13

MANIPULACIÓN

Aunque estaba con la soga al cuello, Mather empezó a silbar en la ducha. El sonido se inició en el cuarto de baño, pero luego fue acercándose hasta que oí la llave en la cerradura. La Ganges Roja había enmudecido y había vuelto a ocultarse.

La puerta se abrió lentamente y Mather se asomó con visible precaución. Al cerrar la puerta detrás de él, vi que llevaba el puñal detrás, sujeto con el cinturón de la bata de felpa. Dio media vuelta y se me quedó mirando sin saber qué hacer ni qué decir, pero vi en sus ojos una mezcla de emociones que no logré identificar por completo. Sin embargo, percibí que tenía miedo, era muy evidente, me consideraba una amenaza, un elemento peligroso e imprevisto. Había intentado acabar conmigo y, por razones que él desconocía, no se le había permitido. Todavía deseaba eliminarme, eso era evidente, pero creo que temía las consecuencias si volvía a intentarlo. Estaba obligado a no separarse de mí, aunque no tenía ni idea de cómo debía proceder.

—Quiere verme muerto, ¿verdad?

Las palabras salieron de mi boca casi por voluntad propia, no tenía intención de pronunciarlas en voz alta. No obstante, Mather no contestó, sino que se acercó al hueco de la pared y deslizó el panel en su sitio. Lo hizo lentamente, sin sacarme los ojos de encima porque, por extraño que pareciera, le preocupaba que yo pudiera atacarlo.

—Desearía que me muriera ahora mismo para hacerle las cosas más fáciles, ¿verdad? ¿Sabe qué? ¿Por qué no me desata, me da el puñal y yo mismo hago el trabajo? —le espeté, con la sensación de tener por primera vez algo de control.

Sin embargo, Mather ni se inmutó. Empecé a reírme por lo bajo, pero Mather siguió imperturbable. Su mano tembló sobre la empuñadura de la daga.

—Yo que usted me andaría con cuidado, amigo. —Se alejó del panel—. Vuelvo enseguida.

Se fue y regresó al cabo de unos momentos vestido con ropa limpia. Llevaba el puñal escondido en algún sitio, aunque seguro que al alcance de la mano.

—Arriba —ordenó. No estuve seguro de haberlo oído bien porque no le había visto mover los labios; sin embargo, Mather insistió al momento, esta vez con mayor energía—: ¡Arriba! ¡En pie!

Se acercó un par de pasos.

—No puedo. —Era cierto. Mi cuerpo era una masa de carne y huesos insensible. Me había quedado sin fuerzas—. ¿Cómo quiere que me mueva si apenas puedo hablar?

Una vez más, sacó el puñal y lo blandió delante de mí.

—No es momento para juegos.

—¿Que no es momento para juegos? ¡Antes sí que lo era, ¿no?! ¿No es eso lo que le gusta? ¿Jugar con la gente?

Mather avanzó un paso.

—¡Levántese ahora mismo!

—Tendrá que ayudarme. —Vi que se removía inquieto, que la situación lo incomodaba. No quería ayudarme a ponerme en pie. Creo que ni siquiera quería tocarme—. Créame, no tengo fuerzas para ofrecer resistencia.

—Sí, bueno, ya me perdonará si no le concedo el beneficio de la duda.

—Entonces tendré que quedarme aquí, ¿no cree?

—¡Irá ahora mismo a la habitación de invitados! Necesito estar a solas para decidir qué hacer.

Lo medité y decidí que seguramente me encontraría mejor en la otra habitación. Estaría lejos de él, lejos de la criatura y en un lugar donde podría aclarar las ideas. Con esfuerzo, conseguí enderezarme y, para mi sorpresa, apoyándome en la pared y el alféizar de la ventana que tenía detrás, logré ponerme en pie.

Descansé un momento contra la ventana, reuniendo fuerzas para moverme. Mather seguía empuñando el afilado puñal para mantenerme a raya y lejos de él. La cabeza empezó a dolerme de nuevo, esta vez tan fuerte que las lágrimas acudieron a mis ojos. Ignoraba el daño que habría sufrido mi cráneo; por lo que sabía, la herida podría ser mortal. Mather me miró con desdén, como si yo estuviera haciendo un numerito patético, y eso me hizo sacudir la cabeza.

