Capítulo 13
Cuando Jared regresó al bufete, se obligó a apartar a Noelle de sus pensamientos por el momento y se centró en las notas del caso. Había ido a ver a Brian Clark a la cárcel, y éste le había detallado todo lo que había hecho el día del robo.
Tenía una muy buena intuición a la hora de discernir la verdad, y estaba convencido de que su cliente era inocente, pero el mismo Clark había admitido que había estado en la tienda de Marlowe el día en cuestión; según él, a la hora en que se había cometido el delito él ya iba de vuelta al rancho de Beale, pero no podía demostrarlo, al igual que no podía demostrar su inocencia. No había ningún testigo que pudiera confirmar su historia, y Marlowe, la víctima, seguía estando en coma.
Por si fuera poco, los ánimos estaban muy caldeados en la ciudad por lo del robo, y en especial por lo grave que estaba Marlowe. Un bocazas cizañero había estado pregonando a los cuatro vientos que había visto cómo Clark salía corriendo de la tienda justo después del robo, y también se le había oído abogar en favor de los linchamientos.
El tipo en cuestión era John Garmon, uno de los vaqueros del enorme rancho de Terrance Beale, y también afirmaba que Clark había mencionado que necesitaba dinero con urgencia, y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de obtenerlo; según Garmon, había que linchar a un hombre tan brutal, y los que le escuchaban no dudaban en darle la razón.
Jared se enteró de eso de la forma más inesperada: Terrance Beale, el jefe de Clark, fue a hablar con él en persona. Era alto y moreno, tenía el rostro marcado por una cicatriz, y vestía ropa de trabajo. Se trataba de un hombre que no vestía para tener buena imagen de cara a los demás, sino para sentirse cómodo… era un tipo duro, y su aspecto reflejaba el hecho de que había vivido en tiempos difíciles.
Jared se quitó las gafas de leer cuando Beale entró en el despacho, y tras unos segundos en que los dos se observaron con miradas igual de atentas, le indicó con un gesto que se sentara en una de las sillas.
El recién llegado se sentó, cruzó sus largas piernas y empezó a liar un cigarro antes de decir:
–Tengo entendido que usted va a defender a mi vaquero jefe de la acusación de robo y agresión que se le imputa. He venido a decirle que Clark es inocente.
–Eso ya lo sé –Jared se reclinó en la silla antes de añadir–: No habría aceptado el caso si no estuviera convencido de su inocencia.
Beale soltó una carcajada, y se centró en acabar de liar el cigarro y en encenderlo; mientras el humo empezaba a ascender hacia el techo, miró de nuevo a Jared y dijo sin más:
–No sabía cómo se llamaba en El Paso, Dunn, pero sé quién es. Usted no se acuerda de mí, ¿verdad?
Jared le miró ceñudo. A lo largo de los años había habido infinidad de casos y clientes.
–No, está claro que no me recuerda –Beale se tocó la profunda cicatriz que tenía en la mejilla antes de añadir–: Yo vivía en El Paso, trabajaba como alguacil a tiempo parcial. Una noche, tres alborotadores a los que había arrestado en un bar escaparon de la cárcel, se emborracharon y me atacaron en un callejón oscuro armados con cuchillos.
Jared le miró en silencio, y por fin lo recordó.
–¡Sí, ya me acuerdo!
–Usted me salvó la vida aquella noche, Dunn. Nunca antes había visto a tres hombres suplicar clemencia, fue una experiencia muy instructiva –se inclinó hacia delante de repente, y admitió–: Jamás habría imaginado que le encontraría trajeado y como abogado de un empleado mío, la verdad es que me ha descolocado un poco. Está muy cambiado.
Jared esbozó una sonrisa al decir:
–Usted no, la verdad es que su apariencia no ha mejorado demasiado.
–Uno va envejeciendo con el paso del tiempo.
–Beale… me acuerdo de usted, pero no le habría reconocido si no le hubiera visto en persona. En la frontera usaba otro nombre.
–Me lo cambié cuando me casé con Allison, no quería que ella se preocupara de que vinieran a por nosotros tipos a los que yo había arrestado. Me vine a vivir aquí, y amasé una fortuna… un momento, usted es el hermanastro de Andrew Paige, ¿verdad?
–Exacto –lo dijo con voz tensa, porque sólo con oír mencionar a su hermanastro se ponía de mal humor.
–Mi hija, Jennifer, me comentó que el hermanastro de Andrew iba a defender a Clark. Me dijo que se llamaba Jared Dunn, pero no tenía ni idea de que era usted –vaciló por un instante antes de preguntar–: ¿Qué posibilidades tiene Clark?
–La verdad es que la situación es bastante difícil, pero me alegro de que acudiera a mí.
–Sí, lo hizo siguiendo un impulso, acabo de ir a verle a la cárcel y me lo ha contado; al parecer, Clark había oído hablar de usted, y se había enterado de que en Nueva York se había especializado en derecho penal. Sabía que iba a necesitar el mejor abogado posible, pero dudo que sepa que a usted no sólo se le da bien la abogacía.
–Esa parte de mi vida ha quedado atrás.
