4

Después de enviar una carta a la hermana de Richard, Sissy Bates, para invitar a los cuatro al rancho, Trilby reanudo sus tareas cotidianas. Durante días espero con impaciencia la respuesta.

Thorn Vance había quedado arrinconado en la trastienda de su mente. Ya no le preocupaba la opinión que tuviese de ella, y su padre había visitado a Curt y Lou Vance el día después del comportamiento insultante de Thorn hacia su hija.

Volvió a casa exasperado. El y Lou habían intercambiado duras palabras hasta que llego Curt y pregunto por el motivo de la discusión. Cuando Jack contó al hombre lo que Thorn había dicho, Curt se quedo consternado.

Aunque Curt le había parecido culpable de adulterio, el hombre había negado de inmediato cualquier implicación de Trilby. Se disculpo por las sospechas de su primo Thorn y por la vergüenza que la muchacha podría haber sufrido. Reprendió severamente a su esposa y prometió hablar con su primo y reparar el inmerecido desdoro del nombre de Trilby ante cuantos se hubiesen enterado del chismorreo. Jack se aplaco en cierta medida, pero continuaba furioso por el agravio de que había sido objeto su hija. No comprendía por que un hombre como Thorn Vance había aceptado tan rápidamente la culpabilidad de Trilby, quien apenas salía de casa y nunca se mostraba descarada, ni en su vestimenta ni en su vocabulario. De todo cuanto valoraba, su reputación y la de su familia constituyan su mayor tesoro. Esperaba que el daño pudiese ser reparado. En Baton Rouge nadie que conociese a la familia Lang cuestionaría el buen nombre de su hija o de su esposa, pero por lo visto no era así en Arizona.

Trilby se mostró muy preocupada por la opinión publica. No era timorata, pero Blackwater Springs era una comunidad pequeña, y las puertas se cerraban cuando se difundía una murmuración maliciosa. Odiaba el chismorreo, mas por lo que podía afectar a su madre que a ella misma. No sabia como podrían volver a enfrentarse a sus vecinos.

Sin embargo, tenían que hacerlo. Jack Lang insistió en que la familia asistiera a la iglesia el domingo siguiente y les persuadió de que se situasen en un lugar destacado, mientras el miraba en derredor como si estuviese dispuesto a pelear en defensa del buen nombre de su hija.

había convencido a su familia de que ocultarse en casa equivalía, mas o menos, a admitir la culpabilidad, y puesto que Trilby no tenia nada que reprocharse no existía ninguna razón que les impidiera presentarse ante sus vecinos con la cabeza bien alta.

Después de la ceremonia dos de las matronas mas prominentes de la comunidad aceptaron la invitación de pasar el día con la familia Lang. Una de ellas menciono que Curt Vance había desmentido cierto rumor malicioso que circulaba sobre Trilby. Ambas tenían la certeza de que la esposa de Curt había intervenido en la propagación de la habladuría.

La noticia tranquilizó a Trilby, sobre todo al reparar en que Thorn Vance no se contaba entre los chismosos. El señor Vance no acudía a la iglesia desde la muerte de su esposa, comento la misma señora; lo cual era una pena, añadió, porque su hijita sin duda podía beneficiarse de las enseñanzas del Evangelio. Trilby se mostró de acuerdo con la observación.

Se sentía aliviada por el hecho de que Curt, según parecía, hubiese tratado de poner fin a la maledicencia. Lo único que deseaba era que cesase. Estaba segura de que nunca perdonaría las palabras ni la conducta de Thorn Vance.

Los días transcurrían sin que Thorn visitase la casa, y ella comenzaba a serenarse y a conceder al incidente la importancia que merecía. Lo mejor de todo fue la llegada de un telegrama procedente de Luisiana. Richard, sus hermanos y su prima partirían la semana siguiente rumbo a Blackwater Springs. Trilby no pudo contener un grito de alegría, que se oyó en toda la manzana en que se hallaba la oficina de correos.

—Buenas noticias, supongo —dijo su padre, reprimiendo la risa.

—¡Si! ;Oh, padre, Richard nos visitara!

—Es agradable verte reír de nuevo, hija. —Apretó la mano de Trilby cariñosamente—. Todo el esfuerzo valdrá la pena si sirve para hacerte feliz.

—¡Apenas puedo esperar!

—No me sorprende.

Subieron al coche, y Jack condujo de regreso a la casa. Esa noche celebraron la buena fortuna de Trilby. Mas tarde, cuando se disponían a acostarse, unos fuertes disparos resonaron a través del desierto, acompañados por los bramidos del ganado en estampida. Jack y Teddy se apresuraron a vestirse y salieron al porche delantero. El viejo Mosby Torrance alto y erguido, ya se encontraba allí; sus azules ojos llorosos resplandecían en un rostro como de cuero curtido.

—Eran diez. —Hablaba jadeando, porque había llegado corriendo desde el barracón—. Vázquez y Moreno los vieron entre las reses. Les pareció que eran mejicanos.

—Los perseguiremos —dijo Jack fríamente—. Pediré a Mary que nos prepare algo de comida.

