9

DIFAMACIÓN

Siguiendo el consejo de Mather, no lo alargué ni un minuto más. Crucé la puerta como una exhalación, entré en la otra habitación y subí los escalones de piedra rogando por que el cuerpo de Mather se hubiera hundido en el escalofriante montículo que él mismo había levantado. Cuando alcancé lo alto de la escalera, empujé la puerta que daba al sótano y la encajé con fuerza contra el marco. Corrí hasta uno de los largos bancos, lo arrastré con todas mis fuerzas hasta la puerta y lo empujé contra esta para atrancarla. Si Mather conseguía salir con vida del pozo, estaba seguro de que jamás lograría cruzar la puerta. Atravesé el laboratorio como una exhalación. Los cristales, que ya antes habían sido pisoteados hasta convertirse en incontables añicos, crujían bajo mis pies. Salí a la recepción como alma que lleva el diablo y atravesé la puerta de entrada para ser recibido por la acogedora luz del día.

Pensé en detenerme y ocultarme entre los árboles, pero seguí por el camino, consciente de que si Mather no estaba muerto, el tiempo era precioso. Cuando llegué a la puerta de la verja, trepé a ella para saltarla, aunque con cuidado de no hacerme daño con las prisas. Ya no estaba lejos de la playa y me pregunté cómo iba a abrir el candado de la puerta del cobertizo. Al doblar un recodo mirando al suelo, de repente tuve la sensación de que alguien me observaba. Casi no tuve tiempo ni de levantar la vista cuando tropecé con una figura imponente que me cerraba el paso.

Ambos caímos sobre las altas hierbas que había a un lado del camino y tuve suerte de no golpearme la cabeza contra un tocón de árbol que había ahí mismo. El extraño se levantó rápidamente y, después de sacudirse la ropa, me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie. Era mucho más alto que Mather, vestía una camisa vieja y desgastada, unos pantalones en el mismo estado y unos zapatos que habían visto mejores días. Llevaba el pelo largo y sucio y daba la impresión de que tenía los ojos rodeados de moretones, aunque tal vez fuera el resultado de pasar noches en blanco. En muchos aspectos, encajaba con la descripción que Mather había hecho de Maidon, pero después de todo lo que había visto, no me precipité en sacar conclusiones.

—¡Ayúdeme! Por favor, tiene que… —me detuve en mitad de la frase con la sensación de que algo iba mal.

Estudié la expresión del rostro del hombre en la que no descubrí ni sorpresa ni vida, solo una cansina resignación, como si se hubiera encontrado en aquella situación muchas otras veces.

—Usted debe de ser Ashley Reeves —dijo, mirando angustiado hacia el centro de investigación a mis espaldas—. ¿Qué… Qué le ha hecho?

—¿Es usted Maidon?

Me pregunté si había escapado de un monstruo para acabar en las garras de otro.

—Sí.

—¡Santo Dios!

Me puse en pie e intenté salir corriendo, pero él me agarró por un brazo y me sujetó con una fuerza sorprendente.

—¡Espere! No sé lo que le habrá contado, pero tiene que confiar en mí, nosotros…

—Mire —le interrumpí, soltándome de un estirón—, voy a salir de esta isla, así que no intente detenerme.

—No, no, no es mi intención. ¿Mather… Mather está muerto?

Percibí cierta nota de esperanza en su voz.

—No lo sé, lo empujé al pozo y puede que se haya roto algo, pero…

—Ah. —La sonrisa se desvaneció—. Bueno, por favor, venga conmigo, si quiere salir de aquí tendrá que venir conmigo.

Dio media vuelta y se internó en el bosque. No me moví, miré a un lado y a otro del camino preguntándome qué narices se suponía que debía hacer.

—¿Por qué debería confiar en usted? ¿Cómo sé que no es tan retorcido como él?

—No, no, no —aseguró, volviéndose hacia mí—. Olvide lo que le ha contado sobre mí. Es… Es más listo de lo que se imagina. Venga conmigo antes de que sea demasiado… demasiado tarde.

El comportamiento de Maidon era extraño, pero solo podía confiar en mi instinto y este me decía que Maidon era un mal mucho menor que el que había dejado a mis espaldas, en el centro de investigación. No obstante, tenía que dejar el camino, eso estaba claro, me sentía demasiado desprotegido.

—Usted vaya a donde quiera —decidí al fin—, yo voy a la playa. El bote de Mather es el único medio de salir de la isla.

—No, no, no —insistió Maidon, sacudiendo la cabeza—. No lo es, ¡así no podrá escapar!

