CAPITULO CATORCE

Treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve...Mucho me temo que mañana tendremos que comer albóndigas. No podía dormir y, para variar, acabo en la cocina haciendo lo de siempre, preparando albóndigas y bebiendo té rojo.

–¿Por qué haces albóndigas a esta hora?

Su voz me hace dar un pequeño salto en el sitio; no le esperaba. Va solo con el pantalón de pijama y me observa desde la puerta con los brazos cruzados.

–Por raro que suene...me relaja. Digamos que es terapia.

¿Y tú? ¿Qué haces levantado a esta hora?

–A mí me relaja otra cosa. –Frunzo el ceño al oírle y sonríe–. La leche.

Sin mediar más palabra abre el frigorífico y, cogiendo la botella de líquido blanco, no duda en dar un largo trago directamente de ella. Me desquicia la gente que hace eso.

–No sé si lo sabes pero hay algo llamado vaso. Sí, esa cosas de cristal que sirve para beber líquidos varios, ¿te suena?

Sonríe irónicamente mientras niega con la cabeza y se sienta en uno de los taburetes. Me pone nerviosa tenerle cerca.

Además, la última vez que estuvimos así en la cocina...Digamos que me aplicó la cláusula.

–Caray, cualquiera que nos oyera hasta diría que somos un matrimonio normal y corriente.

–Cualquiera que nos oyera pero que no nos conociera. Es evidente que de matrimonio normal no tenemos nada.

–Y es evidente por...

–¿Quieres la lista por orden alfabético o de importancia?

Intento ignorarle lo máximo posible, concentrándome en mis albóndigas como si fuera prioridad de Estado el que queden perfectas. Él se limita a observarme en silencio, con un codo apoyado en la encimera de la isla y postura relajada. Él se relaja y yo me tenso; otra paradoja de este teatro.

–El miércoles comienza la reforma, por cierto. No sé si Sav te había dicho algo.

–Sav...Has hecho muy buenas migas con él, ¿cierto? – Respiro hondo y le miro girando la cabeza, hartándome de paciencia–. El hombre perfecto... Pudiente,educado, atractivo, buena persona... Sería un buen partido, ¿no crees?

–Puede; aunque no es por desilusionarte pero no creo que seas de su tipo, Bely. Si quieres hago de casamentera y lo averiguo. –Le sonrío irónicamente y me devuelve la mueca.

–He visto el importe total. Demasiado dinero para una simple...¿Consejera? ¿Asesora? ¿Cuál era tu cargo, Ena?

Lo pienso. Sinceramente era una cuestión que nunca me planteé, de hecho porque nunca me importó.

–Francamente nunca lo supe, aunque te recuerdo que nunca recibí ningún pago por mi labor. Me negué en rotundo a cobrar retribución alguna pese a la insistencia de tu padre.

–Claro...Es cierto. Ena Sweet Meier Manrique de Lara von Carpenter i Schröeder de Wolf no necesita dinero de nadie. Por curiosidad, ¿cuál es tu apellido materno?

¿Cómo diablos sabe mi nombre completo? Absolutamente nadie de este país sabe mi nombre real, solo Hans y las autoridades. Cierro mis puños y los apoyo en la mesa apretando la mandíbula. Esto es demasiado.

–Cómo. Sabes. Mi nombre. Aparte de las autoridades, solo mi abuela y Hans lo saben. Y si tanto te interesa, todo lo que viene a partir de Meier.

–¡Vaya! Y yo que pensaba que había algo de mi mujercita que sabía en exclusiva...Dime, ¿hay algo de ti que no sepa Hans?

Me evade. Esto ya es demasiado. Me espía, averigua datos que nadie sabe, me prohíbe quedar con hombres...No soy su presa, sino su esposa, y por obligación, además.

–Dejemos algo bien claro de una puñetera vez, Bentley Sly Wolf. No. Soy. Tu presa. El que me haya visto obligada a aceptar esta farsa de matrimonio no te da derecho a meterte en mi vida, a investigarme, a prohibirme nada. Hans es como mi hermano; así ha sido desde siempre y así seguirá pase lo que pase. Y te aviso que en unas horas estaré en su consulta para desayunar como cada maldito martes.

–Si haces eso atente a las consecuencias.

–¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? Dime. ¿Me vas a insultar? ¿Me vas a restregar a tus fulanas en las narices? ¿Vas a forzarme para que me abra de piernas? Dime, Bely. ¿Qué consecuencias?

