CAPITULO DIECISEIS

Paso la noche en blanco. Desde primera hora él está en la habitación vistiendo la misma ropa de ayer. No le dirijo la palabra en ningún momento. Se limita a mirar el correo desde su teléfono y observarme discretamente. Esto es insoportable.

–¿Quién me ha mandado estas flores? –hay como dos docenas de rosas blancas.

–Nadie. –ni me mira; se limita a observar el exterior sentado en el alféizar de la ventana.

–Ah. No sabía que ahora crecían en los jarrones. Quién.

Las ha. Enviado.

–Si tanto te interesa...Yo.

–¡¿Tú?! –suelto una sarcástica carcajada–. Te tomas muy en serio tu papel de afligido marido, cariño. No te preocupes, ya te haré un cheque por lo que hayas pagado.

Me mira. Su gesto es tenso. Por primera vez le veo mal aspecto; pareciera que ha pasado la noche en vela.

–Suelo tomarme en serio todo lo que hago, encanto.

Nunca dejo nada a medias. –Hago una mueca aseverando con la cabeza.

–Ummm...Por eso es que me amargas la existencia con todas tus ganas, ¿cierto? Y dime, ¿ya has pensado algo para hoy? Si mal no calculo es viernes. Día de función.

–Ya hablé con los buitres, como tú les llamas. Por lo visto mi querido padre fue previsor y dejó especificadas ciertas situaciones eximentes.

–¿El que nos odiemos no entraba dentro de la lista?

–No lo sé; creo que no, viendo la macabra jugada que nos hizo tu querido tío Greg. ¿Sigues considerándole tan buena persona? Mira por lo que te ha hecho pasar.

–No le achaques la culpa de tus errores. Él no metió a su amante en casa, ni me ha forzado, ni embarazado, ni insultado y menospreciado. Eso es cosecha tuya, Bely.

–La cagué llevándola a la casa, cierto, pero no es para que me sacrifiques por ello.

–Cierto; lo único que se ha sacrificado es la vida de nuestro hijo. –Clavamos la mirada en el otro–. ¿Qué más te da?

A Bentley Sly Wolf solo le importa Bentley Sly Wolf. Todo lo que no seas tú es prescindible y pisoteable.

Se acerca a mi cama a paso decidido, pero es evidente que se contiene la rabia. Normalmente Bely Wolf ya me hubiera insultado o algo peor sin contemplaciones. Agarra mi cara con fuerza haciendo que le mire directamente a los ojos. De cerca puedo ver lo enrojecidos que están.

–Basta. Jamás me perdonaré lo sucedido, pero ya no tiene remedio. Tienes dos opciones. Recuperarte y seguir con esta farsa medianamente como hasta ahora, o seguir culpándome por algo que sí, lo provoqué yo, pero nunca con intención de dañarte de este modo tan cruel. Si por mí fuera ahora estaríamos “celebrando”

nuestra paternidad, pero no es posible. Fin de la historia.

A mediodía puedo irme ya a casa a condición de seguir en reposo otro día más. Pese a su ofrecimiento, a la hora de ducharme o vestirme me niego a recibir ayuda alguna por su parte.

Al salir, Mike nos espera con su coche. Me arrepiento mil veces de no haber avisado a mi querido Alfred. A la hora de subirme me duele el vientre, no pudiendo ocultar la mueca de dolor. No duda en cogerme entre sus brazos y sentarme él mismo en el asiento trasero.

El camino a casa lo hacemos en el más absoluto silencio. Él recibe la llamada de Saverio para interesarse y le trata con sequedad. Realmente no comprendo cómo pueden ser amigos con lo diferentes que son.

Topito me espera a la entrada, ansioso. En cuanto ve el coche se levanta como si fuera un muelle. Bely me ayuda a bajar pese a mis reticencias, y no puedo más que agradecérselo con la mirada. El niño corre hacia mí y me abraza como solo él sabe, pero no puedo ni agacharme ni alzarle. Sin dudarlo un instante, Bely le alza para que pueda besarme y abrazarme como ambos deseamos. Admito que se está portando bien conmigo desde el accidente; supongo que en el fondo tiene algún resquicio de conciencia.

Me guía directamente hasta mi dormitorio, donde mi abuela y Lupe me ayudan a cambiar y meterme en la cama. Por fin.

Cierro los ojos por un instante aprovechando que quedo a solas.

Estos dos días han sido demasiado convulsos para mi gusto. Me despierto al oír que la puerta se abre.

