14 La condición del buda

Para buscar genuino refugio en las tres joyas, con el profundo deseo de alcanzar la iluminación más elevada en beneficio de todos los seres sintientes, es necesario que comprendamos la naturaleza de esa iluminación. Debemos, por supuesto, reconocer que la naturaleza esencial de la vida mundana es estar llena de sufrimiento. Conocemos la futilidad de empeñarnos en proseguir en esa existencia cíclica, por tentador que esto pueda parecer.

Nos preocupamos por el sufrimiento que los otros experimentan constantemente y deseamos ayudarles a superarlo. Cuando nuestra práctica está motivada por esta aspiración, conduciéndonos hacia la iluminación última de la condición del buda, nos encontramos en el camino del Mahayana.

El término «Mahayana» ha sido asociado a menudo a las formas de budismo que emigraron al Tíbet, China y Japón. Este término se aplica a veces también a diferentes escue las filosóficas budistas. Sin embargo, uso aquí el concepto de «Mahayana» en el sentido de las aspiraciones internas de un practicante individual. La motivación más elevada que podemos albergar es la de proporcionar felicidad a todos los seres sintientes, y el mayor esfuerzo en que nos podemos embarcar es ayudarles a alcanzarla.

Los practicantes del Mahayana viven dedicados a alcanzar la condición del buda. Se esfuerzan por eliminar los modelos de pensamiento ignorantes, dañinos y egoístas que les mantienen alejados de esa iluminación completa, ese estado omnisciente que les permite beneficiar a los otros. Los practicantes se dedican a refinar las cualidades virtuosas, como la generosidad, la ética y la paciencia, hasta el punto de que darían lo que fuera de sí mismos y se someterían a cualquier prueba o injusticia con el fin de servir a otros. Más importante aún, desarrollan su sabiduría: la aprehensión del vacío. Trabajan para profundizar cada vez más en la aprehensión del vacío. Deben aguzar su capacidad de penetración e intensificar la sutileza de su mente con el fin de conseguirlo. No hay duda de que resulta difícil describir el proceso que les sitúa ya al final del proceso. Basta decir que cuando la aprehensión del vacío de la existencia inherente se convierte en algo más profundo, todo vestigio de egoísmo desaparece y uno se acerca a la iluminación. Sin embargo, tenemos que limitarnos a una aprehensión teórica hasta que comencemos a acercarnos realmente a ella.

Cuando la mente de un practicante ya se ha librado del último resto de malentendidos fruto de la ignorancia, estamos ya ante una mente pura, la mente de un buda. El practicante ha alcanzado la iluminación. Una iluminación que tiene, no obstante, un buen número de cualidades, a las que la literatura budista se refiere con el nombre de cuerpos. Algunos de estos cuerpos toman forma física y otros no. Estos últimos incluyen el cuerpo de la verdad, el nombre por el que se conoce a la mente purificada. La cualidad omnisciente de la mente iluminada, su capacidad de percibir constantemente todos los fenómenos además de su naturaleza vacía de toda existencia inherente es conocida como el cuerpo de la sabiduría de un buda. Y a la naturaleza vacía de esta mente omnisciente se le ha dado el nombre del cuerpo de la naturaleza de un buda. Ninguno de estos cuerpos (considerados como aspectos del cuerpo de la verdad) tiene forma física; todos han sido alcanzados a través de la «sabiduría» del camino.

Tenemos también las manifestaciones físicas de ese estado de iluminación. Entramos aquí en un ámbito que a muchos les resulta difícil de entender. Estas manifestaciones reciben el nombre de los cuerpos formales del buda. El cuerpo del gozo del buda es una manifestación con forma física, pero resulta invisible para casi todos nosotros. El cuerpo del gozo puede ser percibido únicamente por seres muy elevados, bodhisattva cuya profunda experiencia de la verdad última está motivada por el intenso deseo de alcanzar la condición del buda para la salvación de todos.

Desde este cuerpo del gozo emana espontáneamente un número infinito de cuerpos. A diferencia del cuerpo del gozo, estas manifestaciones son visibles y resultan accesibles para los seres humanos, seres como nosotros. Es gracias a los cuerpos de emanación que un buda nos presta su ayuda. En otras palabras, estas manifestaciones son formas del ser iluminado, que existen exclusivamente para beneficiarnos. Llegan a existir en el momento en que el practicante alcanza la iluminación absoluta como resultado de su aspiración compasiva de ayudar a los otros. Es gracias a estas emanaciones físicas que un buda enseña a los otros el método gracias al cual ha alcanzado su estado de libertad del sufrimiento. ¿Cómo nos ayuda el buda a través de estos cuerpos de emanación? Principalmente, gracias a la enseñanza. El Buda Shakyamuni, aquel que alcanzó la iluminación bajo el árbol Bodhi hace dos mil quinientos años, era un cuerpo de emanación.

La explicación de los diferentes aspectos referidos al estado iluminado del buda puede sonar un poco a ciencia ficción, en especial si exploramos las posibilidades de infinitas emanaciones de infinitos budas que se manifiestan en infinitos universos para ayudar a un número infinito de seres. Sin embargo, a menos que nuestra comprensión del buda sea lo bastante compleja para abrazar estas facetas cósmicas de la luz, el refugio que consigamos en él carecerá de la fuerza necesaria. La práctica del Mahayana, en la que nos comprometemos a proporcionar felicidad a todos los seres vivos, es una empresa enorme. Si nuestra compren sión del buda se limitara a la histórica figura de Shakyamuni, estaríamos buscando refugio en alguien que murió hace mucho tiempo y que ya no tiene el poder de ayudarnos. Para que nuestro refugio sea verdaderamente poderoso, debemos reconocer los distintos aspectos del estado de un buda.

¿Cómo explicar esta continuación eterna de la existencia de un buda? Echemos un vistazo a nuestra propia mente. Es como un río, un continuo fluir de momentos de co nocimiento que se encadenan unos con otros. La corriente formada por esos momentos de conciencia fluye hora tras hora, día tras día, año tras año, y, de acuerdo con la filosofía budista, vida tras vida. Aunque el cuerpo no puede acompañarnos una vez agotada la fuerza que nos da vida, los momentos de conciencia continúan, a través de la muerte y finalmente hacia la siguiente vida, cualquiera que sea su forma. Esta corriente de conciencia está en cada uno de nosotros, y no tiene ni principio ni fin. Nada puede detenerla. En este sentido se diferencia de emociones como la ira y la pasión, que pueden ser eliminadas aplicando el antídoto adecuado. Es más, se habla de la pureza de la naturaleza esencial de la mente; los elementos que la contaminan pueden ser eliminados, logrando así que esa pureza sea eterna.

Esta mente, libre de toda contaminación, es un cuerpo de la verdad del buda.

Si contemplamos desde esta perspectiva el estado de iluminación absoluta, crece nuestro aprecio de la magnitud del buda, al igual que nuestra fe. Al reconocer las cualidades de un buda, se intensifica nuestra aspiración de alcanzar ese estado. Llegamos a apreciar el valor y la necesidad de ser capaces de emanar de distintas formas con el fin de ayudar a infinitos seres. Esto nos da la fuerza y la decisión necesarias para llegar a alcanzar esa pureza mental que confiere la luz.