Capítulo 6

CREO que no te he oído bien —dijo Amanda con los ojos como platos. Era imposible. «¿Quinn Sutton... virgen?»

—Me has oído bien —contestó él—, y no es tan disparatado como debe parecerte. El viejo McNaber, nunca ha estado con ninguna mujer, y tiene ya unos setenta y tantos. Puede haber muchas razones para que un hombre no llegue a tener esa clase de experiencia: la moralidad, los escrúpulos, el aislamiento, o simplemente la timidez. Además, yo nunca he querido acostarme con una mujer solo para poder decir que lo había hecho. Necesitaba que fuera una mujer que me importara. Supongo que soy uno de esos idealistas que, si no encuentran nunca a la persona adecuada, se mantienen en el celibato de por vida.

Además, creo que son más bien una minoría los que se acuestan con cualquiera, incluso en estos tiempos en que todo el mundo presume de ser tan liberado. Solo un idiota se arriesgaría tanto con las enfermedades que se pueden contraer.

—Es cierto —asintió Amanda mirándolo pensativa—. ¿Y nunca has...? Bueno, ¿nunca has sentido deseo de...?

—Ese es el problema —contestó Quinn mirándola fijamente a los ojos.

—¿Cuál?

—Que sí he sentido deseo. Por ti.

La joven se apoyó contra la encimara para asegurarse de que no perdía el equilibrio.

—¿Por mí?

—La noche que llegaste, cuando yo estaba enfermo y me estabas enjugando el sudor con la esponja, cada vez que tus cabellos rozaban mi pecho... Esa es la razón por la que te he estado poniendo las cosas tan difíciles, la razón por la que he sido tan brusco contigo — añadió dejando escapar un suspiro—. No sé cómo controlar mi deseo, y tampoco sería capaz de levantarte, echarte sobre mi hombro y llevarte a mi habitación... y menos con Elliot y Harry aquí. Ni siquiera aunque hubieras sido la clase de mujer libertina que pensaba que eras... Pero lo cieno es que el que tú seas tan inocente respecto al sexo como yo lo pone aún más difícil.

De pronto las piezas del rompecabezas habían empezado a encajar en la mente de Amanda, y lo estaba admirando fascinada. No, no era un hombre mal parecido. Era fuerte y tremendamente sexy, y muy terrenal. Y le encantaban sus ojos, tan expresivos.

—Pues, afortunadamente para ti, yo también soy bastante tímida —murmuró.

—Excepto cuando quieres arrancarme la camisa —replicó Quinn entre risas.

Fue hasta la mesa, donde había dejado el sombrero vaquero, se lo colocó en la cabeza y se puso también la chaqueta, que había colgado en el respaldo de la silla.

Mientras la abrochaba, observó que la expresión en el rostro de Amanda se había tornado triste y seria.

Seguramente estaba acordándose otra vez del ternero.

—Si te mantienes ocupada no pensarás tanto en ello —le dijo con voz queda—. Es parte de la vida, Amanda, no te quiebres la cabeza.

—Lo sé —musitó ella, esbozando una sonrisa—. Estoy bien.

Quinn le dirigió una cálida mirada, haciéndola enrojecer ligeramente, y salió por la puerta trasera.

Esa noche, después de la cena, Harry subió a acostarse en cuanto terminó de recoger los platos. Quinn estaba como de costumbre en su despacho con los libros de cuentas y Elliot había persuadido a Amanda para que siguieran con las lecciones de música. Estaban sentados los dos en el salón, frente al teclado, cuando el muchacho le confesó que había estado presumiendo ante sus amigos del colegio de que su invitada era músico profesional.

—¿Dónde tocas, Amanda? —le preguntó mirándola con curiosidad—. Tal vez te haya visto tocando en algún sitio. Es que... me resultas tan familiar...

La joven se puso tensa al instante. Elliot le había dicho que le gustaba la música rock, y también que su padre le había escondido las cintas que tenía. Si entre ellas había alguna de su grupo, Desperado, tendría una foto de ella y del grupo en la carátula, y tal vez por eso su cara le sonaba.

—Es que tengo un rostro muy común —repuso con una sonrisa.

—¿Tocas en alguna orquesta? —insistió él.

