10
Lisa Morris se desplazaba entre la vigilia y el sueno. Sonrió al recordar el columpio del patio trasero de su casa cuando era pequeña. Su padre se hallaba fuera, de maniobras, y ella y su madre se habían trasladado a la casa de su abuela materna en Maryland. Era una enorme casa victoriana que tenia un gran patio, donde un columpio colgaba de las ramas de los árboles.
—Me gusta tanto columpiarme —musito.
—Con que diablos esta sonando —oyó que decía una voz disgustada, sarcástica.
Ella se obligo a abrir los ojos. Un hombre alto, vestido con uniforme de oficial y con la guerrera desabotonada, se inclinaba sobre ella, y su espesa cabellera negra caía, desgreñada, sobre su amplia frente. Aquel rudo rostro masculino sin afeitar, no era bello, y los labios parecían fijos en un rictus despectivo. La enorme mano del militar sostenía una jeringa que parecía recién utilizada.
—¿Capitán Powell? —pregunto ella, con voz apagada.
—El mismo —respondió el hombre. Dejo la jeringa sobre una mesilla. Sus ojos inyectados en sangre se miraron en los de la mujer—. ¿Como se siente?
—Dolorida.
Al moverse, una mueca de dolor contrajo el rostro de Lisa. Luego, al darse cuenta de que estaba desnuda bajo la sabana que la cubría, se ruborizo, horrorizada.
—Oh, por el amor de Dios, soy medico —dijo el, con frialdad—. ¿ Realmente cree que a mi edad el cuerpo de una mujer entraña algún misterio?
Ella trago saliva y se ciño la sabana al cuerpo. Estaba atontada por los medicamentos y sentía un dolor punzante en la cadera y el costado a causa de la quemadura, pero aun le quedaba algo de pudor.
—Después de todo usted es un hombre —dijo, tratando de justificar su turbación.
—Y usted es una mujer casada —añadió el—. Mas aun, una mujer casada que ha perdido un hijo.
El semblante de Lisa se ensombreció. Cuando ella perdió el bebe, el doctor permaneció toda la noche junto a su cama, sosteniéndole la mano y hablándole con una voz dulce que en absoluto se parecía a la de ese hombre cínico que ahora le atendía. Mas tarde se entero que esa noche David había estado en Douglas con Selina.
—Usted se hallaba conmigo —dijo ella, somnolienta, y sonrió— ¿Se lo he agradecido?
—Soy medico —recordó el—. Es mi trabajo.
Lisa pensó de pronto que el se esforzaba por ocultar sus sentimientos de ternura o compasión, haciendo todo lo posible por aterrorizar a quienes le rodeaban. Sin embargo, bajo esa falaz apariencia desagradable se ocultaba un hombre sensible.
La mujer se recostó contra la almohada, suspirando temblorosa. El cabello suelto le caía sobre los blancos hombros. A pesar de su palidez y las orejas el doctor la encontraba hermosa.
—El no le ha dejado ninguna marca, excepto la de la mejilla —dijo Todd inesperadamente.
Lisa se llevo una mano a la mejilla amoratada.
—Nunca antes me había pegado.
—No me refería a eso, aunque de todas maneras lo desprecio por lo que ha hecho. Quería decir que usted parece intacta —añadió, buscando los ojos de la mujer.
Lisa clavo la vista en la guerrera y en la camiseta de franela del hombre, que desabotonadas, dejaban al descubierto el espeso vello negro de su pecho. Rápidamente aparto la mirada. Esa evidencia de la masculinidad del medico parecía indecente en la estancia, a pesar de su profesión.
—¿La turbo? —pregunto el, sonriendo. Luego se sentó en la cama y la hizo volver el rostro para que se encontrara con sus ojos burlones, de un azul brillante y vivido, que parecían escudriñar el interior de—la mujer—. No le gusta mirarme, ¿verdad? Soy feo; un rufián en quien una mujer como usted nunca se fijaría, aunque no fuese, como es el caso, casada y decente.
Ella contuvo la respiración, sorprendida por la franqueza con que el se expresaba.
—¡Capitán Powell, por favor!
—Su marido la golpeo —dijo el con aspereza—. ¡Pude haberle matado por ello! Dios mío, no se merece una mujer como usted.