Despierta a los hombres mientras yo busco munición para los rifles.

—De acuerdo, jefe. Llevare mi Winchester.

—Oh, no, Torrance —dijo Jack con brusquedad, mirando al viejo ranger de Texas como silo considerase un loco—. No, te debes cuidar de las mujeres, y tu también, Teddy —dijo a su hijo, que parecía anonadado—. Este no es trabajo para vosotros. Yo Llevare mis armas.

Torrance no pudo ocultar una expresión de disgusto. Teddy se adelanto.

—Esta bien, señor Torrance —dijo el niño, apesadumbrado—. Supongo que nos apartan de este asunto.

El viejo trago saliva.

—Es triste envejecer, muchacho —dijo Torrance secamente—; todos creen que ya no sirves para nada.

—¡Yo pienso que es usted magnifico, señor!

Torrance sintió el aguijón de las palabras de Jack cuando bajo la mirada hacia el rostro de admiración del niño. El también tenia un hijo en alguna parte. Su esposa había muerto de neumonía un invierno mientras el estaba persiguiendo forajidos; no consiguió averiguar adonde habían enviado al muchacho. Cuando llego, nada quedaba de su hogar, y su único hijo había desaparecido sin dejar rastro. Lo había buscado en vano. Miro a Teddy y deseo que su hijo fuese tan tenaz y valiente como el.

—¿Sabes disparar? —pregunto a Teddy.

—Claro que se —respondió Teddy y, señalando a su padre, añadió—: Aunque el cree que no.

Por Dios, señor Torrance, nadie se da cuenta de que servimos para luchar, ¿verdad?

—Reconozco que así es. Bien, de todas maneras preparare mi revolver por si se les ocurre acercarse a la casa. puedes ayudarme a vigilar aquí fuera. —Miro hacia el salón—. Supongo que a tu padre no le importara.

—No, si no se lo decimos —susurro Teddy, y el rostro se le ilumino con una sonrisa de conspiración.

Torrance le respondió con una risa ahogada. Teddy era realmente un diablillo.

El viejo regreso al barracón y cogió su Colt 44 niquelado con culata de madreperla. El revolver le había acompañado en numerosas batallas a lo largo de los anos. Continuaba siendo un arma apreciada, a pesar de que en aquellos días casi todos usaban el 45. Como el mismo, su revolver parecía anacrónico en un siglo en que las máquinas viajaban tan rápido como un caballo o un águila tanto por tierra como por aire. A veces se sentía como un hombre prehistórico, alguien que había perdido el mundo al que pertenecía y no acababa de encajar en el nuevo.

Su situación había sido distinta poco después de la guerra civil, cuando se convirtió en ranger de Texas, escribiendo así su propia historia. Junto con hombres como Bigfoot Wallace, fue una leyenda entre los pacificadores de Texas. Había obligado a recular a forajidos y pistoleros; en una ocasión logro que retrocediera una multitud enfurecida que se proponía linchar a un prisionero. Sin embargo en el rancho ignoraban su pasado, y a nadie le importaba quien había sido el cincuenta anos atrás.

Supuso que quizá debería estar agradecido por conservar su trabajo. En realidad Jack Lang no había tenido demasiadas opciones en el momento de contratarlo. Torrance había sido capataz del rancho hasta que Lang lo heredo.

Enfundo el revolver en la cartuchera y cogió su Rémington, comprobando el mecanismo antes de abandonar el barracón a grandes zancadas. Era un hombre alto y ágil y, excepto por su blanca cabellera, su aspecto, erguido y altivo mientras caminaba con paso firme por el suelo de madera del porche, era casi el mismo que había ofrecido a los treinta anos. Que vergüenza, pensó con cierta ironía, que un hombre tuviese que envejecer y morir. Hubo un tiempo en que estaba convencido de que seria eternamente joven.

Jack Lang salió abrochándose con dedos torpes el cinturón con la pistolera. Ataviado con un exagerado estilo del Oeste (zahones de piel de cordero, muñequeras de cuero, botas nuevas con espuelas de pesadas rodajas y un par de revólveres de seis balas con culata de madreperla), parecía un personaje de una novela barata. Los del Este siempre se vestían así para perseguir cuatreros. Lang nunca encontraba ninguno porque no confiaba en el muchacho apache que les precedía en tareas de reconocimiento y no creía que nadie pudiese seguir el rastro de un hombre a través de un arroyo.

Torrance sacudió la cabeza en un gesto desaprobador. Alguien debía explicar a ese oriundo del Este que los zahones de cordero eran adecuados para los inviernos del Norte y que los usaban los vaqueros de Montana y Wyoming, pero no los de Arizona. Y aquellas pesadas espuelas eran mejicanas; a ningún hombre civilizado que se preciase se le ocurriría utilizarlas con su caballo. Los revólveres eran bonitos, pero nunca habían disparado. Y las muñequeras tal vez le servirían a alguien diestro en el manejo del lazo, habilidad que Jack Lang no poseía.