–Puede creer lo que quiera. Yo pensaba lo mismo, que podría olvidar lo que había sido y lo que había hecho, pero al final me di cuenta de que era imposible. El pasado siempre vuelve. Allison no había presenciado jamás una pelea, no estaba familiarizada con la violencia, pero un día, un hombre al que yo había mandado a la cárcel por asesinato salió por buena conducta sin llegar a cumplir la condena completa, y vino a por mí –su rostro se endureció–. La mató, la mató mientras yo estaba en los pastos con los vaqueros, ayudando a marcar el ganado. La mató, y entonces esperó sentado a que yo llegara a casa y viera lo que había hecho.
–Dio mío…
–Allison jamás le hizo ningún daño a nadie, era la mujer más buena… –tuvo que respirar hondo antes de poder continuar–. El tipo me amenazó con una pistola. Yo ni siquiera iba armado, pero me abalancé contra él. Estaba tan enloquecido, que ni siquiera me di cuenta de que la bala me alcanzaba, pero le maté con mis propias manos antes de desmayarme; aun así, eso no me devolvió a Allison. Jennifer tenía doce años en aquel entonces, y llegó a casa en medio de la pelea. Le dio un poco de miedo verme tan encolerizado, y creo que aún sigue temiéndome un poco.
–Me imagino cómo se sintió al perder así a su esposa.
–Claro, porque usted conoció de primera mano aquellos tiempos salvajes, pero a la gente que no los vivió les cuesta entenderlo.
Jared pensó en Noelle, en cómo reaccionaría ella si se enterara de alguna historia similar sobre él. Entonces intentó imaginarse cómo se sentiría él mismo si alguien del pasado intentara lastimarla, y supo sin lugar a dudas que haría lo mismo que Beale sin vacilar ni un instante, sin arrepentimiento ninguno. Le descolocó tener que plantearse algo así.
–Su hermanastro es un fraude, Dunn. No es más que un dandi engreído, pero Jennifer es inocente y confiada y está enamoriscada de él. ¿Está jugando con ella?
–No –más que una certeza, era una esperanza propia.
A él le habría encantado que su hermanastro amara a aquella muchacha; de hecho, estaba claro que Andrew sentía algo, lo suficiente como para negarse a casarse con Noelle. Aunque ésta aún seguía enamorada de él, quizá llegaría a olvidarle si permanecía alejado y estaba enamorado de otra mujer.
–Me alegro. No cuenta con mi aprobación, porque no me hace ninguna gracia que se vanaglorie tanto de proceder de una familia con solera y dinero, pero puedo tolerarle por mi hija.
Jared soltó una carcajada carente de humor antes de admitir:
–Yo he estado tolerándole durante mucho tiempo por mi abuela.
Los dos intercambiaron una sonrisa, y Beale añadió:
–Se comentó por la ciudad que Andrew se había marchado por culpa de algún problema.
–No ha habido ningún problema. Se marchó cuando yo decidí casarme con Noelle, su prima; por desgracia, no se llevan demasiado bien, supongo que porque ella se ha dado cuenta de cómo es.
–Con un poco de suerte, pasará lo mismo cuando Jennifer llegue a conocerle mejor –comentó Beale, sonriente.
–Puede que una buena mujer consiga convertirle en un hombre.
Beale se limitó a fruncir los labios. Tomó una calada del cigarro y le miró en silencio durante unos segundos antes de decir:
–Uno de mis vaqueros va a testificar en contra de Clark, un tipo llamado John Garmon que procede de Misisipi y odia a los negros. Más de una vez he tenido que contener las ganas de darle una paliza al oírle insultar a Clark, pero éste se limita a ignorarle. Garmon dice que le vio entrar en la tienda minutos antes del robo, y también le ha comentado a algunas personas que Clark le confesó que necesitaba dinero con urgencia.
–Clark no me parece un hombre codicioso.
–No lo es; además, si realmente necesitara dinero con urgencia, vendría a pedírmelo a mí, porque sabe que yo no dudaría en hacerle un préstamo. Es un hombre honorable.
–En ese caso, no tiene sentido que decidiera golpear y robar a un buen tipo como Marlowe.
–Exacto.
–Ese tal Garmon… ¿cuánto tiempo lleva trabajando para usted?
–Seis meses, y no soporta trabajar con Clark. Mi capataz va a jubilarse, y cuando mencioné que pensaba ofrecerle el puesto a Clark, Garmon se enteró y se puso furioso –se inclinó hacia delante para dejar el cigarro en el cenicero que había sobre la mesa, y miró a Jared a los ojos–. Me he enterado de que es un jugador empedernido. Está claro que sólo un hombre bastante corpulento podría noquear a Marlowe, a pesar de su edad, porque mide más de metro noventa y es muy musculoso. Garmon tiene esa misma altura más o menos, pero Clark es más bajo y delgado, y tiene la mano izquierda inutilizada.
–Está claro que piensa más o menos como yo, Beale –comentó Jared, sonriente.
–Fui alguacil, y hay cosas que nunca se olvidan –se puso de pie antes de añadir–: La única fuente de ingresos de Clark es su salario. Gasta muy poco, y ahorra lo suficiente para poder enviarles un giro postal mensual a su madre y a su hermana, que viven más al este. Garmon debe hasta el último céntimo de su sueldo incluso antes de cobrarlo.
–Me alegra que haya venido a verme, voy a ponerme a investigar los datos que acaba de darme.
