20
había anochecido y en el rancho de los Lang estaban preocupados porque Trilby todavía no había regresado. Samantha preguntaba una y otra vez donde se encontraba su madrastra.
—Efectuare unas llamadas telefónicas —dijo Jack.
Primero telefoneo a Los Santos, y le atendió la mujer del capataz, quien dijo que no sabía nada ni de Trilby ni de Thorn. Jack titubeo solo un minuto antes de ponerse en contacto con un amigo que se alojaba en el hotel Gadsten de Douglas.
Volvió al salón lívido. Sin decir palabra, se ciño la pistolera y cogió el sombrero.
—¿Que ocurre? —pregunto Mary, mirando de soslayo hacia la cocina, donde Samantha estaba preparando bizcochos.
—Esta tarde dos oficiales mejicanos y Red López encabezaron una tropa de unos doscientos insurrectos para atacar la guarnición federal de Agua Prieta —murmuro Jack—. Se produjo un tiroteo en Douglas, varias personas resultaron heridas... y algunas perdieron la vida.
El rostro de Mary palideció.
—¡Jack! ¡Trilby tenia previsto ir a la tienda de tejidos! —exclamo Mary.
—¿De veras? ¿Y no te extrañó que dejara a Samantha con nosotros si pensaba comprar tela para confeccionar vestidos a la niña?
—Si, pero...
Jorge tiene que saber donde se encuentra Thorn, pero acompañó a Trilby a la ciudad y todavía no ha regresado al rancho. Telefonee y el capataz me dijo que el señor Vance había ido a Tucson, una ciudad grande.
—Oh, querido —dijo Mary, inquieta.
—Tranquilízate —aconsejo el.
—Papa—llamo Teddy, entrando en el salón—¿Trilby no ha regresado aun?
—Todavía no —respondió Jack, que se obligo a sonreír y a actuar con normalidad. Dio una palmadita en el hombro del muchacho—. No te preocupes. Iré a la ciudad. Trilby y Jorge deben de haber tenido algún problema con el automóvil.
Ninguno de los adultos lo creía, pero Teddy, inocente, acepto la explicación. Sonrió y volvió a la cocina para hablar con Samantha mientras ella se afanaba con los bizcochos.
La situación en la ciudad era peor de lo que Jack había sospechado. Cuando llego a Douglas encontró a la mitad de sus habitantes subidos a los tejados de las casas, mirando hacia la frontera con binoculares. Había soldados por doquier, además de reporteros, ambulancias y mucha polvareda. Los heridos eran conducidos en vagones de carga y automóviles a hospitales y clínicas improvisadas. Mujeres mejicanas y estadounidenses atendían a los heridos de ambos bandos.
Según informaron a Jack, el tiroteo había durado tres horas. Se esperaban mas combates.
—¿Que ha sucedido? —pregunto Jack a un transeúnte.
—Hoy se ha vivido un infierno en Agua Prieta —respondió el hombre—. La lucha aun no ha finalizado. Se rumorea que los maderistas, que estaban escondidos al otro lado de la frontera, han aplastado a los federales. Al parecer se llevaron a algunas personas que viajaban en el tren de Nacozari, entre ellas una compatriota que fue tomada como rehén por algunos hombres de la junta local cuando se dirigían a ayudar a López. 1Lo cierto es que esto resulta muy emocionante!
Jack no pensaba lo mismo.
—¿Sabe quien era la mujer norteamericana?
—Creo que se trataba de alguien que se encontraba en el anden de la estación de ferrocarril; una mujer joven. El señor Heard dijo que acababa de comprar un billete para el Este.
—Oh, Dios mío —exclamo Jack, apoyándose contra un poste.
Cuando logro serenarse, busco al comandante del ejercito.
—Mi hija ha sido secuestrada por los rebeldes —dijo al primer oficial que encontró—. ¡Deben hacer algo!
