CAPITULO VEINTIUNO

Cuatro y media de la mañana. Enciendo todas las luces del dormitorio sin contemplaciones. Me enfundo en un pantalón de chándal y una camiseta y le despierto de malos modos.

–Bely Wolf, tienes veinte minutos para levantarte, hacer pis y vestirte.

Me mira de mala manera. Cosa nueva. No le gusta que le despierten de esta forma. Que se joda. Quedo plantada ante él de brazos cruzados.

–Muy bien, pues ayúdame.

–No. Te apañarás tú solito, cariño. –Frunce el ceño.

–¿Así es como pensabas ayudarme?

–No me has dado alternativa.

Sabe que voy en serio. Aprieta sus labios formando una dura línea aunque sé que lo terminará haciendo por puro orgullo. Sin mediar más palabra se va posicionando sobre la silla, con cuidado, casi con miedo. Veintitrés minutos más tarde vamos camino al gimnasio. Al entrar se sorprende.

–Admito que me sorprendes. No sabía que había gimnasio en esta casa, y mucho menos ya adaptado.

–Hay muchas cosas que no sabes, Bely. No eres dueño de la verdad absoluta, como ves.

–¿Qué hacemos aquí? Esto debería hacerlo con un fisioterapeuta, y que yo sepa tú no lo eres. ¿O sí?

–No, no lo soy. El especialista vendrá por las tardes, si tanto te interesa saberlo. Los ejercicios matutinos son de refuerzo. Ahora, menos cháchara y manos a la obra.

Los primero ejercicios son fáciles; Hans me pidió que le tanteara a ver qué predisposición tenía. Sinceramente no parece poner mucha resistencia a los ejercicios que le digo, claro que son solo de la parte superior y no le suponen mayores problemas. Ya me gustará verle esta tarde con Hans... El gimnasio puede arder aunque admito que me importa un rábano. O hace la terapia o le interno; él decide.

Cuando sale de la ducha y ve que le llevo hasta el vestidor me mira frunciendo el ceño. Está enfadado pero se controla de momento. Menos mal.

–¿Se puede saber por qué me traes aquí?

–¿Acaso quieres ir a la oficina en pijama?

–¡¿A la oficina?! No pienso permitir que nadie me vea así.

Me niego a ser el centro de todas las miradas por esta maldita silla.

Respiro hondo. Comprendo su punto de vista pero debe vencer ese miedo de una vez. Cuanto antes lo haga, antes se normalizará todo, tanto para él como para el resto del personal.

–Bely, siempre eres el centro de las miradas vayas en silla o no. Tu sola presencia impone. Créeme, la silla es lo de menos.

–Dí lo que quieras pero no voy a permitir que nadie se burle de mí por estar así. Ningún hombre me mirará por encima del hombro. –Ya lo comprendo...

Me agacho y me apoyo en sus rodillas, mirándole desde un poco más abajo, como cuando en estado normal debo alzar la vista para poder mirarle a los ojos.

–Aún así eres más hombre que muchos que pueden andar, Bely. Lo que impone de ti no son tus piernas ni tu altura, sino tu presencia, tu mirar, tu forma de adueñarte de todo a tu alrededor. Eso, cariño, no lo dan estas dos –acaricio sus muslos – sino esto. –Le toco la sien derecha–. Tu envergadura influye, lo admito, pero es tu carácter lo que te da la ventaja sobre los demás hombres. –Cierra los ojos al oírme. Sorpresivamente frota su cabeza en mi mano y asiente.

–Traje azul de raya diplomática y corbata azul oscuro.

–Muy bien. Traje azul de raya diplomática y corbata azul oscuro para don gruñón.

Se viste él solo casi por completo, pero está negado para el nudo de la corbata. Me pone tan nerviosa que se la quito de las manos y se la anudo yo misma. Al llevarla a sitio le sonrío y le asiento con la cabeza. Al retirarme se mira al espejo. Clava la vista en su reflejo y queda pensativo. Supongo lo que está pensando. Pongo mis manos sobre sus hombros y bajo la cabeza hasta su oído.

–Sin que sirva de precedente...Te ves muy atractivo, vida.

Tendré que espantar a las Barbies para que no se te tiren encima.

Nos sonreímos a través del espejo. Su agradecimiento no me llega con palabras sino con su mirada. Me doy cuenta de que en ocasiones es como un niño asustadizo. ¿Por qué no podría ser siempre así de transparente conmigo? Si fuera así... Los milagros no existen a mi pesar.

