Capítulo 9
Noelle no sabía si iba a ser capaz de desayunar con Jared en el comedor sin ruborizarse. Le encontró allí cuando bajó, sentado con naturalidad en la cabecera de la mesa, y cuando la miró con una expresión inquisitiva y ligeramente expectante que distaba mucho de la desaprobación que esperaba, se sentó sintiéndose incómoda, desnuda y tímida.
Andrew llegó en ese momento junto con la señora Dunn, y la miró con una sonrisa pícara.
–Buenos días, Noelle. ¿Has dormido bien?
–Muy bien –fue incapaz de mirar a Jared.
Andrew se echó a reír al recordar cómo la había besado en la puerta, y la contempló con una mirada cómplice que hizo que ella se ruborizaba.
La mirada de su hermanastro había provocado que a Jared le hirviera la sangre en las venas, pero verla ruborizarse le enfureció aún más y encendió en su interior algo que no había sentido desde su juventud.
Ella no se dio cuenta de su reacción y agarró una galleta antes de mirar a Andrew con una sonrisa cortés.
–¿Disfrutaste del resto del baile?
–Habría disfrutado más si tú hubieras permanecido allí. Bailas de maravilla, Noelle. ¿Dónde aprendiste?
–Eso, Noelle, ¿dónde aprendiste? –apostilló Jared, sin levantar la mirada de su plato, mientras se servía unas cucharadas de huevos revueltos.
–Me enseñó un pariente.
–Pues hizo muy buen trabajo –comentó Andrew, ajeno a lo que estaba pasando.
–Es que es muy experimentado –dijo ella, antes de lanzarle una mirada furibunda a Jared.
–Así que un pariente, ¿no? ¿Le conozco? –le preguntó Andrew.
–No –era la pura verdad; Andrew sabía tan pocas cosas de su hermanastro, que para él era como un desconocido.
–Pues bailas muy bien, y tu vestido fue la envidia de varias jóvenes damas. Si la señorita Doyle no hubiera…
Jared alzó la mirada y le dijo con firmeza:
–No vamos a hablar de ella, no quiero ni que se la mencione.
–Se portó muy mal con Noelle. Es porque está celosa de ella, aunque sea una pariente lejana…
–He dicho que no vamos a hablar de ella.
Andrew soltó una risita nerviosa ante la clara amenaza que se reflejaba tanto en su voz como en sus ojos, y empezó a untar mantequilla en un panecillo.
–Como quieras, Jared. ¿Qué te pareció la música, Noelle?
–Me gustó mucho –estaba furiosa con Jared, porque después de pasar la velada pendiente de la señorita Doyle, el muy hipócrita había regresado a casa y la había acariciado y besado a ella con pasión.
–Pareces un poco acalorada, Noelle –comentó la señora Dunn.
–Es que… sólo estaba pensando en… eh… –miró a Jared, y dijo con firmeza–: En chismorreos.
Él ni siquiera se inmutó, y contestó con toda naturalidad:
–Teniendo en cuenta lo propensa que eres a atraerlos, no me extraña.
–Conozco a alguien que tiene esa misma propensión.
–No tienes sentido del decoro.
–¡Y tú no tienes modales!
–¡Si los tuviera, sería inútil malgastarlos en una arpía como tú!
Sus ojos relucían como relámpagos azules, y los de ella eran más verdes que el vidrio de una botella.
–¡Noelle! ¡Jared! ¡Por favor! –la señora Dunn soltó una risita nerviosa mientras miraba a uno y a otra.
Ninguno de los dos pareció oírla, y siguieron mirándose ceñudos.
–El teatro es hoy –se apresuró a decir Andrew–. Deberíamos salir de aquí a eso de las seis de la tarde, Noelle. Podemos ir a cenar al Monaco’s.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo por apartar la mirada del rostro de Jared. Miró a Andrew, y sonrió con dulzura antes de decir:
–Perfecto.