—Le aseguro que estamos tratando de negociar, pero se han interrumpido las comunicaciones y el tiroteo no cesa —informo el lugarteniente interpelado—. El pequeño contingente federal fue cogido por sorpresa. Dos capitanes y veintinueve de sus hombres dinamitaron la salida de la guarnición para impedir la entrada de los insurrectos y se precipitaron hacia la frontera para entregarse a nosotros. Pero quedaron varios, y estamos intentando llegar hasta ellos. Los rebeldes utilizan un canon. Reina una tremenda confusión, señor.
Mientras hablaban, apareció un capitán que envió al otro oficial a buscar un trapo que sirviera de bandera de tregua. Parecía tan enfrascado en su tarea que Jack ni siquiera se acerco a el para pedirle ayuda. Un minuto mas tarde, el militar monto a caballo y, acompañado por un civil, se dirigió a la frontera.
—Nuestro capitán ya ha tenido que disparar contra algunos civiles para impedir que se uniesen a los rebeldes —explico el lugarteniente—. Le aconsejo encarecidamente que se ponga a cubierto y se mantenga alejado de las calles. En este momento los disparos llueven al otro lado de la frontera.
—Pero, mi hija... —dijo Jack con voz ronca.
—Si esta en manos de los insurrectos, no tiene que preocuparse demasiado —dijo el hombre—. Esa gente respeta mucho a las mujeres. No le causaran daño. En cuanto hayamos expulsado a los federales, tal vez podamos negociar y recuperar a los rehenes.
Jack conocía la consideración que los hombres mejicanos guardaban a la mayoría de las mujeres, pero Trilby era una estadounidense, y ellos tenían motivos para aborrecer a los extranjeros. Además, si lograban hacer retroceder a los federales y lo celebraban con mezcal, no quería ni pensar en lo que podría suceder. No podía sentirse tranquilo. Se maldijo por haberse establecido en Arizona y haber puesto en peligro la vida de su hija.
había algo que no comprendía ¿por que Trilby había decidido tomar un tren para regresar al Este? Con toda seguridad, su resolución estaba relacionada con esa condenada carta de Bates de que Thorn le había hablado. ¿Que pensaría este cuando se enterase? Se prometió que si conseguía que Trilby volviese sana y salva, el mismo compraría un billete para Luisiana con el propósito de matar a Richard Bates.
Horrorizado ante el súbito giro de los acontecimientos, se alejo de la calle.
Thorn paso la noche en Tucson bebiendo solo en el salón del hotel y culpándose por lo que había hecho a Trilby. Al día siguiente, sin ánimos para negociar nada, permaneció sentado, cavilando, preguntándose como habría recibido Trilby su nota y si ya se habría marcha do. Cuando el regresase encontraría a Samantha con los Lang, y la niña estaría preocupada. Esa era la excusa que necesitaba para interrumpir su breve viaje y volver a casa.
Nadie le esperaba cuando bajo del tren en la pequeña estación de Blackwater Springs. Pidió a un hombre que conducía un coche que le llevase a casa. La noticias que este le comunico le impulsaron a montar de inmediato su caballo para dirigirse directamente hasta el rancho de los Lang, adonde había aconsejado a Trilby que acudiese en caso de que surgieran dificultades.
Esperaba que su esposa no hubiera partido todavía, y no podía permitir que se marcharse dada la violencia que se había desatado en Douglas. Tal vez no era demasiado tarde; quizá existía alguna probabilidad de retenerla.
Cuando llego al rancho de los Lang, encontró a Mary sentada en el porche con los ojos enrojecidos. Su corazón estuvo a punto de dejar de latir. Adivino que había sucedido algo terrible.
Se apeo del caballo y, con el sombrero en la mano, subió los escalones de dos en dos.
—¡Thorn! —exclamo Mary, levantándose de la silla—. ¡Oh, Thorn, que recibimiento mas triste para ti!
—Trilby —dijo el al instante—. ¿Se ha ido...?