—¿Qué?

—Puede salir de la isla, pero no con el bote del cobertizo. Es una de sus bromas, no tiene fondo. El bote de verdad está oculto en otra playa. Sé cómo llegar hasta allí, pero Mather lleva consigo la llave. Venga.

—Pero…

—¡Deprisa!

—Está bien —claudiqué al fin.

Sabía que podía acabar resultando una mala idea, pero lo seguí hacia el bosque. Lo que había dicho de Mather y del cobertizo había sonado bastante plausible.

Nos abrimos camino a través de ramas y hojas y pusimos distancia entre nosotros y el sendero. No había caminos visibles que seguir, pero Maidon sabía adonde iba. Al cabo de un rato, empezamos a subir una ladera. Resbalé un par de veces y Maidon se paró para esperarme, aunque con evidente impaciencia. Al final, el terreno se allanó y vi algo similar a una caravana, aunque la pintura del exterior hacía tiempo que se había descolorido y había sido sustituida por una gruesa capa de óxido. Una estampa poco hospitalaria, pero para Maidon eso era su hogar.

Subió los escalones que conducían a la puerta de la caravana, la abrió y me hizo un gesto para que entrara. Él me siguió detrás y cerró la puerta a sus espaldas. Una vez dentro, me señaló un taburete que había junto a una ventana con cortinillas y me senté, aunque el asiento estaba un poco torcido. Supuse que en su momento hubo asientos como Dios manda, pero debieron de sacarlos para tener más espacio. Maidon corrió las cortinillas de las otras ventanas y se sentó en una silla de aspecto más cómodo, junto a una mesita abarrotada de periódicos, revistas y carboncillos. A través de los huecos que quedaban entre los papeles, observé que la superficie de la mesa estaba llena de rayadas, como el pupitre de un colegio.

—¿Le gusta la oscuridad?

Me hizo sentir incómodo que Maidon cerrara el paso a la luz del día.

—Es el único modo de tener intimidad que me puedo permitir —contestó—. Nunca sé cuándo Mather me está observando… Esta es la única manera de estar solo.

—Ya veo.

—Espero que haya muerto. Mucho mejor para nosotros si lo está. —Me miró a los ojos y se rascó la palma de la mano con nerviosismo—. Si sigue vivo, primero irá al cobertizo del bote, y cuando compruebe que usted no está allí, supondrá que ha vuelto a la casa.

Gracias a aquellos minutos de descanso, constaté lo distintos que eran Mather y Maidon. Maidon era inteligente, pero no podía compararse con Mather. Mi instinto me decía que no era de Maidon del que tenía que preocuparme, Maidon no irradiaba la malignidad de Mather. El hombre estaba demasiado débil para representar algún tipo de amenaza. Seguía sin tenerlas todas conmigo, pero le presté más atención, tal vez intentaba ayudarme de verdad.

—¿Qué hará cuando se dé cuenta de que no estoy allí?

—¡Le buscará por toda la isla! Ya lo creo que sí. No se imaginará que le he ayudado, o al menos eso creo.

—Entonces, ¿va a ayudarme? —le pregunté, aliviado—. Por favor, tengo que salir de aquí. Los dos tenemos que irnos.

—Sí, le ayudaré… pero ya no me importa lo que pueda ocurrir conmigo, siempre que él esté muerto.

Nuestras miradas se encontraron.

—¿Cuánta gente ha muerto aquí?

—¿Ha visto los cadáveres del pozo?

—Sí.

—Esos no llegan ni a la mitad.

—¿Hay más?

—Mather… solía lastrar los cuerpos y arrojarlos al lago hasta que lo convencí de que tarde o temprano alguien los encontraría, los pescadores o… los turistas.

—¿Cuántos?

—No lo creería, Ashley.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Fui yo quien lo encontré.

—¿Me encontró?

—Sí, en El eslabón perdido. Así hacemos llegar a la gente hasta aquí. Cuando Mather necesitó cuerpos para sus experimentos, pensó que podría utilizar el m… mosquito para atraer gente. Le pagaba a Derringher para…

—¿A Derringher?

—El capitán del puerto.

—Ah, ya.

—Le pagaba para que le trajera revistas y periódicos del quiosco del pueblo un par de veces al mes. Yo les echaba un vistazo y seleccionaba aquellos que pudieran estar interesados en la Ganges Roja. Científicos, entomólogos… Periodistas. —Me miró y se volvió. Apartó una cortinilla con cuidado y echó un vistazo—. Les enviábamos una carta para despertar su interés y esperábamos a que aparecieran por aquí. Algunos venían, otros no. Hemos tenido muchas visitas —aseguró, con mirada distante y pesarosa—. Jamás creí que nos saldríamos con la nuestra tanto tiempo.

