Capítulo 2
La primera mañana de Jared en casa estuvo marcada por la lluvia. Se acercó a la ventana del comedor mientras esperaba a que Ella Pate, la señora que ocupaba el puesto de ama de llaves y que se encargaba de cocinar y de hacer la colada, sirviera el desayuno. La elegante casa estaba muy bien cuidada y contaba con todas las comodidades modernas, incluyendo un cuarto de baño enorme con una instalación de agua corriente.
El rosal que había justo al otro lado de la ventana estaba en plena flor, pero él no era consciente ni de las rosas ni de las gotas de lluvia que bajaban por el cristal de la ventana. Tenía los ojos centrados en el pasado, un pasado que había resurgido en su mente por el hecho de estar de nuevo en Fort Worth.
Aquélla no era la casa donde habían vivido su madre y su padrastro, no era el lugar donde había muerto su madre; aun así, estar con su abuela había sacado a la luz dolorosos recuerdos del pasado, y eso era algo que no esperaba.
–Las rosas están preciosas, ¿verdad? –comentó la señora Pate–. El viejo Henry nos las cuida, aunque a la señorita Brown le gusta trabajar en el jardín vestida con un mono de hombre cuando él está descuidado. Esa muchacha tiene buena mano con las plantas.
A Jared no le pasó desapercibida la sequedad de su voz, y no pudo evitar esbozar una sonrisa al imaginar cómo iba a reaccionar una población tan conservadora como aquélla al ver en plena calle a una muchacha vestida con ropa de hombre. Se preguntó qué otras cosas se le daban bien a la joven, pero no dijo ni una palabra. Noelle había estado viviendo en la pobreza, y aún estaba por ver si había decidido mudarse a Fort Worth para intentar mejorar su situación.
Su abuela entró en ese momento al comedor seguida de la joven en cuestión, y sonrió al verle.
–Buenos días, Jared. ¿Has dormido bien?
–Sí, gracias –al ver que Noelle ayudaba a su abuela a sentarse, se preguntó si lo hacía por amabilidad o todo era puro teatro.
–Gracias, querida –dijo su abuela–. El desayuno tiene una pinta deliciosa, Ella.
–Espero que el sabor sea igual de bueno –le contestó la señora Pate, sonriente.
–Pásame tu taza, Jared, ya te sirvo yo.
Al darle la taza a su abuela, su mirada se desvió hacia Noelle, que tenía los ojos fijos en la ventana y parecía sumida en sus pensamientos.
–¿En qué está pensando, señorita Brown?
Ella se sobresaltó un poco, y se volvió hacia él de golpe. Se enfadó consigo misma por reaccionar como una colegiala, y se limitó a espetar:
–Estaba preguntándome si Andrew llegará hoy.
–Dijo que esperaba estar de regreso esta tarde. Se alegrará mucho al verte, Jared –comentó la señora Dunn.
–¿Eso crees? –le echó un poco de leche al café antes de añadir–: No estaba aquí cuando vine de visita la Navidad pasada –le había irritado sobremanera saber que, de no ser por su improvisada visita, su abuela habría pasado las fiestas sola.
–Estaba en Kansas City, visitando a unos amigos –la anciana prefirió no comentar que uno de dichos amigos era una mujer–. Tiene que pasar bastante tiempo fuera por culpa de su trabajo.
Jared tomó un sorbo de café y fue llenando su plato con las bandejas de huevos, salchichas, tomate y panecillos que su abuela fue pasándole. La señora Pate compraba cada semana mantequilla fresca, y había puesto un poco en un platito de porcelana festoneado con motivos florales. También había diversos tipos de conservas, mermeladas y gelatinas que su abuela y el ama de llaves habían hecho en verano y otoño, y él aprovechó para servirse dos cucharadas de la deliciosa mermelada de melocotón por la que tenía predilección.
–Ya pronto tendremos verdura fresca, el huerto está fantástico –comentó su abuela.
–Sí, es verdad –apostilló Noelle, con naturalidad–. He tapado las tomateras, aún son muy jóvenes y no quiero que las estropee una helada repentina.
–Henry me preguntó por qué había tan pocas malas hierbas.
La joven carraspeó un poco, y contuvo las ganas de mencionar que el viejo Henry estaba bebiendo mucho whisky últimamente. Lo había descubierto por casualidad, pero no quería hablar mal de él por miedo a que empeorara aún más la opinión que Jared tenía de ella. La familia entera parecía tenerle mucho apego al jardinero, aunque ella no compartía esa buena opinión, porque era obvio que no cumplía bien con sus obligaciones.
