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Parker tomó el autobús Carey desde La Guardia hasta el edificio de la Terminal del East Side en la calle 37 de Manhattan. Allí le esperaba un Chevrolet alquilado, pero dejó que esperara un poco más, mientras se llegaba a la Grand Central. Eran las cinco del domingo por la tarde y la estación estaba muy concurrida. Parker se abrió paso hasta donde estaban las cabinas de teléfono y los listines.

Desde el principio para Parker comprar una casa implicaba comprarla en las zonas residenciales fuera de la ciudad. En la Terminal de las Aerolíneas del East Side había listines de los barrios de Nueva York —excepto Staten Island—, pero el hombre al que Parker estaba buscando estaría viviendo en el condado de Nassau o en el condado de Westchester, o quizá incluso en el condado de Fairfield, ya en Connecticut.

Había un «Wells, Chas. F.» en el condado de Nassau. Parker sabía por May que Stubbs tenía planeado rastrear en el listín telefónico a todos los candidatos y después hacerles una visita uno por uno. También sabía que Stubbs empezaría por la propia ciudad.

Pero tarde o temprano se le tendría que haber ocurrido a Stubbs que Wells vivía fuera de la ciudad, y Stubbs le llevaba seis días de ventaja. No había tiempo para hacerlo al modo de Stubbs. Parker memorizó el número de ese Wells del condado de Nassau, sacó unas monedas del bolsillo y se dirigió a una de las cabinas.

Primero habló con una operadora, e introdujo más monedas en la ranura. Entonces escuchó los timbrazos. Estaba a punto de dejarlo correr, después de diez timbrazos, cuando respondió una voz masculina.

—Quiero hablar con Charles F. Wells —dijo Parker.

—Soy yo.

—Soy Wallerbaugh.

Si era el Wells equivocado, se mostraría desconcertado. Si era el Wells correcto, el nombre lanzado sobre él de este modo lo descolocaría.

Así fue. Hubo un silencio, y después se escuchó la voz, cautelosa y recelosa:

—¿Puede repetirme el nombre, por favor?

—Soy el doctor Adler —dijo Parker. Para estar absolutamente seguro.

El silencio esta vez fue más prolongado, y después la voz sonó baja y agresiva:

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

Parker colgó. Se alejó de la cabina, atravesó la concurrida estación y tomó un taxi hasta la Terminal de las Aerolíneas. Era el Wells correcto, y seguía vivo. Eso podía significar que Stubbs todavía no había dado con él, pese a que había tenido seis días para hacerlo. O podía significar que Stubbs lo había encontrado y Wells había demostrado su inocencia. También podía significar que Stubbs lo había localizado y ahora estaba muerto.

La dirección no era muy precisa. Reardon Road, Huntington, Long Island. Había un mapa en la guantera del Chevrolet alquilado y Parker localizó Huntington y decidió cuál era el mejor camino para llegar allí. El túnel de Queens, porque era fácil llegar hasta él desde la terminal, y después la autovía de Long Island, la carretera de Glen Cove hasta el peaje de Hempstead Norte, que conectaba con la 25A y después esa carretera hasta Huntington. Una vez allí, ya preguntaría a alguien para llegar hasta Reardon Road.

Volvió a guardar el plano en la guantera.