Capítulo 6

Como se había mostrado tan cortante e incluso insultante con ella durante la clase de baile, Noelle pensaba que Jared iba a ignorarla en lo sucesivo por completo, pero no fue así; aunque siguió taciturno y reservado a lo largo de los días siguientes, pasó una gran cantidad de tiempo con ella, enseñándole el comportamiento adecuado que había que mantener en la mesa y en situaciones sociales. Fue la única que se dio cuenta de que él se aseguraba de que su abuela siempre estuviera presente durante las clases, que parecían divertir de lo lindo a la anciana.

Por suerte, Andrew estaba fuera de la ciudad por cuestiones de negocios, así que por esa parte no hubo ningún comentario incómodo sobre la cantidad de tiempo que su hermanastro pasaba con ella. Jared le había explicado a su abuela por qué había decidido ayudarla, aunque sin entrar en demasiados detalles, y como a la anciana también le preocupaba que Noelle estuviera encandilada del irresponsable Andrew, se había apresurado a darle su aprobación.

El hecho de que el propio Andrew hubiera estado mostrándose más atento de lo normal con la joven resultaba intranquilizador, sobre todo teniendo en cuenta que parecía igual de decidido a seguir cortejando a la señorita Beale.

A pesar de que la señora Dunn siempre estaba presente durante las clases, en una ocasión tuvo que ausentarse y Jared y Noelle se quedaron solos.

–¡No, no y no! –masculló él, con las manos en los bolsillos, al verla sentarse sin miramientos en una silla–. Siéntate como una dama, Noelle, con delicadeza y sin prisa. No te dejes caer como un vaquero exhausto.

–¿Qué vas a saber tú de cómo se comporta un vaquero?, ¡eres un abogado de ciudad! –estaba exasperada, porque daba la impresión de que nada le salía bien.

Él soltó una carcajada, y le contestó con sequedad:

–Te sorprendería todo lo que sé, y cómo lo aprendí.

Se quedó mirándola ceñudo. Iba ataviada con un vestido azul claro que parecía tener montones de encaje, y de repente se preguntó cómo se las ingeniaría una mujer vestida así para evitar que el encaje se le desgarrara al dejarse arrastrar por la pasión en brazos de un hombre.

–¿En qué estás pensando?

–Eh… en nada importante. Venga, vuelve a intentarlo.

Ella hizo una mueca de impaciencia, pero le obedeció hasta que él le dio el visto bueno; después de tomar un poco de té con delicadeza, dejó la taza en el platito y confesó:

–Es una taza tan fina y delicada, que me da miedo que se me caiga.

–No es más que una taza; si se rompe, compraremos otra.

–Es muy cara, Jared. En mi casa bebíamos en unas viejas jarras blancas, y los platos eran de otra clase y estaban descascarillados y agrietados –lo miró a los ojos antes de añadir–: Mis vestidos estaban hechos con sacos de harina, y un par de zapatos tenían que durarme uno o dos años.

–Ya no.

–¿No ves lo fuera de lugar que estoy aquí? No soy más que una rústica que no tiene ni idea de cómo hablar con la gente de ciudad, seguro que la señora Dunn se avergüenza de mí –sus ojos verdes reflejaban una tremenda inseguridad.

–Mi abuela está encantada de tenerte aquí… y Andrew también.

–Pero eres tú el que paga las facturas y me vine a vivir aquí sin tu permiso, sin que lo supieras siquiera; para cuando te mandaron una carta avisándote de mi presencia, yo ya llevaba semanas aquí.

–¿Crees que me molesta tu presencia?

–Sé que te irrito, no lo niegues.

Sí, era cierto que le irritaba, pero no porque le molestara albergarla en su casa. Contempló aquel cuerpo grácil, aquella cara hermosa y pálida, y fue poniéndose cada vez más tenso.

–Podría irme a vivir de nuevo con mi tío.