–He tenido un poco de tiempo libre, y…
–La señora Hardy me comentó que te había visto atareada en el jardín vestida con un mono de trabajo, Noelle. Creo que tu comportamiento no le parece digno de una dama.
–Me he criado en el campo, señora Dunn. He hecho de todo, desde ordeñar vacas hasta fregar suelos, y sería absurdo llevar un vestido largo en un suelo embarrado.
–Te entiendo, pero aquí debes ser más discreta. Henry está contratado para encargarse de las plantas.
Jared luchó por contener la risa. Su abuela había sido incorregible a la hora de encargarse del trabajo de los empleados cuando se había mudado a Fort Worth para vivir con su hija y con el esposo de ésta, y le había costado aprender a manejarse en sociedad. A lo mejor estaba intentando evitarle a la joven alguna de las dolorosas lecciones que ella había tenido que aprender.
–Le prometo que lo intentaré, señora Dunn –le contestó Noelle, con tono respetuoso, mientras pensaba para sus adentros que no estaba dispuesta a renunciar ni a la jardinería ni a su mono de trabajo.
Por alguna extraña razón que ni él mismo alcanzó a entender, Jared supo de inmediato que tras aquella aparente aquiescencia se ocultaba una férrea rebeldía.
–Te lo digo por tu propio bien, no quiero que tengas que aprenderlo por las malas –dijo su abuela, con voz suave–. Las murmuraciones y las malas lenguas pueden llegar a ser muy dañinas.
–No estoy acostumbrada a vivir tan a lo grande –comentó la joven.
–¿Esto le parece vivir a lo grande? –le preguntó Jared.
Noelle se sintió dolida por el sarcasmo que se reflejaba en su voz, y empalideció un poco antes de admitir con voz queda:
–Nunca he vivido en una casa con criados, señor Dunn –sacó la servilleta de debajo de los cubiertos al darse cuenta de que todos tenían las suyas en el regazo, y después de colocársela encima de la falda, miró con disimulo a la señora Dunn para ver cómo sujetaba el tenedor de plata.
A Jared le hizo gracia su comportamiento. Estaba dispuesta a aprender buenos modales, pero estaba claro que era demasiado orgullosa para pedirle a alguien que la enseñara.
–¿A qué se dedicaba su padre, señorita Brown?
Ella pinchó un poco de huevo con el tenedor, y se lo comió antes de contestar.
–Era carpintero.
–Al igual que su tío, ¿verdad? ¿Por qué es tan reacia a regresar a Galveston?, ¿le da miedo el agua? La inundación ocurrió hace más de año y medio, y tengo entendido que las autoridades están construyendo un dique marítimo para evitar que vuelva a pasar lo mismo en el futuro.
Galveston, el mar, la inundación, su familia… Noelle creía que los terribles recuerdos ya habían quedado atrás, pero su tío había insistido en regresar allí. Estaba empeñado en ir a vivir a casa de su hermanastro, en ganar dinero trabajando en lo que fuera mientras continuaba la reconstrucción de la ciudad, y a ella le había aterrado la idea de vivir en aquel lugar donde había presenciado escenas tan horribles de muerte, de la muerte de su familia. Recordarlo todo era un tormento, y regresar allí significaría tener que revivir aquel horror cada día de su vida, cada vez que fuera a comprar o a la iglesia.
No había podido contarle a nadie lo que había visto. Incluso Andrew, al que encontraba muy atractivo, se apresuraba a cambiar el rumbo de la conversación en cuanto ella sacaba el tema… resultaba extraño que alguien como él, un verdadero héroe de guerra, pudiera parecer tan aprensivo. Ella seguía sintiendo la necesidad de hablar de ello, porque a pesar del tiempo que había pasado, seguía viendo la imagen de los rostros desfigurados de sus padres…
–¿Señorita Brown? No puede ser que lo de la inundación siga perturbándola después de tanto tiempo, ¿tiene alguna razón oculta para no querer regresar a Galveston?, ¿está metida en algún problema? –al ver que su abuela hacía ademán de intervenir, Jared hizo un gesto con la mano para silenciarla. Miró a Noelle con una expresión penetrante y acerada digna de la sala de un juzgado, e insistió con voz firme–: Contésteme, ¿qué es lo que está ocultando? ¿Por qué prefiere ponerse a merced de un pariente lejano antes que volver a Galveston?
–Da la impresión de que me considera una criminal –le espetó ella, con voz acusadora.
Él se reclinó en su silla, y la contempló en silencio con ojos fríos y calculadores antes de contestar:
–En absoluto. Sólo quiero saber por qué prefiere vivir de mi caridad antes que cuidarle la casa a su tío, que ya es bastante mayor y seguro que va a pasarlo mal sin tenerla a su lado para que le ayude.
