Capítulo 11

AMANDA fue dada de alta un par de días después. Su recuperación había sido asombrosamente rápida y, como había dicho el doctor con un guiño, probablemente tenía mucho que ver con cierto hombre de las montañas.

Justo antes de abandonar el hospital se casaron, en la pequeña capilla, con una enfermera como dama de honor, Hank como padrino, y los demás miembros de la banda como testigos. Harry y Elliot por supuesto estaban también, felices de ver que todo había acabado tan bien. Fue una ceremonia breve y sencilla, pero tan emotiva que Amanda estuvo segura de que nunca la olvidaría.

El único problema tuvo lugar cuando la prensa se enteró del enlace, y los persiguieron a ellos y a los chicos cuando salían. Por fortuna, Hank y los otros lograron entretenerlos, y pudieron escapar en un taxi.

Quinn había reservado la suite nupcial en el hotel de Jackson. Por sus ventanales, podía admirarse una vista hermosísima de las montañas nevadas.

—La verdad es que no sé si volveré a pensar en ellas como una postal —murmuró Amanda pensativa mientras Quinn deshacía la maleta.

Él se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos.

—No es malo tenerles respeto —le dijo—, pero no se estrellan aviones todos los días, y cuando estés completamente recuperada te enseñaré a esquiar.

La joven se apartó de él y se volvió para mirarlo a la cara.

—Mientras las miraba, estaba pensando en el momento en que el avión empezó a caer —le dijo—. Tenía tanto miedo de no volver a verte...

—Yo también pasé mucho miedo, incluso cuando logré encontrarte —murmuró él, desanudándose la corbata y desabrochándose los botones de la parte de arriba de la camisa—. Incluso después, cuando la enfermera vino a decirme que habías despertado... incluso entonces tuve miedo, de no poder darte lo que necesitabas, de no poder darte las cosas a las que estás acostumbrada.

—Me he acostumbrado a ti, Quinn Sutton —repuso ella con dulzura. Lo rodeó con sus brazos y lo miró a los ojos amorosamente—: incluso a tus enfurruñamientos —dijo riéndose suavemente—. Ya te lo he dicho —le reiteró—, no necesito nada, solo a ti. Además tienes a Elliot, y a Harry, y dentro de unos años Elliot tendrá un montón de hermanitos y hermanitas para ayudarle con el rancho.

Quinn se sonrojó ligeramente.

—¡Señor Sutton...! —exclamó ella divertida al ver su azoramiento—. ¿Siempre es usted tan tímido?

—murmuró acariciándolo a través de la tela de la camisa, y desabrochándola hasta dejar al descubierto el musculoso y bronceado tórax.

—Por supuesto que soy tímido —contestó él sintiendo que le ardía la piel cuando ella empezó a acariciarla. Contuvo el aliento excitado cuando besó uno de sus pezones y enredó las manos en su vello riza do

—. Oh, Dios... —jadeó—. Mmm, Amanda...

La joven se apartó un momento para mirarlo con los ojos brillantes de deseo.

—¿No te gustaría hacerme lo mismo a mí también? —le susurró.

Aquella era toda la invitación que Quinn necesitaba. Le desabrochó los botones del sencillo vestido color crema que se había puesto para la ceremonia y, al dejarlo caer, vio que llevaba puesto un body de encaje muy sexy con tirantes, que abrazaba deliciosamente sus femeninas curvas, y unas medias de seda blancas.

—Solo tienes que tirar hacia abajo —le indicó Amanda tímidamente.

El corazón había empezado a latirle a Quinn como un loco, y no estaba seguro de poder hacerlo sin desmayarse. La idea de ver a Amanda totalmente desnuda lo excitaba muchísimo. Tragando saliva, enganchó los pulgares en los finos tirantes y fue deslizando el body poco a poco, dejando al descubierto los gloriosos senos, el estómago... más abajo, más abajo... hasta llegar a las medias de seda. Enganchó en ellas los pulgares también y siguió descendiendo, hasta que ambas cosas quedaron hechas un pequeño lío a los pies de la joven, que se agachó y terminó de sacárselos, irguiéndose de nuevo a continuación, tan excitada que la timidez estaba empezando a evaporarse. Aquello era tan nuevo para ella como para él, y eso lo hacía mucho más hermoso, un verdadero acto de amor.

