CAPITULO DIECIOCHO
De camino a la clínica no he parado de pensar en que...
No. Eso no pasará. Es demasiado egoísta como para morir así, sin mortificarme más aún. Bely Wolf, como se te haya ocurrido dejarme viuda por Dios que te remato yo misma.
Llego al recinto en la mitad de tiempo de lo que tardaría normalmente. Entro en urgencias y busco desesperada un maldito mostrador de información. En cuanto lo encuentro voy a él como una exhalación.
–Soy...Soy la señora Wolf. Mi marido está aquí. Dónde está. Quiero saber cómo está.
–¿Cómo se llama su marido, señora?
–Bentley Sly Wolf. –Mira la hoja y hace un gesto raro.
–Venga por aquí, señora Wolf.
Me guían hasta una sala de espera privada. ¿Qué ocurre?
Estoy nerviosa. Me muevo por toda la estancia sin saber qué hacer. Soy un animal enjaulado. Amy entra enseguida, asustada.
Por lo visto tenía guardia y se enteró al salir en un descanso y ver mi coche. Realmente no sé cual de las dos está más nerviosa.
–¿De verdad no sabes nada, Amy? Esta angustia me mata.
–No, Ena. De verdad. He llamado a Hans pero tiene el teléfono apagado; supongo que está con algún paciente.
–Sí...Yo también le llamé de camino pero no me respondió. Por cierto, ¿se lo has dicho a tu madre?
–Aunque me pese...Sí. Se supone que está de... –la puerta se abre y mi querida suegra llega con apuro– ...camino.
Tras ella entran Saverio y Alfred, que al parecer fue quien le avisó. Todos aguardamos como buenamente podemos, pero la estancia se me queda pequeña. Jamás pensé poder sentir este pesar por él. Me aturde el pensar que...No quiero ni imaginarlo.
Por fin entra Hans acompañado por otro médico. Por su cara sé que la cosa es muy grave. No puede engañarme.
–Ena... –Hans me llama y me acerco, asustada–. Ella es su esposa, doctor Rodríguez.
–Pero yo su madre.
Mi querida suegra no duda en apartarme de un empujón, pero, por suerte, Amy estaba a mi lado y pudo agarrarme. Sav y Alfred permanecen en segundo plano, conscientes en todo momento de la animadversión que siente esa mujer por mí.
–Bien, como quiera. El señor Wolf ha sufrido un grave accidente de tráfico. Su coche fue arrollado por un tráiler.
Hemos estabilizado sus constantes vitales pero... –El doctor Rodríguez mira a Hans, que le asiente con la cabeza.
–Ena, es la misma lesión. –Mis ojos se abren en espanto al escucharle–. Sabes lo que conlleva y lo que hay que hacer.
Trago nerviosa. Me aferro al brazo de Amy y asiento con la cabeza. Hans y yo nos entendemos perfectamente con la mirada, por contra, el resto no nos comprende.
–Adelante. Haz... Haz lo que hay que hacer. Firmaré lo que sea necesario. Yo asumo la responsabilidad.
–De eso nada. Yo soy su madre. Me niego a que una...mujer que no soy yo decida sobre mi hijo. Exijo saber qué tiene y qué es ese tratamiento.
Ante la actitud tan desagradable de ella el propio doctor Rodríguez es quien toma la palabra. Supongo que se ha percatado de la situación. De hecho no hace falta ser muy avispado para darse cuenta del mal ambiente entre ambas.
–Señora, la esposa de su hijo es quien tiene la última palabra. La que me vale. Ahora si me disculpa debo ir a atender a su hijo. –Me mira–. Tranquila. Haremos todo lo posible.
Según salen por la puerta la furia de ella se desata.
Enseguida comienza a lanzar todo tipo de insultos y barbaridades en mi contra, pero decido no entrar en el juego.