Noelle sintió que enrojecía de indignación, y aferró con fuerza la servilleta que tenía en el regazo mientras contenía a duras penas las ganas de lanzarle su vaso de agua. Aquel hombre era un petulante sabelotodo e insufrible, ¿quién se creía que era?
Se puso de pie temblando de furia, y le espetó:
–Mi tío tiene en Galveston a un hermano casado y con seis hijas, así que no van a faltarle cuidados y atenciones. ¡Si tanto le ofende mi presencia en esta casa, si cree que no hago nada para ganarme el sustento, no tengo inconveniente alguno en marcharme! –notó el escozor de las lágrimas en los ojos, y de repente se sintió tan abrumada y angustiada por aquellas acusaciones como por los recuerdos de Galveston. Lanzó la servilleta sobre la mesa, y se alzó un poco la falda mientras huía corriendo hacia el porche trasero.
Hacía mucho que no lloraba, pero Jared la había enfurecido y le había arrebatado el control férreo sobre sus propias emociones que tanto la enorgullecía. Lloró a lágrima viva hasta quedar temblorosa y con las mejillas empapadas, y se aferró a la baranda del porche mientras intentaba contener el líquido que amenazaba con salírsele de la nariz. Se hundió en su propio sufrimiento mientras la fina lluvia le acariciaba el rostro, mientras las gotas golpeteaban en el tejado de zinc. Acababa de hacerse un flaco favor, porque ya no tenía adónde ir; aun así, no estaba dispuesta a regresar a Galveston por nada del mundo, no podían obligarla…
–Tenga.
Se sobresaltó al ver que una mano firme y bronceada le ofrecía un inmaculado pañuelo blanco de lino, y se lo pasó por la boca, las mejillas y los ojos antes de decir con voz ronca:
–Gracias.
–No estaba enterado de que había perdido a toda su familia en la inundación, mi abuela acaba de decírmelo. Y tampoco sabía que aún sigue tan afectada por la tragedia.
Noelle le lanzó una mirada por encima del pañuelo; al ver que la actitud burlona de antes había desaparecido y había dado paso a una expresión compasiva que la sorprendió, admitió:
–Yo tampoco.
Jared sabía de primera mano lo que era tener malos recuerdos, y comentó con voz suave:
–No he estado nunca en Galveston, pero tuve ocasión de hablar con varias personas que estuvieron allí días después de la inundación. Vio a sus padres cuando todo acabó, ¿verdad? –sólo así se explicaba que la afectara tanto hablar de la inundación. Cuando ella asintió e hizo ademán de dar media vuelta, la agarró con firmeza de los brazos y la instó a que lo mirara.
Noelle se sintió como paralizada ante la mirada intensa y penetrante de aquellos ojos azules. Los tenía tan cerca, que parecieron llenar su mundo entero.
–No se lo quede dentro, cuéntemelo. Cuénteme todo lo que recuerda.
Ella se sintió compelida a contárselo, necesitaba hacerlo. Los recuerdos brotaron sin que pudiera evitarlo de su boca, y fue un alivio enorme poder hablar por fin del tema con alguien dispuesto a escuchar.
–No parecían humanos –susurró. Se sonó la nariz, y se estremeció al recordarlo–. Los cuerpos estaban apilados en una hilera tras otra, y algunos eran tan horribles… –tragó con fuerza antes de poder seguir–. Me sentía muy culpable, porque estaba en Victoria con mi tío cuando pasó todo. Si hubiera estado en casa, hubiera muerto con ellos. Íbamos a comprar al centro todos los sábados, así que seguro que mis padres y mis cuatro hermanos estaban allí cuando sucedió, de improviso, a media mañana. Dicen que una ola gigante cubrió la ciudad entera y barrió con todo lo que encontró a su paso, que seguro que ni tuvieron tiempo de enterarse de lo que pasaba. Más de cinco mil personas murieron en cuestión de minutos, ¡simples minutos! –humedeció el pañuelo con la lluvia, y se lo pasó por la cara mientras intentaba contener las náuseas–. Quedaron tirados por la calle, separados los unos de los otros, pero al menos los encontraron a tiempo de que se pudiera… se pudiera… identificarlos –los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar aquella terrible imagen de sus seres queridos, y apretó el pañuelo contra la boca.
