8

Uno no hace nada el día antes de un golpe. Se limita a quedarse tumbado y tomárselo con calma. Parker fue a ver una película a primera hora de la tarde y otra en la sesión de noche y después se tomó unas cervezas en un bar. Quería llevarse un pack de seis al motel, pero en Nueva Jersey no se puede comprar un pack de seis cervezas pasadas las diez de la noche.

El lunes por la mañana se levantó a las siete y fue con el coche hasta Irvington, a casa de Skimm. Skimm tenía el Dodge. Le entregó a Parker la Sauer y el 38, y se quedó el 32 para él, y fueron con los dos coches hasta Newark y recogieron a Handy. Handy subió al Ford de Parker y este le dio el 38.

Recogieron el camión en mejor estado y Handy se puso al volante. Los tres se dirigieron a la Cafetería Shore Points, donde Alma ya estaba trabajando. El aparcamiento lateral en el que iban a dar el golpe estaba vacío. Aparcaron el Ford en la plaza en la que siempre aparcaba el furgón blindado y el camión a su derecha, en la parte más alejada de la carretera. Handy se metió en la cafetería y Parker y Skimm volvieron a Newark con el Dodge.

Fueron a buscar el otro camión, el que estaba en un estado deplorable, y Parker lo condujo por la 9 hasta el otro lado del río Raritan, aparcó en el arcén y sacó un mapa de carreteras. Lo estudió durante un rato. Skimm aparcó un poco más al sur, al final de una pendiente en curva, donde tenía una amplia panorámica del tramo de carretera que había dejado atrás. También estuvo un rato estudiando el mapa de carreteras. Eran las diez menos cinco.

Ahora todos estaban en su posición. El camión en buen estado estaba aparcado donde permanecería durante el golpe. El Ford estaba al lado, aparcado en diagonal, de modo que bloqueaba la plaza en la que aparcaría el furgón blindado y la que ocuparía el camión malo, para que ningún cliente pudiese estacionar en ellas. Skimm y Parker esperaban tres kilómetros más al norte el paso del furgón blindado. Handy estaba en la cafetería, tomándose un café.

A las diez y diez, Alma le dijo a Benjy que había que fregar el suelo de la parte derecha de la cafetería. Puso una silla en el pasillo y un cartón, con el aviso «Zona cerrada al público». Había una pareja sentada en una de las mesas de ese lado, pero se marcharon a las diez y cuarto, cuando les llegó el olor a amoníaco de la fregona de Benjy. Handy salió justo después de ellos, se sentó en el Ford y se tomó su tiempo para encender un cigarrillo.

A las diez y veinticinco, Skimm vio el furgón blindado asomando por la pendiente que tenía a sus espaldas. Puso en marcha el motor del Dodge y arrancó en dirección sur pisando el acelerador hasta el límite de velocidad permitido, ochenta por hora. Cuando Handy lo vio aparecer, dio marcha atrás con el Ford, salió del aparcamiento de la cafetería y enfiló hacia el sur detrás de él. En cuanto el furgón blindado pasó por donde estaba Parker, este dejó el mapa, metió la segunda y lo siguió. Skimm, que ya había dejado atrás la cafetería, giró en la primera rotonda y volvió en dirección norte. Handy giró en la segunda rotonda y también volvió hacia la cafetería.

El furgón blindado entró en el aparcamiento de la cafetería y aparcó en su plaza habitual, al lado del camión en buen estado. El conductor se apeó, fue hasta la parte trasera del furgón y abrió para que saliese el guardia. Cerraron y se dirigieron a la cafetería. En el momento en que cruzaban la puerta, apareció Parker con el camión en mal estado y lo aparcó en la plaza libre a la izquierda del furgón blindado. Se apeó y entró en la cafetería. Se sentó en el taburete más próximo a la caja registradora y pidió un café.

Skimm pasó de nuevo frente a la cafetería en dirección norte para asegurarse de que el camión malo bloqueaba la visión del furgón blindado, y dejó atrás la cafetería. En el cruce con la 35 giró y volvió hacia el sur. Paró el coche tocando a la entrada del aparcamiento de la cafetería y sacó el mapa de carreteras. Mantuvo el motor en marcha.

Handy fue en dirección norte, tomó el primer cruce, adelantó a Skimm en su Dodge y se dirigió a la parte trasera de la cafetería. Ya llevaba puestos los pantalones azules y ahora se puso la camisa azul con una corbata. Se colocó el cinturón y la pistolera y metió el 38 en la pistolera. Se puso las gafas de sol y sostuvo el gorro del uniforme en la mano.