—Jack telefoneo. Cree que fue secuestrada por algunos simpatizantes de los rebeldes y conducida a Agua Prieta, al otro lado de la frontera —explico Mary precipitadamente, observando que el espanto ensombrecía los ojos del hombre—. No podemos conseguir que la liberen y ni siquiera sabemos si se encuentra bien. Jorge resulto herido e ignoramos si sobrevivirá. Esta en el hospital Calumet.
—Oh, Dios mío —dijo Thorn, apesadumbrado.
El corazón le latía con fuerza. Trilby en manos de los rebeldes! Solo Dios sabia que podía ocurrirle.
—Jack se encuentra en Douglas ahora, tratando de obtener información del ejercito —explico Mary—. Thorn, espera; Samantha esta aquí...
—Cuida de ella, por favor —susurro, avanzando a grandes zancadas hasta su caballo, con el rostro contraído en un rictus de dolor—. Volveré en cuanto pueda.
—No te preocupes, Thorn, cuidare de ella —dijo Mary con voz cansada—. Ve con cuidado. Y si averiguas algo, lo que sea...
—Me mantendré en contacto.
Partió a toda prisa, sumido en una gran confusión, lleno de temores. Ignoraba que encontrara en Douglas y como conseguiría que Trilby regresase; solo sabia que debía actuar. Sus ojos, con la mirada fija en el horizonte, eran tan negros como el pánico que se había instalado en su corazón.
Lisa Morris había salido al porche para observar como el resto de las tropas del capitán Powell avanzaba precipitadamente hacia Douglas desde Fuerte Huachuca. La formidable columna motorizada debía atravesar la pequeña ciudad en que vivía con la señora Moye. Powell decidió detenerse para hablar con Lisa.
El capitán subió al porche donde la mujer se hallaba sola, a la sombra del amplio alero.
—¿Debes irte? —pregunto ella.
Sus dulces ojos traslucían preocupación, al tiempo que se ruborizaba al recordar la intimidad que ambos habían compartido.
—Por supuesto —respondió con voz tierna—. Están atacando Agua Prieta y nos han ordenado partir hacia Douglas como columna de relevo, junto con otros efectivos. La situación podría ser muy peligrosa. Y en toda guerra se hace necesaria la presencia de un medico.
—¡Tengo miedo por ti, Todd!
Powell se sentía turbado en compañía de Lisa. En ese momento la deseaba con locura, pero debían mantener la compostura. La miro a los ojos y apretó los dientes para controlarse. Pronto, muy pronto, podrían estar untos. Mientras tanto, ceder a la pasión que lo encendía solo serviría para mancillar la reputación de su amada. —Actuare con cautela. —Contemplo el delicado rostro de la mujer con serena angustia y vio su propio deseo reflejado en ellos. Tendió la mano y le rozo la mejilla—. Soy un zorro viejo y resistente. No me dejare matar ahora, cuando tengo tantas razones para vivir.
Lisa lo miró, trémula. Había sufrido pesadillas en que de una forma u otra lo perdía. Su cuerpo ansió el solaz del hombre, su proximidad.
El capitán contuvo el aliento ante la mirada que ella le dirigía. Las convenciones sociales y el recato estaban a punto de ser rebasados por sus instintos.
—Por Dios, Lisa, cuando me miras de ese modo... —susurro, abrazándola.
La beso con vehemencia y desesperación serena. Ella le devolvió el beso, vencida por el deseo que la había atormentado desde que intimaran. Se sentía exultante, presa en la fuerte presión de sus brazos, saboreando sus labios. El beso la encendía, la hacia vibrar y ansiar el contacto de la piel del hombre contra la suya. Pensó que el estado en que se encontraba rayaba en la locura, pero le daba igual. En esos momentos solo le importaba saciarse de la boca de Todd Powell y disfrutarla tanto como pudiese antes de que se marchara.
Cuando alzo la cabeza, el estaba ruborizado y un poco aturdido.
—Estas tan atolondrada como yo —dijo el con voz ronca, sosteniéndola con dulzura hasta que ella recupero el equilibrio.
Lisa no podía sonreír. Lo miraba con adoración.
—Estoy mareada —musito ella, extasiada tras el tierno deleite.