Torrance guardo sus pensamientos para si se limito a hacer un gesto con la cabeza cuando el jefe le ordenó que se ocupase de cuidar a las mujeres. El podía rastrear tan bien como ese mejicano, Vázquez, a quien Lang había encomendado las tareas de reconocimiento, y disparar mejor que cualquiera de los otros vaqueros de Lang. Además conocía bien a los mejicanos porque había seguido la pista a muchos de ellos en sus días de ranger, de la edad de Torranelno era apto para el trabajo de vaquero.

Suspiro con añoranza al ver a la cuadrilla partir. Teddy se acerco a el.

—Bueno, señor Torrance —dijo el muchacho—. Estoy seguro de que usted podría realizar un trabajo mejor que cualquiera de los hombres de papá, aunque el no lo sepa.

Torrance bajo la mirada hacia el niño, complacido.

—Eres maravilloso, Teddy.

—También lo es usted, señor Torrance.

Dentro de la casa, Trilby observo como se alejaban los hombres montados a caballo.

Uno de los peones había propuesto que se dirigieran a Los Santos para buscar a Thorn Vance.

Su padre había discutido con el hombre, y la joven sabia por que no quería implicar a Thorn.

Luego había oído descolgar el auricular del teléfono y a su padre refunfuñar porque el operador tardaba en despertarse y conseguirle la comunicación. Ordeno al operador que llamase a Los Santos y presumiblemente acepto a regañadientes detenerse en el rancho para después emprender la persecución de los bandidos. Trilby esperaba que Thorn no arrastrase a su vulnerable padre a un tiroteo, pues pese a su pose este no sabia casi nada acerca de los hombres violentos...

Cuando la cuadrilla armada llego a Los Santos, ya los esperaba. Había enfundado el rifle y llevaba un Colt 45 de culata negra que había pertenecido a su do abuelo.

Tuvo que amedrentar a Jack Lang explicándole los posibles peligros que les aguardaban para que le permitiese unirse a la partida. El colono venido del Este se había obstinado en ir solo con sus escasos hombres, y por la mente de Thorn cruzo la súbita imagen del hombre que yacía sin vida sobre el suelo polvoriento de Arizona.

A Thorn le remordía la conciencia tras las acusaciones que había dirigido contra Trilby.

Era consciente de que había perjudicado la reputación de la muchacha y no se atrevía a volver a casa de los Lang. Sabia que Jack y el resto de la familia le despreciaban por haber ofendido a Trilby, aunque, milagrosamente, al parecer ella no había contado a nadie todo lo sucedido durante el paseo por el desierto; admitió que ese silencio era mas de lo que el merecía. De pronto se le presentaba la oportunidad de ayudar al padre de la muchacha, lo que tal vez sirviese para compensar en parte su incalificable conducta.

Samantha se había dormido. Le preocupaba la niña, que últimamente se mostraba muy reservada y silenciosa. Además estaba muy delgada y pálida; no ofrecía el aspecto de una niña sana. Deseaba ser capaz de vencer el bloqueo afectivo de la pequeña para poder comunicarse con ella, pues desde la muerte de Sally, Samantha se había encerrado en si misma. El ya no sabia que hacer para llegar a su hijita.

Con expresión preocupada, observo a Jack Lang, quien a su vez examino al hombre del Oeste y de pronto se sintió fuera de sitio y aparatosamente vestido. Thorn le pareció siniestro, e incluso en esas circunstancias aprecio el aspecto peligroso del hombre, ataviado con tejanos, camisa azul de cuadros y un pañuelo rojo anudado al cuello. Llevaba muñequeras como Jack, pero las de Vance aparecían desgastadas y oscurecidas por el uso. Sus botas tenían espuelas con rodajas pequeñas y usaba grandes zahones de cuero. Le sentaba bien el sombrero, que no era nuevo como el de Jack, sino que evidenciaba el desgaste de las horas a la intemperie y estaba combado. En la perilla de la montura se enroscaba un lazo, como la mayoría de sus hombres, y levaba una manta enrollada y atada con correas de cuero. Echado al hombro lucia un colorido poncho mejicano y fumaba un cigarrillo con indolencia.

Parecía no inquietarle lo que les aguardaba.

Jack tuvo que tragarse las airadas palabras que pugnaban por salir de su boca. En realidad, no había hablado con Thorn después de su conversación con Curt Vance. Le resultaba difícil tratar con un hombre que había tratado de arruinar la reputación de su hija.

—¿Listo para marchar? —pregunto Thorn cuando Jack se acerco a el—. Puedo añadir diez hombres a la partida.

—Estoy seguro de que contamos con suficientes hombres —replico Jack, serio—. Yo traigo seis.

Seis hombres, aparte de Jack y Vance, para perseguir a una pandilla de bandidos. Thorn estuvo a punto de reírse de la inocencia de su vecino. Probablemente, los revolucionarios mejicanos pasaban de cincuenta. La lucha al otro lado de la frontera era mas encarnizada a medida que aumentaba la resistencia al gobierno de Díaz. Varias bandas poco numerosas de insurrectos procedentes de la provincia de Sonora, en el norte de México, se dedicaban a atacar por sorpresa a los rebaños de la zona con la intención de trasladar el ganado al otro lado de la frontera para venderlo o alimentar a sus compañeros hambrientos. Por supuesto, no pagaban el ganado que se llevaban. La situación en México desembocaría en una guerra, pensó Thorn, y a el le preocupaba cada día mas la sombría posibilidad de la participación estadounidense si los asaltos se extendían al otro lado de la frontera. La intervención significaría la guerra con México, algo que nadie deseaba.

