CAPITULO DIEZ
Mi bebé no comprende nada; es feliz. No son ni las ocho de la mañana y en el coche ya están las maletas de ambos.
Tengo los ojos hinchados de tanto llorar. Para mi alivio hace algo de fresco y las marcas de mis muñecas puedo cubrirlas con una camiseta de manga larga.
–Topito, vamos. Se nos hará tarde, bebé.
–¡Sí, nana! –Viene corriendo con su hormiguero de gel bajo el brazo y su peluche; ni de viaje los deja atrás.
Cuando llega al coche se para en seco. Mira. Busca. Frunce el ceño como cuando algo no le termina de encajar. En ese instante aparece él. Está serio, imponente como siempre.
Cuando cruzamos nuestras miradas su mandíbula se tensa. Me odia; definitivamente me odia. Observa desde lo alto de la escalinata de piedra, impasible, con las manos en los bolsillos.
–Topito, sube ya al coche.
–Pero nana... –Mira discretamente hacia Bely.
–Pero nada. Sube de inmediato al coche, Thomas.
En cuanto me oye llamarle por su nombre sabe perfectamente que no estoy para bromas. De inmediato viene para que le acomode en su asiento. Como perdón silencioso no dudo en besarle tiernamente en la frente y la punta de la nariz, acariciando las mejillas sonrosadas que tiene. Me sonríe. Esa sonrisa es un bálsamo para mis heridas, hoy más abiertas que nunca.
–Nana, ¿el señor Bely no viene con nosotros?
–No, bebé; a este viaje solo vamos tú y yo.
Con un pie ya dentro del coche alzo la vista para mirarle.
Está impasible; parece hecho de la misma piedra que el suelo que está pisando.
Gracias a que mi abuela continúa en Boston puedo disponer de su avión. Ayer cuando hablé con ella no dudó en ofrecérmelo sin pensar. Topito duerme. Yo no puedo. Intento relajarme oyendo música pero me es imposible. Una y otra vez se me repiten sus palabras, sus cambios de actitud hacia mí...
Anoche fue un auténtico Jekyll & Hyde. ¿Por qué? ¿Por qué esos cambios? Primero me presiona para saber la verdad, cuando la sabe me hace sentir la mujer más deseada del mundo, pero cuando piensa que le he engañado...Nunca me había sentido tan mal, tan insultada, tan humillada...
Después de muchas horas llegamos a destino; Villa Meier.
Mi padre tenía esta casa aún desde antes de casarse. Pertenece a la familia Meier desde hace cinco generaciones contándome a mí. Ya solo el ver el paisaje y la cara de ilusión de mi bebé hace que me proponga firmemente desconectar de todo y, sobre todo, de él, de Bely.
En la puerta nos espera la hermana de Lupe, María. Ella es quien se encarga del mantenimiento de la casa junto a su marido Anthony. Llevan trabajando para mí desde hace más de diez años. Según nos reunimos nos fundimos en un caluroso abrazo. Hace más de un año que no vengo por aquí. La última vez vine con Topito, tío Greg, mi abuela y Hans para pasar un fin de año. También vinieron Alfred y Lupe. Fue una de las pocas ocasiones en las que he estado con todas las personas que me quieren de verdad.
Estamos muy cansados del viaje, Topito sobre todo. Son muchas horas y es un niño, además enfermo aunque no lo aparente. Cenamos pronto y nos vamos a la cama, riendo y jugando a las adivinanzas; le encanta jugar a ellas cada vez que estamos de viaje.
No consigo dormir. Voy vagando por toda la casa en bata y pijama, recordando. La casa no ha cambiado nada. Pese a ser una de las propiedades más extensas de la zona, la casa es muy sencilla. Cuatro dormitorios con sus baños, cocina, salón-comedor y un pequeño despacho. Todo de madera de la zona.
La estancia la preside un cuadro de mis padres y yo de pequeña.
Paso horas contemplando ese cuadro; pensando.
Realmente mi vida se fue a la mierda en aquel accidente. No solo perdí a mis padres; me perdí a mí misma.
Cojo el laptop para mirar el correo. Prometí a Lara que iría mirándolo de vez en cuando por si había algo que requiriera de mi intervención. Entre mails de todo tipo hay uno de esta misma noche.
