CAPITULO TRES

No me veo. Por mucho que me mire al espejo no me veo con este vestido, y no porque no me guste, sino porque la situación me parece tan surrealista... Lupe ya me ha peinado y maquillado como me gusta, con sutileza. De hecho, la rara vez que me maquillo tardo apenas cinco minutos en hacerlo.

Gracias a los tacones que tío Greg me ha obligado a poner seré casi tan alta como Bely, por lo que no podrá hacerme sentir tan poca cosa. Nunca me ha gustado usar tacones pero hoy creo que los necesitaré. «Gracias, tío Greg.» Pienso en alto, sin darme cuenta de que Hans estaba en la puerta, mirándome.

–¿Tengo que preocuparme o era tu ironía clásica? –Nos sonreímos mutuamente–. Estás preciosa, nena. Ya te digo que tendrás que ser todo lo borde posible para que ese tipo no quiera liarse contigo de verdad. Y si es el caso... –Hace un gesto con sus puños.

–Ya, super Hans al rescate, ¿no? –Me abraza cariñosamente y me besa la mano.

–Los buitres como los llamas ya están abajo; ahora me he tropezado con ellos. También hay un tal Saverio Fogg. Es amigo de tu futuro pero, por lo que he hablado con él, parece un tipo agradable. Cosa rara, ¿no te parece? –Le golpeo en el pecho, sonriendo. Que uno sea un desgraciado no significa que el otro también lo tenga que ser. Creo.

–Perdón. –Alfred golpea en la puerta–. Señora, ya están todos, incluido el señor Wolf. –Me mira, impecable como siempre con su traje–. Está preciosa, señorita Ena.

–Gracias, Alfred. –Me acerco a él y le doy un gran abrazo y le beso en la mejilla, como cuando era una cría y me encubría en mis trastadas–. Bien, cuanto comience antes acabaremos. Ya bajo, Alfred.

Hans también me deja sola. A primera hora una empresa de organización de eventos se presentó para decorar el jardín y la comida; como si fuera una boda normal... Hasta resulta que tengo ramo de novia y todo. Rosas blancas, mis preferidas.

¿Quién diablos es esta gente? Hay como cincuenta personas invitadas por no sé quién. En primera fila están los tres buitres, cómo no, Alfred y Lupe. En el altar están Hans junto a Topito, muy guapos los dos con sus trajes a juego. Luego hay otro hombre que supongo será el tal Saverio y a su lado...él.

Hace una cara de felicidad...No sabría decir cuál de los dos está más ilusionado. Me mira. Clava su mirada en mí mientras atravieso la alfombra que si ni siquiera sabía que montarían.

Reconozco que su planta es...imponente. Mucho. No me extraña que las mujeres cedan a sus encantos tan fácilmente. Su porte es regio, elegante, fuerte y con carácter. Luce un traje negro como manda el protocolo; no le falta detalle. Me mira impasible. Por mi parte intento ser algo diplomática e intento sonreír a la gente que me va felicitando durante el trayecto.

Al llegar a su lado por suerte estamos de espaldas a los demás y puedo dejar de fingir. Pese a estar a escasos centímetros el uno del otro intentamos no rozarnos en lo más mínimo, casi como si quisiéramos evitar contagiarnos de la peste.

–Hermanos, estamos hoy aquí reunidos para unir en santo matrimonio...

El reverendo comienza la ceremonia y, por primera vez, no deseo que acabe nunca. Mientras dure será señal de que todavía puedo ser libre, pero para mi desgracia llega el momento cumbre. En el improvisado altar hay una cajita con dos alianzas. Le da la que me corresponde y a ver qué se inventa.

–Ena, recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad.

Al tomar mi mano una extraña electricidad resuena entre ambos. Desliza la flamante joya por mi dedo sin apartar su mirada de la mía. Lo que se refleja en sus ojos no es precisamente lo que cualquier novia soñaría con ver.

–Bely, recibe esta alianza en señal... –trago– En señal de mi amor y fidelidad.

Según le coloco la suya puedo percibir por primera vez su nerviosismo. Respira hondo y traga. Bien, no soy la única jodida por lo que veo.

Para rematarme llega el momento del beso. Él parece tan dispuesto como yo. Con firmeza me arrastra hacia sí, tanto que debo poner mis manos sobre su pecho. Su cara se acerca a la mía. ¡Mierda, me va a besar! Trago. Tengo palpitaciones.