–Mi abuela se sentiría perdida sin ti –lo dijo con fingida naturalidad, pero apartó la mirada para que no se diera cuenta de lo mucho que le había afectado su ofrecimiento. Era consciente de lo que la aterraba la idea de regresar a Galveston.

Noelle intentó ocultar el enorme alivio que sintió. Se levantó de nuevo, se sentó tal y como él le había enseñado, alzó la taza con total corrección, se la llevó a los labios, tomó un sorbito de té, y volvió a dejarla sin que ocurriera ningún desastre.

Jared estuvo a punto de echarse a reír al ver su expresión triunfal, y mientras observaba su rostro animado y el brillo de sus ojos verdes, no pudo evitar pensar en lo guapa que era. Tenía pecas y una tez suave, y se preguntó de repente si era igual de pálida por todas partes, si su cuerpo entero era igual de terso y blanquecino…

Apretó los puños con fuerza en el interior de los bolsillos, y respiró hondo antes de decir:

–Lo has hecho muy bien, tanto tus modales como tu conversación en la mesa han mejorado mucho.

–Gracias por enseñarme, te estoy muy agradecida…

–No te preocupes, ya te dije que tenía tiempo.

–Sé que has tenido que trabajar algunas horas de noche para recuperar el tiempo que has invertido en mí; a pesar del poco tiempo que lleva abierto, tu bufete ya va viento en popa.

Él soltó una carcajada carente de humor, y admitió:

–Sí, la verdad es que no esperaba tener tantos casos, pero puedo aceptar los que me interesan y posponer el resto. Me resultaba tedioso vivir en Nueva York, y los casos que me llegaban tenían más que ver con el dinero y el prestigio que con la justicia.

Se sintió sorprendida y complacida al ver que le contaba aquello, porque era un hombre muy reservado que jamás hablaba de su pasado, ni siquiera de Nueva York; de hecho, solía limitarse a escuchar cuando estaba con más gente.

–¿Por qué decidiste estudiar Derecho? –al verle vacilar, supo que estaba debatiéndose entre contestar o no. Se puso de pie, y se colocó delante de él–. Fuiste tú quien dijiste que siempre debíamos ser sinceros el uno con el otro.

–En ese caso, sé sincera y dime por qué quieres saberlo.

–Crees que tengo algún motivo oculto, ¿verdad? Por eso apenas hablas de ti mismo, porque desconfías de todo el mundo… sobre todo de las mujeres.

Él permaneció inmóvil, con una expresión tan rígida como el resto de su cuerpo.

–¿Crees que sería capaz de hacerte algún daño después de todo lo que has hecho por mí? Te debo mucho, Jared.

–No me debes nada. Hago lo que me viene en gana, y punto. Tu… educación me sirve para entretenerme, y la ayuda que prestas en la casa lo compensa con creces. No espero nada a cambio, y mucho menos que finjas estar interesada en mi vida.

–¡No estoy fingiendo! –exclamó, indignada.

–¿En serio? –la miró con una sonrisa burlona, y dijo con tono hiriente–: ¿No crees que es el pasado de Andrew el que debería interesarte?

Ella se llevó las manos a las caderas en un gesto muy impropio de una dama, y lo fulminó con la mirada.

–¡Seguro que Andrew se desmayaría aterrado si le preguntara sobre su pasado, que seguro que está plagado de campos de batalla sembrados de cadáveres y montones de mujeres atractivas en su cama! –no se dio cuenta del disparate que acababa de decir hasta que le vio enarcar las cejas y echarse a reír a mandíbula batiente. Se cubrió la boca con la mano y lo miró horrorizada.

Jared no se había escandalizado al oírla hablar así; de hecho, estaba riendo porque aquella respuesta tan poco convencional le había encantado. Dio un paso hacia ella, y le preguntó con descaro:

–¿Qué sabes tú de lo que un hombre hace en la cama con una mujer atractiva, Noelle?

Estaba tan avergonzada, que soltó un gritito y se puso roja como un tomate. Intentó dar media vuelta, pero él la agarró del brazo con una mano férrea y tiró con suavidad para volver a acercarla.