—Me sentiría mas tranquilo si nos acompañaran mis hombres —dijo Thorn, sin pestañear, con la vista clavada en los ojos de Jack. La mirada tenia la fuerza de una imprecación.

—Como quiera, por supuesto —respondió Jack, con la misma severidad.

Ninguno de los dos había mencionado a Trilby, pero su nombre flotaba entre ellos y a ambos les resultaba difícil actuar con naturalidad.

Cuando Thorn se entero de la visita de Jack a su primo y de lo que en ella trataron, discutió con Curt por primera vez en su larga relación. Al final Curt le había convencido de que su amante misteriosa no era Trilby, y tal revelación dejo a Thorn confuso y avergonzado. Había ofendido cruelmente a Trilby porque había creído las acusaciones de Sally. Pero por que había mentido Sally? Esa era la única pieza del rompecabezas que no lograba encajar.

No obstante, no era el momento de pensar en eso ahora. Thorn se llevo dos dedos a la boca y emitió un silbido agudo, penetrante. De inmediato, diez hombres montaron sus caballos y se unieron a la pequeña partida.

Jack observo que aquellos hombres se parecían muchísimo a su jefe. La mayoría vestía ropas gastadas, e iban armados hasta los dientes. Un par de ellos daban la impresión de ser unos perfectos bribones. Había dos apaches en el grupo, uno de baja estatura y entrado en anos, y otro alto, con buen físico y unos ojos negros extrañamente perspicaces; su aspecto le resultaba desagradable.

—¿Piensa llevar a los indios? —pregunto Jack, conteniendo el aliento.

Thorn contó mentalmente hasta diez.

—Naki y Tiza son mis rastreadores —contesto—, los mejores de mi cuadrilla. Ni siquiera yo puedo encontrar las huellas que son capaces de descubrir ellos.

—Mire, yo no confió en los indios —dijo Jack, irritado—. Las historias que he oído sobre ellos...

—Supongo que no ha oído que en los viejos tiempos algunos blancos utilizaban a los apaches como esclavos —replico tranquilamente Thorn—. 0 que nuestros soldados solían asaltar los poblados indios y mataban a las mujeres y niños.

Lang se aclaro la garganta.

—Bien...

—Yo respondo de mis hombres, de todos ellos —interrumpió Thorn con tono sereno—. Vamos.

—Si, por supuesto.

Jack alzo el brazo e hizo una señal a sus hombres para que les siguiesen. Trato de marchar a la par de Vance, pero este espoleo su montura y salió disparado como el viento. Jack Lang sabia que el no seria capaz de mantenerse sobre el caballo si cabalgaba a la misma velocidad que Vance. Quedo rezagado, con su cuadrilla, mientras Vance y sus hombres se distanciaban de ellos. Jack no necesitaba preguntar quien dirigía la partida; resultaba evidente que lo hacia Vance.

Una débil luz brillaba por encima de las montanas; estaba anocheciendo. Los apaches desmontaban de tanto en tanto para examinar las rocas y el terreno pedregoso. Lang estaba seguro de que ningún hombre podía rastrear por ]as rocas, pero los apaches sabían hacerlo. Guiaron a los hombres a través del ancho rió que separaba las tierras de Jack de las de Vance y luego se dirigieron hacia el oeste de Douglas.

—Vance, nos hallamos cerca de la frontera, demasiado cerca —dijo Jack, expresando su preocupación—. No podemos entrar en México sin autorización.

Thorn se inclino, apoyando las muñecas sobre su montura, y miro a Jack Lang.

—Escuche, no hay duda de que los cuatreros han cruzado la frontera. Necesitamos saber por donde, no silo han hecho. Ya habrán llegado a Agua Prieta, y si no nos apresuramos no los encontraremos. Si esperamos a que nos concedan una autorización, usted perderá la mitad de su manada. Además, no podemos arriesgarnos a que Cl ejercito nos persiga.

—Pero, hombre, si nos atrapasen...

—No nos atraparan. —Hizo una será a sus hombres y continuo avanzando.

Tras un momento de vacilación, Jack reanudo la marcha.

Siguieron la pista de los mejicanos hasta una Canadá mas abajo del valle de San Bernardino, procurando mantenerse a bastante distancia de las tropas del ejercito de Estados Unidos que estaban acampadas a lo largo de la frontera. Los bandidos se sentían tan seguros que se habían detenido para desayunar un novillo de Jack Lang.

Solo había seis hombres, por lo que Thorn dedujo que no eran mas que desertores, que no formaban parte de las fuerzas de Madero. Estaba convencido de que esos individuos obraban por su cuenta, aunque no parecían lo bastante listos como para actuar sin un jefe. Thorn debía averiguar para quien trabajaban.