–Estoy seguro de que van a serle de ayuda. Y en último extremo, puede desafiar a Garmon en mi lugar.
–Hoy en día no gano disputas a punta de pistola.
Beale esbozó una sonrisa antes de decir:
–Pues en Terrell dicen algo muy distinto.
–¿Quién se ha ido de la lengua?
–Conmigo no le hace falta guardarse las espaldas, Dunn –mientras iba hacia la puerta, admitió–: Me lo comentó el juez, jugamos juntos al póquer cada semana –se volvió a mirarle antes de añadir–: Le aconsejo que no le quite el ojo de encima al inspector Sims. Ese tipo ayudará si puede a Garmon, que está agitando las aguas para conseguir que haya un linchamiento.
–Eso ya es sospechoso de por sí, todos tenemos derecho a un juicio justo.
–Si necesita ayuda, ya sabe dónde encontrarme. Tengo artritis, pero aún puedo empuñar un arma… y también puedo contratar a tipos con buena puntería. A mí tampoco me gustan los linchamientos.
–Lo tendré en cuenta.
Jared estaba preocupado por lo del posible linchamiento. Quería un juicio rápido, pero necesitaba tener un margen de tiempo razonable para preparar un expediente sólido. Sabía desde el principio que Clark tenía enemigos, aunque se negara a decirle de quién se trataba, pero Beale acababa de facilitarle el nombre; gracias a aquel empujón inesperado, iba a poder investigar para averiguar todo lo que pudiera sobre el tal Garmon.
Le mandó un telegrama a Matt Davis, un tipo de Chicago que había trabajado para la agencia de detectives Pinkerton, para que comprobara si Garmon aparecía en alguno de los archivos de los que disponía. Sabía que Davis guardaba copias de los archivos de los casos en los que había trabajado durante su época en la agencia, así que no habría que investigar demasiado si ya existían casos previos contra Garmon.
Después de tomar notas, responder a dos llamadas de teléfono de posibles clientes y dictar respuestas a dos cartas que habían llegado en el correo de la mañana, se reclinó en la silla y se puso a pensar en Noelle, en la expresión de tristeza con que le había mirado, y en las extrañas preguntas que le había hecho horas antes, cuando estaban en el porche trasero. «Una amistad es lo único que puedes ofrecerme, ¿verdad?». Aquellas palabras le habían impactado, y no podía quitárselas de la cabeza.
Empezó a juguetear con el cilindro del dictáfono sin darse apenas cuenta de lo que hacía. Había intentado pasar el mínimo tiempo posible pensando y ahondando en lo que sentía por Noelle, porque primero habían existido algunas diferencias entre los dos, después ella se había comportado con hostilidad hacia él, y por último, había pasado lo de Andrew, pero en ese momento ya no existían barreras entre los dos, y la deseaba más que nunca.
Su cuerpo entero se tensó al recordar aquella noche en el despacho, semanas atrás, cuando le había bajado un poco la bata y había visto su seno desnudo; por mucho que le insultara, que se enfrentara a él, o incluso que llorara en su hombro, Noelle se rendía por completo en cuanto la tocaba.
Soltó un gemido, y dejó el cilindro a un lado. Hacía mucho que había renunciado al sueño de tener esposa y familia, pero de repente no podía dejar de pensar en tener un hijo. Era una locura y además peligrosa, porque era un hombre con pasado, y en Texas tenía más posibilidades de encontrarse con algún antiguo adversario que en Nueva York; además, había habido testigos que habían presenciado en Dodge City, tantos años atrás, la muerte de aquel vaquero, el hombre al que Ava había acusado falsamente de violación y de obligarla a cometer un robo.
Era consciente de que al final le resultaría imposible seguir ocultándole el pasado a Noelle, pero no sabía cómo iba a poder contarle lo que había hecho de joven. Ella no echaba nada en cara ni sermoneaba, era una mujer muy comprensiva, pero él había tenido una aventura amorosa con Ava, y por si fuera poco, se había situado en el lado equivocado de la ley cuando había matado por ella. Noelle sabía que había matado cuando era un ranger, pero a pesar de que le conocía mejor que nadie, no tenía ni idea de lo malo que había sido antes de estar del lado de la ley.
La deseaba con locura, pero lo peor de todo era que no sólo se trataba de una necesidad física de estar con ella. Se había vuelto adicto al sonido de su voz, y a sus arranques de genio.
Soltó una pequeña carcajada al imaginársela persiguiendo a Henry por la calle. Era única, no podía renunciar a ella. Ojalá que su hermanastro se casara con la señorita Beale, para que quedara fuera del alcance de Noelle de forma definitiva. Sabía que, a pesar de lo que había pasado, era posible que ella aún conservara la esperanza de recuperar a Andrew, así que estaba decidido a proteger su corazón hasta que ella se desenamorara por completo de su hermanastro.
Era mejor mantener las distancias hasta entonces, pero de momento tenía que poseerla una vez, una única vez, para crear recuerdos de los que sustentarse después.
