Capítulo 17

Noelle apenas alcanzaba a ver por dónde iba por culpa de las lágrimas. Jamás se había sentido tan desconsolada, pero justo cuando iba a doblar la esquina, alguien la detuvo desde atrás, le quitó la maleta de la mano y la dejó en el suelo junto a ella; antes de que pudiera reaccionar, hicieron que se girara, y un par de brazos cálidos y fuertes la alzaron del suelo por completo al abrazarla y apretarla contra un ancho pecho masculino.

Jared la miró a los ojos, y le dijo con voz firme:

–No vas a marcharte a ningún lado –dio media vuelta, y empezó a desandar el camino.

–Mi maleta… –alcanzó a decir ella, sin demasiadas fuerzas.

–Ya nos la devolverá quien se la encuentre; si no es así, tampoco se habrá perdido gran cosa.

–¡Se le ha caído la maleta, señora Dunn! –dijo tras ellos una voz afable.

–Guárdesela a mi esposa –contestó Jared, por encima del hombro.

–¡Sí, señor!

–¿Adónde me llevas? –masculló, enfurruñada, mientras se secaba las lágrimas–. ¡La pierna se te va a resentir! Ya está prácticamente curada, y no tendrías que obligarla a cargar con tanto peso.

–Qué manía con sermonearme, eres una mandona –murmuró, sin mirarla. La verdad era que le encantaba que se preocupara por él.

–Bájame, desvergonzado.

–Cuando lleguemos a casa.

–¡Jared!

En esa ocasión, sí que bajó la mirada hacia ella, y la forma en que la miró la ruborizó. Noelle sintió que el corazón le latía desbocado ante la intensa expresión de aquellos ojos azul claro, y se rindió sin protestar. Curvó el cuerpo contra el suyo como si estuvieran hechos para encajar el uno con el otro, y se aferró a su cuello con fuerza.

Jared se estremeció y sus brazos se tensaron a su alrededor, y a ella le pareció oírle gemir cuando la acercó un poco más.

–No estoy dispuesta a vivir con un desconocido que no comparte conmigo nada de sí mismo.

–Shhh… –le susurró él al oído.

Ella hundió el rostro en su cuello, y le dijo:

–Sería mejor que dejaras que me fuera.

–¿Mejor para quién?, me cortaría un brazo antes que perderte.

Ella se sobresaltó al oír algo bajo aquella aparente aspereza, cierto matiz extraño que jamás había oído en su voz.

–¿Qué pasa, Noelle? ¿Te has quedado sin palabras? Qué raro, hace un momento has hablado muy claro. Ya estamos aquí.

Jared recorrió el caminito que conducía a la casa, subió los escalones, y la señora Pate, que los había visto llegar, les abrió la puerta sonriente.

–¿Les sirvo un café, señor?

–No, aún no.

–Su abuela está recostada.

–No la moleste. Noelle, querida, vamos a tener que procurar no alzar demasiado la voz para no incomodarla –esbozó una sonrisa burlona, y la llevó hacia la sala de estar–. Señora Pate, cierre la puerta tras nosotros, por favor.

–Por supuesto, señor Jared.

Noelle estaba cada vez más desconcertada. La puerta se cerró con firmeza mientras Jared la llevaba hacia el largo sofá forrado de terciopelo, y después de tumbarla allí sin contemplaciones, se cernió sobre ella con ojos relucientes.

Ella permaneció inmóvil, expectante, mirándole con los ojos como platos, y al cabo de un largo momento, él dijo con voz ronca:

–Eres una fierecilla, tendría que darte unos buenos azotes.

Noelle tragó con fuerza mientras iba pensando en todos los argumentos que podía usar para defenderse, pero al cabo de unos segundos se dio cuenta de que no eran necesarios, porque él se inclinó hacia delante y le cubrió la boca con la suya en un beso lento y lleno de ternura. Ella se tensó por un instante, pero se derritió de inmediato y alzó los brazos para aferrarse a su cuello.

