CAPITULO VEINTIDOS
Mediados de diciembre. Estoy contenta. Satisfecha. Desde aquella conversación Bely se ha esforzado muchísimo. Ha hecho grandes avances en su recuperación y ha vuelto casi por completo a su rutina. Lo mejor de todo es que su carácter no es tan desagradable como antes. Hablamos bastante, vemos películas juntos, leemos, reímos...Otra cosa positiva y que me tiene gratamente sorprendida es la relación que ha entablado con Topito. Se entienden perfectamente.
Cada día después de la película y mientras nosotros trabajamos mano a mano, el niño hace la tarea a nuestro lado.
Él no duda en ayudarle si le pregunta o en explicarle cosas.
También juegan muchísimo al ajedrez. Mientras la cena se acaba ambos se quedan en la biblioteca jugando. Me hace gracia verles cara a cara, de perfil y con el ceño fruncido concentrados como si de la final de un campeonato mundial se tratase.
Definitivamente son mis dos hombres.
Hoy es viernes. Desde hace un mes he vuelto a cumplir mi palabra y Topito y yo nos vamos a nuestro lugar secreto y luego a cenar. Puntual como es, a las dos entra alborotado en el despacho, abriendo él mismo la puerta. A Bely le resulta muy gracioso verle entrar casi colgando del tirador de la puerta y mordiéndose la lengua por el esfuerzo.
–¡Nana! ¡Señor Bely!
–¡Hola bebé...!
Entra corriendo y me agacho de inmediato para cogerle en brazos y besarle con fuerza. Bely enseguida está a nuestro lado.
Se saludan con su rara costumbre, como si fueran dos hombres de negocios. Eso nunca lo he llegado a entender.
–Ey, chaval. Muy puntual eres hoy, ¿no?
–Sip. Es que hoy tengo muchas ganas.
–Bueno, pues vamos allá, bebé. ¿Nos vamos?
¿Qué le pasa? Me pongo en pie con él cogido como si fuera un monito, con sus piernas alrededor de mi cintura y sus bracitos alrededor de mi cuello. Frunce su ceño y eso... miedo me da. Se acerca a mi oído derecho, el más alejado de Bely, que nos mira también con el ceño fruncido.
–Nana, ¿puede venir el señor Bely con nosotros? Me gustaría que viniera. Se va a quedar solito.
Me mira con cara de pena y sabe perfectamente que no puedo negarle nada cuando pone esa carita de pícaro angelito.
Respiro hondo y, tras hacer una mueca de resignación, le asiento con la cabeza. Su cara se ilumina al ver que acepto su petición. Enseguida se escurre de mis brazos y se va hacia Bely, que nos mira con atención.
–Señor Bely, ¿quiere venir con mi nana y conmigo a nuestro lugar secreto y luego a cenar? Le va a gustar mucho muchísimo. Mi nana hace cosas muy chulas.
–Así que tu nana hace cosas muy chulas...
Me mira frotando su barbilla, medio ocultando una sonrisa. Sinceramente preferiría que no viniera, pero tampoco quiero decepcionar al niño.
–Invitación aceptada, señor Topito. Eso si a tu nana no le molesta tenerme como compañía.
–¿Molestarme tú? ¿Quién osa a insinuar tal disparate...?
Estoy nerviosa. Es la primera vez que alguien que no es Topito o tío Greg me ve patinar desde aquel día. Bely se queda en un lateral, observándonos con curiosidad mientras nos cambiamos. Cuando me ve aparecer con el chándal ajustado hace una mueca. Bueno, al menos parece que no me insulta.
Durante un rato patino con el niño, pero hoy parece que quiere ser más espectador que protagonista.
Con la vista busca a Bob y éste le asiente desde la cabina de control. Para mi sorpresa veo que le da a Bely un papel y le va diciendo algo. ¿Qué traman estos dos? Les miro desde el centro de la pista, esperando a que se decidan por la canción que quieren. Bue...no, por fin.