Cuando regresó a casa después de la jornada de trabajo, las preocupaciones y los profundos anhelos seguían atormentándole. Ni siquiera se dio cuenta de lo que cenó, porque fue incapaz de apartar la mirada de Noelle, y al ver que ella apenas se atrevía a mirarlo y que se sonrojaba ante su intensa mirada, supo sin lugar a dudas que le deseaba. Aquella reacción le dio esperanzas, porque se dijo que el deseo que sentía por él quizá podría llegar a convertirse en amor algún día.
Pasaron un rato charlando de naderías después de la cena, y Noelle le miró con timidez mientras él expresaba sus dudas sobre el posible resultado de un juicio inmediato.
–Habría que constituir un jurado con doce personas carentes de prejuicios, y dispuestas a creer en la palabra de un negro a pesar de la declaración en contra de varios hombres blancos.
–En otras palabras: haría falta un milagro –apostilló la señora Dunn.
–Exacto. He ganado casos sin pruebas sólidas, pero eso fue en Nueva York, donde hay una mentalidad más abierta. Fort Worth no tiene nada que ver, muchos de los que viven aquí se criaron en la frontera y no tuvieron más remedio que endurecerse. Creen en lo que ven y en lo que saben.
–Pero ese hombre es inocente –dijo Noelle.
Jared sonrió al mirarla, y contestó:
–Sí, pero el hecho de que alguien sea inocente no le garantiza un veredicto en su favor. Ha habido condenas a muerte con menos pruebas de las que la acusación tiene en este caso, y el vaquero que está caldeando los ánimos para que haya un linchamiento es la clave de todo.
–¿Qué piensas hacer? –le preguntó Noelle.
–Lo que haga falta.
La señora Dunn dejó a un lado su labor, se puso de pie y le dijo con una cálida sonrisa:
–Tengo plena confianza en tu destreza como abogado, querido –se detuvo en la puerta, y añadió–: Buenas noches. A mi edad, me canso mucho más pronto que antes.
Jared y Noelle le dieron las buenas noches, y la señora Pate se asomó dos minutos después a decirles que ya se marchaba a casa. Ellos se quedaron un rato más en la sala de estar, completamente solos… ella bordando, y él observándola; cuando el reloj de pie dio las diez, los dos alzaron la mirada, y sus ojos se encontraron desde extremos opuestos de la sala.
Jared supo en ese momento que no iba a poder contenerse. En los ojos de Noelle se reflejaba una mirada cálida, y tan anhelante como la suya. Era inútil resistirse al deseo que le atenazaba, necesitaba hacerla suya una vez… una única vez, para sustentar su corazón hasta que ella se olvidara por completo de Andrew.
–Estás cansada, ha sido un día muy largo. ¿Por qué no te retiras pronto también?
Ella se puso de pie mientras la recorría un extraño hormigueo, guardó su labor, y vaciló por un momento antes de mirarle con una tímida mirada interrogante. Cuando él asintió lentamente con un brillo en la mirada que la dejó sin aliento, subió acalorada a su dormitorio y se desnudó a toda prisa; después de ponerse un fino camisón de algodón bordado, se soltó el pelo y guardó sus cosas antes de apagar la luz con manos trémulas.
Quería sentirse cerca de su marido, tener relaciones íntimas con él, pero estaba bastante asustada por los años de miedo y de confidencias que había oído de sus amigas. ¿Iba a dolerle mucho? Amaba a Jared, seguro que no era una experiencia tan horrible…
Estaba tumbada en la cama con las mantas hasta la cintura, sintiendo una mezcla de aprensión y de excitación mientras su cuerpo entero palpitaba, cuando la puerta del dormitorio se abrió y se cerró. Sintió que el corazón y la respiración se le aceleraban al oír el sonido de pasos que se acercaban, y entreabrió los labios cuando una figura envuelta en sombras se detuvo junto a la cama.
Las mantas quedaron apartadas a un lado, el colchón se hundió ligeramente bajo el peso de otra persona, y alguien la atrajo hacia un cuerpo cálido y musculoso que estaba… que estaba… ¡que estaba desnudo!
Soltó una exclamación ahogada, y se estremeció de forma visible mientras apoyaba las manos en aquel pecho duro y velludo.
–¿Serviría de algo que te dijera que no tienes nada que temer? –le preguntó él, con una voz llena de ternura.
–No –admitió, con voz queda. Se tensó al notar que hacía ademán de atraerla más hacia su cuerpo, y susurró–: No… no vas a hacerme daño, ¿verdad?
–Oh, cariño… –la apretó contra sí con cuidado, y la abrazó para reconfortarla hasta que notó que dejaba de temblar y que empezaba a relajarse.
Acarició aquella larga melena caoba una y otra vez, y el silencio fue intensificándose conforme fueron pasando los minutos; cuando notó que ya no estaba tan tensa, se puso de espaldas llevándola consigo hasta que quedó acurrucada contra su costado y con una mano extendida sobre su pecho, justo por encima del diafragma.
Era musculoso, cálido y muy velludo. Noelle movió un poco la mano y le cosquilleó la palma ante la extraña y novedosa sensación de tocar aquella piel masculina. Se detuvo al oírle gemir, volvió a mover la mano al cabo de un momento, y se detuvo de nuevo cuando él soltó un gemido incluso más profundo e intenso.
–¿Los hombres son… vulnerables cuando se les acaricia? –le preguntó, vacilante.
–Sí.
–Ah.