–Te traigo la comida, Ena. Ahora me iré a la oficina a cerrar unos asuntos pero volveré cuanto antes. Si necesitas algo llámame, por favor.

Ya se ha duchado y cambiado; luce algo más fresco pero no puede ocultar el rastro de la noche vivida. Coloca la bandeja con cuidado, la servilleta, me acomoda las almohadas...

Cuando va a salir va cabizbajo, serio. En cierto modo me siento culpable por haberle dicho cosas muy crueles cuando me estaba cuidando como si le importara de verdad.

–¿Bely? –Se gira bajo el umbral de la puerta–. Gracias. Te llamaré si necesito alguna cosa.

–De nada.

Topito no se separa de mí ni un instante, incluso sube la película que quería ver; hoy la cosa va de dálmatas. Paso la tarde en su compañía, así como la de mi abuela y Amy, que también vino a verme. Ella y mi abuela coincidieron y se cayeron muy bien; tienen un carácter muy parecido y no como la arpía de su madre.

En un momento en que Amy se lleva a Topito a merendar a la cocina quedo a solas con mi abuela. Está muy pensativa.

–Yaya, ¿te ocurre algo? Estás...rara.

–No, cariño; es solo que...¿Cómo te quedaste embarazada, Ena? Y no me digas que fue un descuido porque no te creo. Te conozco demasiado y sé que jamás tendrías un descuido en este tema.

Su pregunta me coge de imprevisto. Realmente no sé si decirle la verdad o seguir edulcorándosela. Mi abuela es demasiado lista, por lo que finalmente le cuento todo tal cual.

La famosa cláusula dos. Al principio se enfada pero luego sonríe. Yo no entiendo nada.

–Ummm...Viejo lobo...Ese sinvergüenza jugaba bien sus cartas. Sí, señor...

–Abuela, ¿qué estás diciendo? Empiezas a preocuparme, te lo digo en serio.

–Hija, todo en la vida tiene un porqué. Cuando llegue el momento entenderás todo, pero de momento...¿Verdad que esa cláusula es mutua? ¡Pues disfruta al monumento de tu marido!

–¡¿Pero estás loca o qué?! –Estoy boquiabierta.

–No, cariño, no; estoy más cuerda que nunca. –Se pone seria y me acaricia la mejilla con mimo–. Cariño, sabe más el diablo por viejo que por diablo. Solo te digo que intentes buscar lo positivo de la situación. Tu marido es muy atractivo y le atraes; ten por seguro que, si no fuera así, tenia métodos para evitar la paternidad.

–¡Abuela! –Me escandalizo en oírla–. Una cosa es que no controle sus impulsos y otra es que le atraiga.

–Mira que eres... –Me frunce el ceño–. No dudo que él no sepa controlarse; es obvio que los genes masculinos hacen su función, pero tú, querida niña, eres muy atractiva, y, si me hicieras caso, aún más. Se conoce a un hombre por cómo... Tú sabrás, cariño.

Quedo pensativa toda la tarde por las palabras de mi abuela. ¿Qué me quiso decir? Bueno, aparte de que aprovechara y disfrutara más de la intimidad de mi maridito.

Cuando Bely llega se encuentra a Topito metido en la cama conmigo, dormido. Yo me había hecho hacia un lado y se había tumbado en el centro de la cama. Viene con la chaqueta bajo el brazo, sin corbata, cansado.

–Hola...

–Hola... –Señala con su barbilla–. Polizón a bordo, ¿eh?

–Sí; no se ha despegado de mí en toda la tarde. Es como un chicle, ¿sabes? –Me sonríe levemente.

–Iré a darme una ducha y ahora vengo. ¿Necesitas algo?

–No, gracias.

Quince minutos más tarde aparece en pantalón de pijama, sin camiseta como siempre y descalzo. Se sienta en la butaca que hay en mi lado de la cama y se deja caer en el respaldo como si fuera el refugio del guerrero, como si fuera el único momento de paz del día.

–Estás cansado.

–Algo, la verdad.

–No era una pregunta, sino una afirmación. –Me sonríe moviendo la cabeza y haciendo un gesto con su ceja.

–Vaya. Al final parece que me vas conociendo, Ena.

–¿Qué tipo de esposa sería si no conociera a mi marido?

–Una de muchas. –Nos sonreímos levemente pero se pone serio, apoyando sus codos en las rodillas–. Oye, Ena, yo...

–Bely, por favor. –Le hago callar con la mano–. No digas nada. Es cierto que la metiste en casa, pero tú no fuiste quien me tiró ni golpeó al niño. No tenía que ser y ya está.