—Y yo —replico el—. De nada sirven mis esfuerzos por contenerme. Por mucho que lo intento, no consigo dejar de desearte como te deseo.
Ella leyó en los ojos del hombre cosas que probablemente e1 nunca diría. Percibió un deseo desesperado, soledad, respeto, ansia y, sobre todo, un amor que sacrificaría su propia felicidad por el bien de ella.
—Yo también te deseo —dijo Lisa con sinceridad—. Te amo tanto, Todd... ¡Con todo mi corazón!
Los ojos del doctor centellearon. Parecía que le costaba respirar, y su rostro se tenso.
—Quiero que te cases conmigo. Pero yo soy... mucho mas viejo que tu. Soy viudo y en el pasado he sido tristemente famoso por beber en exceso.
—Nada de eso importa.
El suspiro. Cogió una mano de la mujer entre las suyas y la apretó con fuerza.
—Dejare la bebida para siempre. Haré cuanto me pidas.
Lisa sonrió con gran ternura.
—Lo se.
El se irguió.
—No soy un hombre rico y me temo que no obtendré ningún ascenso mas.
—Tampoco eso importa.
Todd se llevo a la boca la palma de la mano de la mujer y la beso con ansia trémula.
—Te amo —balbuceo—; mas que a mi vida, mas que al honor.
La mujer le acaricio la mejilla, hondamente conmovida tanto por el hecho de que el hombre manifestaba abiertamente sus sentimientos como por la emoción que traslucía su rostro, por lo general sereno.
—¿Cuando nos casaremos? —pregunto el.
—Cuando lo desees. Creo que mayo es un mes muy adecuado para celebrar una boda —añadió ella.
—En mayo —acordó el. Se aparto con renuencia y sonrió—. Entonces, en mayo.
—¿Evitaras correr riesgos innecesarios, Todd? —pregunto la mujer, preocupada.
—Si —afirmo el.
La mirada de Powell recorrió una vez mas el rostro de Lisa. Luego se volvió y bajo los escalones del porche con una agilidad propia de un hombre mucho mas joven. Reía cuando entro en el coche y la saludo con la mano. Lisa observo la columna hasta que se convirtió en una nube de polvo en la distancia.
Thorn cabalgo hacia Douglas en busca de Jack Lang. Cuando por fin lo encontró, estaba suplicando a un oficial que lo autorizase a entrar en Agua Prieta con las tropas federales.
—No puedo permitirlo —gruño el joven oficial, nervioso—. Señor Lang, usted me pide algo imposible. Ningún salvoconducto con mi firma satisfaría a los insurrectos, que se han desplegado a lo largo de las vías del ferrocarril hasta la aduana de Estados Unidos y disparan contra todo lo que se mueve. Tienen retenidos, no sabemos donde, a varios estadounidenses que viajaban en el tren de Nacozari. Los federales se han rendido, y casi puedo asegurarle que, en cuanto la ciudad este por completo en manos de los revolucionarios, los rehenes serán liberados. Es probable que su hija se cuente entre los secuestrados y que se halle a salvo.
—Vamos, Jack —dijo Thorn—. Sin despedirse del oficial, condujo a su suegro a la calle—. No es así como debemos actuar.
Se encaminaron hacia la parte mejicana de la ciudad, a través de una multitud de vehículos, tropas y mirones.
—¿Que piensas hacer? —pregunto Jack.
—Buscar ayuda. Nunca lograremos atravesar la frontera para llegar a Agua Prieta con las tropas de Estados Unidos allí.
—Lo se —dijo Jack, apesadumbrado—. Ya han disparado a un hombre para impedir que la cruzase. ¿Que haremos silos rebeldes la retienen para exigir un rescate? —pregunto Jack—. ¡No he traído dinero!
Thorn acaricio la culata de su revolver con semblante torvo, avanzando a grandes zancadas.
—Les pagare con plomo.
—Se como te sientes, ¡pero no debes poner en peligro la vida de Trilby! —rogó Jack.
