Capítulo 4
Noelle se sentía aliviada por haberse negado a ir al baile con Andrew, porque además de no tener un vestido adecuado para la ocasión, no sabía bailar. Su padre había sido carpintero, al igual que su tío, pero también había sido un predicador que no aprobaba ni el baile ni otros «placeres pecaminosos de la carne», y no había permitido que asistiera a fiestas.
Sabía que era muy inexperimentada. Tanto la casa en la que se había criado como la de su tío eran poco más que chozas, así que hasta que se había ido a vivir a Fort Worth jamás había disfrutado de grifos de agua corriente, lavadoras, neveras modernas con cubiteras extraíbles, estufas a gas, luces eléctricas y teléfono. Era más que consciente de sus limitaciones, y seguro que Andrew también.
Lo cierto era que a él no le había sorprendido que rechazara su invitación al baile, y no se había preguntado a qué se debía su negativa; de hecho, se había arrepentido de la impulsiva invitación en cuanto había salido de sus labios. Noelle era muy atractiva, pero no era la acompañante adecuada para una velada en un acto público; a pesar de que tenía una dicción pasable, seguía sin tener buenos modales en la mesa, y no sabía desenvolverse entre gente educada y sofisticada.
De modo que, en cuanto ella le dijo que no podía acompañarlo, invitó en su lugar a Jennifer Beale, una debutante que vivía con su padre en las afueras de la ciudad, en una casa victoriana incluso más elegante que la que Jared había mandado construir para su abuela dos años atrás.
Jennifer era una joven hermosa, adinerada y culta (todo lo contrario que la pobre Noelle), y su timidez y su belleza le habían parecido cautivadoras cuando la había conocido por casualidad en una tienda; a raíz de ese momento, se había esforzado por averiguar su rutina diaria, y procuraba hacerse el encontradizo cuando ella salía.
Parecía interesada en él, y el sentimiento era mutuo. El padre de Jennifer había empezado siendo un don nadie y había logrado amasar una gran fortuna, así que no le menospreciaría por carecer de dinero; a pesar de que su propia familia había pertenecido a la alta sociedad, su padre había perdido la fortuna familiar y él no había tenido más remedio que depender económicamente de su desagradable hermanastro. Se había negado a buscar un empleo, porque ningún miembro de su familia había tenido que ganarse la vida trabajando, pero el año anterior, Jared le había exigido de forma tajante que empezara a aportar algo de dinero para pagar por su manutención.
El propietario de la fábrica de ladrillos había sido el mejor amigo de su padre, así que había obtenido el empleo sin problemas, pero no esperaba que fuera un trabajo tan estimulante, ni que se le diera tan bien; al parecer, era un vendedor nato. No sabía si a su padre le habría gustado que su único hijo se convirtiera en un asalariado, pero le daba igual. Lo único que no le gustaba de su trabajo era tener que lidiar con el papeleo, pero como Noelle se ocupaba de eso, podía dedicarse a la parte entretenida: conseguir que la gente le comprara ladrillos.
Estaba ganándose un buen salario, y a menudo lograba buenas ventas gracias al peso de su apellido… un apellido que conservaba parte de su antigua gloria, y que sin duda había atraído el interés de Jennifer. El hecho de que los Paige hubieran tenido vínculos con la realeza europea era toda una baza desde un punto de vida social. La abuela de Jared era muy respetada, pero los Dunn no procedían de Texas, así que no se sabía nada sobre ellos; de hecho, era curioso lo poco que él mismo sabía sobre su madrastra, Jared o la abuela de éste.
A Terrance Beale no le impresionaba lo más mínimo la ascendencia de Andrew, pero su hija Jennifer estaba fascinada con él, sobre todo por las historias de su heroísmo en la guerra. Andrew se había dado cuenta de que ésa era la clave para ganarse su corazón y la aprovechaba al máximo, pero la inocente joven siempre había estado muy protegida y le irritaba que ni siquiera le permitieran tomarla de la mano. Era un hombre acostumbrado a pasar alguna noche ocasional en brazos de una mujer, y estaba costándole mucho permanecer célibe.
El señor Beale conocía a gente en todas partes, así que se enteraría si iba a algún burdel de la zona, pero Noelle era una mujer deseable, vivía bajo su mismo techo y estaba fascinada con él. El único problema era Jared, que en vez de mantenerse indiferente, mostraba un inesperado interés personal en la joven… pero su hermanastro no era omnipresente, y con su aprobación o sin ella, él estaba decidido a acostarse con Noelle; eso, sumado al afecto que le profesaba la señorita Beale (que era hija única, y por lo tanto acabaría heredando la fortuna de su padre tarde o temprano), contribuía a que fuera muy optimista en cuanto a sus perspectivas de futuro.
La familia tenía un carruaje y un caballo en un establo de la zona, para ocasiones especiales, pero como su hermanastro estaba en casa, Andrew no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y pedirle permiso para usarlos.
Jared accedió, porque él no tenía que salir a ninguna parte, y le preguntó con sequedad:
–¿Vas a ir con la señorita Brown?
Al ver su expresión ceñuda, Andrew se alegró de poder darle una respuesta negativa.
–Carece de modales, y viste como una criada. Su única virtud es ese cuerpo tan fantástico que tiene. Está muy bien formada, ¿verdad?
–No le he prestado tanta atención como tú a su cuerpo, y te recuerdo que es nuestra invitada. Espero que la trates con cortesía y respeto.
A Andrew le sorprendió su severidad y su actitud protectora, pero intentó disimular su desconcierto.