–Aún así lo siento. Puedo ser un desgraciado pero jamás te dañaría a propósito, Ena, ya lo sabes.

–Por mucho que me cueste reconocerlo...Lo sé.

El silencio se hace entre nosotros, pero, pese a eso, tengo la sensación de que ambos vamos pensando en lo mismo.

–Ve a dormir, Bely. Estás agotado.

–No; hoy dormiré en la butaca por si acaso necesitas algo.

Además hay un topito en la cama al que vigilar. –Nos sonreímos levemente.

Me sorprende que quiera quedarse otra noche a mi lado para cuidarme. No sé, quizás he sido algo dura con él en este tema. Desde el primer momento se ha comportado y Lupe me ha contado que, cuando me encontró, estaba desencajado, como si le preocupara de verdad mi estado.

–Bueno, ya que hay un topito...¿Qué mas da un lobo? Sin que sirva de precedente...Métete en la cama, Bely.

–Nunca imaginé oírte invitándome a meter en tu cama.

–Ni yo, pero recuerda que también me golpeé la cabeza.

Sonríe con la cabeza baja, negando, pero, tras sopesarlo por un instante, se mete entre las sábanas junto a Topito y a mí.

Se queda de lado, mirando hacia el niño y hacia mí, que no dudo en, poco a poco, girarme también hacia ellos. Mi bebé duerme plácidamente bocarriba mientras voy acariciándole su cabellera dorada. Es como un angelito; rubio y lleno de graciosas pequitas en sus mejillas.

–¿Nunca se supo quién era el padre? –Va tapándole con cuidado y cierta torpeza.

–Por descarte sí. Solo habían dos opciones.

–¿Y a quién le damos el premio al padre del año?

–Saverio. –Su boca se abre en sorpresa, pero enseguida sonríe con picardía y niega con la cabeza.

–Vaya con San Saverio... Santo pero no casto, don perfecto.

–Nadie es perfecto y mucho menos un hombre, Bely. Eso ya deberías saberlo.

Quedamos en silencio largo rato, mirando cómo duerme Topito y mirándonos disimuladamente. Estoy a gusto, lo admito.

–¿Te das cuenta de que es la primera vez que, estando a solas, no hemos discutido? –Lo pienso; tiene razón.

–Es verdad. Me estás preocupando, Bely. Cualquiera diría que este matrimonio está en crisis.

Sonreímos abiertamente. Por primera vez puedo decir que estoy realmente a gusto con él. Si pudiera ser siempre así...Mucho me temo que esto es solo un pequeño oasis en medio del desierto más cruento.

–¿Te duele?

–Ya no tanto. Los calmantes ayudan bastante. –Quedo en silencio un instante–. ¿Puso pegas a irse? –Sacudo la cabeza negando–. Pregunta tonta. Disculpa.

–No había excusa posible. Hizo algo imperdonable y luego para culminar la pagó con el pobre chaval. Lo siento, Ena. De verdad. –Por primera vez veo nitidez en su clara mirada.

–Lo sé, Bely. Lo sé.

Acerca su mano a mi cara y me acaricia con suavidad. Es un perdón silencioso que acepto con la mirada para su alivio.

Respira hondo, casi como quitándose un peso de encima. Me sorprende ver que se incorpora levemente y se acerca a mí. Me besa. Es un dulce y casto beso que me sabe a la miel más apetecible del paraíso.

–Buenas noches, Ena. –Apoya su frente en la mía sin dejar de acariciar mi mejilla con su pulgar.

–Buenas noches, Bely.

Un último beso sirve para que quedemos con las cabezas unidas en las almohadas, mientras su mano no deja de acariciar mi cara, relajándome. Mi cabeza reposa junto a la de Topito y la suya junto a la mía, y me siento bien. Siento que, si el mundo tuviera que acabar ahora mismo, no me importaría, porque les tengo a ellos dos a mi lado. Sin embargo soy realista; sé que esto es solo una tregua. Un paréntesis para que ambos nos recompongamos tras lo sucedido.

El sol brilla, los pájaros cantan...y Bely sigue a mi lado.

Estamos haciendo un sándwich al pobre Topito. Le tenemos apretujado entre ambos, que estamos abrazados pese a los cuarenta centímetros de espacio vital que le damos al niño. Él se despierta según retiro mi mano de su cintura. Luce pacífico, en calma.

–Buenos días...

–Buenos días...