Tiemblo. Gira levemente mi cuerpo y, de espaldas al público, me da un casto beso en la comisura de los labios. Lentamente desliza su nariz hacia mi oreja.

–No me apetece vomitar en público.

–Ni a mí.

Al oír sus palabras debo respirar hondo, calmándome; el corazón me iba completamente desbocado. Los aplausos resuenan en el jardín. Todos están contentos menos nosotros.

Hans me abraza con fuerza protectora; sé lo que quiere decirme.

Por su parte Topito es ajeno a todo y también está feliz. Mi bebé no entiende nada y mejor es así. Si entendiera... Su amigo Saverio también me felicita cortésmente; me cae bien. Al atravesar el pasillo Topito va dando saltitos ante nosotros, que vamos cogidos del brazo como buen matrimonio. Tras nosotros Hans y Saverio, que parecen haber hecho buenas migas.

Definitivamente si ellos han congeniado es porque ese hombre es buena gente; Hans tiene un sexto sentido para eso.

–Oh, Dios, no me digas que también debemos bailar. – Han colocado una carpa donde un grupo se sitúa para amenizar el “feliz” evento.

En la mesa principal nos sentamos ambos junto a Topito, Hans, Saverio, Alfred y Lupe, que hoy luce muy guapa con su vestido rosa favorito. Más que una boda parece un funeral; suerte que Topito con sus ocurrencias nos incita a hablar y sonreír.

–Nana, ¿por qué nunca vas así? Estás muy guapa.

–Porque así no puedo jugar en el foso, bebé. ¿Qué prefieres, que juegue contigo o que lleve vestido?

–Prefiero que juegues conmigo, pero...

–Pero...¿Qué, Topito? –Le siento sobre mi regazo, acunándole. Mira a Bely, que está hablando con su amigo, y le tira de la manga. Éste le mira extrañado, descolocado.

–Oiga, ¿usted prefiere las faldas o los pantalones?

–Depende de para qué. Para mí los pantalones; las faldas para las chicas.

–Entonces, mi nana debe ir con falda. –Me mira–. ¿Lo ves, nana? Él también quiere que vayas con falda.

–Chaval, he dicho para las chicas. –Me mira y sonríe irónicamente.

–¿Y mi nana qué es? –Cruza sus bracitos arrugando el entrecejo.

–Tu nana es...Es tu madre, así que no es una chica.

–Mi nana no es mi... –Le tapo la boca antes de que continúe. A este impresentable no le importa nada de mi vida.

–Topito, ven y explícale a Saverio lo de tus hormigas. – Hans me brinda su ayuda de inmediato. Es mi ángel particular.

Oh, no. Esto no puede ser. El discurso del novio.

Genial...Me arrastra a su lado; casi pareciera que quiere que pase vergüenza. Me aprisiona por la cintura ante la atónita mirada de todos los de la mesa, que saben perfectamente que todo es un teatro.

–Señoras, señores. –Me mira y me huelo algo no muy bueno–. Cariño, hoy ha cambiado tu vida. Me aseguraré de que no puedas olvidar cada día que pases conmigo. Se te grabará a fuego quién es Bely Wolf, tu...marido. –Clavamos la mirada en el otro; eso ha sido una declaración de guerra en toda regla–. A tu salud. –Alza su copa y da un trago largo.

Cuando pienso que me va a soltar lo que hace es besarme a traición, pero no es un beso cualquiera. Lo que hace es pasarme todo el champán que ha tomado. Quiero vomitar. Yo no bebo nunca. Además viene de su boca, con su saliva. No me queda más remedio que tragar ya que no suelta mis labios por nada. Al liberar mi boca sigue sin soltarme de su agarre, al contrario.

–Veo que te lo tragas todo, Ena. Tomo nota.

Maldito...Cuando por fin me libera le miro con rabia, jadeante, pero debo mantener la compostura. Él sonríe retorcidamente. Nunca he sentido odio por nadie pero creo que él lo está consiguiendo a pasos agigantados. Al sentarme miro a Hans, que me está serio. Sé perfectamente que se ha dado cuenta de todo; él es de las pocas personas que me conocen.

–Con su permiso o sin él voy a bailar con la novia, señor Wolf. Ena, nena, vamos a hacer lo segundo que mejor sabes.