Patinar hace que me olvide de todo lo que hay fuera; solo la pista, la música y yo. Mientras me deslizo no puedo evitar mirarles por un instante. Topito me mira sonriendo, divirtiéndose, pero Bely me mira serio, casi...fascinado. Cada canción que van eligiendo me va gustando más: “Save the Hero”
de Beyoncé, “One and Only” de Adele, “Fever” de Frank Sinatra, “Sueño de Amor” de Franz Liszt, “She wolf” de Sia y David Guetta... La última de ellas es “I am” de Christina Aguilera.
Mientras patino esta canción la siento como si hablara directamente con él.
“Soy tímida y
Soy demasiado sensible
Soy una leona
Soy pasiva y defensiva
Me tomas en tus brazos
Y caigo a ti
Tengo inseguridades
Tu me mostraste que soy hermosa.
Ámame o déjame
Sólo tómalo o déjalo
No es que sea una necesitada
Sólo necesito que te fijes en mi
Tómame, libérame, mira a través de mi esencia Tómame, libérame, no pretendo algo más Soy temperamental y
Tengo mis imperfecciones y
Soy emocional
Soy impredecible
Soy transparente
Soy vulnerable
Soy una mujer
Estoy abriéndome a ti
Ámame o déjame
Sólo tómalo o déjalo
No es que sea una necesitada
Sólo necesito que te fijes en mi
Tómame, libérame, mira a través de mi esencia Tómame, libérame, no pretenderé nada más Ahora estoy parada frente a ti con mi corazón en las manos Estoy pidiéndote que me tomes de la forma que soy Por favor, baja tu escudo
Me conoces, hazme sentir libre de daños Ohh tómame, libérame, mira a través de mi esencia Tómame, libérame, no pretendo algo más Soy temperamental y
Tengo imperfecciones y
Soy sensible
No pretendo algo más”
Al llegar deslizándome hasta donde ellos aguardan, Topito se me echa encima haciendo que caiga despatarrada en el hielo.
–¡Lo has hecho muy bien, nana! Hoy estabas aspirada. – Sonrío abiertamente; otra palabra a su diccionario particular.
–Inspirada; se dice inspirada, bebé. Y gracias.
–Pues eso, lo que dije, aspirada. –Mira a Bely–. ¿A que lo ha hecho bien, señor Bely?
Él se acerca al borde de la pista y, alargando su mano, me ayuda a levantar del suelo. Nos sonreímos en silencio ante la atenta mirada del niño, que aguarda por respuesta junto a él.
–Sí, señor Topito; lo ha hecho...bien, muy...bien.
En ese momento el niño decide ir a despedirse de Bob.
Aprovechando que me acerco para coger la toalla, Bely tira de mí, haciéndome caer en su regazo. Le miro sorprendida, quedando atrapada en su mirada al instante. No hablamos.
Siento el palpitar de mi corazón completamente desbocado, y me complace notar que el suyo va al mismo ritmo del mío.
–¿Vida? ¿Bely?
De repente siento su mano en mi nuca, apresándome mientras su lengua expolia y sacude mi boca. La reclama con vehemencia, con una furiosa pasión que no me deja otra opción que rendirme incondicionalmente. Dios, sabe tan bien... Me recreo en su aroma, en su sabor, en su tacto...Hace tiempo que no puedo fingir. Lo quiero con toda el alma, la misma que él mismo se está encargando de arrebatarme en su apabullante asalto. Solo la necesidad de respirar nos hace separar nuestras bocas, uniendo nuestras frentes, dándonos soporte mutuamente.
–Estoy jodido, Ena... Me has jodido bien, maldita bruja.
Cenamos en el restaurante de siempre y me complace ver a Bely disfrutar de la comida como uno más. En este tiempo ha recuperado el peso perdido y su buen tono de piel, lo que le hace tan irresistible como siempre aunque aún no pueda andar. Al mirarle la boca me siento arder las mejillas, recordando el inesperado asalto de antes. El acaloramiento aumenta al ser pillada por él, dedicándome una lobuna sonrisa de satisfacción justo antes de llevarse la copa a los labios y mirarme sobre el borde. Puede que el estrés de estos últimos meses me esté pasando factura, porque casi juraría que me mira con posesividad, haciéndome saber que soy suya aunque no quiera.