Al sentir el contacto de aquel pecho contra el suyo, mientas aquella boca la instaba a abrir los labios y sentía la caricia de su aliento, mientras él la besaba con una pasión desatada, Noelle se dio cuenta de que ni siquiera cuando habían hecho el amor la había besado así.

Él enmarcó su rostro entre las manos, y empezó a salpicar sus labios de pequeños besos que fueron ganando intensidad y encendiéndola de pasión. Soltó un gemido gutural, y antes de que ella pudiera reaccionar, la tumbó en la alfombra y la cubrió de pies a cabeza con su cuerpo mientras seguía devorándole la boca. Empezó a soltarle el pelo con frenesí, y hundió las manos ansioso en aquella larga melena de pelo caoba.

–Así que pensabas dejarme, ¿verdad? Inténtalo, Noelle. La próxima vez, ni siquiera llegarás a la puerta –dijo, jadeante, contra sus senos.

Ella se había quedado sin aliento. Abrió la boca para responder, pero abandonó el intento cuando él volvió a besarla; en cualquier caso, su mente no estaba lo bastante despejada como para hilar frases. Alzó las manos hacia su nuca, hundió las manos en su espeso pelo, y sonrió contra sus labios mientras aquel cuerpo poderoso se movía contra el suyo.

Jared alzó un poco la cabeza para recobrar el aliento, y la miró con ojos llenos de deseo.

–No voy a detenerme, Noelle –le metió las manos bajo la falda, y añadió–: ¡Venga, ríete ahora!

–Pero no… ¡no podemos hacerlo aquí! –oyó el tintineo de una hebilla metálica que chocaba contra el suelo, y de la boca que cubría sus labios salió una carcajada.

Jared se adueñó de su boca justo cuando la penetró. Ella jadeó y soltó una exclamación ahogada, pero alzó las caderas en una clara invitación, y gimió estremecida mientras el ritmo rápido y frenético de sus embestidas borraban de su mente los recuerdos de la vez anterior. No sentía dolor alguno, sino un placer indescriptible…

Sollozó bajo sus labios mientras el éxtasis la recorría en enormes oleadas que fueron ganando intensidad, y pensó que su cuerpo iba a explotar en mil pedazos. Él siguió aferrándola con fuerza, alzándole las caderas enfebrecido, y soltó la risa gutural de un depredador al sentir que la tensión que la embargaba estallaba de golpe mientras la suya propia alcanzaba un punto álgido. Aún seguía riendo cuando sintió que salía despedido hacia el sol y su cuerpo se convulsionó en un glorioso estallido de placer.

Noelle yació temblorosa en sus brazos, aferrándose a él, mientras el sol entraba por las ventanas a través de las cortinas de encaje y proyectaba rosas de luz sobre su cuerpo. Tenía las uñas hundidas en los brazos de su marido a través de la chaqueta, y su acalorado cuerpo parecía palpitar de pies a cabeza.

Él se encargó de poner bien la ropa y volver a abrochar los cierres, pero siguió sujetándola contra su cuerpo y fue salpicando de tiernos besos sus acaloradas mejillas, sus ojos y sus labios.

Cuando Noelle abrió los ojos al fin, se dio cuenta de que no parecía nada arrepentido de lo que acababa de ocurrir, que era un acto atrevido y de sórdidas dimensiones.

–Soy un bruto –le dijo él, sonriente–. Adelante, seguro que a ti se te ocurren varios adjetivos más.

Ella bajó la mirada, y vio lo arrugados que estaban tanto su propio vestido como la camisa blanca de Jared; al recordar cómo se había aferrado a él, se puso roja como un tomate.

–¿Te he dejado sin habla? –se inclinó para rozarle los labios con los suyos, y soltó una carcajada antes de instarla a que se tumbara de espaldas por completo; mientras se cernía sobre ella, en sus ojos ardían un sinfín de sentimientos que no sabía cómo expresar con palabras.