Amanda se quedó de pie frente a él, permitiendo que la admirara, encantada de ver la mirada de fascinación en su rostro. Sus ojos la recorrieron como el pincel de un pintor, capturando cada curva antes de tocarla.

—Oh, Amanda... eres la criatura más hermosa que he visto jamás... —murmuró—. Me recuerdas a un dibujo de un hada que vi una vez de pequeño en un libro de cuentos... toda de oro y marfil.

La joven le rodeó el cuello con los brazos y se aproximó a él, estremeciéndose ligeramente cuando sus senos tocaron el pecho desnudo de él. Era como si el vello de su tórax la abrasara. Gimió involuntariamente, frotándose contra él.

—¿Quieres ayudarme tú también a mí? —inquirió Quinn sacándose la camisa y llevándose las manos al cinturón.

—Yo... —la joven dudó. Su coraje se había disipado de repente ante lo íntimo que resultaba aquello. Se rio al notar que estaba enrojeciendo—. ¡Oh, Quinn, qué cobarde soy...! —ocultó el rostro en su pecho y lo escuchó reír a él también.

—Bueno, no eres la única —murmuró—, yo tampoco soy un exhibicionista. Escucha, si quieres podemos meternos bajo las sábanas e imaginar que es de noche.

La joven lo miró y se rio.

—Esto es ridículo —dijo.

Quinn se rio también.

—Tienes razón —dejó escapar un suspiro—. Bien, ¡qué caray!, estamos casados, supongo que ha llegado el momento de afrontar todo lo que eso implica...

Se sentó en la cama y se quitó los zapatos y los calcetines. Se puso de pie de nuevo para desabrocharse el cinturón, el botón de los pantalones, bajarse la cremallera...

Instantes después, Amanda se encontró contemplando lo que hace diferentes a los hombres de las mujeres.

—Se ha puesto usted colorada, señora Sutton —la picó Quinn.

—Igual que usted, señor Sutton —respondió ella.

Él se rio y extendió los brazos en una muda invitación. Amanda le tendió las manos y dejó que la atrajera hacia sí, estremeciéndose al sentirlo completamente desnudo contra sí. Quinn agachó la cabeza y empezó a besarla mientras sus manos recoman cada centímetro del cuerpo de la joven con verdadera avidez.

La joven gimió dentro de su boca cuando sintió que tiraba de sus caderas para apretarla contra las suyas, y se puso como la grana al entrar en tan íntimo contacto con él,

—No tengas miedo —murmuró Quinn, apartándose de ella un momento para mirarla a la cara—. Creo que sé lo bastante como para que no te resulte doloroso.

—Te quiero, Quinn... —susurró ella, forzando a sus tensos músculos a relajarse — . No me preocupa que me duela un poco. Quiero ser tuya, y sé que hagas lo que hagas estará bien.

Quinn la besó con exquisita ternura mientras le acariciaba los senos, formando arabescos imaginarios sobre las areolas. Segundos después, fueron sus labios los que descendieron sobre ellos, cerrándose sobre cada una de las dos cumbres, succionando hasta arrancar gemidos extasiados de la garganta de Amanda.

Quinn la alzó en sus brazos y la depositó sobre la cama, encontrando otros lugares donde besarla que la hacían gemir y suspirar con idéntico placer.

Los libros que había leído eran muy completos y bastante explícitos, pero la teoría era algo distinta de la práctica. Nunca había imaginado que las mujeres también pudieran perder el control, ni que sus cuerpos fueran tan suaves, ni que sus ojos adquirieran un brillo salvaje al hacer el amor... De pronto, dar placer a Amanda se había convertido en su único objetivo, y cuando finalmente se colocó sobre ella para la culminación de aquel acto maravilloso, ella estaba totalmente dispuesta para él, desesperada por tenerlo dentro de sí. Quinn se introdujo con cuidado en su interior, tratando de controlarse todo el tiempo para poder satisfacer la necesidad de ella antes que la de él.