—No lo haré —prometió Thorn—. Conseguiré liberarla. Juro que lo haré, ¡cueste lo que cueste!
Permanecieron en silencio mientras se abrían paso entre la muchedumbre. Al cabo de un rato, Jack pregunto:
—Iba a abandonarte, ¿verdad? Y por ese maldito Bates.
—Sí —La voz de Thorn sonó áspera, amarga—. Y todavía podrá irse si quiere. Pero primero tengo que lograr sacarla de México.
—Estoy seguro de que no ama a ese hombre.
—Y yo estoy seguro de que sí te ama. Da igual. Lo importante es salvarla —dijo Thorn, aflijido ¡Ruego a Dios que no sea demasiado tarde!
Mientras Thorn y Jack trataban de encontrar una forma de atravesar la frontera sin tener que exponerse a los gatillos de los centinelas rebeldes, una Trilby descansada y renovada aprendía a curar heridas de bala. Con una sabana a guisa de delantal, observaba como el medico cosía una herida iluminado por una lámpara a queroseno para luego remedar lo que hacía el doctor con otro paciente siguiendo las instrucciones que recibía. Como no entendía español, Naki se las traducía.
—¡Esto es absurdo! —protesto Naki—. No estas en condiciones de realizar esta labor.
—No hables —murmuro ella, asintiendo cuando el medico le enseño la técnica de sutura para que ella la repitiera con su paciente—. Me parece que estoy haciéndolo bien.
—¿Quieres ser razonable? ¡Estas poniendo en peligro tu salud!
—Hablas como si fueses mi marido —dijo Trilby, ignorándolo—. Me encuentro muy bien después de haber bebido agua y comido un trozo de queso con pan. Naki, realmente considero que lo hago bastante bien —añadió con entusiasmo, mientras comenzaba a coser otra herida bajo la supervisión del doctor.
—Thorn me matara —mascullo Naki.
—Lo que yo haga ya no es de la incumbencia de Thorn —replico ella—. Lo he abandonado.
¿Y quieres callarte? Esto es muy complicado. Pregunta al medico si debo dar dos puntos...
Naki alzo las manos al cielo.
La espera resultaba angustiosa. Thorn y Jack habían enviado a buscar al hermano de Jorge y se tardo algún tiempo en localizarlo. Atravesar la frontera en la oscuridad y sin apoyo era una acción suicida que en nada ayudaría a Trilby. Con la colaboración del hermano de Jorge y uno de sus primos, Thorny Jack Lang consiguieron, vestidos con ropas mejicanas, cruzar la frontera junto con un pequeño grupo de rebeldes a la mañana siguiente, a la luz del día.
La noche había sido terrible para ambos hombres, consumidos por la preocupación, en especial Thorn. Lo único que la hizo soportable fue saber que Jorge había mejorado y parecía recuperarse. Hacía tiempo que los norteamericanos capturados en el tren habían sido liberados y Thorn se apresuro a investigar si Trilby se hallaba entre ellos. Pero como había temido, no era así.
Su único recurso fue esperar hasta el alba.
—Ni siquiera sabemos donde buscarla —se lamentó, Jack mientras subía por un terraplén situado en las afueras de Agua Prieta.
—Claro que lo sabemos —repuso Thorn con impaciencia—. Estará todavía en ese maldito tren. No habría podido llevarla a ningún otro lugar a causa del tiroteo.
—Bien, tienes razón —dijo Jack, aliviado—. Oh, Dios espero que no le hayan causado ningún daño.—Si le han hecho algo, no vivirán para arrepentirse —dijo con mirada torva y tono amenazador el hombre de Arizona.
Jack confiaba en que Thorn reprimiese su agresividad hasta que hubiesen rescatado a Trilby.
Después de liberarla era probable que el mismo diese rienda suelta su ira.
Se oía música junto con las esporádicas detonaciones mientras avanzaban hacia la ciudad. Agua Prieta no era una insignificante ciudad fronteriza, sino una plaza fuerte, y las tropas gubernamentales habían actuado con una contundencia terrible.