—Solo tenía que haberme golpeado un poco más fuerte y habría acabado conmigo en el bosque.

—No le pegué tan fuerte. No fue nada.

—Ya lo creo que sí —escupí—, créame.

—En marcha, venga.

—Ya voy.

Me di impulso para separarme de la ventana y crucé tambaleante el dormitorio de Mather hacia la puerta. Guardó las distancias, pero se mantuvo alerta por si yo intentaba algún tipo de escapatoria desesperada. Solo de pensarlo, me eché a reír. ¿Adónde narices iba a ir? Aparte del túnel, no había otro modo de salir de la isla y no podía llegar hasta allí sin dejar primero a Mather fuera de combate, lo que me resultaría extremadamente difícil con las manos atadas.

Abrí la puerta empujando con el hombro derecho, y a punto estaba de salir al pasillo cuando Mather me cogió por el brazo y me obligó a detenerme.

—Espere.

—¿Y ahora qué?

—¡Chsss!

Mather no apartó los ojos de mí, pero otra cosa había llamado su atención. Era como si estuviese escuchando algo. Segundos después, yo también empecé a oír algo por encima del martilleo constante de mi cerebro. Se trataba de un motor y cada vez se oía más cerca.

Mather tiró de mí hacia dentro y me empujó contra la ventana, lo que me dio la oportunidad de vislumbrar mi imagen reflejada en el cristal. Me quedé petrificado. De hecho, apenas reconocía el rostro que me devolvía una mirada atónita. El pelo, enmarañado y apelmazado, se me pegaba a la frente con barro reseco. Tenía la ropa llena de fango, hojas y detritos del bosque. Mather debía haberme arrastrado hasta el claro en vez de trasladarme hasta allí. Tenía un aspecto espantoso. Mather se acercó al panel, lo deslizó y se quedó ante el tanque de cristal, murmurando unas palabras que fui incapaz de descifrar. A continuación hizo algo completamente inesperado: levantó la tapa.

Después de dejar el pesado panel de cristal en el suelo, se volvió hacia mí y sonrió ante la expresión de terror en estado puro que descubrió en mi rostro.

—Le dejo bajo la custodia de la dama mientras voy a ver qué quiere nuestra visita inesperada. Naturalmente, si trata de gritar o de hacer cualquier otra tontería por el estilo, la dama se verá obligada a tomar medidas. No es probable que lo mate… pero no me cabe duda de que podría hacer que las cosas se pusieran feas.

—¡No puede dejarme a solas con ella!

El pánico volvió a apoderarse de mí.

—Lo siento, pero no me queda más remedio. Y ahora, si me disculpa…

Mather dio media vuelta y salió de la habitación dando un portazo detrás de él, de modo que la puerta no quedó cerrada del todo. Tenía los ojos clavados en el tanque cuando el insecto asomó lentamente de entre las entrañas de la caja de cristal y voló hasta mí.

«Por favor, siéntate».

Me senté en el borde de la cama tal como me había pedido. El mosquito voló hasta el escritorio y se posó en la mesa. Las alas bajaban y subían a un ritmo hipnótico, como lo había hecho antes, pero el resto del cuerpo permaneció inmóvil. Casi parecía marrón en la penumbra de la habitación.

«¿Recuerdas de qué hablábamos antes?».

—De algo así como que el final está próximo, que no ibas a permitir que él me hiciera daño.

«Eso es. Yo te protegeré».

—Antes ha intentado matarme.

«Sí, y lo intentó también la otra noche mientras dormías y después de haberte atacado en el bosque. Podría haberle prohibido que te hiciera daño, pero no podía permitir que te fueras».

Eso me hizo pensar con qué facilidad podría haber muerto, con qué facilidad Mather podría haberme liquidado si el mosquito se lo hubiera permitido.

—¿Por qué no dejaste que me matara?

«Eres importante para mí. Tienes algo que llevo buscando hace mucho tiempo».

—¿Soy más importante para ti que Mather?

«Mather únicamente sigue vivo porque ha sido útil».

—¿Cómo?

«Proporcionándome sangre».

—Pero ¿para qué la necesitas? No puedes reproducirte, ¿no?

«No…».

No percibí deje de tristeza alguno en su voz. Por lo visto la reproducción no era un tema que la preocupara.

