Capítulo 15

Jared salió de casa a la mañana siguiente, taciturno y estoico, justo después del desayuno. Apenas había probado bocado, y estaba inusualmente tenso. Nadie sabía que había pasado gran parte de la noche despierto, dándole vueltas y más vueltas a lo que iba a hacer aquella mañana. Se había debatido entre su necesidad de salvar a Clark y el respeto que sentía por la ley, porque a pesar de que había quebrantado las normas con anterioridad y nunca se había arrepentido de ello, en esa ocasión tenía menos opciones que nunca. Si no sobrepasaba los límites de la ley, un hombre iba a acabar en la horca.

Su insomnio también se había debido en parte al ardor de Noelle. Estaba claro que los dos estaban igual de indefensos ante la atracción que sentían el uno por el otro, con la diferencia de que ella estaba enamorada de Andrew… aunque quizás era mejor así, teniendo en cuenta que existía la posibilidad de que Garmon acabara con él aquella mañana.

Era consciente de la enormidad de lo que se avecinaba. Estuvo tenso y callado durante el desayuno, y antes de salir de casa le dio un beso a su abuela e incluso le estrechó la mano a Andrew; en cuanto a Noelle, sólo fue capaz de contemplarla con una larga e intensa mirada mientras sentía que se le desgarraban las entrañas. No se atrevió a tocarla siquiera, porque no quería que todos se dieran cuenta de sus sentimientos. El recuerdo de los dulces besos de la noche anterior iban a tener que bastarle para darle fuerzas mientras se enfrentaba a lo que estaba por suceder, fuera lo que fuese.

Antes de salir de casa, impoluto y elegante, miró una última vez a Noelle, y la vio intercambiando una sonrisa con Andrew, que estaba junto a ella. Se dijo que no tenía de qué extrañarse; al fin y al cabo, estaba convencido de que su hermanastro había regresado a casa para conseguirla, y daba la impresión de que volvían a tener la buena relación de antes. En el fondo, no podía culpar a su hermanastro, porque Noelle era una mujer increíble.

De modo que se puso su sombrero, y salió de casa sin mirar atrás.

Noelle sintió una extraña aprensión que hizo que le flaquearan las rodillas al ver cómo se marchaba. Sabía de forma instintiva que estaba pasando algo malo.

–Jared está un poco raro –les dijo a los demás.

Andrew la miró con una sonrisa comprensiva, y comentó:

–Es por el juicio, ha habido mucha controversia. No entiendo por qué tuvo que aceptar el dichoso caso, incluso en Dallas se habla del tema.

–Su cliente es inocente, Andrew –le contestó, con voz cortante.

–¿Qué importa eso?

–Debería importar, así que será mejor que tengas cuidado con lo que dices en esta casa –le reprendió la señora Dunn.

–Perdón –parecía realmente contrito.

–Voy a ir al juzgado –dijo Noelle de improviso.

La señora Dunn se apresuró a secundarla.

–Yo también.

Andrew vaciló por un momento antes de decir:

–El señor Beale me ha invitado a comer a su casa, y creo que empieza a plantearse concederme la mano de su hija… –se calló al ver sus miradas de enfado, y se apresuró a corregirse–. Pero tengo tiempo de llevaros al juzgado, voy por mi sombrero.

Jared fue a su bufete sin mirar atrás ni una sola vez. Iba desarmado, porque su pistola seguía guardada en su baúl junto con otros recuerdos del pasado; después de darle vueltas y más vueltas durante toda la noche a su siguiente paso, tenía la esperanza de que el enfrentamiento no tuviera consecuencias graves. Estaba claro que Garmon iba a plantarle cara para intentar amilanarle y que dejara el caso, pero llegado el momento, a él le bastaba con herirle sin necesidad de matarle.

