Despierto en una habitación azul pastel, tapizada de cuadros de vivos colores. El cubrecama es carmesí. Por una ventana entra el aire fresco del campo. Los objetos se ven levemente alargados, como en un cuadro del Greco o de Modigliani. Me incorporo y miro el piso de tablas resquebrajadas donde se mezclan tonos de café y verde. Asomo la cabeza por la ventana y veo que es noche: inmensas estrellas cuelgan del cielo. Encuentro el espejo. Unos ojos fulgurantes me contemplan bajo una cabellera roja y salvaje. El aire se revuelve en derredor, forma corrientes coloridas. Entonces comprendo quién soy. Tomo la navaja y corto mi oreja. La sangre brilla como mil soles furibundos y caigo entre lirios, girasoles y campos de trigo infinitos.