Le desafío. Clavo mi mirada en la suya sin temor alguno, segura. El silencio reina entre nosotros. Un tenso silencio.

–No me conoces, Ena. Provócame y lo que te he hecho hasta ahora te parecerá la gloria.

De relajado pasa a ser un auténtico muro de hormigón armado. Se ha puesto en pie, recto; su físico impone y más cuando está furioso, pero no voy a ceder por mucho que me presione. No después de saber que me ha investigado vete a saber con qué motivo.

–Por qué. No. Puedo. Quedar. Con Hans.

–Eres. Mi esposa.

–Eso. No es. Motivo.

–Para mí. Sí.

Grito. Quiero zafarme de él pero me es imposible. Me lleva apresada escaleras arriba intentando taparme la boca pero le muerdo por la rabia, por la impotencia de saber que acabará haciéndome lo que detesto que me haga en este estado de ira.

–Muérdeme de nuevo y te aseguro que desearás no haberme conocido en tu vida.

–Eso lo llevo deseando desde hace meses, maldito malnacido de mierda.

–Esa boquita...Alguien con tantos apellidos no puede decir esas vulgaridades, cariño...

Me lanza sobre la cama como si no pesara nada. Quiero levantarme rápido pero su cuerpo está sobre mí mucho antes de que incluso pueda hacer el amago de rodar. Se aprovecha de su cuerpo para apresarme contra el colchón. No tengo escapatoria.

Su lengua se pasea por mi cuello y luego por mi boca, haciendo que deba tensar la mandíbula para reprimirme. Realmente no sé si lo que debo reprimir son mis ganas de atizarle en la cabeza o de entregarme por completo a lo que me hace sentir, y me odio por ello.

–Puede que quedes con él, pero no habrá un solo segundo que no recuerdes quién ha estado metido en ti esta noche.

Su piel me quema. Toda la ira que siente la convierte en pasión como por arte de magia. Somo dos cuerpos sudorosos que se atraen y se repelen, que se desean y se detestan...Me hace retorcer hasta el punto de doler. No tiene piedad alguna con mi cuerpo. Le odio con todo el alma. Me odio más aún por quererle.

–Te odio, Bely...Te odio, te odio, te odio...

–Haré que me odies como nunca has odiado a ningún otro, pequeña...¡Joder...!

El dormitorio exuda olor a sexo puro y duro. Solo se escuchan nuestras respiraciones aceleradas intentando volver a la calma después del modo tan brutal que hemos tenido de liberarnos en el otro. Su corazón late tan fuerte que casi lo puedo sentir sobre mi piel. Esto no está bien. No creo que sea sano lo que me está pasando; lo que nos está pasando.

Mis manos siguen recreándose en su amplia y sudorosa espalda, acariciando, casi memorizando cada trazo de su cuerpo.

–No. Quedarás. Con él. Si lo haces las consecuencias serán inimaginables para ti; te lo aseguro.

–¿Por qué?

Se reincorpora sobre sus codos clavando su mirada en la mía, aún vidriosa y algo nublada por lo sentido bajo su hacer.

–Me gusta tener la exclusividad. Tírate a otro que no sea yo y lo pagarás caro.

–Repito. ¿Por qué? ¿Por qué, Bely?

–¿Quieres que diga que es porque estoy celoso? Pues no.

Para mí solo eres una piedra en mi camino; una piedra a la cual puedo tirarme cuando me plazca y sin pagar. ¿Acaso crees que alguien como tú puede tan siquiera aspirar a gustarme en lo más mínimo? Eres bajita, pálida, llena de curvas, con una boca exageradamente grande y unos ojos que parecen de loca, y eso sin contar con tus pelos de zanahoria.

–Sí, cierto, pero soy una fea piedra que no dejas que nadie más toque.

–No te engañes. No es que no deje, es que nadie más quiere. Para mí no eres más que una muñeca hinchable. Te abro, te uso y me olvido. Para lucir y para buen sexo ya tengo mujeres de verdad.

Sus palabras son realmente hirientes. Nunca pensé que el oírle decir esas cosas sobre mí me pudieran hacer tanto daño.

En un principio sí, me dolía en el orgullo, pero ahora no es ahí precisamente donde me duele, sino en el alma.

–Soy muy consciente de cómo somos cada cual, Bely.