—No, toco sola, en clubs nocturnos —improvisó Amanda. Bueno, tampoco era mentira después de todo: una vez había cantado en uno para sustituir a una amiga enferma—. Principalmente hago acompañamientos a grupos

—¡Caray! —exclamó Elliot—. Me apuesto algo a que conoces a un montón de cantantes y músicos famosos.

—Bueno, sí, a algunos —asintió ella.

—¿Y en qué ciudades has tocado?

—En Nueva York, en Nashville... donde me den trabajo.

Elliot bajó la vista y pasó suavemente los dedos por las teclas.

—No te molesta tener que enseñarme... ¿verdad?

—Por supuesto que no, Elliot —replicó ella mirándolo con cariño—. ¿Te está resultando difícil?

—La verdad es que un poco sí —admitió él — . Nunca pensé que hubiera tantas escalas y todo eso.

—Bueno, la música es un arte, y como tal es algo complejo, pero, como te dije, una vez aprendas lo básico, podrás tocar cualquier cosa

El chico miró su reloj de pulsera.

—Será mejor que suba a pasar a limpio esa redacción de lengua antes de cenar, o papá se enfadará conmigo —le dijo levantándose con un suspiro—. Hasta luego.

Amanda le hizo un gesto de despedida con la mano mientras el chico subía las escaleras.

La joven suspiró también, y comenzó a tocar una canción que su grupo había grabado dos años atrás. Era una balada triste y melancólica acerca de un amor imposible, que les había hecho ganar un Grammy. Solo al cabo de unos instantes se percató de que... ¡estaba cantando! Después de aquel trágico suceso había pensado que nunca podría volver a cantar, pero su voz, dulce y pura como la de una alondra, estaba inundando quedamente el salón.

—Elliot, por el amor de Dios... ¿te importaría apagar esa radio? —dijo de pronto Quinn desde su estudio.

Amanda se calló al momento, con el corazón en la garganta. Se había olvidado de su anfitrión. Era una suerte que hubiera tenido la puerta cerrada, y que no se hubiera asomado. Apagó el teclado y se fue a la cocina, feliz por poder volver a cantar de nuevo.

Una parte de ella quería quedarse viendo la televisión un rato, con la esperanza de que Quinn saliera de su cubil, pero otra lo temía un poco después del beso de aquella mañana. Cada vez se sentía más atraída por él, pero él no sabía quién era en realidad, y ella no tenía valor para decírselo, porque estaba segura de que se enojaría al enterarse del engaño.

Subió las escaleras y se fue a su dormitorio. Se sentó en la cama, frente al espejo que había en el armario, y se soltó el cabello, cepillándolo abstraída con largas pasadas. De pronto, unos golpecitos tímidos en la puerta la sobresaltaron.

Se sonrojó y se puso nerviosa, pensando que pudiera ser Quinn, pero cuando fue a abrir, se encontró con Elliot. El muchacho se quedó mirándola boquiabierto.

—¿Sí? —lo instó ella perpleja—. ¿Qué ocurre, Elliot?

—Um... no —balbució el chico—. Em... es que... olvidé decirte buenas noches... Bueno, pues... buenas noches —le dijo con una sonrisa.

Amanda le deseó también buenas noches y cerró la puerta. Elliot se quedó un instante allí de pie, con la sonrisa aún en sus labios. Se dio media vuelta y echó a correr, pero no a su habitación, sino a la de su padre. Abrió sigilosamente el armario y sacó una caja de entre unas bolsas de viajes que la cubrían, y levantó la tapa. Allí estaban todas las cintas que le había confiscado su padre. Rebuscó entre ellas, hasta dar con la que buscaba, y la sostuvo frente a sí: en la carátula aparecían cuatro hombres con aspecto de duros, rodeando a una mujer joven muy guapa, con el cabello rubio y suelto. El grupo era Desperado, uno de sus favoritos, y la joven... Mandy Callaway... ¡pues claro!, ¡Amanda!, ¡su Amanda! No podía creerlo.

Si su padre se enteraba, se enfadaría muchísimo, se dijo. Metió la cinta en el bolsillo de su pijama. Su padre no le dejaría salir en dos semanas si se llegaba a dar cuenta de que faltaba, pero las circunstancias eran desesperadas. Tenía que proteger a Amanda antes de que su padre averiguara de quién se trataba.