Garmon acabaría entre rejas si aparecía con una pistola, porque en la ciudad estaba prohibido ir armado. Si todo iba bien, él le sacaría a declarar y conseguiría arrancarle una confesión; al fin y al cabo, ya lo había logrado antes… pero en el fondo sabía que no iba a ser tan fácil. A Garmon le gustaba fanfarronear, y como le consideraba un abogado finolis que no tenía ni idea de armas (él mismo había potenciado esa imagen a propósito), era muy poco probable que se echara atrás; al fin y al cabo, se jugaba mucho.

En cuanto a él, no tenía nada que perder… pero estaba en juego la vida de su cliente, y fuera cual fuese el precio que tuviera que pagar, no podía echarse atrás. Le tranquilizaba saber que Noelle estaba a salvo en casa, y que no iba a presenciar lo que estaba por suceder.

Cabía la posibilidad de que Garmon se acobardara y decidiera huir antes que arriesgarse a que le desenmascararan, pero era poco probable que dejara escapar la oportunidad de intimidar al que él consideraba un abogado inocentón de ciudad.

Las sospechas de Jared se confirmaron. Diez minutos antes de la hora en que tenía previsto salir hacia el juzgado, oyó que le llamaban a gritos desde la calle.

–¡Dunn! ¡Jared Dunn, salga ahora mismo de ahí! ¡Quiero hablar con usted!

Jared salió sin prisa y vio a John Garmon esperándole sonriente, con una pistola al cinto y acompañado de sus dos compinches. Algunos transeúntes que iban de camino al juicio se pararon a curiosear.

–¿Qué es lo que quiere, Garmon? –se quitó las gafas, bajó de la acera sin quitarle la mirada de encima, y se detuvo tras avanzar un par de pasos por la polvorienta carretera.

–¡Está defendiendo a un sucio ladrón negro! –Garmon se sintió satisfecho al ver que cada vez había más curiosos, porque la presencia de testigos favorecía a sus planes–. ¡Ese tipo golpeó al viejo Marlowe y le robó, pero usted quiere ir a soltar un montón de mentiras sobre mí en ese juzgado para conseguir que le liberen! –se volvió hacia el gentío con las manos extendidas, interpretando su papel a la perfección–. Quiere acusarme del robo para salvar a ese esclavo ignorante que está en la cárcel. Este abogaducho viene del norte, y todo el mundo sabe que allí les encantan los negros. Va a intentar convenceros de que yo golpeé y robé a ese pobre viejo, ¡está claro que necesita echarle la culpa a alguien!

Jared le escuchó con interés. Lo que estaba haciendo Garmon estaba muy claro: defenderse con un buen ataque, y adelantarse a lo que pudieran decir los demás con su propia versión. Era una buena estrategia, pero no iba a funcionarle.

–Fue usted quien robó a Marlowe, Garmon, y no es la primera vez que hace algo así; que yo sepa, ha cometido el mismo delito en dos ciudades más, y en Austin hubo un testigo.

Garmon se volvió hacia él como una exhalación. La acusación le había enfurecido, pero como era cierta, no podía refutarla.

–¡Es un mentiroso, Dunn! ¡Un sucio y despreciable mentiroso! Venga aquí, yanqui cobarde, vamos a ver si es capaz de decir la verdad cuando no tenga más remedio. ¡Saque su arma si la tiene, o le mato ahora mismo!

El desafío levantó murmullos entre las personas que estaban presenciando la escena, y eso incluía a las tres que acababan de detenerse en la acera a menos de media calle de distancia. Noelle se asomó entre el gentío con ansiedad, intentando ver lo que pasaba, y sintió que se le detenía el corazón al ver a su marido en la calle, discutiendo con un tipo corpulento y armado; en ese momento entendió la insistencia de Jared en que se quedara en casa… ¡esperaba tener un enfrentamiento, y por eso se había comportado de forma tan extraña la noche anterior!

Al ver que su marido se adentraba en la calle mientras el otro hombre, el tal Garmon, seguía vociferando insultos, dijo desesperada:

–No puede ser, ¡no puede enfrentarse a ese hombre! Van a pegarle un tiro… –agarró a Andrew de la manga, y exclamó–: ¡Andrew! ¡Acércate a ellos y haz algo! Tú fuiste soldado, seguro que sabes cómo detener un enfrentamiento.