–Sí, por supuesto, pero debes admitir que no es la clase de mujer con la que uno quiere que le vean en público –se echó a reír, y añadió–: Es muy inculta, ni siquiera sabe sujetar como se debe un tenedor –se calló de golpe al ver la mirada asesina de su hermanastro, y se marchó sin apenas despedirse.
Jared se debatió entre un sinfín de emociones encontradas mientras le veía salir. Era la primera vez en muchísimo tiempo que le importaba el honor de una mujer, y recordó con gélido cinismo la única aventura amorosa que había tenido en toda su vida; a aquellas alturas, ya tendría que haber aprendido lo traicioneras que podían llegar a ser las mujeres, pero por si no bastara con la indignación que sentía al imaginarse a Noelle ridiculizada, encima tenía la preocupación añadida de si Andrew pretendía seducirla y abandonarla. La mera idea le enfurecía.
Daba la impresión de que su hermanastro tenía una seducción en mente, porque los comentarios que había hecho sobre ella habían sido de lo más personales, y era obvio que Noelle estaba fascinada con él. Estaba deslumbrada y carecía de experiencia, y esa combinación podía beneficiar a Andrew… pero si el peligro se debía a la falta de preparación de la joven, era hora de ir pensando en corregir el problema, y era él quien iba a tener que encargarse de ello. No le hacía ninguna gracia tener que interferir, pero tenía el deber de protegerla.
Estaba harto de que Andrew le complicara la vida, de que no dejara de ponerle trabas en el camino. Había pensado que su regreso a Fort Worth sería tranquilo, pero tendría que haberse dado cuenta de que no iba a ser así. En su vida no había habido nada sin complicaciones, y mucho menos en lo referente a las mujeres.
La noche del baile, Andrew se marchó antes de que la familia bajara a cenar. Quería evitar a Jared, que cada vez estaba poniéndole más nervioso con las miradas furibundas que le lanzaba; aun así, recibió una mirada tan hostil como la de su hermanastro cuando pasó a recoger a la señorita Beale y le hicieron entrar en la casa.
Beale era un viudo que había amasado su fortuna invirtiendo sus escasos ahorros iniciales en negocios que habían resultado ser muy provechosos. Se había arriesgado con un prospector que estaba convencido de poder encontrar petróleo en Texas, y su pequeña inversión le había convertido en un hombre rico cuando el prospector había encontrado en Spindletop uno de los pozos petrolíferos más grandes de la zona.
Pero a pesar de tener dinero para dar y tirar, Terrance Beale consideraba a su elegante hija de pelo rubio y ojos azules su tesoro más preciado. No quería que la atrapara un cazafortunas, entre los que incluía a Andrew, y se limitó a mirarle ceñudo sin molestarse en disimular su desaprobación.
El joven se puso cada vez más nervioso ante aquella animadversión tan patente, y le dijo con cortesía:
–Le aseguro que la traeré de vuelta a una hora razonable, señor.
–Más te vale.
Al ver aquella mirada gélida y acerada, Andrew se dio cuenta de que no sería nada agradable tenerlo como enemigo.
Jennifer llegó en ese momento, deslumbrante con un vestido negro de encaje y fular a juego, y dijo con voz suave:
–No te preocupes, papá, Andrew va a estar muy pendiente de mí.
Beale se relajó un poco al ver a su hija. La besó sonriente en la mejilla y le dijo:
–Disfruta de la velada.
–Lo haré. Hasta luego –agarró a Andrew del brazo, y le dio un pequeño apretón tranquilizador–. Estaba deseando que llegara este momento, ¡seguro que lo pasamos muy bien en el baile!
–Sí, por supuesto que sí –con ella se sentía como todo un caballero. Lo miraba con tanta adoración como Noelle, y su rostro debería estar enmarcado en una galería de arte.
Terrance Beale vio cómo se iban con expresión adusta. Sabía que no podía tener a su hija aislada en una burbuja de cristal, pero se merecía algo mucho mejor que un petimetre de ciudad. Se metió las manos en los bolsillos, y fue al establo a ver cómo estaba un potro enfermo que le tenía preocupado.
Brian Clark, un hombre de mediana edad con una mano tullida, sonrió al verle llegar. Había aparecido de la nada una mañana de noviembre, con una silla de montar sobre el hombro, y cuando le había pedido trabajo, Beale se lo había dado sin dudar. Jamás le había preguntado de dónde procedía, ni por qué iba a pie; a pesar de su mano, a Clark se le daban bien los caballos, y era capaz de amansar hasta al más arisco. Beale le había pedido que se encargara de desbravarlos y de acostumbrarlos a la silla de montar, y no se había arrepentido de su decisión; además, Clark era muy amable con Jennifer y se aseguraba de que sus caballos fueran los mejor cuidados del establo.
–Hola, Clark. ¿Cómo está el potro?
El hombre se pasó una mano por el pelo. Los cortos rizos castaños estaban salpicados de canas, pero su oscuro rostro marcado por las cicatrices no era tan viejo como sus ojos, y carecía de la actitud servil que algunos de los de su raza llevaban a cuestas como una segunda piel. Era sorprendentemente culto y educado, y tenía el porte de alguien que había ostentado poder. Era un hombre de lo más peculiar, pero Beale siempre le había respetado.
–Ha empeorado, señor Beale. Mis escasos conocimientos de medicina no bastan, creo que debería hacer llamar al veterinario.
–De acuerdo, haré que Ben Tatum venga mañana a primera hora. ¿Crees que el potro aguantará hasta entonces?
–Sí, me quedaré con él toda la noche.
