Capítulo 14
Estaba previsto que el juicio empezara en dos días, y cuando su marido llegó a casa preocupado y taciturno, a Noelle no le hizo falta preguntarle qué le pasaba, porque había leído en la primera plana del periódico un artículo sobre la culpabilidad casi segura de su cliente; según el fiscal, el caso estaba prácticamente ganado. Había tres testigos dispuestos a jurar que Clark había estado en la tienda poco antes del robo, y que le habían visto salir corriendo con una bolsita en la mano justo antes de que encontraran a Marlowe. Los tres se habían ofrecido a testificar para la acusación, y afirmaban tener más información pertinente sobre Clark.
Al ver que Jared se metía las manos en los bolsillos y contemplaba ceñudo el periódico, que estaba abierto en el sofá junto a ella, le dijo con calma:
–Diga lo que diga el fiscal, yo no creo que vayas a perder el caso.
Su marido soltó una carcajada carente de humor, y se limitó a contestar con sequedad:
–Qué optimista eres.
–Todo el mundo comenta lo buen abogado que eres, y no tendrías tan buena fama si no se te diera bien tu trabajo –sin apartar su atención del complicado bordado que la tenía atareada, añadió–: Me encantaría ir a verte al juzgado.
A él le sorprendió y le complació su interés.
–No sé si deberías tener tanta fe en mí. Sé que Clark es inocente, lo difícil es demostrarlo.
Ella dejó a un lado el bordado y le preguntó muy seria:
–¿Qué piensas hacer?
–Recabar información hasta que se me agote el tiempo, y conservar la esperanza de que las pruebas que haya conseguido basten para convencer al jurado.
Se metió las manos en los bolsillos de nuevo, y se acercó a la ventana. Estaba lloviznando, la cena iba a servirse en breve, y su abuela iba a bajar de un momento a otro. Estaba deseando que lo hiciera, porque no quería estar demasiado tiempo a solas con Noelle… su cuerpo ardía de deseo sólo con tenerla cerca, y por las noches apenas podía conciliar el sueño porque no podía dejar de pensar en ella. La deseaba con desesperación, pero el juicio era inminente y no podía permitirse el lujo de distraerse; además, aún no sabía si seguía enamorada de Andrew, y le aterraba estar tan loco por ella cuando aún existía la posibilidad de perderla.
–Tengo entendido que el señor Marlowe sigue estando en coma, ¿tienes idea de quién le golpeó hasta dejarle así?
Jared tardó un largo momento en contestar. Había estado investigando a fondo durante los últimos tres días, y todas sus averiguaciones le conducían a Garmon, el supuesto testigo que mostraba tanto interés por lograr que lincharan a Clark.
–La verdad es que sí –admitió al fin.
–¿Por qué no se lo dices al juez?
Él soltó una pequeña carcajada, y se volvió a mirarla.
–El juez no aceptaría mi palabra sin más, Noelle. Tendré la prueba que necesito si Marlowe recobra la consciencia, pero aún no se sabe si logrará salvarse.
–En ese caso, tendrás que encontrar otras pruebas.
Jared se sintió en el séptimo cielo al ver la confianza que mostraba en él, y la miró sonriente. Llevaba puesto el vestido azul claro con encaje que le quedaba tan bien, y a pesar de que sólo tenía diecinueve años y seguía siendo una cría, entre sus brazos había sido la mujer de sus sueños. Ardía de deseo sólo con verla.
Ella alzó la mirada, vacilante. Quería decirle algo, pero no se atrevía. Él estaba mirándola con una expresión cálida en los ojos, pero seguro que se le agriaba el buen humor en cuanto ella sacara un tema de lo más espinoso.
–¿Qué pasa, Noelle?
Ella hizo acopio de valor antes de decir:
–Hoy hemos recibido una carta de Andrew.
Jared se puso rígido, y se enfadó al verla tan incómoda. ¡El dichoso Andrew de nuevo!
–¿Qué ponía?
–No la he leído, iba dirigida a tu abuela –lo dijo con voz tensa, porque le dolía recordar la horrible situación en la que se había visto involucrada con Andrew, y el hecho de saber que estaba enamorada de Jared lo empeoraba aún más–. Ella me ha dicho que Andrew lamenta de corazón lo que pasó y cómo se comportó conmigo, y que quiere que todos le perdonemos.
–¿Sabes si habla de la señorita Beale en la carta? –mencionó a la otra mujer de forma deliberada, y la observó con atención para ver cómo reaccionaba–. Tengo entendido que ella también está en Dallas, así que espero que sepa tratarla con corrección. Como haga algo inapropiado, Beale le pedirá cuentas y acabará con él.
–¿Crees que el señor Beale sería capaz de llegar a ese extremo? –le preguntó, atónita.
–Fue alguacil, entre otras cosas, y al igual que la mayoría de hombres que saben usar un arma, es capaz de matar sin pensárselo dos veces –al recordar la conversación que había mantenido con él en el bufete, añadió–: Además, estoy convencido de que con los años no ha perdido ni puntería ni rapidez. Andrew va a meterse en un problema muy serio si se pasa de la raya con Jennifer.
–Pobrecillo.
Él sintió que le carcomían los celos al verla mostrar tanta compasión y preocupación por su hermanastro, ¡estaba claro que aún guardaba esperanzas de recuperarle!
–Sí, claro, pobrecillo –la fulminó con una mirada gélida, y le preguntó con mordacidad–: ¿Se te ha olvidado que huyó como un cobarde ante la posibilidad de tener que casarse contigo? De hecho, fue derechito a por la señorita Beale, ¿no?
–Sí, pero guardar resentimiento no sirve de nada; en cualquier caso, ya no es más que mi cuñado.
Él se limitó a observarla en silencio. Estaba convencido de que había algo más, algo que ella estaba ocultándole, y la miró con expresión interrogante mientras luchaba por disimular los celos que le atormentaban.