–¡Eso ha sido imperdonable! –exclamó, hecha una furia. Tenía los ojos tan lívidos como las mejillas.

–Sí, pero tú siempre me perdonas, ¿verdad? –le dijo con indolencia, antes de soltarla.

–¡Sólo Dios sabe por qué!

Él asintió complaciente, y le echó un vistazo a su reloj de bolsillo.

–Queda menos de media hora para que sirvan la cena, ¿quieres que te enseñe a bailar el vals?

–¿En media hora? –le dijo, un poco más calmada.

–Puedo enseñarte los pasos, y después sólo te hará falta practicar –su sonrisa se desvaneció de golpe–. Pero no puedo ofrecerme a practicar contigo.

–Te duele la pierna cuando te apoyas demasiado tiempo en ella, me he fijado.

–¿Que te has fijado?, ¿por qué?

Ella fue incapaz de contestar. Le observaba a todas horas, y su propia fascinación la desconcertaba. Seguro que se debía a que era su tutor, su mentor, la persona que la ayudaba y la trataba con amabilidad a pesar de la imagen huraña que mostraba de cara al resto del mundo; de hecho, su propio hermanastro solía hablar con mordacidad sobre él y sobre algunos de los casos que había ganado… a juzgar por algunos de los comentarios de Andrew, cabría pensar que Jared no tenía ni corazón ni conciencia, pero eso no era cierto.

Él se acercó visiblemente tenso al gramófono, y comentó:

–El vals es un baile elegante, pero requiere aguante y concentración.

–Tú pareces capaz de concentrarte en cualquier situación, incluso cuando hay mucho ruido.

–Es un reflejo adquirido a base de práctica, en el mundo moderno cuesta encontrar la paz y la tranquilidad necesarias para reflexionar sobre un caso –se volvió hacia ella cuando puso en marcha el instrumento y la música empezó a sonar, y fue entonces cuando se dio cuenta de que le había seguido y la tenía justo detrás. Le puso la mano izquierda en la cintura y comentó–: En condiciones normales, tu pareja llevaría guantes.

–Y yo también.

Él respondió con una sonrisa, y asintió antes de indicarle el primer paso.

–Deja que te guíe. Se parece al baile que te enseñé el primer día, pero es un poco más complejo… ¡Noelle, no intentes girar hasta que yo lo haga! –hizo una pequeña mueca de dolor mientras se enderezaba. Ella acababa de dar un pequeño traspiés, y había estado a punto de hacerle perder el equilibrio.

–¡Perdona, qué torpe soy! ¿Te he hecho dado en la pierna? –le preguntó, contrita.

–No –masculló entre dientes, antes de añadir–: Inténtalo de nuevo.

Noelle sabía que la pierna le dolía, pero optó por no hacer ningún comentario. Él siguió bastante rígido mientras la guiaba y la hacía girar lentamente al ritmo de la música, pero menos de cinco minutos después, al ver que cada vez tenía peor cara, ella se detuvo en seco y le dijo:

–Te has hecho daño en la pierna, no lo niegues. No sabes cuánto lo siento, debes de sentirte como si estuvieras enseñando a bailar a una vaca.

–No soy un inválido –refunfuñó, mientras se frotaba la pierna.

–Siéntate, por favor.

Estaba empeñado en no dejar que le cuidaran, pero al verla tan preocupada, su obstinación se desvaneció y dejó que le condujera al sofá. Suspiró aliviado al sentarse, y extendió la dichosa pierna para intentar calmar un poco el dolor.

–¿Quieres que te traiga algo?, ¿tienes alguna medicina para el dolor?

–Ni hablar. A los médicos les encanta administrar mejunjes, quisieron darme opiáceos para aliviar el dolor, pero esas sustancias crean adicción. ¿De verdad crees que eso es lo que necesito?

–No, claro que no, pero entonces… ¿qué quieres que haga?

Jared respiró hondo y cerró los ojos antes de contestar:

–¿Sabrías servirme un whisky?