Lisa comenzaba a comprender que el se preocupaba por la difícil situación que ella atravesaba. Alzo la vista hasta el hombre con curiosidad.
—Usted es muy directo, señor.
—Si, lo soy. Y un poco borracho. Bebo para olvida lo que los apaches hicieron a mi esposa y mi hijo, señora Morris. Me ataron a un poste y me obligaron a con templarlo.
Ella tendió una mano hasta el rostro del hombre y le acaricio la mejilla con tímida compasión.
—Lo siento —susurro—. Oh, cuanto lo siento.
La voz del capitán Powell se quebró. Apoyo su mejilla sin afeitar contra el pecho de la mujer cubierto por la sabana y empezó a sollozar. A través de la tela, sentía las lagrimas y titubeo solo un instante antes de acercar el rostro del hombre al suyo. Lo de siempre, pensó ella; bebía para aplacar el dolor, pero eso no le inmunizaba contra el sufrimiento. ¿Cuantas veces le asediaría ese tormento sin tener a nadie con quien compartirlo, a quien contárselo? ¡Que vida de farsa! ¿había alguien en el mundo que estuviese libre del sufrimiento? La mujer rodeo la cabeza del hombre con sus brazos y la acuno contra su pecho, susurrando dulces palabras de consuelo.
Unos minutos mas tarde, el alzo la cabeza y se aparto de ella, con el rostro sereno y ligeramente azorado. —Me he compadecido tantas veces de mí misma —dijo ella, con calma—. Me avergüenzo por ello, pues tengo muy poco que lamentar en comparación con usted.
El se enderezo.
—Bebo demasiado —dijo de repente—. ¿Necesita algo que la ayude a dormir?
—No, gracias. El dolor no es tan intenso.
El asintió y se dispuso a abandonar la habitación. —Capitán Powell...
El doctor se volvió indeciso, tras haber perdido el
control unos minutos antes. —Sí, señora.
—Por favor, ¿tiene una Bata o algo con que vestirme? —Lisa se ruborizo y bajo la vista.
—Perdóneme. Hace mucho tiempo que no entraba aquí una mujer decente. —Fue hasta la habitación contigua y apareció con una bata blanca, muy larga, que dejo sobre la camilla—. Usted no esta en condiciones de ponérsela.
El rostro de la mujer enrojeció aún mas. —Señor...
—Doctor.
Al cabo de un minuto ella acepto el ofrecimiento de ayuda. Después de todo, el era un medico, y ella estaba demasiado mareada y dolorida para arreglárselas sola.
Powell deslizo un brazo por la espalda de Lisa para que se incorporara. Ella Gimió, porque cada movimiento le causaba dolor. El capitán le había aplicado un ungüento en las quemaduras y las había cubierto con un ligero vendaje.
—Permanezca sentada mientras yo le pongo la bata.
El hombre aparto la sabana. Cuando a la débil luz de la lámpara, vio sus senos pequeños, su expresión cambió. Lisa sintió que el interés profesional del capitán cedía paso al personal, y que su propio cuerpo reaccionaba ante el intenso examen de un modo que ella apenas entendía.
David nunca la había mirado. La había poseído con brusquedad, sin amor, y nunca había contemplado su cuerpo desnudo. Todd Powell no solo la observaba sino que además le decía con los ojos que la encontraba exquisita.
«No debería permitir esto —se reprocho la mujer—. Solo una querida consentiría a un hombre contemplar su desnudez tan abiertamente sin protestar.>>
—Capitán Powell —dijo ella, trémula, cubriéndose los senos con un brazo.
Los ojos del oficial buscaron los de la mujer.
—Perdóneme, perdóneme —susurro—. Yo... —Manipulo desmañadamente la Bata y al final logro ponérsela. Luego, con sus grandes dedos, torpes y temblorosos, procedió a abrocharle los botones. Después la recostó y volvió a cubrirla con la sabana—. Le dolerá durante varios días. Si decide regresar al cuartel, su... su marido tendrá que ayudarla a vestirse hasta que este totalmente recuperada.
—No tengo intención de regresar al cuartel. De todas formas, mi esposo no soporta verme
—dijo ella, apretando los dientes, con la vista clavada en el techo—. Podría esperar mas ayuda de un extraño que de el.