Noelle vio la pregunta que se reflejaba en sus ojos, y le dijo sonriente:
–Quiere regresar a casa.
–¡Por encima de mi cadáver!
–Tu abuela está preocupada por él, ¿por qué eres tan inflexible? –estaba sorprendida por aquella negativa tan tajante.
–Porque ha sido un estorbo durante años. ¿Quieres que te cuente cosas de tu querido Andrew, Noelle?, ¿quieres que te explique lo de las demandas de paternidad, y las amenazas de represalias, y las deudas que he tenido que pagar en su nombre? Es un niñito que juega a ser un hombre… es un mentiroso, un mujeriego, y un fanfarrón.
–Ya lo sé, Jared –le dijo, con voz serena.
–Pero donde hay amor, hay perdón, ¿verdad? –estaba loco de celos. Le destrozaba verla defendiendo a Andrew a aquellas alturas, incluso después de que él la dejara tirada–. Supongo que las mujeres son incapaces de resistirse a un tipo apuesto y arrogante, a lo mejor prefieren a los mentirosos porque ellas mismas son incapaces de decir la verdad. Muy bien, tú ganas. Si tanto deseas que Andrew vuelva a casa, que así sea.
Ella le miró sorprendida; al ver en sus ojos aquel brillo acerado e implacable que la había desconcertado durante tanto tiempo, vaciló y dijo:
–No he dicho que desee su vuelta, Jared.
–¿En serio? –esbozó una sonrisita cínica y burlona antes de añadir–: Estás deseando volver a tenerlo entre tus brazos a pesar de cómo te trató, ¿verdad? ¡Lástima que no consiguieras llevarle al altar!
–¿Eso es lo que crees? No confías ni lo más mínimo en mí, ¿verdad? –lo dijo con calma, sin inflexión alguna en la voz–. Me has mantenido a distancia desde el principio, ¡sólo te casaste conmigo porque te sentiste obligado, para proteger a tu abuela!
–Nunca he sido de los que se casan, aunque admito que el matrimonio conlleva… ciertos beneficios.
Al ver que fijaba la mirada en sus senos, Noelle se levantó del sillón hecha una furia y exclamó:
–¡Eres un desvergonzado!
–¿Qué esperabas que dijera? Tú misma acabas de admitir que no nos casamos por amor, sino para evitar un escándalo, y los dos sabemos que este matrimonio no va a durar demasiado –estaba convencido de que se divorciaría de él sin dudar si Andrew se lo pedía.
Él dijo aquello porque creía que ella no dudaría en pedirle el divorcio si Andrew se mostraba interesado en hacerla suya, pero Noelle malinterpretó sus palabras por completo, y sintió que el alma se le caía a los pies al pensar que estaba insinuando que quería divorciarse de ella.
Jared le dio la espalda, porque se sintió incapaz de seguir mirando aquel rostro macilento que hablaba por sí solo. Seguro que ella caería rendida a los pies de Andrew en cuanto éste regresara. Le enfurecía que defendiera a su hermanastro, que fuera capaz de pedirle que le dejara regresar a casa, a pesar de la inolvidable noche de pasión que habían vivido juntos, y le costó un trabajo horrible morderse la lengua y contener su ira.
Noelle no tenía ni idea de lo que él estaba sintiendo, porque era todo un experto a la hora de ocultar sus sentimientos y parecía desinteresado e indiferente.
–¿Estás insinuando que quieres que me vaya, Jared? –consiguió que su voz no reflejara la desesperación que la invadía.
Aquellas palabras le impactaron de lleno. Jared sintió que le daba un vuelco el corazón, y se volvió a mirarla.
–¿Cómo vas a irte, si Andrew regresará en breve? Sería una lástima, ¡imagínate todas las noches de pasión que podrás disfrutar con él en cuanto llegue!
–¡Te he dicho mil veces que entre nosotros no pasó nada más allá de lo que viste cuando nos encontrasteis en el despacho!
–Sí, ya sé que ésa es tu versión.
–¡Tú mismo pudiste comprobarlo la otra noche!
Se ruborizó al tener que hablar con tanta crudeza, y apretó los puños con fuerza. Tenía unas ganas locas de golpearle, de aporrearle, de arrancarle aquella expresión burlona del rostro y lograr que reaccionara, que se enfureciera, que perdiera aquel exasperante autocontrol que había conservado incluso estando en la cama con ella. Daba la impresión de que no perdía nunca aquel férreo estoicismo.
–Adelante, pégame –le dijo él, con voz suave.
Noelle se estremeció mientras luchaba por mantener el control, y le espetó con enfado:
–Sería todo un placer, pero me ha parecido oír a tu abuela bajando la escalera, y debo tenerla en cuenta. Ella no lo entendería, te adora.
–Y tú no.
Estaba tan furiosa, tan dolida, que mintió.
–Yo te detesto con toda mi alma. Me arrepiento de haber venido a vivir aquí, pero lo que más lamento de todo es haberme casado contigo.
–Yo lo lamento tanto como tú, jamás me habría casado contigo de no haberme sentido obligado por culpa de tu adorado Andrew.
No se podía hablar más claro. Noelle guardó su bordado en el costurero que tenía junto al sofá con cuidado, con movimientos medidos, y entonces se giró y salió al pasillo con toda la dignidad que pudo; aun así, la rigidez de su espalda y su rostro alzado hablaban por sí solos.