¡Caray!, ¡tenía a una estrella del rock en su casa! Hubiera dado cualquier cosa por contárselo a sus amigos y compañeros de clase, pero sabía que si lo hacía, podría llegar a oídos de su padre. Volvió a cerrar la caja y a dejarlo todo como estaba, y salió del dormitorio.

Amanda casi se perdió el desayuno a la mañana siguiente por lo tarde que se despertó. Al entrar en !a cocina, la sorprendió ver que el cielo estaba azul por primera vez en todos aquellos días, y que había dejado de nevar.

—Parece que se aproxima el chinook —dijo Harry con una sonrisa al verla entrar.

Quinn escrutó el rostro de la joven.

—Bueno, yo diría que aún faltan unos días —murmuró.

—¿Qué vamos a hacer hoy, papá? —inquirió Elliot.

Era sábado, y por tanto no había colegio.

—Pues podrías venir conmigo y ayudarme a dar de comer al ganado —respondió Quinn.

—Y yo me quedaré aquí echándole una mano a Harry —dijo Amanda al instante.

Quinn entornó los ojos.

—Harry se las apaña muy bien solo. Puedes venir con nosotros.

Después de todo, fue bastante divertido. Amanda se sentó con Elliot en la parte trasera del trineo, ayudándole a empujar las pacas de heno. Quinn cortaba las cuerdas, e inmediatamente todas las reses se aproximaban a la carrera. Era bastante cómico. A la joven le recordaban a esas mujeres que se abalanzaban sobre los cajones de bikinis y bañadores durante las rebajas, y no pudo evitar prorrumpir en carcajadas

Cuando regresaron a la vivienda, se había establecido entre ellos una especie de armonía y, por primera vez, Amanda comprendió lo que era ser parte de una familia. Mirando a Quinn, a Elliot y a Harry durante el almuerzo, se preguntó cómo sería si pudiera quedarse a vivir allí con elfos. Pero no, era imposible, se dijo con firmeza. Solo estaba allí de vacaciones. El mundo real estaba esperándola al otro lado de la puerta.

Quinn permitió que Elliot se acostará más tarde aquella noche, así que Amanda y él se quedaron viendo una película de intriga mientras el ranchero una vez más se encerraba en el estudio con su papeleo.

A la mañana siguiente, fueron a la iglesia en el trineo. Amanda se había puesto la blusa y la falda más clásicas que tenía para no atraer demasiado la atención de la gente de la comunidad.

A pesar de todo, cuando regresaron al rancho, se sentía muy incómoda. La habían estado observando con descaro, como si fuera su amante o algo así.

Quinn se acercó a ella por detrás en silencio mientras ella secaba unos platos en la cocina después del almuerzo.

—Lo siento, no pensé que fueran a reaccionar de ese modo —murmuró.

—No pasa nada —le aseguró ella, conmovida por su preocupación — , de verdad, es solo que ha sido algo embarazoso.

Quinn suspiró.

—Todo el mundo por aquí sabe que no le tengo precisamente afecto a las mujeres —le dijo—. Ese y no otro es el motivo de que te miraran: sentían curiosidad por verme acompañado. Es normal que la gente se quede sorprendida al ver a un supuesto misógino con una rubia preciosa.

—Yo no soy preciosa —balbució Amanda tímidamente.

Quinn dio un paso hacia ella. Aquel día, para ir a la iglesia, se había puesto un elegante traje gris perla.

con una camisa blanca y corbata a juego con el pantalón y la chaqueta. A Amanda le pareció que estaba más atractivo que nunca, tan fuerte y masculino, y le encantaba la colonia que se había echado.

—Ya lo creo que eres preciosa —murmuró.

Le acarició suavemente la mejilla, y su mano fue descendiendo hasta rozar los labios de la joven.

Amanda se quedó un momento sin respiración al mirarlo a los ojos.

—¿Quinn? —susurró.

Él tomó los brazos de la joven y los puso en torno a su cuello, rodeando a su vez con los suyos la cintura de ella, atrayéndola hacia sí.

Amanda se estremeció ante la sensualidad de sus manos, tomando posesión de sus caderas, y alzó el rostro hacia él ansiosa. Quinn se inclinó despacio y rozó suavemente sus labios contra los de ella. Tras una ligera presión, la hizo abrir la boca para adentrarse en ella y explorarla con la lengua.