–Señora, diga lo que le de la gana. Mientras a usted parece que solo le preocupa quién ejerce de señora Wolf, a mí lo que me preocupa es que Bely estará en una mesa de operaciones luchando por su vida.
–¡¿Insinúas que no me importa mi hijo?! ¡Eres una maldita zorra que solo quiere lo que es mío! Yo soy la única señora Wolf, no tú, una...
–¡Basta, Beatrice! –Amy da un golpe en la pared para asombro de todos–. Para empezar, te recuerdo que llevas décadas divorciada del padre de Bely, por tanto, la única señora Wolf que hay es Ena. Y, en segundo lugar, la única que está demostrando que no le importa mi hermano eres tú con tu actitud.
Nos mira con desprecio a ambas, conteniendo su lengua viperina. Todos tenemos la vista clavada en ella y se da cuenta.
–Me voy. Veo que aquí sobro. Avisadme cuando acabe la operación que “su mujer” autorizó.
En cuanto se va, el aire se descarga de inmediato. Es odiosa esa mujer. Me la imagino como madre y Bely y Amy me dan hasta pena. Miro a Alfred. Ya tiene cierta edad y además Lupe está sola en casa con Topito. Me levanto y me acerco a él, que está hablando con Saverio.
–Alfred, ve a casa a descansar. Yo te aviso si ocurre algo.
Además, prefiero que estés en casa con Lupe y el niño. –Me asiente con la mirada.
–Sí, señora. Por cierto, he hablado con Mike. Él la vio llegar pero estaba con la policía. Por lo que me ha dicho, el otro conductor se saltó el semáforo y arrolló al señor.
El cuerpo se me revuelve en pensar... Solo deseo que todo salga bien. Es un hombre tremendamente fuerte y con ansias de vivir. Eso sin contar con su tozudez.
Las horas pasan y no sabemos nada. Alfred cumplió su palabra de irse a casa al ver llegar a Mike. Ese abuelete se merece un descanso y prefiero que esté allí. Amy y yo estamos de mano, sentadas, mientras que Sav y Mike van hablando en un rincón.
–Señora, ¿quiere algo?
–No, Mike, gracias. Lo único que quiero me temo que no me lo puedes traer de la cafetería. –Sonríe levemente al comprender.
Amy aprovecha y sale con él. No se había dado cuenta de que seguía con el uniforme y la convencí para que fuera a cambiarse y comer algo. Normalmente siempre mortifica a su hermano, pero es evidente que lo adora.
Sav y yo quedamos a solas y se sienta a mi lado, cogiendo mi mano con ternura. Le agradezco el gesto con una mirada.
–Se pondrá bien, Ena. Bely es un tipo duro de roer, te lo aseguro.
–Sé tan poco de él... Es...desconcertante, ¿sabes? Estar casada con alguien de quien apenas sabes nada... No sé.
–Te entiendo. Dejando de lado vuestra peculiar situación, reconozco que Bely es muy reservado.
–¿Cómo os hicisteis amigos? Nunca lo he entendido; sois tan diferentes...
–Afganistán. –Quedo boquiabierta–. Me salvó el pellejo en un par de ocasiones, ese cabezota.
–¿Afganistán?¿Me estás diciendo que Bely y tú estuvisteis allí?
–Exacto. En cuanto cumplió la edad se alistó en el ejército. Operaciones especiales, nada menos. –Queda pensativo un momento y luego niega–. Dios, aquello era una locura, te lo aseguro.
–Pero... ¿Por qué se alistó? No lo comprendo.
–Nunca lo he sabido a ciencia cierta. Como te dije, es muy reservado. Supongo que fue por la situación que tenía con sus padres, pero tampoco lo sé de seguro.
–Bely militar... –Niego sonriendo–. Solo espero no descubrir que es drag queen. –Nos sonreímos levemente.
–¿Qué le ocurre, Ena? Hans y tú os entendisteis con solo un par de palabras y una mirada.
Respiro hondo buscando las palabras adecuadas.