Al pasarle a la silla cuando llegamos a las oficinas noto su nerviosismo. Mike va a tirar de él pero le detengo. Ambos me miran del mismo modo. ¿Cómo no me di cuenta antes de que habían sido militares?

–¿Acaso quieres empujarme tú?

–No. Nadie te va a empujar. Bely Wolf entrará en su edificio sin depender de nadie. –Saco una cajita de mi bolso–.

Tómalo como regalo de bienvenida.

Me mira extrañado cuando le entrego la caja. Con sumo cuidado la abre y sonríe con ironía al ver los mitones de cuero negro. Hace una mueca. Le gustan. Sonrío aliviada al ver que se los pone.

–Bien, que empiece el espectáculo. –Me mira–. Vamos, encanto. No puedo entrar sin mi mujercita al lado.

–Por supuesto, nene. Vamos allá.

Con disimulo todos nos miran. Avanza con suma dignidad, conmigo a su lado sosteniendo los portafolios de ambos. Siento orgullo. Le ha costado horrores pero lo está haciendo. Al cerrarse la puerta del ascensor deja salir una bocanada de aire, aliviado.

–¿Ena?

–¿Si?

–Gracias.

–De nada.

Lara y Martha quedan boquiabiertas al vernos salir del ascensor. No puedo reprimir una sonrisa al mirarlas y ver la cara que se les ha quedado cuando le han visto aparecer tan imponente como siempre.

–Buenos días, chicas.

–Buenos días, señor; señora.

–En media hora en mi despacho. Debemos coordinar las agendas de nuevo.

Cierro la puerta tras de mí y aguardo apoyada en ella, observándole. Está en medio del despacho, mirando todo a su alrededor. Parece... abstraído. Fija la mirada en su escritorio, de hecho...en su silla.

–Adelante. No muerde, ¿sabes? En este tiempo no se ha convertido en ninguna silla devora jefes ni nada por el estilo.

–Nunca me había dado cuenta de lo grande que es este despacho. –Mira mi rincón–. Fui un poco injusto al meterte ahí.

Lo siento.

–¿Bely Wolf se disculpa? Whao, creí que nunca viviría para ver esto. –Le sonrío irónicamente–. No te preocupes.

Admito que al principio me molestó, pero me gusta ese hueco.

Me deja fuera de la línea de fuego cuando te enfadas con alguien que no soy yo.

Ambos sonreímos con sarcasmo. Se acerca a su mesa y voy tras él. Se para justo al lado de su trono, contemplándolo. Voy mirando a ambos y se me ocurre algo.

–¿Quieres cambiar de silla? –Alza la vista, sorprendido–.

Eso sí, para moverte dependerás de mí, así que te recomiendo no enfadarme, nene.

Queda pensativo. Finalmente niega con la cabeza. Lo que presuponía y, en el fondo, deseaba. Retiro su silla y al fin toma posesión de su mesa. Le acerco el teléfono, el ordenador y me alejo para ir hacia mi mesa, pero me retiene de la mano.

–No te alejes. –Le miro desconcertada–. Quiero que me expliques qué has hecho estos días con las empresas.

–Por supuesto. Dame un minuto y te informo de todo.

Paso casi dos horas contándole cada reunión, cada llamada, cada visita a las empresas o cada videoconferencia.

Llega a sorprenderme el nivel de control que tiene sobre sus empresas. También me pide que le detalle cada transacción, cada dólar que se ha movido o cada incidencia. Quiere saberlo absolutamente todo.

–Vaya. Veo que la chica Ivy ha hecho los deberes.

–Como siempre, vida.

Miro la hora. Sin pensarlo me levanto, voy hasta su silla y le llevo hasta el lavabo. Él no entiende nada y me va preguntando qué demonios hago.

–Las once. Hora de tu micción. Sácala y hazlo o te la saco yo sin mucho cariño. Decide.

–Adelante. A ver qué tal se te da.

Si pensaba que me iba a ir con remilgos es que no me conoce. Cuando se quiere dar cuenta le estoy bajando la cremallera, sacándosela y poniéndola en el orinal hospitalario que traje para dejar aquí. Me mira estupefacto, pero más aún cuando dicho recipiente comienza a llenarse.

–Ahora resulta que conoces el horario de mi vejiga...

–Vida, te recuerdo que tus riñones y otras partes dependen de mí. No me cabrees o cambio de método para lo que ya sabes.

Traga nervioso y calla al oírme. Internamente voy dando saltos al ver que al menos estamos llevando la mañana en paz.