–¿Te has vuelto loca?, ¡ese vaquero va armado!

–¡Va a matar a Jared! –le gritó, aterrada; al ver que permanecía quieto, le preguntó enfurecida–: ¿Por qué no haces nada? –soltó un suspiro airado al ver que seguía sin moverse, y dijo con voz decidida–: ¡Voy a encargarme yo misma de detener esta locura!

Justo cuando hacía ademán de echar a andar, la señora Dunn la agarró del brazo para detenerla y le dijo con firmeza:

–¡Ni se te ocurra, dejarías en evidencia a Jared!

–¡Ese hombre dice que va a matarle!

–Quédate quieta, querida.

La señora Dunn sabía que su nieto estaba preparado para lidiar con aquella situación, que sabía lo que tenía que hacer. No podía dejar que Noelle interfiriera, porque estaba claro lo que Jared sentía por ella, y en ese momento no podía permitirse ninguna distracción.

–Todo va a salir bien, Noelle, te lo prometo. Espera y verás. Noelle no pudo luchar contra aquella mano firme que la sujetaba, y sintió una angustia desgarradora. No sabía si podría seguir viviendo si mataban a Jared. Él había sido ranger en una ocasión, pero habían pasado muchos años desde entonces; de hecho, seguro que en ese momento ni siquiera iba armado.

Ajeno a la presencia de su familia, Jared se echó hacia atrás la chaqueta muy poco a poco, y se ciñó al papel que estaba interpretando.

–No estoy armado, Garmon.

–¡Pues búsquese un arma! –su rostro de tez morena reflejaba petulancia, estaba muy seguro de sí mismo.

Estaba convencido de que aquel abogado no iba a poder vencerle en un duelo. Si Dunn huía, parte del problema quedaría resuelto, y si se quedaba, sería un asesinato legal ante testigos. A lo mejor llegarían a arrestarle por ir armado, pero daría la impresión de que Jared Dunn había muerto en un enfrentamiento justo; en cualquier caso, estaba seguro de que Dunn no iba a tener agallas para ponerse una pistola al cinto y enfrentarse a él como un hombre.

El inspector Sims pensó en ese momento que aquélla era una oportunidad perfecta para demostrar lo bien que disparaba. Avanzó por la calle con una sonrisa bravucona y la mano a escasa distancia de la culata de su pistola, y gritó en voz bien alta, para que todos le oyeran:

–¡Ya está bien, Garmon! Suelte esa pistola, y…

–¡Gracias a Di…! –Noelle enmudeció al oír una súbita detonación.

Ni siquiera había visto a Garmon mover la mano, pero su pistola acababa de disparar y la pierna de Sims se doblegó de golpe. El inspector alcanzó a disparar mientras se desplomaba, pero la bala impactó contra el suelo. Las pistolas de los dos estaban humeantes, se oyeron exclamaciones ahogadas entre el gentío, y Noelle se llevó una mano al cuello mientras aquel arranque de violencia hacía que comprendiera con mayor claridad el peligro al que estaba enfrentándose su marido.

Sims tardó unos segundos en sentir el dolor. Para cuando logró darse cuenta de lo que estaba pasando, estaba sentado en medio de la calle como un niñito, sangrando y desorientado, y era el centro de todas las miradas.

Garmon enfundó sintiéndose más envalentonado que nunca, se volvió hacia Jared, y le espetó con voz amenazante:

–Ahora le toca a usted, Dunn. Si no consigue una pistola, le pego un tiro ahora mismo… a menos que quiera salir huyendo, claro.

Noelle esperó con el aliento contenido a que su marido respondiera, suplicándole en silencio que no aceptara el desafío, y el alma se le cayó a los pies al oírle decir:

–De acuerdo, Garmon, como quiera.