Jamás osaría a pensar en ti más allá de lo que estamos obligados por contrato. Tú me usas; yo te soporto. Fin de la historia. Ahora, ¿te importaría salir de mí y quitarte de encima?

Mañana a primera hora tengo una cita a la que no pienso faltar y quiero dormir.

–No. Tú lo has dicho. Yo te uso; tú me soportas. Y hoy quiero usarte bastante. Mentalízate con que pasarás la noche en vela.

Mierda. Me cuesta horrores estar sentada. El simple roce de la ropa interior me molesta hoy. Tengo ojeras. No me permitió dormir bajo ningún concepto. Al cansancio del viaje se unió el improvisado maratón de sexo que se sacó de la manga con tal de amargarme la existencia.

Hans me esperaba ya en la cafetería de siempre, la que está al lado de su consulta. En cuanto me ve aparecer frunce el ceño pero sonríe con maldad. Mucho me temo que él habrá provocado más de un...malestar como éste a alguna de sus conquistas.

Pasamos el desayuno poniéndonos al día de todo. Él me va contando sobre su sorpresivo interés en Martha y yo sobre mi particular vía crucis con Bely. Admito que hacía mucho tiempo que no le veía tan interesado en alguien. La última vez fue hace más de siete años. Él se enamoró como un tonto pero ella le engañó con otro. Eso le rompió el corazón y le hizo ser un mujeriego empedernido. De hecho creo que, salvo conmigo, lo ha intentado con el resto de Filadelfia.

Bien pensado al igual sí que tiene algo en común con mi querido maridito. Ambos se tiran a todo lo que se les pone al alcance.

Cuando llego a la oficina tanto Lara como Martha están nerviosas. Desde dentro del despacho salen gritos de Bely y de otra mujer que no conozco. Oh, no. Otra vez no...Medito por un instante qué hacer, si entrar como si nada o irme a dar un paseo haciendo tiempo a, por ejemplo, Urano. Finalmente decido entrar.

Al abrir la puerta no encuentro lo que esperaba ver. Bely está histérico pero no está con ninguna rubia, no al menos de su estilo. Es una chica de unos veinticinco a lo sumo, rubia pero hippie, mucho. Definitivamente no casa con el estilo de Barbie estreñida que suele tener como amante.

Según entro ambos me miran, él de pie desde detrás de su mesa y ella ante ésta, con los puños apoyados en el cristal, roja de la rabia.

–Perdón si interrumpo. Solo necesitaba coger unos papeles de mi mesa. Ya me marcho.

Quiero ir hacia mi escritorio pero la chica me escanea con aparente curiosidad. ¿Qué le pasa? En dos pasos está frente a mí. Esto me recuerda a cuando en el colegio querías conocer a la niña nueva de clase.

–Así que tú eres mi cuñada. –Mira hacia Bely, que está respirando como un toro embravecido–. ¡Pero si es hasta normal!

¡Por fin una mujer de mi mismo planeta! –Me mira–. Soy Amy, la hermana del desgraciado de tu marido.

Debo reprimir una sonrisa al ver que, al fin, conozco a alguien normal de esta familia. De inmediato siento simpatía por ella.

–Encantada, Amy. Soy Ena. El desgraciado de tu hermano no me ha dicho nada sobre ti. Lo siento.

Nos sonreímos mutuamente y, de inmediato, sé que haremos buenas migas. Bien pensado no sé de dónde ha salido esta chica. Sé que tío Greg no tuvo más hijos; supongo que mi querida suegra tuvo algún otro matrimonio o escarceo.

Para desesperación de Bely su hermana me “secuestra”, sentándose en la butaca frente a mi mesa como si estuviese en su propia casa. Me gusta; sobre todo si con ello fastidia al malnacido.

–Por curiosidad, ¿cómo demonios te fijaste en mi hermano con lo amargado que es? Joder, es como una hemorroide.

Confirmado. Ella es normal y no sabe nada del acuerdo. A fingir que me toca por mucho que me pese.

–Digamos que un mal día lo tiene cualquiera. –Ríe a carcajadas para pesar de Bely.

–Oye, ¿no tienes a alguien que sondar o qué? Lárgate ya y déjanos trabajar.

Bely no duda en girarle la butaca e intentar que se levante tirándole del brazo, pero ella se resiste sin contemplaciones.

Finalmente se resigna y se va a su mesa, negando con la cabeza.