De camino a casa Topito estaba tan cansado que se ha dormido; sus ronquidos los oigo desde el asiento delantero. Bely y yo debemos mirarnos y sonreír al oír al pequeño tractor.
–Sabía que venias a la pista pero no que lo hicieras así.
–¿Así cómo?
–Piruetas, saltos...Eso no se aprende en un par de horas.
Respiro hondo y quedo seria. Nunca he vuelto a hablar de este tema desde el accidente. Para mi suerte llegamos a casa.
Salgo del coche sin responderle, ayudándole a sentar en su silla.
Voy a llevar al niño en brazos pero me lo impide.
–Una ventaja tenía que tener, ¿no crees?
Hace que lo ponga en su regazo y, mientras él le abraza, yo le guío hasta el interior de la casa. Sé que está intrigado por lo que ha visto, pero no sé si estoy lista para contarle algo así.
Ya en el dormitorio sigo sin apenas hablarle.
Internamente me debato entre el dolor que me causa este tema y la posibilidad de poder compartir algo con él que le puede ayudar. Al meterme en la cama noto su mirada, intentando tantear mi estado.
–Siento si te molesté, Ena; no era mi intención. Solo me resultó chocante ver el modo en que patinabas.
Al oír su disculpa tengo claro qué hacer. Sin pensarlo me ruedo y me pongo de piernas cruzadas, mirándole de frente.
Para paliar mis nervios pongo un almohadón en mi regazo y voy apretándolo disimuladamente. Trago. Él me mira con curiosidad, acomodándose bien en los almohadones tras su espalda.
–No lo sientas, Bely. No me has molestado, solo...Es un tema del que nunca he vuelto a hablar tras el accidente.
–¿El accidente? –pregunta intrigado.
–Aquel día veníamos de que ganara mi enésimo campeonato. –Se desencaja al instante–. En ese accidente perdí no solo a mis padres, sino también mis posibilidades de avanzar en mi carrera.
–¿Tu...carrera?
–Japón, Italia, Suecia, Rusia...Entrené muy duro.
–¿Fue por eso?
–Exacto. –Respiro hondo–. Desde ese accidente solo tu padre o Topito me han visto patinar, bueno, y tú, claro está. Ni siquiera Hans habiendo sido mi pareja lo sabe.
–¿Tu pareja? –Frunce el ceño y sonrío.
–Sí...de patinaje, malpensado. Así nos conocimos. Desde bien pequeños congeniamos. Bailábamos y patinábamos mientras el resto de niños jugaban en el parque. Luego él se decantó por el hockey y yo seguí con el patinaje. Cuando tuve el accidente venía cada día para ayudarme y darme ánimos. De ahí su vocación médica.
–Así que eres su musa profesional...
–Bueno, podría ser un modo de decirlo, sí. Entonces fue cuando instauramos lo de los desayunos de los martes. Es su modo de celebrar mi vuelta a la vida. –Me mira extrañado–. El accidente fue un martes.
–Comprendo...–Hace una mueca de fastidio–. Siento haber sido tan...
–¿Imbécil? –Sonríe y asiente.
–Iba a decir intolerante, pero eso también vale.
Le lanzo la almohada al ver la cara que pone. Para mi estupor no duda en devolverme el gesto. Reímos. Como se le han descolocado las suyas, me arrodillo a su lado para ayudarle.
Cuando acabo me desestabilizo y caigo en sus brazos. Clavamos la mirada en el otro y el pulso se me acelera de mala manera.
–Caes en mis brazos con suma facilidad, encanto.
–Las ganas tuyas, nene.
Apoyo mi mano en su pecho para reincorporarme y me ayuda, pero lo hace con una única intención. Besarme. Me besa de un modo posesivo pero calmado. Se adueña de cada milímetro de mi boca sin titubeos, como quien se sabe dueño de algo. Me desarma por completo. Hace días que me ha ganado.
Ya no puedo odiarle; no puedo. En mi corazón solo hay lugar para él.
Al liberarme quedamos con las cabezas apoyadas, jadeantes. Sus pulgares no cesan en acariciar mis mejillas enrojecidas por su paso.
–Tramposo.
–Lo sé.