Jared apretó los puños dentro de los bolsillos. Luchó por contener las ganas de llamarla, de explicarse y pedirle perdón, porque sabía que no había nada que decir. No tenía forma de impedir que se divorciara de él y se casara con Andrew si así lo deseaba, y ni siquiera estaba seguro de si había sido del todo sincera en cuanto a lo de la carta. A lo mejor no sólo estaba dirigida a su abuela, sino también a ella, a lo mejor ya estaban haciendo planes de futuro y Andrew había fingido estar interesado en la señorita Beale en un intento de desviar la atención. A lo mejor se había dado cuenta de que Noelle era un verdadero tesoro, y pensaba regresar a casa para adueñarse de ella…
Cuando su abuela se le acercó y le comentó que Andrew quería regresar, él se limitó a dar su permiso, y sin más, dio media vuelta y salió de la casa sin molestarse en cenar. No soportaba la idea de sentarse a la mesa con Noelle, sabiendo que ella estaría deseando para sus adentros que fuera Andrew y no él quien estuviera a su lado.
Cuando la señora Dunn mencionó durante la cena que le había encargado al chico de los recados que fuera a la oficina de telégrafos de inmediato, para enviarle una nota a Andrew en la que se le invitaba a regresar a casa cuando quisiera, Noelle permaneció callada, porque no sintió emoción alguna.
Jared le había dado la espalda de forma deliberada. Estaba convencido de que ella quería a su hermanastro, pero eso era una sandez, sobre todo teniendo en cuenta que Andrew la había traicionado. Era una esposa, pero sin serlo en realidad. Vivía con un hombre que no soportaba tenerla cerca, y jamás se había sentido tan fuera de lugar. Se dijo que al menos ya sabía a qué atenerse con Jared, que ya había quedado claro que las esperanzas que había albergado en ese sentido jamás llegarían a materializarse; al parecer, tanto la curiosidad como el deseo que ella había despertado en su marido habían quedado saciados en una única noche, y no estaba interesado en obtener nada más. Le había dejado muy claro que acabaría dejándola tarde o temprano, y resultaba irónico que estuviera tan perdidamente enamorada de él.
Andrew llegó a la mañana siguiente, pero parecía un hombre completamente distinto. Ya no se pavoneaba ni hablaba con arrogancia, porque era consciente de que su posición en aquella casa había caído en picado.
Saludó contrito a Noelle y le ofreció una disculpa que parecía sincera, con Jared se mostró reservado, y respetuoso con la señora Dunn.
Jared se mantuvo apartado, porque estaba tan celoso de él, que ni siquiera soportaba estar en la misma estancia; Noelle, por su parte, se dedicó a observar a Andrew con curiosidad, porque le parecía un hombre diferente y le extrañaba aquel cambio tan radical. Era obvio que lamentaba cómo la había tratado; de hecho, él mismo lo había admitido.
Había algo más que le llamaba la atención a Noelle: la señorita Beale también había regresado de Dallas, pero a pesar de que Andrew hablaba de ella de forma muy diferente, como si estuviera realmente enamorado de ella, no había ido a verla ni una sola vez. Daba la impresión de que estaba esperando algo…
Noelle supuso que quizás estaba a la espera de que el padre de ella le concediera permiso para cortejarla. Le habría gustado que Jared pasara en casa el tiempo suficiente para ver que su hermanastro se limitaba a tratarla con cortesía y amabilidad, sin flirteo alguno, pero su marido se pasaba el día trabajando en su bufete, y ya ni siquiera le hablaba a menos que se viera obligado a hacerlo.
Jared había logrado encontrar dos testigos que creían haber visto a Clark en el rancho poco después de que se cometiera el robo. Les había tomado declaración, pero el problema radicaba en que los dos trabajaban para Beale, y por si fuera poco, uno de ellos tenía fama de beber bastante. Nunca antes había tenido tan pocas pruebas a favor de su defendido estando tan cerca del juicio.
El viejo Marlowe había recobrado la consciencia, pero no tenía ni idea de quién le había robado, porque el asaltante le había golpeado desde detrás; en ese sentido, se había esfumado una de las mayores bazas con las que habría podido contar Jared, porque Clark habría quedado libre de cargos si Marlowe hubiera podido identificar a su atacante.
Como cada vez estaba más claro que no iba a poder demostrar que su cliente era inocente, no tenía más remedio que descubrir al verdadero culpable, así que analizó la información que tenía en busca de cualquier posible pista, y centró todos sus esfuerzos en John Garmon.
Su investigador de Chicago no había descubierto nada sobre él en sus archivos, y Clark tampoco sabía nada de su pasado. Había mandado telegramas a las comisarías de ciudades vecinas solicitando cualquier información que pudieran tener sobre Garmon, pero no había descubierto nada; teniendo en cuenta que el tipo era un jugador compulsivo, resultaba bastante extraño que no tuviera antecedentes penales.
Él había lidiado con demasiados ludópatas a lo largo de los años como para pensar que Garmon no había quebrantado nunca la ley, y la metodología de un hombre solía ser algo tan característico como una huella dactilar.
Esbozó una sonrisa mientras le daba vueltas al asunto… ¿por qué no se le había ocurrido antes?
Le pidió a su secretario que enviara telegramas a las comisarías de todas las ciudades vecinas, preguntando en esa ocasión si había habido algún arresto en los últimos seis meses o más por robo y agresión a tenderos, y al día siguiente recibió dos respuestas: una de Austin, y otra de Victoria.
En ninguno de los dos casos se le había podido atribuir el delito a Garmon, pero en el de Austin se describía al agresor como un hombre corpulento de acento sureño, y como el único testigo había sido un negro que se había negado a testificar en su contra, el caso había quedado archivado por falta de pruebas. No era una prueba de culpabilidad concluyente, pero bastaría para marcarse un farol con Garmon, ya que era obvio que estaba mintiendo.
Las pruebas seguían siendo el principal problema. Incluso suponiendo que lograra encontrar en Austin testigos que pudieran identificar a Garmon y confirmar que había sido el principal sospechoso en el robo de un tendero de allí, seguía sin poder vincularle al robo y la agresión del viejo Marlowe; además, ir a Austin en busca de dichos testigos requeriría tiempo, y eso era algo que no tenía.