–¿Has dormido bien? –Bostezo levemente y sonrío.

–Sí. ¿Y tú? –Aún no me suelta; sigue con su brazo sobre mí y la mano en mi espalda.

–También, aunque más que Topito deberíamos decirle Bruce Lee al renacuajo. –Mueve su mandíbula, casi como reencajándola. Me hace sonreír.

–Si, digamos que es...inquieto. Lo siento; debí avisarte.

–Tranquila, con cosas peores he dormido. –Frunzo el ceño–. Amy. Es insoportable. –Sonreímos–. ¿Estás bien?

–Sí, la verdad es que sí. Ahora mismo no me duele nada.

De hecho iba a levantarme cuando te has despertado.

–¿Levantarte? Es pronto aún.

–¿Pronto? –Miro el reloj tras de mí–. Son ya las ocho y media, Bely.

–Como si son las doce. Hoy tampoco te levantarás. Ya me encargaré de mantener a Topito ocupado para que puedas descansar.

–¿Cómo se hacen los bebés?

¿Cómo? Ambos miramos hacia abajo. Topito nos va mirando, tan tranquilo como siempre. Tiene la extraña cualidad de hacer las preguntas menos oportunas en el momento menos indicado.

–¿Por qué quieres saberlo, bebé? –Trago nerviosa. Jamás me había preguntado algo así, y que lo haga justo ahora...

–Tú siempre me dices que pregunte lo que no sé. Quiero saber cómo se hacen los bebés.

Respiro hondo. De reojo miro a Bely y se está reprimiendo una sonrisa maliciosa que me hace fruncirle el ceño.

–Bebé...¿Por qué quieres saberlo ahora justamente?

–Ayer oí decir a la yaya y a Amy que habías perdido un bebé. Yo no te vi ningún bebé, nana. ¿Quieres que te ayude a buscarlo? –Mira a Bely, que ya no sonríe, al contrario–. ¿A que usted también ayudará a mi nana a buscar al bebé?

Ambos tragamos mientras nos miramos. Ojalá no hubiera tenido que pasar por esto. Intento pensar lo más rápido que puedo para darle una explicación lo más razonable y comprensible a Topito, que no deja de mirarnos con esa mirada medio curiosa medio inquisidora que le sale cuando no obtiene respuesta rápidamente.

–Señor Topito, yo te lo explicaré de hombre a hombrecito.

El niño se levanta, quedando sentado entre ambos, que nos reincorporamos pegando nuestras espaldas a los almohadones de la cama. Improvisadamente Topito se sienta sobre el regazo de Bely, que para mi sorpresa reacciona bien, recibiéndole con el brazo extendido para que apoye su espalda.

El niño le mira con curiosidad, con sus piernecitas colgando hacia mí. Miro la estampa y algo se me rompe por dentro. Ver en mi cama al hombre más atractivo que he conocido nunca, medio desnudo, acunando a mi pequeño ataviado con su pijama de Pluto es algo que quiero grabar en mi retina por el resto de mis días.

–¿Cómo se hacen los bebés, señor Bely? Mi nana creo no lo sabe, porque si es cosa de hombres... –Niega con la cabeza y nos hace sonreír por un instante.

–Te aseguro que sí lo sabe, lo que ocurre es que es mejor que te lo explique yo. Ya sabes que las chicas son muy cursis.

–Mi nana no es cursi. Ella juega conmigo en el foso.

–Sí, ya; eso es porque...Te lo explicaré otro día. Bueno, ¿quieres que te explique o no? –Le asiente decididamente–.

Bien. A ver...Cuando un hombre y una mujer se casan, normalmente quieren tener niños. Para hacerlos, el marido tiene que... –Le miro atenta, a la expectativa de la burrada que pueda decir–. Tiene que besar mucho rato a su mujer.

–¿Cuánto es mucho rato?

–Mucho; muchísimo.

–Ah. Pero... ¿Besos como los que yo le doy a mi nana o como los que le da usted?

Ahora mismo no sé si estoy más enrojecida o empalidecida por lo que estoy escuchando. Espero que sepa lo que hace porque Topito es duro de roer en este sentido, y su experiencia con niños...Digamos que creo que es inexistente.

–Obviamente como los que le doy yo; por eso nos casamos.

–¿Se casó con mi nana para poder besarla?

–Digamos que fue uno de los motivos, sí. –Me mira de reojo y le hago una señal dándole pie a que continúe; de momento va bien–. Como te decía, hay que besarse mucho rato.