Jared frunció ligeramente el ceño al contemplar su rostro lloroso. En su juventud se había familiarizado con la muerte, así que no le afectaba demasiado; de hecho, su madre había fallecido en paz, sujetándole la mano. Pero había oído decir que Galveston había sido una verdadera pesadilla de cadáveres, más de los que un hombre alcanzaría a ver en tiempos de guerra, así que pudo imaginarse lo que podría haber supuesto para una joven sensible ver a toda su familia tirada en la calle. Los cadáveres de los ahogados solían tener un aspecto horrible, y seguro que estaban incluso peor días después, mientras los supervivientes se veían obligados a recoger de las calles los restos en descomposición…
Se metió las manos en los bolsillos, y empezó a juguetear con las monedas sueltas que tenía allí mientras la veía intentar recobrar la compostura. Tenía la sensación de que no era dada a llorar, en especial delante de desconocidos. No la tocó a pesar de que una parte de su ser le impelía a hacerlo, porque él no habría aceptado el consuelo de un desconocido y estaba convencido de que ella tampoco.
Noelle se secó los ojos cuando logró controlar sus emociones. Los tenía enrojecidos, al igual que la nariz y las mejillas.
–La insistencia de mi tío en volver a Galveston resucitó los recuerdos. Estaba convencida de que lo había superado, pero jamás había podido hablar del tema. Creía que con Andrew podría sincerarme, porque participó en la guerra, pero no quiso escucharme; de hecho, tengo la impresión de que empalidecía cada vez que me oía mencionar el tema, pero seguro que fueron imaginaciones mías.
Jared sabía que no habían sido imaginaciones. Andrew no se había enfrentado nunca a la muerte, y era muy impresionable.
–Siga –la instó, con voz suave.
El sonido de la lluvia contra el tejado se intensificó. Noelle suspiró antes de seguir con su relato.
–No tenía a nadie a quien contárselo. Usted me ha acusado de estar huyendo de algo, y tiene razón. Prefiero morir antes que volver a vivir en esa ciudad donde me esperan los recuerdos de todas las caras, aquellas caras desfiguradas –se quedó callada, y dijo con voz ronca–: Discúlpeme.
–No, soy yo quien debe disculparse por las cosas tan crueles que le he dicho. Mi única excusa es que no sabía que su familia entera había muerto en la inundación.
La disculpa la tomó por sorpresa. Alzó la mirada hacia él antes de añadir:
–Mi tío estaba en cama por problemas de espalda cuando sucedió todo. Yo llevaba un par de semanas en Victoria con él, cuidándole y encargándome de la casa, y tenía planeado regresar a Galveston el lunes siguiente. Me sentí muy culpable por no estar junto a mis padres y mis hermanos cuando murieron.
–Fue Dios quien tomó esa decisión.
–¿Qué quiere decir?, ¿que me salvó la vida por alguna razón en concreto? –al verle asentir, le dio vueltas a aquella posibilidad. Sus recuerdos habían estado teñidos de dolor hasta el momento, pero Jared estaba obligándola a enfrentarse a ellos y a tener en cuenta la voluntad divina–. Gracias por escucharme, a la mayoría de la gente no le gusta oír hablar de algo tan terrible –logró esbozar una débil sonrisa, y añadió–: Además, los hombres de ciudad no suelen tener agallas para enfrentarse a cosas desagradables –lo miró ceñuda, y preguntó con timidez–: No le he perturbado demasiado, ¿verdad?
Jared tuvo que contener una carcajada antes de contestar:
–No.
–Me alegro. Gracias por escucharme –no supo cómo interpretar el brillo que vio en sus ojos.
–La vida sigue, y cada uno hace lo que debe.
–¿Ha perdido a algún ser querido?
–Sí, como casi todo el mundo.
A Noelle no le extrañó que se mostrara tan reacio a hablar de sí mismo. Parecía muy reservado y además era abogado, por lo que debía de ser un hombre inteligente. Se sonó la nariz con el pañuelo, y se sintió agotada tras la llorera.
–Ha sido muy amable conmigo. Perdóneme por haberle tratado con tanta hostilidad, es que cuando me ha dicho que vivo de la caridad…
–Demonios, no lo he dicho en serio.
–No está bien maldecir.
–Estoy en mi casa, puedo hacer lo que quiera –le dijo él, con una carcajada; al ver que ella hacía ademán de contestar pero optaba por cerrar la boca de nuevo, añadió–: Mi abuela me ha dicho que trabaja más que de sobra para ganarse el sustento, quédese aquí todo el tiempo que quiera. Le confieso que a mí tampoco me gustaría ir a vivir a Galveston, a pesar de que no perdí a nadie en la inundación.