No supo si seguir acariciándole. No tenía ninguna experiencia, y aunque por una parte la aterraba encontrarse con algo escandaloso, por la otra estaba llena de curiosidad y excitación.
–Tócame, Noelle.
–Has gemido, me parece que te hago daño.
–Es una dulce agonía –se echó a reír al darse cuenta de que ella no lo entendía, y le dijo sonriente–: Sé valiente, seguro que hay un espíritu aventurero en tu interior que anhela que seas atrevida.
–Me considero atrevida por quitar las malas hierbas en el jardín. Esto es muy… misterioso, y me da un poco de miedo. ¡Estás desnudo!
–Es bastante difícil hacer el amor estando vestido.
Al notar cierto matiz irónico en su voz, Noelle deslizó la mano hasta un pezón. No tenía ni idea del efecto que podía tener en él, así que pasó de largo. Aquella piel masculina era musculosa y cálida, y le gustaba cómo se tensaba bajo su mano. Contuvo el aliento mientras seguía acariciándole.
–No tienes ni idea de lo que estás haciendo, ¿verdad? ¡Y yo que creía que te habías acostado con mi hermanastro! –alcanzó a decir Jared, con voz estrangulada.
–¿Cómo sabes que no lo he hecho? –le preguntó, enfurruñada.
Él le tomó la mano, y la llevó hacia abajo hasta posarla sobre un lugar que ella ni siquiera sabía que existía. Noelle la dejó allí durante unos segundos, pero al darse cuenta de lo que era aquella cosa dura, soltó un gritito, apartó la mano a toda prisa y se incorporó hasta sentarse.
Él se echó a reír, y le dijo:
–Así es como lo sé.
–Jared, eres… ¿qué estás haciendo?
–Shhh…
Antes de que Noelle se diera cuenta de lo que pasaba, el camisón había ido a parar al suelo, y ella estaba sentada a horcajadas sobre las caderas de su marido con aquella cosa dura que acababa de tocar apretada contra el vientre. La habitación estaba a oscuras, pero sentía el contacto de aquel pecho musculoso contra sus senos desnudos, y la embargaba una extraña tensión.
Se aferró a sus hombros con fuerza mientras luchaba por recobrar la respiración, y él se obligó a permanecer inmóvil, sujetándola, hasta que notó que estaba más tranquila.
–Paso a paso, Noelle –le susurró al oído, antes de deslizar la mejilla contra la suya y de adueñarse de sus labios.
Al principio se limitó a besarla, pero al cabo de un largo momento empezó a hundir la lengua en su boca con sensuales y profundas embestidas, y a recorrerla con caricias nuevas y excitantes. Noelle jamás había imaginado siquiera que un hombre pudiera llegar a tocar aquellas zonas de su cuerpo.
Se quedó desconcertada al ver que la alzaba un poco, porque no tenía ni idea de lo que pretendía hacer, pero al sentir que algo penetraba en su zona más íntima, que se adentraba en aquel paraje virgen, gritó aterrada y le hundió las uñas en los hombros.
–¡No, Jared, no! ¡Me duele!
–Sólo te dolerá esta primera vez –le susurró, muy tenso; aunque ella intentó apartarse, siguió sujetándola de las caderas y fue bajándola poco a poco.
Noelle sintió un dolor desgarrador que le llegó hasta la columna, y gritó de nuevo mientras se echaba a llorar.
–Shhh… –Jared besó aquella boca abierta mientras sollozaba, y susurró–: No te haría daño por nada del mundo, cariño, pero sabes que esto era inevitable.
Ella hundió los dedos en el vello de su pecho y siguió sollozando, aterrada por el dolor.
–Noelle, Noelle… –gimió su nombre una y otra vez contra su boca abierta, y la agarró con más firmeza para sujetarla contra su cuerpo–. Sólo un poco más, cielo mío. Sé fuerte y aguanta un poco más por mí, por favor –le secó con los labios las lágrimas, tembloroso, y siguió sujetándole con firmeza las caderas.
–No sabía que iba a dolerme tanto –confesó ella, entre sollozos.
–Perdóname… perdóname, yo tampoco lo sabía. Tendríamos que haberte mandado antes a un médico.
–A un… –aquel comentario logró llamarle la atención a pesar del dolor, y se estremeció mientras intentaba verle a través de la oscuridad–. ¿Para qué tendría que haber ido al médico?
Él deslizó una mano entre los dos, y le arrancó un jadeo cuando empezó a acariciarla justo donde se unían sus cuerpos. La acarició hasta hacer que se estremeciera, hasta que el placer se adueñó de ella y sustituyó al dolor.
Cuando ella le hundió las uñas en los hombros y gimió, él le preguntó con voz ronca:
–¿Aquí? –antes de que pudiera contestar, volvió a hacer lo mismo.
–¡Ja… red! –gritó su nombre rítmicamente, una y otra vez, mientras él la acariciaba. Se retorció contra él, se alzó y se arqueó, se estremeció y gimió–. ¡Oh!
Noelle sintió que flotaba en un mundo donde no había dolor ni angustia, un mundo donde era completamente libre. Sintió el colchón bajo la espalda cuando él invirtió sus posiciones, la piel cálida de Jared deslizándose con sensualidad contra la suya desde el cuello hasta los pies, y abrió más las piernas mientras alzaba las caderas.