La mejor opción, la única que le quedaba, era poner nervioso a Garmon para conseguir que cometiera alguna estupidez. Era la única forma de salvar a Clark. Garmon tenía dos compinches que estarían dispuestos a jurar que el día era noche si él se lo pidiera, y esos eran los tres «testigos» de la defensa. Pero como eran blancos, seguro que la gente les creía.
Lo que tenía que hacer era convencer a Garmon de que había descubierto su juego, y para ello iba a tener que usar las endebles pruebas circunstanciales que había conseguido recabar. Sabía que era una táctica peligrosa, pero le parecía la más viable; en cualquier caso, le daba igual correr peligro. El futuro sólo le habría importado si pensara que Noelle iba a formar parte de su vida, que iban a construir un futuro juntos, pero seguro que ella le dejaba por Andrew… y no porque éste fuese superior como hombre en ningún aspecto, sino porque ella le amaba.
Sin Noelle a su lado, ya no tenía nada que perder. El hecho de que todo le diera igual le había proporcionado cierta ventaja en los viejos tiempos, y volvía a estar en la misma situación justo cuando más lo necesitaba.
Aquel viernes, en vez de ir a cenar a casa después de la jornada de trabajo, fue a The Acre, la zona más peligrosa de la ciudad, porque había averiguado que Garmon solía ir allí los viernes por la noche. No tardó en encontrarle en uno de los garitos que abundaban en la zona, perdiendo de forma estrepitosa en una partida de póquer, y se colocó justo detrás de su silla.
Garmon lanzó las cartas sobre la mesa, se levantó airado, y dio media vuelta para largarse; al encontrárselo justo detrás de él, bloqueándole el paso, se llevó la mano a la pistola que llevaba enfundada a la altura de la cadera, pero se relajó y se echó a reír al darse cuenta de quién era.
–Vaya, mira a quién tenemos aquí, ni más ni menos que al gran abogado que defiende al negrata mimado del señor Beale… –mientras hablaba, dos hombres menos fornidos pero igual de beligerantes le flanquearon.
–Soy el abogado de Clark.
–¿A qué ha venido, abogado? ¿Está buscando un lugar donde poder ahogar sus penas? Mis amigos y yo vimos cómo ese tipo salía de la tienda de Marlowe corriendo como un perro escaldado, y llevaba en la mano algo que parecía una bolsa de dinero. ¿Verdad que sí, muchachos? –cuando sus dos compinches le dieron la razón, añadió desafiante–: Vamos a testificar en el juicio.
Jared ni siquiera se inmutó, se limitó a mirarle con una expresión inescrutable, y al final le dijo con calma:
–¿Qué pasa si le digo que tengo un testigo en Austin que va a venir en un par de días a echar por tierra su testimonio?
–¿Qué? –era obvio que aquellas palabras le habían desestabilizado.
–Es un hombre que puede demostrar que usted no es un testigo fiable contra Clark. Testificará que usted fue sospechoso de un robo a mano armada en una tienda de Austin, y que sólo consiguió librarse por falta de pruebas.
–No puede demostrarlo.
–¿Eso cree? Acusó falsamente a Clark.
Garmon no cedió ante la presión, y le preguntó con tono retador:
–¿De dónde ha sacado esa idea tan absurda?
–Beale me dijo que se gasta el sueldo incluso antes de cobrarlo. ¿De dónde ha sacado el dinero para jugar al póquer?
Garmon bajó la mano hacia su arma, desenfundó con una rapidez que levantó murmullos a su alrededor, y le apuntó al estómago antes de decir con una sonrisa amenazadora:
–Podría matarle ahora mismo, abogado.
–Adelante –Jared se mantuvo impasible, y recorrió con la mirada el local lleno de testigos.
Garmon entrecerró los ojos, y vaciló por un instante. Aquel abogaducho no iba armado, y acabar con él en esas condiciones sería una estupidez.
Jared permaneció inmóvil al verle enfundar de nuevo el arma, pero para sus adentros estaba tomándole la medida a su adversario. Garmon era rápido, pero no lo suficiente.
Garmon, por su parte, estaba cada vez más envalentonado, y le espetó con tono desafiante:
–Tiene mucha labia, abogaducho de ciudad, pero no puede demostrar nada. Si tan valiente se cree, enfréntese a mí. No lleva pistola, pero apuesto a que alguien le presta una si se la pide con educación – su sonrisa se desvaneció, y gritó–: ¡Que alguien le dé una pistola a este tipo! –estaba convencido de que sería de lo más fácil cargárselo en ese mismo momento… pero en defensa propia, claro.
Sus dos amigotes dieron un paso hacia delante con actitud amenazadora, pero Jared no se acobardó; después de ver desenfundar a Garmon, sabía que él era más rápido. Podía acabar con los tres allí mismo si hacía falta, pero Clark estaría perdido si Garmon moría sin confesar. No podía excederse, tenía que echarse atrás de momento… o mejor dicho, fingir para dar la impresión de que estaba echándose atrás. Quería que Garmon se pasara la noche preocupado por su amenaza, que perdiera los estribos y fuera a buscarle encolerizado a la mañana siguiente. Ése era el plan, pero tenía que interpretar bien su papel.
Se echó el abrigo hacia atrás, y procuró aparentar nerviosismo al decir:
–Como puede ver, estoy desarmado. La verdad es que no sabría qué hacer con un arma.
Garmon se relajó de forma visible, y dijo en tono burlón:
–A lo mejor prefiere enfrentarse a mí con un libro de Derecho –su propia ocurrencia le hizo tanta gracia, que se echó a reír a mandíbula batiente.
Jared le miró a los ojos, y le dijo con voz suave:
–Le mostraré mis armas cuando suba a mi testigo al estrado.
–Ya lo veremos –ya no parecía tan seguro de sí mismo.
–Sí, claro que lo veremos. El juicio empieza a las nueve de la mañana, seguro que nos veremos allí; con un poco de suerte, mi testigo llegará mañana mismo.