Hizo una señal a sus hombres, olvidando que se trataba de la partida de Jack Lang, y cabalgo hacia el campamento de los bandidos al tiempo que desenrollaba el lazo. Lo lanzo sobre el hombre que supuso era el jefe y lo atrapo. Los demás cuatreros desenfundaron sus armas, pero al encontrarse superados en numero y revólveres, levantaron las manos, vociferando en un español incomprensible.

Un rápido monologo en español broto de la boca de Thorn, que había bajado ágilmente de la montura para inmovilizar al jefe. Cuando comenzó a interrogar al hombre, uno de los apaches, el alto, se acerco a el y, con una fría mirada dirigida a Jack Lang, empezó a hablar en su propia lengua.

—No estamos solos aquí.

—Habla en ingles —ordeno Thorn, irritado.

—No delante de el —replico Naki, señalando a Jack Lang—. Oí lo que dijo. Si vuelve a insultarme, le quitare los pantalones y lo atare a un cactus. Díselo —agrego, mirando amenazador a Jack Lang, quien se sintió intimidado.

—¿Me explicaras que has averiguado?

—Lo haré cuando dejas a ese vaquero de pacotilla que le espera un poste y algo de leña si sigue comportándose así.

Thorn lo miro.

—¡Eran los iroqueses del nordeste, no los apaches, quienes quemaban a la gente en la hoguera!

Naki miro con rabia a Jack.

—¿Estas seguro?

—¡Maldita sea! —exclamo Thorn.

—¡Oh, muy bien! Unos cien federales vienen hacia aquí.

—¿Por que no lo dijiste antes? Federales —repitió Thorn—. Tenemos que marcharnos de aquí enseguida ¡ Dispersen el ganado! —ordeno a sus hombres.

Estos dispararon al aire, y las reses salieron en estampida. Thorn se apresuro a cargar a su presa atada con el lazo sobre su propia montura antes de subir al caballo y dirigirse a toda velocidad hacia la frontera.

—;No tenga piedad de los caballos! —grito Thorn Jack Lang—. No podemos dejar que nos cojan a este lado de la frontera.

—Como dije antes, andamos pavoneándonos por aquí—murmuro Jack para si, pero lo bastante bajo como para que no pudiese oírle Thorn.

Lograron cruzar la frontera con el ganado poco minutos antes de que llegasen los soldados mejicano Todos los cuatreros excepto el que se hallaba sobre él. montura de Vance consiguieron escapar en la desbandada, mientras los vaqueros trataban de recuperar el ganado. Se perdieron unas cuantas reses, pero no tantas como para que se notase su falta en los bienes de Jack Lang.

Con Thorn al frente, cabalgaron como alma que lleva el diablo hacia el rancho de Blackwater Springs. Trilby los oyó acercarse y corrió hacia la ventana en el momento en que Jack Lang y Thorn se detenían delante de la casa. La muchacha se sintió tan aliviada al ver a su padre que se precipitó hacia el porche.

Thorn la vio mientras arrojaba al suelo al mejicano inmovilizado y aflojaba la cuerda.

Luego, con una expresión despiadada, se volvió hacia ella.

—Entre en la casa y quédese allí —ordeno con voz glacial.

El bandido miro a la muchacha, rió y dijo algo en español a Thorn, sin duda una procacidad referida a Trilby, porque Vance se abalanzo sobre el hombre. El mejicano saco un cuchillo que Thorn, cegado por la ira, no alcanzo a ver. En cambio Naki silo vio. Mientras el hombre levantaba el arma blanca para atacar, Naki bajo la mano con la velocidad del rayo hasta su cinturón, desenfundo un gran cuchillo de caza y, después de palparlo, lo lanzo con rapidez y precisión aterradoras, de tal modo que golpeo el cuchillo del mejicano, que cayo al suelo.

—¡Caracoles! —exclamo Jack Lang, que se encontraba junto al apache.

Naki descabalgo con elegancia para recuperar su cuchillo. Mientras tanto, Thorn y el mejicano se enzarzaron en una violenta pelea, ajenos a los espectadores.

—Salvajes ignorantes —comento Naki mientras volvía a montar su caballo.

Jack Lang lo miraba con incredulidad.

—¡Estupendo! —ironizo Naki, agitando un brazo hacia Thorn—. Por Dios, hombre, ¿acaso no le preocupa que esos dos puedan romperse la cabeza? ¡Creia que los blancos eran civilizados!

—Trataba de parecer disgustado y superior.

—¡Habla ingles! —exclamo Jack, con voz entrecortada.

—Si, pero me deja un gusto desagradable en la boca; tantas metáforas, negaciones dobles, cacofonías...

Hizo girar a su caballo y se alejo, mascullando para si. Apenas podía contener la risa tras haber visto la expresión de perplejidad de Jack Lang.

Entretanto, Thorn y el mejicano estaban bañados en sudor y cubiertos de polvo y sangre.

Thorn era alto, pero el mejicano era mas corpulento, y su orgullo había sido herido por el indigno tratamiento que había recibido.