Hubo un instante en que Amanda se tensó, y pareció querer apartarlo, pero Quinn se detuvo y la miró a los ojos, leyendo el temor en ellos.

—El dolor solo durará un momento —le susurró con voz ronca—. Toma mis manos y apriétalas. Lo haré rápido.

Amanda confió en él y tragó saliva. Quinn empujó con fuerza, y Amanda dejó escapar un leve gemido de dolor, pero al instante notó que su cuerpo lo aceptaba sin más dificultades. Sus ojos brillaban, y el aliento escapaba entrecortado de sus labios. Una sonrisa se dibujó poco a poco en sus labios.

—El dolor... ha desaparecido —murmuró.

Quinn se inclinó para besarla con sensualidad y empezó a moverse dentro de ella, su cuerpo bailando sobre el de la joven, estableciendo el ritmo. Amanda lo seguía, gimiendo a medida que la cadencia se hacía más rápida, y pronto sintió que la espiral de sensaciones iba a más.

Comenzó a temblar, su cuerpo totalmente arqueado hacia él por la tensión del momento. Se estaba haciendo ,casi insoportable. Hubo incluso un momento en que quiso apartarlo, porque creía que iba a morir si no acababa pronto con aquel delicioso suplicio, pero de pronto alcanzaron el climax, que los inundó como una ola de intenso calor, sacudiéndolos al mismo tiempo, mientras Quinn gemía su nombre una y otra vez.

Unos minutos después yacían juntos, exhaustos pero satisfechos. Quinn hizo ademán de apartarse, pero la joven lo rodeó con sus brazos y lo retuvo.

—No, Quinn, quédate un poco más dentro de mí, es tan delicioso... es como ser uno solo —murmuró.

—Te aplastaré con mi peso —repuso él.

La joven sacudió despacio la cabeza con los ojos cerrados.

—No, es maravilloso —le aseguró deleitándose en la sensación de su cuerpo sudoroso y palpitante sobre el de ella.

—Parecías una tigresa hace un rato —dijo Quinn riéndose suavemente—. Me mordiste en el hombro y me clavaste las uñas en las caderas.

—Tú también me mordiste —replicó ella sonrojándose—. Mañana tendré cardenales en los muslos...

—Oh. serán muy pequeños —repuso él alzando la cabeza y mirándola a los ojos—. No pude evitarlo. Me vuelves loco. ¿Sabes?, me siento como si llevara toda mi vida siendo una mitad, y solo ahora estuviera completo.

—Yo también —musitó ella acariciando el contorno de sus labios con el índice. De pronto, para ponerse un poco más cómoda, Amanda movió un poco las caderas, aún unidas íntimamente a las de él, y vio que los ojos de Quinn relumbraban. Contuvo el aliento y volvió a hacerlo, comprobando encantada que la reacción se repetía, acompañada de un suave gemido.

—Esto es imposible... —murmuró Quinn incrédulo—, el libro decía que...

Pero un brillo salvaje se había encendido en los ojos de Amanda, y susurró contra sus labios, sonriendo picaramente:

—Al diablo con el libro —y comenzó a moverse de nuevo, reavivando el deseo de los dos.

Elliot y Harry estaban esperándolos en la puerta cuando regresaron al rancho. En la mesa del salón había una enorme tarta de bodas que Harry había preparado, y Elliot había hecho que el anciano lo llevase a la ciudad para comprarle a su padre un regalo muy especial: el último álbum de Desperado. La portada era una foto del rostro de Amanda, y estaba realmente preciosa en ella.

—Qué regalo tan estupendo —dijo Quinn, admirando la fotografía—. Bueno, ahora no tengo excusa para no oír tus canciones —dijo volviéndose a su esposa.

—Papá, ¿a que no sabes qué? ¡Hank Shoeman me firmó un autógrafo! Mañana voy a enseñárselo a todo el mundo en el colegio. ¡Verás que envidia! Me estaba volviendo loco tener aquí a Amanda y no poder contarlo.