—Me encanta besarte así —murmuró apartándose—. Me produce cosquillas por toda la espalda.

—A mí también —asintió ella enredando los dedos en su cabello y poniéndose de puntillas para darle mejor acceso a su boca.

Quinn aceptó la invitación en silencio, besándola despacio y apasionadamente. Gimió dentro de su boca, y la levantó del suelo en su abrazo, mordisqueando dulcemente sus labios, haciéndola gemir a ella también.

—¿Has dicho algo, Amanda? —inquirió Elliot desde el salón.

Quinn la bajó al momento y se apartaron el uno del otro sonrojados.

—No... no, Elliot —contestó la joven en un tono más agudo de lo normal.

Por suerte, sin embargo, debió darse por satisfecho con la respuesta, porque no fue a la cocina. Harry estaba fuera de la casa, pero probablemente regresaría pronto

La joven alzó la vista hacia Quinn; y la tomó por sorpresa la intensidad de su mirada. El estaba admirando sus mejillas teñidas de rubor, los labios hinchados por los besos y los ojos brillantes por la emoción.

—Será mejor que me marche —balbució Quinn.

—Sí —dijo ella tocándose suavemente la boca, como si creyera que todo había sido un sueño.

Quinn le dirigió una sonrisa y salió de la cocina, regresando al salón sin decir nada más.

Fue una tarde muy larga, y se hizo más larga aún precisamente por la necesidad que sentía Amanda de estar cerca de Quinn. Cada vez que levantaba los ojos durante la cena, y después, mientras veían la televisión, se encontraba con él mirándola también, y cada vez ambos se sonrojaban. Su cuerpo tenía hambre de él, y estaba convencida de que a él le ocurría lo mismo

Harry y Quinn subieron a acostarse, pero la joven se quedó sentada en el sofá, expectante e ilusionada como una quinceañera.

Quinn apagó su cigarrillo con el aire de quien tiene todo el tiempo del mundo, se levantó de su sillón, fue junto a Amanda y la alzó en brazos.

—No debes tener nada que temer —le dijo en un susurro, mirándola a los ojos La llevó a su estudio, cerró la puerta tras ellos y se sentó en un sillón de cuero con Amanda sobre sus rodillas.

—Aquí no nos molestaran —le explicó Quinn. Tomó una de las manos de la joven y la puso sobre su corazón—. Ni siquiera Elliot entra aquí cuando tengo la puerta cerrada —le dijo—. ¿Sigues queriendo quitarme la camisa?

—Pues sí... —tartamudeó Amanda—, Pero nunca he desvestido antes a un hombre...

—Yo tampoco tengo ninguna experiencia —le recordó él con una sonrisa cómplice — . Podríamos aprender juntos.

Amanda sonrió también.

—Eso sería maravilloso.

Bajó los ojos a la corbata y trató de desanudarla sin demasiado éxito.

—Deja, yo lo haré —se ofreció Quinn riéndose. Con un hábil movimiento se deshizo de ella en un instante—. El resto te toca a ti —le dijo a la joven con una sonrisa picara.

Los dedos de Amanda, que con tanta pericia recorrían el teclado, estaban de pronto temblorosos por el nerviosismo, pero poco a poco fue abriendo la camisa. Pronto quedó al descubierto el tórax musculoso, de piel aceitunada bajo una mata de denso y rizado vello negro.

La joven posó las palmas de sus manos al masculino torso, admirándose de la fuerza con que le latía el corazón. Lo miró a los ojos.

—¿No te me estarás poniendo vergonzosa? —sugirió Quinn suavemente.

—Un poco. Hasta ahora, cada vez que un hombre se me acercaba a medio metro salía corriendo —confesó la joven —. Los tipos a los que estoy acostumbrada no se parecen nada a ti. La mayoría de ellos son unos donjuanes, con un gran número de conquistas a sus espaldas. Para ellos el sexo es algo tan normal como tomarse un caramelo —se quedó callada un momento—. Pero para mí esta intimidad es algo nuevo

— le dijo sonrojándose un poco.

—Para mí también —asintió Quinn. Su pecho subía y bajaba por la excitación del momento. Le acarició la cabeza—, ¿Por qué no te sueltas el pelo, Amanda? —le pidió—. Llevo días soñando con ello.