Dio media vuelta, y a pesar de que permaneció alerta y pendiente de los presentes por el rabillo del ojo, de cara a los demás dio la impresión de ser un hombre lo bastante idiota como para darle la espalda a aquellos tipos.
Al ver su actitud, Garmon acabó de convencerse de que era un lechuguino que no tenía ni idea de pelear, pero su inesperada visita sirvió también para que se decidiera a hacer algo cuanto antes. Aquel abogaducho tenía mucha labia, y no podía arriesgarse a que lograra sonsacarle de dónde había sacado el dinero que había usado aquella noche en la partida de póquer. Tendría que haber esperado un poco más antes de gastárselo, pero al principio había dado por hecho que sus esfuerzos por caldear los ánimos y provocar un linchamiento darían sus frutos, y había empezado a darse cuenta de que se había equivocado. Los habitantes de Fort Worth parecían muy reacios a llegar a esos extremos, y no conseguía enfurecerlos lo suficiente; además, el viejo Marlowe estaba recuperándose, y eso había contribuido a apaciguar un poco los ánimos.
Si ya hubieran linchado a Clark, no tendría que estar preocupándose a aquellas alturas por si le descubrían y le encarcelaban, pero no había tenido suerte en ese aspecto; por otro lado, no podía arriesgarse a que el abogado sacara a la luz el arresto por robo en Austin, porque la gente se daría cuenta de que era capaz de cometer un robo a mano armada. En Austin había usado otro nombre, ¿cómo se las había ingeniado Dunn para seguirle la pista?
No había contado con que aquel tipo descubriera que había robado a un tendero en otra ciudad; además, había cometido aquel mismo delito en otros sitios, y corría el riesgo de que Dunn lo descubriera si se le ocurría investigar más a fondo. Le habían arrestado tres veces, aunque al final no había habido ni una sola condena. Nunca había ido a parar a la cárcel, porque siempre se las había ingeniado para salir indemne, pero… ¿y si le pillaban? La mera idea de estar encerrado le resultaba insoportable, jamás se le había pasado por la cabeza que pudieran llegar a atraparle.
Pidió un trago, y se lo bebió mientras le daba vueltas a sus posibles opciones; según Dunn, el testigo de Austin podría estar en la ciudad a la mañana siguiente… tenía que impedirlo como fuera, nadie le creería si existían sospechas sobre su pasado. El negro quedaría libre y él se convertiría en el principal sospechoso, porque se suponía que era un testigo y alguien podría plantearse por qué estaba lo bastante cerca de la tienda a la hora del robo como para ver a Clark salir de allí.
El abogado iba desarmado y era obvio que no tenía ni idea de cómo manejar una pistola, así que lo mejor sería enfrentarse a él por la mañana, antes del juicio, para que se asustara y renunciara a representar a Clark… aunque también podría matarle, y así se desharía también del problema que suponía el testigo de Austin. Si Dunn no se encargaba del caso, el testigo no sería llamado a declarar, y su pasado seguiría a buen recaudo.
Seguro que, si Dunn huía o moría de un tiro, no habría otro abogado con las agallas suficientes para poner en duda su testimonio y el de sus dos compinches, y sería Clark el que iría a la cárcel por el robo. Él conseguiría el puesto de capataz en el rancho de Beale, tendría dinero de sobra para jugárselo a las cartas y podría quedarse a vivir de forma definitiva en Fort Worth.
A su mente abotargada le pareció el plan perfecto. Era bastante rápido con su arma, pero tampoco le haría falta esforzarse demasiado para hacer que aquel abogaducho finolis saliera huyendo con el rabo entre las piernas… si optaba por dejarle con vida, claro. Podía matarle si le daba la gana, y argumentar que había sido en defensa propia.
Cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que el plan iba a funcionar.
–Sírveme otro whisky –le dijo al camarero.
–Oye, Garmon, ese abogado prácticamente te ha acusado de robar al viejo Marlowe –comentó un tipo.
Garmon desenfundó sin pensárselo dos veces, y le apuntó con el arma.
–¿Qué has dicho?
El hombre carraspeó antes de apresurarse a recular.
–Que yo en tu lugar le pegaría un tiro a ese abogado de pacotilla.
Garmon soltó una carcajada, y volvió a enfundar el arma. Le encantaba intimidar a la gente. Había aprendido tiempo atrás que casi nadie se atrevía a llevarle la contraria a alguien que desenfundaba tan rápido como él, y le gustaba alardear de su rapidez de vez en cuando para poner nerviosa a la gente.
–Sí, eso me había parecido oír –dijo, con tono socarrón.
Jared se pasó por la cárcel para hablar con Brian Clark, que estaba bastante alicaído, y comentó:
–Esperaba que vinieran a por mí para lincharme, pero de momento sigo vivo.
Jared se apoyó contra los barrotes de la celda, y esbozó una sonrisa llena de ironía.
–Garmon no ha conseguido suficiente apoyo, pero he ido a ponerle un poco nervioso; si todo va según lo previsto, vendrá a por mí mañana por la mañana.
Clark se levantó al oír aquello, y le advirtió con voz suave:
–Tenga cuidado con él, es un hombre peligroso. Sé cosas de él que jamás he contado. No se exponga a que le maten por mi culpa, señor Dunn.
Jared lanzó una mirada a su alrededor, y cuando se aseguró de que no había nadie lo bastante cerca como para oírle, dijo en voz baja:
–Voy a ser sincero con usted, Clark. No tengo suficientes pruebas para ganar el caso, y es muy posible que le declaren culpable si vamos a juicio. No tiene coartada, no hay ningún testigo fiable que pueda confirmar dónde estaba cuando se cometió el delito, y cada vez está más claro que Marlowe no va a poder identificar al hombre que le atacó. Garmon ha caldeado los ánimos en su contra, y sus dos compinches atestiguarán lo que él les pida; a pesar de que no es un tipo de por aquí, le creerán antes que a usted. El testimonio de Beale y el hecho de que sirviera en el ejército le ayudarán, Clark, pero no lo suficiente –le sostuvo la mirada al añadir–: No puedo demostrar su inocencia en un juicio.
