5
El tipo que vendía las pistolas se llamaba Fox. Maurice Fox, se leía en el escaparate de la tienda, Artículos de Fontanería. En el interior, la tienda era larga, estrecha y oscura. Había una hilera de wáteres cubiertos de polvo, otra de lavabos de porcelana y cubos llenos de juntas de tuberías y grifos a lo largo de una de las paredes.
Un hombre de escasa estatura e incipiente calvicie, ataviado con un arrugado traje gris y gafas torcidas se le acercó por el pasillo entre las hileras de wáteres y lavabos.
—¿Sí?
—Soy Flynn. Tiene tres pipas para mí.
—Sí, no me gusta tener que guardarlas aquí tanto tiempo. —Parpadeaba continuamente tras sus gafas y tenía los ojos acuosos—. Las tengo desde el jueves y hoy ya estamos a martes.
—No he podido venir antes.
—Es un mal asunto. —Negó con la cabeza, mientras sus ojos seguían parpadeando insistentemente—. Venga conmigo.
Se volvió y lo condujo por el pasillo. Pasaron a la trastienda y bajaron por una precaria escalera a un sótano de paredes enyesadas. Fox pulsó un interruptor colocado sobre una viga y a su izquierda se encendió una bombilla desnuda.
Fox le guió hasta un tabique de madera con una pesada puerta también de madera. Sacó un llavero repleto de llaves del bolsillo, eligió la que necesitaba y abrió la puerta. Entraron y Fox encendió otra bombilla desnuda. Cerró la puerta después de que pasase Parker.
La habitación era pequeña, y lo parecía incluso más por las cajas que se apilaban junto a las cuatro paredes. El suelo era de listones de madera colocados sobre el cemento, excepto un pequeño cuadrado en el centro en el que no había madera sobre el sumidero. En la pared del fondo las cajas estaban apiladas en estantes y Fox cogió una de ellas y sacó una Sauer automática de 7,65 mm. Se la pasó a Parker, buscó otra caja y sacó un revólver Police Positive del 38. En la tercera búsqueda pescó un revólver de cañón corto Smith & Wesson del 32.
Parker inspeccionó las armas. La Sauer todavía tenía el número de serie, pero en las otras dos se había borrado. Observó con más detenimiento la del 32 y vio que habían usado ácido para borrarlo.
Fox rebuscó en otra caja y sacó dos paquetes marcados como «Clavos». Uno de ellos además también llevaba una X.
—En la que lleva la X están las del calibre 32. En la otra, las del 38.
—De acuerdo.
Fox metió la mano por última vez en una de las cajas y en esta ocasión sacó dos cargadores para la Sauer.
—¿Quiere probarlas?
—Sí.
Fox se situó en el centro de la habitación, se arrodilló y sacó la tapa del sumidero. Dentro solo había mugre.
—Aquí —dijo, volviendo a ponerse de pie—. No se preocupe por el ruido. Las cajas lo absorben. Aquí se oirá mucho, porque la habitación es pequeña, pero fuera no se oirá nada.
Parker dejó los dos revólveres y los paquetes de municiones encima de una de las cajas de madera cerradas y metió uno de los cargadores en la Sauer. Se colocó con las piernas ligeramente separadas frente al sumidero y apuntó allí. Sacó el seguro y disparó. Se produjo un estruendo, que reverberó en las paredes y cajas. Parker volvió a poner el seguro, sacó el cargador y echó un vistazo al cañón a la luz de la bombilla. La pistola estaba en buenas condiciones.
Fox colocó una bala en el tambor del 32 y otra en el del 38 y Parker las probó las dos. Al terminar, los oídos le pitaban. El 32 estaba mal calibrado —dejó una muesca en el cemento al borde del agujero cuando disparó—, pero se podía utilizar, y las otras dos armas estaban bien. Asintió.
—¿Cuánto?
Fox señaló las tres pistolas que reposaban sobre la caja.
—Setenta y cinco, setenta y cinco y sesenta. Doscientos diez. Y el precio incluye la munición.
—El 32 no está muy bien. No vale sesenta.
Fox se encogió de hombros.
—Entonces cincuenta. Se lo dejo todo por doscientos.
—De acuerdo.
Parker contó el dinero y Fox se lo metió en una cartera vieja. Después empaquetó cuidadosamente las tres pistolas y la munición en una pequeña caja de madera, añadió guata de relleno para que no se moviesen en la caja y cerró la tapa con tachuelas.
—Debería limpiarlas cuando llegue a casa.
—Lo haré.
Volvieron arriba y Parker salió por la puerta delantera y se metió en el Ford. Condujo hasta Irvington y le dejó las armas a Skimm para que las limpiase y las guardase. Y después volvió a la granja para sacar a pasear a Stubbs.