–Por supuesto que sí, mi tío era propenso a resfriarse y lo usaba a modo de medicina.

En otras circunstancias, habría hecho algún comentario sarcástico al oír aquello, pero la pierna le dolía demasiado y se limitó a decir:

–En el despacho, en la vitrina.

Ella fue a buscarlo de inmediato, le daba igual si alguien la veía andar por la casa con una bebida alcohólica. Pobre Jared, debía de dolerle mucho, pero a pesar de todo, jamás se rendía. Se preguntó cuánto tiempo llevaba sufriendo, y si había resultado herido mientras ejercía su trabajo; según la señora Dunn, había viajado mucho antes de regresar a Fort Worth.

No se cruzó con nadie al regresar con un vasito lleno de whisky, y al entrar en la sala de estar cerró la puerta por si a la señora Dunn se le ocurría bajar de su dormitorio. Fue a toda prisa hacia Jared, que seguía espatarrado en la silla y con el rostro rígido por el dolor, se sentó en el suelo junto a él, y le dio el vaso.

–Gracias –se limitó a decir él, antes de tomárselo de un solo trago.

Noelle se preguntó cómo podía beberse algo que olía incluso peor que el linimento, y cuando él le devolvió el vaso, humedeció un dedo con la gota que había quedado en el fondo y se lo llevó a los labios con curiosidad.

–¡Qué asco! –exclamó, con una mueca de repugnancia. Jared bajó la mirada hacia ella mientras la calidez del alcohol le recorría el cuerpo, sonrió al ver su expresión, y le dijo en tono de broma:

–¡Eres una borrachina!

–¡Eso no es verdad! –exclamó, indignada.

–Anda, dame eso.

–El de mi tío no estaba tan malo. Una vez me dejó probarlo, y la miel y el limón que le había echado lo suavizaban un poco.

–Eso era un ponche –hizo una mueca al incorporarse en la silla, pero el dolor empezaba a calmarse. Noelle estaba sentada a sus pies en la prístina alfombra, rodeada de su falda.

–Lo siento, seguro que te ha dolido muchísimo cuando he tropezado.

–El dolor forma parte de la vida, y llevo mucho tiempo soportándolo.

Ella no se dio cuenta de que estaba hablando en sentido figurado, y dedujo que la herida era bastante antigua.

–¿Quieres que te traiga algo más?

–No, ya estoy mejor –sintió el súbito impulso de alzarla entre sus propias piernas y apretarla contra su cuerpo, y dijo con irritación–: Por el amor de Dios, levántate del suelo.

–Claro –se apoyó en el brazo de la silla, pero tropezó con la falda al levantarse y soltó una palabrota que le había oído decir a su tío.

Jared se apresuró a sujetarla para evitar que cayera, y se echó a reír mientras se ponía de pie junto con ella; cuando Noelle se dio cuenta de la palabrota que acababa de decir y lo miró horrorizada, fue incapaz de controlarse: la abrazó con fuerza, y se meció con ella en una tosca demostración de afecto a pesar del dolor de la pierna.

–Eres una fierecilla, voy a tener que echar mano de toda mi paciencia para lograr convertirte en una dama.

Noelle notó el latido de su corazón bajo el oído, y se dio cuenta de que su cuerpo era duro como el acero y tenía una fuerza que a distancia no se apreciaba del todo. Era cálido, duro, y olía bien; al sentir la caricia de su aliento en la mejilla, se apretó un poco más contra él, y su propio cuerpo se tensó cuando la sensación de aquel pecho firme bajo las palmas de las manos hizo que anhelara acariciarle por debajo de la ropa. Se quedó de piedra, ya que no entendía cómo había podido ocurrírsele algo tan escandaloso.

Él alzó la cabeza al notar su reacción, y se tensó al ver el desconcierto y la curiosidad que se reflejaban en su mirada. Mantuvo el rostro tan rígido como siempre, pero en sus ojos relucían emociones que llevaba reprimiendo durante demasiado tiempo.