En el interior de la cafetería, Parker vio que el conductor y el guardia estaban a punto de salir. Él estaba junto a la caja registradora, así que pagó antes de que lo hicieran ellos. Cuando salieron, se lo encontraron situado entre el camión y el furgón, dándole patadas a la rueda delantera derecha del camión. Entonces retrocedió, echó un vistazo a la doble fila de neumáticos del mismo lado de la parte trasera de la cabina y meneó la cabeza. Cuando el conductor y el guardia estaban ya casi a su altura, se dirigió a la parte trasera y examinó la doble fila de neumáticos del remolque. Meneó la cabeza indignado y dijo:

—Me cago en la puta.

Lo dijo en voz alta, y el conductor y el guardia le miraron y sonrieron.

Cuando desaparecieron de la vista de Skimm detrás del camión malo, este dejó el mapa y puso la primera en el Dodge. Se metió avanzando lentamente en el aparcamiento y se detuvo mirando hacia el bosque detrás de la cafetería, con el guardabarros delantero de la izquierda muy próximo a la trasera del camión bueno, y del guardabarros trasero de la izquierda muy próximo a la trasera del camión malo.

Cuando Handy escuchó a Parker decir «Me cago en la puta» se puso la gorra y avanzó por el costado de la cafetería hacia el camión bueno.

El conductor sacó la llave y la metió en la cerradura de la puerta trasera del furgón blindado. Se apartó un poco y el guardia sacó otra llave y terminó el trabajo de desbloquear la puerta. Cuando tiró del manubrio de la puerta para abrirla Parker se acercó, y mientras el guardia miraba hacia el interior de la parte trasera del furgón, Parker le golpeó con la culata de la Sauer.

En ese momento asomó Handy por la parte trasera del camión bueno con la 38 en la mano derecha y una navaja en la izquierda. Apretó el cañón de la pistola contra la espalda del conductor y le puso la navaja en el cuello.

—Quédate muy quieto —le susurró. La verdadera amenaza era la pistola, pero la navaja era un apoyo psicológico. A la mayoría de gente le asusta más un cuchillo que una pistola.

El conductor se estremeció y abrió los ojos como platos. Parker le dijo en voz baja:

—Sube al furgón y dile al otro guardia que abra la puerta.

Handy bajó la mano izquierda y apretó suavemente la navaja contra la cadera del conductor.

—Un movimiento en falso —le amenazó— y te castro.

Skimm salió del Dodge y trajo cuerdas y mordazas. Él y Parker ataron y amordazaron al guardia inconsciente y lo llevaron hasta el camión bueno. Parker abrió la puerta lateral y lanzaron dentro al guardia. Después fue hasta el furgón blindado para ayudar a Handy.

El guardia que esperaba en la cabina del furgón vio al conductor y entrevió otra figura uniformada detrás de él. Abrió la puerta del lado del conductor y vio un resplandor de luz reflejada en el momento en que el conductor caía al suelo. Y en ese mismo momento Handy lo encañonó con el 38.

—¡Sal!

El guardia dudó. Vio al conductor tendido boca abajo en el sueño. Tragó saliva y salió lentamente del furgón.

Parker lo apremió mientras bajaba. Él y Skimm ataron y amordazaron al conductor y después al segundo guardia, mientras Handy empezaba a trasladar las sacas y las cajas del furgón blindado al Dodge. Parker y Skimm metieron a los dos en el camión bueno junto al primer guardia y Parker cerró la puerta mientras Skimm iba a ayudar a Handy. En cuanto la puerta estuvo cerrada, Parker ayudó a acabar el traslado de la pasta del furgón al Dodge.

En el interior de la cafetería, Alma pisó el suelo todavía húmedo que acababa de fregar Benjy bajo la atenta mirada de este, y echó un vistazo por la ventana. Vio que estaban acabando, así que cruzó la cocina y salió por la puerta trasera, deslizando un cuchillo de mondar en su monedero.

Skimm se puso al volante del Dodge y Parker y Handy se dirigieron hacia el Ford. El golpe les había llevado tres minutos. Alma salió en el momento en que Handy se estaba cambiando la camisa y dijo:

—Nos vemos en la granja.

—De acuerdo —dijo Handy. Parker estaba al volante del Ford y no dijo nada.

El Dodge llegó a la esquina del edificio, con la parte trasera baja debido al peso que ahora llevaba, y se detuvo. Skimm se deslizó hacia el asiento del copiloto y Alma se puso al volante. El Dodge enfiló el camino de tierra.