Jared se acercó a Sims poco a poco y sin apartar la mirada de Garmon, al que le extrañó que no pareciera nada intimidado. Le desató la cartuchera a Sims con total naturalidad, y le preguntó:

–¿Está bien calibrada? –siguió mirando en todo momento a Garmon, con ojos tan fríos e implacables como la muerte.

–Sí –le contestó Sims, antes de soltar un gemido de dolor.

Noelle soltó una exclamación, y dijo horrorizada:

–¡Dios mío, está poniéndose esa cartuchera!

–Ten valor, querida –le dijo la señora Dunn, mientras la sujetaba con mayor firmeza.

–Pero…

–Ten valor. Jared sabe lo que hace.

Sims alzó la mano hacia Jared, y le agarró el brazo antes de decir jadeante:

–No lo haga, es un suicidio. ¿Le ha visto desenfundar? ¡Por Dios, si me ha ganado a mí!

–Usted es muy lento, Sims, así que no me extraña.

Se zafó de un tirón de su mano, y acabó de ponerse la cartuchera alrededor de las caderas; después de sujetar los largos cordeles al muslo, comprobó el Colt del calibre 45, y colocó la funda de modo que el morro del arma estuviera ligeramente inclinado hacia delante y la culata quedara al alcance de la mano.

–Sujéteme esto –echó las gafas de lectura hacia Sims, se quitó la chaqueta, y se la lanzó también.

Sin más preámbulos, echó a andar hacia Garmon con pasos calculados y precisos, sin parpadear ni apartar la mirada de él. La gente retrocedió, y Noelle se aferró a la señora Dunn mientras contemplaba horrorizada lo que estaba pasando y contenía a duras penas las ganas de gritar. Tenía el corazón encogido desde que aquel tipo tan corpulento había derribado a Sims sin inmutarse. El inspector era muy rápido, y si el tal Garmon había podido con él, estaba claro que Jared no tenía ninguna posibilidad de vencerle. ¿Por qué estaba cometiendo aquella locura?, ¿dónde diablos estaba la policía?, ¿por qué no llegaban de una vez las autoridades para detener aquello?

–¿Seguro que sabe con qué parte de la pistola tiene que apuntar, abogado? –gritó Garmon, con voz burlona.

Jared se detuvo a poco más de tres metros de él, y esbozó una sonrisa gélida.

–No se preocupe, Garmon, creo que me las arreglaré.

Su mano fue bajando poco a poco hasta quedar a escasa distancia de la pistola, lista para desenfundar. Su postura cambió de forma casi imperceptible, lo justo para que varias personas de entre el gentío que habían vivido los tiempos del Salvaje Oeste se tensaran, pero Garmon no supo darse cuenta de lo reveladores que eran tanto aquel pequeño gesto como la mirada fija y acerada de su adversario.

–Cuando quiera, Garmon.

Al vaquero le sorprendió que tuviera tantas agallas, pero cualquiera podía llevar un arma al cinto. Lo importante era disparar, y estaba convencido de su superioridad. Esbozó una sonrisa bravucona justo antes de alargar la mano a toda velocidad hacia su arma, pero a pesar de lo rápido que era, la bala de Jared le destrozó la mano antes de que pudiera acabar de desenfundar. El arma cayó al suelo, pero otra bala la alcanzó al cabo de un segundo, y después otra, y fueron alejándola a saltitos de su dueño; por su parte, Garmon estaba mirándole boquiabierto y sujetándose la mano herida mientras su cerebro, aturdido por la conmoción y por el dolor, intentaba asimilar lo que acababa de pasar.

Al igual que el resto de los presentes, Noelle soltó una exclamación de asombro al darse cuenta de lo que había sucedido. Su marido, que supuestamente era un inofensivo abogado de ciudad, acababa de desarmar a un pistolero, y por si fuera poco, le había agujereado la mano en vez de las tripas. Todas las personas que había allí, incluyéndola a ella, eran conscientes del dominio de las armas que había que tener para conseguir aquellas dos hazañas.