–No; para tu pesar estoy de vacaciones. –Me mira–. Oye, ¿te invito a comer y nos conocemos? Llegué hoy de Ámsterdam y me encuentro con que mi hermanito mayor se ha casado con una tía normal.

–Me encantaría pero cada día como con mi niño en casa.

Si quieres venir...Estás invitada.

–¡¿Tienes un niño?! ¡Genial! Tienes todo lo que mi madre detesta. ¡Nos vamos a llevar de fábula, Ena! –Mira a Bely, que está pacientemente apoyado en la esquina de su mesa de brazos cruzados–. Te felicito; por una vez en tu vida vas con una mujer en condiciones y no con ninguna buscona de plástico.

El ver cómo Bely pone los ojos en blanco me hace sonreír.

Por una vez siento curiosidad positiva por alguien de su familia; hasta ahora solo me habían provocado acidez. Quedamos en que vendrá a casa a comer con nosotros, con Topito y conmigo.

Según se marcha, toda la positividad que reinaba se esfuma de inmediato. Cada cual queda sentado en su butaca, él en su trono y yo en el mío, en mi rincón.

–Desayunaste con tu amiguito finalmente, ¿cierto?

–Sí, Bely; desayuné con Hans como he hecho y haré cada martes de mi vida.

–¿Ha podido metértela? Hoy lo tendrás machacado por mi paso de anoche. Claro que al igual él tiene acceso a ciertas...cavidades que yo aún no te he explorado.

Respiro hondo cerrando los ojos por un segundo; o lo hago o le tiro la grapadora de metal a la cabeza. Él sigue como si nada, mientras que mi mal genio va aflorando a cada segundo.

–Sobrevaloras tus capacidades amatorias, cariño. –Le sonrío con toda la ironía que puedo–. Y lo que él conozca de mi cuerpo no es asunto tuyo. Para tu información sí, lo hemos hecho en plena cafetería y ante los ojos de decenas de personas sin pudor alguno. ¿Satisfecho o te explico qué posturas hemos usado?

Su mandíbula se tensa pero no me responde. Por suerte parece que este asalto lo gano yo. Menos mal.

El resto de la mañana continuamos con el trabajo sin problemas. Lo único bueno que tiene es que, en temas laborales, nos solemos poner de acuerdo enseguida en lo poco que tenemos que tratar.

A la hora de irme me sorprende ver que sale conmigo hasta el ascensor. Nunca lo ha hecho en estos meses.

–Hoy comeré en la casa. No me fío de lo que habléis; además debemos ponernos de acuerdo.

–¿Ponernos de acuerdo en qué? Creo que sería más fácil que un meteorito cayera en pleno Manhattan. –Nos miramos de reojo ante la puerta del ascensor–. Tranquilo, le diré que nos conocimos por negocios, un par de cenas y listo. Sinceramente tampoco creo que pregunte mucho por eso.

–Lo hará, te lo aseguro. Ella es de las que insiste, insiste e insiste hasta conseguir respuesta. Es peor que un espía.

–Es mujer, Bely; lo llevamos en los genes por si no lo sabías.

Entramos al ascensor y estamos solos de momento. Vamos al lado del otro pero evitando cualquier tipo de contacto.

Mientras él se va aflojando la corbata y desabrochando un par de botones, yo voy golpeando mi cartera con las rodillas y mirando la botonera, en silencio.

–Reunión de negocios, dos cenas y nos casamos.

–¿Quién se lo pidió a quién?

–Soy un caballero, encanto. –Nos miramos de reojo.

–Caballero oscuro, querrás decir. –Me fulmina–. Me parece bien. Por cierto, ¿de dónde salió tu hermana?

–De mi madre. –Me sonríe con sarcasmo mientras salimos del ascensor ya en el parking.

Cuando voy a subir a mi coche me sujeta del codo, por enésima vez. Sabe perfectamente que detesto ese gesto. Le miro de mala manera de inmediato y me suelta haciendo un gesto con las manos.

–Iremos en mi coche. Sería muy raro que trabajando y viviendo juntos fuéramos en coches distintos.

–Somos una pareja moderna, cariño. Ya bastante hice con aceptar un matrimonio contra mi voluntad como para renunciar a mi independencia automovilística.

Voy delante y él con Mike detrás, siguiéndome. Por el retrovisor veo perfectamente cómo van controlando mi modo de conducir. Es inaudito. Acelero. Gracias a lo pequeño y rápido que es mi coche puedo perderles en medio del caos que supone el tráfico en hora punta.