–¿Tienes otro vestido con el que encandilarme?
–Sí, uno verde precioso.
Al recordar que había sido Jared quien lo había pagado, se sintió culpable. No tendría que haber discutido con él con tanta vehemencia, porque eso podía llamarles la atención a los demás; aun así, aquel cambio tan brusco entre la noche anterior y esa mañana resultaba sorprendente, porque sin ninguna causa aparente habían pasado de estar casi tan unidos como un par de amantes a comportarse como enemigos acérrimos.
Jared se puso de pie después de dejar a un lado la servilleta, y se limitó a despedirse de su abuela con una inclinación de cabeza antes de salir del comedor. Su plato seguía medio lleno.
–¿Por qué te llevas tan mal con Jared? –le preguntó Andrew.
–No le caigo bien, piensa que soy demasiado insolente.
–Eso no es verdad –apostilló la señora Dunn, con voz suave–. Te tiene mucho aprecio, aunque en este momento no se note.
–La culpa ha sido mía, os pido disculpas –comentó Andrew con galantería–. No tendría que haber mencionado a la señorita Doyle –soltó una carcajada antes de añadir–: A lo mejor está enfurruñado porque ella no le dio un besito de buenas noches. Es muy circunspecta y sus padres tienen fama de ser extremadamente protectores, aunque Jared parece tener su aprobación.
Noelle sintió que el alma se le caía a los pies al oír aquello.
¿Jared estaba cortejando a Amanda Doyle? En el fondo, era de esperar, pero le pareció horrible que él fuera capaz de cortejar a la otra mientras por detrás estaba seduciéndola a ella.
–Seguro que te encanta la obra de teatro, es una comedia –le dijo Andrew–. Seguro que se nos olvida por completo el mal ambiente de esta mañana.
–Sí, seguro que sí.
Noelle se pasó todo el día dándole vueltas a lo que había pasado. Le dolía estar de malas con Jared, que había sido más considerado que nadie con ella, pero no sabía cómo disculparse; de hecho, ni siquiera estaba segura de quién había iniciado la discusión, y no entendía por qué estaba molesto con ella.
Mientras jugaba con el gatito en la cocina, miró hacia la ventana trasera y frunció el ceño al ver a Henry trabajando en el huerto. No tenía ningún cuidado con las plantas, era como dejar suelto entre los tiernos brotes a un asesino armado con un hacha. Deseó no tener que ser decorosa; en ciertos aspectos, estaba mejor cuando vivía en Galveston, porque a pesar de lo pobre que era, al menos allí no había vecinas vigilando con malicia todos y cada uno de sus movimientos.
La señora Hardy estaba en ese momento en su porche trasero, regando las plantas. Ninguna de ellas tenía flores… seguro que la maligna presencia de aquella mujer las marchitaba; era tan pérfida, que seguro que también agriaba la leche.
–Qué mala soy –le dijo al gatito, antes de seguir jugando con él.
Más tarde, se puso el vestido de seda verde y ribeteado de encaje blanco y se peinó con un recogido alto. No tenía joyas, pero el vestido bastaba por sí solo; después de colocarse la mantilla negra de encaje con la que se completaba el atuendo, se miró en el espejo sin demasiado interés. Jared le había comprado aquel vestido, y ella le había tratado con desconsideración. Él no estaba libre de culpa, por supuesto, pero aun así, lamentaba haber sido tan arisca.
Debería disculparse con él; al fin y al cabo, y a pesar de las diferencias que los separaban, era el mejor amigo que tenía… si no se paraba a pensar en lo que había sentido cuando la había besado, cuando la había acariciado con ternura.
Se dijo una y otra vez que era viejo, que estaba lisiado y era un soso sabelotodo. El que la convenía era el joven y gallardo Andrew; quizá, con el tiempo, llegaría a sentir por él la misma atracción que en ese momento sentía por Jared.