De vuelta al escritorio continuamos con las agendas. Hacemos venir a Lara y Martha y reorganizamos todo de nuevo. Me doy cuenta de que en tema laboral me es muy fácil tratar con él.

Ambos llevamos el mismo método de trabajo y estos cambios no suponen mayores inconvenientes.

En un momento dado le noto algo cansado. De momento creo que mi objetivo está cumpliéndose, así que tampoco es cuestión de torturarle.

–Bely, llamaré a Mike para que prepare el coche. Nos iremos a casa ya.

–¿Por qué tienes su número?

–¿Quizás porque estuviste dos semanas más muerto que vivo?

Topito se sorprende al vernos llegar juntos. Viene corriendo hacia mí pero a Bely lo mira con cierto recelo. Pese a que ayer jugaron una partida de ajedrez, es un niño muy inteligente y sabe que esa “invitación” no fue por propia voluntad. Me besa y abraza con sumo mimo ante la atenta mirada de Bely.

–Ey, chaval, ¿te parece que hoy juguemos? Me debes la revancha por lo de ayer.

El niño le mira con su ceño fruncido. Esa mirada es señal de que algo ronda su cabecita.

–Señor Bely, ¿esa invitación es porque mi nana se lo pidió o porque quiere? –Bely se descoloca al oírle y me mira de reojo.

–Chaval, admito que ayer fue por...digamos petición, pero hoy es por orgullo. Hoy te ganaré.

–No lo creo, sobre todo si sigue arriesgando a la reina así.

El yayo Greg decía que como era una chica había que mimarla mucho.

Sin decir nada más se va dentro de casa, calmado y dando saltitos tan tranquilo. Bely me mira boquiabierto y yo levanto las manos ladeando la cabeza, sonriendo.

–A mí no me mires; eso es cosa de lobos.

–¡Caray con el mocoso! Joder...

Durante la comida, Bely comprueba en su propia piel lo avispado que llega a ser Topito. No para de preguntar cosas y pedir respuesta verosímiles. No se conforma con cualquier cosa.

Tras la comida toca peli, pero, para que Bely descanse un poco, se me ocurre verla en el dormitorio.

–Señor Bely, hoy le dejo elegir.

–¿Seguro? Creo que no compartimos gustos...

–Bely...–Le fulmino con la mirada aunque capto su humor.

–Que elija tu nana; yo estoy perdido en eso.

–Vale, pues El rey León.

Los tres estamos sobre la cama, apoyados en el respaldo.

Topito junto a mí y yo junto a Bely. Estoy rendida. Sin querer voy dando cabezadas, inclinándome sin poder evitarlo. Por suerte mi bebé está concentrado en la película y no se entera.

En un momento dado siento el brazo de Bely rodeándome y su voz en mi oído.

–Descansa; no temas por él. Yo te aviso cuando vaya a acabar.

–Gracias, Bely.

–De nada, pequeña.

Con cierto apuro me acomodo en su hombro por primera vez, y admito que es el lugar más cómodo del mundo. Me froto ligeramente y cierro los ojos, a gusto. Quién me iba a decir que podría echar una cabezada apoyada en su hombro y con invitación expresa.

Un beso en la cabeza me despierta, desorientada. Cuando me sitúo veo a Bely mirándome, sonriendo y haciéndome señas hacia la televisión. Uf, menos mal. Justo a tiempo para que mi pequeño inquisidor no se diera cuenta.

–¿El esmerpatozideo no ha llegado aún?

–No, señor Topito; eso lleva mucho tiempo. Además no me acordé de poner pilas al gps.

–Ah. Pues vaya. –Me mira–. Nana, ¿cuando llegue te quedarás como aquellas mujeres del parque? Tenían mucha tripita; eran redondas. –Hace un círculo en el aire y debo sonreír.

–Normalmente sí. Es lo que ocurre cuando se está embarazada para que el bebé tenga sitio. –Me entristezco al recordar y Bely toma el mando.

–Bueno, señor Topito, creo que por hoy está bien de esmerpatozideos. Tu nana y yo tenemos cosas que hacer.

–¿Besarse? –Niego con la cabeza, resignada.

–Ummm...Por ejemplo.

–Vale, pues me voy porque eso es asqueroso.

Sin pensarlo dos veces baja de la cama y se marcha tan tranquilo, dejándonos a ambos descolocados por completo.

–Disculpa. Cuando tenga un momento me inventaré algo al respecto para que no pregunte más. –Me mira con atención.

–No te preocupes, no deja de ser un renacuajo. Algo curioso, pero un crío. Y por cierto...