Era cierto que Noelle se había quedado sin habla, pero incluso una ciega habría sabido descifrar lo que estaban diciéndole aquellos ojos azules. Los subterfugios y los disimulos habían quedado atrás, y él estaba abriéndose por completo y mostrándole todo lo que sentía por ella.

Noelle alzó la mano, y le acarició la boca con la punta de los dedos antes de susurrar:

–Te amo, Jared.

–Sí –su sonrisa se desvaneció mientras la observaba con una mirada penetrante. Le echó hacia atrás el pelo, que estaba húmedo y desmadejado, y admitió–: Te habría dejado marchar, incluso con Andrew, si eso hubiera sido lo que querías realmente.

–No lo era, Jared. Lo que quiero es permanecer siempre a tu lado. No estoy enamorada de Andrew, y tu pasado no supone ninguna diferencia para mí.

Él respiró hondo, y empezó a trazar con un dedo su nariz y sus labios antes de admitir:

–Para mí sí; al principio, no sabía si podrías aceptarlo. A veces tengo pesadillas, por eso no quise quedarme contigo la noche en que hicimos el amor… ni ayer, aunque estaba deseando hacerlo.

–Yo también solía tener pesadillas después de lo de la inundación; si dormimos juntos, podremos reconfortarnos el uno al otro.

Él soltó una pequeña carcajada, y dijo sonriente:

–Tienes toda la razón.

Noelle hizo una pequeña mueca cuando se estiró y notó lo agarrotados que tenía los músculos después de lo que acababa de pasar; alzó los ojos hacia él, miró a su alrededor y no pudo evitar ruborizarse.

Él esbozó una sonrisa traviesa, y susurró:

–Sí, ya lo sé, lo que hemos hecho es escandaloso… en el suelo, y a plena luz del día. Pero no podía esperar hasta llevarte arriba.

Aquel hombre dinámico, impulsivo, juguetón y poco convencional le resultaba tan extraño, que le costaba creer que fuera su marido. Estaba fascinada.

–He perdido el control, Noelle –admitió, mientras trazaba sus hinchados labios con la punta de un dedo–. Hacía muchísimo tiempo que no me pasaba.

–Eh… claro, en fin, supongo que… –su mirada la dejó sin aliento, y admitió–: Me ha encantado –sintió tanta vergüenza, que ocultó el rostro en su cuello.

Él se conmovió tanto con su reacción, que se echó a reír y la abrazó con fuerza mientras disfrutaba de una sensación de paz embriagadora.

–Me torturaba necesitarte tanto y pensar que era a Andrew a quien querías, y hoy, en la calle, pensé que me rechazarías después de ver el enfrentamiento –la apretó con más fuerza contra su cuerpo, y añadió emocionado–: Pero viniste hacia mí sin vacilar, no sentiste ni el más mínimo temor.

–A diferencia de todos los demás –comentó, muy seria, al recordarlo–. La gente que estaba allí te temía, pero lo único que me daba miedo a mí era que aquel hombre pudiera matarte.

–Me parece que estás olvidando que habría matado a Garmon si él hubiera intentado dispararme de nuevo, lo habría hecho sin pensármelo dos veces y sin conciencia alguna.

Ella se sentó en la alfombra, y le miró con una expresión serena y llena de amor.

–¿De verdad que no ves lo diferente que eres de un hombre como Garmon? –le acarició la cara con ternura antes de añadir–: Tú eras lo único que se interponía entre el señor Clark y una muerte segura. No lo has hecho para ganar dinero ni para ganar fama, lo único que te importaba era salvar a un hombre inocente. Está claro que no eres un hombre sin conciencia, Jared.

