2 La meditación, un inicio

A lo largo de este capítulo exploraremos las técnicas para cambiar nuestros hábitos mentales por otros más virtuosos. En este empeño podemos usar dos métodos de meditación: por un lado, la meditación analítica, la vía mediante la cual nos familiarizamos con nuevas ideas y actitudes mentales, y, por otro, la meditación contemplativa, que centra la mente en el objeto elegido.

Aunque todos aspiramos de forma natural a ser felices y deseamos superar nuestra desdicha, el dolor y el sufrimiento siguen ahí. ¿Por qué? El budismo enseña que, en realidad, somos nosotros quienes influimos en las causas y circunstancias que generan nuestra infelicidad, resistiéndonos a menudo a realizar actividades que podrían conllevar una felicidad más duradera. ¿Cómo puede ser? En nuestra vida diaria nos dejamos llevar por poderosos pensamientos y emociones, lo que, a su vez, da pie a estados mentales negativos. Este círculo vicioso se encarga de perpetuar no solo nuestra infelicidad sino también la de los demás.

Tenemos que hacernos el firme propósito de modificar esas tendencias y reemplazarlas por otras. Como una rama joven de un árbol viejo que acabará absorbiendo la vida de ese árbol y creando un nuevo ser, debemos nutrir nuestras inclinaciones cultivando deliberadamente prácticas virtuosas. Este es el verdadero significado y objetivo de la meditación.

Contemplar la dolorosa naturaleza de la vida, estudiar los métodos con los que poner fin a nuestra desdicha constituye una forma de meditación. Este libro es una forma de meditación.

Cuando hablamos de meditación nos referimos al proceso mediante el cual transformamos nuestra actitud más instintiva, ese estado mental que solo pretende satisfacer el deseo y evitar el malestar. Tendemos a dejar que la mente nos controle y nos conduzca por su egocéntrico camino. La meditación es el proceso que nos permite aumentar nuestro control sobre la mente y guiarla en una dirección más virtuosa. Podemos considerarla una técnica por la que disminuimos la fuerza de los antiguos hábitos de pensamiento y desarrollamos otros nuevos.

Gracias a ella nos protegemos de aquellas actitudes de pensamiento, palabra o acción que nos provocan el sufrimiento. La meditación constituye la base de nuestra práctica espiritual.

Esta técnica no es exclusiva del budismo. De la misma forma que un músico entrena las manos, un atleta los reflejos, un lingüista el oído y un filósofo la percepción, nosotros dirigimos nuestra mente y nuestro corazón.

Por tanto, familiarizarnos con los distintos aspectos de la práctica espiritual es ya una forma de meditación, aunque para obtener algún beneficio es necesario ir más allá de una simple lectura. Si está interesado en ello, recuerde lo que hicimos en el capítulo anterior con las consecuencias negativas derivadas de hablar sin pensar: primero vimos el abanico de conductas que implicaba y luego las investigamos más a fondo para comprenderlas mejor.

Cuanto más explore un tema sometiéndolo a un exhaustivo escrutinio mental, más profundamente llegará a comprenderlo. Esto le permitirá juzgar su validez. Si a través del análisis concluye que algo no le resulta válido, apártelo de usted. Sin embargo, si llega a la conclusión objetiva de que es cierto, notará que la fe en esa verdad toma una dimensión mucho más sólida. Este proceso de búsqueda y escrutinio debe tomarse como una forma de meditación.

El propio Buda dijo: «Oh monjes y sabios, no aceptéis mis palabras únicamente por respeto hacia mí. Debéis someterlas a un análisis crítico y aceptarlas solo cuando vuestro entendimiento os aconseje hacerlo». Esta excelente frase posee múltiples implicaciones. Está claro que el Buda nos está diciendo que cuando leemos un texto no debemos confiar solo en la fama de su autor sino en el contenido. Y que, al tratar de captar ese contenido, deberíamos atender más al significado que al estilo literario. Por lo que respecta al tema en cuestión, debemos fiarnos más de nuestra comprensión empírica que de nuestra capacidad intelectual.

