CAPÍTULO 5:
“No te vayas Jane”
De nuevo su nombre en los labios de él. Ilya había dicho esas mismas palabras en otra ocasión…
Antes…
Lady Avery era sin duda la muchacha más alegre de la temporada. Si en alguna ocasión su comportamiento excedía los límites del decoro, la sociedad se lo perdonaba fácilmente. La compañía de sus padres, los Marqueses de Derby, y de su propio hermano, el Vizconde de Ayr, le daban toda la protección requerida.
Si ella salía a montar a caballo cada mañana entre caballeros por Hyde Park, era incluso admirada por quienes habrían criticado a otras jovencitas de su edad y posición. En ella era algo fresco y natural.
Y mientras jóvenes y otros hombres con edad más casadera le hacían la corte en bailes y salones, Allerdale la disfrutaba a diario.
La deseaba y la admiraba por igual, pero siempre desde la distancia. Sabía de sobra que un futuro Duque sin herencia no tenía nada que ofrecer a una rica heredera como ella. Pero había un imán que lo atraía hacia ella, y quizá de forma inconsciente Ilya no oponía demasiada resistencia.
Esa mañana les había invitado a conocer a su abuela, a Jane y a Connor. Los tres se llamaban por sus apellidos como indicaba el decoro, pero en su mente eran sus amigos, y él deseaba también ser Ilya en la mente de ellos. Se llamaban por su nombre de pila en privado.
-Lady Ariadne Woodrow, abuela, quería presentarte a mis amigos…
Los tres entraron en el salón en donde una mujer todavía ágil redecoraba cambiando cuadros de un sitio a otro.
Jane observó que Ilya debía haber heredado sus rasgos de su parte materna rusa, en nada se parecía a aquella delgada mujer. Aún así su expresión alegre le recordaba totalmente a él.
Ilya era para ella como el amanecer. Le daba ese soplo de felicidad que ella necesitaba en su vida. No se había dado cuenta antes de que le necesitaba para vivir, para ser ella misma. Él nunca le reprochaba su conducta, sino que parecía disfrutar con ella.
Jane bailaba cada noche con un nuevo pretendiente, pero vivía para el amanecer, cuando sólo estaba él. Y nadie más lo sabía, excepto quizá él. Cuando la miraba, cuando hablaban o él le sonreía con la mirada, ella sabía que la entendía.
-Encantada, Lady Woodrow. -hizo una reverencia perfecta.
-¡Pero Ilya, no me lo habías dicho!
-¿El qué, abuela?
-Que traerías contigo a tu prometida… -la mujer la miró, y Jane no pudo negar nada.
Sin embargo Connor e Ilya sí lo hicieron.
-Lady Woodrow esta es mi hermana, la señorita Avery… -aclaró su hermano.
-No es mi prometida abuela, sólo una buena amiga… -añadió Ilya sin mirarla.
-¿Una amiga? -Ariadne alzó una ceja, alternando su mirada entre ella y su nieto. -Ya veo. Puede usted llamarme Ariadne. -añadió luego la mujer.
Y Jane le sonrió.
Desde ese día fueron muchas las tardes y mañanas que pasaron allí, en ocasiones iban los tres a solas, a veces llevaban a más amigos y amigas de su grupo, e incluso Jane iba acompañada de su dama de compañía a visitar a la buena mujer.
Sin embargo, y pese a que su madre conocía sus visitas, ella nunca la acompañó, siempre tan remilgada en sus modales que no se molestaba en conocer el interior de las personas. Ni siquiera el de sus propios hijos.
Con una madre así y un padre ajeno a cualquier cosa que tuviese que ver con ella, Jane encontró a una mujer con la que podía hablar. Y poco a poco su relación se fue estrechando hasta que su amistad se convirtió en un gran cariño por ambas partes.
Y así transcurría la primera temporada de Jane en Londres, entre las miradas de Ilya, la presencia tranquilizadora de su querido hermano, y sus visitas a Woodrow Place.
En una de aquellas visitas fue cuando él pronunció aquellas palabras. Jane llegó temprano aquella mañana, deseando contar a Lady Ariadne lo ocurrido la noche anterior. Un pretendiente se le había declarado, y ella le había dicho que no. Su propia madre no encontraría la diversión, pero ella sabía que la anciana mujer sí lo haría. ¡Lord Richardson era de su edad!
El mayordomo, que la conocía, la dejó pasar al salón.
-Mi señora ha salido en estos momentos, milady.
-Oh… Entonces la esperaré.
-Como guste milady.
Y el buen hombre la dejó en el salón tras asegurarle ella que no quería té.
Jane paseó por el salón, decidiendo si esperar o volver más tarde, hasta que oyó un golpe pesado sobre su cabeza. Y sin pensarlo, subió escaleras arriba, temiendo que hubiese habido un accidente. Un gemido apenas audible llamó su atención en otra habitación, y una vez más entró sin pensar.
Ilya lloraba apenas, sentado sobre una cama, vestido con un chaleco y una camisa a medio abrochar. Una lámpara rota yacía en pedazos en el suelo junto a la pared. Jane no podía creer lo que veía. Él, que era la alegría personificada, tan fuerte y seguro de sí mismo, parecía ahora derrotado. Y estaba llorando.
Jane dio un paso adelante antes de que la razón la detuviese. No debía estar allí. Pero entonces él alzó la vista y la miró con aquellos ojos azules, un gesto demasiado triste cubriendo su cara. Un gesto de desesperanza. Al verla allí se puso en pie, sintiéndose ridículo.
-Mi padre ha muerto. -pronunció por fin aquellas palabras.
Sí, su padre había muerto y él no sentía más que odio hacia un hombre que nunca había sido un padre para él, y que ahora le dejaba una herencia de deudas junto al ducado.
-Oh Ilya, lo siento tanto…
Ella se acercó otro paso.
También la perdería a ella. Había planeado labrarse un futuro para ofrecérselo a Jane, pero ahora le sería imposible.
Ilya se sintió perdido de nuevo, y entonces ella le abrazó. Y que Dios le perdonase porque él le devolvió el abrazo, sujetándola a su cuerpo como si así pudiese evitar perderla.
Permanecieron así un buen rato, y luego él pronunció las palabras que les unirían para siempre. Para bien o para mal. La miró a los ojos antes de hablar.
-No te vayas, Jane.