De: B.S. Wolf
Para: Ena Meier
Asunto: Trato.
Veinte millones y pensión vitalicia de 50,000$/mes. Acepta.
Hazlo por el bien de tu mocoso.
Bely.
Respiro hondo. Aún no lo ha entendido. Por mucho que se lo he dejado claro, no comprende que no puedo renunciar por nada del mundo.
De: Ena Meier
Para: B. S. Wolf.
Asunto: No hay trato.
Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado. (Sand)
Ena.
P.D: Yo de ti guardaría ese dinero para caviar. Mucho me temo que lo vas a necesitar tarde o temprano. Y no sufras por mi mocoso; siempre puedo aumentar mi tarifa.
No recibo respuesta. Nada; absolutamente nada.
Topito es feliz. Ríe. Disfruta. En estos días hemos hecho expediciones, montado a caballo,visto las estrellas... Le encanta este lugar. Hoy me he levantado muy pronto para ir a montar sola; me apetecía ver el amanecer junto al lago y pensar.
Al volver a casa una agria sorpresa me aguarda. Bely.
Viene llegando conduciendo él mismo. Clavamos la mirada en el otro, yo sobre mi caballo Bache y él de pie, en vaqueros, camisa azul celeste y botas. Lleva una mochila cargada sobre su hombro. El corazón me da un vuelco incomprensiblemente; esto no es lo que tendría que estar sintiendo.
–Buenos días, Ena.
–Bely.
–Magnífico animal.
–Gracias. ¿Qué haces aquí?
–Es viernes.
–Ya...Mi maridito cruza todo el país para poder disfrutar de mi compañía. Qué honor...
–Soy un romántico, qué le voy a hacer.
Desmonto y me dirijo a paso firme al establo, sin hacerle mayor caso. No pienso permitir que estropee la calma que había conseguido. Anthony se queda con Bache, mi caballo, no sin antes dedicarle unas caricias en el lomo en agradecimiento por el paseo tan bueno que me ha dado.
Voy en vaqueros, botas y camisa de cuadros sobre camiseta de tiras. Paso ante él casi ignorándole por completo, pero me retiene del codo. Otra vez. Al clavar mi vista en él me suelta de inmediato. Al hacer el gesto se percata de las marcas de mis muñecas; aún perdura el rastro de su paso por mi cuerpo. Su gesto se tensa de inmediato; creo que ni él mismo se había dado cuenta de cómo me había marcado en su pasional arrebato.
–¿Te duele?
–Ahora no.
–Siento haberte hecho daño. No son mis modos.
–Ummm... –Hago una mueca aseverando con la cabeza–.
Quién lo diría... –Respiro hondo–. ¿A qué has venido, Bely? No creo que se trate de una visita de cortesía tratándose de nosotros.
–¿Te importa que hablemos eso en otro lugar?
Enseguida me percato de que Anthony está por la zona, así como María aparece en la puerta de casa con Topito. Para mi sorpresa, en cuanto nos ve viene corriendo, sonriente. La cara me cambia en cuanto le veo; tiene la cualidad de iluminarme la vida por muy mal que lo esté pasando.
–¡Nana! ¡Señor Bely! –Me agacho levemente con los brazos abiertos y le rodeo–. No sabía que venía, señor Bely. Mi nana me dijo que estas vacaciones eran para nosotros, pero me alegra que haya venido. ¿Se quedará el fin de semana? Así podemos enseñarle el lago, ¿verdad, nana?
Miro a Bely, al igual que él a mí. Su mirada se desvía hacia Topito y le sonríe levemente. Para mi estupor le revuelve el cabello haciendo que mi bebé sonría complacido.
–¿Por qué no? Siempre que tu madre quiera, claro.
Es un malnacido. Ahora sabe perfectamente que deberé aceptar para no decepcionar a quien más me importa en este mundo. Ambos me miran esperando respuesta. Respiro hondo, todo lo que puedo. Me temo que se acabó la paz.
–Está bien, Topito. Si él quiere se quedará el fin de semana con nosotros.
–¡Bien! –Se baja demasiado contento para mi gusto para ir corriendo a contar las novedades a María, su otra cómplice a falta de Lupe.
