11 La inmanencia serena

La inmanencia serena, o concentración en un punto único, es una forma de meditación que se da siempre que elegimos un objeto y fijamos nuestra mente en él. Este grado de concentración no se consigue de una sentada. Poco a poco, iremos viendo cómo aumenta el poder de concentración de nuestra mente. La inmanencia serena es el estado de sosiego en que la mente es capaz de seguir concentrada en un objeto mental durante tanto tiempo como deseemos, con una calma exenta de toda distracción.

En esta práctica, como en todas las demás, la motivación es de nuevo el factor fundamental. La habilidad para concentrarse en un único objeto puede usarse con finalidades diversas. Su dominio es una pura cuestión de práctica, y es la motivación la que determina el resultado. Obviamente, como practicantes espirituales, estamos interesados en motivos virtuosos que persiguen un fin igualmente dotado de virtud. Analicemos, pues, los aspectos técnicos de esta práctica.

La inmanencia serena es practicada por miembros de muchos cultos distintos. Un meditador da inicio al proceso de entrenar su mente mediante la elección de un objeto de meditación. Un practicante cristiano puede optar por la cruz o la Virgen María como único referente de motivación. Debe de resultar más difícil para un practicante musulmán debido a la carencia de imaginería religiosa propugnada por el islam, pero podría elegir su propia fe en Alá, ya que el objeto de meditación no tiene por qué ser un ente material. Por tanto, uno puede mantener la concentración en una profunda fe en Dios. O en la ciudad santa de La Meca. Los textos budistas toman a menudo la imagen del Buda Shakyamuni como ejemplo de objeto de concentración. Uno de los beneficios de ello es que permite tomar conciencia de cómo crecen las grandes cualidades de un buda, al mismo tiempo que crece la apreciación de su bondad. El resultado es un sentimiento de mayor proximidad al Buda.

La imagen del Buda en la que nos concentramos para la meditación no debería ser un cuadro o una estatuilla. Aunque se puede usar una imagen tridimensional para familiarizarnos con la forma y proporciones del Buda, es la imagen mental de ese Buda la que tiene que servirnos de objeto de concentración. Es en la mente donde debería conjurarse la visualización del Buda. Una vez ha sucedido esto, el proceso de inmanencia serena puede comenzar.

El Buda visualizado no debería estar demasiado lejos ni demasiado cerca. Lo correcto es imaginarlo a unos cinco metros delante de nosotros, a la altura de nuestras cejas, con un tamaño no mayor de quince centímetros. Resulta muy útil visualizar una imagen pequeña dotada de un intenso brillo, como si estuviera hecha de luz. Esto nos ayudará a evitar la somnolencia o la pereza mental. Por otro lado, también debemos conferir a esa imagen un peso. Atribuir cierto peso a la imagen resulta útil para evitar la tendencia natural de la mente a la inquietud.

Cualquiera que sea el objeto de meditación elegido, la concentración debe poseer dos cualidades: estabilidad y claridad. El enemigo natural de la estabilidad es la excita ción, la dispersión, uno de los aspectos del apego. La mente se distrae a menudo con pensamientos asociados a objetos que deseamos, lo que dificulta el desarrollo de la estabilidad necesaria para permanecer verdadera y serenamente concentrados en el objeto elegido. La claridad, por otro lado, se ve a menudo desafiada por la lasitud mental, tendente a ralentizar el funcionamiento de la mente.

Desarrollar la calma duradera implica dedicar un prolongado esfuerzo, hasta dominar el proceso por completo. Se dice que es esencial disponer de un entorno tranquilo y de amigos que nos ayuden. Debemos dejar a un lado las preocupaciones mundanas -familia, negocios o relaciones sociales- y dedicarnos exclusivamente a desarrollar esta capacidad de concentración. Al principio, es mejor plantearse muchas sesiones de meditación de escasa duración durante el curso del día: de diez a veinte sesiones de entre quince y veinte minutos.

A medida que se desarrolla la capacidad de concentración, podremos ir alargando las sesiones y reducir su frecuencia. Debemos sentarnos en una posición de meditación formal, con la espalda recta. Si se persiste con diligencia en esta práctica es posible llegar a la calma duradera en unos seis meses.

Un meditador debe aprender a aplicar antídotos a los obstáculos que se le presenten.

Cuando la mente parece excitarse y empieza a fijarse en algún recuerdo agradable o alguna obligación inmediata, hay que detenerla y devolver su atención al objeto elegido. Al principio, resulta difícil desarrollar la calma duradera, ya que mantener la mente concentrada en el objeto durante más de un momento ya supone un esfuerzo insoportable. La conciencia sirve para redirigir la mente, devolviéndola una y otra vez a su objeto. Una vez centrada la mente, la conciencia la mantiene allí, sin permitir que varíe su foco de atención.

