaso pensaste que me mantendría célibe por ti, Lady Avery?
Se dio cuenta de que ninguno de los dos podía evitar el daño que infringían en el otro. Aquella conversación era como un calvario de expiación para ambos. Y ninguno sabía tampoco cómo acabaría.
-Te casaste. -atacó de nuevo ella.
Y él respiró hondo.
-¿Me harás decirlo, Jane?
La vio estremecerse al oír su nombre.
Ella le miró expectante, como si sus primeras palabras pudiesen salvarlos a ambos. ¿De qué? No lo sabía. Pero probablemente les salvarían. Pese al dolor.
-No la amaba. A Amanda. A mi mujer… Y cuando murió…
Alzó la vista, que no sabía que había bajado, hacia ella. Y allí estaba su Jane. Aquella Jane de ojos castaños compasivos y pelo negro apenas recogido.
Jane quería tocarle, abrazarle, consolarle, por todo el dolor que sabía que Ilya había sufrido, por el que todavía estaba sufriendo. Pero no podía. De momento no podía. Y ese “de momento” dio esperanza a su corazón. Le instó a continuar, pero él cambió de tema. Y ella dejó que guardase para sí los sentimientos por su esposa.
-Yo… Me casé con ella para demostrarte que no necesitaba tu dinero…
Jane sintió el dolor y la comprensión llegar de la mano de la verdad. Y sintió una extraña paz. Al fin lo sabía.
-¿Tanto me despreciabas? -se oyó preguntar en apenas un murmullo.
Ilya la miró en silencio fijamente. Luego negó con la cabeza antes de hablar.
-No Jane, yo nunca te desprecié…
Aunque en ese instante no entendía sus sentimientos, eso lo tenía claro.
Jane volvió a levantarse e interpuso el sillón entre los dos antes de preguntar.
-¿Por qué me avisaste Ilya? Dímelo de una vez.
Necesitaba saber qué hacían allí.
-Mi abuela… Ella me echó aquel día, cuando te prohibí visitarla -Recordó que él tampoco había visto a Ariadne hasta la noche de su muerte y se estremeció.
-Me llamó la otra noche, me dijo que hiciera lo correcto.
Ilya se detuvo. No estaba siendo sincero, y ella lo sabía. La estaba perdiendo, otra vez.
-Dime por qué me avisaste cuando no tenías por qué hacerlo. Dímelo, por favor. -odiaba tener que suplicarle, pero no podía soportar más la incertidumbre.
Ilya se puso en pie, decidiendo ser sincero por una vez. Aunque no lo fue por completo. O al menos no usó el presente para explicarse.
-Porque una vez te amé. -Y mucho se temía que la seguía amando, pero no estaba preparado para decírselo. Y ella tampoco.
Jane no estaba segura de lo que aquellas palabras podían significar. Pero él no había terminado.
-¿Y tú a mí Jane, me amabas?