–Entiendo –dio la impresión de que empequeñecía de repente.
–Pero existe otro método. Acabo de decirle a Garmon que puedo demostrar que está vinculado a otro robo, y que va a venir un testigo de Austin dispuesto a declarar en su contra. Le he puesto nervioso, y si reacciona como yo espero, vendrá a enfrentarse conmigo mañana mismo, antes de que empiece el juicio.
–Sólo conseguirá que le maten, Dunn.
–Que esto quede entre nosotros, Clark… dudo mucho que Garmon pueda conmigo.
El inspector Sims, que estaba encargándose de vigilar mientras el carcelero estaba fuera comiendo, se asomó por la puerta y dijo de malos modos:
–Fuera de aquí, no estamos en horas de visita.
–Aún no he acabado –se limitó a contestar Jared, sin inmutarse.
Sims se llevó la mano a la cartuchera mientras entraba con actitud desafiante, y repitió ceñudo:
–He dicho que fuera –los abogaduchos de ciudad no le daban ningún miedo, y estaba convencido de que aquél no iba a plantarle cara.
Jared vaciló por un instante, pero como sabía que no era un buen momento para causar problemas, le lanzó una rápida mirada a Clark y le dijo:
–No se preocupe, sé lo que hago.
Cuando fue hacia la puerta y pasó junto a Sims, éste frunció los labios y dijo con voz burlona:
–¿Le pongo nervioso, abogado? –pasó los dedos por su arma, y añadió–: ¿Le dan miedo las pistolas?
–Está claro que tiene muy buena opinión de sí mismo, Sims –se limitó a contestar, en un tono de voz de lo más amable.
–Si lo que está diciendo es que soy bueno con un arma, téngalo por seguro. ¿Sabe con qué extremo de la pistola se apunta, abogado?
Jared rio para sus adentros ante tamaña sandez, y se limitó a contestar:
–Un día de éstos, quizá llegue a averiguar por las malas lo que sé sobre pistolas –sus ojos relampaguearon por un instante.
Mientras él salía a la calle, con las manos en los bolsillos y pensando en lo que iba a pasar al día siguiente, Sims se quedó allí plantado, mucho menos seguro de sí mismo de lo que aparentaba, y siguiéndole con una mirada que reflejaba lo desconcertado que se había quedado.
Noelle y la señora Dunn estaban en la sala de estar cuando Jared llegó a casa, pero cuando él entró y se sirvió un whisky, la anciana tuvo la delicadeza de dejarlos a solas con la excusa de que iba a acostarse.
Jared se sentó frente a su esposa, y mientras la contemplaba en silencio no pudo evitar pensar en las palabras de Beale, en lo de que el pasado siempre regresaba cuando uno menos lo esperaba. No le hacía ninguna gracia tener una confrontación, pero provocar una era la única forma de evitar que Clark acabara en la horca. Era una táctica que iba en contra de sus convicciones y de su respeto por la ley, pero no tenía ninguna otra opción.
–¿Dónde está Andrew? –le preguntó con frialdad a Noelle.
Ella siguió bordando sin molestarse en alzar la mirada, y aparentó estar de lo más calmada a pesar de que el corazón le martilleaba en el pecho.
–Ha salido –no especificó que había ido a visitar por fin a la señorita Beale.
–¿Y no te ha invitado a acompañarle?
En esa ocasión sí que le miró, y se dio cuenta de que a pesar de su insistencia en acicatearla, a pesar de su actitud sarcástica, parecía preocupado.
–¿Qué te pasa, Jared? ¿Es que no puedes decírmelo?
Su perspicacia le tomó por sorpresa, había olvidado que ella era capaz de vislumbrar a veces lo que se ocultaba en lo más profundo de su alma. Era una facultad de lo más peculiar. Deseó poder empezar desde cero con ella, pero ya era demasiado tarde. Era más que probable que al día siguiente tuviera que enfrentarse a un pistolero dispuesto a matarle, y aunque tenía ventaja a la hora de desenfundar, el hecho de ser rápido no garantizaba ganar un duelo. Había que saber mantener la calma, tener una puntería certera, pero lo principal era no descentrarse. Si permitía que algo le distrajese, Garmon tendría ventaja.
–Es algo relacionado con el juicio, ¿verdad?
Él se reclinó en el sillón, y soltó un suspiro antes de admitir:
–Sí.
Recordó con claridad nítida lo mal que se había portado la última vez que había hablado con ella, los comentarios tan duros que había hecho sobre Andrew, las amargas acusaciones que le había lanzado, y lo lamentó de corazón. Si estaba enamorada de Andrew, él debía respetar sus sentimientos. La felicidad de Noelle le importaba por encima de todo.
Decidió dejarle al menos un buen recuerdo, algo que compensara en cierta forma la frialdad con la que la había tratado en los últimos días, y dijo de repente:
–Te he tratado muy mal en estos últimos días. He sido crítico, inflexible, y no he tenido en cuenta tus sentimientos. Lo siento.
Noelle sabía que él casi nunca pedía perdón, y por eso aquella disculpa le resultó tan impactante. Dejó de bordar, y le miró a los ojos con calidez.
–Sé lo ocupado que estás, y quizás incluso puedo entender cómo te sientes ante el regreso de Andrew –bajó la mirada antes de añadir–: Tal y como tú mismo dijiste, no tuviste más remedio que cargar conmigo. No nos casamos por amor, así que no tengo derecho a esperar nada de ti.