Bailar con Hans es una gozada. Desde que me mudé aquí lo hacíamos juntos y estamos muy compenetrados. Nos conocimos patinando, y enseguida nos hicimos amigos y pareja de competición. Pasábamos horas y horas bailando y patinando, sincronizando nuestros pasos. Con los años él se decantó por el hockey y yo seguí compitiendo a modo individual, pero siempre que podía se escapaba para hacer alguna pieza conmigo.

–No sé si lo sabes pero tiene la vista clavada en nosotros.

–Como si la clava en el techo. Me importa una mierda lo que mire o deje de mirar. Por cierto, ¿cómo que lo segundo que mejor sé hacer, eh? ¿Qué es lo primero, finwano?

–Amiga, nadie cuida de los demás como tú. –Me sonríe y no tengo más remedio que rendirme a mi amigo.

Bailamos por largo rato. A su lado me siento bien, cómoda. Noto que la gente nos mira pero no me importa. Es mi boda y él mi padrino, ¿no? Una mano en el hombro hace que paremos de repente. Ese tacto...Esa electricidad solo la he sentido con el malnacido.

–Quisiera bailar con mi esposa, Hans. Tú ya la has usado; ahora me toca a mí. –Mi fiel amigo me mira buscando aprobación; no se fía de él y menos después de lo de antes.

–Estaré bien, Hans, tranquilo. –Un beso en la mejilla y una caricia me hacen sentir su apoyo. Bely enseguida le reemplaza.

–¿No se supone que te avergonzaba que nos vieran juntos? –Vuelve a apretarme como antes, tanto que casi me parte en dos.

–Oh, créeme, no es una suposición; me avergüenza horrores que me vean contigo, pero tienes agallas, lo admito.

Tener como padrino de boda a tu amante no lo consigue mucha gente.

–¿Qué, lo dices por experiencia propia, no? –Una sonrisa retorcida cruza su rostro al oírme–. ¿Qué quieres, Bely? No creo que te sometas a la vergüenza de bailar conmigo por gusto.

–Nos vamos conociendo, sí. –Nos sonreímos con sarcasmo–. ¿Es el padre de tu mocoso? Hans.

–¿Y a ti qué te importa? Como si es hijo de Mickey Mouse.

A ti no tiene que importarte nada de su vida, ¿entendido? Te aviso Bely Wolf que, como se te ocurra intentar atacarme por ahí, conocerás a la verdadera Ena Sweet Meier. Tenlo por seguro. –Paramos de bailar y quiero apartarme de su lado, pero me retiene del brazo.

–Tu punto débil, ¿eh? –Le miro furibunda–. Calma, no tengo nada en contra del mocoso. Es rarito, cierto, pero teniéndote como madre...Hasta diría que es normal. –Acaricia mi mejilla–. No temas, querida, me centraré en ti.

Los tres buitres se nos acercan para rematar. Vienen sonrientes. Casi pareciera que se lo están pasando en grande con la situación. Los cinco nos vamos a un lugar algo apartado; se supone que somos una pareja normal y nadie debería oír lo que presupongo hablaremos. Como siempre Johnson es quien toma la palabra.

–Chicos, creo que es hora de que los novios comiencen su vida de pareja, ¿no creéis? El servicio ya ha preparado un dormitorio siguiendo las directrices que dejó el difunto señor Wolf. También hemos dejado la cámara para que podáis grabar.

–Malditos buitres carroñeros...Lo estáis disfrutando, ¿cierto? ¿Qué pasa?¿Es porque el señor Wolf se alejó de vosotros por mi consejo? ¿Es por eso? –Me enciendo tanto que el propio Bely es quien me agarra del hombro.

–Vaya, ya ejerces de marido, Bely. Veo que os tomáis en serio vuestra nueva condición. –Ahora soy yo quien debe pararle a él con mi mano en su pecho.

–Fuera. De aquí. –Él mismo les echa, y por una vez me alegro de su mal carácter.

–Nos vamos, pero recordad que mañana a primera hora debéis hacer llegar la grabación. Que pasen buena noche, señores Wolf. –Hacen un pequeño gesto con la cabeza y se van en bandada, como lo que son.

