8 Meditar sobre la compasión

COMPASIÓN Y VACÍO

En última instancia, la compasión que debemos poseer es la que se deriva de nuestra penetración en el vacío, la naturaleza esencial de la realidad, el punto de unión entre lo vasto y lo profundo. Esta naturaleza esencial, como ya explicábamos en el capítulo 6, «Lo vasto y lo profundo», es la ausencia de existencia inherente en todos los aspectos de la realidad, la carencia de identidad intrínseca de cualquier fenómeno. Atribuimos esta cualidad de exis tencia inherente a nuestra mente y a nuestro cuerpo, y después percibimos este estatus objetivo, el yo. Este potente sentimiento referido a uno mismo se aferra a la naturaleza inherente de otros fenómenos, especialmente de aquellos objetos que nos gustan y queremos poseer. La ira o la infelicidad son el resultado indirecto de esa cosificación y de ese deseo de posesión cuando se nos niega lo que se ha convertido en objeto de nuestro anhelo, ya sea un coche o un ordenador nuevo. La cosificación no es nada más que conceder a esos objetos una realidad que no poseen.

Cuando la compasión se une a esta comprensión de cómo todo nuestro sufrimiento se deriva de un malentendido con la naturaleza de la realidad, ya hemos dado un paso más en nuestro viaje espiritual. Reconocer como base del infortunio esta percepción errónea, ese apego equivocado a un yo no existente, implica ver que ese sufrimiento puede ser eliminado.

Una vez corregida la percepción, el sufrimiento ya no volverá a molestarnos.

Ser conscientes de que el sufrimiento de la gente es evitable y puede superarse comporta el desarrollo de una compasión aún más profunda por los otros. Sin embargo, aunque nuestra compasión puede ser fuerte, es probable que tenga también unas pinceladas de desesperanza, incluso de desesperación.

COMO MEDITAR SOBRE LA COMPASIÓN Y LA BONDAD

Si nos mueve el sincero deseo de desarrollar la compasión es preciso que dediquemos más tiempo a ello del que requieren las sesiones de meditación habituales. Es un objetivo al que debemos comprometernos con todo nuestro corazón. Si disponemos de un período de tiempo diario para sentarnos y dedicarnos a la contemplación, perfecto. Como ya he sugerido, las primeras horas de la mañana son ideales para ello, ya que en esos momentos nuestras men tes se encuentran especialmente claras. Sin embargo, la compasión requiere una dedicación mayor. Durante las sesiones más formales podemos, por ejemplo, trabajar en la empatía y la proximidad hacia otros, reflexionar sobre su desdichada situación. Una vez hemos generado un genuino sentimiento de compasión en nosotros mismos, debemos aferrarnos a él, limitándonos a observarlo, utilizando la meditación contemplativa que he descrito para mantenernos centrados en ello, sin aplicarle ningún razonamiento. Esto ayuda a enraizar esta actitud; cuando el sentimiento comienza a debilitarse, aplicamos de nuevo razones que vuelvan a estimular nuestra compasión. Nos movemos entre ambos métodos de meditación, al igual que los alfareros trabajan la arcilla, primero humedeciéndola para luego darle la forma que necesitan.

Normalmente es mejor no dedicar mucho tiempo al principio a la meditación formal. En una noche no generaremos compasión por todos los seres vivos, ni tampoco en un mes o en un año. Solo con ser capaces de reducir el alcance de nuestros instintos egoístas y desarrollar un poco más de inquietud por los otros antes de morir, ya podremos decir que hemos aprovechado esta vida. En cambio, si nos empeñamos en conseguir el estado del buda en poco tiempo, pronto nos cansaremos. La mera visión del lugar donde nos sentamos para meditar estimulará nuestra resistencia.

LA GRAN COMPASIÓN

Se dice que el estado del buda puede alcanzarse en una sola vida. Solo practicantes extraordinarios que han dedicado muchas vidas anteriores a prepararse para esta oportunidad pueden conseguirlo. Solo podemos sentir admiración por esos seres y tenerlos como ejemplo para desarrollar la perseverancia en lugar de situarnos en posiciones extremas. La mejor actitud se halla a medio camino entre el letargo y el fanatismo.

Deberíamos asegurarnos de que la meditación ejerce algún efecto o influencia sobre nuestras acciones cotidianas. Gracias a ello todo lo que hacemos fuera de las sesiones formales de meditación se convierte en parte de nuestro entrenamiento de la compasión. No nos resulta difícil simpatizar con un niño que está en el hospital o con un amigo que llora la muerte de su pareja. Debemos empezar a considerar cómo mantener el corazón abierto hacia aquellos a los que normalmente envidiaríamos, aquellos que disfrutan de riqueza y de un excelente nivel de vida. Solo mediante la profundización en el concepto de sufrimiento obtenida durante las sesiones de meditación somos capaces de relacionarnos con esas personas con compasión. En realidad, deberíamos entablar este tipo de relación con todos los seres, advirtiendo que su situación siempre depende de las condiciones del círculo vicioso de la vida. En este sentido toda interacción con los demás actúa como catalizador en el desarrollo de nuestra compasión. Es así como mantenemos los corazones abiertos en la vida diaria, fuera de los períodos formales de meditación.

La verdadera compasión posee la intensidad y la espontaneidad de una madre cariñosa que sufre por su bebé enfermo. A lo largo del día, todos los actos y pensamientos de la madre giran en torno a su preocupación por el niño. Esta es la actitud que deseamos cultivar hacia todo ser. Cuando la experimentemos, habremos alcanzado ya la «gran compasión».

Cuando alguien consigue sentir esa gran compasión y la bondad que la acompaña, cuando su corazón se agita en pensamientos altruistas, puede emprender la tarea de liberar a todos los seres del sufrimiento que soportan en su existencia cíclica, el círculo vicioso de nacimiento, muerte y renacimiento del que todos somos prisioneros. El sufrimiento no se limita a nuestra situación actual. De acuerdo con el enfoque budista, nuestra situación actual como humanos es relativamente cómoda. Sin embargo, si echamos a perder esta oportunidad, nos arriesgamos a experimentar muchas dificultades en el futuro. La compasión nos permite evitar el pensamiento egocéntrico. Experimentamos una gran alegría y nunca caemos en el extremo de buscar solo nuestra felicidad o salvación personales. Luchamos a todas horas para desarrollar y perfeccionar nuestra virtud y nuestra sabiduría. Con ese nivel de compasión, llegaremos a poseer todas las condiciones necesarias para alcanzar la iluminación. Por lo tanto, la compasión debe ser nuestro objetivo desde el inicio del viaje espiritual.

Hasta el momento, hemos tratado de las prácticas que nos permiten frenar las conductas poco íntegras. Hemos discutido cómo trabaja la mente y cómo debemos trabajar en ella de la misma forma en que lo haríamos sobre un objeto material, aplicando ciertas acciones con el fin de provocar los resultados deseados. Reconocemos que el proceso de abrir nuestro corazón no es diferente. No hay ninguna receta mágica que haga brotar la compasión o la bondad: hay que dar forma a nuestra mente de manera hábil, y con paciencia y perseverancia veremos cómo crece nuestra preocupación por el bienestar de los otros.