–Sabes mucho de caballos, Clark –acarició el suave pelaje del animal, que estaba respirando con dificultad.
–Sí, señor –sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa.
Beale se incorporó antes de preguntarle con voz afable:
–Supongo que no vas a decirme cómo aprendiste tanto sobre ellos, ¿verdad?
Clark soltó una carcajada antes de contestar:
–Sabe que no voy a hacerlo, señor Beale.
–Sí, supongo que me ha quedado claro después de seis años. Mantenlo vigilado, y avísame si empeora.
–De acuerdo, señor Beale.
Beale asintió, y sonrió al salir del establo. Jamás había oído a Clark tratar de «señor» a otro hombre, y a pesar de los insultos que a veces le proferían los vaqueros temporales que se contrataban en la época de recogida del ganado, tenía una dignidad innata que le impedía meterse en peleas; de hecho, era capaz de mantener la calma cuando él mismo perdía los estribos.
En una ocasión, cuando Clark le había arrebatado una fusta de las manos a un vaquero malgeniado y éste había empezado a insultarle, él había intervenido y había noqueado al tipo, pero Clark le había reprendido por su falta de control y se había echado a reír al ver su expresión de indignación. Se llevaban bien a pesar de las diferencias que había entre ellos, y si su capataz decidiera marcharse y dejara el puesto vacante, probablemente se lo daría a él.
Aquel hombre tenía madera de líder, ni siquiera los vaqueros cuestionaban sus órdenes a la hora de lidiar con los caballos… bueno, la verdad era que había unos cuantos que sentían antipatía hacia él, sobre todo uno de mediana edad llamado Garmon que procedía de Misisipi y odiaba a los negros. A veces le daban ganas de darle un puñetazo al oír los comentarios que hacía aquel tipo, pero Clark se limitaba a hacer caso omiso.
Quizás era la mejor manera de lidiar con el asunto, él solía tener un genio demasiado vivo. Había llevado una vida temeraria y violenta en su juventud, hasta que una preciosa muchacha del Este le había robado el corazón y le había convertido en un ser humano.
Sonrió al recordar a Allison, la madre de Jennifer, y regresó a la elegante mansión silbando por lo bajo mientras pensaba en lo lejos que había llegado. Tenía cincuenta y cinco años, había nacido en una casucha de adobe, y había tenido una vida dura, pero había superado obstáculos que habían detenido a otros hombres. Estaba orgulloso de todo lo que había conseguido, pero Jennifer era su mayor orgullo.
Era una tragedia que Allison hubiera muerto años atrás, que no pudiera ver lo elegante y bella que era su hija… alzó la mirada hacia la pequeña loma donde estaba su tumba, rodeada de una valla de hierro forjado. Llevaba flores dos veces por semana, y a veces iba a sentarse junto a ella y hablaba con Allison como si aún estuviera viva. Era algo que le ayudaba a superar los tiempos difíciles.
Decidió que iría al día siguiente, para contarle lo del tal Andrew. Estaba seguro de que a su difunta esposa le disgustaría tanto como a él el pretendiente que su hija había elegido.
Andrew no se relajó hasta que estuvo en el carruaje junto a Jennifer. Iban rumbo a un restaurante, y después de la cena irían al baile.
–Soy muy afortunado por poder pasar la velada con una acompañante tan encantadora, gracias por acceder a venir conmigo.
–El placer es mío –le dijo ella con timidez, antes de soltar una suave carcajada–. No sé si lo has notado, pero mi padre es muy protector conmigo. Es que es bastante tradicional y se preocupa por mí, sobre todo desde que murió mamá.
–Es normal que un hombre que tiene una hija tan bella se preocupe –la contempló con una mirada penetrante, y añadió–: Jamás había conocido a nadie como tú.
–Lo mismo digo. Cuando coincidimos en aquella tienda, sentí como si te conociera de toda la vida.
–Habría sido así, si no hubieras pasado los últimos años en Europa. Mi familia lleva dos generaciones aquí, el primer Paige procedía de Inglaterra. Era el segundo hijo de un duque, pero no heredó nada y viajó hasta aquí en busca de fortuna. Es increíble que haya tardado tanto en conocerte.
Jennifer sabía que su padre, que había sentido hacia el adinerado padre de Andrew la misma animadversión que sentía en ese momento hacia él, jamás habría permitido que se hubieran frecuentado, porque no le gustaban los hombres que habían nacido con todas las ventajas del mundo y se dedicaban a llevar una vida ociosa. Andrew había haraganeado y había entrado y salido de tres universidades antes de buscar por fin un empleo (de hecho, se rumoreaba que había sido su hermanastro quien le había obligado a ponerse a trabajar).
Su padre pensaba que Andrew era una sanguijuela inútil que se dedicaba a sacarle dinero a su hermanastro, pero ella le consideraba un hombre con visión de futuro que tenía un gran potencial. Sólo le hacía falta una mujer que le respaldara y le animara a conseguir grandes logros, se dijo, llena de romántico idealismo, mientras lo miraba con una sonrisa soñadora.
Andrew le devolvió la sonrisa. Con ella se sentía capaz de conseguir cualquier cosa, aún le costaba creer que hubiera tenido la fortuna de que aceptara acompañarlo a cenar y al baile; con un poco de suerte, aquélla sería la primera de muchas otras veladas juntos.
A diferencia de Andrew, Noelle no disfrutó en absoluto de la velada. Estuvo muy callada durante la cena, esquivó en todo momento la mirada inquisitiva de Jared, y en cuanto terminaron de cenar, se disculpó y subió a encerrarse en su dormitorio.