Powell contempló el pálido rostro de la mujer durante un largo rato. —Me cuesta imaginar que exista un hombre tan ciego, señora, como para resistir la tentación de verla desnuda. Y si esto es una indecencia, entonces soy un pecador que necesita salvación.
El medico se volvió y abandono la sala, tambaleándose. Lisa lo observo antes de que saliera, muda de sorpresa. Su cuerpo experimentaba unas sensaciones que su negligente marido nunca había sido capaz de despertar en ella. Se aferró al borde de la sabana y, con los ojos cerrados, rezo durante un largo rato, confesando el placer que le producía la compañía del doctor Powell y su necesidad de perdón. Era una mujer casada, a quien la infidelidad resultaba impensable. Aun cuando su marido se hubiese entregado a una pecaminosa aventura amorosa, ella no era libre de disfrutar de ninguna relación con otro hombre, por muy inocente que fuera; no hasta que hubiese obtenido el divorcio.
La mirada del medico había provocado en ella una sensación que nunca antes había conocido.
Esperaba que por la mañana el llegase a pensar que había sido un sueno. Tal vez con el tiempo ella también pudiese convencerse de que lo había sido.
El coronel David Morris se hallaba lejos del puesto, incumpliendo su deber, en los brazos de Selina. Era la primera noche que pasaban juntos, y no seria la ultima, pensó el. Amaba a esa mujer.
El hombre se giro en la cama, exponiendo el rostro a la luz de la luna que penetraba por la ventana. Le sorprendía el modo en que se había comportado con Lisa. Dios era testigo de que su esposa tenia derecho a sentirse ultrajada por el trato que el le había dispensado durante los anos de matrimonio. Se había casado con ella para progresar en su carrera; la había arrastrado hasta allí, a una vida para la que no estaba preparada; la había dejado embarazada y se había desentendido de ella cuando perdió al bebe y para colmo mantenía una apasionada aventura amorosa con otra mujer. Cuando Lisa le anuncio que iba a abandonarle, el la golpe, aunque no había sido esa su intención. Gimió al recordarlo. No había querido que el vestido se prendiese fuego y la quemase.
—¿Que ocurre? —pregunto Selina, somnolienta.
—Mi esposa se divorcia de mi —respondió el.
Selina se sentó en la cama, repentinamente despierta.
—¿Se divorcia de ti? —Su rostro resplandecía.
—Si —contesto el, con una risa bronca—. Cuando le hayan concedido el divorcio, podrás casarte conmigo, si lo deseas.
Ella echo a llorar de alegría. Era el sueno de su vida hecho realidad; mucho mas de lo que nunca se había atrevido a esperar.
—Oh, David, seré tan buena contigo... —susurro ella con fervor—, tan buena.
La mujer lo atrajo hacia si y comenzó a demostrárselo del mejor modo que sabia. El cuerpo del hombre cedió al de la mujer mucho antes que su mente. No existía motivo para no conceder el divorcio a Lisa, consideró el mientras empezaba a excitarse; en realidad, no había ninguno.
Mas tarde, cuando el coronel Morris regresaba, oyó sonidos que le alarmaron. Con gran cautela condujo el automóvil bajo la sombra de algunos árbol de paloverde y desconecto el motor para poder escuchar. Por lo general, prefería cabalgar, pues le disgustaba el ruido infernal del coche, que además se averiaba, con irritante frecuencia. Sin embargo el día anterior había tenido prisa por ver a Selina.
Aguzo el oído; caballos, muchos caballos. Mientras observaba desde su escondite, una partida de hombres —mejicanos, a juzgar por sus grandes sombreros— avanzaba cautamente hacia Douglas.
Aunque no llego a reconocerlos, supo que eran de zona. Había algo en ellos que proclamaba su condición de revolucionarios, se dirigirían a realizar tareas de vigilancia. Cuando llegase a Fuerte Huachuca telefoneará a la guarnición de Douglas para informar de ese movimiento de tropas.
Si ya estaban actuando en territorio americano, no tardaría en armarse la de San Quintín. Por una vez había algo de cierto en esos rumores que corrían últimamente sobre contrabando y la formación de una partida de junta local.