Andrew la llevó a cenar al Monaco’s, y fue un acompañante ameno que la entretuvo hablándole de su trabajo y de la gente que había conocido en sus viajes. Le fascinaba la gente, y era obvio que le encantaba relacionarse. Ella era más reticente y retraída… de hecho, en ese aspecto se parecía a Jared, que sabía manejar sus relaciones laborales pero en los demás aspectos era muy reservado. Su vida privada era un misterio. Algunos de sus comentarios la hacían sospechar que ocultaba oscuros secretos, pero nadie de la familia parecía saber gran cosa sobre él, ni siquiera su abuela.
Le habría gustado saber qué clase de vida había tenido; a lo mejor había sido pobre, como ella, a lo mejor se había herido la pierna en un enfrentamiento por una mujer… no, él le había dicho que la herida era algo reciente y temporal.
–¿Sabes algo sobre la infancia de Jared? –le preguntó a Andrew de improviso.
Él se sorprendió ante aquella inesperada pregunta, y al final respondió:
–La verdad es que no, ya te dije en una ocasión que apenas tuvimos contacto. Él venía a casa en contadas ocasiones, y jamás tuvimos una relación fluida. Nunca habla de su vida anterior.
–Sí, ya me he dado cuenta –recorrió con los dedos el delicado encaje del cuello del vestido, con actitud pensativa, y al cabo de un largo momento comentó–: Fue él quien le encargó a la señora Pate que me llevara de compras. Dijo que yo no tenía ropa apropiada, y que no quería que una pariente suya atrajera comentarios desagradables –alzó la mirada, y vio una expresión de lo más extraña en su rostro–. Tendría que habértelo contado antes.
–Qué extraño, esa actitud me parece muy rara en Jared.
Andrew entrecerró los ojos con suspicacia, y en ese momento se dio cuenta de que Jared estaba interesado en ella. Eso explicaría el enfado de aquella mañana: se había dado cuenta de la complicidad que existía entre Noelle y él, y se había puesto celoso. Observó a Noelle con atención, intentando discernir si ella era consciente del interés de su hermanastro, y llegó a la conclusión de que la pobre inocente no tenía ni idea; cuando Jared la había increpado durante el desayuno, ella se había limitado a contraatacar, aunque era obvio que el incidente la había dejado preocupada.
Se reclinó en el asiento, y esbozó una sonrisa fría y calculadora. Era la primera vez que rivalizaba en algo con su hermanastro. El éxito social que había logrado Jared en cuanto había llegado a Fort Worth, gracias a la impecable reputación que se había ganado en Nueva York, le había molestado muchísimo.
Él era más joven, atractivo y gallardo, pero había quedado relegado a un segundo plano en favor de su hermanastro, que tenía a sus pies a la ciudad entera; y por si fuera poco, Jared se había convertido en la estrella indiscutible de la temporada social al escoltar al baile a una de las mujeres más hermosas de Fort Worth, una mujer que a él le había rechazado.
Pero era Noelle quien interesaba en realidad a Jared… aunque la familia entera se había dado cuenta de que ella sólo tenía ojos para su hermanastro pequeño. La mismísima señora Dunn había hecho algún que otro comentario sobre lo prendada que estaba de él.
Andrew se sintió de lo más ufano, porque tenía en sus manos algo que Jared quería: el corazón de Noelle; aun así, no estaba seguro de quererlo. No era tan pueblerina como al principio, era guapa, dulce y una compañía agradable, pero tenía algunos defectos, como aquel genio tan vivo y su propensión a hacer cosas impropias de una dama; en cualquier caso, siempre tenía la opción de hacerla cambiar a su gusto, si en algún momento llegaba a plantearse un posible matrimonio, aunque eso quedaba relegado a un futuro muy lejano, porque él ni siquiera había cumplido aún los treinta.
Le miró con disimulo el escote del vestido mientras fingía contemplar su vaso de agua. Sería interesante ver cómo reaccionaba al hacer el amor, a lo mejor era más receptiva de lo que parecía. A un soltero le estaba permitido tener alguna que otra aventurilla, y en ese caso, tendría el beneficio añadido de ganarle la partida a Jared.