—¿Con que me soltara el pelo? —inquirió ella entre divertida e incrédula.

Deshizo la trenza y lo abrió, encantada al ver la fascinación en el rostro de Quinn. Él inclinó la cabeza y la besó en la garganta, a través del pelo, y la atrajo hacia sí.

—Tu cabello huele a flores... —susurró.

La joven se relajó con un suspiro, frotando el rostro contra el hueco del cuello de Quinn, y enredó los dedos en el vello del pecho.

—... Y es tan sedoso... —continuó el ranchero. La tomó por la barbilla y le hizo alzar el rostro hacia él, tomando sus labios en el silencio del estudio. Quinn gimió suavemente cuando ella le dejó entrar en su boca. Tomó a la joven por los brazos y la hizo girarse un poco, colocándola a horcajadas sobre él, de modo que sus senos quedaron pegados contra su pecho, y su mejilla contra su hombro.

Quinn sabía a tabaco y café, pensó Amanda, y era muy apasionado. Le rodeó el cuello con los brazos y se apretó un poco más contra él, notando de pronto su creciente excitación al moverse hacia sus caderas.

Quinn emitió un gemido gutural. Los dos abrieron los ojos y se miraron largo rato, ella bastante sonrojada.

—Lo siento —murmuró él, como si aquella natural reacción física lo avergonzara.

—No, Quinn —lo tranquilizó ella estremeciéndose un poco—. No tienes por qué disculparte. Me... me gusta saber que me deseas —susurró, bajando la vista a los labios de él—. Es solo que... no lo esperaba.

Nunca antes había hecho esto con nadie.

El pecho de Quinn se hinchó de orgullo ante esa confesión.

—Me alegro —dijo—, pero lo que siento por ti no es solo físico.

La joven apoyó la cabeza en su hombro y sonrió.

—Para mí tampoco es solo algo físico —admitió acariciando su rostro y deteniéndose en los labios. Le encantaba el olor de su cuerpo, su calidez, su fuerza...—. ¿Verdad que esto es increíble? —le preguntó riendo suavemente—. Quiero decir, que estemos tan verdes a nuestra edad...

Quinn se rio también.

—Nunca me ha importado menos el no tener ninguna experiencia —murmuró.

—Tampoco a mí —le aseguró ella suspirando feliz.

La mano de Quinn acarició el hombro de la joven, bajó hasta la cintura y ascendió después hacia sus costillas. Ansiaba tocarle el pecho, pero se detuvo, pensando que quizá fuese ir demasiado lejos y también que era demasiado pronto.

Amanda sonrió al verlo dudar y, mirándolo a los ojos, tomó su mano y la puso sobre uno de sus senos, entreabriendo los labios ante la deliciosa sensación que aquel contacto provocó en ella. Sintió que su pezón se endurecía, y contuvo el aliento cuando el pulgar de Quinn comenzó a frotarlo en círculos.

—¿Has visto a alguna mujer... desnuda de cintura para arriba? —susurró Amanda.

—No, solo en las fotos de las revistas y en las películas —respondió él — . Me encantaría verte así y acariciar tu piel.

La joven tomó de nuevo su mano y la llevó a la hilera de botones de su blusa. Quinn fue desabrochándolos uno a uno y, tras sacar el último de su ojal, abrió la blusa. El sostén pareció dejarlo fascinado, y se quedó mirándolo largo rato, con el entrecejo ligeramente fruncido, como si estuviera tratando de averiguar cómo desabrocharlo.

—Lleva un enganche frontal —susurró Amanda, llevándose las manos al pecho para abrirlo.

Sus dedos temblaron al hacerlo, y cuando lo hubo conseguido, alzó los ojos para observar la expresión en el rostro de Quinn cuando descubriera sus senos palpitantes. Este contuvo el aliento extasiado.

—Dios mío —murmuró con verdadero fervor. La tocó con dedos temblorosos y los ojos fijos en las cumbres sonrosadas y erectas—. Dios mío, es lo más hermoso que he visto nunca...

Quinn la hacía sentir increíblemente femenina. La joven cerró los ojos y se arqueó hacia el brazo que la rodeaba, gimiendo suavemente.

—Bésalos... —le susurró con voz ronca, ansiando el tacto de su boca.