Se rumoreaba que habían partido de Fuerte Huachuca una columna de relevo y dos destacamentos que llegarían en un par de días, aunque poco podrían hacer dada la situación.
Varios simpatizantes de la revolución habían tratado de cruzar la frontera, y uno de ellos había sido herido en el hombro por un soldado, lo cual tuvo el efecto de apaciguar el entusiasmo de sus paisanos por la contienda. No se permitía la entrada de ningún estadounidense en Agua Prieta. Por esa razón Thorn y Jack se habían visto obligados a valerse de engaños para intentar salvar a Trilby.
El tren estaba detenido en las vías. A través de algunas de las ventanillas se veían luces. Thorn miro fijamente, entornando los ojos. Luego, soltando una risotada, saco el revolver y lo comprobó, haciendo girar el tambor antes de enfundarlo.
—¿Se anima, Jack? —pregunto Thorn.
—Tengo mas animo que nunca —contesto su suegro.
Thorn salió a la luz. De inmediato le detuvieron dos hombres que bajaron las armas cuando el respondió con la contraseña del día. Jack suspiro aliviado porque los hombres parecían muy nerviosos y dispuesto a apretar el gatillo.
—Ahora no se separe de mí —indico Thorn, mirando a su acompañante—. Suponen que somos simpatizantes. ¿Creía que me atrevería a enfrentarme a ellos sin saber la contraseña?
—Temí que fuese nuestro fin. ¿Esta Trilby allí?
—Me han dicho que se encuentra con el medico —contesto Thorn, preocupado—. Vamos.
Llego a la puerta del tren y se pare de repente, y Jack detrás de el, al oír claramente un jadeo.
Trilby se hallaba inclinada sobre un hombre gravemente herido, sosteniendo en la mano una aguja con hilo mientras un individuo de baja estatura guiaba sus movimientos en lo que parecía ser una herida mortal. Sin embargo, el paciente se mostraba muy animado y obviamente estaba ebrio, pues cantaba mientras le atendían.
—¡Trilby! —exclamo Thorn.
Al oír la profunda voz del hombre, ella levanto la cabeza. Una vaharada de calor y color animo su rostro hasta que recordó con nitidez la noche tras la cual el la había dejado. Lo miro con ojos centelleantes.
—Hola, Thorn. Hola, papá —saludo con rigidez—. Es curioso encontraros aquí.
—¿Que estas haciendo? —pregunto Thorn con tono imperativo,
—Trabajo como asistente de este pobre y atareado medico. No puede coser a todos a la vez.
—Se volvió hacia Naki, quien parecía muy seguro de si cuando se enfrento a la mirada furiosa de Thorn— Di al doctor que debo hablar con mi padre. Volveré en un minuto.
Entrego a Naki la aguja y se quito el ensangrentada delantal improvisado antes de acercarse a los hombres.
—Trilby, muchacha, estas bien? —pregunto Jack con gran preocupación, abrazándola—. ¡Oh, gracias a Dios, gracias a Dios! Tuve tanto miedo cuando supe que habían cogido rehenes. Tu madre esta fuera de si, igual que Teddy.
—Realmente estoy muy bien, Papa —le tranquilizo.
Estaba pálida y parecía cansada; mechones de cabello caían sobre su rostro. Procuraba mantener la calma y evitaba mirar a Thorn, pues se sentía demasiado avergonzada para encontrarse con los ojos del hombre.
—Necesito hablar contigo —dijo Thorn con tono muy formal.
La cogió del brazo antes de que ella pudiese protestar y la condujo hacia la plataforma, en la parte trasera del vagón, consciente de que los mejicanos patrullaban los alrededores. Por fortuna nadie les presto atención.
—¿Sí? ¿Que quieres? Estoy muy ocupada —dijo ella con altivez, sin mirarlo.
—Trilby, por amor de Dios, eres una prisionera en campo enemigo, no un medico que atiende sus pacientes.