Él cerró los ojos al sentir que una punzada de dolor le atravesaba de lado a lado, y le preguntó con voz cortante:
–¿Crees que alguien habría podido obligarme a casarme contigo en contra de mi voluntad?
–Bueno, es que… quieres mucho a tu abuela, y…
–Sí, claro que la quiero, pero la situación habría podido solventarse de otra forma –respiró hondo antes de admitir por fin–: Me casé contigo porque quise, Noelle. No sabes cuánto lo deseaba. Te mentí cuando te dije que lamentaba haber tenido que hacerlo, no es verdad. Lo único que lamento es haber podido ofrecerte tan poco.
–Hablas como si estuvieras despidiéndote –comentó, desconcertada, antes de soltar una risita llena de nerviosismo.
–A lo mejor estoy haciéndolo, en cierta forma –Contempló su rostro con un anhelo ávido que no se reflejó en ningún momento en su expresión, y añadió con voz ronca–: Jamás había permitido que alguien se acercara tanto a mí. A lo mejor, con algo de tiempo, habríamos llegado a… –respiró hondo, y tomó otro trago de whisky–. En fin, es inútil hablar sobre lo que podría haber pasado. Quiero que seas feliz, Noelle; a estas alturas, los dos sabemos que no podemos tener un futuro como pareja.
Ella apretó con fuerza el bordado, y alcanzó a decir con voz trémula:
–Pareces muy seguro de eso.
–Lo estoy –¿cómo podían ser felices juntos mientras ella siguiera enamorada de Andrew? Bajó la mirada, y la clavó en sus botas. Estaban polvorientas, y no servía de nada intentar darles brillo–. En cuanto acabe el juicio, me encargaré de que recuperes tu libertad.
Como seguía con la mirada gacha, no alcanzó a ver la expresión de angustia que se reflejó en el rostro de Noelle.
–¿Quieres que nos divorciemos, Jared? –apenas podía respirar.
–Parece la única opción, pero… ¿quién sabe? –soltó una carcajada gélida antes de añadir–: A lo mejor obtienes tu libertad sin la intervención de un juzgado –si Garmon tenía buena puntería, claro. Alzó la mirada, y le dijo sin inflexión alguna en la voz–: Seguro que te alegras mucho de que Andrew haya regresado.
–Sí, él te agradece muchísimo que le permitieras volver.
Estaba aturdida por lo del posible divorcio y Andrew le parecía totalmente secundario en ese momento, pero recordó lo contento que se había puesto cuando había recibido una invitación para cenar en casa de la señorita Beale aquella noche, y comentó:
–Su corazón está en Fort Worth –no vio los celos descarnados que relampaguearon en sus ojos azules, porque él se apresuró a bajar la mirada.
Jared tomó otro trago de whisky mientras pensaba en lo arrebatadora que estaba con aquel vestido ribeteado de encaje. Recordaba condenadamente bien cómo estaba desnuda, y se dijo que había sido demasiado cauto. Se había negado a compartir su vida con ella para intentar protegerse de una posible traición, pero al final se había dado cuenta de que ella era completamente diferente a Ava y jamás le mentiría. Sabía que, si hubiera sido capaz de amarle a él tal y como amaba a Andrew, no le habría abandonado jamás, ni en el supuesto caso de que hubiera averiguado la clase de hombre que era en realidad y lo que había sido en el pasado.
Pero Andrew había regresado, y ella le amaba. Tenía que dejarla libre, para que pudiera estar con el hombre del que estaba enamorada.
–El juicio empieza mañana, ¿verdad? –le preguntó ella.
–Sí.
–¿Has encontrado las pruebas que necesitabas?
–Lo que he encontrado son meras sospechas, pero no tengo pruebas suficientes para salvar a Clark.
–Lo siento.
–No te preocupes, espero que la situación se rectifique en breve –pensó en la mañana que se avecinaba, y en la sonrisa burlona de Garmon.
–¿Cómo?
Jared apuró su whisky, y se puso de pie. Ya no cojeaba en absoluto, y tenía un aspecto elegante, sano y vital. Se acercó a Noelle, posó una mano sobre el respaldo de su silla, y se inclinó hacia ella sin dejar de sostenerle la mirada.
–No vengas al juicio mañana, Noelle. Quédate en casa.
–¿Por qué? –lo tenía tan cerca, que se le aceleró la respiración.
–No puedo decírtelo, tendrás que fiarte de mi palabra. Si tienes que salir de casa por cualquier razón, pídele a Andrew que te acompañe, él te protegerá.
Estaba preocupada, porque nunca le había visto así. Lo miró ceñuda, y le preguntó:
–No van a intentar linchar al señor Clark, ¿verdad?
–Ésa es la menor de mis preocupaciones en este momento.
Jared se inclinó poco a poco hacia ella, y vaciló cuando sus bocas quedaron a un suspiro de distancia. No sabía si ella querría que la besara estando Andrew de regreso, pero estaba desesperado por saborear su boca una última vez.
–Noelle… –susurró, con voz quebrada.
Ella le hizo bajar la cabeza, y se besaron con pasión. Jared no habría sabido decir si ella intuía que quizá no volvería a verle tras aquellas últimas horas, si estaba intentando reconfortarle, pero le daba igual. La besó con intensidad febril y se obligó a apartarse cuando su cuerpo entero se tensó de deseo, pero al ver que ella se negaba a soltarle y le instaba a que volviera a acercarse, gimió atormentado, se dijo que sólo iba a ser aquella última vez, y se apoderó de nuevo de su boca; estaba tan enloquecido de deseo, que la alzó de la silla y la abrazó con fuerza contra su cuerpo.
Noelle sintió que le flaqueaban las rodillas, y se sintió agradecida por la fuerza de aquellos brazos musculosos que la rodeaban mientras el beso seguía y seguía.