Él se inclinó, deleitándose en la fascinación de la joven ante sus besos y las caricias de su lengua. Sus manos la atrajeron aún más hacia sí. La piel de Amanda era tan suave al tacto como pétalos de flores, y temblaba bajo sus ardientes labios, mientras el aliento abandonaba la boca de la joven en pequeñas ráfagas intermitentes. Tenía los ojos cerrados; estaba abandonada al placer.

—Oh, Quinn... Esto es tan dulce... —gimió con la voz quebrada por la emoción.

Los labios masculinos abandonaron sus senos para ir ascendiendo hasta llegar a su garganta, mientras la atraía contra su pecho. Quinn la sintió estremecerse antes de que ella le rodeara el cuello con los brazos y se apretara más contra él, frotándose y dejando escapar un glorioso gemido.

Entonces se detuvo y abrió los ojos, sendos estanques de oscuras y serenas aguas, el cabello cayéndole desordenadamente sobre los hombros y las mejillas arreboladas. Estaba tan hermosa que volvió a robarle el aliento a Quinn, que se quedó allí sentado, admirándola y devorándola con la mirada. Amanda se quedó quieta, sin apenas respirar por miedo a romper el hechizo del momento.

—Estos recuerdos me sustentarán durante el resto de mi vida —susurró él.

—A mí también —murmuró Amanda. Extendió las manos para acariciarle el rostro—. No deberíamos haber hecho esto —dijo sintiéndose culpable—, hará que mi marcha sea más difícil.

Quinn le impuso silencio besándola suavemente.

—Vivamos solo el presente —le dijo—. Además, aunque tengas que marcharte, no permitiré que te alejes de mí para siempre. No, no dejaré que te vayas.

Los ojos castaños de Amanda estaban llenos de lágrimas, que empezaron a caer por sus mejillas antes de que pudiera contenerlas. Quinn la miró preocupado.

—¿Qué ocurre? —inquirió tomando su rostro entre sus manos.

—Nadie antes me había hecho sentirme querida —le explicó ella, logrando esbozar una sonrisa entre las lágrimas—. Durante toda mi vida siempre me ha parecido que estaba de más en todas partes.

—Aquí no estás de más. Ahora este es también tu hogar.

Amanda suspiró y se acurrucó contra él, cerrando los ojos para concentrarse en la deliciosa sensación de piel contra piel y en el latido de su corazón. Quinn la tomó de la barbilla y volvió a besarla con fruición.

Pronto volvieron a estar enredados el uno en el otro, pero de repente, ella se notó temblar y se apartó un poco de él, algo asustada ante esas reacciones que no comprendía.

—Es deseo —le susurró Quinn, acariciándole el pecho y mirándola a los ojos—. Me deseas tanto como yo te deseo a ti, ¿no es cierto, Amanda?

—Sí, sí... —gimió la joven cerrando los ojos.

Sin embargo, la mano de Quinn se detuvo. La joven abrió los ojos.

—No podemos hacerlo, Amanda, no de este modo. Yo... soy un hombre chapado a la antigua —dijo dejando escapar un profundo suspiro.

La joven estaba temblando aún más ante la idea de interrumpir aquella escalada de placer. ¿Por qué? Sintió deseos de decirle que mandara la honorabilidad a paseo, pero Quinn la abrazó y le susurró dulcemente:

—Agárrate a mí, cierra los ojos y respira. Pasará pronto.

La joven hizo lo que le decía. No podía comprender cómo iba a apagarse aquel fuego que la consumía cuando sus senos estaban pegados a su cálido tórax, pero al cabo de unos segundos la ansiedad empezó a diluirse, hasta que los temblores desaparecieron por completo con un profundo suspiro que exhalaron sus labios.

—¿Cómo puedes saber tanto si nunca has...? —inquirió curiosa.

—Ya te lo dije —murmuró riéndose—, leí un libro que... bueno, la verdad es que he leído varios. Pero, Dios mío, leer acerca de ello no puede siquiera compararse con esto.

Amanda se rio también y, dejándose llevar por un impulso malicioso, lo mordió en el hombro derecho a través de la tela de la camisa. Quinn se estremeció. —No hagas eso —murmuró con voz ronca. La joven alzó el rostro, y se quedó fascinada por la expresión que vio en su rostro.