Jared mantuvo la humeante pistola recta y a la altura de la cintura mientras se acercaba sin prisa a Garmon. Sus ojos azules parecían tan fríos como un cielo de invierno, y tanto en ellos como en cada paso que daba se reflejaba una resolución letal.

Los hombres de entre el gentío que habían vivido en zonas sin ley reconocieron tanto su expresión como su forma de andar, y se dieron cuenta de que aquel abogado no era ningún pusilánime de ciudad.

Garmon sintió un pánico creciente al verle acercarse con aquel paso sereno y pausado, aquel paso que parecía capaz de abrirse camino hasta en los mismísimos fuegos del infierno, y gritó aterrado:

–¡No! –apretó los dientes mientras luchaba contra el dolor, y se puso de rodillas–. ¡No me dispare, sería un crimen a sangre fría! ¡Además, estamos rodeados de testigos! –miró a su alrededor, con la esperanza de que alguien le salvara.

Jared siguió avanzando sin inmutarse y disparó al suelo entre las piernas de Garmon, que saltó sobresaltado.

–Usted robó a Marlowe, y acusó a Clark del delito –se detuvo justo delante de él con la pistola a la altura de la cintura, apuntándole al estómago. Su voz calmada e inflexible reflejaba una autoridad férrea, y era un arma tan letal como la que empuñaba en la mano–. Admítalo ante todas estas personas.

–Yo no…

Jared amartilló la pistola, y al ver aquellos ojos fríos como el acero, Garmon se dio cuenta de que eran los ojos de un asesino que no dudaría en apretar el gatillo.

–¡De acuerdo, lo admito, fui yo! –gritó, en voz bien alta, para que todos le oyeran–. ¡Yo lo hice! Quería el puesto de capataz, y Beale iba a dárselo a ese dichoso negro. Necesitaba dinero, así que se lo robé a Marlowe y le eché la culpa a Clark. ¿Por qué demonios tenía que tener él ese puesto?, ¡era yo quien lo merecía, y no estoy dispuesto a recibir órdenes de un sucio negro! –contuvo el aliento al darse cuenta de que Jared seguía apuntándole con la pistola–. Ya he confesado, ¿no? ¡Acabo de contar toda la verdad, así que baje ese cacharro!

Jared sonrió con crueldad, y le miró a los ojos al decirle con voz burlona:

–¿Qué pasa, Garmon? ¿Sólo es valiente cuando puede intimidar a alguien con su pistola? –estaba furioso, porque Clark podría haber muerto por culpa de las mentiras de aquel tipo. Vaciló por un instante mientras seguía apuntándole al estómago, y apretó el gatillo.

Garmon soltó un grito y se encogió en espera del impacto de la bala, pero lo único que se oyó fue el chasquido de la recámara vacía de la pistola. Su rígido cuerpo se estremeció, y en aquel momento de terror se olvidó hasta del dolor de la mano. El corazón le latía con tanta fuerza, que daba la impresión de que estaba a punto de salírsele del pecho.

Jared soltó una carcajada carente de humor mientras sacaba cinco balas de la cartuchera y recargaba el arma sin prisa.

–Sólo un pardillo carga las seis recámaras, ¿no sabe que el martillo siempre descansa sobre una vacía? Sims ha disparado una vez y yo cuatro, así que la última estaba vacía. No me quedaba ninguna bala –le lanzó una mirada llena de desprecio antes de añadir–: Usted no habría durado ni una semana en la frontera, Garmon.

Sin apartar la mirada de él, colocó el tambor recargado en su sitio y enfundó la pistola con una fluidez y una maestría que no le pasó desapercibida a nadie. Un joven agente de policía que había presenciado lo ocurrido se apresuró a arrestar a Garmon, y cuando le hizo ponerse en pie para llevárselo, le lanzó una mirada respetuosa a Jared. Estaba claro que no tenía intención alguna de desarmarle.

