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Consiguieron el segundo camión ese jueves, en Harrisburg, Pennsylvania. Handy fue a buscarlo, porque ese día Parker iba a recoger un carnet de conducir y papeles de propiedad del camión. Había quedado con un impresor y una vez más el contacto era a través de Lawson. Le llevó tres horas y después Parker fue al taller de reparaciones para esperar a Handy y el nuevo camión.

El taller estaba en Dover, y el propietario, un tipo hosco vestido con una camiseta interior, sabía por Lawson que Parker aparecería por allí. Parker se presentó como Flynn y esperó la llegada de Handy.

Handy apareció a las siete y media de la tarde. El camión tenía seis años. La cabina era una amplia International Harvester, pintada de verde, y el remolque otro Fruehauf. Este había salido más caro —mil quinientos— y era mucho mejor camión. Le habían quitado la calefacción, los guardabarros y las alfombrillas y todas las luces excepto las mínimas legales, pero al menos el motor funcionaba perfectamente y el remolque estaba en buenas condiciones. La matrícula original era de Pennsylvania y de lo más peligrosa, así que Handy había tenido que pagar cien dólares extra por una matrícula más segura de Indiana.

Parker estudió el remolque y le pareció que cumpliría su función perfectamente. Tenía dos puertas traseras, además de una puerta a cada lado justo en el centro. La estructura interior de madera estaba llena de marcas pero intacta. Parker le dijo al propietario del taller lo que quería: que bloquease las puertas traseras y la del lado derecho, y que pusiese un cerrojo en el exterior de la de la izquierda suficientemente sólido como para mantener a alguien allí encerrado. Él y Handy se fueron a tomar un café y después al cine.

Cuando volvieron, un poco antes de la medianoche, el trabajo ya estaba acabado. El dueño pretendía cobrarles cien dólares, pero le dieron ochenta. La pasta para financiar la operación se estaba acabando, quedaban menos de quinientos dólares.

Condujeron hasta Newark y Handy aparcó el camión en una calle en la que ya había otros camiones aparcados. Después él y Parker fueron caminando hasta donde habían dejado el otro camión el día anterior, y Handy lo condujo a lo largo de ocho manzanas y lo volvió a aparcar. No era recomendable dejar un vehículo aparcado en un mismo sitio más de veinticuatro horas. Tras mover el segundo camión, fueron hasta la Cafetería Shore Points.

Ahora eran casi las cuatro de la madrugada del viernes. La cafetería estaba cerrada y prácticamente no había tráfico en la carretera 9. Handy sostuvo su reloj en la mano para poder consultarlo a la luz del salpicadero, y Parker salió con un acelerón del aparcamiento. Primero tenía que ir hacia el sur, dar la vuelta y volver en dirección norte. En este tramo de la 9 solo había un par de semáforos, y aminoraron la velocidad cuando se acercaron al primero, para asegurarse de que lo cogían en rojo.

Cuando se puso verde, Parker aceleró hasta ponerse a ochenta y dejaron atrás a toda velocidad el segundo semáforo. Parker tuvo que reducir para girar y tomar la 440 por un desvío circular a la derecha que dejaba atrás la 9 y pasaba por debajo de la 440. El desvío después ascendía y conectaba con la 440 y permitía girar a la derecha o a la izquierda. Había una señal de Stop y ellos tenían que girar a la izquierda.

Se pararon, aunque no había tráfico, y Handy contó lentamente hasta diez, mirando el reloj que sostenía en la mano. Entonces Parker giró a la izquierda y avanzaron a setenta por hora, la velocidad máxima permitida en ese tramo, hasta el siguiente semáforo. Llegaron a él justo antes de que se pusiese verde y tuvieron que frenar por completo.

—La próxima vez hay que hacerlo en quince —dijo Handy.

—De acuerdo.

Después venía una rotonda y otro semáforo, que se puso en rojo cuando estaba a menos de cincuenta metros.

—Este nos va a joder —dijo Handy.

—Pasaré por el anterior más rápido —le aseguró Parker—. Aceleraré un poco más en la rotonda. Circularé a cincuenta en lugar de a cuarenta.

—Será durante el día. Habrá tráfico.

—Si lo hacemos así la jodemos —aseguró Parker.

Lo lógico hubiera sido ensayar el recorrido un lunes por la mañana a las once, pero Alma o Skimm los hubiesen podido ver y se hubieran preguntado qué demonios estaban haciendo.

Cuando el semáforo se puso verde, Parker condujo hasta el puente, pero no lo cruzaron. No había más semáforos desde aquí hasta el desvío. Dio la vuelta y regresaron a la cafetería, asegurándose de nuevo de tener que detenerse en el primer semáforo. Cuando se puso verde, aceleró e iba a ochenta cuando llegaron a la altura de la cafetería.

—Diecisiete segundos —dijo Handy.

—Perfecto.

Dieron la vuelta y esperaron a que el semáforo se pusiera rojo antes de volver a intentarlo. Parker entró en la zona con gravilla del aparcamiento pisando el freno en el último segundo y giró hasta dejar el coche en la posición en la que estaría el día del golpe.

—Trece —anunció Handy—. Catorce. Quince. Dieciséis. Diecisiete.

Parker volvió a realizar el recorrido, salió de la cafetería en dirección sur, giró y enfiló hacia el norte. Dejaron atrás el primer semáforo y Handy volvió la cabeza para mirarlo, sin dejar de cronometrar. Se puso rojo diez segundos después de que hubiesen pasado. Cruzaron el segundo semáforo también en verde y giraron para tomar la 440, y Handy volvió a cronometrar diez segundos, porque ahora los tiempos eran diferentes. Habían pasado el primer semáforo justo después de que se pusiese en verde y el segundo justo antes de que se pusiera en rojo.

—Ahora sí lo hemos conseguido —dijo Parker.

—Si los semáforos funcionan igual durante el día.

—Puede que los reprogramen en la hora punta. Pero no a las once de la mañana.

—De todos modos...

—Lo volveré a ensayar mañana por la mañana, para asegurarnos.

Parker acompañó a Handy de vuelta a su casa en Newark y después regresó a su motel. Dejó una nota pidiendo que lo despertaran a las diez y la deslizó por la ranura para el correo de la puerta de la recepción. Tuvo la sensación de apenas haber dormido cuando la encargada del motel golpeó con los nudillos en su puerta.

Se levantó, se duchó, desayunó y se dirigió con el coche a la cafetería. Skimm estaba aparcado en el aparcamiento de la tienda de muebles. Parker dejó el Ford estacionado junto a la cafetería, se acercó hasta él y hablaron unos minutos. Después se metió en el Ford y dio marcha atrás para dejarlo en la posición en la que estaría el día del golpe.

Dedicó unos segundos a encender un cigarrillo, mientras contemplaba la carretera. Pasaron varios coches en dirección sur y Parker salió del aparcamiento y los siguió. Volvió a hacer el recorrido y los semáforos funcionaron igual que la noche anterior.

Satisfecho, fue a la granja y dejó salir a Stubbs para que respirara aire fresco durante un par de horas. Stubbs se mostró hosco y nervioso. Desde hacía un par de días se negaba a hablar y ese día siguió con la misma actitud. El tic en su mejilla izquierda, que había empezado el día anterior, había empeorado.