–Andrew temía que usted no me quisiera aquí, me dijo que seguramente me echaría. Supongo que eso era lo que me esperaba, y por eso reaccioné con hostilidad al verle llegar.
–Mi hermanastro apenas me conoce. Era muy joven cuando me fui, y mis visitas han sido muy esporádicas.
–Andrew se ha portado muy bien conmigo, aunque soy consciente de que me trajo a esta casa sin pedirle permiso a usted; en cuanto se enteró de mi situación, insistió en que viniera –la mirada de sus ojos verdes se suavizó de forma visible–. Es muy gallardo y valiente, dejó muy impresionado a mi tío. Me dijo que podía ganarme el sustento siendo la acompañante de su abuela; además, también he estado ayudándole a él por las tardes con el papeleo y la correspondencia, me ha enseñado a escribir a máquina y a usar el dictáfono.
Aquellas palabras arrojaban una luz de lo más interesante y nada favorecedora sobre la aparente generosidad de su hermanastro. Estaba claro que, al margen de las tareas que realizaba para su abuela, Noelle estaba trabajando como secretaria sin sueldo para Andrew. La joven estaba ganándose con creces su sustento, pero no era Andrew quien pagaba las facturas, sino él.
Frunció el ceño cuando la pierna empezó a resentírsele por culpa de la humedad, y aferró con más fuerza el bastón.
–Lamento los comentarios que hice sobre su problema físico –comentó ella de improviso.
–No se preocupe, no soy susceptible.
–¿Cómo sucedió?
–¿Me creería si le digo que me tiró un caballo? –era reacio a revelar lo que había pasado en realidad.
–Claro que sí. El bastón hace que parezca de lo más distinguido.
–¿Distinguido, o como una antigualla?
–Los trastos viejos son antiguallas, no las personas.
–Qué reconfortante, señorita Brown. Reconfortante de verdad –Jared esbozó una pequeña sonrisa.
Tras un incómodo silencio acentuado por el repiqueteo de la lluvia, cada vez más intensa, sobre el tejado, Noelle comentó:
–Voy a ver si la señora Dunn necesita algo… gracias por todo –añadió, con sinceridad.
–No pensaba echarla de casa sin conocerla siquiera, Andrew se equivocó conmigo. Haría casi cualquier cosa por asegurar el bienestar de mi abuela, así que toda ayuda que usted pueda brindarle me complace.
–Gracias –le dijo, sonriente. Entró en la casa con las emociones a flor de piel, pero sintiéndose más relajada con él.
Más tarde, cuando le contó a la señora Dunn la inesperada compasión que había mostrado su nieto, la anciana se sorprendió y comentó:
–Jared es un hombre duro que no ha tenido una vida fácil, y se rodea con una coraza que nadie ha podido franquear en los últimos años. Me quiere a su manera, pero no le cae bien casi nadie. Puede llegar a ser peligroso y es un adversario temible, sobre todo en la sala de un juzgado.
–Espero no tenerlo nunca en mi contra –dijo Noelle.
La señora Dunn sonrió antes de contestar:
–No te preocupes, querida, seguro que os lleváis bien.
Andrew regresó a casa aquella tarde, y el cochero del carruaje de alquiler se encargó de entrar sus dos bolsas de viaje y su baúl. El rostro de Noelle se iluminó como una vela de Navidad al verle entrar en la sala de estar y estuvo a punto de levantarse de la silla de un salto, pero no pudo ocultar su decepción cuando él se acercó a saludar a su abuela antes que a ella.
Por alguna razón que no alcanzó a entender, a Jared le resultó extrañamente irritante aquella obvia adoración por su hermanastro.
–¡Cuánto me alegra volver a verte, abuela! –exclamó Andrew, antes de abrazar a la anciana–. He estado en Galveston, Victoria y Houston. Te he traído un sombrero parisino que te encantará… es verde, y está decorado con plumas y forrado en piel. Noelle, a ti te he traído un broche de perlas –se calló de golpe al ver a Jared, y añadió–: ¡Jared! Caramba, qué… qué agradable volver a verte.
–Lo mismo digo, Andrew. Tienes buen aspecto –contestó, con una sonrisa gélida.
El buen aspecto de su hermanastro era innegable. En ese momento vestía un traje a la última moda, corbata, zapatos hechos a mano, y bombín. Era tan alto como él, aunque un poco más estilizado, era rubio y con bigote, y tenía unas facciones harmoniosas y oscuros ojos chispeantes. Era la viva estampa de un gallardo ex combatiente, las mujeres le adoraban… y Noelle no era una excepción. Estaba sonrojada, y los ojos le brillaban de entusiasmo cuando le dio la bienvenida.