En otras palabras, debemos desarrollar un conocimiento del dharma que trascienda al puramente académico. Debemos integrar las verdades de las enseñanzas del Buda en las profundidades de nuestro ser de manera que queden reflejadas en nuestras vidas. La compasión sirve de bien poco si permanece solo como una idea y no se convierte en una actitud hacia los otros que imprime su huella en todos nuestros pensamientos y acciones. Del mismo modo, el simple concepto de humildad no hace que la arrogancia disminuya, sino que debe convertirse en el estado habitual del ser.

FAMILIARIZARSE CON EL OBJETO ELEGIDO

La palabra tibetana que designa a la meditación es gom, que significa «familiarizarse».

Cuando usamos la meditación en nuestro camino espiritual, lo que hacemos es familiarizarnos con un objeto elegido; un objeto que no tiene por qué ser una cosa física, ni una imagen del Buda o de Jesús en la cruz. Puede tratarse de una cualidad mental, como la paciencia, que queremos cultivar mediante la meditación contemplativa, o el movimiento rítmico de la respiración en el que nos concentramos para serenar nuestra mente inquieta o simplemente la claridad y el conocimiento -la conciencia-, con la intención de comprender su verdadera naturaleza. Todas estas técnicas, que nos permiten ampliar el conocimiento del objeto elegido, están descritas con detalle en las páginas siguientes.

Por ejemplo, cuando estamos decidiendo qué coche comprar, leyendo sobre los pros y los contras de distintas marcas, acabamos desarrollando un cierto apego por las cualidades de un modelo determinado. A medida que contemplamos estas cualidades, se intensifica el aprecio que sentimos por ese coche y aumenta el deseo de poseerlo. Virtudes como la paciencia y la tolerancia pueden cultivarse de forma parecida: contemplamos las cualidades que forman la paciencia, la paz mental que nos genera, el entorno armónico que se crea y el respeto que engendra en los otros. También podemos trabajar para reconocerlos efectos negativos de la impaciencia, la ira y la falta de satisfacción que sufrimos a causa de ella, el temor y la hos tilidad que provoca en quienes nos rodean. Si nos esforzamos en seguir esas líneas de pensamiento, nuestra paciencia evoluciona de forma natural, haciéndose más y más fuerte cada día, cada mes, cada año. Controlar la mente es un proceso lento, sin embargo, una vez hemos dominado la paciencia, la satisfacción que se deriva de ello supera con creces a la que puede proporcionarnos el mejor coche del mundo.

En realidad, desarrollamos ese tipo de meditación con bastante frecuencia en nuestra vida cotidiana, aunque somos especialmente hábiles a la hora de familiarizarnos con las tendencias negativas. Cuando alguien nos disgusta, somos capaces de fijar nuestra atención en los defectos de esa persona hasta llegar a formarnos una firme opinión de su cuestionable naturaleza. Nuestra mente permanece centrada en el «objeto» de la meditación y nuestra aversión hacia esa persona se intensifica. El proceso se repite cuando nos concentramos en algo o alguien que nos atrae especialmente: hace falta muy poco para mantener nuestra concentración. Resulta más difícil concentrarse en el cultivo de una virtud, lo que constituye una indicación certera del abrumador peso que ejercen en nosotros emociones como el apego y el deseo.

Existen muchas formas de meditación. Algunas no requieren un lugar especial o una postura física concreta: podemos meditar mientras conducimos o paseamos, cuando vamos en autobús o en tren, e incluso mientras nos duchamos. Si deseamos dedicar cierto tiempo a una práctica espiritual más concentrada, es aconsejable aprovechar las primeras horas del día, ya que es entonces cuando la mente está en estado de máxima alerta y claridad. Resulta útil sentarse en un entorno tranquilo con la espalda recta, ya que dicha postura ayuda a permanecer concentrado. Sin embargo, es muy importante recordar que debemos cultivar hábitos mentales virtuosos en cualquier momento y lugar, extendiendo la meditación más allá de las sesiones puramente formales.