Noelle se sintió al borde del desmayo. Estaba tan mareada, que se apoyó en Andrew, y al notar que él también estaba tembloroso, alzó la cabeza para mirarle y vio que estaba macilento. La señora Dunn seguía junto a ella, estoica, dándole gracias a Dios en voz baja.

Después de quitarse la cartuchera, Jared la lanzó al suelo junto a Sims y agarró sus gafas y su chaqueta. El inspector estaba más cerca de él que los demás, lo suficiente para alcanzar a ver el brillo gélido que se reflejaba en sus ojos azules y para notar la violencia residual que aún quedaba en su interior, y no pudo evitar estremecerse. No quedaba ni rastro de su anterior bravuconería.

Al ver la aprensión con que le miraba, Jared le dijo con sarcasmo:

–¿Le dan miedo las pistolas, Sims? ¿Por qué? Al fin y al cabo, es todo un pistolero, ¿no?

Sims permaneció inmóvil mientras veía cómo iba alejándose poco a poco, y tardó un largo momento en acordarse de que le habían pegado un tiro en la pierna y estaba sangrando.

La señora Dunn fue hacia su nieto con Noelle y Andrew pisándole los talones, y le preguntó con nerviosismo:

–¿Estás bien, querido? –era obvio que no sabía si tocarle; de hecho, ni siquiera parecía segura de si debía acercarse demasiado a él.

Jared estaba intentando lidiar con la tensión que le había atenazado tras el enfrentamiento. Apenas podía respirar, y era consciente de los temblores que le recorrían de pies a cabeza. Muchos de los que estaban cerca habían empezado a retroceder con cautela, porque la expresión de sus ojos seguía siendo aterradora. No había matado a nadie, no lo había matado, pero había estado dispuesto a hacerlo…

Noelle era la única que no tenía miedo. Se acercó a él, le miró a los ojos con valentía, y aprovechó que tenía la chaqueta abierta para posar una mano sobre su corazón.

–¿Estás bien, Jared? –le preguntó, con voz suave.

Él la miró sin reconocerla hasta que de repente, al cabo de unos segundos, sus facciones se endurecieron y se puso rígido; en vez de acobardarse, ella presionó la mano con más firmeza contra su pecho y susurró:

–Ya está, ya ha acabado todo.

Él respiró hondo, soltó el aire poco a poco mientras su mirada iba despejándose, y entonces entrecerró los ojos y le espetó furioso:

–¡Te dije que te quedaras en casa!

Noelle entendió de forma instintiva que aún estaba inmerso en la tensión del enfrentamiento, y se limitó a contestar con calma:

–Sí, ya lo sé.

Andrew intervino en ese momento. La tenía agarrada de la mano, y era obvio que estaba impactado por lo que acababa de presenciar.

–Le… le has disparado a ese tipo –fue incapaz de seguir hablando. Estaba muy pálido, y le temblaba la voz.

A Jared no le pasó desapercibido que su hermanastro tenía agarrada de la mano a su esposa, pero a pesar de que jamás en toda su vida había estado tan celoso, se mordió la lengua. Noelle había elegido, y Andrew no tenía la culpa de que ella le amara. Uno no se enamoraba a voluntad.

–Lleva a Noelle y a mi abuela a casa, Andrew –le dijo, con voz contenida.

Su hermanastro tragó con fuerza antes de poder contestar.

–Sí, por supuesto, ahora mismo –miró hacia Sims, que estaba poniéndose en pie con la ayuda de dos personas, y hacia Garmon, que se alejaba sujeto con firmeza por el policía, y comentó–: Los dos son muy rápidos.

–La rapidez no sirve de nada sin puntería –Jared se rio con frialdad cuando su mirada se encontró con la de su hermanastro–. He matado a hombres mucho más rápidos con una pistola que Garmon, ha tenido suerte de que no acabara con él.

–No aprendiste a disparar así en Nueva York –Andrew no lo dijo a modo de pregunta.