Thorn Vance cabalgo hasta el rancho de los Lang absorto en sus pensamientos. Por vez primera en su larga amistad no podía conseguir que Naki se sincerase con él. Sabia que el apache estaba fascinado por la huésped de los Lang, pero no tenia idea de que medida tomar al respecto. Si los sentimientos de su amigo se hallaban implicados, la situación seria desagradable, sobre todo dada la opinión del hermano de la muchacha sobre los indios. Ignoraba que podría resultar de una relación tan desafortunada como aquella y carecía de autoridad para alejar a Naki de Sissy.
Una alternativa seria hablar con la chica si encontrase una oportunidad para hacerlo. Se le había ocurrido que tal vez se le presentaría en la expedición de caza, de modo que ya había organizado los preparativos par acampar con los invitados de los Lang en las montañas Jack Lang se mostró reacio. En cambio, por primera vez desde su llegada, Richard manifestó interés por algo.
—¡Muy bien! —exclamo, imitando la manera de gesticular de su ídolo, Theodore Roosevelt—. ¿ Cuando par tiremos?
—Al despuntar el día —respondió Thorn—. Dada la situación mejicana, no quiero estar fuera después de que oscurezca, a menos que ya hayamos acampado.
—Perfecto. Pero no nos acercaremos demasiado a la frontera, ¿verdad? —inquirió Richard.
—No —le tranquilizo Thorn—. Nos instalaremos bastante lejos.
—En ese caso, estoy dispuesto. ¿Y tu, cariño? —dijo, bromeando, a su prima Julie, que se recostaba coquetamente contra su hombro.
—Estoy demasiado ansiosa por ir —contesto, con voz ronca.
Trilby debería haber sentido celos. De hecho, quería sentirlos. Cuando su mirada se encontró con la de Thorn, se estremeció. La muchacha poso la vista en la boca del hombre y deseo besarlo con un ansia tan inesperadamente ardiente que se clavo las unas en las palmas de las manos. Se volvió para colocar una servilleta en la mesa y, mientras lo hacia, noto la mirada de Thorn fija en su espalda.
—¿Llevara a Samantha? —pregunto Mary Lang a Thorn.
—No en esta ocasión —respondió, con voz extrañamente grave—. Se quedara con mi primo Curt y su esposa en la ciudad.
Silencio que Samantha había rogado acompañarles y que la niña no parecía disfrutar en compañía de Curt y Lou. ¿Por que no lo había advertido el antes? Tendría que hablar con la niña al respecto.
—Será estupendo para Samantha, aunque, por supuesto, le echara de menos —dijo Mary.
Thorn sabia que la pequeña no opinaba lo mismo, pero era demasiado cortes para decirlo.
—Pasare a recogerles con las primeras luces del alba ——anuncio.
—Thorn, ya sabe que también puede usar mi coche, si lo necesita —ofreció Jack.
—Iremos a caballo. Me temo que es el único modo de llegar hasta allí—repuso Vance—. Si alguno de ustedes no puede cabalgar...
—No diga tonterías. —Richard rió con ironía—. Ben, Sissy y yo crecimos entre caballos, y Julie cabalga como una nativa.
—Bien, pero Trilby no —observo Thorn. —Aprenderé —replico ella, cortante.
—Desde luego —concedió el, observándola—. Yo le enseñare.
Trilby imaginó como seria sentir las manos de Thorn sobre sus brazos, sobre su cuerpo, mientras iba sentado detrás de ella y la sostenía sobre el caballo. Se sofoco, y su mano busco automáticamente un abanico con que comenzó a darse aire.
—Yo trate de enseñarle —dijo Richard, aguijoneado por la atención que Thorn dispensaba a Trilby—. Pero es muy lenta...
—Eso es injusto, Richard —interrumpió Sissy—. Tu estabas impaciente y le gritaste. No eres un buen instructor. Espero que Thorn se muestre mas paciente.
—Tan paciente como sea necesario —aseguro el, y sus ojos reforzaron las palabras, provocando que Trilby se sintiese aun mas cohibida y se ruborizase.
Richard, que observaba la escena, decidió frustrar los propósitos del viril señor Vance. No deseaba que Trilby se enamorase de aquel rustico ranchero. Se propuso entonces tratar de impedir que lo que la mirada de aquel hombre anunciaba se realizase.
—Richard, te has quedado muy pensativo —murmuro Julie.
—¿Yo? Me pregunto por que.