Cuando esto ocurre, el marido pasa un espermatozoide a su mujer, que lo debe meter en un sitio llamado óvulo y que, cuando se juntan, se marchan hasta el vientre de ella.

–¿Se lo come?

–Digamos que se puede tragar, sí.

–Bely... –Le miro frunciendo el ceño y hace un gesto con sus cejas, blanqueando los ojos a la vez.

–Con el paso del tiempo eso se convierte en un bebé. En nueve meses para ser exactos.

Topito nos mira en silencio, con el ceño fruncido. Sé que esa cabecita está dando vueltas a algo.

–Es decir, un papá y una mamá se besan mucho rato, ella se traga una cosa que se va a su tripita y se convierte en un bebé.

–Digamos que...sí, más o menos... ¿Lo has entendido?

–Sí, pero... –Me mira–. Nana, ¿dónde perdiste el bebé?

–No encontró el camino, señor Topito. A veces pasa. Se pierden y por eso le duele el vientre a tu nana.

–Ah. –Tiene la mirada de cuando se le ocurre algo–. Sus esmerpatozideos son muy despistados, señor Bely. El camino desde la boca a la tripita es muy fácil, es casi recto. ¿No puede hacerles un mapa para que no se pierdan?

Ambos sonreímos al oírle tan serio. Pobre de mi bebé; es tan ingenuo...Él nos mira muy serio, con su pequeño entrecejo fruncido.

–No me hace gracia. A mi nana le dolía la tripita porque ellos no supieron el camino. –recrimina cruzando sus brazos enfadado con Bely.

–Tranquilo, señor Topito, ya les he comprado un gps. Así no se perderán nunca más.

Un “esmerpatozideo” con gps... Solo a dos hombres se les podía ocurrir. Niego sin darme cuenta de que ambos me miran.

Será mejor que ponga fin a este disparatado cursillo de reproducción antes de que quiera saber algo más.

–Topito, ¿por qué no vas a decirle a Lupe que prepare desayuno? Ahora bajaré y desayunaremos juntos abajo.

¿Quieres?

–No. –Le miro sorprendida; jamás se niega a ello–. Yo me iré a desayunar con Lupe y tú y el señor Bely se quedarán aquí besándose.

Nos deja fuera de juego con su orden. Sin mediar más palabra se baja con decisión y se dirige hasta la puerta del dormitorio, pero antes de salir se gira y mira a Bely, serio.

–Espero que su esmerpatozideo no se equivoque esta vez, señor Bely. Prográmele bien el gps para que no se pierda. –Me mira–. Nana, tú guárdalo bien en tu ovillo para que no se caiga, que últimamente estás muy patosa.

Se va sin más, como si tal cosa. Según cierra la puerta, Bely y yo nos miramos, boquiabiertos aún por las órdenes del pequeño dictador que ha resultado mi Topito. Ambos quedamos en silencio, asimilando la disparatada situación que acaba de ocurrir.

–¿Es siempre así?

–Oh, sí. Ni te lo imaginas.

–Tienes mérito, lo reconozco.

–Admito que tampoco se te ha dado mal, no. Me estás preocupando seriamente, Bely.

–Tómalo como una tregua de rearme.

El fin de semana es el paraíso. Jamás imaginé que Bely pudiera ser tan paciente con Topito. El niño no se despega de mí bajo ningún concepto mientras que Bely, pese a su frialdad habitual, no deja de preocuparse por mí. Eso sí, con disimulo.

También han venido Amy y mi abuela, Hans y Saverio y mi querida suegra. Esa mujer es odiosa. No pierde oportunidad de insultarme directa o indirectamente; no me extraña que su hijo haya salido así. Para mi alivio, el propio Bely se encargó de controlarla. Pese a eso no desaprovechó para insinuar que al igual no era de Bely y por eso preferí perderlo. Por suerte, su hijo la dejó en su lugar de inmediato.

Con Hans y Saverio fue otro tema. Su agrio carácter volvió a escena. Fue tremendamente arisco con ellos; ni siquiera permitió que nos quedáramos a solas para hablar en calma. Ahí supe que él mismo decidió retrasar las obras hasta que estuviera bien del todo.

No sé; si antes estaba confusa ahora mucho más. Me debato entre el rechazo que me causa su modo de ser y cómo suele tratarme y el cómo ha sido estos días. Me ha dejado entrever una faceta que jamás pensé que pudiera tener ni en el mejor de mis sueños. Incluso ha dormido a mi lado y sin que Topito estuviera.