—¿Te ha gustado que te haya...? ¿Te he excitado? —Sí —asintió él con una sonrisa—, demasiado —bajó la vista a su pecho—. Y también me excita ver tus senos desnudos, pero creo que es mejor que paremos mientras aún podamos.

Tomó las copas del sostén y lo abrochó, abrochándole seguidamente la camisa.

—¿Decepcionada? —adivinó al mirarla a los ojos—. Yo también querría haber seguido, Amanda. Cada noche sueño contigo, con que hacemos el amor, pero...

La joven también lo había imaginado varias veces, y lo imaginó en ese momento, el musculoso cuerpo bronceado de Quinn moviéndose suavemente sobre el suyo, bajo las sábanas blancas...

—Oh, Quinn, pero yo quiero que lo hagamos —gimió besándolo con exquisita ternura.

—Y yo —asintió él — . No dejo de verte en mi cama, rodeándome con los brazos, el colchón crujiendo bajo nosotros... —alzó el rostro hacia ella con la respiración entrecortada—. Te haría daño, siendo la primera vez, y no estoy seguro de...

—Pero solo sería un momento —murmuró ella—, y lo soportaría... sabiendo el placer que vendría después

—Oh, Dios, te daría placer hasta que quedaras exhausta —dijo él con adoración, tomando su rostro entre sus manos y besándola—. Pero ahora debes irte a la cama, Amanda, antes de que acabe doblado de dolor por contener la excitación.

La joven sonrió contra sus labios, y dejó que él la pusiera en el suelo. Al hacerlo, se tambaleó ligeramente y Quinn tuvo que sujetarla.

—¿Te das cuenta de hasta qué punto me afectas? —murmuró—. Me haces sentir mareada.

—Seguro que no tanto como tú a mí —replicó Quinn acariciándole el cabello y mirándola con adoración

—. Buenas noches —murmuró.

La joven se apartó de él con desgana y sin dejar de mirarlo a los ojos.

—¿De verdad que nunca antes habías hecho esto? — inquirió entornando los ojos—. Para ser un principiante has estado muy bien.

—Lo mismo digo —contestó él con una sonrisa maliciosa.

Amanda se quedó observándolo un instante: el cabello deliciosamente revuelto, los labios hinchados por los apasionados besos, la camisa arrugada... Caminó de espaldas hacia la puerta, sin dejar de mirarlo, fascinada.

—Yo que tú echaría el pestillo de tu puerta —susurró Quinn.

La joven se rio encantada.

—Oh, no, tú sí que deberías hacerlo... como la otra noche —repuso con una sonrisa picara.

Quinn se frotó la nuca incómodo al recordar aquella niñería.

—Lo siento, aquello fue un golpe bajo.

—No, no, en realidad me sentí halagada —le aseguró Amanda entre risas—. Nunca en toda mi vida me había sentido tan peligrosa. Ojalá tuviera uno de esos negligés de seda negra.

—¿Quieres salir de aquí de una vez? —insistió Quinn riéndose también—. Si no te marchas soy capaz de lanzarme sobre ti como una fiera y hacerte el amor.

—¿Con Elliot en el piso de arriba? —inquirió ella enarcando una ceja de forma seductora—. Por favor, caballero, pensad en mi buena reputación.

—Es exactamente lo que estoy intentando hacer, pero si no te vas inmediatamente... —dijo fingiendo que iba a levantarse y saltar sobre ella.

—Está bien, está bien —murmuró ella entre suaves risas—. Ya me voy —abrió la puerta y se detuvo a mirarlo con el pomo en la mano—. Buenas noches, Quinn.

—Buenas noches, Amanda. Dulces sueños.

—Lo serán a partir de ahora —asintió ella. Cerró despacio !a puerta tras de sí, y subió las escaleras en silencio para no despertar a Elliot ni a Harry.

Solo cuando estuvo a solas en su habitación tuvo plena conciencia de lo que había hecho, y de los problemas que podía causar. Ella no era libre, era Mandy Callaway, la cantante de un grupo de rock de éxito internacional. Se estaba enamorando de Quinn y él de ella, pero, ¿qué diría cuando se enterara de quién era en realidad?, y, más aún, ¿cómo se lo tomaría cuando supiese que le había mentido, que le había ocultado la verdad? Gimió enfadada consigo misma mientras se ponía el camisón. No quería ni pensarlo.

Había pasado en un instante del cielo al infierno.