—Entonces ¿para qué la necesitas?

Se hizo un breve silencio.

«Siento una sed insaciable de sangre».

—¿Y Mather ha podido suministrarte toda la que necesitas?

«Me ha suministrado mucha. Cuando di con él, supe de inmediato que sería un siervo voluntarioso. Aquella noche, en Londres, buscaba sangre fresca igual que lo había hecho muchas otras noches anteriores a esa. En la ciudad no podía cazar yo sola por culpa del rastro que pudiera dejar detrás de mí. Era difícil controlar la sed y no quería arriesgarme a hacer algo que pudiera conducir a mi captura. No soporto ni pensar en estar encarcelada. Necesito ser libre o estar con un compañero que conozca mis exigencias, que esté dispuesto a ayudarme, y Mather demostró ser un cómplice excelente. Olí las capas de sangre de sus múltiples experimentos desde lejos. Cuando entré en la casa, el olor era enloquecedor. Me arrojé contra la puerta de la casa hasta que me dejaron entrar.

»Una vez dentro, supe que había encontrado a alguien útil y manejable. No me llevó mucho tiempo controlar la mente de Mather, era una marioneta. Lo convencí sin demasiado esfuerzo para que aumentara el ritmo de sus experimentos, para que mantuviera la provisión de sangre a un nivel satisfactorio. Su fascinación por lo macabro aumentaba con cada experimento. La oscuridad de su interior le estaba consumiendo el alma y acabó por destruir su sentido del bien y del mal. Pronto empezó a experimentar todas las noches, no solo para complacerme, sino para satisfacer su propia sed mutiladora».

—¿Y Maidon? ¿Trató de detenerte alguna vez?

«No tardé en ejercer mi influencia sobre él, aunque mediante la intimidación, no el control. Le mostré muchos ejemplos de qué podría ocurrirle si me contrariaba o si interfería en el trabajo de Mather. Cuando nos mudamos aquí definitivamente, pensé que todo sería perfecto. El entusiasmo de Mather por los experimentos aumentó y la sangre fluía en abundancia».

—Pero todo está a punto de acabar.

«Sí, nada puede detenerlo y todo gracias a ti».

—¿A mí?

«Tu llegada anunció el principio del fin».

—¿Para todos?

«No, para todos no».

Parecía sorprendida, como si yo hubiera dicho algo ridículo. Recordé lo que me había explicado antes, que no permitiría que Mather me hiciera daño. No tenía ni idea de por qué estaba tan decidida a mantenerme con vida, suponía que para ella no debía de ser más que comida.

—¿Por qué te preocupa tanto mi bienestar?

«Una vez fui humana y traicioné al que amaba. Esa traición me costó una maldición».

—Ngoc Tam.

«Sí, mi marido. Él… Él no soportaba vivir sin mí. Su sangre me devolvió la vida y a cambio yo le abandoné por un hombre más rico y por una vida llena de lujos. Llevo mucho tiempo vagando por el mundo en busca de su sangre para volver a ser humana».

Empecé a hacerme una idea de lo que venía a continuación, por inverosímil que pareciera.

—De todos modos, seguro que la sangre de tu marido era única. Seguro que ninguna otra sangre salvo la suya podría devolverte tu forma humana.

«Procedía de una familia de viajeros que debe de haberse extendido por todo el mundo. Es probable que sus descendientes se cuenten por millares hoy día, por lo que sabía que tarde o temprano encontraría a uno, y ese día ha llegado. Cuando olí tu sangre por primera vez, supe que era la suya, tan única y tan poderosa… Estaba tan exaltada que casi no pude contenerme. Mis oraciones por fin habían sido oídas».

Empecé a temblar y no porque hiciera frío en la habitación.

«Cuando lo único que me quedaba era una esperanza irrenunciable, encontré lo que mi corazón había anhelado. Por tus venas corre la sangre de mi antiguo amor, Ngoc Tam».

—No, eso no es…

«Tu linaje se remonta…».

—Pero…

«… muchas generaciones atrás, pero sigue siendo poderoso. Con la sangre de Tam se acabará la maldición y no volveré a verme atrapada en esta forma repugnante, esclava de la sed de sangre. Por favor, créeme, no deseo hacerte daño, lo único que necesito son unas gotas de sangre».