–Da igual cómo consiguieras ese vestido, lo que importa es que estás deslumbrante con él.
–Gracias, Andrew. Tú también estás muy guapo.
Él se alisó el bigote, y la contempló en silencio durante un largo momento antes de decir:
–Pero quiero que permitas que me haga cargo de las facturas la próxima vez que te compres ropa.
–¡Andrew!
–No me gusta que recibas regalos de mi hermanastro. Vivimos en su casa, pero tú eres responsabilidad mía, no suya. La asumí cuando te ofrecí que vinieras a vivir con la abuela y conmigo.
–Sí, y te estoy muy agradecida…
Él la interrumpió con voz firme.
–Deja que termine, Noelle. Jared está muy interesado en la señorita Doyle –se dio cuenta de que su expresión se cerraba en banda al oír aquella mentira, y añadió–: Creo que piensa casarse con ella, y en ese caso, no debe hacer nada que pueda parecer impropio. No es correcto que un hombre que está pensando en prometerse te compre ropa.
Ella se ruborizó y se llevó la mano al cuello. Jared no había mencionado ningún posible compromiso y la había tenido entre sus brazos, la había besado. Su rostro se endureció, y se preguntó si estaba jugando con ella. ¿Acaso la consideraba una última conquista antes de ponerle un anillo en el dedo a la señorita Doyle?
–Estaba enfadado porque la insulté al mencionar el escándalo de su prometido, pero fue ella la que me insultó primero –comentó, pensando en voz alta.
–Ella pensaba que eras una rival que podía arrebatarle a Jared –Andrew se echó a reír antes de añadir–: Qué absurdo, ¿verdad? ¡Si sólo eres su prima! Y la mía, por supuesto.
Sólo era su prima. Se imaginó a Jared con aquella hermosa mujer entre los brazos, besándola tal y como la había besado a ella la noche anterior, haciéndola gemir de pasión… tragó saliva, y su cuerpo entero se tensó ante aquellos recuerdos. A pesar de no ser un hombre de acción, Jared tenía una pericia con las mujeres que no se apreciaba a simple vista, y a pesar de lo ingenua que era, tenía claro que un hombre no ganaba esa experiencia estando con una sola mujer.
–¿Te dijo él que estaba pensando en casarse con ella? –le dijo, con voz vacilante.
–Sí, claro que sí –Andrew no levantó los ojos de su plato.
La embargó una sensación de vacío insoportable. Sabía que no tenía ningún derecho sobre Jared, pero por alguna razón que ni ella misma alcanzaba a entender, se sentía posesiva con él. Seguro que era por la amabilidad con la que la había tratado; al fin y al cabo, Andrew la había encandilado desde el primer momento.
Alzó la mirada, y contempló en silencio aquel atractivo rostro que la miraba con claro interés. Era muy apuesto, su compañía era amena… ¿por qué no sentía excitación ni emoción alguna cuando él la tocaba?
–Tú y yo nos llevamos muy bien, ¿verdad? –comentó él, sonriente.
Noelle asintió, porque era verdad. Nunca discutían como perros y gatos, ni tenían súbitos arranques de genio como Jared y ella.
–Creo que podríamos estar hechos el uno para el otro, ya se verá –Andrew irguió la espalda, y añadió–: Acábate el postre, querida. No debemos llegar tarde a la función.
La obra de teatro procedía de los escenarios de Nueva York, y los actores consiguieron hacer reír y llorar a Noelle. La historia era muy conmovedora a pesar de ser una comedia, y mientras seguía fascinada por el hilo argumental, no pudo evitar pensar que a Jared le habría encantado. Andrew parecía interesado, pero las partes conmovedoras no parecían afectarle lo más mínimo. Quizá se había vuelto insensible a raíz de su larga estancia en el ejército.