En cuanto quedamos solos clavo la mirada en él; sabe perfectamente que no estoy nada conforme con su presencia.
No le digo nada, solo reinicio mi camino a la casa con él al lado.
Según llegamos tropezamos con María y Topito, que le está contando las peripecias de sus hormigas.
–María, te presento al señor Bely, mi...marido.
–Mucho gusto, señor. –Mira su mochila–. Permítame; subiré su equipaje al dormitorio.
–No se preocupe, ya lo subiré yo mismo. –responde mientras me agarra de la cintura–. Cariño, ¿me acompañas? No sé cuál es nuestro dormitorio.
–Por supuesto, cariño.
Cruzamos nuestras miradas, pero es evidente que rezumamos de todo menos cariño precisamente. Mientras mi bebé se va a la cocina con María, yo acompaño a Bely hacia la planta superior. Me sigue por la escalera observando todo, curioso. Voy lo más rápido posible para poder perderle de vista cuanto antes. Quiero abrir la puerta de un dormitorio pero posa su mano sobre la mía, en el tirador. Nos miramos en silencio.
–¿Es tu dormitorio?
–No.
–Dormiré en el tuyo. Vamos.
–¿Por qué debería aceptar?
–Porque se supone que debemos aparentar ser una pareja normal de recién casados. –Mi mandíbula se tensa de inmediato al oírle–. No tienes nada que temer. Si normalmente eres poco atrayente, ahora ni te imaginas lo que cuesta mirarte.
–Ya echaba de menos tus cumplidos...
Finalmente le guío hasta mi dormitorio dos puertas más hacia la derecha. Según entramos le indico el armario y el sofá frente a la cama.
–Armario, tu cama y el cuarto de baño está ahí. –Le señalo la puerta a la izquierda–. Ahora que te aproveche. Me voy a cualquier parte donde no estés.
Quiero irme pero me retiene por el hombro. No parece dispuesto a dejarme ir así como así. No entiendo su juego. ¿Qué gana con venir a molestarme?¿No le basta con mortificarme cuando estoy en casa y el trabajo?
–Tenemos que hablar, Ena.
–¿Hablar de qué? Tú me odias. Yo te odio. Estamos casados hasta que el destino actúe. ¿Qué tenemos que hablar?
–Muchas cosas.
–¿Como qué? ¿Qué insulto prefiero? ¿Mi tarifa? ¿Qué?
–Esto nos está perjudicando a ambos, Ena. Sería conveniente que habláramos claro.
–¿Quieres hablar claro? Bien. Habla.
Me cruzo de brazos a la espera de su respuesta, pero justo entonces llaman a la puerta. Por el modo de tocar sé de inmediato que es Topito. Al abrirle se sorprende en un primer momento de ver a Bely en mi dormitorio quitándose la camisa. Nunca ha visto ningún hombre en mi dormitorio si no era Hans o tío Greg.
–Nana, ¿podemos ir a nadar? Por favor...
Mierda. Hasta ahora había conseguido evitarlo. No quiero que vea las marcas que arrastro por la pasión descontrolada de Bely.
–Bebé...Nana tiene una pupita y no la puedo poner al sol. Es como cuando te caes y te salen pupitas, ¿sabes?
–¿Te has caído, nana? –Me acaricia con pena y debo reprimir las lágrimas, asintiendo–. ¿Y te duele? –Le niego.
Hago de tripas corazón para reprimir mi llanto. Estoy agachada con Topito ante mí, cara a cara, y me detesto por tener que mentirle de esta manera.
–Yo nadaré contigo, señor Topito. No soy tu madre pero algo es algo. –Posa su mano sobre mi hombro transmitiéndome esa electricidad única–. Siempre puedes acompañarnos sin bañarte, Ena.
Contemplo la cara de felicidad del niño y no puedo negarme. Nunca sé si serán sus últimas vacaciones, sus últimas aventuras antes de... Antes de partir.
–Está bien, iremos los tres y Bely nadará contigo en mi lugar. Ve a buscar tu bañador, anda.
Sale como un rayo, contento. Tardo en levantarme; la carga que llevo comienza a pesar demasiado sobre mis hombros.