A la mañana siguiente, su inusual actitud retraída durante el desayuno hizo reaccionar a quien menos esperaba. Cuando se puso a ayudar a la señora Pate a recoger la mesa, después de que la señora Dunn se fuera a leer al saloncito, Jared la detuvo para hablar con ella.
–Está tan decaída esta mañana como anoche en la cena, ¿a qué se debe su actitud? –se lo preguntó sin más, aunque sabía de antemano la respuesta.
A ella le sorprendieron tanto la pregunta como lo perceptivo que era, pero contestó con sinceridad.
–Andrew me invitó a ir al baile de anoche, pero tuve que decirle que no.
–¿Por qué?
–Porque no tengo ningún vestido adecuado, y aunque lo tuviera… –carraspeó un poco antes de admitir–: No sé bailar.
–¿Por qué?
–Porque a mi padre le parecía algo pecaminoso.
Él esbozó una pequeña sonrisa al oír aquello, y comentó:
–Es probable que lo sea, pero ni un verdadero santo podría encontrar algo que objetar al hecho de que un hombre pose su mano enguantada sobre la cintura de una mujer a través de varias capas de ropa.
–Aun así…
–Andrew llevó a la señorita Beale al baile.
–¡Ya lo sé!
–Su genio está saliendo a relucir, señorita Brown –comentó, socarrón.
–¡Es que usted me saca de mis casillas, señor Dunn!
–Carece de tacto, su vestimenta es deplorable, no tiene ni idea de cómo comportarse ni en la mesa ni en el más elemental evento social, y es demasiado franca, malhumorada e impaciente –al ver que abría la boca para protestar enfurecida, alzó una mano para indicarle que no dijera ni una palabra–. A pesar de todo, cuenta con cierto potencial. Tiene una elegancia innata, un corazón sensible y una buena dicción. A lo mejor es posible… reformarla.
–¿Qué?
–Que voy a reformarla, señorita Brown –se acercó a ella poco a poco, apoyándose mucho en el bastón–. Con algunas lecciones de buenos modales y la ropa adecuada, debería bastar para que se maneje bien en sociedad.
–No tengo dinero para pagar ropa fina, y no tengo ni idea de buenos mo…
–El dinero no es problema, me gustan los desafíos.
–¿Por qué quiere ayudarme?
–Aún no he decidido en qué zona de la ciudad quiero abrir el bufete y estoy tomándome unas vacaciones, pero estoy aburrido. Usted será una distracción temporal en la que ocupar mi mente y mi tiempo libre.
–Andrew se daría cuenta…
–En absoluto, a menos que usted se lo diga; de hecho, a mi hermanastro le vendrá muy bien darse cuenta de lo ciego que está en ciertos aspectos, y de que no tiene en cuenta el potencial de algunas cosas.
–Puede que Andrew llegue a encontrarme atractiva si me parezco más a las damas con las que está acostumbrado a tratar –dijo, cada vez más entusiasmada.
A Jared no le gustó nada aquella posibilidad, pero se calló su opinión. Su intención era bajarle los humos a Andrew, pero no quería herir a Noelle en el proceso; por otro lado, quizás estaba salvándola de sufrir un gran daño. Andrew no vacilaría en seducir a una mujer a la que considerara inferior en el escalafón social, pero se lo pensaría dos veces antes de ofender a una mujer distinguida y culta.
No le unía ningún vínculo a Noelle, pero no quería que la hirieran… a pesar de la mala opinión que tenía de él como hombre (opinión que a él le resultaba bastante graciosa). Se preguntó lo que habría pensado de él si le hubiera conocido antes de que decidiera dedicarse a la abogacía. Andrew se sentía intimidado por él a pesar de que lo disimulaba bien, y eso que no estaba enterado de su pasado.
Noelle iba a necesitar un vestuario nuevo, y aprender las normas básicas del comportamiento refinado. Podía llevarla de compras, pero eso daría pie a murmuraciones, así que tenía que ser muy cauto. Su abuela estaba demasiado chapada a la antigua como para comprar la ropa que la joven necesitaba, pero en la casa había otra mujer, una que tenía buen gusto a la hora de vestir y que compraría lo que él le ordenara.
–Vaya a por la señora Pate –le dijo, con voz firme.
Noelle supuso por qué quería hablar con el ama de llaves, así que sonrió entusiasmada y se apresuró a ir a buscarla; cuando regresó con ella, Jared empezó a dar instrucciones.
–Llévela a la tienda de ropa de la señorita Henderson, que le tomen las medidas y le confeccionen ropa a la última moda, nada de estilos anticuados. Después vayan a la sombrerería y a la zapatería, quiero que tenga como mínimo dos vestidos de noche y una prenda de abrigo –al ver que el ama de llaves le miraba boquiabierta, soltó un suspiro de impaciencia y señaló a Noelle con la mano–. Forma parte de la familia, ¿no? ¡Es inapropiado que vaya por ahí vestida así!
Noelle se puso rígida de indignación, porque la bonita falda negra y la blusa de un blanco inmaculado que llevaba puestas no eran harapos ni mucho menos, y le espetó con tono beligerante:
–¿Vestida así?, ¿qué significa eso?
Jared contempló aquellos relampagueantes ojos verdes, aquella melena caoba sujeta apenas con un elevado moño flojo, y comentó:
–Qué altivez, se comporta con la arrogancia de la realeza a pesar de estar vestida con ropa anticuada.
Ella inhaló de golpe mientras intentaba mantener la calma. Aquel hombre se había ofrecido a ayudarla a atraer a Andrew, así que debía mantener la cabeza fría y no indignarse por cada uno de sus comentarios.