Comprendo perfectamente su desconcierto, no obstante solo deben saber lo principal.
–Solo te puedo decir que ahora os necesitará más que nunca, Sav. Las personas que le quieren deberán tener mucha paciencia con él.
–¿Estarás a su lado? –Le asiento con la cabeza y me sonríe–. Aunque no lo creas, me parece que a quien más va a necesitar es a ti.
–¿A mí? Para lo único que puede necesitarme es para desahogar su rabia, ya te lo aseguro.
–No hay mayor ciego que quien no quiere ver, Ena, y mucho me parece que ambos estáis ciegos.
Hace rato que ha amanecido y aún no nos han dicho nada. He pedido a Sav que se fuera a descansar, al igual que a Amy, y solo aceptaron a condición de que, en cuanto ellos vengan, yo me vaya a casa con Mike, que se ha quedado conmigo.
–Mike, ¿desde cuando trabajas para el señor Wolf?
–Hace unos siete años, señora. Cuando volví no dudó en contratarme.
–¿Volver? ¿De dónde?
–Afganistán.
–A ver si adivino... Bely, Sav y tú, ¿cierto?
Pese a ser muy parco en palabras, me explica que él y Bely se conocen desde que se alistaron hace casi quince años. Al parecer, Bely y Sav lo dejaron pero él continuó unos años más hasta que decidió irse. Según lo supo, Bely no dudó en darle trabajo a su lado. Me resulta curioso ver con el respeto que habla de él. Ya no se trata del respeto que se tiene por un jefe, sino del que se siente por alguien a quien se valora.
Mike me ha traído algo de desayuno de la cafetería pero no tengo hambre. Solo en pensar lo que está sucediendo a unos pocos metros de mí... En ese instante la puerta se abre y me levanto de un respingo. Es Hans. Parece estar agotado.
–¿Cómo está, Hans? Dime que ha ido bien, por favor.
–Ha salido como queríamos, Ena, tranquila, pero ya sabes que estará unos días en coma inducido para evitar complicaciones. Además de lo operado tiene el trauma cráneo encefálico y eso ya sabes lo que significa.
Cierro los ojos y apoyo mi cabeza en su hombro. Mi fiel amigo...Siempre conmigo cuando le necesito. Pese a lo grave de la situación, tengo esperanzas tanto en uno como buen profesional como en el otro por...por...porque sí. Sé que Bely no se rendirá tan fácilmente, y mucho menos después de saber su pasado como militar.
–Gracias, Hans...Gracias...
–No tienes que dármelas, encanto. Para empezar, quien ha realizado la operación es el doctor Rodríguez; yo solo le asistí. Además, donde realmente te iba a ser de utilidad era en el quirófano y no aquí.
En ese momento tanto Amy como Sav entran a la sala que nos han habilitado. En cuanto ven a Hans y me ven sonreír levemente respiran de alivio. Les comentamos lo pasado y, aunque siguen alarmados por su estado, todos lo tomamos como una pequeña victoria.
–Enseguida podréis verle. –Mira a Amy–. Y tú, encanto, me debes una lasaña de las tuyas para mí solo.
–¿Es que acaso compartes algo?
–Todo menos las chicas y tu lasaña.
El modo en que se miran y se hablan me hace sonreír. Es evidente que Amy está colada por él; lástima que él no tienes ojos más que para Martha.
Con la llegada del día la sala se va llenando de gente. A los ya presentes se suman Lara y Martha, mi querida suegra, Lupe, mi abuela e, incluso, los tres buitres. Ellos no dudan en hablarme de testamento y el contrato pero les corto en seco. Ahora mismo solo quiero que Bely esté bien, que se recupere lo mejor y antes posible.
Quieren hacerme cumplir mi palabra pero no pienso irme hasta verle. Necesito ver con mis propios ojos que está aquí...y conmigo. No me imagino sin él ahora mismo por mucho que me pese.