Bajo la mirada hacia su prima y sonrió; ella casi empezó a ronronear. Richard se juro que algún día tendría que hacer algo respecto al excesivo coqueteo de Julie y comprobar si ella era capaz de cumplir todas las promesas que el leía en sus ojos.
Partieron a primera hora de la mañana siguiente, formando una pequeña caravana que avanzaba por el camino polvoriento. Trilby se sentía incomoda en la montura y tan nerviosa que su caballo casi se desboco mientras los demás se empequeñecían en la distancia.
—No debe hacer eso, pequeña —dijo Thorn amablemente.
Descabalgo, ayudo a Trilby a apearse de la montura y la llevo en brazos hasta su propio caballo mientras ella se aferraba a el, sin advertir la leve curiosidad que asomaba a los ojos de los hombres de Thorn cuando pasaron junto a ellos.
—¿Que... que esta haciendo? —balbuceo ella.
—Viajara en mi montura delante de mi. No se mueva o Randy se enfadara.
—¿Quien es Randy?
—Mi caballo.
La subió a la montura y al instante se acomodo detrás de ella. Los brazos del hombre rodearon a la muchacha para coger las riendas y Trilby sintió a sus espaldas la inmensa energía del cuerpo masculino mientras guiaba al caballo zaino hacia el sendero que conducía a las montanas.
Thorn apretó el brazo alrededor de la cintura de Trilby para sostenerla mejor.
—¿Esta cómoda? —le pregunto al oído.
El corazón de la joven se acelero, y se pregunto si lo lo notaria.
—Si —susurro ella.
La boca del hombre se acerco a la oreja y luego al cuello de la muchacha, donde el pulso le latía con fuerza.
—Huele a flores, Trilby —dijo el—; dulce y fragante.
El cuerpo de la muchacha se estremeció mientras su mente se esforzaba por combatir deseos increíblemente poderosos.
—Thorn —logro decir.
El poso la mano abierta en el estomago de la muchacha para echarla hacia atrás y atraerla hacia si en una intimidad a la que Trilby debería oponerse. Sin embargo, lo único que pudo hacer fue gemir y temblar al sentir el cuerpo del hombre.
—¡Dios mío! —exclamo el, jadeando y enloquecido por la sumisión de la muchacha—. ¡Que momento para rendirse a mi, Trilby!
—No estoy... rindiéndome —logro articular ella, con voz apagada.
La joven mantenía los ojos cerrados, y todo su cuerpo temblaba. Dominado por deseos que no podía satisfacer y a los que no podía entregarse, Thorn espoleo al caballo, que salió como un rayo hasta alcanzar al resto de la partida.
Julie y Richard cabalgaban uno al lado del otro, conversando. Sissy cabalgaba muy serena junto a Ben.
—¿Naki no venia con nosotros? —pregunto Trilby cuando volvió a confiar en su voz.
—Ya esta en el campamento, explorando los alrededores. ¿Sabe que esta embobado con Sissy?
—Y ella con el —acoto Trilby—. Pero no significa nada. Sissy es una buena chica.
—Claro que lo es. Y Naki es un buen hombre, un ser humano, que la desea. Asegúrese de que su amiga no se aparte de usted en la medida de lo posible. No se silos demás lo han notado ya, pero reina una química física muy poderosa en el ambiente. Una vez solos en el bosque, nada podría detenerlos.
—Son adultos —dijo ella.
—También nosotros —susurro el, estrechándola—. ¿Y quiere fingir que no le turba sentir mi cuerpo tan cerca del suyo?
Ella trago con dificultad, cerrando los ojos cuando Thorn volvió a atraerla hacia si.
—Usted... no debe —comenzó a reprenderle ella.
—Debo —dijo el, conteniendo el aliento—. Por Dios, Trilby, la deseo intensamente, ¿no puedo decírselo?
—No es a mi a quien desea —afirmo ella, ofendida—. Usted se equivoca respecto a mi. Usted...
usted sigue sin convencerse de que no soy una mujer fácil.
—Eso no tiene nada que ver con lo que siento —replico el—. Trilby, se bien que no es lo que sospeche en un principio. 1Se lo he dicho docenas de veces!
—¡Pero me trata como silo fuese!