–Soy consciente de que mi ropa es sencilla, no quiero parecer desagradecida.
–En ese caso, manténgase callada y limítese a obedecer. Llévesela ya, señora Pate, antes de que se le ocurra alguna excusa para quedarse en casa.
–De inmediato, señor –era obvio que el ama de llaves empezaba a disfrutar de la situación; como estaba lloviendo de nuevo, se apresuró a ir a por un abrigo ligero y un sombrero.
Cuando se quedó a solas con Jared, Noelle le preguntó:
–¿Está seguro?
–Del todo. ¿Qué es lo que siente por Andrew?
–Señor Dunn…
–Podemos ser sinceros el uno con el otro, no pienso mentirle y espero la misma cortesía de usted. Tenemos más en común de lo que cree, a pesar de la diferencia de edad.
A Noelle le sorprendía su franqueza. Se sentía segura y a gusto con él, a pesar de que despertaba extrañas e inesperadas emociones en su interior.
–Andrew me gusta, es interesante y gallardo… pero la verdad es que jamás había conocido a nadie como usted –admitió, confundida.
–Ya lo sé.
Alzó la mirada hacia él, y sus ojos verdes trazaron como si fueran dedos aquella tez morena, las cejas, los ojos azules y la nariz recta, los pómulos elevados, los labios firmes, la mandíbula cincelada y la fuerte barbilla. Era muy apuesto, y a diferencia de Andrew, no seguía la moda de llevar bigote. Sus ojos azules reflejaban una aguda inteligencia mezclada con algo más, algo acerado y salvaje que daba un poco de miedo y que no encajaba con la imagen de un estoico abogado, y cuando la miraba y sonreía su rostro adquiría una expresión de sensualidad velada que la dejaba sin aliento.
Después de que sus ojos se encontraran por un momento, Jared fue deslizando la mirada por su rostro y por su pelo caoba, por aquellos preciosos ojos verdes, por las pecas que le salpicaban la nariz, por aquellos sensuales labios rosados. Le encantaba la forma de su boca, que le recordaba al arco de Cupido, y los dientes blancos y parejos que se ocultaban detrás. Tenía un cuerpo atractivo que no era ni voluptuoso ni demasiado delgado, y le llegaba a la altura de la barbilla; de repente, lo recorrió el extraño deseo de abrazarla con fuerza y ver lo que se sentía al besarla.
Noelle no sabía interpretar las expresiones de un hombre, pero la tensión palpable que crepitaba entre los dos hizo que le flaquearan las rodillas.
–Eh… será mejor que… que vaya a por mi abrigo –le dijo, con voz trémula.
Él se limitó a asentir sin pronunciar palabra, pero su mirada fija la atrapó durante un momento tan largo, que se puso roja como un tomate.
–¿Cuántos años tienes, Noelle?
Ella se desconcertó aún más al ver que la tuteaba, pero alcanzó a contestar:
–Diecinueve.
Jared tenía una mano sobre el bastón, y con la otra le apartó un mechón de pelo que se le había escapado del moño y descansaba sobre su acalorada mejilla. Se lo colocó detrás de la oreja con un cuidado tan exquisito, que el gesto fue como una caricia llena de sensualidad; al ver que ella entreabría los labios y soltaba el aliento contenido, que alzaba los ojos hacia los suyos antes de bajarlos a toda prisa, que su pulso latía acelerado bajo el encaje del cuello de su blusa, supo sin lugar a dudas que se sentía atraída por él.
Trazó con la punta del dedo el contorno de su oreja, de fuera a dentro, y bajó por el lóbulo antes de decir con voz profunda y seductora:
–Cómprate algo en seda azul, un azul zafiro con encaje blanco.
–No sé… tengo los ojos verdes –apenas era consciente de lo que estaba diciendo.
–Ya lo sé, pero el azul te quedará de maravilla –posó el pulgar sobre su cuello, justo sobre una arteria, y notó cómo latía bajo su piel; al darse cuenta de que él también tenía el corazón acelerado, supuso que llevaba demasiado tiempo alejado de las mujeres, porque aquella jovencita estaba afectándole de forma brutal.
Ella estaba tan turbada, que tenía las manos heladas y aferradas a la falda; cuando alzó la mirada hacia sus ojos, se quedó aturdida al ver la intensidad firme y aterradora que relucía en ellos.
Justo cuando la tensión estaba a punto de alcanzar un punto álgido y estallar, se oyó un portazo y retrocedieron a la vez, como si quisieran romper el hilo invisible que los había unido durante aquel tenso momento.
–Le agradezco su generosidad –le dijo, con voz quebrada.
–Es lo menos que puedo hacer por un miembro de mi familia –le dijo con firmeza, enfatizando la última palabra.
Ella no se atrevió a alzar la mirada. Lo que estaba sintiendo no le resultaba nada familiar, pero no sabía nada sobre los hombres, sobre sus apetitos, así que quizá le había malinterpretado y se había imaginado que él sentía un interés inexistente; al fin y al cabo, era mucho mayor que ella.
–¿Cuántos años tiene?
Él se tensó, y le contestó con voz suave:
–Soy demasiado mayor para ti, Noelle –dio media vuelta con brusquedad, y aferró el bastón con tanta fuerza mientras salía de la sala, que los nudillos se le pusieron blancos.