Una hora más tarde podemos entrar. En primer lugar lo hacemos su madre y yo. Estoy nerviosa. Al abrir la puerta y verle debo hacer un esfuerzo titánico por no llorar. Tubos y cables por todos lados, el bip de su corazón en un monitor, su cuerpo magullado, la sonda en un lateral... Respiro hondo y trago. Está mal, sí, pero sigue aquí, ante mí. Su madre está horrorizada. Me culpa de todo. No para de lanzar todo tipo de insultos contra mí. El que haya la posibilidad de que su hijo quede en silla de ruedas la espanta, casi parece que le decepcione, que le avergüence ese hecho. Mientras yo no paro de acariciar la mano de Bely haciéndole saber que estoy aquí, ella no cesa en insultarme, en decirme que su hijo será un tullido por mi causa.
–¿Eso es lo que quiere a su hijo? Ahora es cuando más debería apoyarle y responderle como madre, señora.
–Mi hijo era un hombre de pies a cabeza, no un... –Hace un gesto despectivo hacia la cama que me enfada–. Mírale.
Hasta me daría vergüenza que sepan que es mi hijo.
Oírla me duele y enfada a partes iguales. Jamás pensé que una madre pudiera ser tan...insensible con el sufrimiento de su propio hijo.
–Si tanto le avergüenza no aparezca por aquí, señora.
–¿Qué pretendes? ¿Que me deje sin prestación si se despierta y se entera de que no he estado?
Quedo helada al oírla. No le duele la idea de que piense que ella le dió de lado, sino que la deje sin el maldito dinero que le pasa. Ahora mismo siento profunda lástima por él y por Amy.
Sin pensarlo dos veces saco mi talonario y expido un talón.
Cuando se lo lanzo a la cara se desencaja.
–Si lo que le preocupa es el dinero, tenga. Lárguese a donde le dé la gana y no vuelva hasta que su hijo esté...digno de su estatus. Y no tema, cuando despierte y pregunte por usted le diré que no se ha despegado de su lado.
¡Duda! Esta mujer es completamente despreciable. Ahora entiendo lo que me advirtió mi abuela sobre su ambición.
–Muy bien. Dado que aquí no hago falta, avísame cuando despierte. Estoy tan disgustada que creo que me iré a Miami a descansar. –El hígado se me revuelve como nunca. Pobres Bely y Amy.
Quedo a solas con él un instante. Le observo y las lágrimas recorren mis mejillas. Pese a las magulladuras, su atractivo luce intacto, al menos para mí. Acaricio su rostro con cuidado mientras agarro su mano con fuerza. Quiero que sepa que estoy aquí, que no le voy a dar de lado en este momento pese a la situación tan extraña que nos rodea.
–No te vas a librar de mí, Bely. Si antes querías perderme de vista, ahora lo siento pero lo desearás y con motivo. Voy a ser tu sombra hasta que te repongas, y eso es un hecho, grandullón.
En mi hombro siento el cálido contacto de una mano. Al girarme veo a Amy y a Sav. Ambos me sonríen intentando darme algo de ánimos en ver mi estado.
–Ena, ve a descansar un poco, por favor. Llevas aquí desde anoche sin moverte ni comer nada. Ve y despéjate. Ya me quedo yo con el cabezota de mi hermano.
–Está bien, Amy. Iré un momento a ver a Topito y vendré en un par de horas. Si ocurre algo por favor llámame, te lo pido.
–Descuida, cuñada. –Nos abrazamos con verdadero cariño–. Me alegra que esté contigo.
Sav me acompaña hasta el coche, abrazados. En él he encontrado un buen apoyo en estos momentos. Se nota que le aprecia de verdad aunque no consiga entender su extraña amistad.
–Ena, ¿qué sabes realmente de Bely?
–Aparte de que es un malnacido al que le gustan las Barbie's, las albóndigas, el whisky solo, que habla en sueños, que le relaja la leche y que es muy inteligente... Nada. –En oírme sonríe y hace un gesto con la cabeza.