Él respiró hondo, y se llevó su mano a los labios antes de decir con tristeza:

–Pero en otros tiempos sí que lo fui. De joven, cuando vivía en Dodge City, me lie con Ava, una de las chicas de la taberna –se detuvo por un instante, y añadió pesaroso–: Supongo que no hace falta que te diga la clase de relación que tuvimos. Yo era muy joven e impresionable, y pensaba que estaba enamorado; cuando ella apareció un día magullada y me dijo que la habían violado y la habían obligado a cometer un robo, la creí sin más y fui a por el vaquero en cuestión, le reté a un duelo y le maté. Después me enteré de que ella había mentido, de que me había utilizado para vengarse de aquel hombre porque él la había rechazado –en su rostro se reflejaba cuánto le dolía aquella confesión–. Empecé a beber, y perdí la razón. Me metí en una pelea tras otra, hasta que al final me uní a una banda de forajidos. Un ranger de Texas me obligó a recobrar la sobriedad, me devolvió a rastras al buen camino, y me convenció de que aportara pruebas contra los miembros de la banda. Le ayudé a perseguirlos y casi todos murieron… sólo quedó uno con vida, pero le atraparon y acabó muriendo en la cárcel. Yo me uní a los rangers y estuve trabajando con ellos en la frontera, en la zona de El Paso.

–Comentaste que estuviste también en la caballería –estaba fascinada por lo que estaba contándole, y supo de forma instintiva que él ni siquiera se había sincerado así con la señora Dunn.

Él esbozó una sonrisa antes de contestar:

–Sí, pero sólo durante dos años. Formé parte de las tropas que se enfrentaron a Gerónimo en el ochenta y cinco y en el ochenta y seis, pero me harté de las reglas y las regulaciones, así que lo dejé y regresé a los rangers; poco después, mi madre enfermó y me rogó que fuera a verla. Ella se había casado con el padre de Andrew varios años antes, y pensaba que yo aún seguía siendo un forajido. Me rogó que me fuera a estudiar Derecho, y yo acepté para que muriera tranquila. No podía romper la promesa que le había hecho a mi madre en su lecho de muerte, y además, la vida de un ranger se parecía bastante a la de un forajido en aquel entonces. Volví a alistarme cuando estalló la Guerra Hispano-Norteamericana, pero sólo serví en Cuba y durante muy poco tiempo, había pedido una excedencia en el bufete.

–El señor mayor de la estación me ha dicho que fuiste capitán en los rangers, debías de ser muy bueno en tu trabajo para conseguir ascender tanto.

–No tenía ninguna motivación para vivir, nada que perder. Tenía la muerte de un vaquero inocente en la conciencia, y había sufrido la traición de una mujer. Supongo que me volví muy temerario.

–¿Es eso lo que sentías hoy?, ¿que no tenías nada que perder?

Él fijó la mirada en sus labios, y admitió con sinceridad:

–Sí –cuando alzó la mirada y vio su expresión, se apresuró a explicarse–. Pensaba que estabas enamorada de Andrew, estaba convencido de que él había regresado a casa por ti. Mi vida no tenía sentido sin ti, no tenía nada que perder… al menos, eso era lo que yo pensaba –la miró con ojos llenos de emoción, y dijo con voz ronca–: No sabía que me amabas, jamás soñé siquiera que pudieras hacerlo.

–Da la impresión de que aún te cuesta creerlo –comentó ella, con una pequeña sonrisa.

–Eres una mujer delicada y no estás familiarizada con la violencia, pero yo he convivido con ella desde niño; de hecho, incluso en las salas de los juzgados se viven situaciones tensas. ¿Recuerdas que te conté lo del enfrentamiento que había tenido por culpa de un caso en Terrell, en el territorio de Nuevo México? Te dije que había disparado a un hombre, pero omití que había sido en un duelo.

Ella contuvo el aliento, y le miró horrorizada. ¡Habrían podido matarle!

