Una tibia mañana de mayo depositó su corpachón cubierto de escamas verdes en el Parque Forestal, como si hubiera deseado regocijar a los niños que jugaban y gritaban en el césped, vigilados de cerca por sus padres. Al principio, creyendo que era una estratagema publicitaria, no le hicieron caso. El dragón tuvo miedo del bullicio y trató de escapar, batió las alas, levantó polvo, mas solo consiguió atraer la atención de los presentes, que comenzaron a rodearlo. Estaba viejo y enfermo. Intentó exhalar una lengua de fuego para desanimar a los insensatos y una ridícula voluta de humo emergió desde sus fauces. Un niño se encaramó por su lomo chillando de felicidad. Cerró los ojos; estaba tan cansado.