–No tienes por qué hacerlo, Bely. Debe acostumbrarse a que a veces no se puede hacer lo que se quiere.
–Lo sé, pero me apetece darme un baño también, y qué mejor que en un lago y con la grata compañía de un mocoso y mi mujercita.
Cuando le voy a contestar se me acerca, posando su mano sobre mi hombro de nuevo, serio.
–Si no puedes hacerlo es por mi causa. Tómalo como una disculpa de mi parte.
Veinte minutos más tarde estamos los tres a la entrada de casa listos para ir al lago. María ha sido muy amable y nos ha preparado unos bocadillos y bebidas para pasar el día. Bely parece buscar algo mientras Topito y yo le miramos.
–Iremos en mi coche.
–No; ésos son nuestros coches aquí.
Anthony aparece con dos caballos y el pony de Topito. Su cara es indescriptible. Internamente me regodeo por la cara de póker que se le ha quedado. De inmediato le pongo el casco al niño y le ayudo a montar en Flipy, su pony marrón. Mi caballo Bache luce su negra cabellera con elegancia junto a Aza, del mismo tono. Son dos hermosos pura raza españoles regalo de mi abuela.
–¿Montas o esperas por una escalera?
Me mira frunciendo el ceño y, de un grácil salto, está a lomos de su caballo. Sinceramente pensaba que no sabría montar. Algo nuevo sobre el malnacido.
–Te sigo, Ena. A ver cómo cabalgas.
Me muerdo la lengua por la presencia de Topito. Es un maldito. Al ver la cara con la que le miro, me sonríe irónicamente y se sitúa a mi lado, yendo Topito en la avanzadilla.
–Ve con cuidado, bebé.
–Sí, nana.
–¿Por qué no te llama mamá?
–No me molesta que me llame así.
–¿No conoció a su padre?
–No.
Como no me gusta el cauce de su conversación acelero el ritmo hasta situarme junto a mi pequeño. Prefiero mil veces ir en silencio a su lado que no hablando en mala compañía.
Veinte minutos más tarde llegamos al lago. El agua es tan cristalina que las montañas se reflejan en ella. Atamos las bridas de los caballos en un árbol y les dejamos pastando tranquilamente, mientras nos acercamos a la orilla, a un pequeño prado.
–Nana, ¿no te meterás nada de nada? ¿Ni siquiera hasta las rodillas?
–Ya veremos, ¿vale?
Mientras hablaba y preparaba al niño, Bely se iba desprendiendo de la ropa. Mi respiración se acelera al ver la forma en que se quita la camiseta. Me mira mientras lo hace.
Sabe perfectamente que su físico es un arma a su favor y se aprovecha de ello sin remordimiento alguno. Antes de que vayan al agua me aseguro de que Topito recuerda todas las normas; nada de alejarse de la orilla, nada de correr, nada de sumergirse... Bely nos mira con los brazos cruzados y ceño fruncido.
–Va a nadar, no a la guerra. Tranquila; además estoy con él. No le pasará nada; no temas.
–Por el bien de tus pelotas eso espero. –Sonríe maliciosamente al oírme pero, cuando se va a alejar, le retengo de la muñeca–. Sobre todo que no se sumerja; la presión le hace daño. Por favor.
Observa mi gesto serio y me asiente con la mirada, calmándome. Me siento sobre la hierba viendo cómo se dirigen hablando y en bañador hasta el agua. Se zambullen con ganas, pero me tranquiliza ver que tanto uno como el otro recuerdan mis palabras. Por un instante desearía que nuestra vida fuera así, que esto no fuera teatro y que Topito fuera un niño sano y fuerte como él.
Me decido y me acerco a la orilla con el pantalón remangado hasta la rodilla. Me dedico a pasear disfrutando de la tranquilidad.
De fondo oigo las risas y chapoteos de ambos. Por motivos que desconozco parece que Topito no le cae mal del todo; al menos cumple su palabra en eso. Aún no termino de entender el motiv...
¡Ahhh...!
–¡Topito! ¡Bely! ¡Cuando os pille...!
Me han tirado al agua. Sin hacer el más mínimo ruido, Bely me ha zambullido tirando por la cintura. Estoy empapada.