Para extrañeza de los invitados nos quedamos hasta el final de la velada. Ambos sabemos lo que conlleva el que acabe el día y parece que, en lo único en lo que estamos de acuerdo, es en que será un mal trago. Finalmente solo quedamos Alfred y Lupe, Saverio, Hans con Topito ya dormido en sus brazos y nosotros.

–Amiga, creo que va siendo hora de que me lleve a este caballero a dormir. Tranquila, cuidaré de él estos días, ya lo sabes. Haremos cosas de hombres, lo normal, fútbol, canal playboy... –Golpeo su hombro regañándole; sé que cuidará de mi bebé perfectamente.

–Si pasa algo me llamas de inmediato. Sus pastillas están ya distribuidas en el pastillero de Bob Esponja; cada toma una casilla, como siempre. Y sobre todo que no se quite el colgante.

–Nena, no es la primera vez que hago de canguro, ¿recuerdas? Además, también están Alfred y Lupe y voy a estar en tu casa. La que se tiene que cuidar eres tú, ¿entendido? Si pasa algo, llámame; te iré a buscar dondequiera que estés. – Escucharle me emociona; sé que daría la vida por mí y por el niño, y eso no tengo con qué agradecérselo.

Voy acariciando los rizos dorados de mi Topito aguantando las lágrimas como puedo. Duerme tan tranquilo...

Ajeno a todo. Abre levemente los ojos y me sonríe, haciendo que no pueda contener las lágrimas.

–Nana, ¿lloras porque eres feliz? Las mujeres son felices en las bodas. –Bosteza mientras se acomoda bien.

–Sí, bebé, soy feliz pero por tenerte conmigo. –Sonríe con los ojos cerrados–. Hasta el lunes no nos veremos, bebé, pero te llamaré mucho, mucho, ¿vale? Y pórtate bien con tío Hans, ya sabes que es un inútil. –Asiente sonriendo, adormilado.

Saverio aguardaba también para despedirse de mí. Tras conocerle me parece buen tipo; no entiendo cómo puede ser amigo del otro. Pareciera que no sabe cómo actuar conmigo, y presupongo que se debe a que sabe lo del acuerdo.

–Ena, ha sido un placer conocerte. Me hubiera gustado que fuera en otras circunstancias pero... –Nos damos la mano, yo aún llorosa por mi despedida de Topito–. ¿Te gusta la literatura? –Le asiento extrañada–. André Maurois dijo una vez que casi todos los hombres ganan al ser conocidos. Buenas noches, señora Wolf.

Se va dejándome en la incertidumbre por sus palabras. ¿A qué se refería? Dudo que lo dijera por él, no parece nada soberbio. ¿Lo diría por Bely? Mucho me temo que el mejor modo de apreciarle es, precisamente, no conociéndole.

Finalmente quedamos solos en la carpa. Él se ha sentado mientras se acababa una copa de champán. Está pensativo; no se ha percatado de que aún sigo aquí. Luce una mirada triste, casi...afligida.

Decido dejarle solo con su mierda mental y me voy al interior de la casa. Me apetece una ducha, una buena ducha. La necesito para lo que me espera.

Me miro frente al espejo. ¿Qué has hecho, Ena Meier? No tengo alternativa, no...Pasaré lo indecible con tal de no perder a Topito. Por él. Por mí. Por nosotros. Por la familia que formamos debo hacerlo. Tú puedes, Ena. Solo es sexo, pura y simplemente. Además íbamos a fingir; unos besos y caricias y ya está, nada más. Él tampoco lo desea; no tienes que temer.

Me enfundo en el camisón corto de seda blanca que venía con el vestido, deduzco que cortesía de tío Greg, me recojo la melena rizada con una pinza y salgo.

Al salir del lavabo clava su mirada en mí. Estaba terminando de colocar la cámara en un lateral de la cama, sobre la cómoda de madera blanca. Va desnudo de cintura hacia arriba, solo con un pantalón de pijama de seda negra. Trago al verle. Intuía su constitución atlética pero nunca pensé que fuera tan...firme. Él me repasa de arriba a abajo, serio, impasible.

Dirige sus pies descalzos hacia mí, quedando a escasos centímetros el uno del otro. Su mano, grande y sorprendentemente callosa, se posa sobre mi nuca, acariciándola. Estoy temblando y lo nota. Me siento casi como una prostituta en su primer servicio.

–No soy ningún animal, Ena. No tienes nada que temer en este aspecto. Además te recuerdo que me apetece tanto como a ti. Relájate y todo irá bien. Déjame a mí.