—Pero alguien debe de haber echado de menos a esa gente. ¿Qué hacen cuando los amigos y la familia vienen a buscarlos?

—Mather dice que en las revistas científicas, como la suya, trabaja gente sin demasiada vida social. La mayoría son personas solitarias. En sus cartas, Mather siempre les dice que no mencionen adonde van. Creen que se debe a que la historia es un secreto, por eso mismo desaparecen con mayor facilidad.

—Sin embargo, siguen corriendo un gran riesgo.

—Sí, pero ahí es donde entra Derringher. Al tiempo que nos trae las revistas y todo lo demás, borra el rastro de estas personas. Si la gente empieza a fisgar, les dice que no ha visto a nadie. Y le creen.

—¿Mather también paga a Derringher para que haga eso?

—Sí, creo que le paga muy bien.

—Pero ¿y la estación de tren? ¿Y si alguien recuerda haber visto a una de esas personas?

—Tryst es un pueblo pequeño, pero por aquí viene mucha gente, turistas y excursionistas, incluso durante los meses más fríos. Dudo que los jefes de la estación de tren se acuerden de una persona en concreto.

A medida que conocía más detalles de su abominable proyecto, el frío se iba apoderando de mí. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo cerca de la muerte que me había encontrado. Por lo visto, Mather había pensado en todo y, a juzgar por el número de cadáveres que había en la isla o en sus alrededores, jamás había permitido que alguien escapara.

—Mire, ambos deberíamos salir de esta maldita isla antes de que Mather consiga arrastrarse fuera de ese pozo.

—Primero tiene que oír esto porque cuando vuelva tiene que contar esta historia, yo… yo nunca… Escúcheme, por favor, es importante. Mather es solo uno de los peligros a los que tendrá que hacer frente.

A pesar de la tensión de la situación, mi curiosidad pudo conmigo.

—Mather me contó una historia acerca de sus días de estudiante de medicina. Me explicó que usted intentó que él le ayudara a extraer el hígado de un pobre indigente. Dijo que fue usted el que continuó los experimentos después de aquello.

—¡Claro que le dijo todo eso! Forma parte de la trampa, le cuenta eso para que sienta pena por él.

Había algo en la actitud de Maidon, en su apremio, que me empujaba a creerle.

—Entonces ¿qué ocurrió de verdad?

—Ma… Mather fue el que tuvo la idea y el que me obligó a ayudarlo. Dijo que si no le ayudaba, haría todo lo que estuviera en su mano para que no me graduara…

—Le utilizó.

—Ajá. Debía de llevar planeándolo mucho tiempo y quería que yo acabara apreciándole antes de contarme lo que pretendía hacer.

—Menuda pieza —comenté, sacudiendo la cabeza.

—Sin embargo, es… Es el hombre más inteligente que jamás haya conocido —afirmó Maidon con tristeza—. Y el único amigo de verdad…

—¿Amigo?

—Sí. Él era el único que me escuchaba, y suponía todo un honor que me relacionaran con él.

—No lo admirará, ¿verdad?

—¡Por supuesto que sí! —Me miró fijamente, sorprendido, como si hubiera dicho algo ridículo—. Está enfermo, pero es… ¡Es un dios!

—¿Un dios? ¿Cómo puede decir eso? Es un monstruo.

—Lo que ha estado haciendo estos últimos años… Los experimentos… Son espantosos… Horripilantes. Jamás imaginé que un ser humano pudiera hacerle esas cosas a un congénere, pero me resulta imposible no sentirme intimidado por su fortaleza mental. Puede hacerlo una y otra vez… y su fortaleza mental jamás flaquea. Sin embargo, yo… No creía que iba a ayudarle tanto tiempo… No estoy seguro de saber quién soy. Mi comprensión del mundo… ha cambiado.

—No puedo creer que lleve aquí todo este tiempo. Tiene que desvincularse de lo que está ocurriendo aquí.

—Ya hace mucho tiempo que no le ayudo… Llegó un momento en que no pude seguir. Él no dejaba de amenazarme con que me enviaría ese m… monstruo, y la amenaza surtió efecto durante un tiempo, pero al final ni siquiera eso pudo obligarme a ayudarle a hacer lo que hace. Hasta cierto punto, creo, que incluso le gustó eso de ocuparse él solo de los cuerpos. Ahora me limito a buscarle los nombres, pero he de ponerle fin incluso a eso. Quiero acabar con él y con su trabajo. No voy a fingir que soy menos culpable que él, no le ayudo a usted porque tenga buen corazón, lo hago porque… esto se ha de acabar de una vez por todas.