—¿Tú sabías que era...? —inquirió Quinn frunciendo el entrecejo incrédulo—. ¿Y no me lo dijiste? —

Elliot se frotó la nuca y esbozó una sonrisa culpable a modo de disculpa—. De modo que por eso desapareció aquella cinta...

—¿Te diste cuenta de que faltaba? —dijo el chico.

—Cuando regresé a casa, después del concierto, me sentía fatal —contestó Quinn esbozando una sonrisa triste en dirección a Amanda—. Quería volver a oír su voz, y busqué la cinta, pero me encontré con que no estaba.

—Lo siento, papá —dijo Elliot—. Te juro que no volveré a hacerlo, pero es que me temía que la echaras del rancho si te enterabas de que en realidad era una cantante de rock... Amanda es la mejor. ¿Oíste lo que dijo aquel presentador de que habían ganado un Grammy?, pues la canción la compuso ella —dijo admirado.

—Para, Elliot, vas a hacerme sonrojar —se rio Amanda.

—No sé si Elliot podrá, pero yo sé muy bien cómo hacerlo —murmuró Quinn rodeándola por la cintura y atrayéndola hacia sí. Y, al instante, la joven estaba roja como una amapola.

—¡Oh!, ¿y sabes qué, papá? ¡Has salido en el periódico! —continuó Elliot muy excitado—, ¡y en las noticias de las seis! Han hablado de cuándo estuviste a punto de formar parte del equipo olímpico de esquí. Dijeron que eras unos de los mejores esquiadores de eslalon del país. ¿Por qué lo dejaste?

—Es una historia muy larga —contestó Quinn.

—¿Fue por mi madre, no es cierto? —inquirió el chico con expresión grave.

—Bueno, tú estabas en camino, y no me pareció bien dejarla sola en esos momentos.

—¿A pesar de lo mal que se portó contigo? —musitó el muchacho.

El ranchero puso las manos en los hombros de su hijo.

—Escúchame bien, Elliot, y no lo olvides nunca: para mí fuiste hijo mío desde el momento en que supe que ibas a venir al mundo. Estuve esperando tu nacimiento tan ansioso como un niño que espera el día de Navidad. Compré un montón de cosas para ti, y leí libros sobre cómo ser padre para poder ayudar a criarte. Tenía la esperanza de que cuando nacieras, fueras tan especial para tu madre como ya lo eras para mí, pero por desgracia no fue así. Siento que las cosas tuvieran que ser así.

El chico meneó la cabeza.

—No importa —dijo con una sonrisa—. Tú me querías, y para mí eso es lo que cuenta.

—Ya lo creo que te quería, y te sigo queriendo —dijo Quinn abrazándolo con fuerza.

—Bueno —continuó Elliot apartándose de él y esbozando una sonrisa traviesa—, y ya que a los dos os gustan tanto los niños... espero que pronto empecéis a tener unos cuantos. Yo podría ayudar. Harry y yo les cambiaríamos los pañales, y prepararíamos biberones...

Amanda se rio.

—Eres un sol —le dijo abrazándolo también—. ¿Seguro que no te importará dejar de ser hijo único?

—¡Claro que no! —exclamó él con contundencia—. A veces es muy aburrido, y los chicos en el colegio tienen casi todos hermanos y hermanas.

—Oh... casi lo olvido —dijo Amanda de pronto—: Hank te manda un regalo. Está en la camioneta.

Salieron todos fuera.

—¡Es un teclado profesional! —exclamó Elliot con los ojos como platos. De repente, sin embargo, los miró preocupado—. Oh, Dios... seguro que estoy soñando, o quizá tenga fiebre —dijo tocándose la frente.

—No, estás despierto y estás perfectamente —lo tranquilizó Quinn entre risas.

—Amanda, ¿vas a seguir con el grupo? —inquirió el chico.

—Sí, solo que hemos decidido que no haremos más giras —contestó ella—. La verdad es que todos estamos cansados, y nos merecemos una vida más tranquila después de trabajar tanto. Además, así podremos concentrarnos en el nuevo álbum y lo disfrutaremos más.