—La trato como si la desease —repuso Thorn, con respiración ardiente e irregular—. La deseo, y no porque la considere una mujer fácil. Sueno con estar con usted, enteramente con usted.
El brazo que la sostenía se mostraba débilmente inestable, y Trilby temió la emoción que revelaba. Su deseo de besar a Vance era tan fuerte que le resultaba doloroso, pero no podía
—no se atrevía— a ceder a el. Era pecado entregarse a esa clase de intimidades fuera del matrimonio.
—Esta mal sentir esto —dijo ella, tensa—. Esta mal, Thorn.
—No. Desde el día de la fiesta he tratado de explicarle que no esta mal. Lo que sentimos el uno por el otro se sale de lo común. Por que no puede aceptarlo?
—Yo... amo a Richard —susurro ella.
—Richard no es mas que una costumbre —replico el con frialdad—; una costumbre que dejara de gustarle en cuanto descubra que el pertenece a su prima.
—¡El no le pertenece!
—Abra los ojos, Trilby. Son inseparables. El se mataría si ella se lo pidiese. Tal vez Richard no se ha dado cuenta de que Julie lo tiene atrapado en sus delicadas manos.
Trilby sabia que Thorn tenia razón. Sin embargo, Richard representaba su única protección contra lo que sentía por el vaquero.
—Pero son primos —alego ella.
—Y seguramente usted no ignora que los primos pueden casarse —repuso el.
—Prefiero no hablar de este asunto.
—Esta bien, Trilby, entierre la cabeza en la arena. En cualquier caso no podrá continuar negando por mucho tiempo lo que ha comenzado a nacer entre nosotros. Usted y yo lo sabemos.
Ella lo sabia, pero no quería admitirlo. Mantuvo el cuerpo rígido y no se relajo ni un segundo durante todo el camino de ascenso a las montanas.
Hacia frió y había anochecido cuando llegaron al arroyo bordeado de árboles junto al cual acamparían. Se trataba de un lugar bastante elevado que les permitiría defenderse en caso de que fuese necesario; Trilby había oído a Thorn hablar de ello con Mosby Torrance, quien insistió en acompañarlos a pesar de las protestas de Jack Lang, que argumentaba que era demasiado viejo.
Las tiendas para mujeres se montaron cerca del fuego, mientras los hombres dispusieron las suyas en torno al circulo anterior. Eso brindaría mas protección en caso de que se presentase una situación difícil.
—Usted no era partidario de traernos —recordó Trilby a Thorn después de la sabrosa cena que había consistido en carne vacuna y bollos cocidos a fuego lento en la hoguera del campamento.
Thorn se hallaba tendido sobre la manta que normalmente cubría su montura, con el arma en la pistolera y el sombrero, las espuelas y los zahones tirados junto a el.
—Maldita sea, claro que no quería venir aquí, porque nos encontramos demasiado cerca de México, donde los disturbios son cada vez mas violentos —dijo Thorn, escuchando a medias al mejicano que tocaba la guitarra.
Naki no había aparecido por el campamento. Sissy lo había advertido y se sentía herida por ello. Además le molestaba que el apache no le prestase atención y se dedicara a ocuparse de los demás. Incluso se comporto como si se sintiese ofendido en una ocasión en que ella le hablo.
Desde entonces, su amigo se había mostrado reservado y adusto.
—Entonces ¿por que después accedió? —pregunto Trilby.
El volvió la cabeza hacia la joven, que se hallaba sentada sobre una roca, observándolo.
—Porque no me gusto el modo en que usted miraba a Bates —dijo, contundente—. Es un muchacho de ciudad, un mequetrefe. Usted cree que lo ama porque es el único hombre que ha conocido. Ahora yo estoy aquí, y la quiero.
Trilby se ruborizo.
—Yo no lo quiero a usted, señor Vance —dijo.
Los oscuros ojos del hombre refulgieron, y una sonrisa ligeramente burlona se dibujo en su delgado rostro.
—Y un cuerno que no me quiere —repuso el con dulzura.
Ella aparto la vista, alterada por las palabras del hombre, y se negó a volver a mirarlo. Con pasos inseguros, regreso al lugar en que se encontraba el resto del grupo y se sentó junto a una alicaída Sissy, mientras el mejicano entonaba canciones sobre corazones destrozados y sueños nostálgicos.