Secuestra mi boca a traición. Lo que menos esperaba por su parte era que me besara ahora. Me deshace. Quiero negarme pero mi voluntad es nula ante él. No puedo más que aceptar lo que me brinda con tanto ímpetu. Mis manos se aferran a su cabeza mientras las suyas no cesan en acariciar mi espalda y mi nuca. Le deseo; muero por él, lo admito. Su boca se resiste a abandonar la mía, que también clama por la suya. Una suave mordida a mi labio inferior sirve de despedida. Ambos apoyamos nuestras cabezas, recomponiéndonos.

–Todo sea por los esmerpatozideos con gps. –Al oírle debo palmearle en el pecho sin poder evitar el sonreír.

Ahora toca lo que tanto temo. Sesión con Hans. Él no sabe quién es su fisioterapeuta y mucho me parece que montará algún cirio. Dicho y hecho. Según entramos al gimnasio tropezamos con Hans, que viene llegando. Además lo hacemos en el momento menos oportuno.

–Mi nana está con el señor Bely haciendo un bebé.

La cara de los tres al oír a Topito tan fresco decir que estábamos haciendo un bebé es un poema. Hans nos mira con el ceño fruncido, agachado a la altura del niño.

–Mejor no preguntes, finwano.

–Qué haces aquí.

–Su terapia, señor Wolf.

Vista la que creo va a comenzar no dudo en mandar a Topito con Lupe y Alfred a la cocina. Se detestan. Definitivamente se detestan. La única ventaja de hoy es que no podrán acabar a tortazo limpio como aquella vez.

–Chicos, mejor vamos a lo que vamos.

Sorpresivamente Bely no dice nada. Bien pensado no sé si eso es bueno o malo. Creo que se contiene porque sabe que Hans estuvo en su operación y en parte le debe la vida.

Comenzamos y es evidente que no está tan cómodo como esta mañana a solas conmigo. Cada máquina que probamos o cada ejercicio es un martirio para los tres. Conozco a Bely lo suficiente como para saber que es una granada a punto de detonar. Hans es muy exigente y, aunque Bely es duro, sé que hay cosas que necesitan su tiempo.

Intentamos suavizar el ritmo pero está claro que no funciona.

Su gesto es tenso y lo peor es que, aunque intentamos tener paciencia con él, no somos santos. Como último intento probamos con un ejercicio en concreto pero eso es la mecha que le hace detonar.

–¡Se acabó! ¡Esto es una mierda!

Completamente furioso lanza una pesa contra la pared.

Tanto Hans como yo quedamos atónitos ante su arranque de ira. Respira acelerado, rabioso. Sin pensarlo me pongo ante él, agachada y con las manos apoyada en sus rodillas.

–Bely, debes hacerlo. Si quieres volver a ser el de antes debes hace caso en esto. Sé que es duro, pero créeme cuando te digo que merece la pena.

–¡¿Y tú qué mierda sabes?! Es muy fácil hablar y dar consejos baratos cuando se puede andar, correr, hacer deporte, follar... ¡Y deja de mirarme así! –Echa la silla atrás y casi caigo de bruces.

Respiro hondo y me pongo en pie. Estoy dolida. Hasta hace una hora este mismo hombre estaba despertándome con ternura, besándome apasionadamente y abrazándome. ¿Qué le pasa?

–Señor Wolf, Ena, será mejor que me vaya. –Mira a Bely –. Si quiere curarse llámeme usted, no Ena.

Se va dando un portazo, enfadado, y eso no hace más que encender más a Bely. Su actitud me está haciendo mucho más daño de lo que imagina.

–Bely, haz el favor de hace esos ejercicios por mucho que te cuesten, por favor. Comprendo lo que sientes pero debes hacerlos, por lo que más quieras.

Me mira furioso, dolido. Gira la silla y clava su mirada en mí. Dolor, rabia, frustración... Rezuma tal cantidad de sentimientos... Me duele verle así, lo admito, sobre todo porque sé lo que siente.

–Tú. No. Sabes. ¡Nada! ¡El que está en esta maldita silla soy yo, no tú ni tu amiguito!¡Déjame en paz y lárgate con él a revolcarte por ahí!

Me ha herido. Me siento herida profundamente. Él no sabe nada de mí como para tratarme así, para menospreciarme como si... Ha girado su silla para no verme, pero se la giro sin contemplaciones para que me mire a la cara.

–Inutilidad. Frustración. Ira. Dolor. Incomprensión.