Al recordar que Jared había mencionado que había estado brevemente en los rangers de Texas, se preguntó si había trabajado para algún otro cuerpo de seguridad, y si había corrido algún peligro. Alzó la cabeza al darse cuenta de algo: si Jared había sido un ranger, quería decir que sabía usar una pistola, montar a caballo y lidiar con hombres violentos. Se preguntó cómo era posible que no hubiera llegado antes a esa conclusión, y se dio cuenta de que era porque no había pensado en profundidad en lo que él le había contado. Se ruborizó al recordar que le había llamado pusilánime y petimetre.
–¿Qué te pasa? –le preguntó Andrew, mientras iban hacia la salida después de la función–. Pareces muy triste.
–No me pasa nada, sólo estaba pensando –se volvió a mirarle, y le preguntó de repente–: ¿Jared sabe montar a caballo?
La pregunta le sorprendió y se echó a reír.
–¿Que si monta? ¡Pero si se hirió la pierna al caer de un caballo!
–¿Te lo dijo él?
–No, pero es una conclusión lógica. Él es un hombre de ciudad, y mi abuela me contó que se había ocupado recientemente de un caso en Nuevo México. Seguro que tuvo que ir al juzgado a caballo, y se cayó.
Noelle estaba convencida de que no había sido así, pero se limitó a sonreír y dijo con cortesía:
–Por supuesto. Lamento haber discutido con él, en adelante procuraré ser menos desconsiderada; al fin y al cabo, le debo mucho. Y también debo pedirle disculpas a la señorita Doyle –frunció el ceño al añadir–: Si va a formar parte de la familia, habrá que tratarla con amabilidad.
–Es muy bella.
–Sí, sí que lo es –sintió una punzada de dolor al imaginarse a Jared con aquella mujer.
No regresaron a casa demasiado tarde; de hecho, alguien había ido de visita, porque se oían voces a través de la puerta cerrada del comedor. Noelle hizo ademán de ir hacia allí, pero Andrew la agarró de la mano, la miró con una sonrisa cómplice mientras se llevaba un dedo a los labios para indicarle silencio y la condujo hacia el despacho; después de hacerla entrar allí, cerró la puerta y soltó una risita al ver su expresión.
–¿Quieres pasarte una hora o más aguantando quejas y chismorreos?
–La verdad es que no –admitió ella, sonriente.
–Perfecto. ¿Te sirvo un poco de licor?
–Sí, por favor –al recorrer la estancia con la mirada, intentó no pensar en que la noche anterior había estado allí con Jared en bata, y se obligó a apartar de su mente aquellos provocativos recuerdos cuando Andrew le dio el vasito de licor.
Mientras él se servía un poco de brandy y calentaba el vaso entre las manos, ella se acercó sin prisa a la estantería y le echó un vistazo a los libros.
–Hay muchos de Derecho –comentó.
–Sí. Jared se ha llevado casi todos sus libros a su bufete, pero le gusta tener éstos aquí. Tuve que quitar mi colección de primeras ediciones para dejarle el espacio libre –era obvio que no le había hecho ninguna gracia.
–¿Primeras ediciones?, ¿dónde están?
–No tengo ni idea –admitió, sonriente–. Fueron una inversión, nada más. Detesto perder el tiempo leyendo libros.
–¡Qué desperdicio!
–Soy un hombre de acción, querida, no un anodino estudioso.
Noelle estaba segura de que estaba refiriéndose a Jared, pero no contestó.
Tras contemplarla durante un largo momento, él dejó el brandy sobre la mesa y le quitó de las manos el vaso de licor a medio beber; después de dejarlo también en la mesa, apagó la luz y la atrajo hacia sí.
Jared había hecho mucho más la noche anterior, pero le había bastado con una mirada para lograr que ella se tensara de deseo de pies a cabeza; en cambio, no sentía nada, absolutamente nada, estando entre los brazos de Andrew.