Mientras Topito permanece dentro del agua conmigo, Bely ha salido, intentando ocultar una sonrisa maliciosa sin éxito. Ya que estoy mojada jugueteo un poco con Topito. Es feliz. En ver su carita no puedo enfadarme con él, pero sí con Bely. Él no tiene excusa.
Al salir me lanza a la cara su toalla aún mojada. Le aniquilo con la mirada. Estoy tan empapada que creo que tendré que irme tras un árbol para quitarme la ropa y escurrirla.
Me he quedado en ropa interior mientras escurro el pantalón. La camisa la tengo ya escurrida y colgada de una rama a la espera de que se termine de secar con la ayuda del sol.
–Gírate.
Me paralizo al oírle. Trago. Lentamente me giro. Cara a cara. Su mandíbula se aprieta con la misma velocidad que sus ojos se abren de mala manera. Está horrorizado. Traga. Se acerca lentamente, pero retrocedo un paso inconscientemente.
Al ver mi rechazo a su cercanía, no duda en coger mis muñecas y besarlas con mimo, cerrando los ojos.
–Debemos hablar, Ena. Esto no es sano para ninguno de los dos. Jamás he dejado marcas a ninguna mujer sin su consentimiento tácito. Realmente lo siento. Créeme cuando te digo que no volverá a pasar; te lo aseguro.
–Esta noche después de cenar y una vez Topito haya ido a la cama, hablaremos. Ahora, ¿te importaría dejarme sola?
Quiero vestirme y no me gusta dejar a Topito tanto rato solo cerca del agua.
Por primera vez en casi tres meses cenamos juntos. Los tres estamos alrededor de la misma mesa como una familia normal, como una pareja con su pequeño y adorable hijo.
Sueños imposibles.
Como de costumbre he sido yo quien ha cocinado, pero sin que Bely lo sepa. Sé perfectamente que, si lo supiera, no probaría bocado. Me complace ver que limpia sus platos.
Internamente me regodeo en ello; si él supiera... Aunque le he dado la noche libre, María insiste en recoger la mesa.
–Señora María, la felicito. Cocina usted como nadie.
Al oírle, ella me mira con disimulo, sorprendida por las palabras de mi adorado marido. Con la mirada que le dedico enseguida comprende y acepta el halago, yéndose lo más rápido que puede. Odio estar de brazos cruzados, así que me levanto para ayudarla.
–Nana, ¿puedo ir fuera con el señor Bely para enseñarle nuestras estrellas?
–Sí, pero no molestes, ¿vale?
–¡Vale, nana!
Voy negando con la cabeza mientras voy recolocando todo en su sitio. Nuestras estrellas...A cada persona que nos falta le hemos asignado una estrella; a mis padres, a tío Greg, a su m...
Salgo corriendo hacia el porche, asustada.
–…no es mi mamá; es mi nana.
Empalidezco. Debo sujetarme a la madera para no caer.
Ambos se dan cuenta de mi presencia al caérseme al suelo el plato que ni siquiera recordaba llevar en las manos.
–¡Nana! Estás muy patosa. Te caes, se te caen platos... – Mira a Bely, que está desconcertado por completo–. Señor Bely, deberemos vigilar más a mi nana para que no se haga más pupitas.
–Bebé, vamos...vamos a la cama ya. Es tarde y ha sido un día muy largo.
Como el pequeño señor que es, no duda en dar las buenas noches a Bely dándole la mano con firmeza mientras le agradece el día.
–Ha sido un placer, señor Topito. Buenas noches.
Quiero irme lo antes posible pero Bely me retiene de la mano. Enseguida afloja su agarre al ver el verdor del hematoma.
–Te espero aquí, Ena.
Le asiento con la mirada, resignada. Lo sabe todo...Topito sabe perfectamente que no debe contar a nadie esas cosas, pero tampoco puedo enfadarme con él por eso. Al fin y al cabo Bely no deja de ser mi marido, y él es solo un niño inocente que vive engañado. No sé, quizás pueda remediarlo de algún modo.
–¿Estás enfadada conmigo, nana?
–No, bebé. Contigo nunca podría enfadarme de verdad.