Sientes todo eso y mucho más. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque todo eso ya lo he vivido antes que tú. Si le sumas el dolor de perder a tus padres ante tus ojos, te podrás hacer una idea de lo que sentí yo con apenas doce años.

Limpio con rabia las lágrimas que corren por mis mejillas y me sueno no muy femeninamente. Él está empalidecido, incrédulo, pero no quiero seguir a su lado ahora mismo.

–Si me disculpas me voy a la ducha.

Quedo por largo rato bajo el chorro de agua caliente. Su actitud ha hecho que le revele algo que nunca me ha gustado remover, algo que solo mis más allegados conocen.

Al salir le veo en el dormitorio, pero no le hablo. Me siento ante el espejo a peinarme e intentando ignorarle.

–Ya...Ya he hablado con Hans. Mañana vendrá para continuar con la terapia. –Oírle me hace parar y mirarle por un segundo, pero continúo con lo mío.

–Si esperas que te felicite lo siento pero no voy a hacerlo.

–No lo pretendía, Ena, solo...

Estoy cabizbaja, pero el sentir su mano sobre mi hombro me hace alzar la mirada. A través del espejo nos miramos. Está serio, pero no a la defensiva.

–Lo siento, Ena, de verdad. No pretendí...

–¿Herirme? ¿Menospreciarme? ¿Insultarme? ¿Qué es lo que no pretendías, Bely? –Me giro para que me lo diga a la cara.

–Todo, Ena. –Coge mi mano con cuidado–. Siento haberme comportado así en el gimnasio. No lo merecías.

Respiro hondo y asiento con la cabeza aceptando su disculpa. Trago. Siempre que toco ese tema la coraza que llevo se resquebraja y me vuelvo a sentir vulnerable, débil. Él se percata de ello y no duda en alzar mi barbilla. Quedamos en silencio con la mirada fijada en el otro.

–Lo siento profundamente, Ena.

Va acariciando mi cara con dulzura y, al sentir la sinceridad de sus palabras y la calidez de su mano, no puedo más que frotarme en ella mientras a duras penas puedo contener las lágrimas. Sin remilgos tira de mí y me hace sentar sobre sus piernas, abrazándome protectoramente mientras acaricia mi pelo con extrema suavidad.

Realmente no sé cuánto rato llevo en su regazo. Jamás pensé sentirme tan bien entre sus brazos, tan...protegida. Es curioso que entre los brazos del hombre que más me odia sea donde más segura me siento.

–Lo siento de veras, pequeña –susurra mientras me besa en la cabeza.

–Lo sé, Bely. Cada cual reacciona de una manera en esa situación; no temas.

–¿Tú también?

–Sí. Yo estuve sin hablar varios meses. Shock post traumático.

Me sorprende sentir sus besos en mi cabeza con sumo mimo, apretándome con fuerza hacia sí. Me da cierto apuro estar así y hago el amago de levantarme, pero me sorprende ver que no me suelta. En lo más profundo de mi ser siento regocijo por su calidez, deseando con todas mis fuerzas que esto sea el indicio de que, en el fondo, sienta algo por mí, por muy poco que sea.

–¿Cuánto tiempo? –Sus palabras me devuelven a la realidad, a que por desgracia mis sentimientos no son correspondidos.

–En coma un mes, sin hablar dos y en silla casi un año. Mi lesión era algo peor que la tuya. Un tren partió el coche en dos, así que imagina el cómo...

–¿Estás diciendo que un tren te arrolló?

–No del todo. –Gira la cabeza para mirarme al notar mi voz rota–. Un tren no paró cuando debía y nos llevó por delante.

El coche se partió en dos, justo por los asientos delanteros. Mis padres quedaron triturados, desperdigados ante mí.

Su abrazo se intensifica al oírme y lo agradezco.

Extrañamente me siento cómoda con él hablando sobre esto. Sé que en el fondo le podrá ayudar a esforzarse.

–Siento haber sido tan egoísta en este tema, Ena. No me paré a pensar en los que me rodeaban...En ti.

–Es comprensible, Bely, no temas., solo... –Me ruedo y le giro la cabeza para mirarle cara a cara–. Prométeme que pondrás todo de tu parte. He apostado por ti. Demuéstrame que no me equivoco.

–Ya te dije que jamás dejo nada a medias, Ena. Haré todo lo que pueda para levantarme de esta maldita silla. –Me sonríe con picardía, quemándome con su mirada–. Le guardo el primer baile, señora Wolf.

–Le tomo la palabra, señor Wolf.