Handy acabó de cambiarse la camisa y se sentó en el asiento del copiloto del Ford. Tiró la camisa azul y el cinturón y la cartuchera en el suelo del asiento trasero. Parker arrancó el Ford, pasaron junto a la cafetería y se detuvieron un momento cerca de los dos camiones y el furgón.

Había tráfico en dirección sur y al rato dejaron de verse coches. Cuando volvieron a circular coches, Parker se unió a ellos y siguieron la ruta sin problemas, pasando todos los semáforos en verde. Cruzaron el puente y pagaron los cincuenta centavos en el peaje de estilo misión californiana y tomaron la circunvalación que conectaba con la 440. Se sintieron más relajados, porque ya estaban en otro estado, pero Parker siguió conduciendo a gran velocidad. Tenían un coche delante de ellos, a bastante distancia, y ninguno detrás. Se cruzaron con un coche que venía en dirección contraria, hacia el puente.

Cuando llegaron al lugar que habían elegido para tender la trampa, Parker giró a la izquierda en un claro despejado de árboles. Dejó el coche en punto muerto, puso el freno de mano y se apeó. En el portaequipajes llevaba unas gafas de sol, una gorra de beisbol roja, un banderín rojo y una enorme señal metálica en la que se leía: «Desvío» escrito con letras negras sobre un fondo amarillo.

Parker se puso las gafas de sol y la gorra y se guardó el banderín en el bolsillo trasero del pantalón. Miró a ambos lados de la carretera, no se veía ningún coche, así que cruzó al otro lado y encontró una rama partida. La utilizó para sostener la señal en el carril derecho, justo delante del desvío que no llevaba a ningún sitio. Mientras tanto, Handy movió el Ford para que quedase oculto entre los arbustos, de cara a la carretera. Cuando Alma tomase el desvío, lo cruzaría para bloquearle la salida.

Parker encendió un cigarrillo y esperó. Se acercó un Volkswagen verde claro, que aminoró la velocidad cuando vio a Parker y la señal de desvío. Parker sacó el banderín rojo y le hizo gestos para que siguiera adelante por el carril libre. El Volkswagen lo hizo; en su interior viajaban un joven al volante y a su lado una chica con un pañuelo amarillo y gafas de espejo. Al pasar, ella miró a Parker y después se volvió para seguir mirándolo por la ventanilla trasera.

—Parecía un tipo duro.

El joven la miró, pero vio su propia cara reflejada en las gafas de espejo en lugar de los ojos de ella. Pero entonces ella se lamió el labio superior con la punta de la lengua húmeda y temblorosa, y él dijo:

—Ah, un cavador de zanjas.

Parker acabó de fumarse el cigarrillo y miró a Handy. Handy estaba inclinado sobre el volante, en una posición que denotaba nerviosismo. Parker empezó a preguntarse si Skimm estaría finalmente en el ajo. Si lo estaba, ella no aparecería por la carretera. Pero no tenía sentido que Skimm estuviese al tanto de los planes de ella, no parecía posible.

A lo lejos apareció otro coche y Parker permaneció allí de pie, en tensión. Pero cuando se acercó resultó ser un viejo Packard negro con una anciana muy peripuesta al volante, y Parker le hizo señas para que siguiese adelante. Pero ella detuvo el coche y asomó la cabeza por la ventanilla.

—¿Qué pasa aquí, jovencito?

—Trabajos de mantenimiento —respondió Parker.

—¡La verdad es que ya era hora! —Se puso de nuevo al volante y arrancó.

Un poco después de que el Packard desapareciese de su vista en la curva que había a lo lejos, Parker vio el Dodge acercándose. Supo que era el Dodge en cuanto lo vio y le hizo señas a Handy. Handy sonrió y levantó el cuerpo del volante. Ahora ya podía relajarse. El Dodge se fue acercando y Parker vio que Alma iba sola, así que él había acertado con su intuición.

El Dodge se acercaba a gran velocidad, a demasiada velocidad para alguien que no podía permitirse que una patrulla le obligase a detenerse, y Parker se apartó del carril libre y agitó el banderín rojo ante ella, mientras con la otra mano hacía señas indicándole que debía girar a la derecha. El coche sufrió un ligero zarandeo cuando ella pisó el freno y después giró.

En el último instante ella debió reconocer a Parker o entrever el Ford junto a la carretera, porque volvió a frenar en seco e intentó regresar a la carretera, pero ya era demasiado tarde y el guardabarros delantero de la izquierda topó con un árbol. El Ford avanzó y giró, cerrándole el paso, y Handy corrió hacia el Dodge. Llevaba el 38 en la mano, pero cuando llegó allí el trabajo ya estaba hecho y Parker ya estaba guardándose la Sauer debajo de la camisa. Alma solo había logrado dar tres pasos después de salir del coche.