No sintió más dolor, sino una dulce y súbita sensación de plenitud que se movía y palpitaba en su interior, y que despertó en ella un placer tan avasallador, que empezó a sollozar.
Jared le cubrió la boca con la suya para sofocar sus gritos de placer, y ella se aferró temblorosa a su cuerpo con actitud posesiva mientras oía el crujido de las tablas de la cama, mientras él respiraba jadeante junto a su oído y la acariciaba por todas partes, mientras la penetraba una y otra vez con embestidas firmes y rítmicas.
Noelle gritó contra su boca cuando oleada tras oleada de placer la arrastró más allá de lo que estaba sucediéndole a su rígido cuerpo. La tensión estalló de golpe y sintió que caía al vacío, temblorosa y sollozante, presa de un placer que sólo duró unos segundos dulces y extáticos, y que acabó de golpe. Lloró su pérdida y se aferró a Jared con todas sus fuerzas para intentar volver a sentirlo, pero él se quedó inmóvil de golpe al llegar al éxtasis, se convulsionó antes de susurrar su nombre con voz ronca, y se quedó inmóvil de nuevo antes de desplomarse sobre ella con el corazón martilleándole en el pecho.
Noelle le sintió encima, dentro, en todas partes, y deslizó las manos por su espalda musculosa mientras luchaba por recobrar la respiración. Acababa de experimentar el placer más agotador y explosivo de toda su vida, y su cuerpo seguía sacudiéndose de forma rítmica, como si quisiera recobrar lo que acababa de perder. Sintió una pequeña punzada de dolor cuando sus caderas se movieron casi por voluntad propia, pero su cuerpo no se dio por vencido y siguió moviéndose anhelante.
Él le sujetó la cadera para detenerla, y le susurró con ternura:
–No te muevas. Estás desgarrada, así sólo conseguirás hacerte más daño.
–¿Estoy desgarrada? –sonaba horrible.
Él alzó la cabeza, y la besó con una ternura que la conmovió y le llenó los ojos de lágrimas.
–¿No te ha explicado nadie lo que pasa cuando un hombre y una mujer hacen el amor?
–No había nadie que pudiera explicármelo.
Jared le besó los párpados antes de decir:
–La naturaleza protege el cuerpo de la mujer con una fina membrana que se llama himen. Cuando un hombre penetra a una virgen, esa membrana se desgarra.
Ella sintió tanta vergüenza al oír aquello, que dio gracias por el hecho de que él no pudiera verla en la oscuridad.
–Por eso te ha dolido tanto, y te pido mil disculpas por mis acusaciones. Está claro que eras virgen.
–¿Se supone que tenía que doler?
–Tengo entendido que sí, que a veces sí que duele.
–¿No estás seguro? –le preguntó, mientras deslizaba las manos por los poderosos músculos de sus hombros y su espalda.
Él soltó una carcajada, y bajó los labios hasta un seno antes de admitir:
–No.
–Entonces, ha sido…
–Mi primera vez con una virgen.
Noelle tuvo unas ganas locas de preguntarle por las demás, de hacerle un montón de preguntas atrevidas que jamás se atrevería a formularle a plena luz del día, pero vaciló por un momento antes de decidirse.
–Jared…
Él empezó a apartarse, pero se detuvo de inmediato cuando ella soltó una exclamación de dolor. Masculló algo en voz baja, y la sujetó de la cadera antes de ir apartándose muy poco a poco.
–Con cuidado, cariño… poco a poco… –susurró, cuando ella se tensó y gimió de dolor.
Para cuando él salió del todo y se apartó, Noelle se sentía como si ardiera por dentro, y se echó a llorar otra vez. Jared la abrazó contra su cuerpo, y restregó la mejilla contra la suya en un gesto lleno de ternura.
–Lo siento, no quería hacerte daño.
–Ha valido la pena, Jared, ¡ha sido maravilloso! –lo dijo con voz ferviente, de forma impulsiva.
Él respiró hondo antes de preguntar:
–¿Seguro que te ha gustado?
Ella posó la mejilla sobre su pecho y se acercó hasta que notó el roce de su vello contra los senos, pero vaciló al notar que se ponía tenso y se apartó un poco antes de preguntar:
–¿No debo comportarme así? Avísame si hago algo indebido, todo esto es completamente nuevo para mí.
Él volvió a atraerla contra su cuerpo antes de contestar:
–Me excita sentir el contacto de tu cuerpo desnudo, pero a pesar de que me gusta la sensación de estar excitado, me resulta dolorosa cuando no puedo satisfacerla. Sabes que no podemos hacer el amor una segunda vez, Noelle. Te dolería muchísimo.
–Sí, ya lo sé –respiró hondo varias veces antes de preguntar–: ¿Tú has… disfrutado? ¿Te ha dolido como a mí?
–Sólo me ha dolido un poquito –se echó a reír al ver su expresión de sorpresa, y se explicó de inmediato–. Esa parte de mi cuerpo tiene la piel muy delicada, al igual que esa misma parte del tuyo.
–¡Jared!
Él le besó los párpados hasta que los cerró, y cuando se estiró un poco, su poderoso cuerpo se estremeció como resultado del placer abrumador que había sentido.