Fue un tormento soltarla. La tomó con firmeza de los brazos, que seguían rodeándole el cuello, y fue apartándola milímetro a milímetro. En sus ojos azules refulgía el deseo contenido, y se estremeció mientras se obligaba a apartarse de ella. Luchó por recobrar la compostura mientras la veía temblar, mientras aquellos enormes ojos verdes le contemplaban llorosos.
¿Cómo era posible que le besara así estando enamorada de Andrew?, ¿cómo era capaz de permitir que la tocara?
–Es la primera vez que me besas así –susurró ella, con voz ronca.
–A lo mejor tendría que haberlo hecho aquel día, en el jardín –sus ojos se llenaron de calidez mientras contemplaba su rostro ruborizado.
–Aquel día… ¿por qué apartaste la mano de golpe, como si yo te hubiera contaminado?
Él respiró hondo antes de admitir:
–Porque te deseé de repente con locura y no quería que te dieras cuenta, que supieras cuánto me afectaba que me tocaras –consiguió esbozar una tensa sonrisa antes de añadir–: No podía decirte algo así antes de que nos casáramos, así que tuve que dejar que creyeras que me sentía asqueado.
Ella le miró con nuevos ojos, esperanzada y asombrada, y susurró:
–Guardas demasiados secretos.
Él asintió, y la miró a los ojos con expresión penetrante antes de decir con voz ronca:
–Eres lo más hermoso que hay en mi vida, el mundo habría sido mucho peor sin ti –al ver que se acercaba un poco, retrocedió de inmediato y soltó una carcajada seca–. No –alzó una mano como para detenerla, y añadió–: No, ya he dicho demasiado.
Ella no entendía lo que estaba pasando, y le miró implorante.
–Pasa algo, ¿verdad? ¡Por favor, dime de qué se trata!
No podía hacerlo. Se apresuró a apartarse de ella, se acercó a la ventana con las manos en los bolsillos, y mantuvo la mirada fija en el exterior hasta que logró recobrar la compostura.
Ella se limitó a observarle en silencio. Aún sentía el sabor a whisky que aquel beso desesperado le había dejado en la boca.
–¿Qué es lo que pasa, Jared?
Después de respirar hondo, se volvió y la devoró con la mirada con una intensidad que la ruborizó. Mientras memorizaba todas y cada una de las líneas de aquel rostro adorado, el tormento que le desgarraba las entrañas se reflejó por un instante en su mirada, pero se apresuró a controlarse; al cabo de un largo momento, le dio la espalda de nuevo y dijo con aparente naturalidad:
–No pasa nada. Tengo que encargarme de un par de cosas pendientes antes de subir a acostarme, buenas noches.
Al verle ir hacia la puerta, Noelle le llamó vacilante.
–¿Jared?
Él se detuvo cuando ya tenía la mano en el pomo, y la miró con expresión interrogante; a pesar de su fachada de aparente calma, el deseo que sentía por ella era tan intenso, que Noelle lo sintió como algo palpable. La recorrió una oleada ardiente al recordar aquella primera y última vez, pero vaciló antes de dar voz a lo que estaba pensando. Era un atrevimiento decirle algo así a un hombre, aunque fuera su marido (sobre todo teniendo en cuenta que le había dejado claro que quería divorciarse de ella), pero estaba preocupado por el juicio, y ella podía ofrecerle al menos su cuerpo para que se relajara; y quizá, si conseguía que la deseara lo suficiente, él cambiaría de idea en cuanto a lo del divorcio.
–Si quieres que… estaba pensando que podríamos hacer… –se puso roja como un tomate.
–¿Estarías dispuesta a hacer ese sacrificio por mí? –la tentación de aceptar era abrumadora, pero no podía hacerlo, porque ella le pertenecía a Andrew. Respiró hondo, y dijo un poco burlón–: ¿Te doy lástima, Noelle?
Ella le fulminó con la mirada.
–¡Claro que no! ¡Además, no tengo ningunas ganas de acostarme contigo!
–¿Tan horrible fue? –soltó una carcajada carente de humor al ver su cara de indignación, pero de repente se puso serio y admitió con voz profunda y gutural–: Fue casi sagrado, Noelle. Jamás volveré a tocar a otra mujer en lo que me queda de vida, el recuerdo me bastará incluso cuando te hayas ido.
Ella seguía sin entender nada, y le dijo con voz queda:
–No has vuelto a acostarte conmigo.
–No me he atrevido –en sus ojos se reflejaban un sinfín de emociones contenidas–. Dios mío, ¿crees que no deseaba hacerlo? –respiró hondo antes de añadir con expresión solemne–: No tenemos más remedio que jugar con las cartas que la vida nos da. Tu futuro no está a mi lado, pero me diste más de lo que esperaba… no olvides nunca eso, por favor. Eres muy joven, cariño. Serás más feliz con… con alguien que tenga una edad más similar a la tuya –fue incapaz de pronunciar el nombre de su hermanastro, y sintió una dulce agonía al contemplar aquel rostro que lo miraba con tanto desconcierto. La amaba con toda su alma–. Supongo que, para bien o para mal, mañana te enterarás de todo.
–No lo entiendo, Jared.
–Ya lo entenderás, te lo aseguro –como su prioridad absoluta era seguir protegiéndola de todo posible peligro, añadió–: No olvides lo que te he dicho quédate en casa mañana por la mañana.
Mientras él salía de la sala de estar a toda prisa, Noelle se puso a hacer planes para la mañana siguiente, porque una cosa estaba muy clara: iba a ir al juzgado. Estaba convencida de que Jared corría peligro, y lo quisiera él o no, al margen de que estuviera decidido a pedirle el divorcio, ella tenía derecho a estar a su lado. Lo que no entendía era por qué la besaba como un hombre locamente enamorado y al cabo de un momento le decía que iba a dejarla libre para que se casara con un hombre más joven. ¿Acaso estaba pensando en alguien en concreto? Estaba enterado de que Andrew quería casarse con Jennifer Beale, ¿no?