–No te preocupes –susurró él, sonriente, mientras se inclinaba para besarla–. No es mi intención ofenderte, pero me encanta el sabor de tu boca. Me excita tener entre mis brazos a una mujer tan inocente –la besó con pasión antes de que pudiera contestar, ya que estaba convencido de que ella le deseaba.
A Noelle no le gustó lo más mínimo sentir aquella boca cálida y húmeda contra la suya, ni que le metiera la lengua entre los labios. No dudaba de las aptitudes de Andrew como soldado, pero su talento como amante era muy limitado.
Le puso las manos en el pecho y le empujó con suavidad, pero a diferencia de Jared, que la había soltado de inmediato, él la apretó contra su cuerpo y la besó con más fuerza. Bajó una mano para subirle un poco la falda y la posó en su muslo, justo donde acababan los largos calzones de muselina, por encima de la liga que sostenía las medias de algodón.
Noelle soltó una exclamación de horror y le empujó, pero él siguió como si nada y dejó buena parte de su pierna al descubierto.
–Relájate, no tengas miedo… –susurró, con voz ronca; sin más, se inclinó hacia delante y le cubrió un pecho con la boca abierta.
Y justo entonces, mientras Noelle luchaba por liberarse y Andrew tenía una mano sobre su muslo y la boca sobre su seno, la puerta se abrió de repente.
No hubo tiempo de reaccionar. La señora Dunn y la señora Hardy, que había ido a pedir prestado un libro sobre la historia de Fort Worth para documentarse de cara a un artículo sobre las Hijas de la Revolución Americana que pensaba escribir, se quedaron paradas en la puerta, con la luz del pasillo a sus espaldas, boquiabiertas y escandalizadas ante lo que estaban viendo. La estancia estaba en penumbra, pero a diferencia de Andrew, Noelle no estaba protegida por las sombras, y había luz suficiente para ver que tenía la falda subida y el pecho cubierto por una cabeza de hombre.
Por si fuera poco, Jared acababa de salir al pasillo y estaba justo detrás de las dos damas, pero lo bastante cerca como para ver a la pareja silueteada contra la ventana.
Noelle pensó que, en lo que le quedaba de vida, jamás olvidaría la expresión de su rostro al verlos.
Andrew siguió de espaldas a la puerta mientras intentaba hundirse más entre las sombras, pero Noelle permaneció allí plantada como una prisionera acusada. El daño estaba hecho.
–A… ahora vengo a hablar contigo –alcanzó a decir la señora Dunn, antes de conducir a la escandalizada señora Hardy hacia la puerta; iba tan apresurada, que ni siquiera vio a Jared en la puerta del comedor.
Las dos mujeres se alejaron por el pasillo, y cuando cerraron la puerta principal al salir al porche y el sonido apagado de sus voces tensas dejó de oírse, Andrew emergió de entre las sombras y se detuvo en seco al ver entrar a su hermanastro.
–Jared –se rio con nerviosismo, y alargó las manos–. Hemos perdido la cabeza en un momento de pasión, nada más.
Jared no contestó, no dijo ni una palabra. Tenía los ojos fijos en Noelle, pero ella era incapaz de sostenerle la mirada.
–Ha sido un malentendido –Andrew miró a Noelle con algo cercano al pánico. Estaba enrojecido, y parecía asustado. Jamás había imaginado que podrían descubrirle en semejante situación, y por si fuera poco, con una mujer que había reaccionado con rechazo–. ¡Dile que ha sido un malentendido, Noelle!
Ella estaba temblando, conmocionada, llena de repugnancia y atenazada por un miedo visceral, y sólo pudo susurrar:
–Ha sido un… error.
–Un error por el que los dos vais a tener que pagar –la voz de Jared era tan gélida como la expresión de sus ojos–. No voy a permitir que mi abuela se vea expuesta a un escándalo así. Los dos sabíais lo chismosa que es la señora Hardy, y si tantas ganas teníais de daros un revolcón, podríais haber tenido la decencia de aseguraros de que no os descubrieran.