–Se me había olvidado lo agotador que es esto –se dio cuenta de que se ponía tensa, y sonrió de oreja a oreja–. ¿Estás celosa?, ¿te molesta que haya hecho esto antes?
–¡Sí! –rodó a un lado y le golpeó en el pecho, pero él le agarró el puño y le mordisqueó los nudillos en un gesto juguetón.
–Nunca antes había sido tan perfecto para mí, ni lo había hecho con tanta ternura –admitió en la oscuridad, con voz profunda–. Nunca me había importado tanto darle placer a una mujer con mi cuerpo.
Ella se sentó con cuidado, porque estaba muy dolorida, y la recorrió un ligero temblor.
–¿Te he hecho mucho daño? –parecía solemne, tenso.
–No, sólo estoy un poco dolorida –se ruborizó al darse cuenta de lo que estaban diciéndose el uno al otro. Se llevó la mano al muslo, porque sentía una ligera humedad, y se quedó horrorizada al notar el olor metálico de la sangre–. ¡Las sábanas, Jared…! ¡Todo el mundo sabrá lo que hemos hecho!
–Estamos casados.
–Sí, pero…
–Qué tontita eres –la atrajo contra su cuerpo, y la besó mientras le acariciaba lentamente los senos con actitud posesiva–. Y qué maravillosa –se obligó a soltarla, aunque a regañadientes.
Ella se sentó de nuevo, y le puso una mano en el pecho.
–¿Me dolerá la próxima vez, después de que… me cure?
–No.
No podía pensar en una próxima vez, porque a lo mejor no llegarían a tenerla. Iba a verse obligado a mantener las distancias con ella. Ya había disfrutado de una noche con Noelle, y si llegaba a perderla, tendría que bastarle para el resto de su vida.
Ella notó que se levantaba de la cama, y oyó que se ponía el batín en la oscuridad.
–¿Te vas? Pero si… estamos casados, Jared, ¿no podrías quedarte toda la noche conmigo?
La tentación era tan enorme, que tuvo ganas de gritar, pero no se atrevió a quedarse. Ya estaba loco por ella, y no podía arriesgarse a despertarla por culpa de las pesadillas que solía tener. Cuando llegara el momento oportuno, cuando ella dejara de amar a Andrew (si llegaba a hacerlo, claro), se sinceraría con ella sobre su pasado con la esperanza de que todo saliera bien.
Alcanzó a ver su camisón en el suelo a pesar de la oscuridad, y se lo dio antes de contestar:
–No, no voy a quedarme.
–¿Por qué? –su voz era apenas un susurro.
Él se detuvo junto a la cama, con las manos en los bolsillos.
–Noelle… –estaba desesperado por saber si ella había estado pensando en Andrew mientras hacían el amor.
–¿Qué?
No se atrevió a preguntárselo. Se había enfrentado a hombres armados, pero le aterraba lo que pudiera decirle aquella mujer que se había convertido en alguien tan importante para él.
–Nada, buenas noches –se fue sin más, y cerró la puerta con cuidado tras de sí.
Noelle se quedó sentada en la cama, desconcertada, durante un largo rato, y al final se acercó al aguamanil y se lavó. Apenas pudo conciliar el sueño por culpa del dolor, pero por la mañana ya se sentía un poco mejor.
Noelle bajó a desayunar con paso animado, fascinada por lo que había aprendido en la oscuridad sobre la vida de casada, pero al entrar en el comedor encontró al viejo Jared de siempre sentado a la mesa. La sonrisa con que la miró no contenía ningún mensaje velado, y a pesar de que se mostró cortés, en su actitud no quedaba ni rastro del apasionado amante de la noche anterior.
Se sintió como si estuviera ante un desconocido, y la recorrió una oleada de inseguridad. Fue a sentarse sin saber cómo actuar, y tuvo la sensación de que todo el mundo estaba dándose cuenta de su incomodidad.
–Pruebe los huevos, querida, hoy me parecen incluso más buenos que de costumbre –la señora Pate le ofreció la bandeja, y añadió–: Después de todo el ejercicio que hizo ayer al perseguir al señor Henry, supongo que necesita recobrar fuerzas.
El ama de llaves salió del comedor riendo por lo bajo, y la señora Dunn hizo un sonido sospechosamente parecido a una carcajada.
–Henry estaba bebiendo, y arrancó mis tomateras –masculló Noelle, en voz baja–. Los tomates habrían estado listos para comer en dos semanas, y ahora sólo me quedan unas cuantas matas. Se merecía lo que pasó.
–Sí, querida, ya lo sé. La verdad es que te entiendo –le aseguró la señora Dunn, con una risita.
Noelle frunció los labios, y recordó los comentarios de la señora Pate sobre los problemas que había tenido la abuela de Jared con las habladurías al llegar a la ciudad.
La anciana pareció leerle el pensamiento, porque la miró con aquellos ojos azules tan similares a los de su nieto y comentó sonriente:
–A mí también me encanta la jardinería.
–Sí, ya me lo comentó.
–He estado muy pendiente de las habladurías en estos últimos años. Estoy aprendiendo a vivir en estos nuevos tiempos, pero son difíciles de asimilar para la gente tan mayor como yo.