La introspección asegura que la concentración se mantenga estable y clara. Mediante la introspección somos capaces de detener la mente cuando esta se dispersa o excita. A veces, las personas muy enérgicas se muestran incapaces de mirar a su interlocutor a los ojos mientras hablan: no paran de dirigir la mirada a un lado y a otro. Con la mente dispersa sucede algo parecido: no puede fijar la atención debido al nerviosismo. La introspección nos permite concentrarnos en el interior y tranquilizar un poco la mente, disminuyendo así la excitación mental. Eso restablece la estabilidad.

La introspección también descubre cuándo la mente cae en la lasitud o el letargo, empujándola de vuelta al objeto en que debe concentrarse. Eso supone un problema para aquellos que son apáticos por naturaleza: su meditación pasa a ser demasiado relajada, carente de vitalidad. La introspección vigilante permite elevar la mente mediante pensamientos alegres, aumentando así la claridad y la agudeza mental.

A medida que empezamos a cultivar la calma duradera, resulta evidente que mantener la atención en el objeto elegido, aunque solo sea durante un breve período de tiempo, es ya todo un desafío. No hay que desanimarse: se trata de un signo positivo ya que, al menos, hemos caído en la cuenta de la actividad extrema que agita la mente. Si perseveramos en la práctica y aplicamos con eficacia la concienciación y la introspección, podremos prolongar la duración de esa difícil concentración manteniendo a la vez la alerta, la vitalidad y la vibración del pensamiento.

Existen muchos tipos de objetos, materiales y conceptuales, que pueden usarse para desarrollar la concentración. Se puede cultivar la calma duradera tomando la conciencia en sí misma como centro de la meditación. No obstante, resulta difícil tener un concepto claro de lo que es la conciencia, ya que su comprensión no puede proceder de una descripción meramente verbal. La comprensión genuina de la naturaleza de la mente debe venir de la experiencia. ¿Cómo cultivar esta comprensión? Primero, debemos prestar atención a los pensamientos y emociones experimentados, a la forma en que la conciencia surge en nosotros, a la forma como trabaja la mente. Normalmente experimentamos todo esto cuando interactuamos con el mundo externo: con nuestros recuerdos o proyecciones de futuro. ¿Estás irritable por las mañanas? ¿Cansado por las tardes? ¿Marcado por el fracaso de una relación? ¿Preocupado por la salud de tu hijo? Deja todo esto a un lado. La verdadera naturaleza de la mente, una clara experiencia de nuestro conocimiento, queda ensombrecida en la vida cotidiana. Cuando meditamos sobre la mente, debemos tratar de concentrarnos en el presente, evitando la intrusión de experiencias pasadas en esa reflexión. La mente no debería dirigirse al pasado, ni dejar que le influyan temores o esperanzas relacionados con el futuro. Una vez prevenida la aparición de tales pensamientos lo que queda es el intervalo entre los recuerdos de experiencias del pasado y las previsiones o proyecciones de futuro. Este intervalo es un espacio vacío, y es en él donde debemos concentrarnos.

Inicialmente, la experiencia de este espacio es solo fugaz. Sin embargo, con la práctica, se va prolongando. Al hacerlo se aclaran los pensamientos que obstruyen la expresión de la naturaleza real de la mente. De forma gradual, el conocimiento puro empieza a ver la luz, haciendo cada vez mayor ese intervalo, hasta que resulta posible saber qué es la conciencia.

Es importante comprender que la experiencia de este intervalo mental -la conciencia vacía de todo proceso de pensamiento- no es una especie de lienzo en blanco. No es lo que se experimenta durante el sueño profundo o cuando se es víctima de un desmayo.

Al principio de la meditación, debería decirse a sí mismo: «No voy a permitir que me distraigan pensamientos de futuro, anticipaciones, esperanzas, o temores, ni dejaré que la mente vague hacia los recuerdos del pasado. Permaneceré concentrado en este momento presente». Una vez cultivado ese deseo, tomaremos como objeto de meditación el espacio entre pasado y futuro, limitándonos a mantener la conciencia de él, libre de todo proceso de pensamiento conceptual.

LOS DOS NIVELES DE LA MENTE

La mente tiene dos niveles por naturaleza. El primero es la clara experiencia de conocimiento que acabamos de describir. La segunda y última naturaleza de la mente se expe rimenta con la constatación de la ausencia de existencia inherente en la mente. Con el fin de desarrollar la concentración en la naturaleza última de la mente, debemos empezar por tomar el primer nivel -la clara experiencia de conocimiento- como centro de la meditación. Una vez alcanzado, se puede pasar a contemplar la falta de existencia inherente de la mente. Lo que aparece en la mente es en realidad el vacío o la falta de toda existencia intrínseca.

Este es el primer paso. Después, nos concentraremos en este vacío. Se trata de una forma de meditación muy difícil que supone un duro reto. Se dice que un practicante del máximo calibre debe primero cultivar una comprensión del vacío y luego, basándose en esta comprensión, usar el propio vacío como objeto de meditación. Sin embargo, resulta útil disponer de la cualidad que hemos llamado calma duradera para que nos ayude a comprender el vacío a un nivel más profundo.