La salida de compras fue todo un éxito, Noelle jamás había tenido tantas cosas bonitas. Hizo caso a Jared y se compró un elegante vestido de seda color azul zafiro ribeteado de encaje blanco y cuentas plateadas, y encontró otro color zafiro ribeteado de armiño blanco. Se horrorizó al ver el precio de la prenda, que le pareció elevadísimo a pesar de estar rebajado, pero la señora Pate ni se inmutó y le dijo que le quedaba muy bien, y que le iría de maravilla para el otoño y el invierno próximos.
Al igual que tantas otras mujeres, Noelle siempre se había confeccionado su propia ropa, así que comprar prendas en tiendas le resultaba nuevo y emocionante, y le hacía sentir como una dama de la alta sociedad.
Después de encargarse de las faldas y los vestidos, la señora Pate la llevó a seleccionar la ropa interior. Compraron camisolas de seda, calzones y medias, y sólo con tener en las manos aquellas delicadas prendas se sintió de lo más atrevida.
Ir a la sombrerería fue igual de emocionante. Allí encontró un sombrero de terciopelo color zafiro que le iba de maravilla al vestido ribeteado de armiño, y dos más que podía combinar con otros dos vestidos que había adquirido… uno verde ribeteado de negro, y otro azul marino y blanco. La señorita Alpine, la menuda sombrerera, le aseguró que los colores que había elegido iban a quedar de maravilla con su pelo caoba; al parecer, confeccionaba los sombreros ella misma, y no había duda de que sus diseños podrían rivalizar con los de París.
Después fueron a la zapatería, donde sólo quiso comprar unos zapatos negros sencillos y sin adornos. Jared ya se había gastado más que suficiente en ella, y no quería acabar de arruinarlo comprando zapatos que sólo se le verían al bajar de algún vehículo.
–Me siento como una princesa –le dijo a la señora Pate, mientras regresaban a casa en un carruaje de alquiler. Las tiendas iban a mandarle todos los encargos aquella misma tarde.
Hicieron una última y breve parada en el mercado, donde la señora Pate le dejó la lista de la compra al señor Haynes y le pidió que se lo mandara todo a casa en cuanto pudiera, y llegaron a casa justo a tiempo para que se pusiera a hacer la comida.
Noelle entró en la casa exultante de felicidad, y al ver a la señora Dunn en el saloncito junto a Jared y a Andrew, se imaginó cómo reaccionaría éste último al verla con su preciosa ropa nueva. ¡Seguro que pensaba que estaba muy guapa!
Él alzó la mirada del periódico que estaba leyendo, y esbozó una vaga sonrisa antes de decir:
–¡Ah, por fin llegas! ¿Dónde has estado?
–He ido al centro con la señora Pate.
–Qué aburrimiento. Puedes acompañarme a la oficina central de mi empresa si quieres, tengo que ir a mi despacho a por unos documentos. Disponemos del tiempo justo antes de que se sirva la comida.
–¿Lo dices en serio? –se le olvidó que, al ver la facilidad con la que había encontrado otra pareja para el baile, había decidido tratarle de forma fría y distante durante unos días.
–Claro que sí –Andrew dobló el periódico, y se puso de pie antes de volverse hacia su hermanastro y su abuela–. No tardaremos demasiado. Voy a subir a por un sombrero y un abrigo, Noelle, parece que va a seguir lloviendo. Nos vemos en la puerta principal dentro de cinco minutos.
–De acuerdo –cuando Andrew salió del saloncito, miró a Jared y no supo qué pensar al ver el velado brillo de diversión en su mirada–. Van a traerme las compras a casa esta misma tarde –le dijo, vacilante.
–Perfecto, espero que encontraras algo que te gustara.
–Sí, he comprado dos vestidos de verano, y uno de invierno color zafiro…
Él se puso de pie con ayuda del bastón, y comentó con indiferencia:
–Seguro que mi abuela estará encantada de que se lo cuentes todo cuando regreses, pero yo tengo que salir –pasó junto a ella sin decirle ni una sola palabra más, y salió del saloncito.
Noelle se quedó desconcertada y perdida ante aquel desaire; al fin y al cabo, había sido él quien la había instado a que saliera de compras.
–¿Le he ofendido? –le preguntó a la señora Dunn.
–No, querida, claro que no –le aseguró la anciana, sonriente–. Jared es bastante taciturno y a veces puede parecer muy distante, pero es su forma de ser. No es un hombre sociable ni dado a estar en familia, ha sido muy reservado desde joven. No te ofendas por su actitud.
–No me ofende en absoluto, pero es que quería darle las gracias por todo lo que he comprado.
–Él sabe que se lo agradeces. Anda, vete con Andrew y pásatelo bien.
–Gracias, señora Dunn. Gracias por todo.
La anciana respondió con una sonrisa, pero en el fondo estaba preocupada. Noelle era muy inocente, y Andrew podía hacerle mucho daño. La obvia fascinación que sentía por él empeoraba más las cosas, porque era un hombre al que le encantaba que las mujeres le admiraran. Habría que esperar y rezar para que aquel interés creciente no causara complicaciones.
Andrew era un acompañante ameno, agradable y atento, y Noelle estaba encantada ante tanta galantería. La tomó de la mano en el carruaje, mientras le hablaba de su trabajo en la fábrica de ladrillos; según él, ya había superado el récord de ventas, y esperaba alcanzar algún día un puesto de gerencia.
–Fui oficial en el ejército, así que sé tomar el mando.
–Por supuesto.