–No –Jared alzó la barbilla antes de admitir–: Antes de marcharme a estudiar Derecho, fui pistolero en Kansas, y después estuve trabajando de ranger en la frontera. Uno no olvida nunca cómo matar, pero eso es algo de lo que tú no tienes ni idea, ¿verdad? ¡Durante la guerra sólo mataste el tiempo, porque no saliste de detrás de tu condenado escritorio!

Andrew se tragó las ganas de contestar, porque ver a su estoico hermanastro tan descontrolado estaba poniéndole cada vez más nervioso. Tenía la sensación de que estaba frente a un desconocido, un hombre que tenía unos gélidos y penetrantes ojos azules que le resultaban aterradores.

–Voy a llevar a las damas a casa, para que no corran ningún peligro –susurró.

–Perfecto –la voz de Jared restalló como un latigazo.

Andrew tomó del brazo a la señora Dunn y a Noelle, pero ésta se zafó de un tirón y regresó junto a Jared, que la miró con la misma expresión inescrutable y le ordenó con voz cortante:

–Vete a casa, Noelle. No tienes nada que hacer aquí.

–Me iré dentro de un momento –sabía que su marido estaba diciéndole de forma velada que no sentía nada por ella, pero indicó el gentío con un gesto de la cabeza y se acercó un poco más a él para que nadie pudiera oírla–. Los has asustado, Jared. Como no relajes un poco esa actitud tan fiera, algunas de las mujeres van a desmayarse –lo dijo en tono de broma, para intentar suavizar un poco la terrible severidad que se reflejaba en su rostro.

Jared miró a su alrededor, y fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo Noelle. Las personas que abarrotaban la calle parecían haber recobrado la cordura al verla con él, porque dejaron de mirarle como si fuera un bicho raro y empezaron a dispersarse. La tensión que se respiraba en el ambiente no había desaparecido del todo, pero iba ganando terreno una oleada de comprensión y compasión al ver la férrea lealtad con la que la joven muchacha se aferraba a su marido.

Jared se calmó un poco al sentir el contacto de su mano, pero la violencia seguía latente en su interior y tenía unas ganas locas de darle una paliza a Andrew; antes de que pudiera saborear aquella posibilidad, notó que aquella mano enguantada le daba un ligero apretón en el brazo.

–¿Te vienes a casa con nosotros, Jared?

Se lo preguntó apresurada, porque estaba temblorosa y tenía la sensación de que iba a desmoronarse de un momento a otro. Llevaba una semana encontrándose un poco mal, y en ese momento tenía unas ligeras náuseas; si se desmayaba a los pies de Jared, se echaría a perder la imagen de mujer valiente que acababa de dar, y eso sería una lástima. Ni siquiera sabía cómo se las había ingeniado para contener las ganas de gritar al ver a su marido corriendo un peligro tan grave.

Él la miró a los ojos al decir:

–Aún no puedo marcharme, tengo que ir a por el fiscal para que vayamos juntos a hablar con el juez. Garmon tendrá que ser juzgado, claro, pero mucha gente ha presenciado su confesión, así que seguro que el juez no se opone a dejar en libertad a Clark de inmediato –la miró con expresión penetrante, porque no esperaba que ella reaccionara así ante lo que acababa de ver, y comentó con cierta curiosidad–: No me tienes miedo.

–Claro que no.

–Garmon sí que se ha asustado, y Sims, y Andrew… incluso mi abuela.

–Sí, ya lo sé.

Al ver que él se limitaba a mirarla por encima de las gafas con expresión interrogante, Noelle soltó un profundo suspiro y le acarició la mejilla con la mano.

–Puede que yo te resulte irritante e incluso exasperante, pero jamás te he tenido miedo. Me he sentido muy orgullosa de ti, Jared. Has conseguido que ese hombre confesara la verdad, y no te has acobardado en ningún momento –lo miró con ojos llenos de orgullo y admiración.

Jared estaba desconcertado. Lo que ella acababa de decir no explicaba por qué no se había sentido asqueada por lo que había visto, por qué no sentía repulsión tras enterarse de cómo era él en realidad.