Jared le tomó la mano, y la puso contra su propio pecho antes de decir:

–Ha habido otros incidentes a lo largo de los años, pero no demasiados. El mundo en que vivimos cada vez es más civilizado, pero aún hay lugares sin ley y hombres acostumbrados a resolver sus disputas a punta de pistola. La violencia seguirá siendo una amenaza constante en el Oeste hasta que ya no haya más personas así, tú misma has presenciado el comportamiento de Garmon. He conocido a montones de tipos como él, bravucones que se quedaron estancados en el mundo de hace veinte años y creen que pueden seguir viviendo sin obedecer regla alguna.

Noelle se mordió el labio antes de decir:

–Ya sabes que no soy ninguna cobarde, pero me moriría si te perdiera, Jared.

Él se sentó a toda prisa, y la abrazó con todas sus fuerzas; al cabo de unos segundos, la miró con una expresión de lo más posesiva y admitió con voz ronca:

–Y yo me moriría sin ti, cariño. No aceptaré ningún caso más fuera del estado, y te juro que no participaré en más enfrentamientos armados.

–Nunca juras en vano –susurró, mientras restregaba el rostro contra su cuello y se aferraba a él.

–No.

–¿Te resultará muy duro tener una esposa y una familia? –preguntó, con los labios rozándole el cuello.

Él soltó una suave carcajada antes de contestar.

–No, no creo que… –se puso tenso de golpe, y le acarició el pelo con actitud vacilante–. ¿Una… una familia?

Noelle le miró a los ojos y asintió.

Dio la impresión de que él dejaba de respirar por un largo momento. Posó la mano en su cabeza, y la atrajo hacia sí antes de susurrar:

–¿Estás embarazada?

Ella sonrió contra su cuello.

–No lo sé. Sólo han pasado unos días y aún es pronto para saberlo con certeza, pero es muy posible. Apenas puedo desayunar, y llevo dos días con náuseas matutinas. No creo que sea por algo que haya comido. La señora Pate se ha dado cuenta de lo que me pasa, y me ha dicho que hay mujeres que tienen náuseas desde el día en que conciben.

Jared cerró los ojos, y le recorrió una oleada de felicidad que le estremeció. La apretó contra su cuerpo en un gesto protector.

–Aún es muy pronto para saberlo, Jared, pero… ¡ojalá sea así!

–Cariño mío… –susurró, embargado de emoción.

No hacía falta preguntarle si se sentía complacido. Noelle cerró los ojos, y se acurrucó sonriente contra él. Horas antes pensaba que todo estaba perdido, y de repente, tenía por delante un futuro lleno de felicidad.

Al cabo de un largo momento, Jared le besó los párpados y susurró:

–Qué final tan maravilloso para un día que empezó tan lleno de angustia. Ven, vamos a decirles a los demás que te quedas –después de ayudarla a levantarse, recogió del suelo las horquillas que le había quitado del pelo y se las dio sonriente.

Ella se echó a reír. Sabía que, en el pasado, la habría incomodado que la viera en semejante estado de desarreglo, pero en ese momento se sentía en la gloria. Lo miró con una sonrisita traviesa, y comentó:

–Estamos casados y acabamos de hacer las paces después de un terrible desacuerdo, así que seguro que no se sorprenden.

Él le devolvió la sonrisa.

–No, no se sorprenderán si no les contamos toda la verdad.

Noelle se echó a reír, y en sus ojos verdes se reflejó un amor que resultaba casi cegador. Él la tomó de la mano, y salieron juntos de la sala de estar.

A nadie le sorprendió la noticia. Noelle formaba parte de la familia, y lo impactante había sido su decisión de regresar a Galveston. Durante la cena reinó un ambiente alegre y distendido, fue toda una celebración, y Jared le dijo sin palabras cuánto la amaba con cada una de sus miradas.

La señora Dunn y la señora Pate intercambiaron más de una mirada de diversión, porque el comportamiento de la pareja revelaba sin lugar a dudas cuánto se amaban; además, Noelle había vomitado aquella mañana, así que había que empezar a tejer ropa de bebé y a comprar mobiliario adecuado. ¡Cuántas cosas maravillosas tenían por delante!