–Es maravilloso tenerte de vuelta, Andrew.
–Me alegro de estar de nuevo en casa –contestó, sonriente. La besó en la mano con galantería, y se sintió de lo más satisfecho al verla ruborizarse aún más.
Jared supuso que, a ojos de la joven, él no podía ni compararse con su hermanastro, pero a pesar de la pierna herida y el rostro curtido por el paso de los años, no estaba celoso de Andrew, que tenía el carácter de un afable cachorrillo aunado a la astucia taimada de un coyote. Sabía que jamás debía darle la espalda ni confiar demasiado en él, pero era obvio que Noelle aún no había aprendido esa lección. Ella era como un melocotón maduro que pendía sobre la cabeza de un niñito hambriento, y el beso en la mano la había dejado visiblemente nerviosa.
–¿Cuánto tiempo vas a quedarte, Jared? –dijo Andrew, mientras se apartaba de la joven.
–Mucho. He dejado mi trabajo de Nueva York, y voy a abrir un bufete aquí –sonrió al ver que se quedaba boquiabierto, y añadió en un tono que no admitía protesta alguna–: Ésta es mi casa.
–Sí, por supuesto, y siempre serás bienvenido aquí –lo dijo con voz atropellada, y soltó una risita nerviosa y estridente–. ¡Voy a tener que espabilarme, si no quiero que un abogado tan famoso como tú acapare toda la atención de las damas!
–No tengo interés alguno por ese tipo de atención, te lo aseguro –comentó, con voz gélida, mientras se apoyaba un poco más en el bastón–. Mi interés se centra en ejercer la abogacía –se acercó a un sillón que había junto a la chimenea, que estaba vacía, y se sentó con pesadez.
–¿Qué te ha pasado en la pierna?
–Tuve un accidente.
–Lo lamento, ¿se te va a curar del todo?
Antes de que pudiera contestar, su abuela exclamó:
–¡Qué pregunta tan desconsiderada, Andrew! Siéntate, querido, y cuéntanos cómo te ha ido el viaje.
–¡Sí, por favor! –apostilló Noelle, con entusiasmo.
El joven se sentó con elegancia en el sofá, junto a la anciana, y le dio una palmadita afectuosa en la mano antes de decir:
–Ha sido un viaje muy fructífero. Me he reunido con algunos de los representantes de nuestra empresa afiliada en Houston, y he vendido toneladas de ladrillos a varias empresas de Victoria. Dentro de poco podría haber buenas oportunidades en Galveston, porque la construcción del dique está avanzando con bastante rapidez; en cuanto esté acabado, evitará que haya futuras invasiones del mar… discúlpame, Noelle.
–No te preocupes –le contestó, con una pequeña sonrisa y voz suave. Contárselo todo a Jared había sido una verdadera válvula de escape, y por fin se sentía capaz de lidiar con su dolor.
Andrew sonrió aliviado, y se explayó contándoles cómo iban las obras de reconstrucción. Las dos mujeres le prestaron toda su atención, pero Jared se limitó a escuchar a medias; aun así, el hecho de que a Noelle no parecieran importarle ni la petulancia ni la arrogancia de su hermanastro fue irritándole cada vez más, y al cabo de unos minutos, se excusó y se fue a dormir.
–¿Cuándo llegó? –le preguntó Andrew a la anciana, en cuanto su hermanastro subió a su dormitorio.
–Hace dos días. Se cansó de vivir en la gran ciudad, y decidió regresar a casa. Supongo que empieza a sentir el peso de los años.
–Pobrecillo –apostilló Noelle, con sincera compasión–. Debía de resultarle muy difícil manejarse en una ciudad tan grande como Nueva York, teniendo en cuenta su edad y sus limitaciones físicas. Espero que aquí pueda disfrutar de una vida más sosegada.
–Y yo espero que no interfiera demasiado en las nuestras –murmuró Andrew.
La señora Dunn le miró con desaprobación, y le dijo:
–No seas desagradecido, ha sido él quien ha pagado por esta casa y por todo lo que contiene.
–Le agradezco sus regalos, pero hay que admitir que su incorporación a esta casa no es demasiado prometedora. Me acuerdo de sus visitas anteriores, se pasaba el día ceñudo y sombrío. Es una presencia fría e intimidante.
–Es abogado, querido. No le favorecería en nada ser un hombre frívolo –la voz de la anciana era firme.
–En fin, puede que no pase demasiado tiempo en casa cuando abra el bufete; con un poco de suerte, las cosas seguirán como hasta ahora –miró sonriente a Noelle, y añadió–: Hasta el momento apenas he tenido tiempo de llegar a conocer a mi prima, pero podremos pasar algo de tiempo juntos ahora que voy a pasar una temporada sin tener que salir de viaje.