MEDITACIÓN ANALÍTICA

Como ya he dicho, hay dos tipos de meditación que pueden usarse a la hora de contemplar e interiorizar los temas de que trato en este libro. Primero tenemos la meditación analítica, en la que la familiaridad con un objeto elegido -ya sea el coche deseado o la compasión y paciencia que pretendemos alcanzar- se cultiva mediante un proceso de análisis racional. No nos limitamos a concentrarnos en un tema, sino que cultivamos un sentido de proximidad o empatía con el objeto elegido aplicando en ello nuestras facultades críticas. Se trata de la forma de meditación que enfatizo cuando exploramos los diferentes temas que necesitan ser cultivados en la práctica espiritual. Algunos de esos temas son específicos de la práctica budista y otros no. En cualquier caso, una vez nos hemos familiarizado con un tema mediante este tipo de análisis, es importante mantener la concentración en él mediante la meditación contemplativa con el fin de interiorizarlo con más profundidad.

MEDITACIÓN CONTEMPLATIVA

El segundo tipo es la meditación contemplativa. Se produce cuando concentramos la mente en un objeto sin tratar de analizarlo o reflexionar sobre él. Cuando meditamos sobre la compasión, por ejemplo, desarrollamos empatía hacia los otros y nos esforzamos por reconocer el sufrimiento por el que están pasando. De esto se ocupa la meditación analítica.

Sin embargo, una vez el sentimiento de compasión se ha alojado en nuestros corazones, una vez la meditación ha cambiado positivamente nuestra actitud hacia los otros, permanecemos absortos en ese sentimiento, sin dedicarle reflexión. Esto ayuda a hacer más honda esa compasión. Cuando sentimos que el sentimiento se debilita, podemos recurrir de nuevo a la meditación analítica con el fin de revitalizarlo antes de volver a la meditación contemplativa.

Con el tiempo y la práctica constante aumentará nuestra habilidad de alternar las dos formas de meditación para intensificar la cualidad deseada. En el capítulo 11, «La inmanencia serena», examinaremos más a fondo la técnica para desarrollar la meditación contemplativa hasta el punto de que podamos mantenernos concentrados en el objeto deseado durante todo el tiempo que queramos. Como ya he dicho, este «objeto de meditación» no tiene que ser necesariamente algo que podamos «ver». En cierto sentido, uno funde su mente con el objeto con el fin de familiarizarse con él. La meditación contemplativa, como sucede con otras formas de meditación, no es una práctica virtuosa en sí misma. Es el objeto en el que nos concentramos y la motivación que nos lleva a hacerlo lo que determina la dimensión espiritual de este proceso. Si nuestra mente se centra en la compasión, la meditación es virtuosa; si el esfuerzo se dedica a la ira, no hay en él la menor virtud.

Debemos meditar de forma sistemática, cultivando la familiaridad con el objeto elegido de forma gradual. Estudiar y atender a los consejos de maestros cualificados constituye una parte importante de este proceso, ya que nos permite una reflexión posterior sobre lo que hemos leído o escuchado encaminada a aclarar cualquier duda, confusión o malentendido. Este mismo proceso sacude nuestra mente y más tarde, cuando nos concentramos en el objeto, conseguimos fundirla con él tal y como deseábamos que sucediera.

Es importante que seamos capaces de concentrarnos en temas simples antes de intentar meditar sobre los aspectos más sutiles de la filosofía budista. La práctica previa nos ayuda a desarrollar la habilidad necesaria para analizar y permanecer centrados en temas complejos como antídoto a todo nuestro sufrimiento, al vacío inherente a la existencia.

Tenemos ante nosotros un largo viaje espiritual. Debemos ser cuidadosos a la hora de elegir el camino, cerciorarnos de que contiene los métodos que nos conducen a nuestro objetivo. En ocasiones, el trayecto se convierte en una escarpada cuesta y debemos saber cómo reducir la velocidad hasta alcanzar el paso del caracol, mientras nos aseguramos de no olvidar los problemas del vecino o de ese pez que nada en aguas contaminadas a miles de kilómetros de distancia.