Thorn acabo por someterle y, alzándole del suelo como si fuese un guiñapo, comenzó a interrogarle en un burdo español. El cuatrero se negó a responder al principio, pero finalmente hablo. Thorn lo soltó dándole un empujón.

—Dele un caballo —ordeno a Jack Lang—. Yo se lo reembolsare.

—¿Vamos a dejarle ir? —pregunto, atónito—. debería ser arrestado y juzgado por el delito que ha cometido!

—Le digo que deje que se marche —insistió Thorn con un tono que rechazaba cualquier protesta.

Jack indico con una será a uno de sus hombres que buscara una montura. Trilby, que había entrado en la casa cuando los dos hombres empezaron a luchar, se acerco a la ventana al advertir que el alboroto de la trifulca disminuya. Lo que vio le produjo nauseas, y salió corriendo hacia el porche trasero.

Cuando se hallaba sentada a la mesa de la cocina, bebiendo té caliente y azucarado para calmar sus nervios, Thorn entro con su padre, con la cabeza descubierta y el rostro magullado y sangrando, al igual que sus nudillos.

—¿Puedes atender a Vance, Trilby? —pregunto su padre—. Tu madre esta en el dormitorio y no querrá salir.

Trilby comprendía la actitud de su madre.

—Por supuesto —dijo, poniéndose de inmediato en pie.

A duras penas pudo reprimir las arcadas. El olor de la sangre le resultaba insoportable. Cogió una jofaina y se dirigió al fregadero para sumergir un paño en el agua. Se sentó de nuevo ante la mesa frente a un Thorn fatigado y lentamente empezó a limpiar sus heridas, sin mirarlo a los ojos. En realidad, el hombre no alzaba la vista y actuaba con una extraña sumisión; tal vez, pensó ella con amargura, a causa del dolor. Tuvo que vencer el impulso de abandonar la estancia y dejarle allí tal como estaba, pero su buen corazón fue mas fuerte que la indignación que sentía.

—No entiendo por que se ha empeñado en liberar al mejicano —dijo Jack, irritado.

—Si le retuviéramos sus hombres vendrían a buscarlo —explico Thorn, dando un respingo cuando Trilby le limpio la herida de la mejilla—. Algunos mejicanos se comportan como los apaches cuando quieren venganza.

Jack comenzaba a entender la situación.

—Comprendo.

—Lo dudo, pero tendrá que creerme. Acostumbran cruzar la frontera en busca de ganado para venderlo a un gran terrateniente del sur de Sonora. Le advertí que si volvía a verlos a este lado de la frontera, hablaría con su benefactor. Supongo que tardaran en aparecer. Sin embargo hay otros cuatreros, de modo que no hemos solucionado el problema.

—Me lo temía. —Jack hizo un gesto de preocupación al ver el rostro de Thorn. A pesar del daño que ha causado a su familia, aquel hombre le había ayudad; Tiene un aspecto espantoso.

—Una pelea no es un divertimento, ¿verdad, Trilby?—pregunto Vance a la muchacha, y un fulgor sus ojos oscuros al mirarla.

Ella aparto la vista.

—No. ¿Que dijo ese hombre para que usted le cara?

—Nunca se lo diré —respondió el, solemne—. Me provoco para así sorprenderme y clavarme el cuchillo en el vientre.

—Su amigo indio —dijo Jack, con cierta turbación— no es lo que yo pensaba.

—No es lo que todos piensan —replico Thorn—. Agradezco a Dios su destreza con el cuchillo. Ese mejicano me hubiese sacado las tripas.

—Por fortuna no ha sido así —intervino Trilby. Luego lo miro a los ojos y le pregunto con serena altivez—: ¿Debo suponer que estaba usted defendiéndome?

Reprimiendo su irritación, Vance contesto con voz profunda y suave:

—Si. Ningún bandido asesino debería hablar así do una mujer decente.

La joven sumergió dc nuevo el paño manchado de sangre, observando el color rosáceo que adquiría el agua antes de volver a aplicarlo al rostro de Thorn.

—Sin embargo según usted yo no soy una mujer decente —repuso la muchacha con amargura.

El le cogió la muñeca con fuerza. En sus ojos se veía una sincera disculpa.

—Curt me contó la verdad. Lo lamento muchísimo.

—No arruine su imagen señor Vance —dijo ella, retirando la mano de la garra del hombre para continuar con sus cuidados—. Me cuesta creer que la disculpa me parte de su repertorio.

Jack Lang rondaba cerca de ellos, y Thorn deseo

se hallase en Montezuma. Necesitaba estar a solas con Trilby para intentar acortar la distancia que se había abierto entre ambos. La muchacha le trataba con desprecio, y lo cierto era que el le había dado motivos para ello. Hasta un ciego se habría dado cuenta de que su timidez no era fingida.

—Su hombre, el apache—Insistió Jack—,habla inglés.

—¿De veras? –pregunto Thorn, mostrando una irónica sorpresa.

Jack se aclaro la garganta y salió de la cocina.

Su ausencia brindo a Thorn la oportunidad que había esperado para tratar de reconciliarse con Trilby. —Míreme —dijo Thorn con serenidad—; Trilby, míreme.