–¿Es que no has oído lo que le he dicho a Andrew? Fui pistolero, Noelle, cometí asesinatos; de hecho, durante un tiempo estuve en busca y captura.

–¿Cómo llegaste a ser un ranger de Texas?

–Los ayudé a capturar a un tipo que era incluso peor que yo, y antes de darme cuenta, estaba en la frontera con una placa –respiró hondo antes de admitir–: Asesiné a un hombre inocente por una mujer, Noelle, porque le acusó falsamente de un crimen.

Ella no apartó la mirada, no hizo gesto alguno de rechazo. Estaba enterada de lo de aquella mujer, al menos en parte, y le pareció increíble tener que enterarse del pasado de su marido en medio de la calle. A eso se refería él la noche anterior, al decir que no le había contado la verdad sobre su pasado… ¿por qué tendría que haberlo hecho? Al fin y al cabo, no la amaba.

Se dijo que había sido una necia, que había estado viviendo en un paraíso ficticio. Había mantenido la esperanza de que él llegara a entregarle su corazón, o de que la deseara al menos, pero él se había negado a acostarse con ella la noche anterior, e incluso había llegado a decir que no tenían ningún futuro como pareja. En ese momento, tras el tiroteo, tenía la sensación de que lo que él había querido decir era que no quería tener nada que ver con ella, que quería cortar la relación de raíz. Por eso se había disculpado y se había comportado como si estuviera despidiéndose, porque eso era justo lo que estaba haciendo: despidiéndose de ella.

–¿Me has oído, Noelle?

Ella se limitó a asentir, sintiéndose peor que nunca. Jared no la amaba, no la deseaba, no tenía ningún interés en ella.

–¡Pues di algo! –exclamó, exasperado.

–¿Qué quieres que diga? –susurró, con voz queda. Consiguió esbozar una pequeña sonrisa, y añadió–: Supe que había habido violencia en tu vida cuando me dijiste que habías sido ranger y que habías estado en el ejército. Lo de hoy me ha tomado por sorpresa, pero no cambia en nada las cosas. En nada en absoluto.

–Eso lo tengo muy claro –lanzó una mirada gélida hacia Andrew, y se apartó un poco de ella antes de decir con sequedad–: Tengo que ir a hablar con el juez.

Ella le miró a los ojos intentando encontrar en ellos algún rastro de calidez.

–Ojalá… –susurró, pesarosa, mientras en su rostro se reflejaba la profunda tristeza que sentía.

–¿Ojalá qué?

–Noelle, tenemos que irnos –Andrew había estado esperando a unos metros de ellos, sin saber qué hacer y con la señora Dunn agarrada a su brazo, pero su futuro entero dependía de la conversación que iba a mantener con el señor Beale, y no quería llegar tarde a la cita.

Noelle le lanzó una mirada ceñuda antes de volverse de nuevo hacia Jared, y se limitó a contestar:

–Ya voy, Andrew.

–No esperes más, vete con él –le dijo Jared, con una sonrisa tensa.

Miró furibundo a su engreído hermanastro, pero a pesar de la rabia que sentía, le hizo gracia que se mantuviera a distancia, porque era obvio que se sentía intimidado. Bajó la mirada hacia Noelle, y le dijo con frialdad:

–No nos queda nada por decirnos, Noelle. Vete a casa.

–¿Sabes qué?, creo que ésa es una muy buena idea. Sí, me voy a casa –le espetó ella, muy dolida. Dio media vuelta sin más, fue hacia Andrew, y aceptó el brazo que él le ofreció.

Jared la siguió con la mirada, loco de celos y de incertidumbre, mientras maldecía para sus adentros a su hermanastro.

Noelle se alejó por la calle con paso firme, sin saber que él había malinterpretado por completo su nueva relación con Andrew. Jared no le había preguntado a qué casa pensaba ir, y ella no había especificado que estaba decidida a irse a vivir con su tío en Galveston; era irónico, pero en ese momento Fort Worth la aterraba más que Galveston y el pasado.