Escena: 25
Ralf se mantuvo inexpresivo; mirada ausente, sumergida en sus recuerdos. Se armó de valor y abrió el cerrojo. Colocó sus manos en las esquinas del estuche y abrió la tapa. El interior revestido en terciopelo rojo guardaba celosamente una esvástica de madera. Ralf la agarró por una de sus esquinas. La imagen de un hombre vino a su mente; Adolf Hitler. Cuatro palabras retumbaron en sus oídos: «Un símbolo de poder»
Ralf tomó la sierra, la apretó y colocó la zona dentada en la esvástica. Ahora retumbaron nueve palabras en sus oídos: «Es madera de teca; la más fuerte del mundo»
Ralf agarró la esvástica por el núcleo con una mano y por una de las esquinas con la otra. Respiró profundo y tensó los músculos. Sangre brotó de las heridas en su pectoral y omóplato izquierdos. La esvástica no cedió. La puso en la mesa y trató de tranquilizarse. Giró el rostro y miró su pectoral; la herida seguía manando sangre. Un recuerdo vino a su mente; el secreto que le reveló Olga antes de morir: «¿Recuerdas a tu abuela? Mamá y yo tenemos el mismo linaje. Nunca lo olvides; todo lo que nace de un vientre judío, permanece judío»
La furia invadió su rostro. Tomó la esvástica y comenzó a tensarla. Sus mandíbulas oprimían de tal forma sus dientes que parecía se fueran a pulverizar. Las venas de la frente le brotaron. La esvástica empezó a ceder.
La adrenalina se apoderó de su cuerpo. Comenzó a gritar. Sus ojos se inyectaron de sangre. El primer tramo de la esvástica se fracturó. Tomó otro extremo y lo fracturó; y otro; y otro. Cuando desmembró el último tramo, el esfuerzo fue tan grande que la palma de su mano derecha pasó accidentalmente por los dientes de la sierra y se abrió una herida profunda.
Soltó la madera y se sujetó la muñeca. Tomó un puñado de clavos de la caja y los colocó abruptamente en la mesa. Buscó el martillo. No lo encontró. Usó la pistola. Colocó dos travesaños, puso el clavo y comenzó a martillarlo con la culata de la Luger. Tomó otros clavos e hizo lo mismo con varios travesaños.
Ralf se debilitó. Soltó la pistola y miró sus manos; estaban ensangrentadas. Agarró la madera empapada en sangre y la observó. Había transformado la esvástica en una Estrella de David.