Él deslizó los dedos por su mano enguantada y la miró a los ojos, pero a pesar de que lo adoraba y sus atenciones la halagaban, aquel contacto la dejó indiferente. No entendía por qué, ya que le habían flaqueado las piernas cuando Jared le había acariciado la oreja… quizás era porque él era mayor, y más experimentado. Se ruborizó al imaginárselo con una mujer, y no pudo evitar que la imagen se le formara con claridad diáfana en la mente… aquellos ojos azules relampagueando como una tormenta de verano mientras apretaba a la mujer con fuerza contra su cuerpo, mientras la besaba hasta dejarla sin aliento…
–¿Te encuentras bien?, pareces muy acalorada.
–Es que… hace mucho calor aquí dentro –improvisó, mientras se abanicaba con la mano.
Andrew se limitó a sonreír, y se sintió de lo más ufano al dar por hecho que estaba así por tenerlo tan cerca. No podía tocar a Jennifer si quería llegar a casarse con ella, pero con Noelle no había ningún impedimento; bueno, sí que había uno: Jared. Lo único que tenía que hacer era conseguir que él no se enterara de nada.
–Ya casi hemos llegado –le dijo, en voz baja e insinuante.
–¿Desde cuándo trabajas aquí? –le preguntó, en un intento de desviar su atención, al ver por la ventanilla la hilera de empresas que había a lo largo de la ancha calle.
–Desde el año pasado –no especificó que Jared le había exigido que buscara un empleo–. Esperaba ascender mucho más rápido, pero la verdad es que no puedo quejarme. La venta se me da de maravilla, y nuestro producto es de calidad.
–¿Hay distintas clases de ladrillos?
–¡Claro que sí, querida mía! Puede ser muy peligroso usar los de baja calidad en proyectos de construcción; de hecho, un edificio entero se desplomó en California hace unas semanas porque sus ladrillos no se habían cocido como es debido.
–No tenía ni idea, qué interesante.
–Voy a tener que explicarte cómo funciona este negocio –sonrió al ver lo interesada que estaba en sus explicaciones.
Cuando el carruaje se detuvo poco después, la ayudó a bajar y pagó al cochero. La condujo al edificio donde estaba la oficina central de James Collier e Hijo y entraron en la sala de trabajo externa, donde había dos empleadas que se encargaban de pasar a limpio las facturas y recibir pedidos por teléfono.
–Es como el despacho de casa, ¿verdad? ¡Qué moderno!
Aún estaba habituándose al equipamiento moderno, aunque ya estaba más familiarizada con él. Había pasado gran parte de su vida en zonas rurales, y tanto el teléfono como el resto de aparatos que había en la mayoría de casas de Fort Worth la fascinaban. Para ella era un orgullo haber aprendido a usar la máquina de escribir y el dictáfono.
–Si, supongo que es moderno en comparación con otros sitios. Aún no tenemos tranvías, pero seguro que no tardan en llegar a la ciudad.
La tomó del codo y la condujo a su pequeño despacho, donde tenía un escritorio, algunos recuerdos de la guerra, y un retrato enmarcado donde aparecía él mismo vestido de uniforme.
–¡Qué apuesto estás! –exclamó ella al verlo.
–Gracias, la verdad es que a veces echo de menos el uniforme.
Noelle recorrió con la mirada el escritorio de tapa corrediza con su correspondiente silla giratoria y las dos butacas que debían de ser para los clientes, y comentó:
–Tienes un despacho muy bonito.
–Es pequeñísimo, pero espero llegar a tener algún día uno que se ajuste a mis necesidades.
Se metió las manos en los bolsillos, se detuvo junto a las ventanas, y la observó en silencio aprovechando que estaba distraída con el despacho. Iba vestida con una falda negra y blanca y una blusa de cuello alto, y no se había quitado el viejo abrigo marrón que se había puesto para resguardarse de la lluvia. Era una mujer carente de gracia y estilo, pero al menos era guapa; si tuviera buenos modales y ropa adecuada, sería despampanante.
Ella se volvió a mirarlo en ese momento, y se ruborizó al darse cuenta de que estaba observándola.
–Es un abrigo viejo. Me he comprado uno nuevo, pero no he tenido tiempo de ponérmelo. Tengo un montón de ropa nueva.
–¿Ah, sí?
–Tu abuela insistió.
Jared le había pedido que no le dijera a su hermanastro quién le había comprado la ropa, pero se sintió un poco culpable por no contarle la verdad. Le parecía injusto no admitir lo generoso y amable que había sido Jared, pero era reacia a contarle a Andrew de dónde había salido su nuevo vestuario.
–Me parece muy bien; al fin y al cabo, formas parte de la familia. ¿Qué dijo Jared?
–Que necesitaba ropa.
La respuesta no le extrañó, ya que dio por hecho que había sido su abuela la artífice de las compras, así que se limitó a decir:
–Eso es cierto. Me encantará verte con tus prendas nuevas.
Noelle estuvo a punto de decirle que iba a aprender buenos modales y a hablar como una dama, pero él ya había retomado su tema preferido: su propia persona.
–Tal y como puedes ver, tengo mi propio teléfono, y un dictáfono como el que hay en el despacho de casa.
–Sí, ya lo he visto –su rostro se iluminó, y le preguntó esperanzada–: ¿Sabes si hace falta otra secretaria?
Andrew vaciló por un instante. No quería que ella estuviera allí, porque tenía la esperanza de que la señorita Beale fuera a verle al trabajo de vez en cuando para salir a comer juntos.
–Pues… comparto secretaria con el señor Blair, el vicepresidente. Ven, te lo presentaré –sacó unos documentos del archivo de madera, comprobó que eran los que quería, y abrió la puerta sin darle la más mínima importancia al hecho de que estaba ruborizada.