—Olvide lo de pararle los pies, lo que importa es salir de aquí con vida. Mientras siga en ese pozo, nosotros podremos…

—No, no, no. No es tan sencillo. ¿Ha visto la G… Ganges Roja?

—Sí.

—Sin esa criatura, nosotros no estaríamos aquí. Si el mosquito no hubiera encontrado a Mather, él jamás habría venido a este sitio.

—Pero si él me dijo que la había encontrado después de venir aquí.

—Más mentiras.

—¿Me ha mentido en todo?

—No, no en todo. Forma parte de su juego. El mosquito, por ejemplo. Apuesto lo que quiera a que lo que le contó del mosquito es cierto. Por ridículo que parezca, no es una leyenda. Y fue ella la que encontró a Mather, no al revés. Lo encontró y lo hizo su esclavo.

—¿Qué?

—Verá… La Ganges Roja no es la que está atrapada… Somos nosotros.

Maidon miró al suelo, parecía agobiado por la desesperanza.

—Pero si no es más que un insecto.

—Ojalá.

Alzó la vista y sacudió la cabeza. De súbito, oímos el chasquido de una rama y un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Habría escapado Mather del centro de investigación? Imposible. Maidon se acercó con sigilo a una de las ventanas y apartó una cortinilla con sumo cuidado. Miró a uno y otro lado y soltó un suspiro de alivio.

—No pasa nada —aseguró—. Es el señor Hopkins.

—Veamos… —Intenté recuperar la compostura, pero el corazón seguía latiéndome a mil por hora—. Para empezar, ¿cómo acabó involucrado en los experimentos de Mather?

—Pasaba una mala temporada en la Facultad de Medicina y Mather solía salir en mi defensa. Cuando me pidió que le ayudara con su trabajo, sinceramente pensé que quería que le echara una mano para hacer algún bien que beneficiara a la humanidad, y me sentí privilegiado. —Maidon volvió a sentarse—. Con el tiempo descubrí que era un psicópata.

—Hasta que encontré el pozo y los cadáveres, no empecé a sospechar que le pasaba algo —añadí—. Lo disimula muy bien. ¿A qué se refería antes cuando dijo que el mosquito no es solo un insecto?

—No pretendo entenderlo, lo único que sé es lo que he visto y oído. —Maidon se frotó la frente—. No sé cómo, la criatura escogió a Mather sabiendo lo que hacía. Lo eligió porque es capaz de hacer lo que se tiene que hacer. Creo que estaba al tanto de sus experimentos y por eso decidió utilizarlo.

—¿Utilizarlo? ¿A qué se refiere? ¡Es un insecto!

—No del todo. Lo que usted ve solo es el envoltorio, lo mismo que el cuerpo para nosotros, pero lo importante está en el interior. Ella pide sangre, igual que los demás mosquitos, pero sacia su sed con las víctimas que M… Mather le suministra, aunque… en realidad busca otra cosa.

Maidon se retorció las manos. Parecía un hombre confinado en la celda de una prisión. Mather debía de haberle apretado mucho los tornillos.

—Los mosquitos no tienen inteligencia.

—Esta sí —insistió. Maidon sonrió, aunque su sonrisa no transmitía alegría, sino terror. Decidí no seguir discutiendo por el momento sobre el mosquito ya que nos quedaba muy poco tiempo y quería sacarle toda la información de valor que fuera posible.

—¿Por qué se trasladaron a esta isla? ¿Porque había menos posibilidades de que los descubrieran?

—Sí, eso creo. Mather sabía que en la ciudad lo atraparían tarde o temprano.

—¿Cómo encontró el mosquito exactamente? Me dijo que se lo trajo un amigo de África.

—Todavía no estoy del todo seguro cómo sucedió, pero le contaré lo que recuerdo, eso le ayudará a comprender algo más el peligro en que se encuentra.

—De acuerdo, pero, por favor, sea breve. No…

—Lo sé, lo sé.

Maidon intentó calmarse un poco. En la penumbra de la caravana parecía un pálido espectro debatiendo a qué lado de la muerte pertenecía. Yo estaba desesperado por salir de allí, pero la historia que estaba descubriendo ejercía demasiada fascinación sobre mí.