—De modo que la leyenda es cierta… No me extraña que estuvieras preocupada por la libélula.

«¿La libélula? Pensabas en ella porque lo has leído en uno de los libros de Mather. ¡Ja! Estaba preocupada por nada».

—No. —Sonreí—. Estaba pensando en ella porque está en la isla. El genio está aquí y ha venido a por ti.

«Chsss… No mientas… No te servirá de nada».

—¡Es cierto! Mather también lo sabe. El genio te ha encontrado y creo que su intención es evitar que vuelvas a convertirte en una mujer.

«Aunque estuviera aquí de verdad, no va a detenerme. Nada puede detenerme. ¡No voy a permitirlo!».

En ese momento oí las voces. Con gran esfuerzo, conseguí volver a ponerme en pie. Los vi por la ventana, que daba a un lado del claro, estaban doblando la casa por la derecha en dirección al camino que conducía al bosque. No veía a la persona que estaba con Mather, pero este la llevaba hacia el centro de investigación. Solo conseguí descifrar lo que le estaba diciendo:

—… absorto en su trabajo sacando fotos. Sé que es tarde, pero quería hacer todas las que pudiera antes de irse mañana.

A continuación oí la voz de la otra persona, hermosa, pero angustiante porque no tenía que estar allí, en aquel sombrío teatro del horror.

—La verdad es que no me extraña. Le encanta este tipo de trabajo, aunque a veces finge lo contrario.

—Ah.

—Me llamó hace un rato, pero se cortó. Me dio la impresión de que tenía problemas… Estaba un poco preocupada…

Su voz se perdió en la distancia.

—¡Gina! ¡Oh, Dios, no! Por favor —le imploré—, tienes que detenerle. Tienes que…

«Es inútil».

—¡No! —Forcejeé en vano con la cuerda que me ataba las muñecas. Mather había hecho un buen trabajo—. Tengo que… La matará.

«Hará más que eso».

Me hallaba en un estado de angustia insoportable. Tenía que salir de allí como fuera y protegerla. No podía soportar la idea de que se encontrara a solas con él.

—Tengo que detenerle.

«Chsss, amor mío. Dentro de nada ella habrá muerto y entonces nada podrá causarte dolor. Unicamente sufrirás mientras ella viva».

—Tú puedes hacer algo. Tú lo controlas.

«Sí, así es».

—¡Entonces, hazlo!

«No, su vida no tiene ninguna importancia para mí, meramente proporciona una distracción necesaria».

—¿Qué?

«Mientras él esté entretenido con ella, yo tomaré lo que necesito de ti. Creo que Mather se ha acostumbrado demasiado a mí, pero ha llegado el momento de dejarle. Es mejor que no esté aquí cuando me transforme, no querría que intentara interponerse».

—No, no lo hagas, por favor.

«Comprendo que estés asustado, pero no te hará daño».

—¡Por favor!

«Estás débil. Deberías descansar».

—¿Para que puedas dejarme seco? Ni hablar.

«No tengo intención de ser tan cruel».

—Muy bien, de acuerdo, toma mi sangre, pero salva a Gina, por favor. No se lo merece, no se merece estar ni a un milímetro de ese hombre. Prométeme… Prométeme que…

«No quiero toda tu sangre, solo un par de gotas».

—Si vuelves a convertirte en una mujer, seguirás necesitando protección contra el genio. Si ayudas a Gina, te prometo que cuidaré de ti.

Tuve la impresión de que lo meditaba. Estaba insegura, nerviosa. Creo que sabía que yo no le había mentido acerca de la presencia del genio, pero ignoraba hasta qué punto se tragaría que la libélula fuera capaz de detenerla.

«Necesito tu sangre. He esperado demasiado tiempo para que ahora se me niegue. ¡Tanto la chica como el genio son irrelevantes!».

El mosquito se alzó en el aire casi en silencio y volvió a posarse en el escritorio. Ignoraba cuáles eran sus intenciones. Justo cuando creía que la tensión estaba a punto de estallar, percibí un movimiento en el exterior. La Ganges Roja se volvió hacia la ventana y se puso tensa. Por primera vez sentí que le invadía un gran terror, y en ese momento dejó de ser un monstruo para convertirse en una frágil criatura que se enfrentaba a la posibilidad real de que llegara su fin.