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A Stubbs le llevó todo el sábado y la mayor parte del domingo averiguar que ninguna de esas once opciones tampoco correspondía con el Charles F. Wright que buscaba. Había encontrado un hotel en el lado oeste de Manhattan que se parecía lo suficiente a uno de Newark como para ser su gemelo, y cuando volvió a su habitación desde el Bronx a última hora de la tarde del domingo, no sabía cuál sería su próximo movimiento. Se sentó en la cama, porque no había ninguna silla, y fumó un cigarrillo tras otro, intentando pensar.

Charles F. Wells vivía en Nueva York, pero no figuraba en ninguno de los listines de la ciudad. ¿Significaba eso que después de todo no estaba en Nueva York? ¿O simplemente que no tenía teléfono? ¿O qué tenía un número que no figuraba en el listín?

Si vivía en Nueva York eso significaba que en efecto vivía allí. De modo que había que llegar a la conclusión de que o bien no tenía teléfono o bien su número no figuraba en los listines. Y como era un hombre rico, lo lógico era que tuviese teléfono pero el número no apareciese en los listines.

Stubbs apagó su cigarrillo y de inmediato encendió otro. Muy bien. Este Wells, el que Stubbs buscaba, tenía un teléfono que no figuraba en ningún listín. Eso significaba que Stubbs no podría encontrarlo consultando los listines, lo cual quería decir que tendría que dar con otro modo de encontrarlo.

Mientras pensaba, mientras se exprimía los sesos para dar con una solución, Stubbs recordó los viejos tiempos, cuando a veces se encontraba ante una situación parecida a esta. Ibas a la ciudad y había un tipo al que estabas buscando y tenías que encontrar; estaba de tu lado, o contra ti o simplemente necesitabas dar con él por algún motivo. Pero en aquel entonces podías contar con el Partido y con los contactos locales. Siempre había contactos locales, gente del Partido o simpatizantes, y podías acudir a ellos y explicarles tu problema. Ellos conocían la situación local, tenían algún contacto aquí o allá y podían ayudarte a encontrar al tipo en cuestión. Pero ahora ya no había ningún Partido al que acudir. Y además esta situación no tenía nada que ver con el Partido. Stubbs se frotó la cabeza y recordó su época en el Partido, los buenos tiempos en los que las ideas fluían en su cabeza como si fuesen sobre ruedas, cuando conocía las preguntas y las respuestas. Ahora ya no sabía muy bien qué pensaba del Partido, si consideraba que lo que le había sucedido había merecido la pena o no, porque nunca pensaba en el Partido sino en la gente a la que conoció entonces. Recordaba rostros de esa época, y significativos instantes congelados de las huelgas, como aquel en que el sheriff arrolló con su vehículo a la niña. Eso había acabando resultando positivo porque unió a los trabajadores y provocó que la huelga se hiciera resistente como el acero, hasta que un maldito idiota mató a un capataz por una rencilla personal y entonces, como era de esperar, los obreros se asustaron y la huelga se desinfló.

Era en cierto modo extraño que actualmente solo recordase a la gente. En aquel entonces nunca había pensado en la gente, tan solo en los grandes temas, en las teorías y los dogmas, y en las masas, y ahora que todo había terminado y había perdido la mitad de su cerebro en la lucha ya nunca pensaba en los grandes temas.

Charles F. Wells. Dejó a un lado sus recuerdos, enojado consigo mismo por perder el hilo de su misión, aunque fuese por un minuto. Tenía que encontrar a Charles F. Wells. No con la ayuda del Partido, porque eso ya no existía, sino por sus propios medios.

Solo que no sabía cuál era el siguiente paso que tenía que dar.

Wells estaba en Nueva York, eso era todo lo que sabía. ¿Cómo lo sabía? Porque May se lo había dicho. ¿Cómo lo sabía May? Porque Wells había hablado con ella, con el doctor y con las dos enfermeras y les había dicho que en cuanto le quitasen los vendajes se iría a vivir a Nueva York.

Que se iba a comprar una casa en Nueva York.

Stubbs bizqueó y clavó la mirada en el dibujo de la colcha que cubría la cama. ¿Era eso lo que le había dicho May? Charles F. Wells se iba a vivir a Nueva York, se iba a comprar una casa allí y ya tenía a un par de agentes inmobiliarios buscándosela. Eso era lo que había comentado Charles F. Wells y eso era lo que May le había dicho a Stubbs, y él lo había olvidado todo excepto la parte sobre Nueva York.

Las dos semanas pasadas en la oscuridad en la granja le habían hecho olvidar muchas cosas y ese importante detalle de que se iba a comprar una casa era una de las que había olvidado. Pensó en todos los apartamentos que había visitado, en todos los edificios de apartamentos por todo Nueva York a los que había ido y en todo el tiempo que había perdido. Una de las personas a las que había visitado en Brooklyn vivía en una casa, y también dos de las personas de Queens, pero ninguno de ellos vivía en el tipo de casa en la que viviría un hombre rico. ¿En qué parte de Nueva York podría encontrar el tipo de casa que un millonario compraría para vivir en ella?

Entonces pensó en los suburbios residenciales. Si un rico se iba a comprar una casa cerca de Nueva York, ¿diría que se iba a Nueva York a comprarse una casa? Sí, diría eso. Y si un tipo quería estar cerca de Nueva York pero también mantener su privacidad del modo en que Charles F. Wells la deseaba, ¿elegiría los alrededores para vivir? Sí, lo haría.

Stubbs se sintió aliviado. Había pensado todo eso él solo, finalmente había sido capaz de poner sus neuronas en funcionamiento, recordar detalles importantes y tomar decisiones importantes. Apagó el último cigarrillo y se levantó de la cama sonriendo, salió del hotel y caminó por la ciudad hasta la Grand Central de nuevo.

Había un listín del condado de Nassau y el mapa de la tapa mostraba que el condado de Nassau estaba en Long Island, pasados Brooklyn y Queens. Y en la sección de la W aparecía un tal «Wells, Chas. F». Stubbs supo de inmediato que ese era su hombre. Supo sin asomo de duda que esta vez sí había dado con el hombre correcto. Se apuntó la dirección y el número de teléfono y cerró el listín.

Mientras caminaba por la estación, miró hacia delante y vio a Parker. Se paró en seco, incrédulo, y entonces otra gente cruzó por delante de él y ya no estuvo seguro de si realmente era Parker a quien había visto. Tal vez su cerebro le estuviese jugando una mala pasada. En cualquier caso, se dio la vuelta y se marchó en otra dirección.