Noelle empezó a respirar jadeante cuando, a pesar del emballenado, sintió que sus manos cálidas empezaban a acariciarle la espalda. Ella seguía teniendo las suyas contra su ancho pecho, sobre el sedoso chaleco que cubría la camisa de algodón, y notó bajo las palmas que a él se le aceleraban tanto el corazón como la respiración.

Él bajó las manos hasta su cintura, y le sostuvo la mirada mientras iba alzándolas por sus costados y su tórax hasta llegar a las axilas. Le rozó los senos con los pulgares en una caricia que la encendió de deseo, y antes de que pudiera recobrar el aliento, la instó a que alzara los brazos y se abrazara a su cuello.

Al verla abrir la boca para decir algo, le hizo un gesto negativo con la cabeza para indicarle que permaneciera callada, y volvió a rodearla con los brazos antes de atraerla hacia sí con suavidad; cuando la tuvo amoldada contra su cuerpo, fue apretando los brazos muy poco a poco, hasta que al fin estuvo abrazándola abiertamente.

Noelle entreabrió los labios mientras su cuerpo ardía y palpitaba. Nunca antes había sentido algo tan avasallador, tan dulce.

Él contempló con un deseo descarnado sus labios entreabiertos, pero se tensó cuando las súbitas campanadas del reloj que había en el pasillo indicaron que ya era la hora de la cena.

–Esto es imperdonable –dijo, mientras iba soltándola milímetro a milímetro–. Un trago de whisky no me afectaba tanto en los viejos tiempos… o a lo mejor estoy tan aturdido por culpa de mi edad avanzada.

Noelle no se sentía avergonzada de lo que acababa de pasar; lo que sentía era desconcierto, porque su propio deseo le resultaba inexplicable. Le miró a los ojos, y le preguntó con voz suave:

–¿No ha significado nada para ti?

Él inhaló de forma audible por la nariz, y le dijo con rigidez:

–Eres una huésped en mi casa.

–Te aseguro que te lo diría si me sintiera ofendida, pero jamás me has ofendido en modo alguno.

–Eres muy joven, una muchachita inexperta que sabe tanto de hombres como yo de sombreros parisinos.

–Bueno, pues si necesito que alguien me enseñe… –se dio cuenta de que estaba a punto de decir algo imperdonable y logró detenerse a tiempo, pero se puso roja como un tomate.

A él no le costó adivinar cómo habría terminado aquella frase, y le espetó con tono cortante:

–Ni hablar, en esto no pienso ser tu tutor. Si necesitas clases de esta materia, que te las dé Andrew; al fin y al cabo, él es el objetivo de este ejercicio, ¿verdad?

Su sarcasmo la enfureció. Primero la provocaba hasta lograr que actuara como una idiota, y después se comportaba como si ella se hubiera lanzado a sus brazos.

–Haga lo que haga, nada te parece bien, ¿verdad? ¡Hay que ser muy engreído para pensar que le pediría a un viejo decrépito e insulso como tú que me diera lecciones en cuestiones amorosas! –lo fulminó con la mirada, y se apartó el pelo de la cara con una mano temblorosa.

–Vaya, por fin sale a relucir la verdad –le dijo, con una sonrisita cínica.

–¡Eres un abogaducho estirado y aburrido, un pusilánime sin agallas!

–Qué carácter –comentó, más divertido que insultado.

–¡Te odio! –al ver que se limitaba a mirarla en silencio, con un brillo de diversión… y de algo mucho más profundo en la mirada, se enfureció aún más–. ¡Si fuera un hombre, te pegaría un buen puñetazo!

–¿Todo esto se debe a que no te he besado?

–¡Si crees que permitiría que…! ¿Acaso piensas que se me…? ¡Ni se me había pasado por la cabeza…! –enmudeció al ver que se acercaba a ella.

Se quedó quieta, con las mejillas encendidas y casi al borde de las lágrimas por la intensidad de las emociones que la atenazaban, pero a pesar de lo furiosa que estaba, no pudo contener el placer que sentía cada vez que lo tenía cerca.