El señor Blair era un hombre mayor, formal y parco en palabras, que se limitó a saludarla con una inclinación de cabeza antes de continuar con lo que estaba haciendo. Ni el dueño de la empresa ni el resto de ejecutivos estaban en el edificio, así que Andrew la condujo de nuevo a la sala externa y le presentó a Jessica y a Trudy, las secretarias. Ellas sí que se mostraron cordiales, aunque la trataron con cierta frialdad hasta que él la presentó como su prima. Las dos eran jóvenes y atractivas, y ninguna de ellas llevaba anillo de casada.
Noelle se sintió fuera de lugar al ver que Andrew flirteaba un poco con ellas, y se sintió como una necia por haberle pedido trabajo.
–Son muy agradables, estarían dispuestas a hacer lo que fuera por mí –le dijo él, cuando salieron del edificio después de despedirse.
–Sí, me han parecido encantadoras.
Después de ayudarla a entrar en otro carruaje de alquiler, subió tras ella con la carpeta que contenía los documentos en una mano.
–Tengo que llevarme trabajo a casa para poder dejarlo listo. Tengo un puesto de mucha responsabilidad, los demás dependen de mí.
–Seguro que se te da muy bien tu trabajo.
Él asintió, y reclinó la cabeza en el respaldo del asiento. Sofocó un bostezo antes de comentar:
–No debería haberme acostado tan tarde, pero la señorita Beale es una compañía encantadora –antes de que ella pudiera mostrarse ofendida, la miró y añadió–: A lo mejor accedes a venir conmigo la próxima vez que te invite a un baile.
–Es que no tenía nada que ponerme –admitió con timidez.
–¿Por qué no me lo dijiste?
–Porque me daba vergüenza.
–En ese caso, es una suerte que mi abuela se ofreciera a adecentarte –comentó, sonriente.
Noelle se limitó a asentir, aunque las cosas no se habían desarrollado así; a diferencia de él, Jared se había dado cuenta de que estaba triste y había decidido ayudarla, pero a pesar de todo, Andrew seguía siendo el hombre más gallardo e interesante que había conocido en toda su vida. Jared ya tenía una edad avanzada, y el pobre distaba mucho de ser un hombre de acción… aunque el efecto que tenía en ella, en sus emociones, era de lo más extraño.
Se dijo que eso eran imaginaciones suyas, que lo que había sentido al tenerlo tan cerca, cuando la había tocado, no había sido más que lástima. Era imposible que se sintiera atraída por él, porque estaba enamorada de Andrew.
Fue éste último quien la arrancó de su ensimismamiento en ese momento, porque la tomó de la mano y soltó un suspiro antes de decir:
–Me alegro mucho de que te vinieras a vivir a casa.
–Yo también.
–No te preocupes por Jared, es introvertido y taciturno por naturaleza; de hecho, yo apenas le conozco.
–Pero si sois hermanos…
–Hermanastros, su madre se casó con mi padre. Para entonces él ya era adulto, y yo un crío –se estiró con pereza antes de añadir–: Nunca tuvimos ocasión de llegar a conocernos, porque él se fue a estudiar Derecho al norte y yo me alisté en el ejército al terminar mis estudios. No nos parecemos en nada. Es muy reservado, yo diría que hasta frío. ¿Te resulta intimidante?
–Un poco –admitió, con una pequeña sonrisa.
–A mí no, por supuesto, pero tiene una forma de mirar a la gente cuando está enfadado que… no sé, es como si estuviera atravesándote de lado a lado –soltó una pequeña carcajada para restarle hierro al asunto–. Es extraño, ¿verdad? Un abogado que tiene una mirada asesina. A lo mejor mira así a los testigos, y por eso gana tantos casos. Tengo entendido que tiene muy buena reputación en el campo del derecho penal, por eso me extraña tanto que decidiera dejar un bufete de éxito en Nueva York para venir a practicar aquí la abogacía.
–Es viejo, ¿verdad?
–¿Viejo? Bueno, supongo que a ti sí que puede parecértelo. Tiene treinta y seis años.
–Ah –bajó la mirada, y se quitó una diminuta pelusa que tenía en la falda. Treinta y seis años, comparados con sus diecinueve… iba a cumplir veinte en diciembre, pero aun así, tenía dieciséis años más que ella. Era una diferencia de edad considerable.
–Yo voy a cumplir veintiocho en mi próximo cumpleaños –le dijo Andrew.
–¿Cuándo es?
–En noviembre, ¿y el tuyo?
–En diciembre. Me llamo Noelle porque nací en navidades.
Él se echó a reír, y comentó sonriente:
–Envolveré tu regalo en acebo –su mirada se encendió con un brillo travieso–. Pensándolo bien, creo que usaré muérdago… así podrás darme las gracias con un beso.
–¡Andrew!
–Pero debemos asegurarnos de que Jared no se entere –lo dijo en tono de broma, pero en el fondo estaba hablando en serio–. No debemos arriesgarnos a que decida echarte de casa, y puede que no le parezca bien que haya… demasiado afecto entre tú y yo.
–No diré ni una palabra –le aseguró, antes de ruborizarse al pensar en las posibilidades.
Él se echó a reír al ver la mezcla de desconcierto e interés en su expresión, y se dijo con petulancia que ya la tenía en el bote. Las mujeres siempre reaccionaban así cuando flirteaba con ellas, caían rendidas a sus pies porque era un buen partido, atractivo, y estaba bien situado en el escalafón social. No era de extrañar que a Noelle le pareciera fascinante, aunque él sólo la quería como entretenimiento; de hecho, en ese momento ya estaba pensando en la noche anterior y en la señorita Beale, que era la heredera de una inmensa fortuna.