–Eso es bastante aunque no lo creas. –Hago una mueca de resignación con las cejas–. Si realmente quieres adentrarte en el laberinto que es Bely, te aconsejo ir a su piso.
Mike se encarga de llevarme a casa. De camino no paro de darle vueltas a las palabras de Sav. ¿Por qué me diría eso? Este hombre tiene predilección por los enigmas, por lo que veo. Me debato entre ir a un sitio donde nunca me invitarían o, simplemente, dejarlo estar.
–Mike, por favor, antes de ir a casa quisiera pasar por la casa de Bely. Sabes dónde es, ¿verdad?
Me mira a través del retrovisor y es evidente el desconcierto que le invade. Creo que lo último que esperaba era que le pidiera ir a donde seguramente Bely le haya dicho que no iría jamás.
–Por supuesto, señora. En diez minutos estaremos allí.
Hago el trayecto autoabrazándome, pensando en si hago bien o por el contrario debería olvidar esa absurda idea. Siento que no tengo derecho a violar su intimidad, pero también creo que, si quiero ayudarle de verdad, necesito saber algo más sobre él. Apenas le conozco y así será muy complicado poder darle el apoyo que va a necesitar.
Edificio Murano. Muy de su estilo, sí. Entramos al parking y de inmediato comenzamos a subir en el ascensor. Al llegar a destino Mike me abre la puerta gentilmente, pero me sorprende ver que no entra más allá del recibidor.
–La esperaré en el área de seguridad, señora. Solo tiene que apretar esto si me necesita –comenta mientras me da un pequeño mando.
–Gracias, Mike.
Él se va hacia un pasillo que hay a la derecha y me quedo plantada en medio del recibidor sin saber bien qué hacer, solo...observo. Realmente es...¿sobrio? Las paredes son de un blanco impoluto. En el recibidor apenas hay una fotografía, eso sí, gigantesca; ocupa casi toda una pared. Fondo negro y una vela blanca medio gastada. ¿Qué significará para él?
Al adentrarme en el salón quedo paralizada. ¡Vaya vistas!
Tiene unas excelentes vistas de la ciudad; de noche tiene que ser fascinante. En mobiliario no se ha esmerado demasiado. Solo un gran sofá de piel blanca y una butaca de igual material en contraste con el suelo de pizarra gris, una mesa de centro de cristal, un gigantesco televisor, chimenea de acero, un par de lámparas y mesa de comedor de cristal para seis personas. Nada más.
A la derecha hay algo que me llama la atención. Se supone que es la cocina pero...Es diminuta. Casi diría que es una barra de bar con frigorífico, microondas y fregadero incorporado.
Apenas hay muebles. Todo en acero. Nada de horno o fogones.
Nada. Comienzo a abrir con cierto apuro los escasas puertas que hay y nada. Solo encuentro unos pocos vasos, platos y copas.
Nada de cacerolas, sartenes o comida. Lo único comestible que hay son algunos frutos secos, bebida en la nevera y poco más.
¿Como diablos puede alguien vivir sin comida casera?
Desde mi posición puedo admirar por completo una impresionante réplica del Guernika tras el sofá. Me hace sonreír; le tira lo español por lo que veo. Quedo ensimismada en ese cuadro. ¿Por qué ese en concreto? Ese cuadro no simboliza precisamente algo que un hombre despreocupado y superficial pueda valorar. Al contrario.
Continúo mi “investigación” por toda la casa. La decoración es tremendamente minimalista. Apenas hay objetos decorativos o personales. Todo es tan sobrio... Atravieso un largo pasillo y llego a lo que deduzco es su dormitorio. La cama es gigantesca. Llama mi atención lo alta que es. Para subir creo que tendría que coger carrerilla. Blanco y gris. Toda la casa es igual, hasta el enorme cuarto de baño.
A la izquierda del dormitorio hay una puerta cerrada.