Noelle jamás había estado tan cerca de desmayarse. Estaba descompuesta, y tenía la garganta tan constreñida, que era incapaz de pronunciar palabra.
–¿Qué vamos a hacer? –dijo Andrew, angustiado.
–Casaros, por supuesto. Y cuanto antes, mejor –Jared esbozó una sonrisa despiadada.
–¿Qué? ¡No puedo casarme con Noelle! –Andrew se volvió hacia ella, y le dijo–: Perdóname, pero es completamente imposible que nos casemos… cielos, Jared, si somos primos. ¡Sí, eso es! Tenemos lazos de sangre, habría habladurías…
–Claro que habrá habladurías, no lo dudes –Jared se mantuvo firme–. Vas a hacer lo correcto, aunque tenga que llevarte yo mismo al altar a punta de pistola –en ese momento, parecía más que capaz de hacerlo.
Andrew siempre había subestimado a su hermanastro, y en ese momento se dio cuenta de que estaba acorralado. No quería casarse con Noelle, pero Jared parecía dispuesto a matarlo con sus propias manos.
–La has deshonrado, Andrew.
Fue entonces cuando Andrew se dio cuenta de lo que pasaba. Jared pensaba que había comprometido a Noelle, que aquello no era más que una prueba de que tenían una relación íntima.
–¿Acaso puede deshonrarse a una perdida?
–¡Andrew! –Noelle apenas podía creer lo que acababa de oír–. ¿Cómo has podido?, ¿cómo has sido capaz de insinuar semejante vileza sobre mí?
–Perdóname, Noelle, pero un hombre debe ser honesto ante la amenaza de un matrimonio indeseado –lo dijo muy rígido, y su confianza fue en aumento al ver la breve vacilación de Jared–. Me niego a casarme con ella. Quiero que mi futura esposa sea una mujer casta, no una descarriada. Ella se ha dejado seducir, no es más que una zorra…
Jared le cerró la boca con un puñetazo. El golpe no pareció costarle ningún esfuerzo, pero dejó a Andrew desplomado en el suelo.
Al ver que su hermanastro se acercaba poco a poco a él, con aquella mirada gélida que le aterraba, Andrew alzó las manos en un gesto defensivo y gritó:
–¡Jared! ¡Por favor, no!
–Levántate –lo dijo con voz tensa y fría. Tenía los puños apretados, y caminaba sin cojear.
Andrew rodó a un lado, se levantó a toda prisa y se escudó tras el escritorio. No tenía pinta de héroe de guerra; de hecho, parecía un niñito asustado ante su estricto profesor.
Noelle echó a andar hacia la puerta en ese momento, y Jared le espetó con furia:
–Vuelve aquí.
Ella no se detuvo, ni se volvió a mirarle; después de abrir la puerta del despacho, dijo sin mirar atrás:
–No voy a casarme con Andrew. Está mintiendo, no he hecho nada que pudiera mancillar mi honor, ni con él ni con ningún otro hombre. Lo que acaba de ocurrir ha sido forzado, yo estaba resistiéndome.
–Qué excusa tan conveniente –le dijo él, con voz llena de desprecio–. Pero no te olvides de lo bien que te conozco –lo dijo con segundas, para recordarle que él sabía de primera mano lo apasionada que era, y sintió cierta satisfacción al ver que se tensaba–. Me da igual lo que digas, Noelle. Vas a tener que casarte con Andrew si no quieres que os eche a los dos de mi casa.
–No hace falta que me eches –le contestó, con voz ronca, con el corazón hecho pedazos–. Voy a hacer las maletas de inmediato, mi tío me acogerá en su casa.
Subió a su habitación decidida a que no la viera llorar. Las mentiras de Andrew lo habían empeorado todo, y la señora Hardy tenía un montón de carnaza nueva para chismorrear a placer. ¡Pobre señora Dunn!