Noelle sintió que le daba un brinco el corazón, y le miró radiante.
–Me encantaría, Andrew.
Él se reclinó en el sofá y cruzó las piernas mientras contemplaba con disimulo su curvilínea figura y sus hermosas facciones; jamás podría plantearse siquiera la idea de casarse con ella, porque era demasiado rústica y simple para su gusto y carecía de pedigrí, pero sería una amante perfecta. Su hermanastro no era más que una pequeña complicación que podría sortear sin problema. Estaba convencido de que iba a lograr seducir a Noelle con facilidad, y después… bueno, ya se preocuparía de eso cuando llegara el momento.
Varios días después, mientras limpiaba la despensa, Noelle alcanzó a oír un suave maullido a pesar del sonido de los truenos y la fuerte lluvia. Se limpió las manos en el delantal blanco con volantes que llevaba puesto, aunque se arrepintió de inmediato al ver los manchones que acababa de dejar en la tela, y enfiló por el largo y amplio pasillo hacia la puerta trasera.
En cuanto abrió vio un gatito anaranjado de ojazos azules al que se apresuró a tomar en brazos, y se echó a reír cuando el animal se acurrucó bajo su barbilla y se puso a ronronear. Mientras regresaba por el pasillo se cruzó con Andrew, que iba camino de su despacho y se detuvo ceñudo al verla.
–Saca ese bicho inmundo de aquí, Noelle. No podemos tener un gato en casa, son repugnantes.
–Pero… es muy pequeño, y está diluviando –protestó, atónita.
–Me da igual, no quiero gatos en esta casa. Los odio, no puedo ni verlos.
–No tienes por qué mirarlo –masculló, en voz baja, mientras lo fulminaba con la mirada.
Después de secar al animalito con un paño suave, lo apretó contra su pecho y se asomó por la puerta; cuando comprobó que Andrew no estaba a la vista, echó a correr hacia la cocina, pero su apresurado intento de pasar inadvertida terminó de golpe cuando chocó de lleno contra Jared y estuvo a punto de tirarle al suelo.
Él soltó una imprecación, y se apoyó en el bastón mientras se aferraba a la puerta para mantener el equilibrio. Noelle se quedó inmóvil y con el aliento contenido ante la fuerza de su mirada. Era la primera vez que veía en el rostro de un hombre aquella expresión que, por alguna razón, le hizo pensar en pistolas… la expresión en cuestión se esfumó al cabo de un instante, y se preguntó si habían sido imaginaciones suyas.
–¿Qué es eso, señorita Brown? –le preguntó, impertérrito, después de cerrar la puerta.
–Un gatito –lo sujetó con actitud protectora mientras se recobraba de aquella furia gélida e inclemente que le había parecido vislumbrar en su mirada, aunque aquellos ojos azules seguían resultándole amedrentadores–. Andrew me ha dicho que lo eche a la calle, pero no pienso hacerlo. Está lloviendo, y este pobre animalito sin hogar está delgado y hambriento. ¡Si se va, yo me voy con él!
Jared se enderezó con ayuda del bastón, y su mirada se desvió del gatito y fue a parar a su generoso y firme busto. Se recordó a sí mismo que era una muchacha joven, que él tenía cierta experiencia a la hora de estar en el lecho con una mujer, pero al mirarla sentía un placer desconcertante.
Alzó la mirada, y cuando sus ojos se encontraron, le dijo con firmeza:
–Va a tener que vivir en la cocina, la señora Pate se encargará de vigilarlo.
–¿Puedo quedármelo? –su alivio era evidente.
–Sí.
–Pero Andrew…
–Por el amor de Dios… ésta es mi casa, así que si digo que el gato puede quedarse, es que puede quedarse.
–No hace falta que sea tan brusco. Es por la pierna, ¿verdad? Supongo que le duele más por la lluvia, debería sentarse y descansar. Andar de un lado a otro no le hace ningún bien.
–No soy un impedido.
–Disculpe, no quería ofenderle.
–¡Deje de hablarme como si fuera un anciano!
–Está de muy mal humor, ¿verdad?
–¡Señorita Brown!
–No hay que reaccionar con antipatía ante la antipatía. Voy a llevarle el gatito a la señora Pate. Si Andrew me pregunta por qué no le he echado, ¿puedo decirle que usted me ha dado permiso para quedármelo? –no quería ofender a Andrew, pero estaba resuelta a quedarse con el animalito.