Agarro el tirador y dudo si abrir o no. Finalmente mi curiosidad gana. Quedo boquiabierta al entrar. Es la única estancia donde se respira algo de calidez. Hay una foto de él con Amy y otra de él con su padre. Esa foto debe tener mínimo veinticinco años. Se le veía feliz; a ambos de hecho. Este es su despacho. La gran mesa de nogal y las estanterías repletas de libros no engañan.
Hay un armario de madera finamente tallada. Lo abro y quedo paralizada.
Un uniforme verde, fotos de unos jovencísimos Bely, Sav y Mike en un Jeep con otro chico... Hay una cajita. ¿Medallas?
¿Bely obtuvo medallas? ¿Me he casado con una especie de héroe y yo sin saberlo? Quién lo iba a decir...
Continúo media hora más inspeccionando su casa. Desde el arsenal de condones de su mesilla de noche hasta el tipo de gel que usa pasando por un violín. Es un enigma. Si no supiera que es su casa diría que aquí vive alguien discreto, profundo, con interés cultural y sencillos gustos. La lástima es que se trata de Bely, el mismo que disfruta cambiando de Barbie cada dos por tres casi tanto como haciendo dinero.
Materialista, mujeriego e insensible hombre frente a cálido, apasionado y herido hombre. ¿Quién eres, Bely Wolf?
¿Cuál es tu verdadera cara? ¿La que me demuestras cuando me insultas o la que me demuestras en la intimidad?
Al llegar a casa Topito me espera en la puerta, pero no sonríe como de costumbre. Abraza su hormiguero y su peluche.
Está preocupado.
–¡Nana! ¡Nana!
–Hola, mi bebé...
Estrecharle entre mis brazos y olerle me recarga de energía al instante. Noto que me mira con el ceño fruncido, serio. Esa cabecita está dándole vueltas a algo, seguro.
–Nana, tienes mala cara. ¿Tienes pupitas de nuevo?
–No, bebé, solo estoy algo cansada, nada más.
–El señor Bely sí tiene pupitas, ¿verdad? Lupe me dijo que se había hecho muchas.
–Sí, Topito. Bely tiene pupitas en la espalda y la cabeza, por eso cuando vuelva a casa tienes que portarte muy bien y no molestarle, ¿vale? Además usará una silla muy chula para moverse. Las piernas se le han cansado y durante un tiempo no caminará.
–¿Se le han cansado? –Le asiento reprimiendo las lágrimas–. Normal, es que es muy... grande.
Hace el gesto con sus bracitos y me hace sonreír con su inocencia. Realmente estar con él es una inyección de energía descomunal.
Me ducho y apenas como una ensalada que me obliga Lupe.
Mientras la comía junto a Topito aproveché para explicarle al niño que en los próximos días apenas nos veremos porque debo cuidar a Bely. No se molesta, al contrario. Mi bebé demuestra una madurez que me asombra, sinceramente.
–Sí, nana. Además él cuidó de ti cuando te dolía la tripita.
Cuando vuelva te ayudaré a cuidarle, ¿vale? –Le asiento sin poder hablar por lo emocionada que estoy al oírle.
En la clínica, Amy aguarda donde la dejé, a su lado. Hans también ha pasado pero ya se ha ido a descansar un poco; se lo merece más que nunca, mi finwano. Entre las dos decidimos organizarnos para poder cuidar a Bely. Ambas tenemos algunas obligaciones inexcusables; ella el trabajo y yo a Topito.
A media tarde ella debe comenzar su turno, por lo que me quedo a solas con él. Solo el sonido de su latir me hace compañía. Es constante, con ritmo. Vivirá. Estoy segura de que vivirá y se repondrá. Vista su afición por la literatura decidí traerme el libro que quería leer esa maldita noche.
–¿Has leído Novelas Ejemplares? ¿No? Pues no temas, ya te las leeré yo. Ponte cómodo nene porque comienzo.