—¡Oh!, ¿pues sabes qué? Sé me ha ocurrido una idea genial para un video que...

Amanda se echó a reír.

—Está bien, podrás compartirla con los chicos cuando vengan.

—¿Van a venir de visita'?¿Cuándo? —inquinó él con los ojos iluminados por la emoción.

—Mi tía va a casarse con el señor Durning —lo informó Amanda—, Se van a vivir a Hawai, y nos han dado permiso para usar la cabaña siempre que queramos, así que...

—¡Genial! —exclamó Elliot—. ¡Verás cuando se lo cuente a los chicos!

—Además a Hank se le ha ocurrido que para un tema que compusimos hace poco podíamos grabar el video aquí, con las montañas como fondo, y tú y tus amigos podríais salir en él, os meteríamos en una escena o dos —le prometió—. Incluso podríamos encontrar una escena en la que meter a Harry... —dijo sonriendo divertida en dirección al anciano.

—¿A mí? ¡Ni hablar! —exclamó Harry alarmado—. Si lo hace huiré de aquí.

—En ese caso no he dicho nada —se rio la joven—. Si tuviera que cocinar yo tendríamos que vivir a base de huevos fritos con patatas...

Harry se rio y ayudó a Elliot a llevar dentro el teclado. Amanda y Quinn entraron también. La joven iba a sentarse en el salón, pero Quinn la tomó de la mano, la llevó al estudio y cerró la puerta.

—¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí? —le preguntó entre beso y beso.

—¿Cómo iba a olvidarlo? —susurró ella con una sonrisa—. Por muy poco estuvimos a punto de perder el control...

—Me alegra que no lo hiciéramos —dijo Quinn entrelazando sus dedos con los de ella—, quería que nuestra primera vez fuera muy especial, una auténtica noche de bodas.

Amanda le acarició la mejilla suavemente y lo miró a los ojos.

—Yo también me alegro de que esperáramos —le dijo—. Te quiero, Quinn, te quiero tantísimo... —murmuró estremeciéndose cuando él la rodeó con sus brazos.

Él la atrajo hacia sí, y la joven apoyó su mejilla en el pecho de él.

—Nunca imaginé que encontraría a alguien como tú —suspiró Quinn acariciándole el sedoso cabello—.

Había dado todo por perdido después de mi primer matrimonio. Había renunciado al amor, y creo que también a la vida, a una vida plena... hasta que apareciste tú —dijo mirándola a los ojos—. Tengo miedo de despertar, que todo esto sea solo un sueño.

—No estás soñando —murmuró ella apretándose contra su cuerpo con fuerza—. Estamos casados y pienso amarte durante el resto de mis días, en cuerpo y alma —alzó la cabeza y sonrió traviesa—. De modo que ni se te ocurra intentar escaparte. Te he atrapado y eres mío para siempre, Quinn Sutton.

Quinn se rio suavemente.

—Y ahora que me tienes... ¿qué piensas hacer conmigo?

—Oh, tengo mis planes... —murmuró la joven con una sonrisa conspiradora—. Has cerrado la puerta,

¿verdad? — inquirió con voz seductora.

—Um, sí, la he cerrado. ¿Qué es lo que...? ¡Amanda!

La joven sonrió contra sus labios mientras le desabrochaba el pantalón.

—Ese es mi nombre —susurró mordisqueándole el labio inferior, y echándose a reír encantada cuando Quinn empezó a ayudarla a desvestirlo—. La vida es breve, es mejor que empecemos a disfrutarla ahora mismo.

—No podría estar más de acuerdo —asintió él.

Sus suaves risas se mezclaron en el silencio de la habitación. Junto a ellos, el fuego crepitaba en la chimenea, y fuera había comenzado a nevar de nuevo. Amanda había sido quien había empezado aquello, pero al cabo de un rato Quinn tomó el control, y ella lo dejó hacer riéndose suavemente. Sabía que en el rancho las cosas se hacían a la manera de Quinn Sutton y, por aquella vez, no le importó en absoluto.