–¡Dígale lo que le dé la gana!
–¡Señor mío! –sintió que se ruborizaba ante semejante actitud, y al ver que él no se disculpaba, añadió–: No quiero que Andrew se enfade, pero es que es un gatito muy pequeño –alzó la mirada, y sintió que el mundo entero se tambaleaba al ver el brillo de sus ojos. Era la primera vez en su joven vida que alguien la miraba así.
No era la única desconcertada. Jared también estaba sintiendo algo profundo y avasallador, pero su reacción fue la típica de un hombre que no quería compromisos.
–Supongo que usted no tiene nada mejor que hacer que perder el tiempo y charlar, señorita Brown, pero yo tengo trabajo pendiente.
–En ese caso, discúlpeme –se apartó para dejarle pasar, y al notar la tensión de su rostro, empezó a decir en tono compasivo–: Si quiere, puedo prepararle una taza de té…
Se calló de golpe cuando él la fulminó con la mirada, y fue a la cocina a toda prisa; al parecer, era cierto eso de que la gente se volvía cascarrabias al hacerse mayor, pero por lo menos le había dado permiso para que se quedara con el gatito.
A Andrew no le hizo ninguna gracia enterarse de la noticia. La miró ceñudo, y le dijo con desaprobación:
–Te dije que echaras a ese bicho, y tú acudiste a mi hermanastro. Ha sido una bajeza de tu parte, Noelle.
–Un gato mantendrá a raya a los ratones.
–¿Qué ratones?, no sabía que… ¡de acuerdo, quédate con el gato, detesto aún más a los ratones!
–Gracias, Andrew.
Al ver su mirada de adoración, la irritación que sentía por la intervención de Jared fue perdiendo intensidad. Se acercó un poco más a ella con una mirada llena de ternura, y comentó:
–Eres muy guapa, primita. Una verdadera preciosidad.
Ella se sintió en el séptimo cielo al oír sus cumplidos, y le devolvió la sonrisa con afecto.
–Y tú eres muy apuesto.
–Apenas has salido desde que llegaste, ¿te apetecería acompañarme a un baile este viernes por la noche? Es un evento benéfico, y muy elegante.
–¡Me encantaría!
–En ese caso, está decidido –le apartó un mechón de pelo que le caía sobre la mejilla, y soltó una pequeña carcajada al verla estremecerse. Bajó la mano antes de decir–: Quiero que sólo bailes conmigo.
–Te lo prometo –le aseguró, con aire ensoñador.
–Por cierto, he dejado unos pedidos manuscritos sobre la mesa del despacho. No te importa pasarlos a máquina por mí, ¿verdad? Esta noche tengo que ir a una cena.
–Claro que no me importa –lo dijo con fervor, como si estuviera dispuesta a andar sobre brasas encendidas si él se lo pidiera.
–Gracias, Noelle –le guiñó el ojo, henchido de engreimiento ante tanta devoción, y añadió–: Eres una verdadera dulzura.
Noelle salió exultante de la sala, y se tocó con la punta de los dedos la mejilla que él le había rozado. Sabía que debía de estar ruborizada, ¡Andrew iba a llevarla a un baile!
Cuando llegó al pasillo, se dio cuenta de que no tenía ropa adecuada para un evento elegante. Casi todas sus cosas estaban en Galveston cuando había ocurrido lo de la inundación, y en cualquier caso, nunca había tenido gran cosa. Después no había tenido dinero suficiente para comprarse tela con la que confeccionar nuevas prendas, y las faldas y las blusas que tenía eran muy sencillas e inadecuadas para un baile así. Andrew siempre llevaba atuendos impecables, y esperaba que los que le rodeaban fueran igual de elegantes; de hecho, se había mostrado muy crítico al verla con sus escasos vestidos, y era mejor dejar a un lado lo que había dicho al verla vestida con su mono de trabajo. Por eso siempre procuraba trabajar en el jardín cuando él estaba fuera de la ciudad.
Pero ése no era su único problema. Andrew la vigilaba a la hora de comer, y no disimulaba su desaprobación cuando la veía sujetar mal el tenedor o se le olvidaba ponerse la servilleta sobre el regazo; de hecho, a veces le veía hacer un gesto de desaprobación y no sabía por qué. Le encantaría saber cómo debía comportarse una dama en la mesa, pero no tenía ni idea y se contentaba con intentar emular a los demás; en cualquier caso, saber comportarse en la mesa no resolvería el problema del vestido, y como no tenía ninguno adecuado, no iba a poder asistir al baile con Andrew.
Sintió como si el corazón estuviera a punto de partírsele en mil pedazos.