Contra mi voluntad una lágrima recorre mi mejilla, pero, para mi estupor, sus labios se encargan de secarla. Libera mi melena haciendo que los rizos caigan sobre mis hombros, ahuecándolos con su mano. Alza mi barbilla y me mira fijamente, en silencio. Intento aguantar su mirada pero cedo y la aparto a cualquier parte menos a sus grandes ojos azules.

–Métete en la cama, Ena. Yo iré enseguida.

La cama está cubierta de pétalos de rosa. También han puesto una cubitera con una botella de champán, como si fuera la noche de bodas de cualquier pareja normal. Levanto el cobertor y me meto entre las sábanas de seda blanca. Ni siquiera sé cómo ponerme, me siento tan...vulnerable... Tengo ganas de salir corriendo. Tras activar la cámara se gira y dirige sus pasos hacia mí. Por costumbre estoy en el lado izquierdo de la cama, recostada, con la espalda apoyada en el cabecero de madera blanca. Se coloca al otro lado y, sin pudor alguno, se desprende del pantalón. Me tranquiliza ver que su falo no parece muy dispuesto a molestarme.

Evito mirarle lo más que puedo y se percata de ello. Según se mete en la cama vuelve a posar su mano sobre mi nuca, acercando mi cabeza a la suya en un gesto posesivo que me confunde como nunca.

–Ponte en pie y desnúdate.

Al oírle debo cerrar los ojos y tragar. Tú puedes, Ena. Solo es...sexo, nada más. Con la vista baja me vuelvo a poner en pie.

No puedo apartar la vista del suelo de madera pero saco fuerzas de flaqueza y, clavando mi mirada en la suya, dejo caer el camisón a la altura de mis pies. Quedo completamente desnuda ante sus ojos.

Su mirada de desplaza por todo mi cuerpo. Me escanea.

Con su mano derecha da un golpecito sobre el colchón, indicándome que vuelva a meterme en la cama. Extrañamente le hago caso sin protestar. Intento tener presente lo que habíamos acordado y sus palabras de antes, casi de consuelo.

Según me tumbo a su lado deja la habitación en semi penumbra. Solo la luz de una lamparita junto a la cámara alumbra el dormitorio.

Mi corazón está completamente desbocado. Ambos estamos totalmente desnudos metidos en una cama en nuestra noche de bodas, y todo contra nuestra voluntad.

–Relájate, Ena, voy a comenzar. Sígueme la corriente.

Se tumba de lado, con su pierna izquierda entre las mías.

Puedo sentir su piel, el suave vello de sus piernas rozando levemente las mías, temblorosas. Su mano recorre mi cara haciendo que cierre los ojos, y lo siguiente que siento son sus labios sobre los míos. Al principio no va más allá; casi se diría que son castos, pero poco a poco va intensificando su asalto. Su lengua irrumpe en mi boca, adueñándose de ella como si de ello dependiera su vida. Debo arrugar las sábanas con mi mano por lo que está pasando.

–Tócame, maldita sea. Esto es cosa de dos.

Al oírle libero la sábana y, al colocarse entre mis piernas por completo, llevo mis manos a su espalda, acariciándole. Es teatro. Es teatro. Comienzo a tocarle casi con miedo, pero su cuerpo me incita a explorarle. Deslizo mis manos por toda su parte trasera, desde su rapada cabeza hasta su firme trasero, pasando por su escultural espalda. Él va recorriendo mis hombros y cuello con sus labios, besándolos, acariciándome.

–Voy a bajar hasta tus pechos.

Dicho y hecho. Sus besos se desplazan hasta mis pechos, donde comienza a acariciarlos y chuparlos. Es teatro. Es teatro.

Es teatro. Al sentir una mordida clavo mis uñas en sus nalgas, haciendo que un gruñido salga de sí. Mi cuerpo está ardiendo y el suyo también. Sudamos. Hace calor, estamos tapados del todo y estamos fingiendo que hacemos el amor en nuestra noche de bodas.

Debo clavar mis uñas en su espalda y abrir los ojos de par en par. Gimo. Ha entrado. Nos miramos. Quietos. Sus codos bordean mi cabeza y me mira, jadeante, deseoso. Le miro. Se mueve una vez, hace el amago de salir pero no lo hace, sino que vuelve a entrar.