–¡Nana! ¡Nana!

–Hola, bebé!

Mmm...Este es el mejor momento del día sin lugar a dudas. Tener a Topito en mi regazo y sentir sus tiernos bracitos alrededor de mi cuello mientras me besa no tiene parangón.

–Hay una mujer esperando en el salón. Dice que es la hermana del señor Bely. ¿La conoces?

–Sí, bebé; hoy comerá con nosotros. Ella y Bely. Hoy comeremos los cuatro en el comedor.

El coche de Bely entra en la parcela y Mike aparca junto al mío, en la puerta. Señal que mi maridito se fugará según acabe la obra que debemos interpretar.

–Topito, ¿por qué no vas dentro y le dices a Lupe que en diez minutos comeremos?

Se va no sin antes saludar como de costumbre a Bely, con un firme apretón de manos. Me resulta curioso ver ese saludo entre ambos. Uno enorme y otro diminuto saludándose con todo el respeto del mundo.

–¿El mocoso no va al colegio o qué?

–¿Y que salga como tú? No, gracias. Le educo en casa.

–No tendrá amigos.

–¿Y tú qué sabes? Para tu tranquilidad, te diré que parte de la mañana la pasa con niños de su edad haciendo lo que tienen que hacer, jugar y disfrutar.

–Lo dicho; rarito como la madre.

–Lo tomo como un cumplido. Por cierto, tu hermana ya está en casa.

–Que comience el espectáculo, pues.

Sin mediar palabra me toma a traición y me besa justo en la puerta de casa. Al liberarme estoy hasta mareada. Según giramos vemos a Topito con Amy mirando, pero ella le tapa los ojos al niño, sonriendo.

–Puag, ¡qué asco! Ver a tu hermano besando no es nada agradable, que lo sepas.

Amy me gusta. Estamos los cuatro alrededor de la mesa y su conversación es cercana, nada rebuscada. Topito se la mete en el bolsillo de inmediato gracias a su dichoso hormiguero de gel y sus hormigas preferidas. Según su teoría, las hormigas saben quién es cada cual de nosotros, por lo que le presenta a todas y cada una de ellas por orden alfabético, desde Aladdín hasta Zazú.

–Topito, ¿en serio las distingues? Son todas iguales.

–Pues claro, señora Amy. Las chicas también son iguales y se distinguen entre sí. ¿A que sí, señor Bely?

–Chico, lo vas pillando –responde mientras alza su copa de vino y traga.

–¿En que se diferencian según tú? –Amy le acaricia el pelo con mimo; se nota que le encantan los niños.

–Las hay feas, guapas, muy guapas y mi nana. Ella es la más guapa del mundo mundial. Además su piel es muy suavecita. ¿A que sí, señor Bely?

Me atraganto con los guisantes para divertimento de Amy, que no duda en llenarme el vaso con agua para que dé un trago.

Miro de reojo a Bely y se está retorciendo en su asiento.

–Chaval, Amy se refería a las hormigas, no a las mujeres, pero no vas desencaminado con tu escala, no. Hay alguna cosa que corregir pero en general...Tienes razón, sí.

Por suerte, y gracias a las salidas del niño, Amy no pregunta mucho sobre nosotros. Se conforma con saber que nos conocimos por negocios y poco más. También descubro que son hermanos de madre. Mi querida suegra tuvo un escarceo y de ahí salió ella. Por lo que Amy cuenta, Bely fue el niño deseado y ella las sobras. Como su padre era un don nadie, ella apenas pintaba nada en casa, mientras que, como Bely era un Wolf ,su madre se desvivía por él. Al contarlo, Bely no parece muy conforme con ello, pero tampoco la contradice. Cuando ella contaba cosas de la infancia le observaba y parecía abstraído en sus recuerdos, casi...triste.

Tras largo rato se va, no sin antes hacerme prometer una noche de chicas e intercambiarnos los teléfonos. Realmente hemos congeniado. Bely aprovecha la ida de su hermana para hacer lo mismo.

–Cariño, nos vemos más tarde. Voy a un par de reuniones y vuelvo a tu lado.

Ante la atónita mirada de Topito y de Amy, no duda en arrastrarme hacia sí por la cintura y besarme como cualquier marido enamorado. Podrías hasta decir que ha estudiado arte dramático por lo bien que finge.