—No soy una prisionera, pues puedo marcharme cuanto guste. Estoy brindando ayuda y asistencia donde hace falta. Cuando acabe mi labor aquí, partiré hacia Luisiana. ¿Acaso no es lo que querías?
Thorn quedo sin habla. Emitió un sonido extraño y se apoyo contra la barandilla de hierro.
El aire frió le azotaba el rostro. En la distancia, alguien tenia una guitarra, y en torno a una fogata unos hombres cocinaban frijoles y bebían café.
—Lamento profundamente lo que hice la ultima noche que estuvimos juntos —dijo, solemne—. No tenia derecho.
—Eso es cierto. El se irguió.
—Al menos no te han hecho daño.
—Ni se les hubiese ocurrido. Son unos caballeros —añadió, enfatizando la ultima palabra.
El hombre se ruborizo.
—Y yo no. Soy un salvaje —dijo con voz serena, mirándola a los ojos—. Y te lo he demostrado,
¿no es cierto, Trilby? —añadió el, despreciándose a si mismo—. Si buscabas una compañía gentil, te equivocaste conmigo. Bates es mas de tu estilo. Quizá el tenia razón; perteneces a su ambiente.
Aunque no tenia motivos, Trilby se sintió culpable al ver a Thorn tan abatido. Frunció levemente el entrecejo. No había reflexionado sobre que había impulsado a su esposo a comportarse de forma tan violenta. Había supuesto que se había debido a que estaba celoso de que otro hombre la amase. Sin embargo, la aflicción de Thorn en ese momento no se explicaba solo por los celos. Se percibía una emoción en ese rostro delgado que nunca había visto desde que estaban casados. Parecía cansado, y unas profundas arrugas surcaban sus mejillas. Sus ojos, inyectados en sangre, reflejaban resignación y algo mas profundo, mucho mas profundo. El había llegado hasta allí, arriesgando su vida, para recuperarla, e incluso la arriesgaba en ese momento solo para estar con ella. Después de meditar, Trilby comprendió los motivos de su marido.
Se acerco a Thorn y entonces comprobó el efecto que su proximidad ejercía sobre el; se puso tenso, y se le contrajeron los músculos del rostro. Apretó los labios, como si se esforzase por no demostrar cuanto le afectaba su cercanía.
—¿Que ocurre, Thorn? —pregunto ella, con calma—. No me dirás que te turbo.
Dio un paso mas hacia Thorn, quien retrocedió, con una expresión amenazadora.
—Es a Bates a quien amas, ¿o lo has olvidado? –le reprocho fríamente—. Me alegro de que no te haya sucedido nada. Hablare con López y te sacare de aquí.
—Thorn —llamo ella cuando el se disponía a entrar en el tren.
Se volvió con uno de esos movimientos rápidos que en un tiempo la habían intimidado.
—¿Y bien? —pregunto, irritado.
—Nunca me preguntaste que sentía por Richard —dijo ella, con dignidad—. Ni si quería irme con el. Jamás me preguntaste si quería el divorcio.
—Por amor de Dios, ¿como no vas a querer divorciarte después de lo que te hice? —pregunto el con aspereza.
El dolor que traslucían sus ojos parecía insufrible. Ella se aproximo a el mirándolo fijamente.
—Me hiciste el amor —dijo ella, con voz suave—. Te mostraste muy apasionado, pero no cruel. —Poso la mirada en el pecho del hombre—. Nunca me has tratado de forma cruel... en esos momentos.
—Te deje el cuerpo lleno de marcas —dijo e1, con voz trémula de emoción—. No tuve valor para hablar contigo esa mañana, ¿no lo comprendes? No soportaba la idea de enfrentarme a ti, por eso huí!
Trilby contuvo el aliento. La expresión del rostro normalmente taciturno del hombre la conmovió. ¿Por que no lo había comprendido antes? Aquella no era la mirada de un hombre celoso o vengativo, sino la de un hombre que amaba con tal intensidad que moriría ante el hecho de perderla.
—¡Vaya... tu me amas! —susurro Trilby, sorprendida ante la súbita revelación.