Noelle salió por la puerta trasera de la cocina después de cenar, para echarle un vistazo a las plantas antes de que oscureciera, y al cabo de unos minutos volvió a entrar a toda prisa, sujetando el delantal con ambas manos y con el rostro radiante.

–¡Mirad! –le dijo a todos, con una sonrisa triunfal.

En el delantal había cuatro tomatitos rosados, perfectos en todos los sentidos.

Jared se limitó a sonreír, y bajó la mirada hacia su cintura mientras pensaba emocionado en otra simiente que quizás estaba dando ya sus frutos. Ya no le costaba imaginarse a sí mismo como padre de familia; de hecho, estaba deseando serlo.

Noelle adivinó por su expresión lo que estaba pensando, y se echó a reír llena de felicidad. En los ojos de Jared se reflejaba el futuro, y era brillante y hermoso.

Meses después, mientras pequeños copos de nieve enharinaban las calles en la mañana del día de Navidad, Noelle yacía entre los brazos de su marido, saboreando la calidez de su cuerpo musculoso. Andrew y la encantadora señorita Beale se habían casado una semana antes, y a raíz de la unión de las dos familias, Terrance Beale visitaba con asiduidad la casa. A Noelle le caía muy bien, porque en muchos aspectos, era un hombre muy parecido a su adorado marido.

–Feliz cumpleaños –susurró Jared, antes de sacar un paquetito del cajón de la mesita de noche.

Después de dárselo, se recostó en las almohadas para ver cómo lo abría, y al ver que Noelle contenía el aliento al ver el precioso angelito de oro puro que había dentro, comentó:

–Eres tú –lo dijo en tono de broma, pero en la mirada que se reflejaba en sus ojos azules no había ni rastro de humor… era una mirada intensa, y que rebosaba amor–. Representa lo que eres para mí, lo que siempre serás: mi ángel.

Ella lloraba cada dos por tres últimamente debido al embarazo, pero en esa ocasión las lágrimas que derramó eran de dicha, porque jamás había soñado siquiera que llegaría a ser tan feliz. Se inclinó hacia él, con la larga melena de pelo cayéndole sobre los hombros, y le dio un beso reverente.

–Lo guardaré para nuestro hijo –susurró, con una sonrisa, mientras se llevaba la mano a su abultado vientre–. Será el comienzo de una tradición familiar, quizás algún día él se lo regalará a la mujer de la que se enamore.

Él deslizó una mano por su suave piel, arrobado. Aún le costaba creer lo afortunado que era.

–Noelle… sabes lo que siento por ti a pesar de que nunca te lo he dicho con palabras, ¿verdad?

–Me lo dices cada vez que me miras, cada vez que me tocas; algunas emociones son tan fuertes, que no hace falta expresarlas con palabras.

–Nunca imaginé que podría llegar a sentir algo tan poderoso. Has cerrado las viejas heridas, has hecho que desaparezcan las pesadillas, y llenas de felicidad todos mis días –le tomó la mano libre, la que no sujetaba el angelito contra sus senos, y se la llevó a los labios–. Te amo más que a mi vida. Te amaré hasta el día en que me muera, Noelle.

Ella sintió que se le formaba un nudo de emoción en la garganta. Tiró de él para que apoyara la cabeza contra sus senos, y lo sujetó contra sí mientras salpicaba de dulces besos su pelo. Podría haber respondido cien cosas distintas, pero la felicidad que rebosaba de su corazón la había dejado sin habla. Le instó a que alzara un poco la cabeza, y le dio un beso cálido y lleno de amor que fue respuesta más que suficiente. Notó que él sonreía contra su boca, y mientras la nieve empezaba a caer con más fuerza en el exterior, sintió que tenía tanto la Navidad como el futuro en sus manos y en su corazón.

FIN