–No eres tan mayor, abuela –apostilló Jared–. Sigues teniendo el espíritu indómito que recuerdo de cuando era pequeño.
–Pero ya no tengo las mismas fuerzas.
Jared estaba observando a Noelle con ojos penetrantes, pero apartó la mirada en cuanto ella se volvió hacia él. Acabó de desayunar sin prisa, y se limpió la boca con la servilleta de lino antes de echarle un vistazo a su reloj de bolsillo.
–Tengo que ir a ver a un cliente.
–Comentaste que le habías mandado un telegrama a un conocido tuyo de Chicago, ¿va a venir? –le preguntó su abuela.
–No creo que haga falta, puede ocuparse desde allí de la investigación que le he encargado.
–¿No podría darte la información que necesitas alguno de los inspectores de por aquí?
–Trabajan para la ciudad, abuela, y uno de ellos va a ser testigo de la acusación.
–Ese hombre de Chicago… ¿crees que va a ayudarte a demostrar la inocencia de tu cliente? –le preguntó Noelle.
Él la miró con una expresión inescrutable que contrastaba con su actitud de aparente normalidad.
–Espero que encuentre alguna prueba que demuestre que Garmon tiene vinculación con antiguos delitos. He participado en infinidad de casos, y mi intuición no suele fallarme a la hora de saber si mi cliente es culpable o inocente. No soy infalible, pero creo que Clark está diciendo la verdad; además, no tenía razón alguna para robar y golpear a Marlowe, ni siquiera habían discutido.
–En ese caso, ¿por qué le arrestaron?
–Porque tiene enemigos, y carece de coartada.
–Ah.
Al ver que le daba un beso en la mejilla a su abuela, Noelle permaneció expectante y con el aliento contenido, pero él se limitó a despedirse de ella con una cortés y breve inclinación de cabeza antes de marcharse sin mirar atrás.
La señora Pate notó que Noelle hacía alguna que otra mueca de dolor mientras la ayudaba a llevar los platos sucios a la cocina, así que fue a por un pequeño tarro de ungüento a la despensa; después de mirar a uno y otro lado para asegurarse de que no había nadie cerca, se lo dio y le dijo en voz baja:
–Le calmará el dolor, y ayudará a que se le cure antes. Noelle se puso roja como un tomate. Las sábanas… seguro que la señora Pate las había recogido aquella mañana.
–No hay de qué avergonzarse, querida, todas hemos estado casadas. Las mujeres no tenemos más remedio que soportar la pasión de un hombre y el dolor del parto –le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la mano, y le aseguró–: Las cosas mejoran con el tiempo, los hombres sienten menos deseos carnales conforme van haciéndose mayores. Ármese de valor, seguro que puede soportarlo hasta entonces.
El ama de llaves se volvió hacia el fregadero, y Noelle se quedó mirándola perpleja; a juzgar por lo que acababa de oír, daba la impresión de que siempre iba a resultarle doloroso. Jared le había asegurado que no, que sólo sería aquella primera vez, pero aun así…
–Señora Pate, es que… ¿no se siente ningún placer?
–El hombre sí que goza, pero es un pecado que la mujer sienta placer con un acto que sirve para la procreación. Por eso es tan incómodo para nosotras, pero por suerte ellos sólo tardan uno o dos minutos en… terminar. Y tan sólo hay que aguantarlo una o dos veces al mes… al principio, hasta que su ardor vaya desvaneciéndose. No siempre será tan horrible, se lo aseguro. ¿Podría pasarme esos platos, querida?
Noelle agarró los platos sucios que quedaban sobre la mesa de la cocina. La vida de casada que la señora Pate estaba describiendo era muy distinta a la imagen que ella tenía, y estaba claro que el difunto señor Pate no había sido demasiado ardiente y quedaba satisfecho con rapidez. Jared no había mostrado prisa alguna, había sido paciente en todo momento, y ella había sentido un placer explosivo después del dolor inicial.
¿Era realmente un pecado experimentar algo tan maravilloso entre los brazos de un marido al que se amaba? Su intuición le decía que no, que no podía serlo. Se dijo que quizá lo sabría con certeza cuando Jared volviera a acostarse con ella, y se ruborizó sólo con imaginárselo.
En los cuatro días siguientes, Jared no mostró ni el más mínimo ardor hacia ella. Estaba curada del todo gracias a la ayuda del ungüento, y no sentía dolor alguno al ir al baño ni con el roce de la ropa interior. Estaba convencida de que su marido sabía que ya estaba recuperada, pero él no había hecho ningún intento de acercamiento; de hecho, se mostraba más reservado y distante que nunca.
Al ver su actitud, se preguntó si le habría decepcionado en la cama, y por eso no quería volver a tener relaciones íntimas con ella; también se planteó la posibilidad de que él le hubiera hecho el amor por mera curiosidad, para averiguar si había sido sincera al asegurar que Andrew no había sido su amante.
Podía imaginarse infinidad de razones para explicar aquella inesperada abstinencia y la remota cortesía con que la trataba, pero sólo una la atormentaba: Jared no la amaba. Un hombre enamorado habría sido incapaz de mantener las distancias, y a él no parecía costarle lo más mínimo ignorarla. Era su esposa, pero daba la impresión de que en adelante sólo iba a serlo en nombre, porque no volvió a acostarse con ella.