–No voy a parar.

Sin apartar su mirada de la mía continúa penetrándome una y otra vez. Su tempo no varía y no puedo evitar el gemir en su oído. Gruñe. Mi cuerpo no entiende de teatros. Clavo mis uñas en él al sentir cómo su cuerpo entero se tensa, liberándose dentro de mí.

Incumplió su palabra. Me ha penetrado y eyaculado en mí.

Continúa dentro, sobre mi cuerpo. No me siento bien, pero tampoco me siento mal. Es...extraño, desconcertante más bien.

Francamente pensé que sería más tosco conmigo. Sale y se tumba bocarriba, con el brazo sobre su frente y ojos cerrados, respirando hondo. Creo que está tan desconcertado como yo.

Sin mediar palabra se levanta, se pone el pantalón, va hacia la cámara y la apaga.

–Por hoy se acabó el circo. –Se gira y me mira con su mirada de desprecio habitual; esa mirada no era la que tenía hace diez minutos–. Follas medianamente bien. Quizás te use como segundo plato. Me voy a mi dormitorio.

Se va así, sin más. Ahora mismo me siento como una prostituta de carretera a la que usan por unos minutos y, si te he visto, no me acuerdo. El llanto me invade. Lloro inconsolablemente ovillada entre las sábanas. Me siento sucia.

Ni mucho menos esperaba palabras amables, pero tampoco merezco que me hable así, que me trate así. No le he hecho nada. No me conoce.

Su olor se ha quedado impregnado por toda la habitación, sobre todo en la cama. En mí. Su aroma me gusta.

Extrañamente su aroma me tranquiliza pese a ser el causante de mis males.

La puerta se abre de golpe. Es él. Viene encolerizado. Me reincorporo de inmediato, cubriéndome con la sábana y secándome la cara con la mano. Pone una rodilla sobre la cama y agarra mi cara, apretando con firmeza.

–¿Con cuántos hombres has estado? ¿Con cuántos has follado? ¿Cinco? ¿Diez? ¡Dímelo!

–Eso no es de tu incumbencia, Bely. Mi vida privada es mía. A ti no te importa con quién me he liado y con quién no.

–En eso te equivocas.

–¿Por qué? ¿Porque me has penetrado? ¿Porque has eyaculado en mí? ¿Por qué, Bely?

–Quiero sexo. Voy a follarte de nuevo.

Me arrebata la sábana que me cubría y tira de mis piernas hacia él, con virulencia. Intento zafarme pero no puedo; su fuerza es infinitamente mayor a la mía.

–Suéltame Bely Wolf o te juro que te arrepentirás.

Me revuelvo pero no consigo nada, solo que sus dedos se claven con más firmeza en mi piel. Con la mano izquierda retiene mis muñecas sobre mi cabeza, mientras que con la otra se ayuda a hacerse sitio entre mis piernas desnudas.

–Condición dos: La petición de relaciones será acatada por el cónyuge sin excusa alguna, cualquiera que sea el momento o lugar. ¿Te suena esa cláusula?

Sin mediar palabra abre bien mis piernas y entra con ímpetu. Por momentos llega a hacerme daño por la fuerza de sus embestidas, pero en su mirada veo de todo menos ánimos de dañarme. Empuja con una fuerza sobrehumana, como si quisiera desprenderse de algo que le estorbe. No permite que esquive su mirada y eso me perturba. Me fascina lo que veo en su mirada.

–¿Mi padre te follaba así? ¿Hans te folla así? Contesta.

¿Cómo te gusta que te follen? Es más, ¿te han follado alguna vez? Habla...

Su voz se entrecorta cada vez que arremete contra mi cadera. No logro entender qué le pasa. Solo sé que no permite que no le mire. Agarra mi cabeza con firmeza obligándome a mirarle a los ojos. Lloro.

–Esto no es follar. Es violar. Me estás violando, Bely. Para por favor... –Entre sus embestidas y mi llanto apenas puedo hablar.

–Responde y te compensaré, Ena. ¿Cuántos?

–Tú eres el segundo.

Según me escucha su gesto cambia; su actitud cambia.

Todo es tan confuso... Sale de mí y, tras besarme en la mejilla y los labios con suma ternura, se va, sin más. Su erección era más que evidente bajo el pantalón, pero prefirió salir de mí según le respondí. No entiendo...