La muchacha obedeció con cierta renuencia.

—Lo lamento —repitió el—. ¿La asuste aquel día?

Trilby se ruborizo y se aparto.

Thorn se puso en pie y se situó detrás de ella, cogiendola suavemente por los hombros.

—Esta enfadada. Nunca la habían besado antes, ¿verdad? —dijo el, apesadumbrado.

—No —respondió la muchacha con los dientes apretados—. Y respecto a su comportamiento...

Vance dejo escapar un suspiro.

—Si, me tome unas libertades que un hombre solo debe permitirse con su esposa. Por otra parte usted se entero de cosas sobre mi que nunca habría sabido si nuestra relación se hubiese desarrollado con normalidad.

Trilby se alegro de que el no pudiese ver el rubor cada vez mas intenso de su rostro.

—Será mejor que termine de curarle, señor Vance —dijo ella, con voz ahogada.

Thorn la hizo volverse hacia el, inclinándose para mirarla a los ojos.

—No me odie —dijo, con sorprendente dulzura—. Me equivoque y estoy dispuesto a rectificar.

El semblante del hombre se endureció. Después de todo, la había asustado y escandalizado.

De pronto ella le hacia sentirse torpe. Retiro sus manos de los hombros de la muchacha y volvió a sentarse.

Su actitud hizo que Trilby se sintiera culpable.

—Tiene mi perdón si considera que lo necesita, señor Vance. A pesar de lo ocurrido en el pasado, le agradezco que me haya defendido. Lamento que le hayan herido por mi.

¿Estas heridas sin importancia? —dijo el con tristeza—. Duelen, pero no mucho. Las producidas por balas son mucho peores porque estas desgarran la carne cuando penetran; lo se porque las he sufrido.

La mano de Trilby se detuvo en el aire.

—¿Heridas... de bala?

La muchacha se tambaleo, y se le doblaron las rodillas. Thorn la sujeto contra su cuerpo antes de que cayese.

—Trilby, por amor de Dios...

Ella aspiro lentamente, y las nauseas y la debilidad comenzaron a desaparecer.

—Lo siento —susurro—. Es que... después de tanta violencia...

Se sentía frágil, muy frágil. Thorn se inclino de repente y, tomándola en sus brazos, la alzo del suelo y la llevo hacia el salón, donde Jack Lang acababa de entrar.

—Trilby,¿que sucede? —pregunto.

—Se desmayo. Yo no debería haber mencionado las heridas de bala —explico Thorn, apenado—. Necesita descansar.

—Si. Por supuesto. Por aquí.

Jack le condujo hasta el dormitorio de Trilby y al llegar a la puerta se aparto a un lado para permitir que Thorn depositase a su hija sobre la blanca colcha bordada, lo que este hizo con gran delicadeza.

—Jack? —llamo de repente Mary Lang, con voz casi histérica—. Jack, ¿donde esta Teddy?

—Creo que esta fuera, con Torrance —contesto Thorn, volviendo la cabeza.

—Oh, maldito sea —mascullo Jack—. Trilby, querida, ¿estas bien?

—Si, padre —murmuro ella—, aunque un poco mareada. Y contenta de que tu estés sano y salvo.

Jack asintió.

—Volveré enseguida.

Al quedar a solas con Thorn, Trilby procuro rehuir su mirada. El hombre ofrecía un aspecto deplorable, y la muchacha se pregunto si la herida de la mejilla sanaría sin dejar cicatriz.

—Siento todo esto —dijo el, con semblante grave—. Supongo que tampoco había presenciado nunca una pelea a puñetazos.

—Oír el ruido de los golpes resulto bastante desagradable. —Desvió de nuevo la vista del rostro del hombre—. Debería aplicarse compresas en las heridas esta noche.

—Lo haré. Naki conoce hierbas para curar las heridas. Le pediré que me atienda.

—¿Esta seguro de que no le envenenara? —bromeo ella con timidez.

—Es mi amigo —repuso el—. Los amigos no se envenenan unos a otros. Ahora, si esta segura de que se encuentra bien, me marchare.

—Gracias por cuidar de mi padre —dijo ella con tono solemne.

—Necesita que cuiden de el —replico Thorn secamente—. Dios mío, perderá todas sus posesiones si no se endurece.

—Es todo tan brutal aquí... —dijo ella de repente, con grandes y expresivos ojos.

—Claro que lo es. No es un lugar para cobardes.

Trilby palideció. Sus manos descansaban sobre su cintura mientras yacía en la cama. Se sentía vulnerable ante la presencia de un hombre en su dormitorio. Thorn parecía llenar la habitación, dominarla. La observaba como si ella estuviese desahuciada; tal vez lo estaba.

La oscura mirada de Vance se deslizo por el cuerpo de la muchacha hasta sus finos tobillos y volvió a clavarse en su rostro. Era esbelta y bien formada, y el sintió cierta ansiedad al recordar la sensación de su boca bajo la suya.