Jared se detuvo delante de ella, enmarcó su rostro entre las manos y la instó a que alzara la cabeza. Contempló sus ojos húmedos durante un largo momento y al final dijo con voz ronca:

–A lo mejor he sido demasiado protector porque consideraba que nos unían ciertos lazos familiares, pero pensándolo bien, supongo que no tiene nada de malo darme un casto beso con una prima lejana de mi hermanastro.

Noelle se estremeció al oír la sensualidad que reflejaba su voz, y se aferró a las solapas de su chaqueta. Vio cómo aquella boca firme se acercaba a la suya y se entreabría, cómo vacilaba y se detenía tan cerca, que pudo saborear el cálido aliento a café que desprendía.

Jared no estaba seguro de si debía dar aquel último e irrevocable paso, pero se decidió al ver la mezcla de fascinación y deseo descarnado que se reflejaba en su rostro.

–No, Jared, no pares. No vuelvas a provocarme, por favor. Creo que… que me moriría si te pararas ahora –susurró, con voz trémula.

–Creo que yo también moriría, Noelle –admitió, con voz ronca. Contrajo las manos con tanta fuerza, que le resultó casi doloroso, y la instó con suavidad a que alzara la barbilla antes de apoderarse de su boca con pasión desatada.

Era la primera vez que un hombre la besaba. Las ensoñaciones en las que había intentado imaginarse aquel momento habían sido vagas y llenas de ternura, pero la realidad era violenta e incluso daba un poco de miedo. La boca de Jared era dura, sabía a whisky, y era de lo más íntimo sentirla prácticamente dentro de la suya. Las sensaciones que la recorrían mientras él parecía querer devorarla eran tan potentes, tan avasalladoras, que gimió y se estremeció de pies a cabeza.

Él se detuvo de inmediato al notar su reacción, y se apartó le preguntó con ternura:

–¿Te he asustado? Perdóname, es que hace muchísimo tiempo que no...

Enmarcó su rostro entre las manos, pero en esa ocasión lo hizo con delicadeza, acariciando en vez de aprisionando. Se inclinó hacia ella y la besó con sensualidad, sin prisa, deslizando la boca sobre sus cálidos labios y dándole pequeños mordisquitos.

Noelle contuvo el aliento. Aquello se asemejaba mucho más a sus ensoñaciones, aunque el rostro que había imaginado en ellas no era el de aquel hombre estoico y maduro, sino el de su hermanastro... aun así, no sentía placer ni deseo cuando Andrew la tomaba de la mano o la tocaba de forma fortuita, y eso la desconcertaba.

Era incapaz de resistirse a Jared, y se rindió por completo. Fue relajándose cada vez más mientras él seguía besándola con sensualidad, se apretó contra su cuerpo firme en un gesto de entrega absoluta, y fue entonces, y sólo entonces, cuando él abrió la boca y la instó a hacer lo mismo para poder adueñarse de ella con labios, dientes y lengua.

Noelle soltó un pequeño gemido. Sabía que debería sentirse escandalizada, ofendida, indignada, que tendría que propinarle una bofetada... pero su cuerpo entero se estremeció de deleite cuando él presionó las caderas contra las suyas y notó algo duro que la tomó por sorpresa. Era inocente, pero ni siquiera una joven inexperimentada podía malinterpretar lo que le había pasado al cuerpo de Jared; al fin y al cabo, tenía amigas casadas, y le habían contado algunos detalles que la habían dejado atónita.

Se puso rígida, consciente de que sería impensable permitirle que se tomara tales libertades, y empujó contra su pecho con las manos abiertas.

–Shhh… tranquila –susurró él, con voz ronca. Deslizó las manos desde las caderas hasta su cintura y dejó que retrocediera, pero sólo un poco–. Mírame, Noelle.