Abrieron la puerta del portaequipajes y allí estaba Skimm con un cuchillo de mondar clavado en el pecho, motivo por el cual ella había tardado en aparecer más de lo que esperaban. Lo sacaron de allí y cogieron el dinero. El Ford tapaba la visión desde la carretera, de modo que ninguno de los coches que pasaban de tanto en tanto les molestó.

Había cuatro cajas metálicas con billetes y cinco sacas con monedas. Handy se encargó de las cerraduras de las cajas y empezaron a contar el dinero. Los billetes estaban agrupados en fajos de cien, de modo que el contaje no les llevó mucho tiempo. Había algo más de cincuenta y cuatro mil dólares en billetes.

Parker apartó seis mil para cubrir la financiación y se repartieron el resto en dos mitades. Parker metió su parte en la maleta que llevaba en el portaequipajes del Ford; Handy colocó la suya en dos de las cajas metálicas y las guardó en el portaequipajes del Dodge. Después Parker cogió una saca en cada mano y se metió en el bosque. El suelo estaba blando y cuando llegó a un arroyo se detuvo y dejó caer las sacas al suelo. En el camino de vuelta se topó con Handy que cargaba sus dos sacas.

Parker volvió a recoger la quinta saca y cuando llegó de nuevo al arroyo, Handy ya había abierto una de las sacas y estaba desparramando cartuchos de monedas de veinticinco centavos por el suelo. Parker abrió otra de las sacas, que en este caso contenía cartuchos de monedas de un centavo, se desplazó un poco arroyo arriba y empezó a vaciarla. Tiró los cartuchos de monedas al suelo y les fue dando patadas para lanzarlos al arroyo.

Les llevó un rato dejar todas las monedas desparramadas por allí. No las querían, porque no compensaban el lío de acarrearlas. Probablemente había menos de seiscientos dólares entre las cinco sacas, y esos seiscientos eran más incómodos de trasladar y más peligrosos de gastar que los cincuenta y cuatro mil en billetes. Los bancos de la zona estarían en alerta ante posibles extraños que quisieran cambiar cartuchos de monedas. Y deshacerse de un tubo aquí y de otro allá sería un trabajo a jornada completa. La policía lo sabía, y todos los ladrones profesionales lo sabían, así que las monedas prácticamente nunca formaban parte de un botín.

Una vez hubieron terminado de sembrar toda la zona de cartuchos de monedas, rasgaron las sacas y les prendieron fuego. Después regresaron a los coches. Parker ya había sacado de la carretera la señal de desvío y ahora se la llevó al bosque y la lanzó bien lejos. Handy, mientras tanto, puso en marcha el Dodge; el golpe contra el árbol no había causado grandes destrozos, solo había abollado el guardabarros y el parachoques. Sería su vehículo para darse a la fuga, porque no iba a volver al Nueva jersey con Parker.

Se despidieron.

—Puedes ponerte en contacto conmigo a través de Joe Sheer —le dijo Parker.

—Arnie La Pointe normalmente sabe por dónde paro —respondió Handy.

—De acuerdo.

Parker dio la vuelta con el Ford y enfiló hacia el puente. Por el retrovisor vio el Dodge verde tomando el desvío que llevaba hasta el ferry. Él dio una larga vuelta para llegar hasta la granja, evitando pasar cerca de la cafetería. Fue por New Brunswick y eran casi las dos cuando llegó allí.

Entró y lo primero que vio fue que la automática ya no estaba encima de la mesa. Lo segundo en lo que se fijó fue que la puerta de la despensa seguía atrancada. Salió, mirando a su alrededor, y dio una vuelta alrededor de la granja hasta que descubrió el irregular agujero en el muro exterior por el que Stubbs había escapado después de resquebrajar la pizarra. Fue hasta el camino de tierra y vio las pisadas de Stubbs marcadas en la blanda arcilla, entre las roderas. Hizo una mueca, volvió a la granja y descubrió que Stubbs incluso se había tomado su tiempo para afeitarse.

No podía haber esperado un día más, pensó Parker. Tenía que complicarlo todo otra vez. Echó un vistazo por las pendientes que rodeaban la granja, llenas de matorrales. «¿Adónde demonios has ido, Stubbs? —pensó—. ¿Dónde te has metido, Stubbs?».