Ella lo miraba como si 61 le inspirase temor, y probablemente así era, pensó el hombre con amargura. Se había mostrado hostil con ella desde el principio; la había ofendido, la había tratado con brutalidad y después había mancillado su reputación. ¿Como podía esperar que confiase en el?

Y era una pena, porque la muchacha comenzaba a atraerle de un modo totalmente nuevo, pensó Thorn. A pesar de que se había asustado al presenciar la pelea entre el y el mejicano, se trataba de una joven valiente. Pálida y temblorosa, había reunido el valor suficiente para curar sus heridas. Sentía admiración por ella. La había admirado cuando se enfrentaba a el verbalmente, y lo había hecho desde la primera vez que se vieron. En cambio no recordaba una ocasión en que hubiese admirado a su difunta esposa, salvo al inicio de su relación.

—No permitiré que le suceda nada malo a su padre, Trilby—dijo—; a ninguno de ustedes.

La muchacha reprimió las nauseas y cerro los ojos.

—Este terrible país... —susurro—. Desearía no haber venido nunca.

A Thorn le desagrado el modo en que la muchacha dijo eso.

—Escuche, no es tan malo como usted cree. Trilby, me gustaría mostrarle el desierto...

Los ojos de Trilby se abrieron, y en ellos se apreciaba un destello de resentimiento.

—¿Del mismo modo en que me lo mostró la última vez? —pregunto con tono acusador.

Thorn farfullo y se puso en pie. Se quito el sombrero y se enjugo el sudor de la frente con la manga de la camisa.

—¿Va a reprochármelo siempre? —pregunto—. Actué de acuerdo con lo que creí era verdad.

—Su opinión sobre mi me ha causado mas dolor que a Usted sus heridas, señor Vance —dijo ella con aspereza.

Sus grandes ojos grises muy abiertos resaltaban en su rostro, blanco como el papel—. No soporto a un hombre que llega a una conclusión y se niega a rectificarla, aun cuando todas las evidencias la contradicen.

—Sally me mintió —se justifico el.

—Si.

—Yo no la conocía a usted —dijo Thorn—. Ignoraba la clase de persona que era usted realmente.

—Podría haberme concedido al menos el beneficio de la duda —repuso ella con frialdad—. Por fortuna mi padre consiguió reparar el daño que usted hizo a mi reputación, porque dentro de muy poco tiempo nos visitara mi pretendiente. Habría sido espantoso que se formase una mala opinión de mi a partir del chismorreo local.

Thorn se quedo petrificado.

—¿Un pretendiente? —pregunto.

Trilby sonrió presuntuosa.

—Al parecer usted considera que mi falta de belleza me impide despertar el interés de los caballeros. Quizás no sepa que no todos los hombres juzgan a una mujer por su rostro o su figura. Richard me aprecia por mi inteligencia.

—¿Richard que? —inquirió el.

—Richard Bates. Crecimos juntos en Baton Rouge. Su familia y la mía aprobarían nuestro enlace —añadió ella con intención—. Y a mi me gustaría. ¡He amado a Richard la mitad de mi vida!

Thorn estaba tenso como la cuerda de un arco. El desprecio que ella experimentaba por el era tan evidente como el que en un tiempo el había albergado por ella. Se sentía insignificante, mezquino y, como la culpa le carcomía, se mostró sarcástico.

—Será un muchacho de ciudad, supongo; un dandi sin cerebro ni agallas.

—Richard es un caballero, señor Vance —replico ella, con altivez—; calificativo que nunca le aplicaría a usted una mujer, sobre todo si alguna vez tuvo la mala suerte de estar a solas con usted.

Thorn enrojeció mientras estrujaba con la mano el ala de su sombrero. Después su rostro palideció.

—No se anda con miramientos, ¿no es cierto?

—Desearía poder hacerlo, señor Vance —dijo ella—. Me habría gustado haber sido un hombre solo durante cinco minutos. 1Le hubiese hecho mucho mas daño que el mejicano!

El se irguió.

—Ya me he disculpado —dijo secamente.

—Y considera que eso borra los meses de trato descortés, desdén y ofensas.

Visto de ese modo, el pensó que, en efecto, no lo borraba. Mientras observaba detenidamente el rostro de la muchacha se dio cuenta de que en realidad se merecía el odio que Trilby sentía por el. De un solo golpe se quedaría sin la muchacha y sin los derechos de agua dc su padre. Y ese lechuguino del Este a quien ella amaba aparecería para alejarla de su vida. Comenzó a detestar el lugar en que vivía.

Sin pronunciar palabra, Thorn se volvió bruscamente, se calo el sombrero y salió de la habitación.

Trilby cerro los ojos. <<Déjalo ir», se dijo, furiosa Por supuesto, no le quería; nunca le había querido. Pensó en Richard, y al instante la tensión desapareció de su rostro. Richard la visitaría por fin! Por una vez, su, sueños parecían hacerse realidad. Cuando Richard llegase, el perverso señor Vance no seria mas que un mal re cuerdo; tan malo como los acontecimientos del día.

Trilby se negó a pensar en el peligro que había corrido su padre. No quería que nada estropease los tiempo: de alegría que se avecinaban.