–¡No… no puedo! –gimió, abochornada; aun así, no tuvo más remedio que obedecer cuando él le hizo alzar la barbilla con una mano, y se quedó sin aliento al ver el brillo de sus ojos.

–Ahora ya sabes lo que puede pasar entre un hombre y una mujer, y con cuánta rapidez.

–¿Po… por eso lo has hecho? –alcanzó a decir, después de tragar con dificultad.

Él fijó la mirada en su hinchado labio inferior y lo frotó con el pulgar poco a poco, durante varios segundos, antes de contestar:

–Los dos queríamos saber lo que sentiríamos al besarnos y ya tenemos la respuesta, pero es mejor no repetir esta clase de experimentos. Ya te dije que no tengo nada que ofrecer, dentro de mí no queda nada de amor.

Ella alzó, vacilante, una mano hacia su rostro; al ver que no se apartaba, trazó con la punta de los dedos aquella nariz recta, las cejas, los pómulos, la boca dura y la barbilla firme. Tenía una barba incipiente, aunque estaba segura de que se había afeitado por la mañana. Tocarle era muy excitante… hundió la mano en la espesa mata de pelo negro y ondulado, y dijo con voz ronca:

–En diciembre cumpliré veinte años, y Andrew me dijo que tú tienes treinta y seis.

Él le agarró la muñeca con brusquedad, y sus ojos adquirieron un gélido brillo acerado.

–Mi edad no te concierne, y será mejor que olvidemos lo que acaba de pasar.

–Ha sido mi primera experiencia con un hombre, así que dudo que pueda olvidarla.

Él se mantuvo impasible, y la soltó antes de decir con una sonrisa cruel:

–Como para mí no ha sido la primera, dudo que la recuerde.

Noelle alzó la mano para abofetearle sin darse apenas cuenta de lo que estaba haciendo, pero él consiguió agarrarla justo antes de que impactara contra su mejilla. Se quedó horrorizada por su propio comportamiento, y bajó la mano a toda prisa.

–Lo… lo siento.

Él no dijo ni una palabra, pero la sorpresa que sentía relampagueó por un instante en sus ojos azules. Se miraron en silencio mientras ella retrocedía poco a poco, con todas las inseguridades que la atenazaban reflejadas en el rostro. Ninguno era consciente del sonido seco de la aguja del gramófono, que seguía en marcha, ni de las voces que se oían desde un extremo del pasillo.

Él no le preguntó por qué parecía ofenderle tanto no ser la primera mujer a la que había besado, porque los dos sabían la respuesta a eso.

–Nos conocimos en el momento equivocado, Noelle –le dijo, con voz profunda y contenida.

–No te he pedido nada.

–Eso es todo lo que voy a darte: nada –se rio con frialdad antes de añadir–: Ve a vestirte para la cena, mañana ninguno de los dos se acordará siquiera de lo que acaba de pasar.

Ella le dio la espalda, y fue temblorosa hacia la puerta. Su vida entera acababa de cambiar, pero él se comportaba como si lo que acababa de suceder fuera algo inconsecuente. Se detuvo al llegar a la puerta, y cuando se volvió a mirarle y lo vio allí plantado, vestido con su traje gris y ligeramente despeinado, le pareció el hombre más sensual y masculino que había visto en toda su vida; de hecho, parecía incluso peligroso, y se preguntó cómo podía haber pensado que era soso o pusilánime. Era imposible que un hombre tuviera esa fuerza y ese físico si se pasara todo el día sentado tras la mesa de un despacho; además, la herida de la pierna no le hacía aflojar el paso en ningún sentido.

La recorrió un estremecimiento de placer cuando sus miradas se encontraron, y se apresuró a abrir la puerta y a salir al pasillo. Se sintió aliviada cuando subió a su habitación sin cruzarse con nadie, porque el corazón le martilleaba en el pecho, tenía los labios hinchados y su mirada reflejaba la maraña de sentimientos que se agolpaban en su interior.

No sabía cómo iba a ingeniárselas para sentarse frente a Jared en la mesa y fingir que nada había cambiado entre los dos.